TENEMOS QUE HABLAR

Que progresivamente hayamos sustituido a las personas por las pantallas para decirnos cosas, nos ha traído un aumento de malentendidos y una disminución proporcional del calor humano que se desprende de la comunicación de toda la vida.

Fernando López del Prado
Stories Ethically Sourced
3 min readOct 12, 2018

--

El día que saltó la noticia de la muerte del chef y escritor Anthony Bourdain me invadió un sentimiento de tristeza al que se acomodó una profunda rabia. Tristeza porque un suicidio es el último recurso para poner fin a un dolor insoportable. Rabia porque las personas con un talento especial tienen — yo les otorgo — una importante misión que Anthony no pudo seguir honrando.

Egoístamente le culpé de irresponsable. El momento que nos ha tocado vivir está más necesitado que nunca de personas con la habilidad única de ilustrar y guiar hacia el buen camino al resto de nosotros, mortales cómodamente ordinarios. Pero de algún modo, la necedad envalentonada ha convertido a la divinidad del talento en una carga envenenada y demasiado pesada.

Renovada rabia y tristeza porque alguien se quitó la vida justo en este momento de la mía en el que estoy empezando a ser consciente del inexorable paso del tiempo en mí, del envejecimiento propio y ajeno y de la imposible certeza de que yo también seré viejito y, al final, me moriré.

En una conversación reciente con mi amiga-hermana, ella me contó que un conocido del colegio se había quitado la vida. De nuevo, rabia y tristeza. Sin que nadie me oyera, me volví a gritar que no podía ser que la desesperación nos condujera al fin voluntario de nuestra existencia en la Tierra.

En algún momento dejamos de decirnos cosas. Ya casi no nos hablamos. Apenas compartimos las cosas realmente importantes y, cuando osamos a hacerlo, con frecuencia equivocamos los canales. Mi amiga-hermana me contó que a juzgar por las redes sociales de su amigo todo iba bien, pero se quitó la vida de igual modo.

Cada vez nos llamamos menos, nos tocamos menos, nos escuchamos menos, nos sentimos menos.

Cada vez acarreamos mayor presión por estar felices todo el tiempo, por demostrar éxito, viajes y ascensos laborales. Olvidando que tanto lo bueno como lo malo, lo alegre y lo triste, lo brillante y lo miserable forman parte de nuestro recorrido vital. Lo agradable y lo menos festivo nos brindan lecciones de gran valor que nos hacen mejores seres humanos.

Photo by Juan Pablo Rodriguez on Unsplash

Igual que mostramos fotos de viajes y vídeos de gatos, deberíamos encontrar la manera de compartir sin miedo ni vergüenza que no estamos en nuestro mejor momento y que nos vendría bien un poco de compañía, un hombro cálido en el que apoyarnos y un consejo que no nos juzgue.

No es posible tener tantas opciones de comunicación y levantarnos muchos días en soledad y sin saber cómo decir que el calor del corazón está a punto de enfriarse.

--

--

Fernando López del Prado
Stories Ethically Sourced

Passionate writer and world traveller who happens to be reasonably hedonist, mildly sophisticated, and a fierce supporter of diversity.