La (inesperada) exhumación

Aukasisa Perú
Soy Aukasisa
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5 min readApr 3, 2018
Imagen Ceccoli Nicoletta

Haber sufrido de abuso sexual y no haber recibido tratamiento significa cargar muertos en el interior, con toda la contaminación, putrefacción y negatividad que puedan suponer. Por ejemplo en mi caso, comencé a dormir muy mal, a tener crisis de ansiedad, aunque no las identificaba de esa forma entonces, sino como meros episodios de estupidez púber.
Me volví introvertida, me hacía daño en los pulgares hasta sacarme sangre cuando sentía vergüenza y eso sucedía a menudo, sobre todo porque mi cuerpo estaba cambiando y llamaba, de una forma negativa la atención, y con mi cuerpo cambiando y los hombres siendo tan horriblemente invasivos me encerré cada vez más en mí misma, y entonces tuve tiempo para examinarme, y literalmente cayeron los muertos pútridos y agusanados, dejé de comer, dejé de salir más que para lo estrictamente necesario, escribí mi primer poema oscuro y de drenaje, y envejecí mil años.

Exhumar el cadáver de la violencia de género, diseccionarlo, analizarlo, verlo, palparlo… Todo ello significa volverlo a sufrir, es un proceso que se vive la mayoría de veces a solas, porque la vergüenza es una de las barreras más difíciles de superar en estos casos. Es un quiste social de una envergadura excepcional aunque nadie quiera verlo por causa del silencio cómplice de nuestro entorno y todas estas metáforas clínicas no son casualidad porque efectivamente, muchas víctimas de abuso sexual somatizan los traumas y sufren dolencias físicas que no pueden ser explicadas más que desde el ámbito psicológico. A mí como a muchas otras víctimas, me daba fiebre de forma intermitente, habían días en los que la usaba de pretexto para no ir a la escuela, porque significaba montarme en el bus donde probablemente se sentaría junto a mí algún hombre, o me cruzaría con alguno en la calle y a veces cambiar de acera no era un remedio, o porque tenía clase con el profesor que dejaba caer la tiza para agacharse y ver nuestra ropa interior.
A veces ni siquiera aguantaba a mi padre, que junto a mi madre atribuían todos esos cambios a la edad y el proceso inevitable de ‘hacerme mujer’ cuando lo que me estaba haciendo era mucho daño tratando de esquivar tanta mierda y volver a guardar bajo llave a los muertos.

Los recuerdos pueden ser bloqueados como parte de un mecanismo de defensa para proteger la psique de una niña o mujer, esas memorias se conservan en alguna bóveda secreta, y esos recuerdos, son los muertos que en algún momento desbordan las barricadas que hemos construído, salen a la superficie de la conciencia y terminan por atravesar los aspectos de nuestra vida diaria, normal, en apariencia feliz… Es es ese momento que recién es posible conectar las disfuncionalidades de tu existencia, pues la causa primigenia ha salido a flote después de mucho indagar, y no es nada fácil llegar a esa conclusión.

Esquivas la situación como puedes, no quieres plantarle cara. ¿Quién no le hace iugg a los muertos?, ¿Quién de buena gana se para frente a un zombie a hacerle preguntas?. Das rodeos, rozas la situación y te alejas, el muerto te golpea entre las costillas y te deja sin respiración, te da una y otra vez, te inmoviliza y a la vez tienes que fingir estar ‘normal’, porque tampoco tienes ánimos de pedir ayuda, la voluntad huye, la cordura amenaza con hacerlo y en serio temes eso cuando el recuerdo te llega inconexo y sin contexto, hasta que no puedes evitarlo más y tienes que plantarle cara, aunque no es hasta años más tarde en que puedes recordar sin ese dolor punzante, en ese momento no hay más remedio, y con las pocas herramientas te autoanalizas, y comienzas a notar como en pequeñas o evidentes cosas el muerto ha envenenado tu vida, te explicas porque te da asco el olor a cierto perfume, o porque dejaste de abrazar a tu padre, encuentras un indicio de porque sientes tanta vergüenza, y porque prefieres el silencio.

Anorexia, bulimia, autolesiones, depresión, crisis de ansiedad y ataques de pánico, introversión, etcétera, son algunos de los trastornos que derivan de un abuso sexual, considerando que 7 de cada 10 mujeres los ha sufrido en algún momento de su vida, en menor o mayor medida, cada vez que veas a una mujer ten por seguro que arrastra al menos un muerto consigo.

Yo no sé en qué momento mandé todo al carajo, pero dejé de sentir vergüenza en algún momento, porque recuerdo un desarrollo más o menos normal después de esa temporada. Supongo que uno tiene que continuar a pesar de todo, quiero pensar que años después al haber hablado de eso haya logrado mejorar, aunque si soy sincera me da un poco de miedo abrir la compuerta, así que solo reviso por una rendija, eso quiere decir que no he acabado con el muerto, solo redoblé la seguridad.

Por otro lado, hablando de violencia sistémica, la mayoría de mujeres prostituidas ha sufrido abuso sexual en su infancia, sufren de problemas sexuales, además de la disociación mencionada arriba, la prostitución es una forma de esclavitud moderna y las consecuencias en las mujeres están llenas de más muertos.

¿Cuántos centros de apoyo existen en tu localidad para mujeres que han sufrido abuso?, ¿existen psicólogas designadas por El Estado para atender lo que debería constituir un problema de salud pública?: NO.
Por ello la mayoría de mujeres que han sufrido o sufren abuso no han recibido tratamiento y deben lidiar ellas solas en el peor de los casos y siendo niñas, púberes o adolescentes con la exhumación de esos cadáveres que se vuelven el equipaje que la sociedad le pone encima a las mujeres.

Ahora soy una mujer adulta, madre, feminista. Pienso que soy normal la mayoría del tiempo, pero hay una vocecita en mi interior que repite de forma constante que no, que tengo secretos, que le huyo a la psicología o terapia u otras veces quiero lanzarme de cabeza a un consultorio, que temo abrir los resquicios si quiera para revisar como andan las cosas en mi cementerio personal, porque puede sobrevenir una avalancha que no podré controlar.
Y el resto del tiempo cuando esa vocecita calla lucho, para que dejen de morir pequeñas niñas a las que sus dueñas envejecidas tienen que llevar a cuestas toda su vida.

Texto original de Kem Kemper

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