Insomnio

Nathalia Zuluaga
Suelo en Movimiento
3 min readAug 9, 2020
Foto: J.P. Restrepo @jpresshot (Instagram)

Apaga el cigarrillo en el cenicero; el número cincuenta del día y al parecer el último. Ha sido una larga jornada de trabajo llena de cabos sueltos y pistas sin paradero. Deja su sombrero de gamuza sobre el escritorio atestado de expedientes y mapas de la ciudad, y se deja caer en la cama fría, todavía con los zapatos puestos y el abrigo encima. Está exhausto y aunque los parpados le pesan toneladas, no consigue dormirse. Los recuerdos lo atormentan: llegan en ráfagas los años de búsquedas exitosas, casos dejados a medias y otros que por poco lo llevan a la muerte. Entre las imágenes del pasado trata de hallar soluciones a su presente, pero no encuentra más que un caldo informe de cabellos en lavabos, rostros ensangrentados, cigarrillos sin colillas y huellas cubiertas por el polvo de las calles. Desde hace varios meses no ve más que eso en la vigilia y en los sueños: nada. No ve nada. Ya no es el mismo joven audaz que resolvía los casos más inverosímiles en un pestañeo; ahora tiene veinte años más y muchos dolores que cargar.

Con los ojos entrecerrados se revuelca en la cama ensopado en sus propios jugos corporales. Suspira profundo con la esperanza de conciliar el sueño. El reloj de la mesa de noche marca las dos. Se revuelca y se revuelca. Los angustiosos pensamientos le envuelven la cabeza. Piensa que quizás sería mejor si se retirara del negocio, que hay muchos tipos nuevos y talentosos, que él ya está más del otro lado que de este, que ahora no tiene ganas de nada y que le atormenta la simple idea de levantarse a la mañana siguiente. Se revuelca y se revuelca. No encuentra ni el sueño, ni la paz, ni la lucidez que desea. El reloj da las cuatro. Se resigna a la idea de que no va a poder dormir ni un solo momento y se levanta a encender un cigarrillo. Vuelve a su mente la imagen de Valeria; aquel rostro que por más que se haya empeñado en olvidar, sigue atormentándolo. El humo sale despacio de su boca como reverenciando al viento. Valeria no deja de rondar su cabeza. Valeria; la mujer triste y hermosa que fue brutalmente golpeada por su marido hasta matarla. Valeria; de cuya muerte jamás se probó la verdad solo porque él no pudo conseguir pruebas. Valeria; el primer caso fallido de la que había sido hasta entonces una brillante carrera.

El reloj de la mesa de noche marca las seis, hora de irse al trabajo. Se siente aletargado y el insomnio le pesa en cada parte del cuerpo. No quiere moverse y mucho menos bañarse. Enciende otro cigarrillo y se para junto a la ventana a ver la salida del sol. Nota con sorpresa, aunque suceda todos los días delante de él, que los rayos naranjas iluminan las fachadas grises de los enormes edificios, que el tráfico creciente provoca una contracción en el canto de las pocas aves que quedan en el cielo, y que está muerto en vida. Totalmente muerto. Siente que por primera vez en mucho tiempo se le ocurre algo sensato y eso le dibuja una pequeña sonrisa en el rostro cuarteado. Siente también que le gustaría ser una de las aves que vaga por la atmósfera contaminada comiendo porquerías en cualquier parque. Siente que es el deseo más claro que ha tenido en toda su vida y sus ojos enmarcados por las ojeras se iluminan. Siente que odia ser humano y que su existencia se torna más miserable cada día. Es la mayor certidumbre que ha tenido en los cincuenta años que ha vivido. Eso lo invade de alegría y le da fuerzas para tomar una ducha e irse al trabajo de nuevo.

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Nathalia Zuluaga
Suelo en Movimiento

Estudiante de antropología. La música me mueve las fibras y las palabras me mantienen viva: escribo para sobrevivir.