Beso en el hotel

Los momentos que precedieron la histórica fotografía francesa.

J.P. Restrepo
Suelo en Movimiento
2 min readMay 3, 2020

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El beso del Hotel de Ville (1950) Robert Doisneau. Fotografía en blanco y negro ELife/Rapho | Getty

Él tomaba esa ruta todos los días, por eso siempre llegaba tarde a su trabajo. Verla dibujando en su pequeño cuadernillo una mañana más, en el café al frente del hotel, era una excusa suficiente para justificar cualquier falta a su monótono empleo. Ella odiaba el café que servían en ese lugar, pero su sabor, aunque le parecía vomitivo, no evitaba que llegara temprano cada mañana, con la esperanza de ver pasar aquel hombre, que para ese momento ya despertaba tantos sentimientos en ella. Para matar el tiempo dibujaba, dibujaba los rostros de las personas que pasaban por la calle junto al hotel.

Él no aguantaba más, tenía que averiguar el nombre de la artista, dirigirle unas palabras, hacer algo. “Mañana hablaré con ella”, se dijo a sí mismo con una abrumadora determinación. Y así, lo que empezó con un “buenos días” el lunes, se transformó en una sonrisa el martes, un apretón de manos el miércoles, un abrazo el jueves y, finalmente, un beso en la mejilla en la mañana del viernes.

Todo cambió para ella. La libreta de minuciosos dibujos ahora estaba inundada de bocetos sin terminar, donde la mayoría de las líneas esbozaban intentos del rostro del hombre que se había adueñado de su corazón. Mientras tanto, para él, que se había propuesto invitarla a salir en su próximo encuentro matutino, las cosas cambiarían también. Su determinación fue acribillada por la presencia de una inesperada carta en su buzón. La tomó y procedió a leer el desgarrador mensaje:

Lamentamos informarle que debido a sus constantes faltas a la disciplina, la compañía ha decidido prescindir de sus servicios en la sucursal de París.

Será re-ubicado en Toulouse con efecto inmediato.

El sábado ella volvió temprano al café, a cumplir la cita acordada entre líneas. Esperó, pintando en su libreta como de costumbre, pero esta vez los trazos no quedaron a medias. Se sintió confundida y una sensación de soledad la atrapó por un instante, hasta que, justo antes de partir, reconoció la silueta que aparecía en la distancia. Ese rostro, que venía cabizbajo hacia la mesa, era el mismo que recién había plasmado en su papel. Segundos después, escuchó que le dijo: “Soy Philippe, y fue un placer conocerte. Adiós”.

Sin necesidad de explicaciones lo entendió todo y se abalanzó sobre él. No sabían que el beso que se dieron pasaría a la historia.

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