Sobre endiosarse
La erudición está sobrevalorada, y algunos la están utilizando como un arma de autoritarismo intelectual.
No se trata precisamente del tipo de autoridad que tienen los padres sobre los hijos, los jefes sobre los trabajadores, ni los profesores sobre los estudiantes. Esta es autoproclamada y de carácter moral; un estatus social en el que ciertas personas creen que pueden decidir lo que está bien o mal del actuar del resto.
Es innegable que estar “actualizados” permanentemente nos facilita la vida. Las ideas se difunden rápido y en masa. Pero también es evidente que cuando las ideas de perspectivas estrechamente similares se alimentan cíclicamente, se dejan de lado elementos imprescindibles de contexto. Aún así, para el que está dentro del círculo, está todo contemplado. Pareciera que la relación entre el conocimiento adquirido y el acatamiento esperado es directamente proporcional.
Para amasar esto, traigo el cuidado del medio ambiente, como ejemplo claro de uno de los tantos espacios en que el crecimiento de la experticia está dando paso a un esnobismo sin frenos. Y me voy a ayudar de dos subejemplos: el primero es el video que circuló en redes sociales de una turista que, mientras camina en sus vacaciones por un mercado informal, se topa con un vendedor de gallinas. Las gallinas están en una jaula, y la turista, sacada de su paz vacacional, intenta liberar los animales. El segundo tiene que ver con una fotografía expuesta en El Testigo, la obra de Jesús Abad Colorado. Muestra a un hombre que huyendo de su tierra, víctima del desplazamiento forzado, lleva un marrano a cuestas.
Y es aquí cuando pienso, ¿será que la empatía le nubló el privilegio a esa mujer? ¿Habrá quien piense que ese hombre es un promotor del maltrato animal? Esas imágenes son la representación de mundos carentes de oportunidades, de contextos de pobreza, y peor aún, de guerra. Me pregunto si antes de emitir juicios hay cabida para unos segundos de reflexión sobre los contextos ajenos al propio. Es posible que las realidades de unos sean tan dispares a las de otros que el problema no sea aceptarlas, sino comprenderlas. Esos animales significan la supervivencia de esos dos hombres, no crueldad ni odio por el mundo o la naturaleza.
Está claro que saber de algo construye pensamiento, da respaldo a la opinión y aporta herramientas para debatir con argumentos. Pero ninguna de las anteriores se traduce en superioridad moral. Tampoco en licencia para calificar.
Me parece triste cómo el cuidado del medio ambiente, que es una problemática sensible para todos, nos ha fijado en el portaobjetos de un microscopio. Se ha impuesto como un ejercicio que, por un lado, debemos practicar, y por otro, hacerlo impecablemente. Si se intenta y se logra, bienvenido al club; si se intenta y no es perfecto, al levantar la mirada solo habrá dedos señalando desde todas las direcciones.
Traigo a colación las palabras de Martín Kohan:
“No sos mejor, ni estás por encima de nadie si leés. Hay que dejar de endiosar a la lectura”.
No solo aplica para la lectura, también para la experticia ambulante en cualquier materia. En este caso, creo yo, hay que dejar de endiosarse.
Endiosarse por saber de algo que el otro no, o por asumir que solo existe una verdad. Por esperar el aplauso que creen merecer por hacer unas cosas bien. Afuera de los dos pequeños mundos que son la lectura y el medio ambiente, por ejemplo, hay muchísimos más. La perfección no se ha inventado todavía y seguramente aquel que tiene la lupa puesta sobre otro, también tiene una, o varias, encima suyo. Entonces, ¿por qué no plantear un discurso más invitador y menos calificador?
Extraordinario sería ver al experto en el equipo de los que aún tienen mucho por aprender, en lugar de quedarse en la cancha de los que saben, aplican y califican desde su misma realidad.
Y soltar la lupa de paso… así no se cansa tanto el brazo.
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