La lectura en la época del texto digital

Texto de Pedro Medina y Javier Maseda para el catálogo de la exposición “El Hilo de Ariadna”

Javier Maseda
sopalmo
27 min readMar 29, 2018

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“En toda nueva forma de ver se cristaliza un nuevo contenido del mundo” (Heinrich Wölfflin)

El leer, como el ser, “se dice de muchas maneras”, lo que debería remitirnos con frecuencia a la pregunta por su sustancia. Asimismo, cada época posee un sistema de experiencias al que el arte y el pensamiento intentan dar forma con la intención de hacerlo visible, ocasionando distintas “crisis” de lenguaje, porque lo vivido excede la lengua que hemos heredado. Sin embargo, esta búsqueda no acaece ahora por una cuestión de contenido o expresión, sino propiciada por las dudas sobre una nueva constelación, la digital, en un contexto de aceleración, globalización, continuo cambio y complejidad creciente.

Más allá de fascinación alguna por el medio, conservemos nuestra atención sobre los contenidos y los procesos, pero sin olvidar que el medio condiciona necesariamente lo percibido. Muchas de las cuestiones surgidas ya fueron planteadas por Luis González en Nuevas formas de lectura en la era digital, donde identifica varias creencias populares: la insistencia en el número decreciente de lectores, la desaparición del libro tradicional –en la Feria de Frankfurt de 2009 ya se auguraba su muerte para 2018– o el desprestigio de las obras generadas en ámbitos digitales frente a las obras en papel, en vez de ver las posibilidades positivas que aportan las nuevas tecnologías.

Alguien como Janet Murray, poco después de incorporarse al Laboratorio para la Tecnología Avanzada en Humanidades del MIT, bajo la dirección de Nicholas Negroponte –el autor de Being Digital–, resumía la situación: “El nacimiento de un nuevo medio de comunicación es al mismo tiempo fuente de entusiasmo y temor. Cualquier tecnología industrial que extienda espectacularmente nuestras capacidades nos pone también nerviosos al cuestionar nuestro concepto de humanidad”; una declaración en la línea de Marshall McLuhan, quien sostenía que toda tecnología tiende a crear un nuevo contorno para la humanidad.

Este miedo o esta esperanza en el paso de la Galaxia Gutenberg a la Galaxia Internet no se puede concebir como un panorama de comunidades enfrentadas, definidas por la primavera de los “nativos digitales” contra el invierno de los “inmigrantes digitales” –en términos de Marc Prensky–, sino que debe prevalecer una discusión sobre la propia lectura como aquello que propicia el conocimiento en la sociedad de la información.

No obstante, indudablemente están cambiando los hábitos de lectura y la industria en torno a los mismos. El paralelismo más obvio con nuestra época es el establecido por la imprenta y el impacto que tuvo su aparición en la construcción del pensamiento de su época. En cualquier caso, convendría separar los contenidos del soporte que se utiliza para acceder a los mismos. Al respecto, Luis González recuerda la Ley de la lectura, del libro y de las bibliotecas de 2007, que consagra legalmente un concepto de libro: “a) Libro: obra científica, artística, literaria o de cualquier otra índole que constituye una publicación unitaria en uno o varios volúmenes y que puede aparecer impresa o en cualquier otro soporte susceptible de lectura”.

Así, al margen del medio, debemos situarnos en una sociedad de la información cuya dimensión globalizada y tecnificada establece otra relación con el conocimiento. Y esta realidad sí que hace más pertinentes o actuales unas plataformas que otras. Luis González propone hablar de “procesos” de acceso al conocimiento, yendo más allá del soporte para hablar de lectura, es decir, del acto de leer desarrollado por un sujeto lector, de forma coherente con unos comportamientos culturales que no pueden quedarse en una dimensión objetual, sobresaliendo la importancia del sujeto que lee y la utilización crítica de la información y el conocimiento.

NUEVOS MODOS DE LECTURA

Aclaraciones sobre aspectos formales de las publicaciones digitales

La discusión, pues, tendrá que permanecer en la idea de lectura y la transmisión de conocimiento, pero para hablar de ello y también de lectores y nuevos procesos, conviene aclarar antes algunos conceptos, ya que no es poca la confusión en torno a las plataformas digitales. Como “soportes” de texto digital podemos entender varios:

  • Ordenadores.
  • Tabletas (desde e-books a iPads).
  • Teléfonos móviles (smart phones).
  • Televisores.

Mientras que los “medios” principales de texto digital son:

  • Páginas web.
  • Aplicaciones.
  • Libros digitales (ePub…).

Dentro del amplio campo de formatos y usos, el “libro”, al igual que la música, el cine… puede ejemplificar perfectamente el cambio que se está produciendo. Hasta ahora el libro en papel, vencedor histórico frente a otros soportes como la arcilla o el pergamino, ha tenido un carácter fundamental en nuestra cultura, pero cabe señalar que ha sido entendido en su dimensión objetual, lo que construye una imagen en la que se identifican contenedor y contendido. Sin embargo, con la llegada de la era digital queda de manifiesto que el libro es el texto, dando más importancia al contenido que al formato, lo que rompe el tradicional vínculo entre los textos (las obras) y los objetos (los libros). No importa el soporte sobre el que se lea, el contenido reina sobre el continente.

Aun así, en la lectura digital y en la lectura en papel aparecen factores diferentes y se crean experiencias distintas, al igual que ocurre entre la lectura en la pantalla del ordenador y la comodidad que aportan las tabletas, siendo los elementos hápticos de la lectura muy relevantes, porque leemos con todo el cuerpo y no solo con los ojos. Pero no solo se transforma la experiencia de los contenidos, también cambia la relación que se establece entre el lector y el escritor, o entre los lectores entre sí, al compartir su experiencia de lectura (algo que se puede aumentar hasta el infinito en el medio digital).

El libro hasta ahora era un objeto inmutable, en el libro digital ocurre todo lo contrario: es fluido, cambia constantemente según el soporte y según las preferencias del lector, ya no hay páginas sino un porcentaje leído, podemos subrayar, hacer anotaciones, compartirlas con otros lectores, compartir páginas, leer en conjunto; la lectura pasa de ser algo íntimo a algo social, como en los clubs de lectura, pero ahora con todas las potencialidades de lo online.

Por tanto, el mundo digital conlleva para el universo de la lectura:

  1. Nuevas formas de escribir.
  2. Nuevas formas de leer.
  3. El contenido es fluido y dinámico (texto, imágenes, vídeos, audio…).
  4. El formato o artefacto ya no es rígido.
  5. Experiencia individual vs. experiencia compartida.
  6. Realidad aumentada en el libro = lectura aumentada = conocimiento aumentado = conocimiento compartido.
  7. Notas a pie de página vs. hipervínculos.

Asimismo, podríamos establecer distintos tipos de libros digitales:

  1. Sin formato: compuesto únicamente de texto, aunque pueden contener imágenes; en su formato digital carece de páginas: ePub, Mobi (Kindle), html.
  2. Formato definido inalterable: se maquetan como los libros impresos y su maqueta permanece inalterable: pdf, ePub3, html5 y css3.
  3. Formato definido alterable: se maquetan siguiendo el modo de las páginas web y su maqueta puede alterarse dependiendo del soporte, formato de pantalla, resolución, etc.: ePub3, html5 y css3.
  4. Interactivos: se maquetan y programan como aplicaciones para un sistema operativo o mediante html5; incluyen elementos interactivos y animaciones, y su narración puede ser no lineal: iOS, Android, ePub3, html5 y css3.

De todos ellos, el ePub3 será el próximo estándar de facto de los libros electrónicos. Se supone que traerá interactividad, contenido multimedia, formato para los textos, estandarización de los contenidos, permitirá conversaciones sobre su libro dentro del libro, independientemente del servicio donde se haya comprado… Es la promesa del “network book” o “social book”.

Ontología del texto online

A pesar de todas estas ventajas y posibilidades, bien por una cuestión generacional o comercial, aún hay quien mira con verdadera extrañeza a quien lee en un soporte digital. Este tipo de shocks no son nuevos: “«Cuando leía sus ojos corrían por encima de las páginas, cuyo sentido era percibido por su espíritu; pero su voz y su lengua descansaban». San Agustín de Hipona quedó estupefacto al ver a San Ambrosio de Milán leyendo en silencio en su celda monacal. Lo cuenta en las Confesiones. Corría el siglo IV y hasta entonces quien sabía leer lo hacía en voz alta”. Con estas palabras inicia Antonio Fraguas su Usted ya no lee ni escribe como antes, constatando que todos los que nacimos leyendo y escribiendo de una manera, moriremos leyendo y escribiendo de otra, lo que supone que se revise la posición del escritor y el editor, la forma en la que el autor concibe su obra y la aparición de subgéneros más ágiles y dinámicos, quizás en parte propiciados por la velocidad de los tiempos que corren y de las nuevas plataformas donde esto es contado.

Ya estamos adelantando algunas de las consecuencias de este cambio de paradigma, pero antes conviene entender bien las características propias del texto digital y el sistema en el que se integra. Su inmediatez, ubicuidad y capacidad de generación hacen de él un medio ideal de comunicación en un mundo globalizado, pero es sobre todo a raíz de las posibilidades transmedia y del devenir “social” de la web, instaurándose un nuevo modelo basado en las redes sociales, cuando se enfatizan los procesos colaborativos y abiertos en el mundo online, como iremos viendo más adelante.

En general, todas estas constelaciones deben entenderse dentro de un “sistema-red”, es decir, en el interior de una estructura social en red donde la conectividad es la promotora principal de oportunidades comunicativas o relacionales. Este sistema-red construye el gran laberinto contemporáneo dentro de un juego de relaciones entre un capitalismo social y las innegables capacidades de comunicación al alcance de todos. Es precisamente la “participación” (ya existente antes de la web 2.0) lo que ha dado lugar a un nuevo paradigma y al conjunto de prácticas sociales que le son propias, especialmente desde que podemos acceder a la información desde dispositivos portátiles.

Aparece ahora todo un universo “colaborativo”, que responde a una lógica inclusiva basada en un hecho: una “determinada aplicación o red social será mejor cuantos más usuarios hagan uso de ella, es decir, que hay valor en el volumen, lo cuantitativo deviene cualitativo en esta época segunda de la web. Se entiende así que el empeño de las nuevas empresas de la web sea generar la necesidad de pertenencia y participación” y esta participación se traduce en generación de datos y, por tanto, en un valor, pues son rastreados por sistemas de seguimiento de los sistemas de gestión de esas plataformas.

Rol activo del lector y lectura social

La web 2.0 ha propiciado la construcción de un paradigma colaborativo en el que participa una multitud interconectada. El usuario se convierte ahora en protagonista y no en mero espectador, generando un espacio común. La “interactividad” es el término preciso para este ámbito y, en realidad, sería un estadio más de esa enfatización del rol activo del espectador que ya iniciaron las vanguardias históricas y que potenciaron los nuevos comportamientos artísticos a finales de los sesenta, aunque con una dimensión económica y social mayor, disolviéndose la clásica contraposición entre objeto y proceso, autor y espectador, productor y usuario en gran parte de las dinámicas activadas, que nos permite hablar de creación colectiva.

Desde la perspectiva de varios movimientos artísticos, esta “cocreación” se entendió como potencial político y praxis social dentro de una recepción más activa de las obras por parte de los espectadores. Y si nos mantenemos en el ámbito de Internet, más que en otras concreciones de lectura digital, hoy el “tú eres la información” lleva al extremo lo vaticinado por Walter Benjamin, cuando percibió que la Humanidad, “que antaño, en Homero, era objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en un espectáculo de sí misma”.

No obstante, conviene matizar el carácter activo del lector, ya que hay mucho más contenido filtrado por el usuario que contenido generado por el mismo. El lector o usuario ahora es un prescriptor de conocimiento, actuando como juez y parte de lo que encuentra. Dependiendo del criterio del mismo, ese artículo puede seguir promocionándose, a través de sus amigos, o finalizar su camino en él.

No obstante, también son muchos los que avisan del alienante fluir de lo mediático y de la efectiva manipulación del usuario tras su aparente interactividad y poder en la Red.

En cualquier caso, si nos centramos en el acto de lectura, hay que reconocer que siempre fue interactivo, necesitaba del espectador en la concreción de todo texto, pero aunque el proceso de interacción sea común a todas las obras artísticas, con la llegada de las tecnologías digitales se intensifica la interactividad e incluso la “huella” que generan los lectores; como ocurre con opciones en plataformas como Kindle, donde puedes apreciar, por ejemplo, los párrafos subrayados por anteriores lectores.

Ante este panorama, ¿cuál será la lectura del futuro? En los últimos años son innumerables los foros (online y offline) que debaten sobre esta cuestión. Por citar uno, el blog Findings inició a finales de febrero de 2012 una serie sobre el futuro de la lectura, donde distintos actores del sector comparten conclusiones. Una de las más llamativas fue del gurú de Internet Clay Shirky, que imagina una lectura más social: “La lectura social no crea una nueva categoría. La gente extracta y anota y comparte y debate y cita y mezcla. Todo esto pasa a todas horas. La lectura social introduce la idea del texto como un objeto usable. La idea de que lo leeré y luego haré algo con ello: esas acciones siempre estuvieron conectadas, pero fingíamos que no lo estaban porque el libro no tenía esas características. La lectura social está allí donde un grupo de gente habla sobre un determinado texto”.

Transmedia y contenido aumentado

Este carácter colectivo ha de entenderse unido a lo que se entiende por “narrativa transmedia”, que consiste en contar una historia en diferentes soportes y medios, lo que requiere el uso de varios lenguajes, además de un proceso de producción que involucra a otros agentes, además del autor, como pueden ser producción, edición, comercialización, marketing, etc.

La transmedia se viene aplicando desde hace tiempo en medios como cine, televisión o videojuegos, pero si nos centramos en el libro transmedia, este se caracteriza por presentar una historia contada desde diferentes plataformas y en la que el lector ya no es un sujeto pasivo, sino que puede alterar el curso de la narración o de la historia, transformándola en múltiples obras.

Esta puede ser una opción para que a las editoriales no les pase lo mismo que a las discográficas, ya que ahora mismo con las herramientas que un autor tiene a su disposición podría perfectamente prescindir de ellas, pero cuando llegamos al libro transmedia, vuelven a cobrar protagonismo, ya que son las que tienen el dinero y los recursos necesarios para poder producir una historia transmedia.

Sin duda, esta es una gran oportunidad para crear nuevos relatos, un campo sin explorar que puede dar lugar a grandes obras, seguramente protagonizadas por los nuevos escritores capaces de sacar partido a todos los medios disponibles a su alcance.

Por otro lado, dentro de esta ontología del texto digital hay que advertir que leer las obras en línea implica “ejecutarlas”, es decir, se producen mientras se experimentan. Lo digital interactivo está sometido a un estado permanente de actualización en función de la interacción con el usuario, por lo que tendríamos que hablar de contenidos que están en gerundio, es decir, están “siendo-ahí” –en referencia al “ser-ahí” (Dasein) heideggeriano–, lo que dificulta la diferenciación del ver y el producir, del producir y el reproducir. Podríamos incluso decir que la obra no es, sino que se transmite.

Esto diferencia claramente la lectura digital frente a la de soporte físico, planteando la posibilidad de que el contenido inmediato se relacione con más información, dentro de una poética de la yuxtaposición. Esto implica una forma distinta de estructurar el conocimiento y de entender el acto de lectura.

Frente a la cinematografía, que plantearía un montaje en el tiempo, las narrativas desde Internet al cd-rom, pasando por los libros digitales, plantean un discurso espacial en el que los contenidos se superponen como estratos de información interrelacionados. Es lo que llamamos “sistema hipertextual” (sistema no lineal de almacenamiento), que entroncaría con movimientos de ruptura de la linealidad narrativa tan frecuentes en la literatura del siglo XX desde el Finnegans Wake (1939) de Joyce hasta la Rayuela (1963) de Cortázar, pasando por tantos otros como William Burroughs, y de la que incluso existen antecedentes en el siglo XIII como la máquina de pensar de Ramon Llull, compuesta por discos concéntricos interconectados, o el Filmváz: A nágyváros dinamikaja de Moholy-Nagy en 1925, hasta llegar al sistema de almacenamiento de datos Memex, ideado por Vannevar Bush en 1945.

El hipertexto, según la definición de su inventor, Ted Nelson, es “the most general form of writing”. En general, podemos entender el hipertexto como un particular tipo de documento digital que se sirve de la tecnología más común en Internet, la web, y que implica un modo no lineal de estructurar la información, donde el link es la unidad fundamental que une el texto con el motor conceptual del hipertexto. Por tanto, las rupturas son obvias respecto a los principios básicos de la escritura impresa: no solo prescinde de la citada linealidad del significante (Saussure), sino también de todo contexto.

La convergencia de la hipertextualidad y de las posibilidades multimedia crean un nuevo tipo de lector, que, además, se adapta a los nuevos modos de socialización de los productos digitales respecto a diversos lectores. Lo que es importante reconocer es que se pasa de una lectura lineal a la navegación, mientras que en cierto sentido el lector se acerca a la posición del autor y cambia la noción de obra, que deviene un objeto colectivo y siempre in progress.

Conservación del conocimiento y externalización de la memoria

Este campo inmenso de posibilidades y caminos también plantea muchas dudas y críticas, ya que esta redefinición del concepto de lectura puede generar dispersión en el lector y, sobre todo, cierto peligro que reside en la tendencia a la externalización de la memoria, sobre todo ante la aparición de sistemas de registro visual portátiles, que han permitido que la percepción sea progresivamente computerizada.

Ello tiene como consecuencia que nuestra experiencia sea simultáneamente un registro técnico (en una memoria externa). Esta es una expresión de turista contemporáneo, que no vive su viaje sino que lo documenta, sustituyendo la visión por la “visualización”; incluso se está produciendo un fenómeno curioso: se fotografía con el iPad, a pesar de su aparatosidad, para contemplar ya lo que se tiene delante tal y como se visualizará después. Se asume así la propia definición del concepto “visualizar” en la RAE: “hacer visible una imagen en un monitor”.

Precisamente McLuhan ya avisó en los sesenta: el hombre ha empezado a llevar “el cerebro fuera de su cráneo y sus nervios fuera de su piel”, algo que sigue un frenético crescendo gracias a los dispositivos de almacenamiento digital y, aún más, a los aparatos móviles que llevamos con nosotros. Ahora la información es cada vez más fácilmente transmitible, editable, reutilizable… y, sobre todo, fácil de compartir, lo que parece implicar un vaciamiento de nuestra memoria biológica; si no, parémonos a comparar los números de teléfono que sabíamos de memoria y los que retenemos hoy día.

¿Pero es esto un fenómeno exclusivamente derivado de la digitalización del mundo? Basta ir a los orígenes de la escritura, tal y como nos los cuenta Platón, para percibir un dilema más antiguo. En textos como la Carta VII o el Fedro, Platón se muestra crítico con la escritura y toma partido por la oralidad para hacer filosofía y extraer el saber de sí mismo. La aparición de la escritura aparece vinculada a la mitología egipcia, inventada por el dios Theuth, y es presentada como phármakon, es decir, un remedio para la memoria y la sabiduría que combatiría el olvido, si bien Derrida destacó la ambigüedad del término, que puede ser cura pero también droga, por lo que Theuth habría hecho pasar un veneno por un remedio. Con el pretexto de suplir a la memoria, la escritura nos hace más olvidadizos, no acrecentando el saber que poseemos sino que lo reduce.

A pesar de la distancia y dejando al lado la teoría platónica de la memoria, Platón estaría achacándole a la escritura algo parecido a lo que se está imputando hoy al texto online, con la salvedad de que la crítica al texto escrito en Platón aparece en muchos casos vinculada a su condición de “discurso fijo” sin posibilidad de interpelación y sin las virtudes de la conversación, fenómenos que precisamente sí se pueden dar en las plataformas online y con un número de interlocutores enorme dentro de la red global. ¿Esto nos puede conducir a procesos ad infinitum?

Mal de archivo

Es precisamente Derrida quien expone otro problema de la sociedad contemporánea: el “mal de archivo”, que plantea más consecuencias que el término de moda “infoxicación”, no obstante más vinculado al mundo digital, donde Internet presenta procesos desmesurados para la experiencia y la memoria humanas.

El actual impulso hacia la memoria colectiva corre el riesgo de caer en el abismo del delirio cuantitativo. Hoy hablamos de sobresaturación de información, pero al mismo tiempo se detecta la pulsión a archivarlo y controlarlo todo con la pretensión de salvaguardar la memoria del olvido. Uno de los proyectos más interesantes que han observado este fenómeno ha sido Culturas de archivo, que estudia las estrategias de construcción-destrucción del archivo, sus prácticas de producción de sentido, que implican la creación de realidad desde su clasificación, gestión y representación, haciendo especial hincapié en la condición represora del archivo, aunque sin olvidar su dimensión como testigo.

Esto enlazaría con aquella historia de una ambición que Blumenberg recogió en los últimos capítulos de La legibilidad del mundo, que ya desde Novalis, que se propuso escribir un “libro absoluto” (visto como una “enciclopedia” o una “biblia”), se puede rastrear hasta Humboldt, quien con Kosmos intentó la “descripción del universo físico”. Esta aspiración es recogida por Italo Calvino dentro de su capítulo sobre la “multiplicidad”, que comienza con Carlo Emilio Gadda –porque sabía que “conocer es insertar algo en lo real y, por tanto, deformar lo real”– hasta llegar a las grandes novelas del siglo XX, concebidas como enciclopedias “abiertas” que ya nos hacen entender –mucho antes de estos litigios con lo digital– que “hoy ha dejado de ser concebible una totalidad que no sea potencial, conjetural, múltiple”.

Hoy día nos encontramos con Internet como la gran enciclopedia abierta, en continuo proceso, que pretende captar el mundo precisamente en su mutabilidad. Y es ahora cuando los dos lugares de archivo por excelencia, el museo y la biblioteca, quedan empequeñecidos por la gran biblioteca digital, soñada como “electro-biblioteca” por El Lissitzky, o ideas similares que encontramos en Jorge Luis Borges o Alain Resnais, entre otros. Este sueño, que se remonta a la Biblioteca de Alejandría, parece posible gracias a la digitalización y puesta en común de las colecciones custodiadas por las bibliotecas y el ofrecimiento de fondos privados. Entre los ejemplos más llamativos, la biblioteca digital mundial de Google, sometida a cuestiones preferentemente comerciales, y proyectos de preservación de la cultura como la biblioteca digital europea Europeana, que cuenta, entre otros, con los fondos integrados de la Biblioteca Digital Hispánica de la Biblioteca Nacional, o la Biblioteca Digital Mundial, auspiciada por la Library of Congress.

El panorama de acceso a la cultura es impresionante, sin embargo, no son pocas las paradojas de esta pulsión enciclopedista, sumida en la trepidante acumulación de conocimiento de nuestros días y la imposibilidad de abarcarla. En cualquier caso, ya nadie osa afirmar, como Pico della Mirandola en el siglo XV, que lo sabe todo, más bien hay que saber cómo administrar este nuevo phármakon que pone a nuestro alcance todo aquello que queramos preguntar.

Formas de lectura

Si pensamos en la conveniencia del libro digital, vuelven las dudas y las críticas sobre el “ruido” existente en torno al texto, que dificulta la concentración del lector. Una vez más se plantea el libro tradicional como el ideal para sumergirse en la lectura y los sopotes digitales como un menú de distracciones que fragmentan la experiencia. Sin embargo, habría que preguntarse si no estaremos suponiendo que la lectura en papel permite un grado de concentración que no corresponde con la realidad, ya que hay estudios que demuestran su carácter voluble, poco fijo.

De todas formas, frente al grado de dispersión de cada lector y la falta de costumbre, siempre existe la posibilidad de personalizar el acercamiento al contenido y aprovechar o limitar esas “distracciones”, entrando en el terreno de los gustos y las costumbres adquiridas durante tiempo.

Quizás la poesía necesite más espacio en blanco, más silencio; probablemente un móvil no sea lo ideal para leer mucho tiempo, pero es útil para leer noticias, responder e-mails o conectarse a Twitter o Facebook; sin duda, los libros electrónicos no decoran una estancia igual que antes sus hermanos en papel; sin embargo, las ventajas son evidentes, por la capacidad de almacenamiento, el contenido aumentado, la comodidad del formato personalizable, la calidad de las imágenes, la distribución potencialmente global, la ausencia de límites como la extensión, que en muchos casos dificultan la producción y comercialización…

Las formas de llegar al público, la promoción y la compra también están cambiando. Igual que en la música, se vendan historias sueltas, como singles sin su álbum. ¿Esto condiciona la forma de escribir? Lo importante sigue siendo la historia, pero sí es cierto que la pantalla del ordenador nos remite principalmente a “buscar información”, mientras que la tableta nos devuelve a una experiencia más cercana a la del libro en papel, que está haciendo que la gente lea más.

Lectores y escritores están cambiando, ante lo que podemos inquietarnos, como San Agustín al ver a San Ambrosio leyendo en voz baja, o apreciar nuevas formas de acercarnos a los relatos, sin plantearnos distancia alguna al mundo. Al mismo tiempo, se plantea generalmente una escritura para ser consumida rápidamente en Internet, escuchándose en numerosas redacciones del mundo que en la Red se leen artículos breves, aunque el éxito de la edición digital del New York Times, y otros diarios, parece desmentirlo. Estos “himnos al fuego lento” demuestran que en la Red todo cabe y que depende de nosotros la elección.

Pero lo que se desprende rápidamente es que, en suma, las cuestiones, los límites, no derivan de un problema formal, sino de las transformaciones profundas propiciadas por la crisis económica y por el cambio de modelo de negocio, con todas las cuestiones sobre derechos de autor y transmisión de la información como fondo de la discusión.

INDUSTRIA CULTURAL Y DIGITALIZACIÓN DE LA INFORMACIÓN

Sociabilidad y mercado

Ya comenzamos a habituarnos a ver dispositivos electrónicos para leer, comprar libros cuándo y desde dónde queramos, llevar encima una cantidad de volúmenes antes impensable, con los que trabajar, anotar, compartir, leer conjuntamente las obras… Los ámbitos de aplicación son múltiples, por ejemplo, en la enseñanza ya está cambiando la forma de leer los textos escolares, la manera de adquirir conocimiento: puedo leer un libro para un trabajo o un ensayo con todos los componentes de mi clase al mismo tiempo y compartir notas y discutir sobre lo que estamos leyendo… Todo se está transformando, ¿todo?, quizá no todos los lectores y, menos aún, gran parte de la industria cultural.

Cada vez es más evidente que cualquier conocimiento que tenga trascendencia tendrá que ser compartido socialmente o no será, aunque haya poderosas plataformas que parecen optar por otros posicionamientos, más cercanos al modelo de negocio y el tipo de industria que se quiere imponer que con las características formales de las publicaciones.

Asimismo, la web social muestra que la producción de sociabilidad y la producción económica pueden coincidir, ya que la producción de relaciones humanas se puede convertir en difusión y rentabilidad económica, llegando a hablar de economías “sociales” o de la “afectividad”, debido a que buena parte de los beneficios empresariales se basan ahora en la generación de situaciones de cooperación y de comunidades comunicativas. Hoy los nuevos negocios pertenecen a la creciente economía de lo inmaterial, donde a diferencia del capitalismo tradicional, donde el valor se basa en la escasez, el valor de los productos informacionales, o de otros productos como el software, aumenta con su difusión. Así, las formas de relación humana actúan en el nuevo sistema-red como las bases instrumentales de la producción.

Nuestra forma de acceso a la información se ha vuelto social, cada vez se leen más medios online, pero no a través de sus páginas, esas noticias las encuentras en Twitter, Facebook, compartidas por tus amigos o por los medios que sigues mediante RSS. Esa es la forma de encontrarlas y leer un pequeño resumen de la misma, si con eso no has tenido suficiente, vas al medio, pero de forma voluntaria e indirecta.

Aun así, a muchas empresas les cuesta adaptarse a los tiempos y están más preocupadas por la piratería o por sus luchas empresariales que por entender y aprovechar realmente las posibilidades del nuevo medio.

Oportunidades más que miedos

Puede que esté ocurriendo lo mismo con la industria del libro en España. Si nos paramos a pensar en el precio de un libro en papel, la distribución es lo que encarece más el precio, a lo que hay que añadir la impresión y la venta en librerías o similares. Estos gastos rondan el 80-85 % del precio final de un libro, que en el caso digital desaparecen. Aunque haya que invertir en otras plataformas y programación, en ningún caso el desembolso es ni siquiera cercano a lo que puede resultar la compra de una imprenta. Este ahorro podría suponer un aumento de ingresos para autores y editores, además de facilitar el acercamiento entre autor, editor y lector, sin olvidar todas las posibilidades de contenido aumentado que ya hemos comentado. ¿Entonces por qué persiste el inmovilismo en la industria del libro y su insistencia en el antiguo modelo de negocio?

Lo que se está imponiendo son plataformas incompatibles entre sí, con sistemas de DRM que impiden la lectura sencilla del e-book en cualquier dispositivo, con precios similares a los de los libros físicos, cuando se han eliminado gran parte de los costes, y con una situación de monopolio que de nuevo nos remite al encarecimiento de la publicación por su distribución. ¿Qué consecuencia tiene esto?

Fuerza al lector a buscar otras soluciones a esas trabas que le pone la industria, fomentando el pirateo que no se da en otros productos cuyo precio está ajustado al nuevo modelo de negocio. Por ejemplo, el modelo de micropagos, que ha popularizado la tienda de aplicaciones de iPhone y iPad; ¿quién va a piratear una aplicación que cuesta 0,75 o 2 €?, no merece la pena perder el tiempo buscándola. Además, en un mercado global se pueden incrementar las ventas de forma considerable.

Por otro lado, a veces resulta más rápido y fácil el pirateo que la compra a través de engorrosas plataformas de venta de libros digitales, donde alguien no muy ávido en el mundo digital puede verse perdido a la hora de instalar aplicaciones en varios soportes, darse de alta en webs, sincronizar cuentas, introducir códigos desde otras plataformas para finalizar el proceso en la aplicación…

El problema es que cuando la industria se dé cuenta de ello, baje los precios y facilite el proceso de descarga, probablemente ya habrá perdido a un tipo de consumidores que han adquirido otras “costumbres”, por precio y por simplicidad. Ese es otro de los motivos por los que las actuales plataformas de películas online tampoco triunfan: pocos títulos, precios abusivos y dificultad de acción con esa película.

El rechazo a estas plataformas también se produce por la limitación de la capacidad del usuario de hacer lo que quiera (y no lo que pretende quien vende) con ese producto. Y también podríamos considerar aspectos de tipo ideológico que pretenden dinámicas de “procomún”, potenciando licencias alternativas al copyright como creative commons o el movimiento copyleft, pero que no dejan de ser una parte minúscula del procomún, que debería abarcar también el aire, el agua, el conocimiento científico…

Son otras las lógicas de la propiedad, al margen de movimientos como los de software libre y de código abierto, y es otra la actitud que adquiere un usuario que siente capacidad de acción, quizás jugando con la polisemia del término free en castellano (libre y gratis), en la construcción de un espacio “común” no exento de polémica. La preservación de la profesionalidad en la cultura se ha basado en los derechos de autor, que entran en conflicto también con otros derechos como la privacidad o la democratización de la cultura, en los que se amparan las redes de pares. Sin duda, es una situación compleja la que se plantea en las dinámicas propias de las redes, caracterizadas por una horizontalidad en la que todos somos iguales.

Esto nos lleva a pensar en la innovación y en la creación de nuevos modelos de negocio basados en estas nuevas premisas. Asimismo, considerando las redes más allá de una discusión entre legalidad e ilegalidad, podemos profundizar en los procesos sociales más que en cuestiones técnicas o legales. De hecho, dentro del campo de la cooperación colectiva en red la capacidad para cooperar es algo que se comprueba en el proceso mismo de participación, que no elimina las jerarquías sino que las vuelve flexibles y basadas en el mérito. Esto nos sitúa en proyectos como Wikipedia, no exento de faltas, pero que nos muestran una cooperación capaz de generar bienes considerados comunes y universales, es decir, no sometidos al mercado, y sometidos a un proceso de “obra abierta” en continua actualización.

Este espíritu ya está siendo asumido por instituciones que crean su propio laboratorio de cultura digital, entre otras, Medialab-Prado en Madrid, el CCCB Lab y Platoniq en Barcelona, ColaBoraBora en Bilbao, o el museo Reina Sofía. Sigue siendo una reflexión realizada desde una geoposición pero que asume el pensamiento en red y el procomún como su característica principal, como puede comprobarse en Bookcamping, la Fundación Robo, Traficantes de Sueños, el festival Zemos98… De todos ellos, resulta especialmente significativo para el tema que nos ocupa Bookcamping y otros proyectos parecidos de biblioteca colaborativa en Internet.

En conjunto, todas estas iniciativas nos enseñan que hay otras formas de hacer cultura y editar libros, diferenciando también al creador de la industria y replanteando los procesos de producción, que no solo parten de nuevas posibilidades de difusión y distribución, sino también de financiación, como son las plataformas de crowdfunding.

Cada medio tiene sus características propias: revistas digitales

Ya hemos insistido en que no se aprovechan las posibilidades del nuevo medio. En el caso de las revistas hay que recordar de nuevo que crear una revista digital no es trasladar una existente exactamente igual al mundo digital. Hay que tener en consideración las especificidades del nuevo lenguaje, no podemos coger una revista, convertirla en pdf, guardarla como una aplicación y ponerla en un iPad. Ese es uno de los motivos fundamentales por los que las revistas en Internet no están funcionando, junto con el hermetismo de sus formatos, que no permiten comentar ni compartir sus artículos, por lo que la capa social que impregna Internet se pierde.

Para trasladar una revista a una aplicación debemos tener en cuenta todo lo que nos ofrece el nuevo medio, debemos incorporar las capas de interactividad, contenidos enlazados, comentarios de los usuarios y funcionalidades para compartir lo que estamos viendo con el resto de la comunidad, si no cumplen estas especificidades, estamos perdiendo todo lo más importante que el nuevo medio nos ofrece.

Un gran ejemplo de todo esto, y que supone un paso atrás, son las aplicaciones “cerradas” creadas por los grandes del software, como Adobe, que nos ofrecen realizar revistas y libros digitales con las mismas herramientas con las que construimos un pdf o una publicación para imprimir, más una capa de interactividad y de enlace de contenidos, no permitiendo compartir nada, ni subrayar un contenido, copiar o pegar. Es decir, es un pdf aumentado, pero todo ello enlatado en un modelo antiguo de no transparencia, no actualización y no compartición. Todo esto ocurre por dos motivos principales: preservar su modelo de negocio y evitar la piratería de esas revistas, pero lo que nos están ofreciendo es prácticamente la misma revista que hay en nuestra estantería.

¿Cuál podría ser el modelo a seguir para no ser póstumos a nuestro tiempo? Hay muchos, pero uno bastante probable es el que ofrecen revistas como Creative Review, que se basa en aportar los mismos contenidos que la revista impresa, pero adaptados a los nuevos formatos, evitando así el formato “pdf enlatado” para centrarse en un modelo html de contenidos que podemos copiar, pegar e interactuar con ellos; además, cada número se va actualizando día a día con nuevos contenidos que van surgiendo.

Otro modelo fallido es el de los periódicos con plataformas como Kiosko, Zinio, Orbyt, etc., que básicamente son “enhanced pdf”, nos permiten leer un pdf del periódico físico. Y además tenemos las propias aplicaciones de los periódicos, la mayoría muy limitadas frente a modelos más modernos y triunfadores, no solo por formato sino también económicamente, como la aplicación de The Guardian, todo un referente porque es sencilla, completa, fácil de leer y tiene un contenido excepcional. Otra tremendamente atractiva es la de USA Today, tanto por diseño como por su facilidad de lectura, o la del New York Times, que ha recibido muchas críticas por su diseño, totalmente alejado de las demás del mismo gremio, pero que tiene el propio ADN del New Yok Times, observas periódico y aplicación y enseguida ves que transmiten el mismo espíritu en dos medios totalmente distintos: texto y más texto, pocas fotografías y contenido y más contenido. Estas sí son formas de entender los nuevos medios y modos de comunicación.

Frente a este modelo nos podemos centrar en The Daily, un periódico totalmente digital, sin edición impresa, que se crea diariamente especialmente para iPad, que aprovecha todo lo que el nuevo medio ofrece: compartir, interactividad, inclusión de nuevos formatos… Como dicen en The Daily: “leer un periódico o artículos no tiene por que ser algo rudo, también puede ser divertido y crear una completa nueva experiencia alrededor del mundo de la lectura”. Presentar las noticias y los artículos de una forma distinta es algo que mucha gente puede considerar banal, pero va con los tiempos, puesto que supone un paso similar al que dieron periódicos y revistas al pasar del blanco y negro al color: la experiencia cambia totalmente.

Se transforma el paradigma y, con él, la forma de leer, los modos de consumir. El límite es establecido pues por el diseño y la creatividad, sin olvidar nunca la imaginación. No obstante, el diseño ya no será más cómo se ven las cosas, sino también cómo se comportan, cómo interactúan, cómo funcionan, cómo se usan, pensando siempre en el usuario.

Lo mismo vale para las industrias. Deben pensar en el usuario, pensar de forma creativa, aprender de los errores de otras industrias en el pasado (la de la música, por ejemplo) y no únicamente en preservar su modelo de negocio a toda costa. Solo pensando de esta forma podremos publicar en correspondencia con los nuevos soportes, diseñando para ellos y para quien los va a usar.

Proyectar otros mundos

Libertad del autor, que logra autopublicarse –como ya hicieran en su día Marcel Proust, Emily Dickinson o Manuel Gómez de la Serna– con facilidad, enormes intereses comerciales, difusión del conocimiento, poder del usuario… son elementos presentes en estas reflexiones sobre el texto digital que de nuevo vuelven sobre el lector, como aquel que disfruta y aprovecha las experiencias pasadas, universalizando cada historia singular desde su mirada individual, mientras escapa al fluir de la temporalidad y cree en las palabras como símbolos que postulan una memoria compartida, como afirmaba el Borges de El congreso.

Esta es una pasión y una necesidad que atraviesa la historia, sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX parecía haber perdido fuerza el texto como constructor de cultura frente al imperio de la imagen, llegando algunos estudios a cifrar únicamente en un 3-5 % la parte de contenido verbal que aprendemos diariamente. Hoy día, oportunidades como las que hemos presentado, junto con otros fenómenos no literarios como Twitter o WhatsApp, entre otros muchos, nos devuelven a un predominio del texto en la comunicación actual.

De esta forma, este artículo, que no ha sido más que un breve intento por establecer un cierto orden entre las palabras y las cosas, se sitúa en la senda de teóricos como Juan Antonio Ramírez y sus estudios sobre el arte de masas, o los pasos que otros recorrieron tras Valéry, como José Luis Brea, quien defendió que el carácter reproducible, omnipresente e ilimitado de algunas formas artísticas nos sitúa dentro de unas prácticas que pasan del régimen de una economía de comercio a una de distribución, ubicua y siempre disponible.

Volvemos ahora al inicial miedo a la tecnología, a esos estertores de otras formas de entender la cultura y también a las necesarias reservas frente a los que simplemente se fascinan por el medio, solo que ahora dentro de un panorama que recuerda que la literatura es un acuerdo con el mundo, pero no con el mundo tal como es, sino tal como queramos que sea. Asumamos el reto y las posibilidades abiertas por el texto digital, para seguir leyendo y estableciendo nuevos acuerdos con el mundo.

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Javier Maseda
sopalmo

Head of Design, new technologies, EdTech, e-learning, strategy & growth for new business