Te estoy viendo

Ivana Nieto Aristizábal
Suelo en Movimiento
5 min readJul 12, 2020
Ilustración original por Laura V. Ruiz @lavaskull_ (Instagram)

Apagala. Por favor, apagala. Llevás una hora silenciando esos grillos cada diez minutos, que además de todo suenan durísimo. Y no, que hayás escogido el sonido de unos grillos como alarma no lo hace menos perturbador. Otra vez, quién te aguanta. No sé cuál es el momento en que tu cuerpo decide que ya fue suficiente semejante tortura cerebral.

Sí, te ves tan mareada como te sentís. ¿Qué tal si te bañás? Ah bueno, no. Mejor un tinto hirviendo (huele delicioso). Cada que llegás con él en la mano, me queda la duda de si es un placer de la rutina mañanera o una estrategia para sobrevivir a la madrugada que tanto te cuesta. Pero no te culpo, lo tuyo es de familia. Con vos al menos son grillos, con tu hermano es ese ruido insufrible y tritura-oídos que hasta acá se escucha.

¿Y ahora qué?, mirás la cama como con ganas de tenderla… ¿O acaso la mirás con ganas de echarte otra vez? Desde este ángulo ya no puedo descifrar tu cara; pero no, ponete seria que al café no se le hace siesta. Mirá como arrancaste de bien el lunes. Sí, sonaron los grillos treinta y dos veces, pero te paraste directo a la ducha helada, organizaste el desorden de la cama y el escritorio— como dicen todos esos blogs de buenos hábitos, que por ahí se empieza — . Eso sí, me tenés sorprendida con eso del agua fría, si antes un sauna te quedaba pendejo. ¿Si ves que sí podés? Sin tenerte fe, ya llevas qué… como un año largo en esas.

Qué curioso cómo no podés dejar pasar la famosa “lista de cosas por hacer” de cada día. Sí, es fácil entender que es otra de las formas de ordenarse. Se nota cómo disfrutás dibujarle una nube al título, hacerle garabatos que al final funcionan como convenciones que solo vos entendés y subrayar cada misión cumplida por insignificante que sea. Ajá, es reconfortante hacerlo, todos sabemos. Ajá, también sabemos que sin eso no podés seguir adelante. Y también sabemos que no soportás resaltar del mismo color dos días seguidos. Pero todo sea por el bien de pasar el semestre.

Ve, te están llamando y no te das cuenta porque mantenés con ese celular en silencio. ¡Ve! ¡Ve! Van dos llamadas perdidas. Cuando las veás vas a sentir vergüenza, pero seguro, segurísimo, no vas a activar el sonido del celular después de eso. Ajá, ese ruido siempre te ha molestado. Pero amiga, ayudate, ¿o qué?

Se te nota en la cara que esperás este momento con ansias. El desayuno casero que no cambiás por nada; la arepa blanca con un huevo frito encima mientras se derrite el queso en el chocolate caliente… Sí, ya sabemos que en tu casa es con chocolate y que antes, ni por error había café. Pero vení, eso de saborearte cada mordisco mientras escuchás las clases virtuales se lo tenés que agradecer a esta eterna pandemia. Lo agridulce del momento es que siempre coincide con la clase de cálculo 2 — que nadie sabe cómo la vas a pasar, porque gente floja para los números y vos — . Sí, la pandemia tiene sus contras, pero también tiene sus pros.

Si ves, yo sabía. Ahí estás viendo las llamadas perdidas cuarenta y cinco minutos después, tapándote la boca con la mano, abriendo los ojos y alzando las cejas pensando cómo pedir disculpas. Pero como te incomoda que suene…

Me distraigo un rato y ya tenés Zoom abierto, el ceño fruncido y se nota que estás respirando rápido. ¿Qué está pasando aquí? Esta vieja está bravísima y está hablando como durito… ¡Ve, esperate! ¿Qué? ¡Uishhh! ¿De qué me perdí? ¿Pero qué te hicieron? Marica, esta vieja a lo bien está bra-ví-si-ma. Dejame decirte que nunca te había visto así de alterada. ¡Uishhhh! Calmate… Como te venía diciendo, sabía de clases, reuniones, de gente jugando en videollamadas… ¿Pero una pelea? ¡Eso sí es la tapa! Es que me da hasta risa. Y no solo a mí, mirá el gato, ¡está que se va de espaldas! Sí, sí… Ya sé que la pandemia lo trastorna a uno, pero se acaba ella o te acabás vos. Y mirate, ya estás bien otra vez. Qué drama. Más bien terminá el almuerzo, que se te enfrió por estar acá mariquiando, y buscate el link de la meditación de hoy. A propósito, te recuerdo que llevás dos de los catorce días que dura el reto de meditar quince minutos diarios. Sí, eso sobraba… Pero hoy no le saqués el cuerpo que te vendría bien.

¿Por qué mirás tanto la hora?… Ya sé, ya van a ser las nueve. Esa tal feria del libro en casa te ocupó la noche por veinte días sin que te dieras cuenta y ahí estás corriendo pa’ no incumplirle al contrato que le firmaste mentalmente a la lectura en voz alta. No veo dónde tenés el libro, además ayer te la perdiste. Con razón te quedaste una hora ahí pegada desatrasando lo que no habías visto. Ya sé que es la oportunidad de leer el libro “juiciosamente”. Ajá… que sí, que vale la pena.

Uf, esta sí que es la peor parte. Mirar en la lista las tareas que quedaron pendientes, darse golpes de pecho y pensar en las nuevas que se van a ir sumando al empezar la mañana e igualmente querer chulear todo lo que sea posible para poder cumplir con el cuarto día de meditación y los dos capítulos del libro que siguen y ojalá poder estar en la película que van a ver todos en la sala. Y aprovechando que ya está el dedo en la llaga, no sobra recordarte que en la bandeja de entrada llevás marcando como no leídos los correos que te mandan del curso de arte moderno que dejaste a medias y el otro en el que te enseñan a poner puntos y comas, que estás a nada de desertar también. Y lo último: en el Post It que tenés pegado al frente dice “hacer ejercicio” debajo del título “Día ideal”.

Pero es que amiga, vuelve y juega: no te ayudás. El que mucho abarca, poco aprieta. Dirían varios por ahí.

Yo sé lo que te cuesta la última tarea del día. Cada alarma que activás la sentís como una puñalada. Pero no hay de otra, porque si no ponés al menos diez, no podés. Pero dale que ya sé perfectamente cómo será mañana. Esta cuarentena me tiene entrenada. O más bien, de lo que me doy cuenta es que estás es llena de pendejadas.

A todas estas, qué raro que esta vieja no me haya pegado un sticker encima, como toda esa gente paranoica que cree que por aquí la espían. Porque al paso que vamos, o se acaba la pandemia o la que se acaba soy yo.

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