Tom Cruise. Misión Imposible.

Robar el Cine

SeirenFilms
StoryHackers
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5 min readDec 16, 2014

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Viajar a un Festival de Cine es divertido al principio. Como todo lo nuevo. Al decimoquinto Festival de cine del año empiezan a pasar cosas que tienen que ver con las razones fundamentales por las que uno hace lo que hace y cómo lo que hacemos, nos construye.

Personalmente no me metí a hacer películas para venderlas, para que se premien o para tomarme cocktails caros y sonreír para coproducciones. Uno, claro, lo hace, es parte del asunto, pero no es el asunto en sí mismo. No era con lo que soñaba de chiquita. No es mi tipo de fiesta.

En cada Festival vuelvo a repensar el por qué de las cosas ¿Por qué hay tantos festivales que simplemente son reuniones de industria, donde nos miramos todos a los ojos, los mismos de siempre y nos contamos qué estamos vendiendo? La misma situación que en la feria pero con RayBans y jetlag.

Me pregunto si estamos incubando tantas películas en formatos de tubos de ensayos auspiciados por Fondos que nos estamos perdiendo el mundo.

Me pregunto dónde está la gente de verdad en los festivales.

¿Por qué hay películas grandiosas programadas a las 3 de la tarde en un Multiplex y dónde está lo festivo de esta celebración?

¿Hay comunidad? ¿Dónde? Hay premios, eventos, eventitos, pero hay veces que una kermesse es más real que un festival.

Si venimos a hacer negocios deberíamos aprender de otras industrias, que hacen negocios de verdad con menos show. Si venimos de placeres gourmet, lo estamos haciendo muy mal.

San Juan. Festival de Cine. Podría ser en cualquier lugar del mundo eterno.

Camino por la calle, una persona de turismo me dice que ayer llevó a “los del cine” al Valle de la luna. Era el único día libre. Pienso que los festivales deberían ser eso, un espacio para que los narradores salgan a perseguir más historias e intercambiar menos postales. Un espacio para dejar de ser turistas.

Escucho en los pasillos lo clásico:

—¿Y ahora en qué andás?

—Una coproducción con España

—¡Bien! ¿Te enteraste del nuevo fondo a la coproducción de…

—¡No! ¿Cuánto te dan?

— Mucha plata

Todo esto es ilusión. Es lo mismo que escuchar:

—¿Y ahora en qué andás?

—Cazando vampiros

—¡¡ Bien!! ¿te enteraste que ahora Drácula tiene nuevo pasaporte?

— ¡No! ¿Y le servirá mi cuello?

— Mmm. No sé, es bastante tradicionalista, pero podés probar.

—Sí, me encanta la idea.

Rara vez uno escucha hablar de las ideas que te eligen, de las historias que uno tiene que parir, de cómo el cine te transforma y cómo uno transforma al cine. Sin embargo seguimos asistiendo a este tipo de fiestas. Seguimos llevando catálogos enormes que se cargan con el papel de tu selva. Vivimos volando para estar en habitaciones vacías, proyectando películas en salas semi-llenas e invadiendo ciudades como hormigas, ciudades que por un momento se sienten parte de algo que funciona.

Ilusión.

Porque realmente no funciona. No importa cuantas mesas redondas hagamos al respecto. Esto no funciona. El futuro no se siembra sobre las mismas bases.

Hay que repensar todo. Desde la creación, la distribución, la festivaleada y el rol del autor. Lo lamento, querramos o no, esto se nos viene como un tsunami en la cabeza y no hay mucho que se pueda hacer al respecto.

En un festival de creatividad no hay espacio para lo creativo, no hay espacio para lo improvisado, para lo vivo y viviente.

Decido irme al cine.

Ya la frase suena extraña.

Necesito la calma de la sala oscura por un rato. En el Festival proyectan Ivy Maraey, “Tierra sin mal”, de Juan Carlos Valdivia, un príncipe mago que siempre abrazó Durazno con toda su alma. Personas mágicas si las hay.

La película comienza hablando del Cine como Arma de Destrucción. La película cierra con Juan Carlos hablando de que ya no quiere hacer del cine un show, que hace las películas que vive, y por supuesto hace películas vivas. El amor, el éxtasis, el desgarro eterno de la creación, no tiene sentido si uno sólo piensa en filmar coproducciones. Las historias no tienen sentido si no hay nadie que las oiga.

Estamos confundiendo el cielo estrellado y su magnificencia con una diapositiva de la NASA. ¿Dónde estamos?

Ya en este zoológico, ni siquiera buscamos revivir dinosaurios, nos conformamos con dinosaurios de plástico que no podemos tocar.

¿Ahí es donde queremos estar ?

Cada vez que contamos una historia, el cerebro del narrador y el cerebro del que oye esa historia comienzan a sincronizarse. Se empiezan a encender las mismas areas del cerebro generando una poética red de empatía.

Quiero pensar qué red mágica quiero crear.

Quiero pensar en más películas vivas. Quiero más creadores que vivan. Quiero gente que en cada aventura reinvente el cine a su gusto. Quiero celebración ante las historias. Quiero atraparlas con mi red de mariposas y dejarlas libres después de un rato.

Quiero un cine más vivo, aunque tal vez ya deje de llamarse cine, pero al menos no intentaré detener un tsunami con historias de plástico. Sólo las historias de verdad, sobreviven. Sólo lo que es realmente libre, sale a flote y llega a destino. Sin duda y sin pausa. Es ley natural, y es obligación abrir bien los ojos para poder distinguir un jaguar en la selva, de un T-Rex de fibra de vidrio que auspicia galletitas.

Es nuestra decisión entender si el cine sale a las calles de nuevo o lo dejamos como una pieza de exhibición encerrada entre cuerdas.

Eso tampoco estaría mal.

Pero las historias de verdad, las historias que vibran siguen estando afuera, y entonces si realmente queremos rescatar al cine habrá que robarlo del museo.

¿Vamos?

María Laura Ruggiero #storyhackers

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Storytelling & Narrative Design. Explorando el lenguaje de los pixels. Haus of #Storyhackers. By María Laura Ruggiero