La red de Caronte

Gemma Herrero Virto
Suspense en español
384 min readApr 7, 2014

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Gemma Herrero Virto

Copyright 2014 Gemma Herrero Virto

Licencia de uso:

Gracias por descargar este libro electrónico gratuito. Se permite su reproducción, copia y distribución con fines no comerciales, siempre y cuando el libro se haga de manera integral. Si disfrutaste este libro, puedes encontrar información sobre mis otras obras en las páginas finales de esta novela. Gracias por tu apoyo.

A Julen, por creer en mis locuras más que yo misma.

A Luana y Halley, por las miradas más bonitas del mundo.

A Iratxe, Jessica e Izaskun, por las peleas y las risas.

A mis padres, por todo.

NOTA

El libro original, tal como fue concebido, incluía una serie de transcripciones de chats en las que, para diferenciar a los participantes, se utilizaban diferentes fuentes. Incluso se incluye en uno de los capítulos un análisis grafológico de la fuente que el asesino utiliza en sus chats (por si tenéis curiosidad, es la Lucida Calligraphy).

Por desgracia, al pasar el libro a formato epub, el cambio de fuentes y tamaños da error, por lo que he tenido que eliminarlas. Os pido que, al igual que utilizáis la imaginación para ver los diferentes lugares y personajes de la novela, podáis utilizarla para suplir este problema técnico.

Espero que disfrutéis con la novela. Un abrazo,

Gemma Herrero Virto

PRÓLOGO

El lugar era perfecto. La cuneta de una carretera oscura y solitaria, la pronunciada caída, la maleza espesa del fondo del barranco… Tardarían mucho tiempo en encontrarla. Abrió el maletero y, haciendo un gran esfuerzo, extrajo el bulto envuelto en plástico. Parecía imposible que un cuerpo tan pequeño pudiese pesar tanto. Intentó arrastrarlo pero no encontró ningún lugar por donde sujetarlo. El sudor de sus manos hacía que se resbalase. Con un fuerte tirón, lo hizo girar sobre el asfalto para liberarlo del envoltorio que lo cubría. Se agachó y la sujetó por debajo de los brazos, intentando no fijarse en la sangre, en las terribles heridas… Tiró con fuerza y consiguió mover el cuerpo, unos centímetros cada vez.

Una luz iluminó la escena. Se oía el ronroneo lejano de un motor. Algo se acercaba. Se esforzó aún más en arrastrar el cadáver, hasta interponer el coche entre el otro vehículo y la carretera. Se agachó y contuvo la respiración mientras la brillante luz se hacía más potente. Le pareció que reducía la velocidad y rogó en silencio por que no se detuviera. El coche pasó a su lado lentamente, la luz se deslizó sobre el cuerpo de la chica revelando los cortes, las mutilaciones… Cerró los ojos con fuerza. Quería olvidarlo, no volver a verlo. El ruido del motor pasó de largo y se perdió en la distancia. Se mantuvo con los ojos cerrados, intentando borrar de su memoria las imágenes que asaltaban su mente, haciéndole daño: sus ojos brillantes, su sonrisa ilusionada, su dulzura… Se levantó, luchando por contener las lágrimas. Debía acabar con aquello cuanto antes. No serviría de nada torturarse. Ya estaba hecho y no había marcha atrás.

Volvió a tirar del cuerpo, lo acercó al borde y lo empujó. Cayó durante un tiempo infinito, como si el viento intentase conservarlo en el aire. Se forzó a observarlo hasta que desapareció en la oscuridad, intentando asegurarse de que no sería visible desde la carretera. Ya estaba hecho. Ahora debía olvidar los remordimientos, borrar los recuerdos de los gritos, de la sangre, de la blandura del cuerpo y la dureza del hueso. Había hecho lo que debía y no tenía por que arrepentirse. Ese sacrificio había cumplido su cometido, le había proporcionado algo de tiempo, una oportunidad de redención. Y le había hecho sentir en paz, algo que, hasta esa noche, había creído vedado para siempre.

I. LA CONEXIÓN

CAPÍTULO UNO

Aparcó en el arcén y esperó unos segundos, con las manos aferrando con fuerza el volante. Natalia intentó calmar los acelerados latidos de su corazón. Los coches oficiales aparcados al borde de la carretera le indicaban que había llegado. Aquella era la primera escena del crimen a la que era asignada como forense y quería hacerlo bien. Necesitaba hacerlo bien. Observó las luces que llegaban hasta la carretera, colándose entre los árboles. Allá abajo debía estar situado el cordón policial. La ladera que llevaba hasta allí parecía muy empinada y las ramas bajas impedían divisar un camino practicable. Se bajó del coche y se acercó hasta la cuneta. No existía un camino, sólo una cuesta resbaladiza debido a la incesante lluvia.

Recogió su maletín y, maldiciéndose por haberse puesto aquellos zapatos de tacón alto, empezó a bajar la pendiente. Los árboles, tristes y enfermizos con aquella luz, estaban muy juntos y le hacían difícil avanzar, pero permitían que fuese apoyándose en los troncos para evitar que cayese rodando. El bosque aparecía cubierto por una espesa niebla que convertía el paisaje en algo difuso, como si fantasmas plateados danzasen entre las ramas bajas. El aire estaba tan saturado de humedad que parecía inundar su boca con cada respiración. Olía a tierra mojada, a hojas podridas, a lugares oscuros… Casi parecía que estuviese andando sobre un colchón blando, formado por el barro y las hojas muertas acumuladas allí durante años. Esa sensación bajo sus pies le trajo a la memoria la textura de la carne de los cadáveres en descomposición, haciéndole sentir enferma.

Los árboles fueron dispersándose, dando paso a un claro en el que un grupo de agentes se movía rápida pero ordenadamente. A pesar de la actividad reinante su mirada se clavó en el bulto que yacía en el suelo, cubierto por un impermeable amarillo que la lluvia había pegado al cuerpo, dibujando con claridad cada contorno. Sintió que su pulso se aceleraba de nuevo. Era tan pequeño…

Se acercó, saludando con la cabeza, hasta quedar a unos metros. Allí, dos hombres tomaban notas. Natalia les observó durante unos segundos, absortos cada uno en su propio trabajo, sin consultarse ni dirigirse una palabra. Uno de ellos levantó la vista de lo que escribía y se aproximó a ella. Cuando estuvo más cerca Natalia lo reconoció. Carlos Vega, uno de los inspectores de homicidios con más experiencia de la central. Ella se irguió, adoptando su pose más profesional. ¿No podía haberle tocado trabajar con alguien que no fuese a darse cuenta del más mínimo error que ella pudiese cometer? Él se quitó los guantes, los guardó en un bolsillo de su desgastado abrigo, e intentó sin éxito apartarse unos humedecidos mechones de pelo negro que le caían desordenados sobre la frente.

— Buenas noches. Soy Natalia Egaña, la forense asignada al caso— saludó ella.

— Buenas noches— contestó él-. ¿Podría decirme dónde está el doctor Salazar? Llamé a la central pidiendo que le enviaran a él.

— Lo sé pero estaba ocupado. No se preocupe, podré encargarme yo.

Él la miró durante unos segundos, se encogió de hombros y se giró para caminar hacia el borde del claro.

— Está bien. Tendré que conformarme con lo que haya.

Natalia le siguió, dolida. Era verdad que no tenía experiencia en la investigación de la escena del crimen y que se sentía nerviosa, pero contaba con los conocimientos necesarios para ese trabajo y él no tenía derecho a prejuzgarla de esa manera.

— No se preocupe. Le prometo que mi trabajo será tan profesional que, en caso de que se cometa algún fallo en esta investigación, éste sólo podrá ser debido a su ineptitud— le dijo, recalcando las dos últimas palabras-. ¿Qué han encontrado?

Él se giró hacia ella, con el ceño fruncido. Natalia le mantuvo la mirada, retándole a que la contestase pero él no dijo nada. Siguió caminando hasta llegar al lado de uno de los agentes.

— Perdona, ¿podrías ir con algún compañero a acordonar esa zona?

Carlos señaló una campa situada varios metros más arriba de donde se encontraba el cuerpo. Por las luces de los coches que la iluminaban de vez en cuando, debía haber una carretera muy cerca.

— ¿Para qué les ha mandado ahí?— insistió Natalia, colocándose a su lado.

— Es imposible que el asesino bajase el cadáver hasta aquí por donde hemos llegado nosotros. Y también sería muy difícil haberla obligado a bajar si aun seguía viva, a no ser que lo haya hecho un grupo, lo cual no me convence. Por eso creo que, dado lo apartado de este lugar, el asesino debió llegar hasta aquí con ella en coche, paró durante unos instantes en ese lugar y la arrojó desde ahí— Carlos fue señalando los diferentes sitios de los que hablaba-. Además, por la disposición de sus miembros es fácil deducir que el cuerpo cayó desde una altura, aunque por el resto de sus lesiones creo que ya estaba muerta para entonces. ¿Alguna pregunta más?

Natalia negó con la cabeza, sintiéndose incomoda. ¿Qué había sido aquello? ¿Una lección magistral para la “novata”? Ella ni siquiera había tenido la oportunidad de ver el cuerpo pero él le hablaba como si ella ya hubiese tenido que deducirlo. Se separó un par de pasos de él, dirigiéndose de nuevo hacia el centro del claro. Roberto, el compañero de Carlos, seguía escribiendo en su libreta. Al oír sus pasos acercándose, levantó un segundo la mirada para volver a bajarla instantáneamente sin saludarla. Natalia le observó, molesta. Había oído hablar mucho de él en la central, y casi nada bueno. Pertenecía a la elite de la academia, el número uno de su promoción, una especie de superagente del FBI. Incluso lo parecía: impecables trajes grises de marca, joven, alto, guapo… Hasta lucía un perfecto hoyito en la barbilla. Natalia intentó ignorar la sensación inicial de aversión que él le producía y se acercó al cuerpo, sintiéndose al instante golpeada por el hedor de la carne corrompida. Levantó el impermeable por una esquina. La imagen la sobrecogió, produciéndole una intensa sensación de mareo, como si su cerebro quisiera desconectar para ignorar aquel horror. Respiró con fuerza y se obligó a controlarse. Era una profesional, ya había visto otros cadáveres. Comportándose maquinalmente, realizó a toda velocidad los procedimientos establecidos para certificar la muerte y volvió a bajar el impermeable, como si con ello pudiese conseguir que no estuviese allí. Levantó la vista y se encontró con la mirada de Roberto. Seguro que había estado evaluándola y que su primera reacción no le había pasado inadvertida. Ella se incorporó, esquivando sus ojos para escribir en la libreta.

— ¿El impermeable puede pertenecer al asesino?

— No, es de uno de los dos cazadores que la encontraron— contestó Roberto, riendo entre dientes-. Al muy estúpido le dio pena dejar a la chica así y la tapó antes de ir a llamarnos.

Natalia sintió ganas de preguntarle que tenía de graciosa la compasión, pero prefirió dejarlo estar. Se alejó del cadáver y se encaminó hacia Carlos, para informarle de que ya se podía proceder al levantamiento del cuerpo. Después caminó unos pasos, salió de la zona acordonada y empezó a anotar sus primeras impresiones. Levantó la cabeza y echó de nuevo una mirada en derredor, observando como los potentes focos rasgaban la niebla y doraban la suave lluvia. En medio de todo aquello, el impermeable amarillo reclamaba toda su atención. Le resultaba difícil concentrarse en el informe que tenía que realizar, como si su mente se negase a recordar ese cuerpo mutilado, esas cuencas vacías… Una lágrima cayó de sus ojos sobre la libreta, diluyendo la tinta. Natalia la cerró y se apoyó en el tronco de un árbol, alegrándose de que la lluvia, que seguía cayendo imparable, disimulase lo poco profesional que se sentía.

El cuerpo yacía en la mesa de autopsias, cubierto ahora por una sábana blanca. Natalia caminó alrededor, sabiendo que no podía postergar mucho más el momento. Ya había preparado todo su instrumental de manera minuciosa, intentando encontrar tranquilidad y fuerza en aquel ritual conocido, pero seguía sintiéndose incomoda, fuera de lugar. Se dirigió al lavabo situado en una esquina de la habitación y se lavó las manos. El pequeño espejo le devolvió su imagen. Parecía la misma Natalia de todos los días pero ella se dio cuenta de que no era así. Su piel estaba más pálida y en sus ojos grises, que normalmente mostraban una mirada confiada, brillaba el miedo.

— Estás aterrada— le dijo a su reflejo mientras se recogía la larga cabellera castaña en un moño-. Tienes que conseguir controlarte. Es sólo trabajo.

Volvió a situarse frente a la mesa. Debía tratar de encontrarle la parte positiva a todo aquello. Se trataba de un gran caso, el asesinato violento de una adolescente. No era algo que se produjese con mucha frecuencia en Vizcaya y, desde luego, era aún más excepcional que se lo hubiesen asignado a una forense que acababa de ingresar en la Ertzaintza y que aún tenía todo por demostrar. Eso significaba que confiaban en ella, que su currículum les había impresionado. Y, si conseguía hacer bien ese trabajo, si conseguía aportar pistas relevantes para la resolución del caso, eso podría llevarla aún más alto: un ascenso fulgurante, una brillante carrera… Era por aquello por lo que llevaba luchando toda su vida. Sintiéndose más segura, destapó el cuerpo para verse de nuevo golpeada por el horror, por la incredulidad, por los deseos de vengarse de quien hubiese cometido esas atrocidades con aquella niña. Se apoyó un momento en la mesa con los ojos cerrados. Debía ser profesional. Hacer bien su trabajo era la manera más eficaz de vengarse, de conseguir que aquel monstruo pagase por lo que había hecho. Volvió a abrir los ojos, forzándose a dejar los sentimientos a un lado. Después de todo, llevaba toda la vida haciéndolo.

Horas después, llamó a la sección de homicidios y avisó que ya tenía los resultados. Mientras esperaba a que uno de los inspectores bajase a verla, se sentó a repasar el informe que había preparado. La puerta se abrió unos minutos después y Carlos entró en el despacho. Natalia levantó la vista pero él no la saludó. Se limitó a quedarse parado de pie, mirándola. Ella se sintió incomoda con esa mirada. Le pareció que él la evaluaba tal y como lo habría hecho con la camarera del otro lado de la barra a la que planeaba ligarse. Decidió evaluarle también: pelo moreno que le caía alborotado sobre la frente, ojos verdes brillantes, rasgos marcados. Podría haberle resultado atractivo si no fuese por su aspecto descuidado y por que debía rondar los cuarenta años. El no pareció incomodo con el examen así que ella cerró con fuerza la carpeta y le clavó una mirada enfadada:

— ¿Y bien? ¿Piensa quedarse ahí sin preguntar nada? ¿No tiene ninguna duda?

— Sí, tengo una… ¿Cómo consigue usted parecer el ser más frío de esta habitación si todos los demás están muertos?— preguntó Carlos con una sonrisa.

— Encantador. ¿Conquista usted muchas mujeres con ese carácter tan dulce?

— Mi carácter es muchísimo más dulce con las mujeres que me interesan. Por desgracia, esa es una faceta de mí que usted nunca descubrirá— Natalia le miró sarcásticamente durante unos segundos, dejando traslucir el poquísimo interés que las facetas de personalidad de Carlos le provocaban-. Bueno, dejémonos de bobadas. Tenemos que trabajar juntos, así que intentemos no matarnos. ¿Qué ha descubierto?

— Está bien, Bianca Rodríguez, catorce años, hembra de raza blanca… — comenzó a recitar ella.

— Eso lo sabe toda Vizcaya a estas horas, lo he oído hasta en la tele… ¿Algo que sólo usted sepa?

— Había dicho que íbamos a intentar llevarnos bien— dijo ella, levantando la vista del informe-. La causa de la muerte es una puñalada en el corazón que seccionó la arteria coronaria derecha. También presenta amputación de las dos manos, extirpación de los globos oculares y tres hematomas en el occipital…

— ¿En el qué? Oiga, si quisiera palabras técnicas, leería su informe. He venido aquí para que me lo explique.

— Bien, no se enfade. Pensé que me estaba entendiendo— Natalia esbozó una sonrisa. Ahora estaba en su terreno, le haría pagar por la lección de la noche anterior-. Bianca recibió tres golpes en la nuca, seguramente con el objetivo de dejarla inconsciente y poder trasladarla. El asesino le clavó un cuchillo de unos quince centímetros de largo en el corazón y le cortó las dos manos, creo que con un hacha o machete. Después le vació las cuencas oculares, supongo que con el mismo cuchillo con el que la asesinó, ya que he encontrado gran cantidad de muescas muy profundas en las orbitas supraoculares, lo que señala que la extirpación no fue realizada con un instrumento de precisión. Ni el cuchillo ni el hacha han sido encontrados, lo mismo que los ojos y las manos.

— ¿Grupo sanguíneo del asesino? ¿Restos de semen?— siguió preguntando él.

— Nada de eso. Por el estado de descomposición del cuerpo podemos deducir que llevaba muerta unas tres semanas, expuesta a los elementos y a los animales salvajes. La verdad es que, si el asesino dejó alguna pista, se ha esfumado todo… Sólo hemos encontrado sangre del grupo A positivo, que es el de Bianca. En cuanto a los restos de semen, no la violó. Ni siquiera creo que lo intentara.

— ¿No la violó?— preguntó Carlos, incrédulo— Mierda, estaba convencido de que el móvil era sexual. ¿Algún otro dato?

— Por ahora, no… Ni huellas, ni trozos de piel, pelo o tejidos, nada… Pero seguiré estudiándolo. Si encuentro algo más, se lo notificaré de inmediato.

— Bien, en cuanto pueda, envíeme una copia del informe preliminar a mi despacho. Gracias.

Carlos se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Natalia miró incrédula como él se alejaba. ¿Eso era todo lo que él quería escuchar? Aquello se lo podría haber contado cualquier estudiante de Medicina, sin ser demasiado brillante. Ella tenía mucho más que aportar y la prepotencia de Carlos no iba a impedírselo.

— ¿Es qué no va a preguntarme qué pienso del asesino?

— Hombre, pues supongo que no le caerá a usted muy simpático, como a todos— contestó Carlos, dándose la vuelta.

— No sea imbécil. Me refiero a si no se va a interesar por las conclusiones que he podido sacar sobre nuestro hombre mientras hacía la autopsia.

— ¿”Nuestro hombre”?— Carlos se acercó hasta situarse a pocos centímetros de ella— Creo que no le han explicado bien las funciones de cada cual en esto. Yo investigo, yo saco conclusiones, yo busco a “mi hombre”. Comprendo que usted, al ser nueva, no tiene todavía muy claro su trabajo. Se lo explicaré. Usted sólo está asignada al caso para certificar la muerte de la víctima, hacer algunas observaciones en la escena del crimen y después venir aquí a realizar la autopsia y preparar un informe para que los investigadores podamos trabajar. Se lo voy a decir aún más claro: usted destripa y apunta. ¿Lo entiende?

— No, no lo entiendo… Tengo un master en psicología forense y puedo hacer más cosas que destripar y apuntar. Puedo decirle cómo piensa ese tipo, cuáles son sus motivaciones, cómo volverá a atacar…— insistió ella, sintiendo que su ira crecía a cada segundo.

— ¿Y de dónde saca usted qué volverá a atacar?— preguntó él, fingiéndose interesado.

— Los asesinos en serie no pueden detenerse, así que…

— Pues un solo asesinato no es una serie muy larga que digamos— le cortó él, lanzándole otra de sus odiosas sonrisitas irónicas.

— Si me escuchara, vería que tengo razón en lo que digo— insistió ella.

— No. Llevo diez minutos escuchándola y lo que veo es a una novata que quiere tener entre sus manos a un Jack el destripador para resolverlo solita y ascender muy rápido pero que lo único que va a conseguir es complicarme la vida. Además, si necesitará conclusiones sobre la personalidad de ese tipo, me dirigiría al departamento de psicología forense. Está en esta misma planta pero tengo una mala noticia para usted: no le han asignado a él, así que haga el favor de concentrarse en su trabajo y dejar que los profesionales de verdad hagamos el nuestro.

Carlos volvió a sonreír, le dijo adiós con la cabeza y se dirigió a la puerta. Natalia sintió que la vergüenza y la ira hacían enrojecer sus mejillas. ¿Quién se había creído que era para juzgarla de aquella manera? Ella era una gran profesional, dominaba su trabajo y podía ayudar a resolver aquella investigación. E iba a demostrárselo, le gustase a él o no.

— ¿Acaso tiene miedo de que una mujer pueda superarle?

Carlos se giró de nuevo y volvió a colocarse a pocos centímetros de ella. Natalia se irguió aún más, tratando de demostrarle que no iba a asustarse por él.

— No sé como tengo que explicárselo para que le quede claro. No tengo miedo de que nadie me supere, sea hombre o mujer. Sólo quiero hacer mi trabajo sin tener que cuidar de que alguien me meta en problemas y menos que nadie usted, que ni siquiera me cae bien. ¿Lo entiende ahora?

— Sí, lo entiendo. Hagamos un trato. Usted me deja que le ayude con el caso…

— ¡Que no, joder! ¿Es que no hablamos el mismo idioma? Además, yo ya tengo un compañero. ¿Por qué no va a molestarle a él?

— Lo pensé pero Roberto me cae incluso peor que usted— contestó ella-. Y sospecho que a usted tampoco le gusta.

Él se quedó callado unos segundos, mirándola sorprendido. Natalia se alegró de haber acertado en sus reflexiones. Había estado observando cómo trabajaban la noche anterior y le había parecido bastante claro que el hecho de que los dos investigadores asignados al caso no se dirigiesen la palabra no debía ser el procedimiento habitual. Decidió aprovechar ese silencio para continuar insistiendo.

— Escúcheme, yo no le caigo bien, ¿verdad? Pues le estoy dando la oportunidad de librarse de mí. Yo le ayudo con el caso y, según usted, meteré la pata y le causaré problemas, ¿no?

— De eso no tengo ninguna duda. Siga, lo de librarme de usted me interesa— Carlos sonrió de nuevo. Esta vez su sonrisa le pareció sincera así que se la devolvió.

— Bien, en la primera ocasión en que yo interfiera en sus investigaciones o le cause un problema, por pequeño que parezca, solicitaré mi traslado a otro centro.

— ¿Y si no acepto?

— Me tendrá aquí para siempre, me ofrezcan el puesto que me ofrezcan. Puedo ser su peor pesadilla.

Carlos resopló, dirigió su mirada al techo con expresión desesperada y murmuró “mujeres”. Después la miró y sonrió de nuevo.

— Está bien. Le doy una oportunidad, pero sólo una. ¿Qué piensa del asesino?

Natalia intentó controlar su alegría mientras pensaba que quizá no era tan desagradable como le había parecido en un primer momento. Chocó su mano con la de él para cerrar el trato y contestó:

— Que no me cae muy simpático, como a todos.

CAPÍTULO DOS

Estaban sentados en el Capri, el bar donde la gente de comisaría iba a tomarse una copa al salir del trabajo, antes de volver a casa. Natalia observó el lugar en silencio mientras Carlos recogía de la barra los cafés que había pedido. Las paredes estaban recubiertas de madera oscura, la iluminación era tenue y por los altavoces llegaba una suave música. Habría sido un sitio tranquilo y agradable si no fuese por los gritos del grupo que jugaba a los dardos en una esquina y por el continuo sonido de las máquinas tragaperras de la entrada. Natalia no había estado antes allí. Llevaba poco tiempo en el trabajo y nunca había tenido facilidad para hacer amigos, así que hasta ese día nadie la había invitado a acompañarle a tomar una copa a la salida. Sintió de nuevo la sensación de que las cosas empezaban a marchar bien. Carlos apareció con las tazas, se sentó frente a ella y cruzó los brazos sobre la mesa.

— Bien, empieza con tus eruditas conclusiones. Estoy esperando a ser iluminado.

Natalia se dedicó a remover el café mientras observaba sus notas. No le había pasado desapercibido que él había abandonado el frío “usted”. Quizá empezaba a verla como a una compañera. Decidió hacer lo mismo. Debía intentar llevarse bien con él si iban a trabajar juntos.

— Deja de ser sarcástico y escúchame— él esbozó una tímida sonrisa de disculpa y la animó a continuar con un gesto de la cabeza-. Todo esto no son más que hipótesis obtenidas de contrastar los datos de la autopsia con las teorías de la personalidad criminal que establece la psicología forense. Con esto quiero decir que no lo tomes por hechos objetivos, sólo por un punto por dónde empezar.

— Tranquila, no pensaba tomar por un hecho objetivo nada de lo que dijeses.

— ¿Sarcástico otra vez? ¿No habías prometido ser bueno?

Natalia levantó la mirada de sus papeles y le sonrió con dulzura. Él asintió pidiendo disculpas y se apresuró a buscar un cigarrillo. ¿Había conseguido avergonzarle? Lastima de iluminación. Le habría gustado saber si el duro inspector podía sonrojarse.

— Bien, empecemos por el análisis de los golpes en la cabeza— continuó ella-. Por la trayectoria podemos suponer que el asesino es un hombre de corta estatura. Los golpes no siguen una trayectoria descendente por lo que hay que suponer que el asesino era de la misma altura que la víctima o sólo un poco más alto, es decir, yo apostaría a que mide entre un metro sesenta y un metro sesenta y cinco.

— Vaya, no está mal… No hay muchos hombres con esa constitución. Eso reduce algo las posibilidades. Mandaré que se busquen las fichas de los asesinos de esa altura que estén en libertad y tendremos por dónde empezar…

— Espera, no creo que sirva para nada. Puedes hacerlo si ese es el procedimiento pero, analizando los golpes en la cabeza, creo que este es el primer crimen de nuestro asesino— Carlos la miró sorprendido y empezó a apuntar en su libreta mientras ella seguía hablando, intentando explicarse-. Necesitó tres golpes para dejar a la víctima inconsciente y poder trasladarla. Eso hace pensar en una falta de experiencia. Estoy segura de que en los siguientes crímenes mejorará. Si le dejamos, claro. También deducimos que es el asesino es una persona débil por los rasponazos que he observado en las piernas de la víctima. Tuvo que arrastrarla para conducirla desde el coche hasta el lugar en el que la arrojó al bosque. Nada de llevarla en brazos, ¿comprendes?

Carlos asintió con la cabeza mientras seguía apuntando interesado, sin levantar la vista de su libreta de notas. Natalia se permitió parar unos segundos para beber un trago de café, intentando ordenar sus pensamientos. Por el momento parecía que iba bien y que le estaba impresionando. Esbozó una sonrisa de triunfo y continuó:

— Los datos que te he dado hasta ahora son conclusiones objetivas extraídas de la autopsia sobre el físico de nuestro hombre. Pasaré ahora a lo que he podido deducir de su personalidad. A pesar de que no hubo intento de violación, sigo pensando que el móvil del crimen fue sexual, al menos mientras no tengamos pruebas de que el asesino la conocía y que tenía motivos para odiar a la víctima de esa manera y, francamente, no se me ocurre que puede haber hecho una niña de catorce años para merecer eso.

— ¿Qué tal un compañero de clase despechado?

— No, nada de eso. A pesar de que la altura y la fuerza física podrían coincidir, no creo que haya sido un niño. Un niño puede asesinar en un momento de rabia e incluso ser muy cruel pero la premeditación y el ensañamiento con el cadáver, que además parece responder a algún tipo de ritual obsesivo, nos hablan de una personalidad muy perturbada que no suele darse en los niños. Además, el asesino tiene que ser mayor de edad y tener coche para haber podido transportar a la víctima hasta el bosque, no lo olvides— Carlos asintió, animándola a continuar-. Por el momento, nos quedaremos con la hipótesis de un móvil sexual. Podemos deducir de los datos anteriores que, si el asesino es pequeño y débil, no ha tenido mucho éxito con las mujeres, incluso podría tener alguna deformidad física, como muchos otros asesinos en serie.

— Te vuelvo a pedir que no le trates como a un asesino en serie. Por ahora solo ha habido un asesinato y mi intención es que siga así. Parece hacerte mucha ilusión participar en una secuela de “El silencio de los corderos” pero a mí me pone los pelos de punta sólo pensar en más niñas asesinadas.

— Estoy de acuerdo en que no debería haber más víctimas pero, si descartamos la venganza personal, como móvil sólo nos queda el comportamiento perturbado y este tiende a repetirse, así que sigamos con esta hipótesis y recemos porque me esté equivocando— Natalia respiró hondo y continuó-. Bien, imaginemos que su deformidad es sexual, él quería mantener una relación con Bianca pero sabía que iba a ser imposible, por una castración o una deficiencia sexual crónica. De ahí el ensañamiento con la niña, pagando su frustración con ella, ¿comprendes?— Carlos asintió mientras seguía apuntando-. Y de ahí también lo del vaciamiento de las cuencas oculares, es algo típico entre los asesinos con algún defecto físico evidente, como si quisieran borrar ese defecto que la víctima ha visto de ellos.

Carlos levantó la cabeza y la miró. Natalia intentó descifrar aquella mirada: ¿aceptación?, ¿reconocimiento?, ¿admiración?… Habría dado cualquier cosa por saber qué estaba pensando él en aquel momento, por estar segura de que no iba a escucharla cinco minutos para acabar diciéndole que no la necesitaba.

— ¿Has encontrado alguna razón para que le amputara las manos?— se interesó él.

— La verdad es que no, en eso estoy perdida. No es algo muy común pero estoy investigando. Después de todo, los asesinos múltiples no son todos iguales. Este sería su rasgo de identidad, su firma personal para reconocerle si le salen imitadores, cosa que esperemos que no ocurra y que, de todos modos, es más habitual en Estados Unidos. Supongo que lo de amputarle las manos tiene que ver con algún episodio de la vida del asesino, con el acontecimiento que lo perturbó, así que es algo que deberemos investigar… Bueno, creo que por ahora no tenemos mucho más. ¿Qué te parece?

— No está mal.

Ella frunció el ceño y bajó la cabeza hacia sus papeles, intentando que él no se diese cuenta de la decepción que su gesto debía expresar. No había esperado un desfile con fuegos artificiales pero sí algo de reconocimiento. No había dormido ni cuatro horas, había trabajado mucho en aquel informe y sabía que las hipótesis que le había proporcionado eran adecuadas. ¿Tanto le costaba decirle una frase de ánimo?

— Así que tenemos a un asesino de alrededor de un metro sesenta y de constitución débil, con alguna disfunción sexual o deformidad física evidente y que se halla muy perturbado desde el punto de vista psicológico, aunque este sería su primer asesinato— resumía él mientras releía su libreta-. Habría que revisar las fichas de asesinos y criminales sexuales de todo tipo que se encuentren en libertad y pedir información a todos los psiquiátricos de la zona sobre las personas que puedan responder a estas características, aunque no estén fichadas. Sólo esto ya será un trabajo de semanas.

— Supongamos una cosa por un momento— le interrumpió Natalia. Carlos levantó la mirada de su libreta-. Supongamos que su comportamiento hasta ahora ha sido totalmente normal, que ha aguantado su problemática durante muchísimos años hasta que finalmente ha estallado.

— ¿Sugieres que nunca haya estado fichado ni en tratamiento psiquiátrico?

— Exacto. Sin embargo la disfunción sexual que le suponemos ha debido recibir tratamiento en algún momento— dijo ella.

— Si estás intentando proponer que pidamos informes, que por cierto son confidenciales, a todos los urólogos, psicólogos, sexólogos y psiquiatras del País Vasco, lo único que puedo decirte es que estás loca y que ese trabajo llevaría años. Además, ni siquiera podemos saber si ese tipo acaba de llegar aquí o incluso si sólo estaba de paso. Empezaremos como he dicho a ver si tenemos suerte.

— ¿Y si no?

— Rezaremos para que se me ocurra otra manera de cazarle. ¿Has acabado el café?

— Sí, ¿dónde vamos?

— Tenemos que volver a comisaría para decirle a Roberto que empiece a comparar fichas. Me va a odiar— Carlos sonrió como un niño travieso y ella le devolvió la sonrisa-. Y tengo que ir a la casa de Bianca a hablar con sus padres e investigar su habitación, por si hay algo ahí que pueda conducirnos al asesino. Bueno, el caso es que yo había pensado que, si no estás muy ocupada…

Natalia sintió que la alegría la invadía. Aquello era mejor que una frase de reconocimiento. ¡La estaba invitando a acompañarle, a participar en la investigación mientras dejaba a su compañero revisando fichas! Se levantó con una sonrisa triunfal en el rostro.

— Pareces un colegial pidiéndome una cita. Está bien, te acompaño.

— No te alegres tanto. Sólo te estoy dando más oportunidades de meter la pata para librarme de ti pronto.

— Como quieras pero te advierto que, si lo que buscas es que yo me equivoque, voy a tener que defraudarte.

Carlos conducía pensativo mientras Natalia miraba el cielo por la ventanilla. Un pálido sol luchaba una batalla, ya perdida, con unas nubes cada vez más grises que intentaban taparlo. El viento soplaba con fuerza, creando remolinos de hojas y basura en cada esquina. La voz de Carlos desde el asiento contiguo hizo que volviese la mirada hacia el interior del coche.

— Estuve esta mañana en el colegio de Bianca para pedir su historial académico— le comentó él-. Quería saber si había sido una chica con problemas escolares o de conducta antes de ir a hablar con sus padres.

— Me parece correcto— dijo Natalia-. Quizá conociendo más a la víctima podamos deducir algo de su asesino.

— Ya, eso pensé. El caso es que fui a por el informe y me entretuve hablando con su tutora: niña ejemplar, buena estudiante, excelente expediente académico, ningún problema de disciplina…

— Vaya, entonces no vamos a conseguir nada por ahí— repuso Natalia.

— Eso parece. Lo único que ha podido decir su tutora en su contra es que era una niña muy tímida, que no se relacionaba con los demás alumnos… Y una cosa interesante: en los últimos dos meses se retraía aún más, parecía distraída e incluso sus calificaciones bajaron un poco.

— Eso puede ser muy importante. Podría haberle sucedido algo hace dos meses, algo como haber conocido a su asesino— sugirió Natalia, interesada.

— Es una posibilidad pero yo sigo creyendo en la hipótesis de un asaltante desconocido.

— Bueno, pero por lo que dicen de Bianca, no parece el tipo de chica que haría auto-stop a altas horas de la madrugada o que se marcharía a dar una vuelta con el primer chaval que apareciese— apuntó ella-. Si ya le conocía, quizá podamos encontrar algo en su casa: un diario, cartas, una foto… Quizá sea nuestro día de suerte.

Unos minutos después, llegaron a la urbanización donde había vivido Bianca, un grupo de casas de dos pisos, con pequeños jardines interiores, todo ello rodeado por una valla. Un pequeño remanso de paz en la gran ciudad, un lugar de ensueño en el que uno pensaría que podía criar a sus hijos sin que nadie fuese a clavarles un cuchillo en el corazón, un refugio donde ocultarse de la pesadilla que suponía el mundo real.

— Vamos, es aquí— Carlos salió del coche y lo rodeó hasta quedar frente a ella-. Escúchame ahora con atención. Vamos a entrar ahí pero quien habla soy yo, quien pregunta soy yo y quien manda soy yo. Tú estás calladita, escuchas y observas por si a mí se me escapa algo pero nada más. ¿Entendido?

— No sé a qué viene lo de mandarme callar— contestó Natalia, dolida por el comentario-. ¿Crees que no estoy cualificada?

— Lo que creo es que vamos a hablar con una familia que acaba de perder a su hija y no me gustaría que a ti se te escapase algún comentario desafortunado. Tú sabes mucho de destripar gente y yo sé muy bien cómo comportarme en estas situaciones porque, por desgracia, he tenido que vivirlas muchas veces, así que te rogaría que no te entrometieses en mi trabajo y yo prometo no ir a robarte el bazo de tu próximo “cliente”. ¿Trato hecho?

— Está bien pero me gustaría mucho verte intentando encontrar un bazo— respondió ella riéndose.

Él ignoró aquel último comentario y llamó al timbre. Natalia sintió los nervios apretando su estomago. Por mucho que le hubiese dolido la desconfianza de Carlos, la verdad es que no sabía si estaba preparada para lo que iba a encontrar allí dentro, para una visión de la muerte mucho más cercana y dolorosa que aquella a la que estaba acostumbrada. Trató de apartar aquella inseguridad y concentrarse. Sólo habían ido allí a buscar pistas y datos y aquello era algo que ella podía controlar.

— Créame que sentimos tener que molestarle en estos momentos pero comprenderá que es necesario. Intentaremos que sea lo más breve posible— empezó Carlos con un tono suave.

— No se preocupe, lo comprendo. Mi mujer no podrá atenderles hoy, está dormida. Sedantes, ya sabe…

Frente a ellos se sentaba un hombre de unos cuarenta años, alto y delgado, cuyo cabello empezaba a escasear. Detrás de sus pequeñas gafas podían verse unas marcadas ojeras y sus ojos, rojos de tanto llorar, reflejaban una angustia y una pena infinita.

— No hay ningún problema. Creo que usted podrá respondernos— el hombre asintió despacio, con la mirada fija en el suelo, ausente-. Nos gustaría que nos hablase sobre las amistades de Bianca. Cualquier detalle que usted pueda recordar sobre algún amigo o conocido suyo puede ser importante. Sé que ya les preguntaron esto cuando denunciaron la desaparición pero quizá ahora pueda recordar algo más.

— Bianca no tenía amigos, nunca salía los fines de semana ni traía amigas a casa. Era una niña muy tímida, siempre leyendo, jugando al ordenador, viendo la tele… Nosotros no le dábamos importancia a eso. Nunca dio problemas y siempre traía buenas notas. Era una niña tan buena…— la voz del hombre se quebró en un sollozo y durante un segundo pareció que iba a derrumbarse pero consiguió reponerse y seguir hablando— Últimamente su madre y yo estuvimos insistiéndole para que saliese un poco. Ya tenía catorce años y no era normal que estuviese tan sola, así que nos alegramos mucho cuando ese domingo por la tarde nos dijo que iba a ir al cine con unas compañeras de clase— el hombre volvió a callar y esta vez no pudo reprimir las lágrimas. Enterró la cara entre las manos mientras todo su cuerpo se convulsionaba por los sollozos-. ¿Pero dónde fue? ¿Qué le pasó? ¿Por qué a mi niña?

— Sabemos que sí estuvo en el cine. Encontramos una entrada en su bolsillo— Natalia se había sentado al lado del hombre y apoyaba una mano en su espalda, intentando tranquilizarle. Carlos la miró, recordándole su promesa de estar callada.

Los sollozos remitieron poco a poco y el hombre pudo continuar hablando:

— Cuando empezó a hacerse de noche y Bianca no volvió, empezamos a asustarnos, así que buscamos su libreta de teléfonos y llamamos a todas las chicas que aparecían en su agenda pero no había estado con ninguna. A las doce llamamos a la policía pero nos dijeron que teníamos que esperar para que pudiesen hacer algo. Bueno, el resto ya lo sabe… — volvió a sollozar desesperado-. Esperar… Mientras ustedes estaban esperando, ya la habían matado. ¿Por qué no se dieron más prisa? Quizá habrían podido evitarlo, quizá ahora mi niña estaría viva si no fuese por ustedes…

Volvió a callar, dejándose llevar por la angustia. Era normal pasar por aquella rabia, intentar buscar culpables, rebelarse… Cualquier cosa con tal de no tener que enfrentarse al dolor sordo de la pérdida. Natalia volvió a apoyar el brazo sobre sus hombros, mientras le susurraba palabras de consuelo. Carlos esperó unos minutos a que se tranquilizase para preguntarle si podía revisar la habitación de Bianca. El hombre asintió con la cabeza, sin levantar la mirada.

Se dirigieron al pasillo buscando el cuarto de la chica. Al abrir la puerta, se encontraron con una pequeña habitación pintada de rosa. Estaba tan ordenada como si su dueña fuese a aparecer en cualquier momento para seguir con su vida. Carlos entró y Natalia cerró la puerta a su espalda y se quedó parada en medio de la habitación por unos segundos, tratando de ignorar la incomodidad que le impulsaba a salir de aquella casa tan cargada de dolor.

Cuando estuvo un poco más tranquila, empezó a registrar la habitación. Después de todo, cuanto antes acabasen, antes podría salir de aquella atmósfera opresiva. La habitación podría haber sido la de cualquier otra chica de catorce años: un escritorio, libros, un ordenador, peluches, frascos de colonia… En la mesilla podían verse varias fotos de Bianca, una chica pequeña y con aspecto débil que no aparentaba los catorce años. Tenía el pelo muy largo y lacio y una sonrisa muy bonita. Detrás de las gafas brillaban alegres unos enormes ojos castaños. Parecía muy dulce y tenía un cierto aire desvalido que provocaba ganas de cuidarla. ¿Cómo alguien podía hacer daño a una niña así?

Revisaron la habitación en silencio. No había cartas, ni un diario. En su agenda sólo aparecían apuntadas las fechas de exámenes o de entrega de trabajos, nada de citas. Una hora después se dieron por vencidos. Carlos recogió la foto que había estado observando. La necesitarían para preguntar en el cine si alguien había visto quien acompañaba a aquella chiquilla.

Natalia se encontraba en la otra esquina de la habitación, acariciando a uno de los ositos de peluche con aire distraído. Carlos se acercó y puso una mano en su brazo. Ella le miró desconcertada, como si saliera de un sueño, tratando de contener las lágrimas que se acumulaban en sus ojos.

— Sé lo que sientes— le dijo él, como si hablara consigo mismo-. Esta habitación es como un espejo que de repente se cae al suelo. Lo único que queda es un presente roto y los reflejos de un pasado que sólo causa dolor. Vamos, aquí ya no nos queda nada que hacer.

Natalia se sorprendió ante sus palabras. No había esperado de él un comentario sensible. Había pensado que, después de tantos años trabajando en homicidios, viviría con el alma anestesiada, sintiendo la pena como una voz muy lejana que no moría del todo pero que tenía que permanecer oculta para permitirle seguir adelante. Se preguntó si ella quería que le dejase de doler, si estaba dispuesta a convertirse en alguien que pudiese vivir con aquello sin que le importase. Intentó encontrar la respuesta en sus ojos pero él desvió la mirada, como si se avergonzase de lo que había expresado y salió del cuarto. Le siguió en silencio fuera de la casa, dejando a sus habitantes la dura tarea de sobrevivir con la presencia de la muerte.

CAPÍTULO TRES

Vanessa se levantó de la cama y encendió la lámpara de su mesita de noche. Intentó no hacer ningún ruido, se puso las botas y se arregló el pelo en el espejo. Se había acostado vestida para no tardar demasiado tiempo en prepararse. Miró su reloj. Dentro de media hora se encontraría con él. Al pensarlo sintió una punzada de nervios en el estomago y volvió a mirarse en el espejo. ¿De verdad le iba a gustar? Tenía el pelo negro muy largo y unos ojos azules que eran la envidia de muchas chicas de su colegio pero, al mirarse, volvió a odiar su cara de niña. Decidió dejar de pensar en eso, él decía que la quería y que no importaba la edad que ella tuviese. Además, él la había visto en foto y le había dicho que era muy guapa. Pero ¿y si se estaba riendo de ella? ¿Y si ni siquiera aparecía? Desterró aquellos pensamientos de su mente con un sentimiento de vergüenza. Tenía que confiar en él, no se merecía aquellas dudas.

Abrió la ventana de su habitación para salir por ella. Quizá debería dejarle una nota a su madre. Le había dicho a las nueve que se iba a la cama porque tenía dolor de cabeza, así que no entraría a molestarla. Esperaba volver antes de que nadie se diese cuenta, pero no le gustaría que se preocupasen demasiado si la descubrían. Lo mejor sería dejar una nota y, si volvía antes de que nadie la leyese, la rompería y todo habría resultado perfecto. Cogió un papel y un bolígrafo de su escritorio y escribió varias frases. Las releyó, intentando decidir si eran adecuadas:

He quedado en la playa con un amigo. No te preocupes, no me va a pasar nada. Le conozco muy bien y es un chico fantástico. Sé que no lo entenderás y seguramente me castigarás durante años. No te escribo la nota para que me perdones, sólo quiero que no te preocupes. Volveré en una o dos horas. Besos.

Vanne

Dejó el papel en un sitio visible de su mesita de noche y salió por la ventana. Ocultándose en la sombra de los árboles del jardín se deslizó como una fugitiva hacia la carretera, sintiendo su corazón latir tan fuerte que pensó que todo el vecindario iba a oírlo. Cuando su casa quedó atrás, se sintió liberada. Ahora sólo tenía que llegar a la playa para que todos sus sueños empezaran a cumplirse. Una enorme sonrisa le iluminó la cara. Iba a ser una noche fantástica.

Cogieron sus cafés y volvieron a sentarse en la mesita del fondo, como llevaban haciendo toda la semana. Eran las diez de la noche y no había mucha gente en el Capri, sólo otras tres personas tomando algo en la barra. Carlos sacó su libreta y empezó a comentar:

— Como me suponía, preguntar en el cine no sirvió de nada. Cada día pasan por allí cientos de críos, así que nadie se fijó en Bianca.

— Tomemos como válida la hipótesis de que se conocían y habían quedado. Quizá Bianca sólo acudió al cine para hacer tiempo, para despistar a sus padres— sugirió Natalia-. Después, cuando llegó la hora de la cita, Bianca fue hasta el sitio que habían acordado, seguramente un lugar solitario, donde nadie pudo verla subir al coche.

— Pues no me lo estás poniendo muy fácil, aunque la verdad es que tiene lógica. Si ya le conocía, él podría haberle hecho acudir a donde más le conviniese— Carlos empezó a tomar notas en la libreta mientras iba hablando-. Pero entonces no me cuadra lo del golpe en la cabeza. Si Bianca había quedado con él y estaba confiada, ¿para qué dejarla inconsciente?

— No sé, quizá ella no confiase tanto como para irse con él a un bosque, quizá descubrió algo en el asesino que la asustó… Tendremos que seguir investigando. ¿Qué tal está resultando la comparación de las fichas policiales?

Carlos negó con la cabeza mientras encendía un cigarrillo:

— Frustrante, aún no hemos conseguido nada. Mientras no tengamos más datos que nos permitan reducir el número de sospechosos, no va a dar ningún resultado. Te sorprendería saber la cantidad de degenerados que tenemos sueltos.

— Les echaré un vistazo mañana a ver si puedo reducir un poco la lista comparando sus delitos pasados con la forma de actuar de nuestro asesino— se ofreció Natalia.

— Mañana es sábado, ¿no libras?

— Sí, pero no me sirve de nada estar en casa dándole vueltas a esto— ella acabó su café de un trago y dejó la taza en la mesa-. Es tarde, creo que deberíamos ir a descansar un poco.

Se levantó con gesto cansado y se puso el abrigo. Su entusiasmo por el caso parecía disminuir cada día. Había imaginado una resolución rápida, la satisfacción del trabajo bien hecho, las felicitaciones… Pero nunca se había planteado la sensación de frustración de no estar consiguiendo nada, el cansancio, el miedo siempre presente de que llegase una nueva víctima… No se atrevió a comentarle nada de aquello a Carlos. No le conocía lo suficiente como para descubrirle sus miedos así que se limitó a salir en silencio del bar y montarse en su coche.

Empezó a andar hacia la salida de la playa, sin volverse una sola vez. No tenía valor para mirar lo que había hecho. Sabía que, si observaba los restos de Vanessa, ahora que la rabia había pasado y la adrenalina abandonaba su cuerpo, se quedaría allí llorando durante horas, incapaz de soportar la visión de aquello que minutos antes era una chica llena de vida y de sueños.

Miró alrededor, comprobando que no hubiese nadie. La playa estaba desierta. Había tenido mucha suerte pero lo más probable era que, en muy poco tiempo, alguien apareciese para pasear por la orilla.

Apresuró sus pasos hacia el lugar en el que había dejado aparcado el coche. Su buena suerte continuó, no se cruzó con nadie en el camino al aparcamiento. Una vez allí abrió el maletero y dejó la mochila. A pesar del aire frío de la noche, se quitó también el abrigo. Estaba cubierto de sangre y, aunque con tan poca luz nadie advertiría las manchas a esa distancia, prefería no llevarlo encima. Se limpió las manos en él, con fuerza, hasta hacerse daño, tratando de borrar las manchas del todo. Era su sangre, la sangre de aquella niña… Empezó a sollozar mientras restregaba las manos cada vez más fuerte. Le parecía que nunca desaparecerían.

Oyó el eco de unos pasos acercándose. No podía quedarse allí. Dentro de poco alguien descubriría el cuerpo de Vanessa y daría la alarma. Cerró el maletero y entró en el coche. Las lágrimas aun surgían imparables de sus ojos. Se las limpió con el dorso de la mano, apelando a toda su fuerza de voluntad para controlarse. Debía tranquilizarse, lo que había hecho podía parecer terrible pero no lo era. Había tenido que suceder así, Vanessa lo había elegido. Arrancó el coche y se dirigió a la salida de la ciudad, intentando convencerse de que sólo había hecho lo que era justo, lo que su destino le había empujado a hacer. Sabía que, sin esos momentos en los que descargaba toda su culpa y su rabia en los cuerpos de aquellas chicas, enloquecería, se condenaría a vivir para siempre en un mundo de desesperación del que la única salida sería la muerte. Y todavía no podía morir. Aunque doliese, tenía que seguir adelante.

Natalia salió de la ducha y se puso unos vaqueros y una camiseta. Cepilló su pelo mojado, desenredándolo, intentando que su mirada no se cruzase demasiadas veces con los ojos de aquella chica del espejo que parecía tan cansada y triste. Decidió no secarse el pelo, no se sentía con fuerzas para nada. Salió del baño y entró en el salón. El silencio y la tenue luz le hicieron verlo como un lugar muerto, abandonado. Se recostó en el sofá y cogió sus papeles para echarles una ojeada pero, igual que en las cien veces anteriores, no pudo encontrar nada relevante. Se sintió frustrada, como si todas las esperanzas que había tenido al empezar aquello hubiesen huido, dejándola llena de miedos. ¿Y si no podían encontrarle nunca? ¿Y si aquel espantoso asesinato quedaba sin venganza?

Se levantó, abrió la ventana y encendió un cigarrillo, mirando las calles de Bilbao. A aquellas horas la ciudad estaba silenciosa, sólo podía oírse de vez en cuando alguna sirena a lo lejos. Una ráfaga de aire frío le hizo tiritar, pero decidió quedarse un rato más allí, intentando despejar su cabeza. En ese momento sonó el teléfono:

— Diga.

— Natalia, soy Carlos. Te espero en la playa de Neguri en quince minutos.

— ¿En quince minutos? Oye, estoy sin preparar. ¿Qué ha pasado?

— No sabes lo que me duele tener que decirte que tenías razón pero es así. Estamos detrás de un asesino en serie.

Carlos aparcó a la entrada de la playa y bajó del coche. Al instante siguiente estaba rodeado por una multitud de periodistas armados con flashes y focos. Lo que faltaba: la prensa molestando. Carlos caminó entre ellos y cruzó el cordón policial, mirando al frente sin contestar nada para dirigirse hacia el grupo de policías que observaba el lugar.

Unos minutos después, tras haber organizado la investigación de la escena, se alejó hacia la orilla. Necesitaba un poco de tranquilidad para ordenar sus pensamientos. La noche estaba tranquila y en el cielo despejado brillaba la luna llena. Carlos no pudo evitar pensar en lo agradable que tenía que ser aquella playa en cualquier otra situación. El viento era suave, el mar estaba en calma y las luces de las estrellas y de la luna se reflejaban en el agua que había quedado atrapada en un millar de charcos antes de que la marea se retirase, haciéndole pensar que caminaba por el cielo, que el mundo se había vuelto del revés.

Vio aproximarse el coche de Natalia. Ella aparcó y se dirigió rápidamente hacia la escena del crimen, saludándole con la cabeza al pasar. Carlos prefirió no acompañarla y se alejó aún más, caminando por la orilla para seguir contemplando el mar, dejando que la brisa le alborotase el pelo y que el rítmico sonido de las olas trajese un poco de paz a su alma. Él ya había visto el cuerpo, ya sabía lo que Natalia iba a encontrar. Había vuelto a suceder, tal y como ella había predicho. Se preguntó si había sido su orgullo el que le había impedido verlo o si en realidad había sido el miedo a que aquello no acabara, a que las pesadillas continuasen sin fin. No se veía con fuerzas para seguir despertando noche tras noche bañado en sudor después de correr por un bosque oscuro hasta un claro en el que Bianca le esperaba llorando para mostrarle las cuencas vacías de sus ojos. Y ahora la muerte de esa otra chica vendría a unirse a su colección de espantosos sueños, cargaría aún más de culpa sus noches.

Al cabo de unos minutos, Natalia se acercó por detrás, le ofreció un cigarrillo y ambos se quedaron mirando el mar en silencio.

— Es él, ¿verdad?— preguntó por fin Carlos.

— Sí, mismo modo de actuar, mismo tipo de víctima… Es él— Natalia suspiró-. Sabíamos que iba a volver a atacar y no pudimos hacer nada por evitarlo… Ahora esa niña está muerta y seguimos sin poder hacer nada.

— No te desmoralices, lo conseguiremos. Sólo hay que seguir investigando— Carlos intentó consolarla pero se dio cuenta de que su voz no sonaba tan confiada como le hubiese gustado-. Tarde o temprano encontraremos algo que nos conduzca a él, o cometerá un error y le cogeremos.

— De eso estoy segura— dijo Natalia con la mirada perdida en el horizonte-. Lo único que me preocupa es cuantas veces más vamos a tener esta conversación antes de que eso suceda.

A las diez Natalia llamó a Carlos, diciendo que ya había terminado su trabajo y que podía acompañarle a casa de Vanessa. Él arrancó y empezó a conducir en silencio, esperando que ella le comentase los resultados de la autopsia.

— No hay muchas cosas nuevas— respondió Natalia a la pregunta de sus ojos-. Esta vez sólo necesito un golpe en la cabeza, parece que va mejorando. Y no hay rasguños en las piernas de la víctima, así que no la trasladó, quedó con ella en el lugar en que iba a asesinarla. El asesinato de Bianca debió costarle tanto esfuerzo que ha decidido volverse más práctico. Por el momento tampoco hemos encontrado huellas, sangre ni semen… La verdad es que, o es muy listo o tiene una suerte asombrosa.

— Sí, ya sé… La marea lo borró todo— interrumpió Carlos con voz cansada-. Si hubiesen tardado un par de horas más en encontrarla, el mar podría incluso haberse llevado el cuerpo, con lo cual le habría salido redondo… ¿Y la manera de asesinarla?

— Todo igual. Amputación de las dos manos, herida de arma blanca en el corazón y extirpación de los globos oculares. Y como la otra vez ni las manos ni los ojos se encontraron en el lugar del crimen.

— Nuestros hombres ya han rastreado toda la zona donde se produjo el otro asesinato y no encontraron ni rastro de eso. ¿Qué crees que hace con ello?

— La verdad es que no lo sé. Puede hacer muchas cosas, depende de la patología que le impulse a cometer los crímenes… Puede que lo queme, que lo guarde, que se lo coma… — aventuró Natalia.

— ¿Que se lo coma? Dios, ¿qué dices?…— preguntó él con un gesto de asco.

— Es sólo una hipótesis. Personalmente me inclino más por la idea de que los colecciona, una especie de trofeos.

— Pues podía jugar a fútbol y coleccionar copas. Nos daría menos trabajo.

Natalia le sonrió pero no había alegría en esa sonrisa, sólo cansancio:

— Creo que seguimos atascados. ¿Qué hacemos ahora?— le preguntó.

— Bueno, quizá encontremos algo en casa de Vanessa.

Natalia asintió conforme y Carlos siguió conduciendo. Ella rogó en silencio porque esta visita resultase productiva, por encontrar un mínimo indicio que probase que estaban persiguiendo algo más tangible que una sombra.

La casa de Vanessa era un precioso chalet a la orilla de la playa, situado en la mejor zona de la ciudad. Estaba rodeado por una valla baja desde la que se podía ver un jardín bien cuidado en el que abundaban los rosales. La casa, de dos pisos, era de piedra blanca y en el tejado, de color azul, destacaban dos pequeñas torres. A pesar de la belleza del lugar, el cielo gris y la suave llovizna que caía sin interrupción sobre los sauces le daban un aspecto triste. La verja estaba abierta, así que entraron y caminaron por un sendero de piedra blanca flanqueado de rosales hasta la puerta principal de la casa.

Les abrió una mujer alta y elegante, vestida de negro, que les miró de arriba abajo con unos espléndidos aunque fríos ojos azules:

— ¿La policía?

— Sí, inspector Carlos Vega –él le enseñó su placa y ella les dejó pasar-. Sentimos tener que molestarla en un momento como este.

— No hay problema, lo mejor será acabar con esto cuanto antes. Síganme, por favor— la mujer les guió hacia un lujoso salón

Natalia se fijó en la decoración de aquel lugar: sillones de cuero, paredes cubiertas de paneles de maderas nobles adornadas con tapices, un amplio ventanal con vistas al mar, antigüedades… Le dio la impresión de que ninguna niña podría ser feliz en un ambiente tan ordenado y elegante y con una madre capaz de mirar de aquella manera. La mujer les invitó a sentarse en uno de los sofás, mientras ella ocupaba otro sillón, separada de ellos.

— Nos gustaría que nos contara todo lo que pueda recordar sobre las amistades de su hija, si conoció a alguien nuevo últimamente, si notó algún comportamiento extraño…— empezó a preguntar Carlos.

— Las únicas amistades de mi hija eran las otras niñas del colegio— contestó la mujer con voz serena-. Mi hija casi no salía de casa. Era una niña muy reservada y además tenía que estudiar sus lecciones de piano, así que estaba muy ocupada. Tenía un gran talento, habría llegado muy lejos.

El tono de la mujer era tan neutro que Natalia no pudo reprimir un escalofrió. Estaba sentada en su elegante sillón, vestida y maquillada de forma impecable, hablando de la muerte de su hija con la misma tranquilidad con la que se comportaría en una de sus reuniones sociales.

— En cuanto a si se comportaba de forma extraña — continuó la mujer-, la verdad es que llevaba una temporada bastante rara… Cantaba por los rincones, sonreía distraída… Una mujer se da cuenta enseguida de lo que significa eso, seguramente se había encaprichado de algún chico— le dirigió una mirada cómplice a Natalia, que asintió animándola a continuar, forzando una sonrisa que estaba muy lejos de sentir.

— Pero el colegio al que asistía era solo para chicas, ¿verdad?— preguntó Carlos.

— Sí, así que supuse que sería alguien que conocía a sus amigas e iba a esperarlas a la salida. Decidí controlar el tiempo que tardaba en volver de clase. En un cuarto de hora tenía que estar aquí y ella cumplía siempre, ni siquiera dio muestras de enfado por tener que volver pronto— continuó explicando la mujer.

— Entonces, ¿no sabe dónde pudo conocer al chico del que habla en su nota?— insistió Carlos.

— Sintiéndolo mucho, no voy a poder ayudarles. Mi hija no faltaba a ninguna clase, volvía a casa a la hora y no salía los fines de semana. Se podría decir que sus contactos sociales, aparte de la gente de su colegio, eran nulos.

— Muchas gracias. Es todo por el momento. Llámenos si recuerda cualquier cosa. ¿Ahora podríamos registrar su habitación?— pidió Carlos mientras se levantaba.

— Sí, claro, sin ningún problema. Si esperan un segundo, la chica les acompañará. Yo tengo que atender algunos compromisos.

Les tendió la mano y salió del salón. Carlos y Natalia se miraron extrañados.

— Si no fuese porque el culpable es el mismo hombre que mató a Bianca, esa mujer sería mi primer sospechoso. ¿Cómo puede ser tan fría?— susurró Carlos.

— No lo sé. Estoy segura de que mostraría más emoción si se cancelase su lección de squash— contestó Natalia con desprecio.

En ese momento una jovencita de uniforme abrió las puertas del salón y les pidió que la acompañaran. La siguieron por un amplio pasillo. La chica abrió la puerta de la habitación de Vanessa y se retiró dejándoles solos. El dormitorio era enorme. Había una gran cama, un escritorio de roble con un ordenador y muchas estanterías con libros y muñecas de porcelana.

— ¡Que ordenado está esto! No parece la habitación de una chavala— dijo Carlos.

— Tienes que tener en cuenta que no limpiaba ella, pero estoy de acuerdo en que no parece el dormitorio de una adolescente. Es como si hubiésemos vuelto al siglo XVIII— admitió Natalia.

— Al menos tiene ordenador. Parece que su madre no se oponía al progreso— al decir esto, él se quedó parado en medio del cuarto, concentrándose-. Bianca también tenía ordenador, ¿verdad?

— Creo recordar que sí. ¿Por qué?

— Dos chicas que no salían de su habitación, que en la calle no se relacionaban con nadie, ¿dónde podrían haber conocido a su asesino?— los ojos de Carlos brillaban, emocionados.

— ¡En Internet! ¡Dios, es verdad! ¿Cómo no nos hemos dado cuenta?— Natalia abrió la puerta de la habitación. La chica que les había guiado estaba en la esquina del pasillo, esperando por si necesitaban algo-. Venga aquí por favor, tenemos algunas preguntas.

La chica se acercó por el pasillo y entró en la habitación con la cabeza baja.

— ¿En qué puedo ayudarles?

— ¿Cuánto tiempo llevas trabajando en esta casa?— preguntó Carlos.

— Unos tres años— contestó la chica.

— ¿Tenías mucha relación con Vanessa?

La chica abrió la boca para contestar pero no consiguió pronunciar ningún sonido. Se sentó en la cama, como si no aguantase más en pie, y empezó a sollozar, cubriéndose la cara con las manos. Natalia se sentó al lado, poniendo una mano en su brazo, intentando tranquilizarla. Esperaron en silencio, hasta que ella recuperó un poco el control y volvió a mirarles.

— Sí, bastante… — contestó entre hipidos— Hablábamos todos los días. Yo solía ordenar su habitación cuando ella estaba dentro, para poder acompañarla un rato. Me parecía que estaba tan sola… Pobre niña… Y ahora esto…

— Si quieres, podemos hablar otro día… — le sugirió Carlos en un tono más suave-. Perdona, ¿me has dicho cómo te llamas?

— Amaia— contestó ella, levantando la cabeza-. No hace falta que vengan otro día… Estoy bien.

— ¿Estás segura? Comprendo que esto sea duro para ti— dijo Carlos.

— En serio… Pregúnteme lo que necesite. Lo único que quiero es que atrapen al que le hizo eso y que pague por ello… Pobre niña…— las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas, pero consiguió controlarse.

— Está bien. ¿Sabes si Vanessa se conectaba a Internet?

La chica asintió, mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo para secarse la cara. Por el estado del pañuelo se veía que lo había usado muchas veces ese día.

— ¿Y sabes para qué lo utilizaba?

— Su madre pensaba que sólo lo usaba para estudiar pero ella me enseñó una vez un programa con el que hablaba con gente de todo el mundo.

— ¿Sabes si hablaba con alguien en especial?— insistió Carlos— ¿Te hablo alguna vez de algún amigo que hubiese conocido a través de Internet?

Amaia negó con la cabeza. Natalia se levantó y encendió el ordenador. Esperaron unos segundos, mientras se ponía en funcionamiento.

— ¿Encuentras algo?— preguntó Carlos.

— Nada, ni siquiera sé por dónde empezar a buscar. Siempre he sido malísima con estos trastos. Antipatía mecánica, ya sabes. ¿Y tú?— dijo Natalia, con la mirada clavada en la pantalla, preguntándose qué hacer, sabiendo que las respuestas podían estar ahí y maldiciéndose por no ser capaz de llegar hasta ellas.

— No tengo ni idea, estoy muy mayor para empezar a manejar cosas de esas. Pero Roberto sabrá de eso. Mañana haremos que revise el ordenador de Vanessa y el de Bianca. Ahora será mejor que nos vayamos, se va haciendo tarde— empezó a andar hacia la salida, precedido por la chica-. Sólo una cosa más. Me gustaría hablar con el padre de Vanessa, quizá él se fijase más en su hija.

— No creo que vaya a sacar nada de él. Los señores están separados y él vive en Nueva York. Hace dos años que no viene a visitar a su hija, creo que por no ver a la señora— un destello de desprecio apareció en sus ojos. Estaba claro que no le tenía gran aprecio a su jefa-. De todos modos, si quiere hablar con él, llegará mañana por la tarde para asistir al funeral.

— Muchas gracias por todo, Amaia. Haremos todo lo que esté en nuestra mano para coger al culpable, puedes estar segura— dijo Carlos, tendiéndole su tarjeta-. Si recuerdas cualquier cosa, no dudes en llamarme. Y gracias otra vez por contestarnos.

Amaia asintió mientras cogía la tarjeta y cerró la puerta detrás de ellos. Empezaron a andar hacia el coche en silencio.

— Pobre chica— habló por fin Carlos-. Me revuelve el estomago pensar que es a la madre a quien todo el mundo le dará el pésame en el funeral.

— Bueno, que la madre no demuestre sus sentimientos no significa que no los tenga— dijo Natalia, intentando convencerse a sí misma-. Seguro que por dentro se encuentra fatal.

— Por favor, Natalia… He visto piedras con más sensibilidad. Su hija no le importaba una mierda. Si le hubiese hecho más caso, quizá Vanessa estaría viva.

— No podemos echarle la culpa. Podría ser muy mala madre pero no fue ella quien le clavó un cuchillo en el corazón— le corrigió Natalia.

Carlos aceleró sus pasos, separándose de ella. Natalia le siguió. Comprendía que él estuviese furioso pero no serviría de nada acusar a la madre de Vanessa de lo que había pasado. Ella también se había sentido incomoda, habría deseado poder gritarle a la cara todo lo que pensaba, pero con eso no conseguirían atrapar al asesino, ni evitar más muertes. Y precisamente Carlos debería ser quien más lo comprendiese, quien debería comportarse de manera profesional.

— ¿Se puede saber qué te pasa ahora?— le preguntó, mientras abría su puerta— Si tanto crees que es culpa suya, quizá deberíamos ir a detenerla y cerrar el caso.

— ¿A qué viene esa gilipollez?— le preguntó Carlos, enfadado.

— A que no deberías olvidar que esto es un trabajo. No debes tomártelo como algo personal— le contestó ella.

— Pues claro que es algo personal… Puede que a su madre no le importe pero a mí me duele no haber podido salvarla. Me duele cada lagrima de Amaia y la desesperación de los padres de Bianca, y la tristeza de sus compañeras de clase… — Carlos se sentó al volante, con la mirada perdida en el infinito— Y si tú no puedes entenderlo, no creo que vayas a poder ayudarme con esto.

Natalia no contestó, se limitó a girar la cabeza y mirar por la ventanilla. Carlos arrancó y condujo hacia la autopista. Se sentía perdida. ¿Cómo se suponía que debía sentirse? Seguir trabajando en aquello le estaba costando un precio que no se había planteado que tendría que pagar y, sin embargo, luchaba por seguir adelante, por hacer bien su trabajo. ¿Qué esperaba él que hiciese? ¿Qué se hundiese, que se dejase caer en una desesperación tan profunda que le impidiese seguir adelante? Le entendía mejor de lo que él habría imaginado, sólo le había dicho aquello para tranquilizarle, para tratar de protegerle de todo ese dolor pero sólo había conseguido que dirigiese su ira hacia ella. En ese momento, Carlos apartó una mano del volante para colocarla encima de la suya y, cuando ella levantó la cabeza, sonrió comprensivo.

— Estaba contigo en la habitación de Bianca, ¿recuerdas? Sé lo que sentiste allí porque yo sentí lo mismo. Y sé que también te sientes mal por la muerte de Vanessa. ¿Por qué me pides que sea insensible si a ti también te duele?

Ella asintió, dándole la razón, y volvió a dirigir la mirada hacia la ventanilla. Carlos apartó la mano para seguir conduciendo y Natalia aprovechó ese momento para secarse con disimulo las lágrimas que escapaban de sus ojos.

CAPÍTULO CUATRO

Su coche se internó en las calles de Bilbao, dirigiéndose al centro. En pocos minutos se encontró sumergida en un atasco, rodeada por el estruendo de cientos de coches. La fila en la que se encontraba Natalia no se había movido un centímetro en los últimos minutos, poniendo a prueba su paciencia. Encendió un cigarrillo y miró por la ventanilla, intentando distraerse. Estaba nerviosa, el asesino podía estar más cerca de lo que había estado nunca. Si pudiesen encontrar en los ordenadores algo que les condujese a él… Aquella pesadilla podía estar a punto de acabar pero, sin saber por qué, no acababa de sentirse bien. Una fuerte sensación de inquietud había echado raíces en su pecho, haciéndole temer que la pesadilla no terminaría con tanta facilidad.

Después de mirar durante un rato los altos edificios grises, decidió encender la radio para entretenerse un poco. Sin darse cuenta, acabó tarareando una estúpida cancioncita de moda mientras observaba el lento avance de los coches a su alrededor. En ese momento la voz de la locutora empezó a retransmitir las noticias locales.

“Según noticias de última hora, empieza a hacerse la luz en los casos de los misteriosos asesinatos de las adolescentes Bianca Rodríguez y Vanessa Lozano, cuyos cuerpos sin vida aparecieron en las últimas semanas. A pesar de que, desde fuentes oficiales, no hemos podido encontrar confirmación, los últimos rumores apuntan a que la policía detuvo la noche pasada a un sospechoso que en estos momentos estaría siendo interrogado. Les mantendremos informados de cualquier avance que se produzca en la resolución de estos crímenes…”

La chica siguió hablando sobre una nueva subida en los precios de los carburantes pero Natalia ya no la escuchaba. ¿Un sospechoso detenido? Era imposible… Carlos la habría avisado. Abrió su bolso y sacó el teléfono móvil mientras le maldecía. ¿Cómo podía haberla traicionado de esa manera? Y lo peor de todo, ¿cómo había sido tan tonta para creer que él se acordaría de ella cuando resolviese el caso?

— Soy Carlos, dime.

— ¿Le has pillado anoche sin mí? ¿Cómo puedes ser tan cabrón?— le gritó Natalia, sin poder contenerse— Pensé que estábamos juntos en esto, que estabas contento con la forma en que estábamos colaborando e incluso que no eras tan ogro como parecías en un primer momento pero ya veo que me equivoqué, sí, claro que me equivoqué. Eres igual que todos los demás, te da miedo que alguien pueda quitarte la gloria, y si es una mujer aun más, ¿verdad?

— Para, Natalia— la cortó él-. No tengo muchas ganas de escuchar tonterías a estas horas, así que escúchame. Yo no he tenido nada que ver con la detención. Ni siquiera sé quién es el tipo, ni cómo le han detenido, ni si es nuestro hombre o no. Tengo tanta idea como tú acerca de qué va todo esto.

— Pero, ¿cómo que no tienes ni idea?— Natalia estaba confusa— Carlos, el caso es tuyo…

— Eso díselo al asesino que no ha tenido la gentileza de venir a hablar conmigo… A lo mejor no le habían informado de quien estaba encargado del caso o también puede ser que los asesinos no tengan educación.

— No lo entiendo…

— Bueno, puede que se haya entregado él mismo— aventuró Carlos-. Tú dijiste que a veces lo hacen, que no pueden soportar la culpabilidad…

— Sí, es cierto… Es sólo que me parece demasiado fácil. Perdona por todo lo que te he dicho antes— se disculpó ella.

— No tiene importancia, no te he escuchado. Estoy llegando, hablamos en la central, ¿vale?

— Perfecto, estoy ahí en diez minutos.

Natalia apagó el móvil y volvió a fijarse en el tráfico. Parecía que nunca iba a llegar a la central. Las filas de coches parecían interminables y sólo avanzaban unos centímetros cada minuto. Aquella inactividad la estaba matando. Necesitaba llegar a la central y convencerse de que la pesadilla había acabado. Aquello sería una bendición, no más niñas asesinadas, no más noches sin dormir. Minutos después, llegó a la carretera que bordeaba la ría. A partir de ahí el tráfico se hizo más fluido. Tardó un cuarto de hora en llegar y encontrar aparcamiento. Carlos ya estaba en la puerta. La saludó con un gesto de la cabeza y sin una palabra se dirigieron hacia el despacho del sargento Aguirre. Natalia avanzaba deprisa, conteniéndose para no echar a correr. Podrían ver la cara del fantasma, mirarle a los ojos, preguntarle por qué… Pensó que no le envidiaba a Carlos la tarea de tener que interrogarle porque, ¿qué se le podía decir a una persona así, a alguien que creía estar por encima del bien y del mal tal y como lo conocían el resto de los humanos? Se sentía nerviosa, insegura, pero sobre todo se sentía aliviada. Aquello iba a dejar de ser asunto suyo en cuestión de horas y, a pesar de que no lo habían atrapado ellos, saber que todo se había acabado era el mejor premio para sus esfuerzos.

Carlos llamó a la puerta de la oficina y abrió. Roberto se encontraba allí, sentado enfrente de Aguirre.

— Os estábamos esperando… Pasad y sentaos. Usted debe ser la nueva forense, la señorita Egaña— ella asintió mientras tomaba asiento al lado de Carlos-. Bien, entonces ya estamos todos. Veo que los rumores acerca de que los dos estáis trabajando juntos se confirman.

Natalia asintió, orgullosa. El ceño de Aguirre se frunció un poco más antes de que siguiera hablando.

— ¿Y puedo saber con qué autorización está usted entrometiéndose en una investigación oficial?

La sonrisa se borró del rostro de Natalia. Se quedó unos segundos callada, paseando la mirada del sargento a Carlos.

— Bueno…, no se puede decir que haya estado entrometiéndome. He estado colaborando con el inspector Vega, ayudándole con las implicaciones psicológicas del caso.

— Ya tenemos gente en esta central que puede encargarse de eso y Carlos lo sabe. Y, aunque hubiese sido usted necesaria para esa cuestión, no estaba autorizada a pasearse por las casas de las víctimas.

— Yo le pedí que me acompañara, pensé que sería mejor llevar a otra persona. Ya sabes, por si a mí se me escapaba algo— intervino Carlos.

— Tienes razón, cuatro ojos ven más que dos— Aguirre asintió en silencio, como si recapacitara sobre sus palabras-. Lo que no me acaba de quedar claro entonces es para qué cojones te he asignado yo un compañero de investigación.

Carlos desvió su mirada hacia Roberto, que había permanecido en silencio desde que habían entrado. Sonreía triunfal.

— Supongo que te habrás dado cuenta de que Roberto y yo no nos llevamos muy bien. Nos ha sido imposible trabajar juntos.

— Carlos, joder… No vienes aquí a hacer amistades. Esto es un trabajo, y muy serio además. Creí que después de tantos años eras consciente de eso— el volumen de la voz de Aguirre se elevaba cada vez más.

— Eso ya lo sé. Pero no es sólo que no me caiga bien. Es imposible trabajar con él, no sigue ninguna de mis indicaciones…

— Es que no es tu subordinado. Es tu compañero. Os puse juntos porque tú tenías experiencia y él ha recibido formación en áreas de la investigación que tú no conoces. Deberíais haber colaborado y tú no has querido poner nada de tu parte desde el primer día.

— Él tampoco— se defendió Carlos, sintiéndose como un niño nada más pronunciar esas palabras.

— Eso no es lo que dice Roberto. Este es el informe sobre la investigación que él me ha pasado, en el que se reflejan las quejas que tiene sobre tu conducta— le pasó unos folios a Carlos para que pudiese observarlos-. Como puedes ver ahí, Roberto te acusa de haberle apartado de la investigación y de no haber ido informándole del desarrollo de la misma.

Carlos levantó los ojos de los papeles para clavar una mirada envenenada en Roberto.

— Carlos, sabes que lo que digo ahí es cierto— se defendió éste-. No me has informado en ningún momento de lo que estabas haciendo. Me he presentado en la casa de las víctimas después de que tú y tu amiguita ya les hubieseis interrogado. Me has hecho quedar en ridículo por toda Vizcaya.

— Yo tampoco he recibido ningún mensaje tuyo avisándome que ibas a ir, así que estamos en paz. Quizá deberías darte más prisa la próxima vez— contestó Carlos.

— Joder, esto no es una carrera— estalló Aguirre, golpeando la mesa con el puño-. ¿Qué impresión crees que está dando la Ertzaintza gracias a vosotros dos? ¿Qué confianza pueden tener los familiares de las víctimas en que vayamos a resolver esta investigación si no somos capaces de coordinar a los dos agentes encargados del caso?

Carlos se mantuvo en silencio, mirando al suelo. No sabía cómo había llegado a esa situación, como había pasado a ser el malo de la película. Roberto se había negado a colaborar con él desde el principio, en ningún momento se había acercado a preguntarle cómo iba la investigación o cómo podrían coordinarse y ahora había conseguido que pareciese que toda la culpa era suya.

— Y además tenemos el hecho de que tú y la señorita Egaña no habéis conseguido descubrir nada, mientras que Roberto, a pesar de todas las dificultades que ha encontrado en la investigación, ya nos ha proporcionado el nombre de un sospechoso— esperó unos segundos por si Carlos o Natalia querían rebatirle algo antes de proseguir-. Por eso les sugiero que, a partir de ahora, dejen sus relaciones personales para sus horas de ocio.

— Carlos y yo no mantenemos ningún tipo de relación. Estábamos trabajando— protestó Natalia, indignada.

— Me alegro, así les dolerá menos tener que separarse. A partir de ahora cada uno de ustedes se dedicará a las funciones que tiene asignadas. No quiero enterarme de que siguen dando paseítos por ahí. Por esta vez no voy a emprender acciones disciplinarias contra ustedes, pero no seré tan magnánimo si algo así vuelve a suceder. Supongo que no le gustaría que una expulsión del cuerpo manchase su espléndido currículum, ¿verdad?— hizo una pausa, dejándole a Natalia tiempo para contestar— Bien, si no tiene nada más que decir, le sugiero que vuelva a su puesto de trabajo.

Natalia se levantó sin decir una palabra y salió del despacho sin mirarles siquiera, con la cabeza muy alta. Cuando hubo cerrado la puerta, Aguirre se volvió de nuevo hacia Carlos y le pasó otro fajo de papeles.

— Ésta es la información sobre la persona detenida esta mañana. Quiero que vayas a interrogarle.

— Pero si la detención ha sido cosa mía— protestó Roberto-. Debería ser yo quien le interrogase.

— Perdona pero Carlos tiene mucha más experiencia que tú, así que será él quien lo haga. No creo que estés preparado para enfrentarte a algo así y no puedo permitir que hagas tus prácticas con un asesino que tiene en vilo a toda la provincia— se volvió hacia Carlos que ojeaba el informe del detenido-. ¿Qué te parece?

— Veamos, Agustín Guevara, veintiún años… Estudiante de cuarto de informática en la Universidad de Deusto… Residente en Sestao. Detenido por presunta corrupción de menores en marzo del dos mil cuatro, puesto en libertad sin cargos, ningún otro antecedente… — Carlos levantó la vista de los papeles y miró a Aguirre con cinismo— Pues no sé si felicitaros… ¿Esto es todo lo que tenemos contra él? Hemos detenido a un tío porque hace año y medio se le acusó de corromper a una menor, lo cual no pudo demostrarse. Aguirre, por favor, si con unas pruebas así uno puede ser acusado de asesinato, tendríamos que detener a la mitad de la población de Vizcaya.

— No fue una menor, fueron dos… y, si miras bien los papeles, verás que el medio utilizado para contactar con esas chicas fue Internet, lo cual coincide con la hipótesis que Roberto ha presentado– Carlos se giró hacia Roberto, que desvió la mirada. Decidió no decir nada. Aguirre no iba a creerle si le contaba ahora que aquella idea había sido suya y que la manera que Roberto tenía de colaborar era usar el único dato de la investigación que le había pasado hasta el momento para dejarle en evidencia y llevarse los honores-. Mira, no sé si ese tipo es el que buscamos, de eso tienes que encargarte tú. Y espero que vuestra rivalidad no te impida distinguir si es culpable o no. Necesitamos resultados. La prensa se pasa el día agobiándome, la población está asustada y los políticos están metiendo las narices en esto, lo cual está empezando a ponerme muy nervioso y te aseguro que, si me pongo nervioso de verdad, vosotros dos tampoco vais a estar a gusto, ¿entendido?

— Está bien, está bien… Voy a interrogarle y espero que hayáis acertado.

— Yo también pero, si no es así, vais a tener que seguir trabajando en el caso y quiero que lo hagáis como un equipo y que os comportéis como profesionales.

Carlos miró a Roberto, que asintió obediente, fiel a su papel de niño bueno. Decidió intentarlo otra vez, no podía soportar la idea de tener que aguantarle un solo día más.

— Aguirre, por favor. Ya te he dicho que no funcionamos como equipo. ¿No podrías cambiarme de compañero?

— ¿Te interesa seguir en esta investigación?— Carlos asintió— Bien, pues Roberto está asignado a ella, así que trabajas con él o no trabajas. ¿He hablado claro?

Carlos volvió a asentir, se levantó y abandonó el despacho. Roberto salió detrás de él pero Carlos aceleró el paso. No tenía ganas de hablar con él en aquel momento. Lo último que necesitaba era protagonizar una pelea a puñetazos delante de la puerta del sargento. Se dirigió hacia la zona de las salas de interrogatorios, pensando que no podía salir nada bueno de todo aquello. Rogó con todas sus fuerzas para que el detenido fuese culpable para poder librarse para siempre de aquel trepa, a pesar de que, si resultaba ser el asesino, él quedaría como un incompetente que podía ser superado con facilidad por un novato.

Preguntó por la habitación en la que se encontraba el sospechoso y entró. A la amarillenta luz de una bombilla se encontraba un joven poco aseado y con aspecto cansado. Cuando Carlos cerró la puerta, el chico volvió a mirar la mesa a la que estaba sentado como si no hubiese visto algo tan interesante en toda su vida, con lo que Carlos pudo observarle con detenimiento. Tenía el pelo castaño oscuro y lo llevaba muy largo. La ropa que vestía, toda ella de color negro, correspondía a una persona mucho más grande que él, pero aun así se adivinaba que estaba muy delgado. El chico levantó la vista de la mesa y se ajustó las gafas. Si se le miraba bien, el chaval no era feo. Facciones delgadas, labios gruesos y unos ojos enormes: carita de crío. Cuanto más le miraba menos pensaba que podía estar ante el asesino, a pesar de que todo parecía coincidir. Era pequeño y con poca fuerza física y aparentaba menos edad de la que tenía, lo cual le podría venir muy bien para engatusar a crías de catorce o quince años.

— Y bien…— dijo el chico— ¿Piensa quedarse ahí mirándome hasta que me aburra tanto que confiese todo lo que se supone que tengo que confesar? Es una técnica muy innovadora pero no sé si les va a funcionar…

— Vaya, así que aún nos quedan ganas de cachondeo, ¿eh?— Carlos se sentó en la silla de enfrente y desplegó el informe— ¿Agustín Guevara?

— Claro, solo faltaría que se hubiesen confundido. ¿Y usted es?

— Carlos Vega— se aclaró la garganta y le miró-. Vamos a ver si dejamos claras un par de cosas para que todo esto se pueda hacer rapidito, que no tengo todo el día…

— Pues en eso estoy de acuerdo porque, no se ofenda, pero este sitio es un antro… — miró a Carlos y, ante la cara de pocos amigos de éste, volvió a callar.

— Bien, pues ya que pensamos lo mismo, ahora voy a preguntarle unas cuantas cosas y usted me va a contestar con sinceridad y lo más clara y brevemente posible— esperó hasta que el chico asintió y continuó hablando-. Empecemos, ¿recuerdas lo que estuviste haciendo el domingo cuatro de septiembre entre las nueve de la noche y la una?

— Eh, parece usted un poli de verdad, de los de las pelis, ya sabe…

— Soy un poli de verdad— la cara de Carlos expresaba que las palabras del chico no le estaban haciendo la más mínima gracia.

— Vale, vale, perdone… Déjeme que piense…— el chico cerró los ojos unos segundos, concentrándose— Eso fue hace cuatro fines de semana… Ah, ya me acuerdo… Tenía que hacer un trabajo para una tía de mi clase, Lorena. Tendría que verla, la tía está buenísima, de veras, pero todo lo que tiene de guapa lo tiene de tonta, así que me suele pedir que le haga los trabajos por ordenador y me paga unos sesenta euros por cada uno. La tía está forrada, ya sabe, una pijilla y a mí me vienen bien las pelas… Si fuese a tener alguna oportunidad, se los haría gratis pero como no soy imbécil…

— ¿Puedo saber a qué viene todo esto?— Carlos empezaba a preguntarse si el término “brevemente” tenía algún significado para el chaval.

— Joder, pues lo que le decía— contestó el chico, molesto por la interrupción-. El otro día viene Lorena a mi casa, y me dice, cuatro días antes de la fecha de entrega que a ver si le puedo hacer el trabajo de Informática Teórica. Yo, claro, le dije que no, que tenía que hacer también el mío y que me lo tendría que haber dicho antes y ella va y cruza las piernas y me echa una sonrisa increíble y entonces yo le digo que vale, como un estúpido, pero eso sí, le digo que le va a costar cien euros y que es la última vez que me avisa con tan poco tiempo…

Carlos se apoyó en la mesa y encendió un cigarrillo. Parecía que aquello iba para largo.

— ¿Me da uno? Es que se me ha acabado el tabaco y los tíos de la puerta no me han dejado salir a comprar más— bromeó el chico. Carlos le tendió un cigarrillo y se lo encendió-. Bueno, pues como le decía, me ofrecí a hacer yo el trabajo pero le avise que no iba a estar hasta el domingo ese del que me está hablando…

— El cuatro de septiembre.

— Sí, ese, el día anterior al examen— asintió el chico-. Bueno, pues estuve toda la tarde haciendo el trabajo y Lorena llamándome cada hora o así y diciéndome que a ver cuando iba a estar. Al final me tuve que poner borde y decirle que ya la avisaría yo y la tía me dice que a ver si creo que no tiene más que hacer un domingo que esperar a que yo la llame… Aquello me jodió, ¿sabe? Porque después de todo yo era el que llevaba toda la tarde currando como un desgraciado en vez de estudiar para lo mío y encima va la tía y se me pone chula porque tendría que ir al club de golf o alguna pijada por el estilo, así que le dije que hiciese lo que se le pusiese en el culo y le colgué. Ahí la tía se acojonó porque si no presentaba el trabajo estaba suspendida automáticamente, así que volvió a llamar pidiéndome perdón con voz muy dulce y explicándome que me había tratado así porque estaba muy nerviosa por los exámenes. Normal, como que las ha dejado todas la muy imbécil… Bueno, la tuve rogando un rato y al final le dije que estaba bien porque, después de todo, ya tenía el trabajo casi acabado y necesitaba el dinero para una grabadora nueva para el ordenador, pero le dije que tenía que venir a buscarlo ella a mi casa. La llamé sobre las once y media para que viniese y la tía me llama al portero media hora después para que se lo baje y cuando llego, pensando que quizá podríamos ir a tomarnos algo, me la encuentro sentada en un coche acojonante al lado de un pijo de mierda que conducía y la tía baja la ventanilla, pilla el trabajo, me lo paga y se pira, sin darme las gracias ni nada… Joder, es que no se digno ni a bajarse del coche, ni a preguntarme si me había costado mucho… Pero bueno, que se joda porque yo las pelas me las he quedado y ella, a pesar de tener buena nota en el trabajo, porque eso sí, el trabajo que le hice era cojonudo, ha pencado el examen teórico y ya veremos quién se lo hace el año que viene porque yo paso…

— Vale, vale… Ya te he entendido— Carlos se frotó los ojos mientras intentaba que su mente procesase la enorme cantidad de datos que aquel chaval era capaz de soltar en segundos-. Bien, veamos, ¿quién puede probar lo que dices?

— Pues la chica, Lorena Sainz Álvarez, va a mi clase y vive en Algorta. Y el tío que iba con ella también me vio pero no tengo ni idea de quién era. Ella sabrá.

— ¿Y antes de eso? Aparte de las llamadas de teléfono que Lorena estuvo haciendo, ¿tienes algo más para confirmar que estuviste en casa toda la tarde?

— Bueno, estaba mi madre pero supongo que eso no les vale porque una madre siempre protege a sus hijos, o eso se supone. No sé si vi a alguien más en toda la tarde, aunque si me da unos segundos…— el chico se calló durante unos momentos, lo cual fue un autentico regalo para Carlos— Ya sé, vino la vecina del segundo, Amelia creo que se llama. Me acuerdo porque le abrí yo la puerta, así que ella también se acordara de mí, supongo. Bueno, la señora traía un cabreo increíble, algo acerca de que la del tercero había colgado la ropa chorreando lejía y le había pringado todo. Decía que la iba a matar y que le iba a sacar los ojos. La verdad es que no se como mi madre la sigue escuchando porque todas las semanas viene una o dos veces con lo mismo y luego no mata a nadie. Estuve aguantando los gritos sin poder concentrarme hasta que la señora se calmó. Luego estuvo hablando con mi madre de los cotilleos del barrio alrededor de una hora y se marchó.

— Está bien, mandaré comprobar esos datos. ¿Puedes contarme brevemente donde estuviste el viernes treinta de septiembre entre las nueve y las doce?— preguntó Carlos, recalcando la palabra “brevemente”.

— Eso fue este viernes pasado… Sí, claro que me acuerdo. Quede con dos amigos para ir a casa de uno de ellos. Quedamos a eso de las ocho, pedimos unas pizzas y estuvimos viendo “El Episodio Tres”.

— ¿El episodio tres de qué?

— Hombre, de “La guerra de las galaxias”. ¿Es que usted no es de este planeta?— Carlos le sonrió para darle a entender que le había comprendido, lo que fue suficiente para que el chaval se lanzase de nuevo— Mi colega se acaba de comprar un reproductor de DVDs y le ha puesto un conjunto de altavoces acojonante y parece que estás dentro de la peli. Lo quería estrenar así que nos invito a su casa. De verdad le aconsejo que se compre un cacharro de esos. Es igualito que estar en el cine. Me pasé toda la película alucinando— Carlos carraspeó para conseguir que volviese al mundo real-. Bueno, a lo que iba, estuvimos viendo la película hasta las once o así y luego hablando un poco. Después le estuve arreglando ciertos problemillas que tenía con el ordenador a mi colega y a eso de la una me fui para casa. Ah, sus viejos también estaban en casa por si quiere preguntarle a alguien más.

— ¿Puedes decirme el nombre de tus “colegas”?.

— Claro, el dueño de la casa era Rubén Palacios… No me sé el segundo apellido y eso que somos amigos de toda la vida. Vive en el portal de al lado de mi casa, en el quinto. El muy capullo no tiene ascensor y no sabe lo que jode cuando uno tiene que subir en verano, sobre todo con lo que yo fumo… Por cierto, ¿me podría dar otro cigarrillo?— Carlos le tendió el paquete y el mechero y esperó a que continuase hablando— El otro chaval se llama Joseba Martín y va también a mi clase.

— Está bien, es todo lo que necesito saber por ahora— la verdad es que la sola idea de hacerle más preguntas le daba escalofríos. Nunca había interrogado a alguien tan colaborador-. Espera aquí mientras mando que comprueban los datos. Puedes quedarte con el tabaco.

El chico le sonrió agradecido. Carlos se dirigió hacia la puerta pero entonces se le ocurrió otra pregunta:

— Oye, sólo por curiosidad… ¿Por qué te detuvieron la otra vez?

— Ah, sí… Pensé que ya me había librado de aquello… Bueno, me detuvieron por hacer cyber con una cría de dieciséis años.

— ¿Cyber? Perdona, pero no sé lo que es.

— Bueno, es hablar de sexo en un chat— la cara de Carlos volvió a demostrar que entendería más al chaval si le hablase en alemán-. Será mejor que se siente un momento.

Carlos se sentó y el chico suspiró antes de empezar, como si hablar de aquel tema le desagradase.

— ¿Sabe lo que es un ordenador? ¿Internet?— Carlos asintió y el chico continuó-. Bien, pues hay programas que sirven para hablar con gente de todo el mundo a través de Internet. Tú mandas mensajes a gente que no te conoce y, si ellos quieren, podéis hablar más y haceros colegas. Una conversación en Internet es un chat, para que nos entendamos. ¿Me sigue hasta aquí?

— Claro, no te preocupes. Si me pierdo, te aviso.

— Bueno, pues en los chats la gente habla de muchas cosas y una de ellas es de sexo. Eso es el cyber. Te pones a describir una relación sexual con la persona con la que hablas y la persona colabora.

— ¿Cómo una línea erótica?— le preguntó, intentando entender.

— Parecido, pero escrito… Bueno, esto es gratis y la gente no es profesional, se hace por divertirse— le explicó el chico.

— Me parece una chorrada. Es como hablar de comida cuando se tiene hambre — comentó Carlos.

— Podríamos decir que lo es, sobre todo porque, como tienes que escribir todo el rato, tienes las manos ocupadas. Ya me entiende… — Carlos no pudo evitar sonreír al advertir que el chaval había enrojecido-. Bueno, yo hablaba con dos chicas que eran amigas. Ellas me habían dicho que tenían dieciocho y yo me lo creí. Con una de ellas hablaba solo como amigo pero con la otra… Bueno, éramos como novios por ordenador y hacíamos cyber de vez en cuando y, la verdad es que, para tener dieciséis años, la chavala sabía latín… El problema fue que su padre descubrió los chats grabados y los padres de las dos me denunciaron, como si yo hubiese estado pervirtiendo o violando a sus hijas… Me detuvieron pero los abogados de los padres debieron decirles que ese tipo de delitos no estaba tipificado todavía y que iba a ser muy difícil conseguir algo, así que retiraron los cargos. Pensé que estaba todo olvidado. ¿Me han vuelto a detener por eso?

— No, la verdad es que es un asunto mucho más feo pero tú no te preocupes— respondió Carlos mientras se levantaba-. Volveré lo antes posible.

CAPÍTULO CINCO

Natalia entró en el Capri a toda prisa y buscó a Carlos entre las mesas. Él estaba sentado al fondo, con un vaso de algún licor transparente entre las manos y la mirada perdida. Lo que tenía que contarle no debía ser muy agradable si estaba bebiendo alcohol a las once de la mañana. Tomó aire intentando encontrar fuerzas. Si aquello iba a ser una despedida, lo mejor sería acabar cuanto antes. Se acercó a la mesa, fingiendo una sonrisa.

— Hola. ¿Qué tal te ha ido con la fiera?

— Creo que el chico es inocente…

— No, si me refería a Aguirre.

— Tranquila, sé cómo manejarle— Carlos la miró con expresión seria, señalando una silla enfrente de la suya-. Natalia, siéntate, por favor. Tengo que hablar contigo de algo muy importante.

Natalia se quitó el abrigo, pidió un café desde la mesa y se sentó.

— ¿Qué es lo que pasa? ¿Vas a tener problemas por mi culpa?

— No, no te preocupes… No es por ti por lo que Aguirre estaba enfadado. Está obsesionado con la idea de que Roberto y yo formaríamos un gran equipo y no hay manera de sacarle esa idea de la cabeza. Me ha dicho que, o trabajamos juntos, o dejo el caso.

— ¿Y qué vas a hacer?— preguntó Natalia, preocupada.

— Lo más sensato sería escucharle, lo que supondría dejarte fuera del caso. Sería muy arriesgado continuar investigando por nuestra cuenta en contra de sus órdenes. Si nos descubriesen, los dos podríamos acabar en la calle.

— Eso ya lo sé, pero es una pena que tengamos que dejarlo. Sigo pensando que podría haber funcionado— le interrumpió Natalia, sin saber por qué sentía la necesidad de seguir luchando por algo que sabía perdido de antemano-. Creo que nuestras hipótesis eran buenas y que, si hubiésemos seguido trabajando, le habríamos atrapado.

— Yo también lo pienso. Por eso quería hablar contigo. No pienso colaborar con Roberto, al menos no más de lo necesario para mantener tranquilo a Aguirre. La vida de no sabemos cuántas niñas puede estar en peligro y no voy a permitir que la investigación se eternice sólo porque Roberto no sabe trabajar en equipo.

— ¿Y qué piensas hacer? ¿Cómo vas a llevar el caso solo?

— No estaba pensando en llevarlo solo. Estaba pensando en que siguiésemos juntos, como hasta ahora. Claro que eso también depende de ti. No puedo prometerte un ascenso si al final esto sale bien y, si sale mal y nos descubren, tendríamos que empezar a buscar otro trabajo. No voy a intentar convencerte, depende sólo de tu decisión y, sea cual sea, la respetaré.

Natalia desvió la mirada y se mantuvo en silencio durante unos segundos, removiendo el azúcar del café que el camarero había colocado delante de ella. Aquella situación podía ser peligrosa para los dos y sabía que lo que debería hacer era aconsejarle que lo dejara, que fuese razonable e intentara llevar la investigación como le ordenaban. Pero, por otro lado, le parecía que decir aquello sería una traición, a Carlos, a sí misma, a las niñas que podían estar en peligro…

— ¿Estás seguro de que no hay ninguna manera de que Aguirre comprenda que nuestro método es mejor y cambie de idea?— insistió ella-. Tiene que haber alguna manera de convencerle, de hacérselo ver… Quizá si vas a hablar con él mañana, cuando esté más tranquilo…

— Natalia, no funcionará. Conozco a Aguirre desde hace muchos años y sé cómo piensa… Pero es que además hay otros factores que hacen que ésta sea la única manera. Lo que ha pasado con Roberto, por ejemplo… Me hace plantearme en quien puedo confiar y en quien no… Me da la impresión de que estoy rodeado de trepas que sólo están esperando que yo falle para subir. Y necesito confiar en mi equipo para resolver esto. No puedo concentrarme en el caso si tengo que estar cuidando de que no me apuñalen por la espalda— Carlos suspiró, resignado-. Pero ya te he dicho que no voy a presionarte. Comprendo que no quieras hacerlo sin la aprobación de Aguirre.

Natalia esquivó de nuevo su mirada. No sabía qué hacer. Le gustaba tener las ideas claras, saber muy bien hacia donde se encaminaba y estar en todo momento segura de que estaba dando los pasos adecuados. Pero ahora no era capaz de ver el camino. Todo su mundo se había vuelto patas arriba desde que él entró en su vida. Carlos se mantenía en silencio, esperando su decisión. Ella le miró y sintió que, por una vez en la vida, debía luchar por algo ilógico, olvidar lo que su ordenada mente trataba de imponerle y dejar hablar a su corazón. Respiró con fuerza, levantó la mirada y sonrió.

— Bien, si no hay otra manera, seguiremos adelante en contra de todo el mundo. No llevo lo suficiente en este puesto para haberle cogido cariño.

— Gracias, no esperaba menos de ti— dijo él mirándola a los ojos y agarrando su mano con suavidad.

— Esto…, bueno…, no es nada… — Natalia sintió que enrojecía y aprovechó la excusa de sacar el paquete de tabaco para retirar la mano. Durante unos segundos se sintió perdida, desconcertada por aquel contacto que no había esperado-. ¿Y cómo vamos a continuar la investigación? Roberto era el único que sabía algo de informática.

— He estado pensando en formar un grupo de investigación completo, apartado de los politiqueos de comisaría. Entre los dos formamos un equipo con bastantes posibilidades pero, como bien decías, seguimos cojos en algo que es imprescindible en este caso: los ordenadores.

— ¿Y cómo lo vamos a arreglar?

— No podemos pedir ayuda a nadie que trabaje en la central porque correríamos el riesgo de que Roberto o Aguirre se enterasen. Y tú y yo no podemos hacerlo. Sinceramente, no me veo con ganas de apuntarme a un cursillo acelerado de informática. Por eso he pensado en invitar a alguien más a nuestra pequeña fiesta.

— ¿Quién?

— El sospechoso que han detenido hoy. He hablado con él y estoy seguro de que es inocente. Y sabe de ordenadores. Está estudiando informática y, además, por lo que me ha dicho, debe ser bueno.

— Ah, ¿pero ya se lo has propuesto?— preguntó Natalia, aún sorprendida, pensando que aquello se volvía más disparatado a cada frase que él pronunciaba.

— No, pero me lo ha dicho igual que otras mil cosas que tampoco le había preguntado. Ese es el único fallo que le veo: no hay manera de callarle. Pero no se me ocurre otra opción. No conozco a nadie más que pueda hacerlo, ¿y tú?

— Tampoco… ¿Estás seguro de que aceptará?

— Sí, sólo hay que ofrecerle algo de dinero… Ese es otro de los riesgos de este plan. Si conseguimos atrapar al culpable, quizá podamos hacer que la policía lo pague, hay presupuesto destinado a colaboradores pero si no, tendremos que ponerlo de nuestro bolsillo y eso sí que sería una faena.

— Bueno, mejor lo vemos como otra motivación para cogerle. Bien, estoy de acuerdo en todo… Espero que tengas razón y que ésta sea la manera de hacerlo— Natalia suspiró, preocupada-. ¿Qué hacemos ahora?

— Estoy esperando a que me llamen de comisaría confirmándome las coartadas del chico. En cuanto le suelten, iremos a hablar con él.

Gus se levantó de la silla y dio unas vueltas por la sala por enésima vez en la última media hora. Hacía ya muchísimo rato que el policía con el que había estado hablando se había marchado. Le había parecido un tipo majo ese tal Carlos y había pensado que le sacaría de ahí enseguida pero, por lo visto, tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Al menos le había dejado tabaco pero, con lo nervioso que estaba, no le duraría una hora más.

Y encima ni siquiera sabía de qué le estaban acusando. Si hubiese sabido que esas chicas le iban a dar tantos problemas… Se sentó de nuevo y apoyó la cabeza en las manos. Unos minutos después, miró de nuevo su reloj. La una y media. Seguro que tampoco se acordaban de traerle algo de comer.

En ese momento se abrió la puerta y entró un policía de uniforme.

— Venga, chaval. Estás libre. Te puedes largar.

Gus se levantó y salió. Aquello era lo mejor de la policía, sus modales. Nada de “Lo sentimos, señor Guevara. Todo ha sido una lamentable confusión”, nada de explicaciones o disculpas. Tan sólo le decían que se podía largar y encima esperarían que estuviese agradecido.

Salió a la calle y se puso la chaqueta. Perfecto, además llovía, un día redondo. Metió la mano en el bolsillo y contó las monedas que llevaba. Tenía el dinero justo para coger el tren, así que ya podía olvidarse de comprar tabaco. Metió las manos en los bolsillos y empezó a andar hacia la estación. En ese momento, un coche frenó a su lado, con la buena puntería de salpicarle los pantalones. Levantó la cabeza, dispuesto a acordarse de toda la familia del conductor y reconoció al policía con el que había estado hablando:

— ¿Agustín Guevara, verdad? Oye, perdona por lo del agua. No he visto el charco.

— No pasa nada. Hay días que es mejor quedarse en la cama. Claro que hoy ustedes no me han dejado— contestó intentando quitarle importancia. Después de todo, lo único que quería era volver a casa.

— No te preocupes. Les diré que la próxima vez te pregunten si te viene bien.

— No es que me caigan ustedes antipáticos— dijo Gus mientras comenzaba a andar-, pero preferiría no tener que volver a verles.

— Anda, sube que no está el día para ir andando— Carlos le sonrió y le señaló el interior del coche con la cabeza-. Te llevamos a casa.

Gus lo pensó un segundo. Después de todo no era un coche oficial así que no tendría que preocuparse porque su madre le viese llegar escoltado. Además este policía parecía majo y la minifalda de la chica que se sentaba a su lado merecía una inspección más exhaustiva, así que entró por la puerta trasera y se sentó, apoyando los brazos en los asientos delanteros.

— Vives en Sestao, ¿verdad?— le preguntó Carlos mientras arrancaba.

— Sí. Oye, muchas gracias por sacarme. Hasta que hablé contigo pensé que iba a tirarme ahí días.

Carlos se incorporó al tráfico, que seguía tan infernal como por la mañana.

— No ha sido nada, la verdad es que no deberían haberte arrestado. Éste es mi caso y no se me informó de que habían encontrado un sospechoso pero, si me lo hubiesen dicho, no te habría molestado. Las pruebas contra ti eran de risa.

— Hombre, al menos hay un poli bueno. ¿Ella es el “poli malo”?— preguntó Gus sonriéndole.

— No, perdona por no presentaros. Ella es Natalia. Es forense.

— Encantadora profesión. Espero que, cuando me muera, me atienda una forense como tú— Natalia le sonrió y le tendió la mano-. Yo soy Gus.

— Encantada. Oye, ¿te han dado de comer?

— No, y la verdad es que me muero de hambre.

— Lo que me suponía, la buena educación no es materia obligatoria para conseguir la placa— Carlos gruñó desde el asiento contiguo-. Si tenemos que llevarte hasta Sestao con este tráfico, nos van a dar las tres de la tarde. Creo que lo mejor será dejar que Carlos nos invite a comer para disculparse contigo.

— Vale, acepto la invitación— dijo Gus sin dar tiempo a que Carlos expresase su opinión-. Pero elijo yo, que conozco un sitio por aquí donde ponen una comida buenísima. Estuve aquí la semana pasada con mis colegas, porque habíamos ido al Corte Inglés a comprar unos CDs. La verdad es que al final no los compramos ahí porque estaban carísimos, así que yo les dije un sitio que conocía donde eran mucho más baratos y nos fuimos allí…

Carlos suspiró desesperado. Ya empezaba otra vez. Miró de reojo a Natalia. La muy hipócrita sonreía a Gus y asentía, como si lo que le estaba contando el chico le interesara. Le dejó a ella la tarea de soportarle y se concentró en conducir.

El fantástico sitio para comer que Gus conocía resultó ser una hamburguesería. Natalia torció un poco el gesto al entrar pero prefirió no decir nada. Ellos dos parecían encantados con el lugar y, si iban a trabajar como un equipo, lo mejor sería empezar a integrarse cuanto antes. Gus consiguió seguir hablando incluso mientras devoraba sus patatas:

— Oye, si no es mucha indiscreción… ¿Puedo saber de qué se me acusaba?

— Del asesinato de dos niñas— contestó Carlos.

— ¿De asesinato? ¿A mí?— Gus estuvo a punto de escupir toda su comida encima de la mesa-. Pero si en mi vida le he puesto la mano encima a nadie, soy incapaz de hacer daño, a no ser que me toquen mucho las narices, pero no me vayas a malinterpretar. Tengo un punto malo, como todo el mundo, pero de ahí a matar a dos niñas…

— Para, para… Ya sabemos que no has sido tú— le cortó Carlos-. Por eso estás aquí.

— No te entiendo.

Natalia le dedicó una sonrisa intentando tranquilizarle e intervino en la conversación:

— Hemos estado pensando en ofrecerte un trabajo pero, antes de que te contemos nada, tienes que prometernos que, lo aceptes o no, lo que se diga en esta mesa no saldrá de aquí— Gus asintió y se la quedó mirando en silencio, como si por una vez en su vida se encontrase sin palabras— Es un asunto relacionado con un caso de la Ertzaintza pero estamos pensando en llevarlo entre Carlos y yo. Y tú si te apuntas.

Natalia le hizo un gesto con la cabeza a Carlos, invitándole a que fuese él quien lo explicara.

— Bien, supongo que habrás oído hablar de los asesinatos cometidos contra dos menores en las últimas semanas— Gus asintió de nuevo-. Pues eso es lo que estamos investigando. Y eso mismo es de lo que te habían acusado. La verdad es que el asesino no ha dejado muchas pistas. Yo he estado interrogando a gente y buscando cualquier indicio pero, por el momento, no hemos conseguido resultados. Natalia ha sido la encargada de realizar las autopsias de las víctimas, además de ayudarme en el caso e iluminarme con sus teorías— le dirigió una sarcástica sonrisa a Natalia. Ella prefirió no decir nada, ya habría tiempo de saldar cuentas cuando el chico no estuviese delante-. El problema es que en comisaría no están muy contentos con los resultados que tenemos hasta ahora y, por ello, además de apartar a Natalia del caso, decidieron seguir las “maravillosas ideas” de cierto patán de comisaría, con lo cual tú acabaste detenido.

— Hasta aquí entiendo pero sigo sin saber que pinto yo en todo esto— dijo Gus perplejo.

— Natalia y yo hemos decidido seguir con una investigación “extraoficial”. Creemos que nuestras ideas darán resultado pero necesitamos llevarlas a cabo sin que todo el mundo esté metiendo las narices en ello. Nuestro único problema es que necesitamos a alguien con tus habilidades.

— ¿Para qué puedo servir yo? Si no tengo ni idea de investigar ni de nada… Ni siquiera me gustan las series de detectives.

— Pensamos que el asesino contacta con sus víctimas a través de Internet y necesitamos a alguien con tantos conocimientos de ordenadores como él para poder atraparle— intervino Natalia, sacando su paquete de tabaco para ofrecerle un cigarrillo.

Gus se apoyó en el respaldo de la silla y lo encendió mientras pensaba:

— Bueno, todo esto está muy bien… Lo de servir a la comunidad y atrapar a los malos y salvar víctimas inocentes pero, ¿qué gano yo? ¿Ni siquiera me vais a dar un traje de ayudante de Batman o algo por el estilo?

— Te pagaremos, por supuesto— ofreció Natalia-. Sólo di el precio pero ten en cuenta que necesitaremos dedicación absoluta hasta que le atrapemos.

— Cuarenta euros al día— respondió Gus después de unos segundos.

— ¿Pero qué dices?— se escandalizó Carlos-. ¡Si te vas a llevar la mitad de mi sueldo! De eso ni hablar. Es demasiado. Veinte.

— Bien, fue bonito mientras duró. Ya lo siento— Gus se levantó y empezó a ponerse la chaqueta-. Espero que, aunque no haya aceptado, la invitación a comer siga en pie porque no llevo un duro.

Carlos miró a Natalia con aire implorante y ésta asintió:

— Treinta es nuestra última oferta— sugirió Carlos-. Y ten en cuenta que nos estás arruinando.

— Bien, ya que veo que vais a ser unos ratas como jefes, espero que al menos invitéis a café— volvió a sentarse y les sonrió-. Ya somos un equipo.

II. LA BÚSQUEDA

CAPÍTULO UNO.

Natalia se forzó a dejar de pasear como llevaba haciendo los diez minutos anteriores. Se acercó al ventanal que dominaba el salón, encendió un cigarrillo y le dio tres rápidas caladas. Intentó calmarse con respiraciones lentas y profundas mientras observaba la ciudad. Hacía una hora que había dejado de llover y ahora estaba bastante despejado. Mientras oscurecía, el cielo iba cobrando un color azul muy oscuro, profundo, intenso… Las primeras farolas se habían encendido y se reflejaban en la ría que cruzaba Bilbao como una cinta de plata. El tráfico casi había desaparecido, los ruidos habían cesado y las calles parecían dormidas. Sin embargo, no pudo contagiarse de la tranquilidad que transmitía la ciudad. Su mente seguía dominada por una voz que le decía una y otra vez que no estaba haciendo lo correcto. Tenía que conseguir controlarse, sobre todo en la central. La gente sospecharía que algo grave tenía que estar sucediendo para que Natalia Egaña, la perfecta, la número uno, estuviese distraída, cometiendo fallos. Debía ser muy cuidadosa con sus compañeros de trabajo y, sobre todo, con el sargento Aguirre. Seguro que el incidente del día anterior ya la había colocado en los primeros puestos de su lista negra: “la principiante con delirios de grandeza”.

Volvió a repetirse que lo que estaban haciendo daría resultados, que los datos e hipótesis que conseguirían juntos acabarían situándoles en el camino correcto para atrapar al asesino. Entonces, si estaba tan segura de que el plan era bueno, ¿por qué no podía dejar de pensar que lo mejor sería decirle a Carlos que lo sentía pero que lo dejaba? Tendría que haberle dicho que no desde el principio, tendría que haber podido explicarle que ella no estaba hecha para desafiar órdenes, que su carrera era lo más importante en su vida. Entonces ¿qué era lo que la había impulsado a decir que sí?

Al principio se había metido en todo aquello buscando gloria, reconocimiento… Pero no podía engañarse más, ya no seguía por esos motivos. Tal como estaba la situación, lo más probable era que se encontrara cualquier día con una carta de despido y una mancha del tamaño de Asia en su expediente. Entonces, ¿qué la retenía dentro de esa locura?

La respuesta se abrió paso en su cabeza: Carlos. Mientras le explicaba el plan, ella había visto en sus ojos una fuerza y una ilusión que no había percibido nunca antes en nadie. Él confiaba en aquel plan y, lo más importante, la necesitaba. No por sus logros académicos, ni por su brillante expediente. La necesitaba como persona. Había visto en sus ojos una esperanza, una urgencia que rayaba en la desesperación y, tanto en aquel momento como ahora, Natalia no se veía capaz de fallarle.

El timbre de la puerta sonó. Dio otra profunda calada al cigarrillo, lo aplastó contra el cenicero y corrió a abrir mientras echaba una mirada a su reloj. Llegaban con veinte minutos de retraso. Con el ceño fruncido abrió la puerta, para encontrarse a Carlos y Gus cargados con piezas de ordenador.

— Hola. Llegáis tarde— les dijo parada en el dintel-. ¿Tanto se tarda en robar unos ordenadores?

— No estábamos robando, estábamos recogiendo pruebas. Por favor, dejémonos de payasadas que esto pesa— Carlos entró en la casa con uno de los monitores-. ¿Dónde puedo poner esto?

Sin esperar a la respuesta lo dejó en el suelo y volvió a salir a por las demás cajas. Una vez que acabaron de meter todo, Natalia le indicó a Gus donde podía instalar los ordenadores. Gus empezó a trabajar mientras iba pidiéndole a Carlos que le pasase las piezas. Natalia les observó, sintiéndose extraña. No estaba acostumbrada a tener gente en su casa, a escuchar allí otras voces. No le resultó desagradable a pesar de que en menos de un minuto habían transformado su salón en un campo de batalla. Les dejó solos y se marchó a la cocina a preparar café para los tres.

Unos minutos después, Gus les informó de que ya lo tenía todo preparado. Se sentaron, uno a cada lado del chico, y observaron los monitores.

— ¿Qué tal va?— preguntó Carlos.

— Bueno, acabo de empezar. Estoy buscando con qué programa pudo haberlas contactado el asesino. Hay infinidad de programas de chat. Dependiendo del programa que usasen para hablar, tendré que hacer unas cosas u otras para pillarle. ¿Puedes ir haciendo lo mismo en el ordenador de Vanessa?

— ¿Yo? Pero si no sé ni encenderlo…— contestó Carlos, con gesto asustado— Además no me gustaría cargármelo todo…

— Ese es el problema de la gente, que se piensa que si lo toca lo jode y le tiene tanto miedo a los ordenadores que no aprende nunca. Para fastidiar un ordenador de verdad hay que saber hacerlo. Anda, quita que ya lo hago yo.

Gus colocó los monitores de manera que pudiese ver los dos a la vez y empezó a buscar. Natalia se sentía emocionada, tenía que esforzarse para no preguntarle a cada segundo qué era lo que estaba haciendo. Carlos le ofreció un cigarrillo y ambos fumaron en silencio durante lo que le pareció una eternidad.

— Aquí lo tenemos. ICQ está en los dos ordenadores— dijo Gus, sobresaltándola.

— ¿Y eso es bueno?— se interesó ella, acercándose para mirar la pantalla.

— Eso es normal. Es un programa de chat como cualquier otro— contestó Gus-. Por ahora no he encontrado nada. Os avisó que esto llevará tiempo y que seguramente será aburrido.

— ¿Estás intentando que nos vayamos?— preguntó Natalia, con tono indignado.

— No, pero es que miráis el ordenador como si la cara del asesino fuese a aparecer en cualquier momento y esto puede llevar días.

— ¿Qué estás haciendo ahora?— le interrumpió Carlos, exaltado, sin hacerle el más mínimo caso.

— Está bien, haced lo que os dé la gana. Yo ya os he avisado— se resignó Gus-. Creo que este es el programa de chat que el asesino utiliza para buscar a las chicas. Por desgracia, eso no nos ayuda mucho porque lo usan unos cien millones de personas en el mundo, así que no podremos detenerlos a todos ni avisarles que tengan cuidado porque hay un asesino muy malo suelto— la cara de Gus se iluminó con una enorme sonrisa.— Perfecto, ninguna de las dos lo tiene protegido con contraseña. Me encantan los usuarios confiados.

— ¿Y si lo hubiesen tenido protegido?— preguntó Natalia.

— Nada, lo habría podido abrir igual pero me habría llevado un rato. Bien, veamos con quienes hablaban estas chicas.

Gus abrió la lista de contactos de Bianca. Una larga serie de nombres apareció en la pantalla:

Andromeda, Angelmist, Aroha, Becky, Caronte, Chuck, Galadhran, Ghost, Jeroen, Moonchild, Noone, Phoenix, Ramón, Ray, Target.

— Bien, señores. Uno de esos nombres corresponde al de nuestro asesino. Ahora sólo hay que saber cuál es— comentó Gus.

— ¿Eso son nombres? — Carlos miraba la pantalla con aire de extrañeza.

— Son nicks… Motes por los que se te conoce en Internet. La gente es bastante original.

— ¿Y cuál es el tuyo?— preguntó Natalia.

— Bueno, esto… Gus…— respondió él, sonrojándose.

— Tenías razón, que original— Carlos le lanzó una de sus sarcásticas sonrisas.

— Bueno, es que pasaba de llamarme algo ridículo como Sex Machine o alguna estupidez por el estilo. Y, además, a mí me gusta— bebió otro trago de su café mientras Carlos y Natalia terminaban de reírse-. Veamos la lista de Vanessa.

La lista que apareció esta vez ante sus ojos era aun más larga:

Aina, Albert, Bluesman, Bristol, CallistaZM, Caronte, Crystal, Darunee, Djm, Frothug, Germangod, Jurgen, Linamaria, Lucifer, Mic, Neo, Pascal, Radek, Salvatore, Shital25M, Sileef.

-Bien, ahora sólo hay que esperar que nuestro asesino sea tan tonto como para no usar un nick para cada víctima o nos va a tocar leer todos y cada uno de los mensajitos— siguió explicando Gus.

Durante unos segundos los tres observaron las pantallas sin pronunciar una sola palabra, casi conteniendo la respiración.

— ¡Caronte! Ese nombre se repite en las dos listas— Natalia saltaba en la silla mientras señalaba emocionada a la pantalla.

— Bueno, creo que hemos tenido suerte. Ahí le tenéis— Gus sonrió a Carlos mientras le estrechaba la mano.

Carlos levantó su taza de café y brindó con Natalia por aquella pequeña victoria. Ella le sonrió, sintiendo que había tomado la decisión correcta. Sabía que aquello sólo era un primer paso pero parecía que el equipo funcionaba.

— Por fin un dato de nuestro asesino— dijo Natalia, aliviada.

— ¿Un dato? ¿A qué te refieres?— preguntó Carlos.

— Al nombre que usa— contestó ella-. Puede que nos esté indicando algo acerca de la patología que le impulsa a matar.

— No entiendo cómo vas a deducir algo de eso sólo con un nombre clave— repuso él.

— Bueno, lo primero que deberíais saber es que no se llama nombre clave, se llama nick— interrumpió Gus.

— Al cuerno con eso. ¿Qué más da ahora como se llame?

— Es sólo que no quiero ver que ponéis cara rara cada vez que os diga algo de informática, así que lo mejor es que vayáis aprendiendo las palabras técnicas poco a poco.

— Vale, vale… Tenemos su nick, ¿contento?— Gus asintió, sonriéndole— ¿Qué querías decir, Natalia?

— En la mitología griega, Caronte era el barquero que llevaba a las almas condenadas al Hades, al infierno— explicó ella-. Quizá él se vea así: como alguien encargado de llevar a esas chicas a la muerte. Puede que se vea como un justiciero, un verdugo… Muchos asesinos en serie tienen ese tipo de delirios pseudoreligiosos.

— Bueno, todo eso es muy interesante pero yo puedo daros datos más prácticos en un momento— volvió a interrumpir Gus, mientras trasteaba en los ordenadores-. En ICQ puedes ver la información de las personas que tienes en tu lista de contactos. Veamos que pone en esta. Esto es lo que tenemos de nuestro chico… Se llama Alex, los campos correspondientes a los apellidos están en blanco. Tampoco aparece una dirección, un teléfono o algo por el estilo. Ya lo siento. Aquí dice que tiene 19 años, nació el 19 de abril de 1986. Vive en San Sebastián y le encanta la fotografía, los viajes, las ciencias ocultas y la música alternativa. Es todo lo que tenemos y siento decepcionaros pero lo más seguro es que la mitad de los datos sean falsos. Nadie dice la verdad en Internet.

— ¿Cómo que nadie dice la verdad?— preguntó Natalia, abatida.

— Ya lo siento pero es así. Incluso cuando la gente no tiene nada que ocultar se pone nombres falsos, se inventa maravillosas personalidades para ligar más, mienten sobre su edad, su sexo, su estado civil… Es lo que tiene de guapo esto de chatear, que durante un rato puedes ser quien tú quieras. Y si además tenemos en cuenta que nuestro chico sí tiene un montón de cosas por ocultar como, por ejemplo, que entre sus aficiones está la de asesinar a jovencitas inocentes, podemos suponer que no habrá sido muy sincero.

— Quizá él no se planteó que pudiésemos llegar a acceder a estos datos y no se molestó en mentir— sugirió ella, intentando no perder la esperanza. Estaban corriendo tantos riesgos para poder acceder a esos datos que no le parecía justo que no pudiesen sacar nada útil de ellos.

— Bueno, no es por fastidiar pero no lo creo— se disculpó Gus-. Muy tonto tendría que ser para pensar que la policía no acabaría descubriendo que las contactaba por Internet y él no tenía ninguna manera de poder acceder a los ordenadores de las víctimas para borrar las pistas que hubiese podido dejar, así que supongo que habrá tenido cuidado. De todos modos, no perdéis nada por probar. Y ya que vamos a creérnoslo todo, vamos a ver si las chicas tenían su foto guardada… Espera unos segundos a que la busque.

Natalia contuvo el aliento mientras Gus buscaba la foto entre los archivos recibidos de las dos chicas. Era lógico pensar que no sería autentica pero, después de tanto tiempo persiguiendo una ilusión, incluso una fotografía falsa significaba mucho para ella. Era una señal que el asesino había dejado, una pista de la que quizá pudiesen deducir algo…

— Bien, aquí está… la misma foto en los dos ordenadores.

Las pantallas mostraban a un chico joven y muy guapo. Tenía el pelo castaño bastante largo, los ojos oscuros y la piel muy morena. La sonrisa destacaba por su blancura como en un anuncio de dentífrico. La forma cuadrada de la cara y los hombros anchos hacían pensar en un deportista, en el capitán del equipo de fútbol de una película americana.

— Tal como te decía… La foto es falsa— Gus encendió otro cigarrillo y siguió hablando-. Un tío tan guapo no gastaría su tiempo en asesinar jovencitas, se las tiraría. Perdón por el vocabulario, Natalia.

— Tranquilo, no me voy a asustar a estas alturas… Además, estoy de acuerdo. Este chico no puede ser nuestro asesino. La constitución no coincide. Pensamos en una persona pequeña y débil y, aunque en la fotografía no puede apreciarse la altura, apostaría a que el chico de la foto mide cerca de metro ochenta. Y eso sólo desde el punto de vista físico… Si tomamos esta foto como cierta, todas nuestras hipótesis se invalidan. Nuestras hipótesis hablan de una persona perturbada en el ámbito emocional, con problemas de socialización e incluso con algún defecto físico evidente que era la razón de que les extirpase los ojos. ¿A ti te coincide esa descripción con esta foto, Carlos?

Él, que había estado muy callado hasta ese momento, desvió la mirada de la pantalla para contestar:

— Por una vez voy a estar totalmente de acuerdo con una de tus hipótesis, Natalia. Ese chico no puede ser nuestro asesino.

— ¿Y cómo puedes estar tan seguro?— preguntó ella, intrigada.

— Porque ya he visto esa foto antes y sé que ese chico es incapaz de matar a nadie. Lo asesinaron hace año y medio.

CAPÍTULO DOS.

Hola Patricia:

Ya sé que hemos hablado hace hora y media y que ahora mismo estarás dormida y espero que soñando conmigo… Debería estar contento con eso y tratar de no agobiarte pero cada minuto que paso sin ti se me hace un siglo. No puedo estudiar ni dormir, no tengo ganas de comer ni de divertirme… Te has convertido en una obsesión y ya sólo vivo para ver aparecer tu nombre en la pantalla. Sólo me siento vivo durante los momentos en los que hablo contigo… y se me hacen tan cortos…

No puedo dejar de recordar tus palabras, reproduzco una y otra vez nuestros chats en mi cabeza. Nunca en toda mi vida había conocido a una persona tan maravillosa, tan dulce… No habría podido imaginar que encontraría a alguien que fuese a comprenderme del modo casi mágico en que tú lo haces. Sólo con que estés conmigo, los problemas desaparecen, la vida deja de ser gris para convertirse en un sueño. Eres tan increíble…

Cada vez que te vas es como si me arrancasen la razón por la que vivo. Te has convertido en una droga para mí y lo peor de todo es que no quiero desengancharme. Quiero caer más y más en esta adicción, quiero necesitarte y adorarte más cada día, quiero volverme totalmente loco por ti hasta un punto en el que no haya salvación posible.

Estoy dejando mi vida en tus manos. Podrías destrozarme con una sola palabra pero estoy dispuesto a arriesgar mi vida por estar contigo una sola vez. Y, además, no tengo miedo. Creo de verdad que lo nuestro va a funcionar, que una vez que nos veamos el sábado todos nuestros sueños se cumplirán, que ya no habrá problemas ni dudas.

No sé si voy a poder aguantar el tiempo que queda para que nos veamos. Estoy tan nervioso que no puedo pensar en otra cosa. Llevo toda la semana pensando y planeando esta primera cita para que todo sea perfecto.

Por cierto, el amigo que me va a llevar en coche a Portugalete me ha dicho que tiene partido el sábado por la tarde, así que llegaré más tarde, sobre las once. Espero que eso no sea ningún problema para ti porque si me dices ahora que no puedes, me muero. Pero bueno, de eso ya hablaremos mañana, cuando vuelvas de clase.

He estado pensando en dónde podríamos quedar y no me apetece que nos conozcamos en un bar, rodeados de gente y de música alta y sin que podamos hablar. Mi amigo me ha hablado del paseo del faro y me ha dicho que es un sitio muy tranquilo y muy romántico. Creo que sería el lugar ideal para conocernos. Nada de ruidos ni de extraños molestando… Solo tú y yo, el mar y las estrellas. ¿No te parece perfecto?

Bueno, espero que mañana entres pronto a Internet para poder hablar de todo esto. Voy a dejar de escribir porque si no, te vas a pasar leyendo mi e-mail todo el tiempo que estés conectada y no quiero perderme un solo segundo de estar contigo. Hasta mañana, mi vida.

Te quiere,

Alex

Volvió a releer el e-mail mientras tomaba su café a pequeños sorbos. Funcionaría, eso seguro. Escribió la dirección de Patricia y lo envió. Ahora sólo había que esperar a que la presa mordiese el anzuelo y, por las apasionadas conversaciones que habían mantenido los últimos días, no le parecía que fuese a ser muy difícil. El siguiente sacrificio se realizaría según el plan previsto. Se reclinó en el asiento y suspiró, intentando expulsar la tensión que había sentido los últimos días. Ahora todo estaba bien. Sin que Patricia se diese cuenta, la trampa había ido cerrándose alrededor de ella. Ya no tenía la más mínima posibilidad de escapar.

— ¿Cómo que ya está muerto?— preguntó Natalia, sorprendida.

— Sí, en cuanto vi el nombre empecé a sospechar y la foto ha terminado por convencerme— contestó Carlos-. Estoy seguro de que, si os fijáis bien, a vosotros también os sonará. Esa foto estuvo saliendo en todas las televisiones durante un par de semanas.

Natalia volvió a mirar la foto, intentando recordar. Al cabo de unos segundos, le pareció más familiar.

— Sí, es el chico que apareció asesinado en su casa…, con un montón de puñaladas…

— Exacto, y el caso sigue sin resolverse— puntualizó Carlos.

— No lo entiendo— intervino Gus-. ¿Por qué Caronte iba a usurpar la personalidad de un chico que está muerto? Lo mismo que nosotros nos hemos dado cuenta en menos de cinco minutos, las chicas también podrían haberlo hecho. Es correr un riesgo inútil.

— Exacto— dijo Natalia-. Y si a pesar de ello está dispuesto a asumirlo es porque para él tiene una gran importancia, quizá un significado simbólico. Alex debía tener un papel importante en su vida y, si conseguimos averiguarlo, estaremos más cerca de cogerle.

— Puede que haya sido su primera víctima— sugirió Carlos.

— No lo sé, no me cuadra— Natalia frunció el ceño, concentrándose. Aquella pequeña pista podía tener tantas posibles interpretaciones… No le gustaría equivocarse-. Los asesinos en serie suelen elegir un determinado tipo de víctima. Algunos asesinan niños, otros prefieren ancianos o gente de color u homosexuales o mujeres jóvenes… A pesar de que esto puede resultarles limitante a la hora de asesinar, no se salen de su norma, ya que ésta está fundada en el trastorno que padecen. Claro que, como aún no sabemos nada de su patología, no podemos descartarlo. ¿Qué vamos a hacer ahora?

— Bueno, creo que deberíamos dividir el trabajo— contestó Carlos-. Gus, tú empezarás a vigilar por si se conecta y, mientras tanto, puedes ir revisando los chats buscando alguna pista. No creo que sea igual de fácil mentir si hablas mucho tiempo con una persona. Se le ha podido escapar algo…

Gus abrió un par de pantallas en los ordenadores y resopló desesperado.

— Hay docenas de chats. Puedo tardar semanas.

— Yo te ayudaré si me enseñas a manejar el programa— se ofreció Natalia, deseosa de ser útil-. Además, necesitaría que seleccionases los que te parezcan importantes para que los analice. Quizá pueda deducir algo de su personalidad que pueda ayudarnos. ¿Y tú que harás, Carlos?

— Pediré el informe del asesinato de Alex. Ya te pasaré el informe de la autopsia para ver si puedes deducir si los crímenes fueron cometidos por la misma persona— ella asintió conforme-. Bueno, es muy tarde. ¿Te llevo a casa, Gus?

— Pues me harías un favor porque ya no hay trenes. ¿Cómo quedamos mañana?

— Te recojo a las ocho y te traigo aquí. Natalia y yo nos iremos a trabajar y, cuando acabemos, volveremos para que nos comentes si has conseguido algo. ¿Os parece bien?

Natalia asintió y se levantó para empezar a recoger las tazas de café. Gus, sin embargo, no puso tan buena cara:

— ¿A las ocho? Joder, Carlos, que es la una… No me vas a dejar tiempo ni para dormir. Si llego a saber que era tanto curro, os habría pedido sesenta euros al día. Y además voy a tener que pasarme todo el día aquí solo, sin poder hablar con nadie…

— Toma mi número de móvil y el de Natalia para que puedas llamarnos si descubres algo importante— le dijo Carlos tendiéndole el papel en el que acababa de apuntarlos— Y dame tu número por si se te ocurre quedarte dormido.

— No tengo móvil, no me gusta que me puedan tener controlado las veinticuatro horas del día.

— Bien, como quieras, pero si mañana no estás en la puerta de tu casa a las ocho, entro y te vuelvo a detener.

Cogieron sus chaquetas y se despidieron de Natalia hasta el día siguiente. Una vez que salieron y la casa quedó de nuevo en silencio, ella se sentó en el sofá mirando alrededor, sintiéndose extraña. Era curioso lo rápido que se había acostumbrado a que estuviesen allí, lo incomoda que encontraba aquella falta de ruido que antes siempre le había encantado. Se había sentido tan a gusto con ellos dos, haciendo planes, trabajando juntos… Era una sensación que no había tenido nunca antes y, al mismo tiempo que le agradaba, le daba miedo. ¿Cuánto tiempo iba a durar aquello? ¿No acabaría perdiéndoles como le había ido sucediendo en todas las relaciones que había mantenido a lo largo de su vida? Suspiró y continuó recogiendo. Lo mejor sería no planteárselo, simplemente disfrutar de todo aquello mientras durara.

Se encontraba rodeado de una espesa niebla que le impedía distinguir con claridad donde se encontraba. La bruma resplandecía y ni siquiera podía percibir el suelo que pisaba. Era casi como caminar en el interior de una nube, pero la niebla era cálida, pegajosa… Carlos empezó a sentirse intranquilo. ¿Dónde se encontraba? Y lo más importante, ¿cómo se salía de allí? De repente le llegó un susurro. No podía precisar la dirección o la distancia de la que le había llegado. Parecía venir de miles de kilómetros y haber sonado como si alguien suspirase en su oído al mismo tiempo. Volvió a oírlo, más claro esta vez. “Por aquí, Carlos”. Era una voz femenina, dulce y muy familiar, aunque no podía ubicar dónde la había oído antes. La voz seguía susurrando una y otra vez las mismas palabras, alejándose y acercándose como llevada por una ola. Carlos empezó a seguir ese sonido y al cabo de un rato pudo percibir la silueta de una mujer entre la niebla. Apresuró el paso y fue acercándose a la figura poco a poco. Cuando estuvo más cerca, la reconoció por su larga cabellera castaña y sus andares elegantes:

— ¿Natalia?— preguntó con extrañeza.

Ella paró y, muy despacio, se dio la vuelta. Se le quedó mirando con sus espléndidos ojos grises. Le sonreía de una manera encantadora, como si le hiciese feliz que la hubiese encontrado. Sin decir ni una sola palabra se acercó, paso a paso, sin separar ni un solo segundo la mirada, hasta quedar solo a unos centímetros de la cara de Carlos. Muy lentamente empezó a caminar en círculos alrededor de él, rozándole apenas con la punta de uno de sus dedos, realizando dibujos en su pecho y su espalda. Carlos no se atrevía a moverse, ni a hablar, ni siquiera a plantearse qué era lo que estaba sintiendo. Los círculos que ella realizaba a su alrededor fueron acelerándose y, en cada vuelta, Carlos descubrió nuevos cambios en ella. En algunos momentos le parecía que el pelo era moreno, algo más corto… Sus ojos variaban del gris al castaño claro, la cara parecía mayor y algo mas redondeada… Finalmente reconoció a la mujer en la que se estaba convirtiendo Natalia: era Ana, su amada Ana… Al reconocerla y susurrar su nombre se quedó parada delante de él, le rodeó el cuello con los brazos y le besó. Carlos sintió como las lágrimas bañaban su rostro. Estaba allí de nuevo con él, no iba a volver a sentirse solo… La abrazó con fuerza, intentando que ese momento no terminase. Al cabo de unos segundos, ella se separó de él y volvió a sonreírle y, en ese momento, empezó a fundirse con la bruma. Carlos intentó agarrarla pero no pudo encontrar nada. La imagen fue borrándose con rapidez hasta que lo último que quedó de ella fue el destello fugaz de unos gélidos ojos grises.

Carlos se sentó en el suelo y ocultó la cabeza entre las manos. ¿A qué venía aquello? ¿Es que sólo había vuelto para hacerle daño? Se sintió frustrado, impotente… Otra vez la había dejado marchar sin decirle lo que la necesitaba. Pero, ¿de verdad seguía necesitándola tanto? ¿Hasta cuándo iba a seguir torturándose con una historia acabada tanto tiempo atrás?

Levantó la mirada y descubrió que ya no se encontraba sumergido en la bruma dorada. Todo era oscuridad a su alrededor, solo podía distinguir los troncos de cientos de árboles que le rodeaban. ¿Cómo había llegado a aquel bosque? Se levantó y miró hacia arriba. El cielo no podía distinguirse, los árboles estaban tan juntos que formaban un techo que impedía que pudiese divisar el cielo. ¿Entonces cómo era posible que las estrellas se reflejasen en el suelo? Comenzó a andar con dificultad, resbalando sobre los miles de pedazos de espejo roto. Más adelante se vislumbraba algo de luz, como si hubiese un claro en el bosque, pero la distancia entre los árboles era muy pequeña, sus ropas se enganchaban con las ramas bajas y cada vez se encontraba más cansado y le costaba más no resbalar. Apoyándose en los troncos de los árboles fue dándose impulso y consiguió acercarse poco a poco al claro. Su respiración estaba acelerada, se encontraba exhausto y los árboles parecían estar aun más juntos cuanto más cerca se encontraba. Notaba sus ropas mojadas por la humedad del bosque y por el sudor del esfuerzo. Y de repente, al empujar hacia delante para soltarse de una rama que había enganchado su chaqueta, los árboles acabaron y se encontró de rodillas en medio del claro.

Al mirar con más detenimiento se dio cuenta de que en el centro había algo que en un primer momento había confundido con unos arbustos. Era un bulto pequeño, tapado con una tela de color amarillo brillante. En ese momento se dio cuenta de que conocía ese sitio, recordó el cuerpo de Bianca y deseó con todas sus fuerzas no estar allí. Se levantó del suelo y echó un vistazo a su alrededor. El bosque le rodeaba por completo, oscuro, amenazador… Por un momento se sintió como un niño, asustado por la soledad y la noche… Y en ese momento lo oyó. No estaba solo en el bosque. Podía oír con claridad una respiración fuerte entre los árboles, a pocos pasos de donde él se encontraba. Miró hacia la dirección de la que procedía el sonido y divisó una sombra que se levantaba y echaba a correr bosque adentro.

Carlos no pudo controlar la furia que surgió en su interior… Era como una llamarada que le abrasaba por dentro y le impedía pensar con claridad. Lo único que podía sentir era rabia y deseos de venganza… Echó a correr detrás del asesino como un animal salvaje detrás de su presa. No se dio cuenta de si los árboles le arañaban la cara o las manos, más bien parecía que se apartasen a su paso. Pero la figura continuaba delante de él, a la misma distancia, sólo una sombra irreconocible en mitad de la noche. Y entonces, al llegar a otro claro se paró y le esperó. Carlos detuvo su carrera y se acercó despacio, seguro ya de que lo tenía, de que no iba a escapar. Según se iba acercando, empezó a sentir una aguda sensación de pánico. No podía reconocer ningún rasgo humano en la figura. Era sólo una sombra de negrura en la que dos ojos verdes brillaban, amenazadores como los de un animal salvaje. La sensación de odio irracional, de rabia infinita que despedía la criatura le asustó hasta el punto de paralizar todos sus miembros.

La figura negra empezó a establecer giros alrededor de Carlos, con unos movimientos que eran casi felinos. Los círculos eran amplios, dejando una distancia de varios metros entre ellos pero, mientras Carlos seguía a la figura con la mirada, incapaz de realizar ningún otro movimiento, pensó que podría abalanzarse sobre él en cualquier momento para destrozarle. Y entonces saltó. Carlos cerró los ojos con fuerza y esperó sentir las garras en su pecho. Pero no ocurrió nada.

Cuando abrió los ojos, volvía a encontrarse en el primer claro. Ya no podía percibir la presencia de la criatura. Sólo le acompañaba el bulto del suelo. La tela que lo tapaba aparecía ahora cubierta con manchas de sangre fresca. Sin poder evitarlo, a pesar de los gritos que resonaban en su mente intentando impedírselo, se acercó como si alguien poseyese su cuerpo y tendió su mano para descubrirlo. Era el cuerpo de Natalia, cubierto de sangre. Carlos se arrodilló a su lado y le acarició la mejilla y en ese momento ella abrió los ojos, pero en ellos sólo encontró dos enormes vacíos de negrura que amenazaban con tragársele.

Despertó sobresaltado. Por un momento no supo dónde se encontraba, ni si todo había sido un sueño. Había parecido tan real… Su cuerpo estaba cubierto de sudor y aun tenía la respiración agitada. Se preguntó si habría gritado o si su último alarido de horror sólo había sido pronunciado en sueños. Intentó respirar despacio para calmar los latidos de su corazón, que golpeaba desesperado en su pecho. ¿Qué había significado toda aquella locura?

Al cabo de unos segundos se encontró algo más tranquilo y orientado y algunos detalles del sueño empezaron a difuminarse en su memoria. Miró su reloj. Había dormido muy poco, a pesar de que habría jurado que había pasado horas corriendo por aquel bosque. Se encontraba muchísimo más cansado y dolorido que en el momento de acostarse. Se levantó y se dirigió al cuarto de baño para refrescarse y espantar así los últimos recuerdos del sueño, que aún se paseaban por su mente como una bruma que se niega a levantar.

CAPÍTULO TRES

Natalia abrió la puerta y caminó hacia su salón. Pensó en saludar pero la música atronadora que llegaba desde allí impediría que Gus la oyese. Se quedó parada unos segundos antes de poder entrar en el cuarto. Aquello no era su salón, no podía serlo. Había varios ceniceros rebosantes de colillas, latas de coca-cola vacías, bolas de papel tiradas por el suelo… Eso sin contar con el humo de tabaco que envolvía la habitación. Gus la saludó con la cabeza y bajó el volumen. Ella permaneció parada unos segundos más, sin poder creerse del todo los destrozos que aquel chico podía causar en un solo día y preguntándose hasta dónde podría llegar su capacidad de destrucción. Respiró y trató de no planteárselo y de ignorar la enorme mancha de algo indefinido que se extendía por su alfombra nueva.

— Hola— le saludó, forzando una sonrisa-. ¿Qué tal te ha ido el día?

— Aburridísimo, por eso he puesto la música. Espero que no te importe— Natalia negó con la cabeza, con la mirada perdida-. Las primeras horas han sido emocionantes pero, si tengo que leer esto un minuto más, creo que acabaré saltando por la ventana. He empezado por los chats de Bianca y por el momento llevo dieciséis revisados. Me quedan cincuenta y nueve más de Bianca y cincuenta y seis de Vanessa, y eso sin contar con los cientos de e-mails y mensajes que también tengo que leerme. Incluso acelerando la velocidad de reproducción de los chats al máximo, me va a llevar días.

— Pero habrá servido de algo, ¿no?— intentó animarle Natalia-. ¿Has encontrado algún dato importante?

— Por el momento, sólo he descubierto que el asesino es la persona más cursi y pegajosa sobre la faz de la tierra. Se pasa el día diciendo chorradas como “cuanto te quiero”, “como te he echado de menos”, “no puedo vivir sin ti”… No he encontrado ni una sola frase original, algo como para pensar “Muy bien, chaval… Ahí te lo has currado”. El tío liga usando una mezcla entre letras de baladas y novelas rosas. Y las chicas se vuelven locas por él. ¿Pero de verdad a las mujeres os gustan esas gilipolleces?

La cara de Gus reflejaba tal desesperación que Natalia no pudo evitar reírse. Sabía que no podía ser tan duro como él lo planteaba pero no le envidiaba el trabajo de pasarse horas allí solo, leyendo una y otra vez las mismas cosas e intentando mantener la concentración para que no se le pasase ningún detalle importante.

— Venga, explícame cómo funciona y yo iré ayudándote en el otro ordenador.

Gus le explico los botones que ponían en marcha la reproducción de los chats y, unos minutos después, ambos quedaron en silencio. Natalia se sintió emocionada. Estaba leyendo las palabras de un asesino en serie, intentando cazarle y, aunque era cierto que sus frases parecían vacías de un sentimiento verdadero, estaba segura de que al final diría algo que les permitiría acercarse. Aquello debería de haber emocionado también a Gus, pero comprendía que, después de unas horas, debía resultar muy cansado. Además, Caronte usaba una letra tan incómoda de leer…

— Cada persona en ICQ usa una letra diferente, ¿no?— preguntó, volviéndose hacia Gus.

— Bueno, no todo el mundo. Puedes dejar la que viene por defecto con el programa pero la mayoría de la gente suele elegir otra. Mira— cerró el chat que estaba leyendo y fue mostrándole mensajes de Bianca con otras personas.

Ghost: “Hoy he tenido examen de historia, algo sobre la revolución industrial, creo… Ya verás cómo se va a poner mi madre cuando vea el cero.”

Aroha: “El sábado voy a salir con ese chico de mi clase del que te hablé. Bueno, en realidad vamos a ir en grupo pero estoy tan nerviosa como si hubiéramos quedado solos.”

Jeroen: “Joder, se me ha acabado el tabaco y estoy que me subo por las paredes… Espera un segundo que voy a ver si le puedo mangar uno a mi hermana.”

Natalia siguió mirando mensajes durante un rato. La gente elegía una letra y la mantenía a lo largo de meses, como si fuese una manera de expresar su personalidad, de dejar ver algo de sí mismos a los demás en un medio tan impersonal y frío como un programa de ordenador. Encendió un cigarrillo mientras pensaba en la viabilidad de lo que se le había ocurrido. Las letras no eran diseñadas por uno mismo, había que elegir entre las que aparecían en el ordenador y por lo tanto no tendría tanta validez como una letra manuscrita en la que cada trazo ha ido evolucionando según la personalidad a través de toda la vida. Pero el hecho de elegir una letra y no otra podía expresar algo… De todos modos no iba a perder nada por intentarlo.

— ¿Crees que tendría alguna validez realizar un análisis grafológico de la letra que ha elegido Caronte?— le preguntó a Gus.

— No tengo ni idea. A mí eso de la grafología me parece tan científico como el horóscopo.

— No seas bobo. Es una ciencia. Cuando estuve estudiando el master de psicología forense en Madrid conocí a una chica que estaba muy interesada en la grafología. Analizó varios folios con mi letra y me habló de mi personalidad como si me conociese de toda la vida.

— Conozco varias señoras de mi barrio que te dirían lo mismo de una vecina que echa las cartas— se burló Gus-. Pero no perdemos nada por intentarlo. ¿Quieres que te imprima una muestra?

Natalia asintió mientras buscaba en su agenda. Allí estaba el número de teléfono de Raquel. Lo único que tenía que hacer era llamarla al día siguiente y mandarle el escrito por fax, pidiéndole que realizase un estudio grafológico completo.

En ese momento, sonó el timbre de la puerta. Natalia corrió a abrir. Carlos la saludó y entró detrás de ella. Saludó a Gus y se sentó a su lado.

— ¿Cómo te va? ¿Mucho trabajo?

Gus movió el ratón para detener la reproducción del chat y le miró con aire de desesperación:

— No te lo puedes ni imaginar. Esto es aburridísimo. No puedo creer la cantidad de horas que es capaz de llenar el tío este con chorradas del tipo “te adoro”, “me muero por ti”, “necesito verte”… Si yo fuese una tía le habría mandado a paseo en media hora, pero ¿a que no te imaginas lo que sucede?— Carlos intentó intervenir pero Gus no le dio la oportunidad— Pues que ellas están encantadas, se les cae la baba por él. La verdad es que cada día entiendo menos a las mujeres porque mira, aquí tienes un tipo como yo, que no es por fardar, pero soy ocurrente, buen conversador, inteligente… ¿Y crees que ligo? No, ellas se enamoran de un gilipollas que repite lo mismo una y otra vez… Joder, si eso es lo que quieren las tías que me lo hubiesen explicado hace años. Lo que dice ese tío, lo puedo decir yo dormido…

Carlos no pudo evitar reírse. Natalia apareció con una bandeja en la que traía unos cafés y un cenicero limpio:

— La verdad es que las mujeres no somos así— Natalia se sentó en la otra silla y les miro con aire profesional-. Ten en cuenta que son chicas muy jóvenes, con un índice de socialización muy bajo, todo eso unido a los problemas de autoestima que ocasiona la adolescencia. Esas chicas estaban deseando que alguien les dijese que las quería y tampoco habían tenido experiencias amorosas previas, así que no tenían con que comparar. Además, estoy segura de que el asesino ha tenido que aguantar un montón de rechazos antes de encontrar a sus víctimas. No creo que tuviera tanta suerte como para haberlas encontrado a la primera.

— Sí, eso es cierto. No tiene que ser fácil para él encontrarlas… Y a partir de ahora lo será aún más— Carlos sonrió con nerviosismo-. Mañana emiten un comunicado de prensa en el que se dice que el asesino contacta con sus víctimas a través de Internet.

— Pero ¿por qué?— Natalia se le encaró, furiosa— ¿Y si se esconde y lo perdemos?

— Bueno, si se esconde, al menos habrá parado de matar y eso nos dará más tiempo para encontrarle— contestó Carlos.

— Pero podemos perderle para siempre. Esto ha sido una absoluta estupidez. ¿Es que quieres tener a un asesino suelto para siempre?— Natalia levantó aún más el tono.

— ¿Y tú quieres encontrar otro cadáver porque no avisamos a la gente de que tuviera cuidado?— contestó Carlos, demostrando que él también sabía hablar alto.

Gus, que hasta el momento había estado muy callado sentado entre los dos mientras ellos empezaban a gritarse, murmuró un “perdonad” y aprovechó para ir al cuarto de baño.

— ¿Y qué va a pasar si cambia de nick o de programa para chatear pero sigue matando? ¿Cómo vamos a encontrarle entonces, listo?

— Bueno, Gus le encontrará de nuevo. Creo que nuestra primera obligación es proteger la vida de la gente inocente. Y deja de hablarme en ese tono… Yo no tengo la culpa de que no vayas a hacerte famosa en cuatro días con este caso— le recriminó Carlos.

— ¿Quién dice que yo quiero hacerme famosa? Sólo intento hacer bien mi trabajo, no como tú que no eres capaz de pasar veinticuatro horas con la boca cerrada.

— Escúchame bien, guapa…— la paciencia de Carlos empezaba a agotarse— Aguirre ya sabía cómo contactaba el asesino con sus víctimas. Se enteró por Roberto, ¿te acuerdas? Ha sido el sargento quien ha decidido contarlo, así que yo no he podido hacer nada, pero al menos intento encontrar la parte positiva al asunto, como que, por ejemplo, Aguirre ha prometido dejarme en paz a partir de ahora y no hacer ninguna otra filtración a la prensa.

— Claro, a partir de ahora, cuando ya se ha estropeado todo. Deberías haberme consultado antes. Ahora ya no conseguiremos nada y será por tu culpa…

— Mira, si tienes tanto miedo a fracasar y piensas que lo mejor es rendirte, dilo. Gus y yo cogeremos los trastos y nos largaremos a otra parte. Así podrás seguir jugando a que eres una princesita sin mancharte nunca los zapatos de mierda. ¿Es eso lo que quieres? ¿Comportarte como una cobarde?

Natalia le fulminó con una mirada cargada de odio:

— Por mí puedes hacer lo que te dé la gana— se levantó rápidamente y se dirigió a la cocina, intentando que no se notase que se le quebraba la voz-. No me importáis nada ni tú ni tu dichosa investigación.

La puerta de la cocina se cerró de un portazo. Natalia se sentó en una banqueta y escondió la cara entre las manos. No iba a llorar, no le daría esa satisfacción. Se irguió en la silla y levantó la cabeza, tratando de hacer desaparecer el nudo que le atenazaba la garganta. ¿Cómo podía ser tan estúpido? No la conocía en absoluto. ¿Quién se creía que era para juzgarla de ese modo?

Intentó relajarse. Después de todo, la culpa no había sido sólo de Carlos, aunque si hubiese explicado desde el principio que la idea de hacer pública la noticia había sido de Aguirre, ella no le habría atacado así. Y después ya no había sabido cómo parar… Carlos tenía razón en algunas cosas. A pesar de que hubiese seguido en una investigación que suponía un peligro para su carrera por fidelidad a él, seguía pensando que, si al final lograban cazar al asesino, Aguirre no podría negarle las alabanzas, las felicitaciones, un ascenso… Estaba demasiado obsesionada con conseguir triunfar. En seis meses tendría el titulo de prosector y estaría capacitada para dirigir un laboratorio forense. Ese sería el momento en que podría ser asignada a otro puesto más importante, quizá a dirigir su propio equipo de la policía científica. No podía permitir que un fracaso la retuviese durante varios años en un trabajo de mala muerte. Tenía que ser la número uno, conseguir el mejor destino y demostrar que podía triunfar por sí misma. Y para ello necesitaba cazar al asesino, necesitaba ese trofeo en su currículum y ni Carlos ni nadie se iban a interponer.

Suspiró y volvió a sentirse hundida. ¿Por qué tenía que castigarse a sí misma con tanta presión? Se sentía culpable por el daño que pudiese haberle causado a Carlos con su actitud, aunque él tampoco se había quedado muy atrás. La verdad es que se había comportado de una manera muy grosera con ella y que no se lo iba a perdonar con facilidad.

En ese momento se sintió como una niña tonta. ¿Qué iba a hacer? ¿No hablarle? ¿Dejar de respirar hasta ponerse morada? Sabía que Carlos no era de los que se disculpaban y ella tampoco era una especialista en admitir equivocaciones. Lo único en lo que tenía que pensar era en si creía que podían conseguirlo y seguir adelante sin importarle nada más o abandonar en ese mismo instante para dedicar sus energías a conseguir un triunfo de otra manera. Se levantó y se dirigió hacia el salón. Al llegar a la puerta, respiró hondo y se irguió aún más. Siempre estaba a tiempo de abandonar, le quedaban seis meses antes de poder ser asignada a otro destino.

Carlos estaba sentado al lado de Gus y ambos leían un chat en una de las pantallas. Carlos levantó la mirada al oírla entrar. Ella se sentó en su silla y observó la pantalla del ordenador:

— Oye, ¿queda mucho para que acabe esto?— preguntó él con voz aburrida.

— Nada… Sólo veinticinco minutos más de “cuanto te quiero”, “que maravillosa eres”. ¿A que cansa?

— Tengo que admitir que tenías razón. Esto es lo más empalagoso que he leído en toda mi vida.

— Pues eso que tú llevas diez minutos de tortura. Imagínate como estaré yo después de nueve horas… Sólo pensar que me queda trabajo para varios días me da ganas de abandonar ahora mismo.

— ¿Crees que vas a sacar algo de esto?— le preguntó Carlos.

— No sé… No creo que se traicione y nos diga dónde vive pero quizá podamos encontrar algo interesante. Por el momento he encontrado algunas cosas— recogió los folios que tenía esparcidos encima del escritorio y se puso a leer-. Veamos, a Bianca la conoció el día quince de mayo así que su relación duró unos 4 meses. Aproximadamente diez días después, ya estaban hablando de amor. Con Vanessa se encontró el día veinte de agosto. Su noviazgo fue bastante más corto, sólo dos meses hasta que se encontraron el viernes pasado.

— ¿Así que Bianca se lo puso más difícil?— preguntó Carlos, mientras tomaba nota de todo.

— Ahí está lo que me ha extrañado. Bianca llevaba pidiéndole una cita desde finales de junio. Por eso lo he anotado y he apuntado los chats en los que él le da largas— le tendió una hoja a Natalia-. Aquí tienes apuntadas las fechas de todos los chats en los que me parece que hay información relevante, así solo tienes que buscarlos en esta lista. En el resto sólo hablan de como se echaban de menos, de los problemas de la chavala en la escuela y esas cosas… A ver si tú puedes decirnos algo.

— ¿Por qué crees que tardó tanto en concertar esa cita, Natalia?— Carlos hizo la pregunta sin levantar la vista de su cuaderno.

— No podré saberlo con seguridad hasta que los lea… Puede que estuviese jugando con ella, como un cazador que persigue a su presa o quizá todavía no sentía el valor necesario para hacer lo que hizo… No lo sabremos hasta que descubramos más cosas de su personalidad.

— Pues ahí vamos a tener problemas porque ese es precisamente el otro dato que quería comentaros— Gus rebuscó entre sus papeles y les mostró otra hoja llena de anotaciones-. Parece que nuestro chico es muy tímido porque NUNCA habla de sí mismo.

— ¿Cómo que nunca habla de sí mismo? Es una conversación entre dos personas, algo tendrá que contar de él— Carlos le arrebató la hoja de las manos-. ¿Qué se supone que tienes anotado aquí?

— Una relación de las veces en las que Bianca le realiza una pregunta personal y él escapa con evasivas. Es más resbaladizo que una anguila. Aparte de los datos que aparecen en su información de ICQ, no ha soltado nada más.

— ¿Y cómo se libra de responder?— Natalia le miraba con incredulidad, temiendo que la falta de datos se debiese más a la ineptitud de Gus que a la habilidad de Caronte.

— Hay que reconocer que ahí el chaval se lo curra— Gus recuperó el papel de las manos de Carlos y leyó-. Usa cosas tan ingeniosas como “mi vida no es tan interesante”, “prefiero que sigamos hablando de ti, cariño, eres tan maravillosa…” o “no hay mucho que contar sobre mi vida, tengo la sensación de que nací el día en que nos encontramos”. Encantador, ¿verdad?

— Pues ya lo siento pero tendrás que seguir leyendo a ver si al final encuentras algo— dijo Carlos.

— Joder… Me voy a acabar tirando por la puta ventana.

— Creo que deberías seguir a ver si con tanta palabra bonita se te dulcifica el carácter y dejas de decir tantos tacos— bromeó Natalia-. Quizá Vanessa fue más insistente y consiguió sacarle algo, o quizá al tener más confianza con Bianca acabó escapándosele algún dato… Después de todo son cuatro meses de conversaciones diarias. No se pueden llenar sólo con te quieros.

— Te sorprendería lo que es capaz de alargar ese tema el pelmazo este. Bueno, está bien… Espero que al menos saques algo de todo esto.

— Bueno, uno puede esconder detalles sobre su vida pero no su manera de hablar, sus expresiones… Creo que podremos extraer alguna hipótesis sobre su personalidad.

— Bien, coméntame todo lo que encuentres a ver si puedo empezar a buscar algo. Estoy seguro de que avanzaremos en cuanto me des algún dato— Carlos le sonrió, en un intento de borrar del todo la discusión. Natalia le devolvió una tímida sonrisa y volvió la mirada hacia la hoja-. ¿Has conseguido algo más de las autopsias de las niñas?

— Por el momento no… En unos días espero recibir el informe completo de la autopsia de Bianca. Supongo que los resultados finales de la autopsia de Vanessa no estarán hasta dentro de diez o quince días… Un estudio completo lleva tiempo. A pesar de que algunos órganos como los torácicos solo necesitan uno o dos días de fijación en formol para poder ser estudiados, otros, como el encéfalo, precisan de unos diez días antes de poder ser manipulados adecuadamente…

— Vale, vale… No hace falta que des más detalles, me gustaría poder cenar esta noche. Lo siento pero tengo el estomago muy delicado— se disculpó Gus.

— Se me olvidaba, Natalia— intervino Carlos-. Te he traído el informe de la autopsia de Alex por si puedes decirme algo.

Carlos rebuscó en la carpeta que había traído y le pasó un taco de folios. Ella empezó a leer con avidez mientras los demás la observaban en silencio.

— Creo que puedo decir, casi con toda seguridad, que el asesinato de Alex fue cometido por la misma persona. Las señas de identidad son muy similares. La víctima murió de una puñalada en el corazón, las manos resultaron amputadas… Pero parece que este asesinato fue mucho más sangriento. Los ojos no fueron extirpados sino destrozados y una vez que estuvo muerto le asestaron veintisiete puñaladas más en la región torácica. Además, no hay golpes en la cabeza, lo que puede indicarnos que no creyó necesario dejarlo inconsciente porque la víctima confiaba en él.

— Sí, esa hipótesis queda reforzada por el hecho de que Alex fue asesinado en su propia casa, en la cocina, y que la puerta no había sido forzada. Conocía al asesino y le dejó pasar— añadió Carlos.

— Pues al asesino no le caía nada bien, se cebó una pasada con el pobre chico— intervino Gus que miraba por encima del hombro de Natalia las fotos del informe— Dios, qué asco. Me estoy mareando.

— No deberías mirar estas cosas si eres tan sensible— le sugirió Natalia, preocupada por el tinte verdoso de su cara. Él asintió y volvió la mirada hacia la pantalla del ordenador para que ella continuara-. Parece ser que este asesinato es la fuente de todo. Los siguientes crímenes sólo serían recreaciones de este. Podríamos decir que, cuando mató a Alex, tenía un verdadero móvil, mientras que con sus víctimas actuales sólo intenta reproducir la liberación que sintió al realizar el primer asesinato— Natalia seguía ojeando el informe mientras hablaba, pero la expresión de su cara daba a entender que no estaba muy convencida de lo que estaba diciendo-. No sé por qué esta hipótesis no me acaba de cuadrar.

— Pues a mí me parece bastante razonable— la animó Carlos.

— Ya os dije que los asesinos en serie suelen centrarse en un tipo de víctimas. Por eso no es lógico que primero asesinase a Alex y ahora vaya buscando niñas— Natalia suspiró, frustrada por no poder comprender-. Quizá, cuando sepamos algo más de él, os pueda dar alguna explicación.

— ¿Y qué vamos a hacer ahora con todo esto?— preguntó Gus.

— Por un lado, vamos a investigar al verdadero Alex, su familia, sus amistades…-sugirió Carlos-. Mañana voy a San Sebastián a hablar con sus padres. ¿Te gustaría venir conmigo, Natalia?

Ella lo pensó. Sabía que era arriesgado, que Aguirre podía descubrir que seguían investigando juntos a pesar de sus órdenes en contra. Pero aquella era la manera en la que Carlos le pedía perdón por lo que había pasado antes y no debía hacerle otro desprecio así que asintió.

— Acabas el turno a mediodía, ¿verdad? Quedamos a las tres fuera de la central— Carlos se levantó de la silla y recogió su chaqueta. Se había hecho muy tarde-. Mañana traeré aquí a Gus a las ocho para que siga leyendo. Si nos da tiempo, nos reuniremos de nuevo sobre las ocho para comentar cualquier posible avance. ¿Todos de acuerdo?

Carlos clavó su mirada en Natalia, buscando la confirmación definitiva de que todo estaba olvidado y que continuaba en el equipo. Ella asintió sonriéndole y les acompañó a la puerta.

Carlos entró en el ascensor con Gus y pulsó el botón del bajo:

— Bueno, parece que las cosas se han arreglado, ¿no?— Gus le dio un codazo amistoso— Por un momento había pensado que me quedaba sin curro.

— Oye, que podías haber seguido trabajando conmigo.

— Por favor, Carlos. Si yo confío en cobrar, es por Natalia…

— ¿Y de donde sacas que yo no tengo dinero para pagarte y ella sí?

Salieron del portal mientras Gus pensaba como darle una explicación sin ofenderle:

— No te mosquees pero mira, aquí tienes un ejemplo. Ese es el coche de Natalia– lo señaló-. A su lado, el tuyo es un cacharro viejo. Pero no te enfades, ¿eh?

Carlos le sonrió tranquilizador mientras subía al coche:

— No te preocupes. Yo no me enfado por esas tonterías.

Gus se dirigió a la puerta del copiloto y, en ese momento, Carlos arrancó a toda velocidad. Para cuando reaccionó, el coche ya había desaparecido tras la primera curva. Cojonudo. Ahora tendría que andar hasta la calle Luchana para coger el autobús porque, después de la bronca que había habido con Natalia, no se atrevía a pedirle que le llevara. Y todo por bocazas, tenía que aprender a controlar lo que decía. Encendió un cigarrillo, miró su reloj y empezó a caminar con rapidez porque el último autobús salía en unos cuarenta y cinco minutos y la parada quedaba en la otra punta de Bilbao. Cuando llevaba andados unos cinco minutos, oyó un coche acercándose a toda velocidad. Carlos paró a su lado:

— Vamos, entra que te llevo.

— ¿A qué ha venido esto?— Gus entró con rapidez para no darle la oportunidad de que cambiara de idea. Cuando Carlos arrancó, se encaró con él— ¿Sabes que a veces te comportas igual que un crío?

— Solo quería que aprendieses tres cosas. Primero, este cacharro viejo es el que te lleva a casa todas las noches, así que trátale con un poco de cariño. Segundo, yo había prometido llevarte a casa y he vuelto por ti, porque cuando yo me comprometo a algo lo cumplo, así que no vuelvas a preocuparte por tu dinero, ¿vale?— Carlos apartó la mirada de la carretera aprovechando que habían parado en un semáforo para comprobar si le había entendido. Gus asintió.

— ¿Y la tercera cosa?

— La tercera es que he escuchado la música que tenías puesta en casa de Natalia y tienes un gusto pésimo, así que vas a estar yendo en mi coche hasta que se te afine el oído.

— Estoy pensando que ir en autobús tampoco era tan mala idea. Si sigues obligándome a escuchar blues, me pegaré un tiro antes de llegar a Baracaldo.

Carlos le ignoró y aceleró a fondo en cuanto el semáforo se puso verde. Gus se reclinó en el asiento y sonrió. La verdad era que tanto la música como el carácter de Carlos empezaban a gustarle pero le parecía que sacarle de quicio le daba un toque de emoción a la vida.

Natalia trató de dejar su salón en el estado en que se encontraba antes de que Gus lo convirtiera en un basurero. Al cabo de diez minutos se dio por vencida. El salón necesitaba una limpieza a fondo. A pesar del enorme cenicero que Gus había estado usando, había más ceniza rodeándolo que dentro. Quizá nadie le había explicado que la verdadera función de un cenicero era ser invadido por la ceniza, no sitiado. Por si esto fuese poco para sacarla de quicio, había papeles esparcidos por la mesa y el suelo. Natalia no supo precisar si eran de utilidad o en que orden debería colocarlos, así que los agrupó por montones y decidió no recoger nada más. Después de todo, por muy ordenado que lo dejase, él volvería al día siguiente.

Resopló resignada y se dirigió al cuarto de baño a darse una ducha. Parecía que las devastadoras consecuencias del huracán “Gus” no habían llegado hasta allí pero, eso sí, la tapa del inodoro estaba levantada. Mientras se quitaba la ropa empezó a pensar que debería dictar una serie de normas de convivencia a esa bestia si no quería que la casa fuese declarada siniestro total en el plazo de una semana. Cuando el agua caliente empezó a caer sobre su cuerpo y la hizo sentirse más relajada, cambió de opinión. Después de todo, bastante se había propasado con su escenita de aquella noche. Debía ser más flexible con la gente. Se decía lo mismo una y otra vez y al final siempre acababa estropeándolo todo con sus ataques de orgullo y su intolerancia.

Las caras de las personas que había ido perdiendo en la vida por su estúpida manera de ser desfilaron en ese momento por su mente. Volvió a preguntarse por qué era incapaz de confiar en alguien, por qué nunca podía desnudar su alma ante los demás y comportarse tal y como era en realidad. Una sonrisa cínica asomó a sus labios. Tal y como era en realidad… Ni siquiera ella sabía cómo era después de tanto tiempo tratando de demostrarle al mundo que era perfecta. Salió de la ducha y se vistió con una camiseta enorme y unos vaqueros. Limpió el vaho del espejo y se miró. La imagen que el espejo le devolvía no tenía nada que ver con la forense elegante y profesional que salía de su casa todas las mañanas. Parecía mucho más joven, desvalida, sola, triste…

Lo curioso del caso es que podía recordar una época de su vida en la que había sido feliz con su manera de ser. Era cierto que de pequeña nunca había tenido amigas íntimas, que no había tenido tiempo ni ganas de jugar con niñas de su edad pero nunca le había importado. Estaba orgullosa de ser la número uno de su clase, la responsable, la madura… Volvió a sonreír. Debía haber sido la niña más repelente del mundo pero, en aquellos momentos, no se lo había planteado. Los problemas no llegaron hasta el instituto, cuando empezaron a considerarla una estirada, una marginada. “La rara”. Y tampoco le importo. Sabía muy bien cuál era su meta: llegar a ser la mejor especialista en anatomía patológica del mundo, dar conferencias, hacer grandes descubrimientos. Había seguido luchando por ello sin importarle que el resto de su vida se estuviese perdiendo para siempre… hasta el día en que se dio cuenta de que nunca había sido la protagonista de su propia vida, hasta el día en que por fin se había rebelado.

Intentó borrar de su cabeza el recuerdo de aquel día. Cada vez que pensaba en ello le entraban ganas de llorar. Pensó que era muy curioso que, a pesar de haberse liberado de él, la semilla continuara muy arraigada en su interior. Seguía planteándose su vida como una continua carrera de obstáculos. A pesar de que se había dado cuenta hacia tiempo de que su manera de comportarse sólo la llevaba a vivir bajo presión y sola, no sabía cómo actuar de otra manera. Esa misma noche había estado a punto de volver a alejar de su vida a las únicas personas que le importaban en aquel momento.

Volvió al salón y conectó el ordenador de Bianca mientras se encendía un cigarrillo. Era muy irónico pensar que las únicas personas que le importaban eran un compañero de trabajo que no la soportaba y un chico al que conocía sólo de dos días atrás y que estaba con ellos porque le pagaban. Ahí tenía lo que se había ganado siendo la número uno. Felicidades, Natalia.

Luchó por desterrar la amargura de su mente. Al menos no se encontraba sola del todo. Disfrutaba de su compañía y eso era más de lo que había tenido en mucho tiempo, así que pensó que intentaría no ser tan dura con ellos en el futuro. Aunque sabía que le iba a resultar muy difícil controlarse, la recompensa valía la pena. Las sonrisas, las conversaciones, encontrar a alguien al volver a casa, la mirada brillante de los ojos de Carlos cuando se reía con ella… y la satisfacción de estar haciendo algo porque creía en ello y no sólo por demostrarle al mundo lo fantástica que era Natalia Egaña.

CAPÍTULO CUATRO

Natalia siguió a Carlos con su coche hasta el bar de carretera que él le había indicado. Una vez hubieron aparcado, se dirigieron a toda prisa hacia el interior, intentando evitar el fuerte viento que hacía que la lluvia cayese casi horizontal. Pidieron unos bocadillos en la barra y se sentaron en una mesa cercana. En ese momento empezaron a retransmitir las noticias.

— Mira, van a decir lo del asesino— dijo Carlos. Se giró para dirigirse al hombre de la barra-. Perdone, ¿le importaría subir un poco el volumen de la tele? Gracias.

El camarero hizo lo que le habían pedido y ambos se quedaron en total silencio, escuchando con atención:

— Les comunicamos a continuación los últimos datos recibidos acerca de los brutales asesinatos de las jóvenes Bianca Rodríguez y Vanessa Lozano. Según información proporcionada por el Gabinete de Prensa de la Ertzaintza, de las últimas investigaciones realizadas se desprende que ambos asesinatos habrían sido realizados por la misma persona. Esta hipótesis se basa en que ambas víctimas contactaron con su agresor a través de un programa de chat de Internet y en que, según el análisis forense de los cuerpos de ambas jóvenes, puede deducirse que las armas y modus operandi del asesino fueron similares en ambos casos— en la pantalla una elegante locutora leía un comunicado mientras sonreía a la cámara. Carlos pensó que aquella sonrisa estaba fuera de lugar. Parecía quitarle importancia a todo aquello, haciendo que incluso a él le pareciese algo irreal y lejano-. La Ertzaintza informa también de que se están realizando todos los esfuerzos posibles para esclarecer estos crímenes con la mayor brevedad posible. Para ello se ha desplegado un fuerte contingente policial destinado a asegurar que esta clase de sucesos no vuelvan a producirse. Asimismo, agradecerían la colaboración de cualquier persona que pueda disponer de datos que ayuden a un pronto esclarecimiento de estos delitos. El Gabinete de Prensa de la Ertzaintza también aclara, ante la inquietud pública que suscitó la detención de una persona presuntamente relacionada con este caso hace tres días, que esa persona tan sólo fue reclamada policialmente como informador y no como sospechoso, con lo cual hasta el momento no se habría realizado detención alguna. Nuestro colaborador en la zona les amplia a continuación esta noticia…

Natalia miró a Carlos. Pensaba que su reacción de la noche anterior había sido desmedida y quería disculparse pero nunca había sabido cómo hacerlo adecuadamente.

— Tampoco ha sido tan malo— le dijo, esbozando una sonrisa tímida-. Creo que tenías razón en que es conveniente que la población esté alertada… Si con esto le perdemos o no, es algo que descubriremos en los próximos días.

— Bueno, creo que, al menos, esto le habrá asustado… Tiene que figurarse que si sabemos que las encontró en Internet, también sabemos sus datos, su nick…— Carlos sonrió— Me he acordado de la palabreja.

— Si, Gus se sentirá muy orgulloso de ti. ¿Has avisado a la madre de Alex de que íbamos a pasar?

— Claro, nos estará esperando en su casa en unos cuarenta minutos así que date prisa en acabar eso.

Natalia miró su bocadillo. No sentía apetito. Seguía pensando que era un error acompañar a Carlos en esa entrevista. Tarde o temprano, Aguirre les descubriría y aquello podía acarrear consecuencias muy graves para ambos. Sabía que Carlos sólo se lo había propuesto para congraciarse con ella tras su pelea de la noche anterior pero lo que estaba en juego era demasiado importante como para arriesgarlo por una rabieta de niña mimada.

— Carlos…— dijo tratando de llamar su atención-. Creo que no debería acompañarte… Si nos descubren…

— No te preocupes— le dijo él con un brillo travieso en los ojos-. No pueden descubrirnos. Ellos no han tenido acceso a los ordenadores de las chicas, porque se supone que de eso me estoy encargando yo, así que no pueden imaginar que la muerte de Alex tiene algo que ver con lo que estamos investigando. Por lo que a nosotros respecta, sólo vamos a hacer una visita de cortesía a esa señora. Y eso no pueden impedírnoslo. Y ahora come que se hace tarde.

Natalia no supo que responderle. Sabía que Aguirre no se tragaría eso pero, si Carlos estaba dispuesto a arriesgarse, ¿por qué no podía hacer ella lo mismo? Intentando dominar la inquietud que le atenazaba el estomago, se forzó a empezar a comer.

Hola cari:

Acabo de ver las noticias en la tele y, aunque supongo que tú también las habrás visto, me he asustado tanto con lo que han dicho que te escribo esto para avisarte. ¿Te enteraste de los asesinatos de esas dos chicas, una en Bilbao y otra en Neguri? Pues hoy he oído en la tele que la policía cree que el asesino busca a sus víctimas en Internet y las contacta a través de un programa de chat.

Nada más oírlo he pensado en ti. Ya sé que quizá me esté preocupando demasiado y que no te va a pasar nada pero, sólo con imaginarme que ese tío pueda llegar a hablar contigo, me pongo enfermo. Estarás pensando que ya sabes cuidarte por ti misma pero, ¿cómo no voy a preocuparme de la posibilidad de perder a la persona que más me importa en este mundo?

No estoy intentando que te asustes. Sólo quiero que estés alerta, que si sospechas de alguien no hables más con esa persona o que me lo digas. Quiero estar seguro de que no va a pasar nada que pueda impedir que un día nos encontremos para que podamos cumplir nuestros sueños.

Siento que este e-mail no sea romántico y que no te exprese todo lo que siento por ti pero es que estaba muy preocupado. Mañana hablamos más, mi vida.

Un beso enorme,

Alex

Releyó el e-mail y fue mandándolo a todas las chicas de su lista de contactos con las que tenía una especial confianza. Con eso estaría todo arreglado. Decían que la mejor defensa era un buen ataque y eso era lo que estaba haciendo. Siempre sería más convincente sacar el tema que esperar a que ellas le preguntasen o que empezasen a hacerse ideas raras. Nadie esperaría que un asesino alertase a sus víctimas contra sí mismo.

Ahora sólo tenía que esperar a sus respuestas para ver si la relación seguía estando igual que antes del comunicado. Debía asegurarse de que todo iba bien, de que ninguna sospechaba. No podía arriesgarse a tener una cita con alguna de ellas y encontrarse con una patrulla de policía esperando. No podía permitir que aquello parase. Ellas eran culpables y tenían que pagar.

Recordó el comunicado que habían emitido por televisión. Parecía que se había armado un buen lío, que la policía estaba poniendo todo su empeño en esclarecer el caso. Golpeó la mesa con frustración. ¿Por qué tenían que entrometerse? Después de todo, las chicas se lo merecían, se lo estaban buscando desde el principio. Nadie las obligaba a caer en su pecado, nadie las forzaba a enamorarse y aceptar una cita. Ellas tenían la capacidad de elegir entre la vida y la muerte. Si escogían la muerte, nadie era culpable más que ellas mismas.

Empezó a pensar en las recomendaciones que habían dado por televisión: nada de quedar en la vida real con alguien de Internet con quien no tuvieses mucha confianza, avisar siempre a alguien de con quién ibas dando todos los datos de los que disponías, comprometerse a llamar por teléfono durante la cita para avisar que todo iba bien… Se preguntó hasta qué punto podía interferir eso en sus objetivos. Sonrió con satisfacción. No influiría en nada. Ellas eran muy jóvenes, sus padres no permitían a muchas de ellas que saliesen con alguien y por lo tanto, ni siquiera sabían de su existencia. Además, gran parte del encanto de su relación consistía en el secreto, en la prohibición… Y, por otro lado, una cosa era pensar que había un asesino buscando presas en Internet y otra muy distinta sospechar de “su Alex”, ese chico tan dulce y que tan bien las hacía sentir.

Acabó de enviar los e-mails. Ya había hecho todo lo que estaba en su mano, ahora podía relajarse. Pensó de nuevo en la policía. No había esperado que descubriesen tan pronto como las encontraba pero eso tampoco era un gran problema. Ya había pensado en ello y había colocado la suficiente cantidad de protecciones en Internet como para tenerles ocupados durante bastante tiempo. Ya pensaría lo que debía hacer si se acercaban demasiado. Si querían plantearlo como un desafío, no pensaba echarse atrás. Y además, iba ganando.

Natalia intentó relajarse y concentrarse en seguir al coche de Carlos por el centro de San Sebastián. Fueron moviéndose lentamente entre el trafico por las rectas y limpias calles. La ciudad era bonita, parecía haber sido bien planificada, con sus calles bien trazadas, sus amplias avenidas y sus elegantes edificios con un toque de antigüedad. Por fin llegaron al barrio en el que había vivido Alex. Natalia aparcó, salió del coche y se acercó a Carlos, que comprobaba que la dirección era la misma que llevaba apuntada en una tarjeta.

— ¿Recuerdas lo que te dije cuando fuimos a interrogar al padre de Bianca?

— Sí, ya sé. Que esté calladita y escuche— contestó Natalia, molesta.

— Bien, pues olvídalo. Quiero que preguntes tú.

Natalia le observó, sorprendida. ¿A qué venía aquello? ¿Es que se había vuelto loco? Por mucho que le hubiese molestado que él no la considerase cualificada para interrogar a alguien, la realidad era que no sabría por dónde empezar.

— Mira, esta vez no quiero un interrogatorio policial— empezó a explicar Carlos-. Esa mujer ya ha respondido a las preguntas de muchos policías y no hemos conseguido nada. Es una corazonada pero creo que tú tienes una sensibilidad diferente, que podrás encontrar las preguntas adecuadas, que harás que se sienta cómoda y que nos cuente cosas de su hijo que no ha contado antes. ¿Crees que podrás hacerlo?

Natalia asintió y le siguió al interior del portal, sintiendo que la garganta se le había cerrado, haciéndole imposible tragar saliva. ¿Cómo iba a poder hablar en aquellas condiciones? Cuando llamaron a la casa, una mujer baja de alrededor de cincuenta años les abrió la puerta. Después de que Carlos se identificase, les hizo pasar a una pequeña salita y sentarse en el sofá. Ella se sentó en un enorme sillón que había al lado y les miró con aire asustado, encogiéndose tanto que parecía que el sillón fuese a devorarla. Por fin habló con un hilo de voz:

— Les he preparado café. Espero que acepten una taza.

Ellos asintieron y la mujer se dirigió a la cocina. Natalia observó la sala. Estaba decorada en un estilo demasiado femenino, todo pintado en rosa y abarrotado de macetas y jarrones con flores artificiales. Un armario saturado de libros ocupaba toda la pared y en él la televisión, con el sonido desconectado, retransmitía un programa matinal sobre personajes del corazón. Los dos se mantuvieron callados hasta que la mujer volvió de la cocina con una bandeja en la que se podían ver dos tazas de café humeante:

— Bien, aquí tienen— fue colocando las tazas delante de ellos y a continuación se sentó y les miró, sonriendo nerviosa.— ¿Podría saber en qué puedo ayudarles? ¿Es qué tienen alguna información nueva?

— En realidad pertenecemos a la Central de Vizcaya de la Ertzaintza. Estamos investigando ciertos delitos que podrían estar relacionados con la muerte de su hijo y por ello le estaríamos muy agradecidos si pudiese contestarnos a algunas preguntas.

— Claro, no hay ningún problema— se ofreció la mujer, intrigada.

Carlos le hizo un gesto con la cabeza a Natalia para que empezase a hablar. Repasó mentalmente el informe del asesinato de Alex que Carlos le había pasado la noche anterior. Las ideas empezaron a dar vueltas en su cabeza. No le dejó inconsciente, la puerta no había sido forzada, le dejó pasar hasta su cocina… A una visita formal la habría llevado a ese salón tan ordenado pero seguramente su asesino había llegado mientras él desayunaba y Alex no había tenido ningún problema en que le acompañase. Tenía que ser alguien muy cercano, no debían buscarle un enemigo sino un amigo intimo, alguien en quien confiase totalmente. Abrió la boca, temiendo que no saliese ningún sonido, pero una vez que empezó, la ansiedad desapareció y se sintió tranquila, como si llevase toda la vida haciendo aquello.

— Nos gustaría que nos hablase de las amistades de su hijo— se inclinó hacia la mujer y le sonrió-. Ya sabe, con quién salía los fines de semana, con quién pasaba las vacaciones, si traía alguna vez a alguien a casa…

La mujer se levantó y se dirigió al armario, del que extrajo un álbum de fotos. Pasó varias páginas hasta encontrar lo que buscaba y se lo mostró. En ellas Alex aparecía sonriente, en diversos momentos de su vida. Incluso les mostró la misma foto que ellos habían encontrado en Internet. En todas ellas, Alex traslucía un aire de encanto, de carisma. Al fin, se detuvo en una de las fotos y se la enseñó. En ella aparecía un grupo de cinco chicos en bañador con la playa de fondo, todos ellos agarrados por los hombros y sonriendo a la cámara.

— Estos eran los cuatro mejores amigos de mi hijo: Iñigo, Sergio, Eneko y Gorka— fue señalando mientras los nombraba-. Eran todos de este barrio y se conocían desde la guardería. Todos quedaron muy afectados cuando aquello pasó. Estuvieron apoyándonos mucho… Al principio, cuando me los encontraba por la calle, me preguntaban como estábamos pero fuimos perdiendo el contacto. Creo que aun conservo sus números de teléfono. Un momento.

La mujer volvió a levantarse para coger una agenda. Buscó en las diferentes hojas durante unos segundos y fue dictándoles los nombres y números de los cuatro chicos.

— ¿Y se peleó alguna vez con alguno de ellos? No sé, por alguna novia…— sugirió Natalia.

— ¿Una novia?— la mujer rió, recordando-. Ya ha visto que mi hijo era muy guapo, ya desde pequeño era un niño monísimo y cuando creció…— suspiró mientras acariciaba con un dedo la cara que aparecía en una de las fotografías.— Se volvían locas por él, tenía montones de chicas alrededor pero con ninguna iba en serio. Incluso se equivocó alguna vez y quedó con más de una chica el mismo día. Yo solía regañarle por ello pero él se reía y decía que no era nada serio, que sólo estaba jugando… Pero una novia sería… No, nunca algo como para pelearse con alguno de sus amigos…

— Bueno, pero en una relación de tanto tiempo tienen que surgir pequeñas peleas— insistió Natalia.

— Claro, pero nunca nada de importancia— la mujer se quedó callada durante unos segundos, pensando-. Recuerdo que, dos semanas antes de que aquello pasara, estaba enfadado con Eneko y que no se hablaban, no sé por qué.

— ¿Podría decirme algo más de ese chico?

— Si, es un chaval estupendo. Venía con nosotros de vacaciones y algunas veces también Alex fue con él y sus padres a pasar unos días. Eran inseparables, incluso había gente que pensaba que eran hermanos porque siempre se les veía juntos. Hasta decían que se parecían muchísimo… Miren, aquí tengo una foto de los dos juntos.

La mujer le mostró una fotografía en la que se podía ver a Alex en la misma playa agarrándose por el hombro con otro chico. Tenían un gran parecido: la piel muy morena, la barbilla cuadrada, la sonrisa brillante, los ojos y el pelo oscuro. Natalia pensó que una chica que sólo hubiese visto a Alex en una foto de ordenador podría confundirles con facilidad. Le pasó el álbum de fotos a Carlos para que le echase un vistazo. Esté la miró unos segundos y asintió, animándola a continuar.

— ¿Entonces ellos dos tuvieron una pelea tan fuerte que no volvieron a hablarse?— le preguntó Natalia.

— Bueno, podríamos decir que sí— respondió la mujer con voz triste-. Fue una pena. Ese día habían quedado en que Eneko se pasaría por aquí para arreglarlo… El pobre chico se entretuvo por el camino y cuando llegó a casa ya era demasiado tarde. Encontró a Alex tirado en la cocina y fue él quien avisó a la policía. El pobre chaval se pasó una semana diciendo que era culpa suya.

Natalia volvió a mirar a Carlos, buscando en sus ojos el mismo entusiasmo que ella sentía. Un sospechoso perfecto, alguien en quien Alex habría confiado, alguien con quien incluso había quedado, la primera persona en acudir al escenario del crimen y un enorme parecido físico que le permitiría hacerse pasar por Alex con sus siguientes víctimas. Deseaba que pudiesen salir ya de aquella casa para que Carlos fuese a pedir una orden de detención pero sintió que debían quedarse un poco más y agotar todas las preguntas.

— ¿Su hijo tenía ordenador?

— Sí, era un chico muy listo. Lo manejaba de maravilla. Yo nunca he entendido mucho de eso pero a él se le daba muy bien. Quería estudiar informática en la universidad.

— ¿Sabe si su hijo se conectaba a Internet?

— Sí, claro… Tendría que haber visto usted las facturas de teléfono que nos llegaban. Me pasaba el día riñéndole, pobrecillo— la mujer volvió a suspirar con la mirada perdida en las fotografías.

— ¿Podríamos ver su ordenador?— dijo Natalia, impaciente. Quizá podrían encontrar conversaciones con Eneko. Que no se hablasen en persona en aquel tiempo no impedía que el chico no le hubiese mandado mensajes en los que se reflejaran veladas amenazas, razones para haberle matado.

— No, lo siento— contestó la mujer-. Intente conservar sus cosas y dejar la habitación como él la tenía pero todo el mundo me decía que eso no era bueno así que, cuando Eneko insistió varias veces en comprármelo porque el suyo era mucho peor y quería tener algo de Alex, se lo regalé.

Aquello acabó por activar todas las alarmas en la mente de Natalia. La mirada que Carlos le lanzó le confirmó que él también pensaba que habían encontrado algo importante.

Se despertó por un rayo de sol que le estaba dando de pleno en los ojos. Se dio una vuelta en la cama, tapándose por completo con las mantas, intentando volver a conjurar el sueño a pesar de saber que iba a resultar imposible. Unos minutos después, volvió a sacar la cabeza y miró por la ventana, con la expresión aún aturdida. Fuera brillaba el sol y el cielo estaba azul. Se levantó desperezándose y maldiciendo por no ser capaz de dormir con la persiana bajada.

Minutos después, con un café en la mano se dirigió al ordenador y lo encendió. Aún no había recibido respuesta de todas las chicas a su e-mail del día anterior y tenía que saber cuántas seguían confiando y a cuántas sus padres les habían prohibido chatear, asustados por las noticias de la televisión. Se conectó a Internet y revisó su correo. Tenía un nuevo e-mail de Patricia. Se extrañó. Había hablado con ella la tarde anterior, ultimando los detalles para la cita del sábado. Se suponía que no volverían a hablar hasta las seis. Quizá estaba tan nerviosa por la cita que no había podido evitar escribir antes de marcharse al colegio. Abrió el e-mail y empezó a leerlo mientras se fumaba el primer cigarrillo de la mañana:

Hola Alex:

No tengo mucho tiempo para escribir esto, me marcho a Zamora en quince minutos. Un tío mío ha muerto. Nos avisaron anoche y tenemos que ir al funeral. No volveré hasta el domingo por la noche o el lunes por la mañana. No sabes cómo siento lo de la cita. Me he pasado toda la noche llorando pero espero que no te enfades y que podamos vernos el fin de semana que viene. Hablamos el lunes, ¿vale? Lo siento muchísimo de verdad, me muero de ganas de que podamos estar juntos. Te quiero.

Patricia

P.D.: Escríbeme algún mensaje si puedes, diciéndome que me perdonas. Quizá encuentre algún cyber en Zamora y pueda conectarme un momento para tener noticias tuyas. No sé cómo voy a vivir tres días sin ti. Un beso muy gordo.

Cada palabra que iba leyendo hacía crecer su ira. Cuando terminó el e-mail se levantó de la silla y lanzó el vaso de café contra la pared opuesta. ¿Cómo podía hacerle esto? El sacrificio no podía retrasarse. Además, ¿cómo podía saber que aquello no era una prueba de que Patricia se había asustado por los comunicados de la policía del día anterior y que no iba a querer quedar nunca más? Aquello significaría un retraso de semanas, no podía permitírselo… Patricia se estaba burlando de sus sentimientos, de su angustia, de su rabia… Sin darse cuenta de lo que hacía empezó a golpear las paredes, a arrojar todo lo que estaba a su alcance mientras un torrente de lágrimas afloraba a sus ojos. Sintió como la congoja crecía más y más en su interior. Ya no había tiempo para buscar a otra persona, no podría realizar el sacrificio necesario… No, no podía ser… ¿Quién iba a pagar su culpa? ¿Cómo iba a tranquilizar su conciencia si nadie pagaba por su pecado?

Llevaba días sintiendo como los remordimientos crecían en su interior, sabiendo que llegaba el momento de descargar todo aquel odio si no quería que se volviese en su contra. ¿Qué podía hacer ahora? Nada, nada, nada… No había nada que pudiese hacer, todo estaba perdido…

Era su culpa, no sabía hacer nada bien. Merecía morir en vez de ellas, como había merecido morir desde el primer momento, como aquella vez en la que fracasó… Si no hubiese fallado… Ni siquiera era capaz de suicidarse, ni siquiera tenía valor para eso… Por eso la sangre de ellas tenía que correr en lugar de la suya, por eso debía matarlas aunque no quisiese hacerlo… Pero ellas lo elegían, cometían su mismo pecado, por eso debían pagar, era su deber moral, no era justo que escapasen… ¿Por qué le hacían eso? ¿Qué podía hacer ahora? Nada, nada, nada…

Sintió como su respiración se aceleraba pero, a pesar de ello, el aire parecía no llegar a sus pulmones. La habitación empezó a dar vueltas a su alrededor y tuvo que sentarse para no caer. El corazón latía enloquecido, golpeando con fuerza su pecho, amenazando con estallar… Iba a morir… Todo acabaría. Adiós a la pesadilla, adiós al dolor, no más pena, no más sangre.

Se reclinó en la silla esperando que la muerte llegara pero al cabo de unos segundos notó que el ritmo de su corazón volvía a la normalidad. Había pasado. La muerte se había deslizado a su lado y se había negado a acabar con su sufrimiento. Quizá no se lo mereciese, quizá todavía no había pagado lo suficiente… No lo sabía, su única certeza era que vivía en un infierno y no encontraba la forma de salir de allí. La única manera que conocía de seguir viviendo era cambiar su culpa por la de ella, pero había escapado.

El torbellino de su mente volvió a acelerar. ¿Cómo podía arreglarlo? Debía encontrar una solución, tenía que haberla… Quería gritar y destrozarlo todo pero ni siquiera se sentía con fuerzas para eso.

Se pasó una mano por la cara para enjugarse las lágrimas y descubrió que la tenía cubierta de sangre. Miró a su alrededor. El suelo estaba cubierto de ropas, papeles, cristales rotos… Parecía que el tornado de su cabeza hubiese salido a destrozar toda la habitación. Volvió a sentir un agudo dolor en el pecho y se sentó en el suelo entre todo aquel desorden mientras emitía ahogados sollozos. Nada estaba bien en su vida, nada… Si pudiese encontrar una salida a todo ese dolor, una luz al final del túnel…

Y entonces lo vio… Un rayo de sol entraba por la ventana. Sonrió a través de las lágrimas. Quizá era el mismo rayo con el que se había despertado, quizá intentaba decirle algo. Se reflejaba en uno de los cristales del suelo, haciéndolo brillar de una manera mágica. Allí estaba su luz al final del túnel, la salida del infierno… Esta vez lo conseguiría, sería fácil… Dormir sin dolor, quizá para siempre.

Recogió el cristal y lo miró con fascinación mientras lo pasaba suavemente por sus muñecas. No se había equivocado, casi no dolía. Se tumbó en el suelo y cerró los ojos. Esta vez saldría bien. La dama oscura no podría evitar hacerle una visita esta vez. Mientras las lágrimas caían de sus ojos y una canción de amor sonaba en su cabeza, pensó que ojalá no hubiese un cielo o un infierno, que ojalá no hubiese nada… Sólo el olvido, el perdón, el consuelo de un sueño que durase para siempre…

CAPÍTULO CINCO

Querida Natalia:

Tal como te prometí, te envío el análisis grafológico perteneciente a la muestra de escritura que me remitiste. Como ya te comenté cuando hablamos, no estoy segura de que se pueden extrapolar los datos de este tipo de análisis a un escrito realizado por ordenador, por lo cual, te pediría que me enviases una muestra de la escritura manuscrita del sujeto en cuanto te sea posible. Olvidándonos de este punto, he realizado el análisis grafológico y estos son los resultados:

  • En una visión general observamos que las letras están proyectadas hacia la derecha, lo cual nos habla de un carácter dinámico y explosivo y de una afectividad intensa y primaria muy poco controlada de manera consciente. También vemos que las letras son trazos rectos que presentan curvaturas lo cual nos indica que el sujeto está sometido a una gran ansiedad y tensión interna.
  • El sujeto muestra agresividad e irritabilidad tanto hacia el ambiente como hacia sí mismo, lo cual queda patente en los rasgos “de látigo” de la “t” y la “f” y en las curvas hacia la derecha de la parte superior de la “d”, “b”, “v” y “p”.
  • Si hablamos de rasgos generales de su personalidad, podemos decir que la “m” y la “n”, cerradas totalmente por arriba, nos hablan de un individuo con una gran preocupación por su autodefensa, desconfiado y cerrado a los demás. Las letras curvas nos muestran a una persona con grandes dotes persuasivas y una gran intuición que compensa su falta de lógica.
  • Encontramos también trazos que nos hablan de un elevado egocentrismo. Esto queda patente en la separación excesiva que aparece entre las mayúsculas y las minúsculas, lo cual nos habla de dificultades en las relaciones sociales y de un menosprecio de los demás ante el propio “yo”. Esto queda ratificado por las espirales que aparecen en algunas letras y por la predominancia del primer monte frente al segundo en algunas mayúsculas como la “M”, “H”, “V” Y “LL”.
  • En cuanto a su sexualidad, esta muestra de letra nos aporta datos muy interesantes: la “g” con el pie muy a la izquierda nos habla de fuertes impulsos libidinosos inconscientes. La escritura curva, de crestas y pies muy amplios y redondeados, manifiesta una personalidad hipersexual. Además, al estar la escritura adornada con la presencia de bucles, lazos y espirales típicos de una escritura femenina, nos daría pruebas de unos fuertes impulsos homosexuales.
  • La letra de inspiración caligráfica expresa y las espirales que adornan su escritura, nos podrían estar hablando de una persona aquejada de una neurosis obsesivo-compulsiva, causada por la importancia que el sujeto da al pasado, lo que podría estar indicando unos fuertes sentimientos de culpabilidad. Las tensiones en las crestas, las puntas a la izquierda, la letra sobrealzada, las mayúsculas muy grandes (sobre todo el primer monte en “M”, “H”, “V” y “LL”, como ya dijimos antes) y la firma en la zona izquierda muestran una fuerte tendencia a la autodestrucción y al suicidio.
  • Respecto a la pregunta que me realizaste sobre si el sujeto de investigación podía presentar un cuadro de psicopatía, puedo responderte con rotundidad que no, según esta muestra de letra. La escritura de los psicópatas es angulosa y no curva, los segundos montes de las mayúsculas son más pronunciados que los primeros y la inclinación y el tamaño de las letras es variable.

Resumiendo, nos encontramos ante un sujeto impulsivo y agresivo, tanto hacia sí mismo como hacia los demás; cerrado, desconfiado y con un nivel bajo de relaciones sociales, que además da mucho más valor a su persona que a los sentimientos ajenos; con unos impulsos sexuales descontrolados, de rasgos homosexuales y que pueden estar teñidos de un alto grado de culpabilidad por su apego a las tradiciones. Esto podría haber provocado un trastorno obsesivo-compulsivo con pensamientos de culpa y agresividad, que puede ser enfocada hacia sí mismo o hacia el entorno. Por ello, el sujeto necesitaría tratamiento psicológico urgente, ya que al estar sometido a elevados grados de ansiedad, podría infringir graves daños a los demás o a sí mismo.

Comprenderás leyendo esto, que sienta curiosidad por el sujeto de investigación, por lo cual reitero mi disposición a analizar cualquier otra muestra de escritura que puedas enviarme o cualquier información adicional que puedas facilitarme que me ayude a rebatir o afianzar mi diagnóstico.

Para finalizar, y como opinión personal, espero que la razón de que me hayas enviado esta muestra de escritura sea profesional y no personal, ya que no me gustaría pensar que estás implicada con un individuo de estas características.

Espero que me mantengas informada. Un beso.

Raquel González

Natalia releyó el informe que acaba de recibir por fax, tratando de retener toda la información. Al menos no era un psicópata, aunque la personalidad del individuo que Raquel describía en su informe no era mucho mejor. La descripción de una persona agresiva, ansiosa y con unos impulsos destructivos descontrolados no la dejaba muy tranquila, aunque ya supiese que estaban buscando a un asesino. Tenía que encontrar las partes positivas del informe, cualquier dato que les permitiese tener esperanza. Y los había. El hecho de que se tratase de una persona que padecía un trastorno obsesivo quería decir que no mataba al azar, que seguía un plan elaborado. Si ella conseguía llegar al centro de esa obsesión, comprender sus motivaciones, podrían saber a quién elegiría y por qué y adelantarse a sus movimientos.

Repasó algunas líneas de nuevo. La parte que hablaba de sus impulsos homosexuales la dejaba desconcertada, pero añadía una nueva luz a la investigación. Varias ideas rondaron por su cabeza. Tendría que consultar algunos libros antes de compartir sus hipótesis con Carlos y Gus esa noche.

Guardó el informe y volvió a su trabajo sintiéndose algo más optimista. Después de todo, el asesino tenía sentimientos y le afectaba una alta carga de culpabilidad. Era posible que acabase entregándose o que cometiese errores. Y no pudo evitar sentirse bien pensando que quizá decidiese suicidarse y acabar por fin con la pesadilla.

Diez minutos antes de la hora de salida, empezó a recoger todo su instrumental. Se sentía inquieta, sin poder concentrarse en el trabajo, mirando una y otra vez el gran reloj que adornaba la pared de la entrada. Llevaba todo el día impaciente por comentar los resultados del análisis grafológico con Carlos y Gus para saber qué opinaban y hasta qué punto podían ser útiles las nuevas hipótesis que había elaborado. Metió sus cosas en el bolso, recogió el abrigo y salió, murmurando una disculpa sobre una visita al médico a su jefe de departamento. No soportaba más la inactividad. Tenía que moverse o se volvería loca allí dentro.

En el aparcamiento vio a Carlos a lo lejos, abriendo la puerta de su coche. Le saludó con la mano y él sonrió y se acercó:

— Hola, veo que has salido rápido. ¿La chica responsable haciendo pira?

— No, casi todos los días me quedo mucho más tiempo, así que no pasa nada porque hoy salga cinco minutos antes. Si supieras todo lo que tengo sobre el caso…— empezó a rebuscar el informe en su bolso.

— No, espera…— la interrumpió Carlos— Primero, tienes que oír lo que tengo que decirte yo. Tengo buenas noticias.

— Espera, lo mío es más importante y además había empezado a hablar yo.

— No puede haber nada más importante que lo que tengo que decir yo— contestó él-. De todos modos, creo que es una estupidez hablar de ello aquí porque luego se lo tendremos que repetir a Gus. Mejor lo dejamos para cuando lleguemos a tu casa.

— Claro, como no puedes hablar tu primero, no se habla— le recriminó Natalia.

— No seas infantil. Mira, apostemos a ver quien habla primero— Carlos esperó a que ella asintiera-. Hagamos una carrera. El primero que llegue a tu casa, gana.

Los ojos de Carlos brillaban emocionados, como los de un niño travieso. A Natalia le encantó esa mirada y la idea le pareció divertida y emocionante pero, una vez más, la parte racional de su mente tuvo que protestar.

— ¿Y yo soy la infantil? Por favor, Carlos… Pertenecemos a la Ertzaintza, no podemos jugar a carreritas por el centro de Bilbao.

Carlos le dio la espalda y se dirigió a su coche. Cuando ya había llegado a la puerta, se volvió hacia ella.

— Tú sabrás si quieres correr o comportarte como una buena chica. Ya habías aceptado la apuesta, así que te espero en tu casa.

Carlos le sonrió y le guiñó un ojo mientras se metía en el coche. Natalia corrió hacia allí, intentando parar aquella estupidez. Golpeó la ventanilla con los nudillos, sonriéndole. Él la abrió mirándola con aire de superioridad mientras ponía el contacto:

— Es mejor para ti que nos lo apostemos a otra cosa— intentó persuadirle ella-. No tienes ninguna posibilidad con esa cafetera.

— Eso ya lo veremos, muñeca.

El coche arrancó a toda velocidad, dejando la mitad de las ruedas en el pavimento. Natalia se puso furiosa. No era más que era un macarra, un chulo y un prepotente. Y encima la había llamado muñeca. Reaccionando con rapidez, echó a correr hacia su coche. No iba a dejar que se saliese con la suya. Abrió su bolso y empezó a buscar las llaves entre las miles de cosas que llevaba dentro. Después de unos angustiosos segundos las rozó con la mano y consiguió sacarlas sin tirar nada. Abrió el coche e intentó arrancarlo pero los dos primeros intentos de encajar la llave fueron un fracaso. Intentó calmarse. Era una tontería ponerse así, sólo era una carrera estúpida y además él ya estaría tan lejos que no conseguiría darle alcance. Al levantar la vista del contacto vio el coche de Carlos parado a unos cien metros, esperándola con el motor encendido. ¿Así que creía que no necesitaba ventaja para ganarla? Se iba a enterar…

Consiguió encenderlo y el motor le respondió con un potente rugido. El coche salió disparado del aparcamiento y, en ese momento, Carlos volvió a moverse. Natalia sonrió. No se encontraba tan seguro como para esperar a que ella se le pusiese al lado. Aceleró aun más y se colocó en pocos segundos justo detrás del otro coche.

Salieron de Erandio y se dirigieron hacia Bilbao bordeando la ría. Estaba anocheciendo y la contaminación lo rodeaba todo como si fuese bruma, haciendo que el cielo brillase con un espectral fulgor dorado. A toda velocidad fueron dejando atrás viejas fabricas abandonadas, muros grises y derruidos, paredes amarillentas desde las que parecían mirarles cientos de ventanas sin cristales. La carretera era estrecha, solo un carril para cada dirección. Las verjas y los muros que la bordeaban estaban muy cercanos, y pasaban tan veloces por su ángulo de visión que daba la impresión de que en cualquier momento iba a perder el control del coche. Pero aun así no frenó. Su corazón latía deprisa, tenía la respiración agitada y empezaba a tener muchísimo calor. Pulsó el botón que bajaba la ventanilla de su lado y dejó que el frío aire de Octubre le golpease la cara y le arremolinase el pelo. Se sentía libre, despreocupada, feliz… Lo único que le importaba en aquel momento era correr, adelantar a Carlos, ganar…

Natalia comprendió al cabo de unos segundos que, a pesar de que su coche era mucho más potente que el de Carlos, no podría aprovechar esa ventaja en medio de la ciudad, y menos a esa hora en la que todo el mundo salía de trabajar. Tenía que adelantarle antes de que saliesen de la ribera de la ría. Si seguía detrás de Carlos cuando llegasen a Deusto, ya no tendría nada que hacer. Se pegó aun más a su coche, esperando una mínima oportunidad para adelantar. Carlos hacía pequeñas eses con su coche, burlándose de sus intentos de asomar el morro del Mercedes. Natalia empezó a sentirse cada vez más nerviosa, no podía permitir que se riese de ella.

En ese momento vio que por el carril contrario no venía ningún coche. Pisó el acelerador a fondo aunque la línea era continua en esa parte de la carretera. Al diablo con lo que se suponía que no debía hacer. Llevaba toda la vida haciendo lo correcto. El indicador de velocidad marcó ciento cuarenta pero aún así Carlos no se dejó amedrentar. Lanzó el coche hacia el mismo lado de la carretera, intentando cruzarse lo suficiente para que ella no pudiese pasar. Natalia continuó a la misma velocidad, demostrándole que no iba a rendirse. Carlos volvió a su carril, acelerando al máximo que le permitía su coche. Durante unos eternos segundos los dos coches corrieron a la par. Natalia miró a Carlos a través de la ventanilla, sonriéndole triunfante mientras aceleraba aun más. En ese momento unas luces la deslumbraron haciéndole mirar de nuevo la carretera. Un enorme camión se le acercaba de frente. Carlos frenó para permitirle adelantar y Natalia dio un bandazo para incorporarse a su carril. El camión pasó a su lado, haciendo sonar el claxon con estruendo. Natalia volvió a acelerar. Por fin había conseguido pasarle y ahora nada iba a impedir que ganase la carrera. Sonriendo feliz dejó atrás el coche de Carlos. Jamás se había sentido tan viva.

Unos minutos después llegó a Deusto y tuvo que aminorar la marcha para incorporarse al lento tráfico que llenaba las calles a esa hora. Mientras estaba parada en un semáforo, miró por su retrovisor y vio a Carlos, unos cuantos coches más atrás. Sonrió eufórica. Había ganado.

En ese momento, empezó a oír el ruido de una sirena y vio una luz azul brillando en su retrovisor. Los otros conductores fueron apartándose y el coche de Carlos empezó a abrirse paso poco a poco. Al pasar por su lado, la saludó con la mano mientras le sonreía. A pesar de que no llevaba coche oficial había colocado una sirena destinada a casos de emergencia. Natalia se sintió furiosa. No era justo, estaba haciendo trampa. Intentó colarse detrás de él, aprovechando el hueco que él iba abriendo, pero los demás coches se cerraron tras él de inmediato y lo único que consiguió fue despertar las iras de los conductores que la rodeaban. Frustrada se reclinó en el asiento mientras veía como el coche de Carlos desaparecía a lo lejos.

Carlos aparcó y sonrió con expresión triunfante. Salió, cerró la puerta y dio unos golpecitos cariñosos en el techo de su coche:

— Así aprenderán a no llamarte cafetera. ¿Quién necesita un Mercedes deportivo?

Por la carretera se podía oír el rugido del motor de Natalia. Él se apoyó en una de las puertas y encendió un cigarrillo. El coche enfiló la calle a toda velocidad, llegó hasta su altura y frenó en seco. Sin aparcar siquiera, Natalia se lanzó fuera y se dirigió a él como si fuese a matarlo:

— Eres el tío más tramposo que he visto en la vida. Sabes que he ganado yo.

— ¿Cómo que has ganado tú? ¿Quién ha llegado aquí primero?— Carlos no podía evitar la sonrisa de triunfo. En realidad verla en ese estado le hacía tanta gracia que tenía que luchar para contener las carcajadas.

— Pero yo te adelanté en la carretera. Mi coche es más rápido y yo conduje mejor.

— Si a casi conseguir que ese camión nos aplastase le llamas conducir mejor…

— Claro que eso es conducir mejor. Me arriesgué y lo conseguí…

— No, nos arriesgaste a los dos y sólo por ganar una estúpida carrera…

— ¡Una estúpida carrera! Pero si fue idea tuya…

— Pero a ti te gustó y ha sido totalmente legal.

— ¿Legal? No me hagas reír… Lo de la sirena es el truco más sucio que he visto en mi vida. Sabías que no tenías posibilidades con esa mierda de coche.

— La sirena es una prestación de mi coche, igual que la potencia de tu motor.

— No digas gilipolleces…— Carlos se sorprendió. No conseguía acostumbrarse a oír a Natalia diciendo tacos— Has hecho trampa y lo sabes.

— No he hecho trampas…

— Sí las has hecho…

— No las he hecho…

— ¡Que sí!

Carlos suspiró. Ya empezaban otra vez. Se acercó a Natalia, la agarró fuerte de la cintura y atrajo el cuerpo de ella contra el suyo:

— Como no te calles, te beso para que tengas la boca cerrada.

Los ojos de Natalia se abrieron desmesuradamente y su respiración se agitó, pero consiguió mantenerle la mirada y contestar:

— Bésame si quieres pero la carrera la he ganado yo y hablaré primero.

Carlos le sonrió y acercó más su cara a la de ella:

— ¿Y que te lleves dos premios en una noche sin merecerte ninguno? De eso nada, guapa.

La soltó con suavidad y se dirigió hacia el portal. Natalia necesitó unos segundos para comprender que era lo que había pasado antes de lanzarse de nuevo a la carga:

— Eres el tío mas presumido que he encontrado en mi vida… No me explico cómo puedo aguantarte… Primero casi consigues que me mate en la carretera y ahora intentas hacer ver que yo quiero que tú me beses… La verdad es que no sé por qué no me doy la vuelta y me voy ahora mismo…

— ¿Puede ser porque estamos en tu casa?— contestó Carlos con una sonrisa irónica, señalando el edificio.

Natalia le miró sin saber qué contestarle. La sacaba de quicio pero, al mismo tiempo, aquel brillo travieso en sus ojos era tan adorable… Se sorprendió a sí misma arrepintiéndose por no haber dejado que él la besara. Apartó esos pensamientos de su mente:

— Debería matarte… No voy a volver a seguirte el juego nunca más. No voy a permitir que me vuelvas a liar para que haga tonterías como las de esta tarde…

Ante su asombro, Carlos se echo a reír. Luego la miró a los ojos, con ese brillo en la mirada que le hacía parecer un niño, y le dijo:

— Pero ha sido divertido, ¿eh?

Sin poder evitarlo, Natalia también rió. Era extraño que él, que era bastante mayor que ella, tuviese la capacidad de hacer que se sintiera más joven. No podía recordar una ocasión en la que se hubiese sentido más libre y viva.

— Sí, ha sido divertido. Anda, vamos.

— No, tienes que aparcar bien el coche. Después del numerito del camión, sólo faltaba que lo dejases cruzado en la carretera toda la noche.

Natalia se dirigió a su coche y lo arrancó. Carlos la esperó apoyado en el dintel del portal, con los brazos cruzados. Le miró de nuevo, planteándose qué sentía por él en realidad. No podía darle un nombre a las emociones que la habían desbordado cuando sus dos cuerpos se apretaron. Intentó concentrarse en aparcar bien el Mercedes a fin de apartar su mente de esas tonterías. Carlos y ella, la peor pareja del milenio. Y en medio de la búsqueda de un peligroso asesino en serie. No era buen momento para enamorarse.

Se sentaron en el salón, cada uno con los papeles que contenían su trabajo del día, un café humeante delante y un cigarrillo en los labios. Natalia miraba sus papeles con una expresión entre ausente y enfadada. Carlos empezó a hablar:

— Parece ser que nuestros esfuerzos están empezando a dar fruto. Tanto Natalia como yo tenemos noticias. ¿Tú has conseguido algo nuevo, Gus?

— Nada, pero al menos estoy acabando con todos los chats. Creo que habré revisado todos para mañana por la tarde. Luego me quedaran los e-mails y mensajes, pero también los acabaré pronto… ¡Y me habré librado de él para siempre!

— No cantes victoria tan rápido. No habremos acabado con él hasta que le hayamos atrapado. Bien, Natalia, cuéntanos que has encontrado tú.

— No, tranquilo. Habla tú… Lo mío puede esperar— Natalia le lanzó una mirada de rencor, dándole a entender que no necesitaba su compasión.

— No, habla tú. Las damas primero…

— No te las des de caballero conmigo después de lo que ha pasado ahí abajo.

— ¿Qué ha pasado?— preguntó Gus, intrigado.

— Nada— contestaron los dos al unísono.

— Vale, vale… Si a mí no me importa lo mas mínimo lo que pase entre vosotros dos. Lo único que quiero es que alguno de los dos empiece a contar algo ya porque no pienso pasarme aquí toda la noche mirando como discutís. No sé si lo sabréis, pero soy una persona ocupada. Tengo una carrera abandonada, una casa a la que volver, amigos a los que casi no veo…

— Está bien, está bien… Empezaré yo— Natalia decidió intervenir antes de que Gus se lanzase a hablar durante toda la noche. Cuando pillaba carrerilla, resultaba imparable— Lo primero es que por fin he recibido los informes finales de las autopsias…

— Yo me voy al baño un momento. Podéis seguir hablando sin mí— Gus se levantó de su sillón con rapidez.

— No, quédate… Cualquier dato puede ser importante y quiero que los tres dispongamos de toda la información. Además, será bueno para ti que sepas que clase de persona estamos buscando— Carlos le sonreía como si disfrutase de la sensación de asco que ya se estaba dibujando en la cara de Gus-. Además, llevas días quejándote de lo cursi que es. Ahora vas a poder conocer otra faceta mucho menos dulce.

— Está bien, pero yo no pienso limpiar el sofá de Natalia si acabo vomitando. Continua— Gus volvió a sentarse, abatido.

— Veamos, lo tenía por aquí…— Natalia rebuscó entre sus papeles y sacó tres informes, repartiendo uno para cada uno. Gus abrió el suyo y comenzó a ojearlo— Los datos confirman más o menos lo que yo averigüe en la autopsia preliminar. Mirad las fotografías de la tercera página, hay datos nuevos sobre la extirpación de los ojos. El examen de las órbitas oculares revela muescas en el hueso malar, el borde supraorbital y el ala mayor del esfenoides lo que señala que no se utilizó un instrumento adecuado para extirparlos. Debió utilizar el mismo cuchillo que usa para asesinarlas. Además, esto nos indica que no tiene ni idea de cirugía. La verdad es que realizó una autentica carnicería al intentar extraerlos, incluso dejó gran parte del globo ocular izquierdo de Bianca ante la imposibilidad de extraerlo entero. Gus, ¿te encuentras bien?

Gus no respondió, sólo negó con la cabeza mientras se levantaba del sillón. Se dirigió hacia la ventana y la abrió, sacando la cabeza para que el aire frío le despejara. Natalia se levantó para ayudarle. Él se giró y le hizo un gesto negativo con la mano:

— Estaré bien en un momento, no te preocupes. Sólo necesito un poco de aire— dijo mientras volvía a asomarse-. Podéis seguir con lo vuestro.

— ¿De verdad estás bien?— Natalia parecía preocupada— Oye, Carlos, ¿crees que es necesario que escuche esto?

— Tranquilos, ya estoy bien. Aguantaré pero preferiría escuchar desde aquí, sin ver las fotos… Dejaré eso para otro día, si no os importa— sonrió, intentando disculparse.

— Lo que queda es más suave— intentó tranquilizarle Natalia-. Bianca perdió gran cantidad de sangre lo cual indica que la golpeó, la dejó inconsciente y después la trasladó al lugar donde la asesinó. Con Vanessa fue mucho más práctico, lo cual es una mala noticia porque, cuanto más mejore, más difícil será atraparle. Lo peor de todo es que ni siquiera con el instrumental más moderno y los análisis más exhaustivos hemos encontrado ni una sola gota de sangre, ni pelo, ni muestras de tejido de Caronte.

— ¿Y eso era todo lo que tenías que decir?— Carlos le lanzó una de sus sonrisitas sardónicas— ¿Qué seguimos sin encontrar nada?

— No, espera… He dejado lo mejor para el final. Como ya os comente, le envié una muestra de la escritura de Caronte a una amiga experta en grafología y aquí están los resultados— sacó otra hoja del montón que tenía apilado enfrente-. Y lo primero que tengo que decir es una buena noticia. Creo que no es un psicópata.

— ¿Cómo que no es un psicópata?— preguntó Gus, tras sentarse de nuevo-. Su hobby es asesinar niñas

— Ya, pero es que además de las conductas antisociales, los psicópatas se caracterizan por una elevada inteligencia unida a una total falta de emociones, lo que hace muy difícil cazarlos— Natalia se dio cuenta por la expresión de Gus de que no la estaba entendiendo en absoluto-. Veras, la inteligencia de un psicópata no tiene trabas emocionales ni sigue directrices morales, por lo cual es muchísimo más efectiva— las caras de Gus y Carlos dejaron ver que su explicación seguía sin resultar clara. Ella carraspeó y comenzó de nuevo-. A ver así, cuando tú tienes que encontrar una solución a algún problema personal que significa mucho para ti, la ansiedad por encontrar esa solución puede hacer que tu mente esté nublada y que te resulte más difícil ver la salida o que esa salida no sea lícita desde un punto de vista moral. ¿Me seguís hasta aquí?

Carlos y Gus asintieron al unísono. Natalia empezó a sentirse incomoda, como si estuviese realizando un examen oral de psicopatología, pero consiguió continuar con la explicación:

— Por ejemplo, uno puede decidir que la solución a sus problemas laborales es asesinar a su jefe pero su conciencia no le dejaría hacerlo— Natalia hizo una pausa. Ellos volvieron a asentir demostrando que seguían entendiéndola-. Bien, un psicópata no tiene esos problemas. No tiene emociones, no sigue un código moral, no tiene conciencia ni sensación de culpa, no hay nada que perturbe la decisión que ha de tomar. Es intelecto y eficacia pura, sin límites ni barreras de ningún tipo.

— Se diría que le admiras. ¿Es que ya no te acuerdas del bosque? ¿Y de la playa?— preguntó Carlos, molesto.

— Ya te he dicho que Caronte no es un psicópata. Y no me malinterpretes— intentó explicarse ella-. No admiro a los psicópatas, pero me da pena que una capacidad tan perfecta de razonamiento sea tan mal utilizada. Lo que quiero expresar con esto es que sería muy difícil capturarle. Lo planean todo tan bien que pueden calcular todos los factores para no dejar el más mínimo rastro, para cometer un crimen perfecto. Por ejemplo a Andrei Chikatilo, el carnicero de Rostov, tardaron doce años en atraparlo y cuando lo hicieron ya había cometido más de cincuenta asesinatos… Pero ya te he dicho que ese no es el caso. No tendremos que cargar con cincuenta asesinatos en nuestras conciencias.

— Me alegro porque no quiero pasarme la vida trabajando con vosotros— intervino Gus-. Joder, cuando acabásemos la investigación yo tendría treinta y tres años, estaría acabado. Me habría perdido toda mi juventud, las juergas con los colegas, las borracheras, las tías…

— Y eso sin contar con el pastón que nos habrías costado— le cortó Carlos-. Entonces, si no es psicópata, ¿qué es?

— Digamos que nuestro chico tampoco es ningún angelito. Según el análisis de mi amiga, estamos buscando a un individuo agresivo y descontrolado, que sufre una obsesión caracterizada por grandes sentimientos de culpabilidad que le llevan a ser destructivo con los demás o consigo mismo y que además puede tener fuertes impulsos homosexuales.

— ¿Homosexuales? ¿Entonces por qué asesina niñas?— preguntó Carlos extrañado.

— Bueno, tengo una hipótesis— contestó ella-. Si recuerdas, cuando empezamos nuestra investigación, te comente que el asesino podía tener alguna malformación. Según esto, la malformación podría existir sólo en su mente. Se siente culpable por ser homosexual e intenta cambiarlo. Es un trastorno llamado egodistonia, o sea, no estar conforme con la propia identidad sexual. Por eso, cuando intenta seducir a las niñas, utiliza esas palabras tan vacías, porque no lo siente, sólo está actuando. En las citas él tiene la esperanza de poder mantener una relación sexual y “curarse”, por decirlo de alguna manera, de su homosexualidad. Cuando ve que esto no funciona, se siente lleno de odio y de rabia contra sí mismo pero enfoca la culpa hacia las niñas, por lo cual las asesina y mutila.

— Joder, vaya bicho… Pues no sé si me gustaba más lo del psicópata— Gus se encendió otro cigarrillo con el pulso poco firme.

— Siguen siendo sólo hipótesis. Hay cosas que no encajan, como que, por ejemplo, las víctimas no muestran que haya habido un intento de violación. Lo más lógico sería que al menos tratase de comprobar si es capaz de hacerlo. Además, su ira a la hora de mutilarlas debería descargarse contra los órganos sexuales de las víctimas y no contra los ojos y las manos… Esos puntos no tienen sentido, pero supongo que todo acabará cuadrando si seguimos investigando. Además, sigo sin entender que primero matase a Alex y ahora, sin embargo, asesine niñas. Lo único que se me ocurre es que Alex podría haber sido su primera relación homosexual, que quizá incluso estuvieron enamorados. Al despreciar esa identidad sexual, culpó de todo a Alex, por lo cual le asesinó. El resto ya lo he explicado antes: intenta mantener una relación heterosexual con las chicas que conoce en ICQ y al no ser capaz se siente furioso y las mata.

— Es una explicación posible…— aceptó Carlos— Tomémosla como valida por ahora.

— Está bien, pero sigue sin convencerme— insistió Natalia-.

— Bueno, al menos empezamos a saber algo de él. Felicidades— Carlos le sonrió. Natalia se sintió tan orgullosa que no pudo evitar sonrojarse-. Y desde un punto de vista práctico, ¿cómo nos ayuda esto?

— Por un lado nos da esperanza, ya que este tipo de asesinos no suelen soportar la culpa durante mucho tiempo. Acaban dejando pistas o entregándose, o incluso suicidándose.

— Pues nos haría un verdadero favor pero, ¿qué hacemos si no es así?— insistió Carlos.

— Según el informe de mi amiga, Caronte está sometido a una ansiedad y unos impulsos autodestructivos terribles, por lo cual creo que deberíamos pedir a los psiquiátricos de todo el País Vasco informes de la gente que haya cometido intentos de suicidio frustrados en los últimos años. Quizá tengamos suerte y encontremos una ficha que coincida con nuestro asesino.

— Eso será fácil. Tiene que haber una sentencia judicial para ingresar a una persona en un psiquiátrico después de un intento de suicidio, así que tiene que estar archivado. Empezaremos desde la fecha del asesinato de Alex hasta la actualidad para intentar acotarlo un poco y si no encontramos nada, buscaremos más atrás en el tiempo— miró a Natalia y ella asintió, mostrando su aprobación-. Mañana le pediré una lista a David, el chico de archivos, y te la pasaré en cuanto la tenga. Tendrás que revisarla para pedir los informes psiquiátricos que puedan coincidir. Hará falta una orden judicial para cada uno de los informes, así que intenta tener una sospecha más que razonable de que los informes puedan corresponder a Caronte antes de pedirlos. ¿Algo más?

— Por el momento, no. Ya puedes hablar tú— le dirigió una sonrisa burlona-. A ver si lo superas.

Carlos se levantó y les dedicó una reverencia teatral:

— La verdad es que me lo has puesto difícil pero, al menos, mis noticias tienen utilidad práctica— le sonrió a Natalia y le guiñó un ojo. Ella apartó la mirada. No iba a darle la satisfacción de enfadarse de nuevo-. Ya tengo la orden de detención de Eneko. Mañana iremos a por él y podré interrogarle en la central de San Sebastián. Y he conseguido también una orden judicial para requisar su ordenador, así que lo llevaran a la central y podremos acceder a los archivos de Alex.

— No te hagas muchas ilusiones con respecto a eso. Si puso tanto empeño en conseguir el ordenador porque podía haber cosas que le implicasen, lo más seguro es que lo haya formateado hace mucho tiempo— intervino Gus-. No pongas esa cara. Ya te he explicado mil veces que formatear significa borrar.

— Ya, pero sabes que nunca te escucho— contestó Carlos-. El problema es que no puedo sacar el ordenador de la central y yo no voy a ser capaz de buscar si hay algo que pueda inculparle. ¿Qué podríamos hacer?

— Bueno, podríamos meter un troyano, creo que el subseven podría servir. Luego tendrías que conectarte a Internet de manera que yo tuviese acceso desde aquí al ordenador de Eneko. Tú sólo tendrías que contactar conmigo para que yo supiese su IP y dejarme un rato y yo podría mirar los datos que necesito.

— Te he dicho mil veces que no me hables en arameo que no te entiendo nada.

Gus resopló. Ahora iba a tener que explicarle todo aquello a la persona con menos idea de ordenadores que había conocido en toda su vida. Colocó una silla al lado de la suya para que Carlos se sentase y se armó de paciencia ante lo que prometía ser una noche muy larga.

CAPÍTULO SEIS

Se desconectó de Internet y se tumbó en la cama. Le hubiese gustado hablar con Patricia más tiempo, asegurarse de que ella seguía enamorada y confiada, pero aún se sentía muy débil. Los cortes en las muñecas habían resultado más profundos de lo que pensó en un principio y había perdido una gran cantidad de sangre. Hubo momentos en que temió que no iba a poder pararlo y el miedo a morir le hizo pensar en avisar a un médico pero, por suerte, había podido controlarse y curar las heridas sin ayuda de nadie. No quería volver a pasar dos meses en un frío manicomio, con la cabeza atontada por unos fármacos que no necesitaba y teniendo que soportar la compañía de un montón de locos que gritaban o se golpeaban con las paredes o se acunaban sumidos en su propio mundo de pesadillas. No era como ellos y no iba a volver a aquel infierno. Y no quería que los fármacos le hiciesen perder el control. Podría decir cosas que no le convenían.

Además, tenía asuntos muy importantes que resolver. Cada vez que pensaba que aquella cría había estado a punto de estropearlo todo, sentía crecer su cólera como una marea, amenazando con romper el dique de su cordura. Pero el peligro ya había pasado. Ahora tenía la mente más clara, su voluntad era más firme y sabía cuál era el objetivo hacia el que tenía que enfocar esa furia. A partir de ahora sus decisiones serían tan inapelables como las del mismo Dios, tan inexorables como el destino. Ya no habría remordimientos, dudas ni aplazamientos. Patricia moriría el sábado por la noche.

Carlos levantó la vista del informe del asesinato de Alex que le habían pasado en San Sebastián esa mañana y miró a Eneko, planteándose si se estaba equivocando con él. El chico ya había sido el primer sospechoso de aquella investigación y, sin embargo, habían tenido que soltarle sin ninguna prueba en su contra. No se había encontrado ni una sola huella suya en el cadáver de Alex. Lo primero que había hecho nada más llegar, había sido llamar a la policía sin tocar nada para no estropear la escena del crimen. Todas sus respuestas en el interrogatorio eran perfectas, su coartada no tenía ningún hueco. Mientras se dirigía a casa de Alex se había encontrado con una ex-novia y había pasado un rato hablando con ella. Incluso se había cruzado con una vecina de Alex que le abrió la puerta del portal dos minutos antes de que llamase a la policía denunciando el asesinato. Se preguntó cómo iba a conseguir hallar algo donde la anterior investigación había fracasado.

— Joder, llevo aquí siete horas— la voz del chico le sacó de su ensimismamiento-. ¿Cuánto más voy a tener que aguantar esto?

Carlos miró a Eneko mientras se tomaba su tiempo para sacar un cigarrillo y encenderlo antes de contestarle. Él también empezaba a estar cansado de hacer una y otra vez las mismas preguntas, de atacar la misma cuestión desde todos los frentes posibles sin conseguir nada pero, aún así, continuó:

— El tiempo que yo te diga, ya lo sabes. Puedo tenerte aquí retenido cuarenta y ocho horas, y eso es lo que haré a no ser que me des alguna respuesta que me guste.

— Pero si ya le he dicho todo lo que sé— suspiró resignado y volvió a contestar, con tono cansino-. Está bien, se lo diré todo de nuevo. No soy homosexual y, por lo que yo sé, Alex tampoco lo era. Mantuvo varias relaciones con chicas pero nada serio, nada que pasase del mes.

— ¿Y por Internet?— insistió Carlos.

— Joder, que ya se lo he dicho… No tengo ni idea de lo que hacía Alex en Internet. Sé que hablaba con chicas pero supongo que serían bobadas. Alguna vez si me habló de que se había ligado a alguna por chat pero no parecía nada serio.

— Pero tú te quedaste con su ordenador. Podías haber accedido a todos sus datos y saber con quién hablaba.

— Ya le he dicho que lo borré todo. No me parecía normal cotillear en la vida privada de mi amigo muerto.

— ¿Seguro que fue por eso? ¿Seguro que no tenías nada que ocultar?— preguntó Carlos-. Insististe mucho para quedarte con su ordenador.

— Era mucho mejor que el mío y él ya no lo necesitaba. ¿Tan raro es?

— Para alguien que respeta tanto a “su amigo muerto”, sí— Carlos apagó el cigarrillo y decidió llevar la conversación por otro camino-. Respecto a las chicas con las que hablaba por Internet, ¿sabes dónde vivían?

— Yo que sé… Me habló una vez de una chica de México, de una de Londres, de otra de Argentina… Pero eran ligues de Internet, nada por lo que se mate a una persona.

— ¿Y españolas?

— Tenía bastantes amigas por toda España, sí. Pero no sabría decirle. De Madrid, de Barcelona, de Bilbao, de Sevilla…

— ¿Ninguna en Guipúzcoa?

— Ya le he dicho que no lo sé. Tampoco le hacía mucho caso.

— Eneko, espero que comprendas que lo único que intento es ayudar— le dijo Carlos, conciliador-. Supongo que tú también querrás que el responsable de lo que le pasó a Alex pague por lo que hizo.

— Usted no vio lo que le paso a Alex, ¿verdad?— contestó Eneko, levantando la cabeza e intentando mantener un tono de voz controlado-. No hay manera de pagar eso. Y parece que a ustedes no les importó mucho en el momento. Ha pasado más de un año sin que hiciesen nada.

— Estamos haciendo todo lo que podemos.

— Sí, claro. Como detenerme a mí.

— Si intentas colaborar, todo será más fácil para los dos, así que prueba a hacer memoria.

— Está bien. No hablaba con nadie de Guipúzcoa— sonrió, evocando un recuerdo-. Decía que no quería ligarse a ninguna que se le pudiese plantar en la puerta de casa.

— ¿Te habló Alex de alguien en especial en los últimos meses?

— No sé… Como ya le he dicho, en las últimas semanas ni siquiera nos hablábamos. Estábamos enfadados.

— ¿Por qué?— preguntó Carlos.

— Alex estuvo saliendo un tiempo con una buena amiga mía. De hecho yo se la presente. Parecía que los dos estaban muy bien y de repente un día ella me viene diciendo que se ha enterado de que Alex se la estaba pegando.

— ¿A qué te refieres?

— A que los fines de semana, cuando la dejaba en casa, se dedicaba a ponerle los cuernos con la mitad de las tías de San Sebastián.

— ¿Te enfadaste mucho por eso?

— No como para matarlo, si es eso lo que está intentando preguntar— la hostilidad volvió a aparecer en la voz de Eneko-. Pero sí que me enfade. La chavala estaba hecha polvo y también era amiga mía. Y me sentía responsable por haberles presentado, así que fui a ver a Alex.

— ¿Y qué pasó?

— Se cachondeó de mí. Él no le daba importancia, me dijo que la relación con esa chica no funcionaba y que no entendía por qué me ponía así. Nos acabamos calentando y terminamos diciendo cosas que no sentíamos, así que, al final, yo me marché y estuvimos semanas sin hablarnos.

— Y no volviste a saber nada de él en todo ese tiempo.

— No, hasta que un día Alex me llamó y me dijo que no soportaba que estuviésemos enfadados por algo así. Yo también me sentía muy estúpido por eso, así que quedamos para hacer las paces, pero cuando llegué…

La voz de Eneko se quebró. Carlos se mantuvo en silencio, dándole tiempo para que se recuperase. Se sentía culpable por la manera en que estaba presionando al chico pero había sido la persona más cercana a Alex. Si él no podía decirle nada de las razones de su asesinato, nadie podría. Cuando levantó la mirada, Carlos revisó sus notas y volvió a preguntar:

— Bien. ¿Y tenía amigos especiales en Internet? ¿Alguno con el que mantuviese una relación algo más íntima?

— Ya volvemos a lo mismo— Eneko parecía cada vez más exasperado-. Ya le he dicho que Alex no era gay, y si lo era, a mí no me lo contó.

— Parece que te molesta demasiado la idea de que Alex pudiese ser gay. ¿Tienes algún problema con eso?

Eneko se levantó de su silla y golpeó la mesa con el puño, con lágrimas de rabia contenidas en sus ojos.

— Yo no tengo ningún problema con los homosexuales. Tengo un problema con ustedes. No tienen ni puta idea de por dónde cojones coger el caso y pretenden hundirme a mí, aunque para ello tengan que echar un montón de mierda sobre la memoria de Alex. Y era mi mejor amigo, ¿sabe? Y no tengo ganas de seguir recordando como lo encontré en su cocina, cubierto de sangre, destrozado… Joder, casi no le reconocí, aún tengo pesadillas con eso… Sólo quiero olvidarlo todo. ¿Tan difícil es entenderlo?

Las emociones que Eneko había estado conteniendo salieron a flote. Se derrumbó sobre la mesa con la cabeza entre los brazos, llorando como un chiquillo, ahogándose con sus propios sollozos. Carlos respetó su dolor por unos segundos, sintiéndose culpable aunque en el fondo sospechaba que Eneko llevaba meses ocultando esa angustia, que había tratado de mentirse a sí mismo tratando de mostrarse más fuerte de lo que era en realidad. En el fondo era un crío asustado que había perdido a su mejor amigo. Se levantó dispuesto a dejarle a solas unos minutos y, al llegar a la puerta, se volvió y le susurró:

— No sabes lo fácil que me resulta entenderte. A mí también me gustaría olvidar todo esto.

Natalia intentó convencerse de que Carlos no llamaría más pronto por muchas veces que mirase la pantalla de su móvil. Tenía que encontrar algo que la distrajera hasta que él telefonease diciendo que ya tenía acceso al ordenador de Eneko. Se sentó en el sofá y abrió el sobre con el dossier que David, el chico de archivos, había confeccionado para ellos con los datos sobre los intentos de suicidio ocurridos desde julio del año anterior. Al recibirlo, le había sorprendido el enorme montón de folios que lo componían y había supuesto que David se había esmerado en exceso, proporcionándole toda la información sobre cada caso a la que podían tener acceso sin necesidad de una orden judicial. Nada más empezar con la primera página se le cayó el alma a los pies. No había detalles, solo una lista de nombres con el sexo, la edad y la fecha.

— Dios mío… Son muchísimos…— susurró, sorprendida.

— ¿Qué es eso?— le preguntó Gus, girándose en la silla para mirarla.

— La lista de intentos de suicidio que le pedí a Carlos. Nunca había imaginado que existiese tanta gente desesperada— explicó ella.

— Míralo por el lado positivo. Hoy en día quedarán muchos menos— bromeó Gus.

— No seas burro. ¿Cómo voy a saber si alguno de ellos es Caronte? Ni siquiera sé por dónde empezar.

— Empieza por los que consiguieron matarse. Creo que su inocencia está fuera de toda duda.

Natalia cogió un bolígrafo y empezó a seguir la indicación de Gus. En la lista aparecían ochocientos diecisiete casos de intentos de suicidio. Una vez eliminados los muertos, el número seguía resultando abrumador: seiscientos veintinueve. La voz de Gus volvió a distraerla:

— ¿Crees que Carlos lo hará bien? Es frustrante no poder estar allí… Yo conseguiría la información que necesitamos con sólo tener acceso al ordenador de Eneko durante cinco minutos y, sin embargo, tengo que quedarme aquí temiendo que Carlos no sea capaz de hacer algo tan sencillo como conectarse a Internet, ejecutar un programa desde el disquete que le he dado y mandarme un mensaje por ICQ.

— Claro que lo hará bien— intentó tranquilizarle Natalia-. Se lo estuviste explicando varias veces e incluso se lo apuntaste en un papel. Yo lo entendí perfectamente.

— Sí, tú lo entendiste, pero Carlos… Anoche estuve a punto de renunciar al trabajo, e incluso al sueldo que ya me debéis, con tal de no volver a hablar con él de informática en lo que me queda de vida.

Natalia se encogió de hombros. Le habría gustado poder defender a Carlos pero era innegable que la informática no era lo suyo. Volvió la vista hacia la lista de nombres, sin saber qué más tachar.

— Vuelvo a estar atascada— le confesó a Gus-. Me da miedo empezar a tachar nombres y quitar el de Caronte por no hacer la criba de manera adecuada.

Él se levantó de la silla y se acercó para sentarse a su lado en el sofá. Natalia le pasó los folios y él los miró en silencio durante unos segundos.

— Bueno, pues algo hay que quitar. Carlos ya te ha dicho que tendrías que elegir porque no puede interrogarlos a todos— pasó un par de páginas mientras pensaba-. Yo creo que es de Vizcaya. Puedes eliminar a todos los alaveses y guipuzcoanos.

— ¿Y por qué crees eso?— le preguntó ella, intrigada.

— A ver como lo explico… Alex dice que es de San Sebastián pero no me acaba de cuadrar. Me da la impresión de que usa lo de vivir allí como una excusa para retrasar las citas hasta el momento en que le convienen. Un momento, tenía unas notas por aquí…— se levantó, rebuscó entre los miles de papeles que rodeaban la mesa y, al cabo de unos segundos, sacó unas hojas arrugadas y manchadas de ceniza— Aquí está, fui apuntando las cosas que encontraba en los chats y que podían probarlo. Primero, todas las víctimas son de Vizcaya…

— Por el momento no podemos deducir nada a partir de ese dato— Natalia le sonrió disculpándose-. Sólo ha habido dos asesinatos y no deberíamos sacar conclusiones de una muestra tan poco representativa. Puede ser de cualquier sitio. Podemos imaginar que es de San Sebastián y que prefiere realizar los asesinatos lejos de su casa para que sea más difícil que alguien le reconozca. O podemos pensar que es de Bilbao porque ¿qué razón iba a tener alguien para venirse desde Guipúzcoa a asesinar gente de Vizcaya?

— Déjame explicarte… Como iba diciendo, como todas las víctimas son de Vizcaya, a veces hablan con él de ciudades de aquí y él no tiene ningún problema para saber donde están esos sitios o hablar sobre muchos de ellos. Cuando ellas se lo comentan, él les pone como excusa a una tía suya que vive en Vizcaya y con la que a veces pasa las vacaciones. A mí no me convence— Gus levantó la mirada de sus papeles para consultar la opinión de Natalia. Ella asintió-. Además, cada vez que ellas le preguntan sobre San Sebastián el tío escurre el bulto como siempre que se le pregunta por algo personal. Ya sabes “estoy cansado de mi ciudad, yo lo único que quiero es estar allí contigo” y pijadas por el estilo… Tengo aquí montones de notas sobre eso. Resumiendo, que yo creo que Alex no ha visto San Sebastián ni en foto.

— Es bastante coherente— reconoció Natalia-, pero prefiero no descartar Guipúzcoa por el momento. Al menos, esto nos deja fuera a los alaveses. Ochenta y cinco casos menos. Es poco pero, si tenemos en cuenta que sabemos que el asesino es un hombre y que la mayoría de suicidios frustrados es cometido por mujeres, podemos eliminar trescientos ochenta casos más.

— Bastante mejor pero la lista sigue siendo bastante grande. ¿Cuántos nos quedan?— preguntó Gus.

— Ciento sesenta y cuatro casos— contestó ella después de contar durante un par de minutos-. Si le pasamos esta lista a Carlos, tendremos que apuntar un intento de suicidio más: el suyo. Hay que seguir acortándola. Quitáremos a todos los menores de diecisiete años. No podrían ser Caronte porque no sabrían conducir. Y también a los mayores de veinticinco. No creo que las chicas confiaran en irse con alguien tan mayor. ¿Qué te parece?

Gus se encogió de hombros y asintió sin saber qué decir. Natalia se dio cuenta de que él ya no podía ayudarla más, de que, por mucho que la aterrase, las decisiones que tomase a partir de aquel momento serían responsabilidad suya. Con cada nombre que tachaba su mente se llenaba de inquietud ante la posibilidad de estar descartando al verdadero asesino, de tener ante sus propios ojos el nombre y apellido del culpable y no ser capaz de verlo. Intentó desterrar esos pensamientos mientras encendía un cigarrillo. No podían investigarlos a todos, tenía que filtrar todos aquellos datos o la investigación se haría eterna. Y de nada le serviría a la próxima víctima que la investigación se estuviese realizando de una manera científica y meticulosa si no conseguían detener a Caronte con la suficiente rapidez. Agarró de nuevo el bolígrafo y siguió tachando. La lista quedaba ahora reducida a sesenta y seis nombres.

— Dijiste que Caronte lleva hablando a diario con sus víctimas desde el quince de Mayo, ¿verdad?— le preguntó.

Él asintió así que fue eliminando los ingresos posteriores a ese día, ya que le habría resultado imposible conectarse si hubiese estado internado en un psiquiátrico por un intento frustrado de suicidio.

— Bueno, esto reduce la lista a cuarenta y cuatro personas— dijo unos minutos después-. Por mucho que pienso no se me ocurre ningún otro criterio para reducirla aún más. Con cualquier otro filtro que aplique habrá muchas probabilidades de eliminar el nombre del asesino.

— Tampoco son demasiados— le dijo Gus-. Seguro que Carlos pone el grito en el cielo por tener que pedirle todos esos informes psiquiátricos confidenciales a su sargento pero yo tampoco veo otro camino. De todos modos si, tal como sospechamos, el amigo de Alex acaba resultando ser el asesino, ya no tendremos que preocuparnos de esto. Por cierto, hablando de Carlos, ¿no crees que está tardando mucho en llamar?

Carlos pulsó rápido dos veces sobre el programa que Gus le había pasado en el disquete. No sucedió nada. Después de los angustiosos minutos que había pasado la noche anterior para aprender aquello que Gus llamaba “doble click”, aún tenía sus dudas sobre si lo habría hecho bien. El chico le había dicho que, cuando lo pulsase, el programa no tenía que mostrar nada porque estaba diseñado para que la persona que lo usase no supiese que alguien iba a poder meterse en su ordenador, pero a Carlos le había quedado la duda de cómo iba a saber si lo había hecho bien si no iba a haber ningún resultado visible. No lo había preguntado porque había visto en los ojos de Gus que podría ser peligroso seguir insistiendo. Ahora se arrepentía de no haberlo aclarado más.

Volvió a mirar el papel para estar seguro del siguiente paso. Tenía que abrir ICQ y llamar a Gus para avisar que iba a mandarle un mensaje. Bien, el suplicio ya acababa. Si todo había ido bien en unos segundos todo estaría en manos de Gus y él podría volver a mantenerse alejado de los ordenadores.

El móvil de Natalia empezó a sonar. Gus se lanzó hacia él mientras los dos se sentaban frente al ordenador. Vio en la pantalla del teléfono que el número era el de Carlos y no supo si alegrarse o asustarse por ello:

— Dime, ¿lo has hecho todo bien?

— Bueno, eso creo— la voz de Carlos no sonaba todo lo segura que a Gus le hubiese gustado-. Ahora lo veras tú.

— Bien, yo también estoy conectado a Internet. ¿Has conseguido entrar en la cuenta de ICQ de Eneko?

— Si, no tenía contraseña. Hemos tenido suerte, ¿verdad?

— Si, mucha suerte— Gus suspiró. Habría sido mucho más fácil que Carlos hubiese consultado cual era la IP en el propio ordenador pero la noche anterior se había resignado a la evidencia de que era imposible pedirle más a Carlos. Empezó a teclear y lo dejó todo preparado para que, en cuanto Carlos mandase el mensaje, su ordenador buscase la información que necesitaba-. Bien, dame unos segundos y lo tengo todo preparado. Ya está, mándame el mensaje.

— ¿Qué pongo?

— Joder, Carlos, lo que te dé la gana. Como si me lo mandas en blanco— Gus intentó serenarse. El dolor de cabeza del día anterior volvía de nuevo tras solo un minuto de conversación telefónica. Esperó a que llegase el mensaje pero en vez de eso, escuchó la voz de Carlos por el teléfono.

— En blanco no me deja. ¿Qué hago?

— Pon hola, simplemente hola. ¿Tan difícil es?

— Mira, no te pongas borde conmigo que estoy nervioso. Ya sabes que esto no es lo mío.

— Vale, perdona. Pon hola y mándalo como te explique ayer.

Por fin el sonido de mensaje recibido sonó a través de los altavoces del ordenador. Gus pulsó el enter en su ordenador y éste empezó a seguir la señal hasta llegar a la fuente de la que había partido el mensaje. Cuando terminó, Gus sonrió y volvió a coger el móvil:

— Carlos, el ordenador es mío. Lo conseguimos.

— ¿Lo hice todo bien? No me lo puedo creer…

— Yo tampoco. Te llamo cuando haya sacado lo que necesitamos. Hasta luego.

— Vale, que haya suerte.

Colgó el teléfono y empezó a buscar la información. El dolor de cabeza había desaparecido por completo. Ya sólo quedaba la emoción de saber que podían estar muy cerca de su objetivo.

Carlos paseó una y otra vez la mirada de la pantalla del ordenador al móvil. No podía evitar sentirse aún un poco nervioso por lo que estaban haciendo. Después de todo, estaba pasándole información confidencial a un civil desde una central de la Ertzaintza. Si le pillaban, podía ir pensando en hacer una visita a la oficina de empleo más cercana. Consultó el siguiente paso de la lista de Gus: sacar el disquete. Carlos lo sacó con una sonrisa y se lo guardó en la chaqueta. Menos mal que el chico le había escrito esa lista. Estaba tan preocupado porque no les pillasen que habría olvidado sacar la “prueba del delito”. Observó de nuevo la pantalla del ordenador. No pasaba nada y, sin embargo, se suponía que en ese mismo momento Gus estaba trasteando en él con toda tranquilidad desde kilómetros de distancia. Todo aquello seguía pareciéndole cosa de brujería, así que decidió no intentar entenderlo, sobre todo porque si le pedía a Gus que se lo explicase era muy probable que el chico acabase con un ataque de nervios.

— ¿Qué está pasando ahora?— le preguntó Natalia, incapaz de permanecer callada un segundo más.

— Tenemos que esperar a que los archivos que estoy copiando del ordenador de Eneko lleguen aquí. Necesitamos cuatro archivos de ICQ en los que quedan registrados los números de usuario. Con ellos podré saber si uno de ellos es el de Caronte, incluso aunque Eneko sea tan inteligente como para eliminar todos los días la cuenta de su ordenador después de utilizarla para que no queden pruebas.

— ¿Y si los ha borrado?— dijo ella, preocupada.

— El número de identificación queda guardado en cada uno de esos archivos. Por muy precavido que sea, es muy difícil que lo haya borrado todo.

Natalia decidió dejar de insistir. Desde que Gus se había sentado delante del ordenador parecía otro, mucho más tranquilo y seguro de sí mismo. Él sabía muy bien lo que estaba haciendo y ella no le haría ningún favor contagiándole su nerviosismo. Encendió un cigarrillo, se levantó y se acercó a la ventana para ver si así se distraía un rato. Seguía lloviendo de manera débil pero constante. Se entretuvo unos segundos observando el agua en los charcos de la carretera y los transeúntes que pasaban resguardados por sus paraguas, mientras lanzaba rápidas ojeadas a la pantalla para asegurarse de que aún no habían terminado de bajar todos los datos. Cuando Gus le dijo que ya habían acabado, se sentó a su lado y empezaron a ojearlos.

El teléfono sonó en el preciso instante en que Carlos iba a volver a llamar a Gus para preguntarle por qué demonios tardaba tanto.

— Ya puedes desconectarte de Internet, hemos acabado— la voz de Gus sonaba cansada al otro lado de la línea.

— ¿Qué has encontrado? ¿Es él?

— Bueno, con un noventa y cinco por ciento de posibilidades de acertar, te aseguraría que no. No hay nada, el número de identificación de Caronte no aparece por ningún lado.

— ¿Y el otro cinco por ciento?

— Siempre cabe la posibilidad de que Eneko esté tan paranoico como para que todos los días borre los archivos que pudiesen incriminarle, por si se produjese una investigación que él no tenía ni idea de que iba a suceder. Pero yo no apostaría nada, creo que nos hemos colado.

— Bueno, pues por ese cinco por ciento voy a seguir adelante. Voy a pedir una orden de detención— Carlos no quería rendirse y admitir que se había equivocado. Además, las cuarenta y ocho horas de retiro podían ayudar a Eneko a recordar algún detalle más. Seguiría adelante y ya pagaría las consecuencias.

— Está bien, si vamos a meter la pata que sea hasta el fondo. ¿Ya vas a saber apagar el ordenador?

— No seas gilipollas. Sólo hay que darle al mismo botón que para encenderlo.

Por el teléfono le llegó un suspiro de desesperación de Gus:

— Haz lo que te dé la gana. Eres un caso perdido. Mejor lo desenchufas, no tengo ganas de dar explicaciones. Tranquilo que no se rompe.

— Oye, siento que esto no haya funcionado— Carlos también estaba frustrado pero, por encima de eso, se sentía culpable por haberles ilusionado en un callejón sin salida-. Y siento ser tan torpe con el ordenador.

— No pasa nada, no te preocupes. Si supieses manejarlos, no me necesitarías a mí. Y, además, habría que verme a mí intentando interrogar a alguien o haciendo una autopsia. Sería penoso. Cada uno a lo suyo. ¿Nos vemos a la noche?

— Allí estaré. Hasta luego.

Colgó el teléfono, desenchufó el ordenador y volvió a enchufarlo. Bien, se quedaba apagado. No había manera humana de explicar en la central que se había pasado más de media hora consultando un ordenador que no sabía apagar. Volvió a comprobar que llevaba el disquete en el bolsillo de la chaqueta y salió de la oficina para regresar a Bilbao. Quizá la compañía de ellos dos y un poco de charla intrascendente le hiciesen olvidar lo frustrante que estaba resultando el día.

CAPÍTULO SIETE

Cuando sus padres salieron, Patricia saltó de alegría. Por fin libre. No había pensado que resultaría tan fácil hacerles creer que estaba enferma para que no la llevasen a aquella ridícula cena, pero todo estaba saliendo tal y como Alex lo planeó. Ahora sólo tenía que ponerse manos a la obra.

Abrió el armario y sacó la ropa que había elegido para esa noche. Se puso unos vaqueros negros, un jersey rojo y el plumífero negro que le habían regalado en su último cumpleaños. Al mirarse al espejo, volvió a sentirse decepcionada. La ropa negra hacia resaltar la palidez de su piel de la que solía sentirse orgullosa al comparar su cara con las espinillas y rojeces de sus compañeras de clase. Ahora, sin embargo, le recordaba la cara de las muñecas de porcelana que tenía en su cuarto. Y seguía sin aparentar ni un solo año más de los catorce que tenía.

Corrió al cuarto de baño y volvió a mirarse. Se soltó la coleta y dejo caer su larga melena negra. Se cepilló el pelo y decidió dejárselo así. Sonrió. Ahora estaba un poco mejor. Sólo quedaba el toque final. Sacó el estuche de maquillaje de su madre y empezó a rebuscar. Nunca antes se había maquillado pero había observado miles de veces a su madre realizando aquel ritual que de pequeña la dejaba maravillada. Estaba segura de poder hacerlo. Empezó por usar un estuche de polvos de maquillaje oscuros y después eligió una barra de labios de color rojo para que fuese a juego con el jersey. Examinó de nuevo su reflejo. Ahora estaba mucho mejor.

Más satisfecha consigo misma, salió del cuarto de baño y se dirigió a la cocina. Sacó de la nevera la comida que su madre había preparado para ella y la tiró por el váter. No tenía ninguna gana de comer. Llevaba todo el día tan nerviosa que habría sido incapaz de tragar un solo bocado. Era como si todo su interior se hubiese vuelto loco. Sentía el corazón acelerado y el estomago le dolía como si algo se lo estuviese retorciendo desde dentro pero se sentía tan bien…

Después de mirarse por última vez al espejo salió de casa. El ruido de la puerta al cerrarse a su espalda sonó como una sentencia. Ya estaba hecho, había dado el primer paso. Se sintió tan eufórica que tuvo que reprimirse para no empezar a saltar. Mientras bajaba en el ascensor consultó la hora de su reloj. Al final se había preparado tan rápido que le sobraba hora y media para llegar hasta el faro y no se tardaba más de media hora. Salió a la calle. Al menos había parado de llover, así que podía ir dando un paseo para que pasase algo de tiempo en vez de ir en autobús.

Empezó a andar, con los pensamientos perdidos en sueños sobre lo maravillosa que iba a resultar esa noche, en recuerdos de las dulces palabras de los chats de Alex, en las esperanzas sobre un futuro juntos, en los miedos acerca de si le gustaría a Alex tanto como por Internet. Salió del barrio y empezó a bajar la cuesta. Esa zona de Portugalete no estaba tan repleta de gente como el centro de la ciudad. Caminó casi sin cruzarse con nadie, abrazándose cada vez que una racha de viento frío soplaba con fuerza y le atravesaba las ropas. Minutos después llegó a una calle mucho más concurrida. Se cruzó con parejas que paseaban de la mano, con mujeres que salían de las cafeterías, con grupos de chicos que empezaban la fiesta del sábado noche… Apenas los vio. Seguía sumida en sus pensamientos. Sin darse cuenta sus pasos se aceleraban. No podía soportar más la ansiedad de saber que ya quedaba tan poco para estar con su amor. Volvió a mirar el reloj. Todavía faltaba hora y cuarto. Parecía una eternidad.

Se forzó a pararse frente al escaparate de una tienda de ropa para perder algo de tiempo. Pensó en lo bien que le habría quedado el pantalón de campana y la camiseta ajustada que lucía uno de los maniquís. Era una pena que la tienda ya estuviese cerrada y que sólo llevase veinte euros en el bolsillo. Se resignó y siguió andando. En ese momento oyó un grito a su espalda:

— ¡Pero si eres tú, Patricia! No te había reconocido, que guapa estás…

Su estomago se retorció de nuevo, aun con más violencia. Se dio la vuelta despacio para ver quien le hablaba, maldiciéndose por no haber elegido un camino menos frecuentado. Al girarse se encontró con Irune, una de sus compañeras de clase. Suspiró aliviada y le sonrió:

— Irune, que susto me has dado. Pensé que serias alguna amiga de mis padres.

— ¿Qué pasa? ¿Te has escapado?

— Algo así. He salido sin que lo supieran.

— Y yo que pensaba que eras una buena chica. Anda, entra al bar que están ahí mis colegas y me lo cuentas.

— Yo, es que… No sé…— respondió Patricia, dudando. No conocía a los amigos de Irune, ni siquiera se llevaba bien con ella en clase. Irune había repetido curso varias veces y se relacionaba con gente mayor. Sin embargo, no tenía nada mejor que hacer en una hora— Está bien, no he quedado hasta las once.

Entró en el bar. El interior era oscuro, excepto por unas luces de colores que giraban sobre la pista de baile, que en ese momento se encontraba vacía. Había muy poca gente dentro del bar, tres o cuatro grupos repartidos por las diferentes esquinas. Irune la condujo hacia uno de los grupos y fue presentándola a todos, a pesar de que la música no le permitió entender el nombre de nadie. Después se la llevo a un banco que había en un rincón para hablar con ella. Sacó un paquete de cigarrillos de su chaqueta y le ofreció uno. Patricia negó con la cabeza.

— Bueno, al menos me dejarás que te invite a un trago— dijo pasándole el vaso que tenía en la mano.

Patricia lo probó e intentó pasárselo de nuevo a Irune pero esta lo rechazó:

— No, sigue bebiendo tú un rato que yo ya voy cargada. Y, mientras te tomas eso, me vas a contar con quién has quedado porque me muero de curiosidad.

Cuando se dio cuenta ya eran las once menos cinco. Se despidió de Irune y sus amigos y salió del bar corriendo mientras se ponía el plumífero. Llovía de nuevo y la calle estaba resbaladiza pero Patricia no redujo la marcha. No podía creérselo, meses soñando con aquel encuentro y ahora iba a llegar tarde. Si Alex pensaba que no había acudido a la cita y se marchaba no iba a perdonárselo nunca a sí misma.

Siguió corriendo mientras se reprochaba una y otra vez lo imbécil que había sido. Podía perder al chico que quería por una hora de estúpida conversación con una chica a la que veía todos los días en clase y que sólo la había parado para poder cotillear a su costa el lunes con las otras chicas de su grupo. ¡Qué estúpida!

Llegó al final de la cuesta y cruzó la calle sin mirar siquiera. Un coche frenó en seco a unos centímetros de ella y oyó el estridente ruido del claxon. Asustada, echó a correr aún más rápido. Por fin llego al paseo del Puente Colgante y siguió a toda velocidad hacia el faro. A pesar de que estaba lloviendo, se veía a bastante gente esperando el puente o andando bajo sus paraguas de cafetería en cafetería. Los esquivó a la carrera, fijándose sólo en sus pies, urgiéndoles a que fuesen aún más rápido. Por fin llegó a la piscina municipal. A partir de ahí empezaba el espigón que llevaba hasta el faro. Esa zona estaba menos frecuentada, sólo se cruzó con algunos pescadores que probaban suerte a pesar de la lluvia y el frío, por lo que pudo correr con más libertad.

Empezaba a notarse cansada y el aire se colaba helado en sus pulmones produciéndole pinchazos en la garganta y el costado derecho pero se forzó a seguir corriendo. Un rato más, sólo un rato más. No podía haberse ido todavía. Además, si se decidía a marcharse, tendría que cruzarse con ella. La idea de que él tenía que estar ahí, apenas a doscientos metros, le dio nuevas fuerzas para seguir corriendo.

La silueta del faro fue haciéndose más clara. Ya quedaba muy poco y, sin embargo, no podía verle. Intento tranquilizarse pensando que podía estar al otro lado, mirando hacia el mar. Subió las escaleras llenas de verdín que llevaban a la plataforma. Corrió unos cuantos pasos más, rodeo el faro y se sintió desilusionada. No había nadie.

Intentó calmarse y detener el caos de sus pensamientos para pensar con claridad. El pinchazo del costado se hizo más agudo al haber parado de correr, obligándola a doblarse. Se quedó así durante unos segundos, intentando recuperar el aliento. Los nervios y lo que había bebido en el bar habían convertido su estomago en un torbellino. Se sentía tan mareada que tuvo que inclinarse sobre el muro para vomitar en la ría. Cuando hubo terminado se encontró bastante mejor. Se sentó en la base del faro a pensar. Miró su reloj. Sólo eran las once y diez. Alex no podía haber hecho un viaje desde San Sebastián si no iba a ser capaz de esperarla diez minutos. Quizá era él quien llegaba tarde.

La duda de que quizá él nunca pensó en venir la asaltó. Claro, era una broma divertidísima. La cría de catorce añitos que se queda tan colgada de un chaval de diecinueve como para tirarse esperándole varias horas bajo la lluvia. Muy divertido. Al segundo de pensarlo, se sintió culpable. Alex no era así, nunca haría eso. Le había confiado más cosas que a nadie en toda su vida y él nunca se había reído de ella. Siempre había estado ahí para apoyarla en lo que hiciese falta, para escucharla, para ser su amigo. Y todo eso porque la quería. Él se lo había dicho y ella lo creía. No podía ser tan injusta como para dudar de eso cuando él le había abierto su corazón de esa manera.

Se enjugó las lágrimas mezcladas con lluvia que empapaban su cara. Todo su maquillaje estaba destrozado, tenía el pelo y la ropa empapados. ¿Cómo iba a presentarse delante de Alex con esa pinta? ¿Por qué tenía que llover? Al pensar en la lluvia se dio cuenta de lo que pasaba. El espolón del faro tenía un paseo inferior en el que no se mojaría. Alex habría pensado lo mismo y estaría esperándola allí, en vez de estar haciendo el imbécil como ella bajo una lluvia cada vez más fuerte.

Se levantó y corrió de nuevo. Bajó otra vez al paseo principal del faro y siguió corriendo hasta encontrar una de las escaleras que llevaban a la parte inferior del espigón. Las escaleras eran muy antiguas y desgastadas y estaban cubiertas de verdín y resbaladizas por la lluvia así que, a pesar de que cada centímetro de su cuerpo le urgía a apresurarse, se obligó a sí misma a bajarlas con cuidado. Cuando por fin llegó abajo se sintió asustada. La parte inferior del faro no estaba alumbrada. Ante ella se extendía en ambas direcciones un pasillo húmedo y oscuro, iluminado por los tenues reflejos de las farolas de la parte superior en la oscura superficie de la ría. No había paredes, solo unas viejas barandillas verdosas que cerraban el paso entre columna y columna. Respiró varias veces para tranquilizarse. Se encontraba nerviosa y perdida, sin saber qué hacer ni hacia dónde ir. ¿Dónde podía estar Alex? Se sintió aterrada ante la idea de ir buscándole en aquella oscuridad plagada de sombras y reflejos. Apoyó un momento su mano derecha en una de las anchas columnas pero la apartó asqueada al sentir que algo húmedo y frío la tocaba. Reprimió un grito mientras un insecto parecido a una cucaracha cruzaba corriendo la columna para refugiarse en las sombras.

No podía quedarse ahí parada pensando hacia dónde ir. Tenía que moverse hacia algún sitio pero el alcohol que había bebido hacía que su cerebro no pudiese pensar con claridad. Volvía a sentirse mareada. El estomago se le revolvió por el olor a humedad y orina que lo inundaba todo. Se forzó a andar de nuevo. Iría hacia la izquierda, hasta el final del pasillo, hasta encontrarse debajo del faro. Alex tenía que estar allí.

Al cabo de unos segundos sus ojos empezaron a acostumbrarse a la oscuridad y pudo andar con un poco más de seguridad. Pocos metros más adelante, vislumbró una sombra que se movía. Sonrió llena de alegría. Por fin le había encontrado. Pero, al aproximarse, se dio cuenta de que se trataba de una pareja que buscaba un poco de intimidad. Intentó pasar sin mirarles pero sus jadeos la acompañaron durante los siguientes metros. Se sintió ridícula al darse cuenta de que se había ruborizado. A pesar de que le hacían sentirse incomoda, el hecho de saber que no estaba sola en ese lugar le hizo sentirse más segura. Siguió andando hacia el final del pasillo, cada vez más rápido.

Unos metros más adelante, distinguió una barandilla que marcaba el fin del camino. Ese punto debía encontrarse justo debajo del faro y, sin embargo, no había nadie. Sin poder creérselo siguió andando hasta llegar a la barandilla. Se agarró con ambas manos y permaneció unos segundos observando el agua sucia y oscura. Se sentía perdida, asustada, ridícula. ¿Dónde podía estar Alex? La idea de tener que desandar sola el camino y recorrer además el lado derecho buscándole le producía escalofríos. No quería tener que andar asustada por cada sombra, por cada reflejo del agua, por las personas que podía haber ahí abajo. Sólo quería encontrar a Alex pero, cuanto más lo pensaba, menos lógica le veía a la idea de que él pudiese estar en el otro lado del pasillo. Incluso empezaba a encontrar ridícula la idea de haber bajado. Alex ni siquiera podía conocer la existencia de ese nivel del espigón y mucho menos se le habría ocurrido pensar que ella pudiese estar allí.

Empezó a llorar sin poder contenerse. El que iba a ser el día más maravilloso de su vida se había convertido en una pesadilla. Tenía frío, se encontraba enferma y aterrada. Lo único que quería era encontrarse con él, que la abrazase, que le dijese que todo estaba bien… Su llanto era cada vez más fuerte, sentía que la angustia la estaba ahogando y que lo único que le quedaba por hacer era suplicar, sin saber a quién, para que todo aquello se arreglase. Sin darse cuenta de lo que hacía, susurró entre sollozos:

— Alex, por favor, por favor… ¿Dónde estás?

El reflejo del agua le mostró por un segundo una silueta más oscura aproximándose a la suya. Antes de que pudiera volverse, sintió como si algo se hubiese roto dentro de su cabeza y su conciencia se hundió en unas aguas más negras que las de la ría.

Los últimos minutos le parecían una pesadilla, una serie de fotogramas que pasaban a toda velocidad para ir a grabarse en su cerebro para siempre. La llamada de Carlos, el camino en coche hasta allí, la carrera por el faro hacia la zona acordonada… Su cerebro se negaba a pensar, rogaba una y otra vez por que no se tratase del mismo asesino, por que aquella chica no hubiese muerto por su incapacidad de encontrar a Caronte.

Alcanzaron las escaleras que bajaban a la parte inferior del paseo. El lugar había sido iluminado con varios focos por los agentes que habían llegado una media hora antes pero, aún así, el sitio era oscuro y tenebroso. Natalia se paró un segundo:

— ¿No dirá nada Aguirre porque yo haya venido hoy? No estoy de servicio.

— No, tranquila. Ya he hablado con él— contestó Carlos-. Tú te encargaste de los casos anteriores y le dije que quería a la misma persona. No puso ninguna pega.

— Muchas gracias por seguir confiando en mí aunque…— la voz se le quebró y no pudo continuar.

— ¿Aunque hayamos fracasado? Bueno, estamos juntos en esto, ¿no? Hay que seguir adelante aunque no sea agradable.

Ella no supo que responderle. Siguió andando con la vista clavada en el suelo, deseando no estar allí. En la universidad le habían enseñado a ver los cadáveres como números. Nadie la había preparado para examinar a niñas enamoradas, engañadas, mutiladas y asesinadas por un loco del que se sentían responsables. No estaba segura de poder soportarlo.

Llegaron al final del espigón. Esa zona estaba aún más iluminada y en el centro de la luz vio el bulto tapado con una sabana brillante. Sintió como si una garra le atenazase el estomago. Su cerebro seguía negándose a aceptar la evidencia pero una voz en su mente le iba abofeteando con la verdad: un cuerpo tan pequeño, una chica tan joven, un lugar solitario… Es él, es él, es él…

Natalia caminó hacia el cuerpo, intentando no mirarlo, concentrándose en las leves ondulaciones de la ría, en las luces de las farolas de la otra orilla… Un barco pesquero pasó por delante, lento, oscuro, triste como un cortejo fúnebre. Su sirena cortó el silencio de la noche como el grito de un animal herido que se lamentase. Paró unos segundos, se agachó y levantó la tela que cubría el cadáver. Elevó la mirada y sus ojos se cruzaron con los de Carlos. No tuvo que decirle nada. Sus ojos llenos de lágrimas le confirmaron que habían fracasado.

Recorrieron la A-8 de vuelta a Bilbao en completo silencio. La sensación de frustración era profunda, casi física… Parecía que iban a ser aplastados dentro del coche por el peso de la decepción y la culpa. A pesar de que eran más de las tres de la mañana, aún se cruzaban con algunos coches, gente que iba de fiesta en aquella noche de sábado. Natalia miró la larga cinta negra de la ría bordeada por una interminable línea de farolas, las miles de luces que alumbraban el Gran Bilbao, el cielo nocturno dorado por el reflejo de la iluminación de la ciudad contra la polución. Si se miraba de la manera adecuada era un hermoso lugar, casi no se podía creer que un sitio tan bello albergase tanto mal. Y, sin embargo, lo que había visto era real, no podía consolarse a sí misma pensando que era una pesadilla. Había sucedido y parte de la culpa era suya.

— No me lleves a casa, por favor— murmuró Natalia, suplicante-. No voy a poder dormir. ¿Te importaría que diésemos un paseo?

Carlos asintió y siguió conduciendo. Unos minutos más tarde, aparcó y bajaron del coche. Natalia se quedó parada, mirándole con ojos tristes, sintiéndose como una niña perdida. Carlos empezó a andar hacia el puente del Palacio Euskalduna.

— ¿Dónde vas por ahí? No hay nada.

— Ya. Pensé que era lo que querías: dar un paseo tranquilo. Si seguimos por la Gran Vía, vamos a encontrar un montón de gente y no tengo el ánimo para fiestas.

Cruzaron el puente, cayendo de nuevo en el silencio, sólo quebrado por el eco de sus pasos. Siguieron así unos minutos. Natalia pensó que era extraño ese silencio porque no le incomodaba, no sentía la necesidad de tener que decir algo. Podían seguir así, respetando cada uno la rabia, la decepción y la frustración que no permitía hablar al otro, pero sintiéndose mejor por el simple hecho de saber que no estaban solos.

Llegaron al otro lado de la ría. La oscura mole del Palacio Euskalduna se levantaba en la otra orilla, amenazadora, ocultando la visión de los edificios que tenía detrás. Empezaron a andar hacia Deusto. Su silencio era interrumpido de vez en cuando por el ruido de algún coche que pasaba lento sobre los charcos que aún quedaban en la carretera. El ánimo de Natalia se fue calmando por efecto de la tranquilidad y la belleza que ofrecía la ciudad dormida. Ante ellos apareció la silueta del Museo Guggenheim, brillando con matices dorados y plateados. Carlos se paró un momento para sacar un cigarrillo. Le ofreció otro a ella y siguieron contemplando el museo y su nítido reflejo en las quietas aguas de la ría durante unos minutos.

— Es bonito, ¿verdad?— dijo Natalia, soñadora, rompiendo el silencio.

— Bueno, al principio me parecía horrible pero, cuanto más lo miró, más me gusta— contestó él mientras se giraba hacia ella esbozando una sonrisa-. Tiene algo de… No sé cómo explicarlo.

— De magia. Cuando brilla así parece que este no es su lugar, que podría desvanecerse en cualquier momento.

Volvieron a callar mientras lo contemplaban unos segundos más y después continuaron paseando. Natalia se permitió mirarle de reojo. Estaba tan cambiado… Parecía tan cansado y ausente… La expresión cínica y traviesa de sus ojos parecía haber desaparecido por completo. Se preguntó qué estaría pasando por su cabeza, cómo sentiría, cómo viviría… Se dio cuenta de que, después de un mes viéndose a diario, no sabía mucho más acerca de él que lo que sabía el primer día. Pensó que le encantaría ver más de aquel desconocido que paseaba a su lado, saber más de cómo era él en realidad, cuando todas las mascaras parecían haber caído.

En ese momento pasaban al lado de un pequeño parque. Carlos se adentró en él y se sentó en un banco. Natalia le siguió sin preguntar nada y se colocó a su lado. Enfrente de ellos se encontraba una fuente de la que en ese momento no salía agua. Ella paseó la mirada por los columpios abandonados, los bancos vacíos, los montones de hojas secas movidas por el viento… Sintió un escalofrió por la impresión de que el mundo se había terminado. Sólo quedaban ellos dos, abandonados en medio de un planeta muerto.

— Háblame de ti— le pidió Natalia, girándose en el banco para quedar frente a él.

— ¿De mí? ¿Y qué quieres saber?

— No sé… Lo que quieras…— contestó ella sin saber cómo empezar-. En la central me han dicho que estás divorciado y que vives solo. ¿Qué pasó?

— Así que ahora te dedicas a ir investigando sobre mí en comisaría, ¿eh?— preguntó él.

— No, no es eso… Sólo he oído comentarios.

— Está bien— contestó él, con voz molesta-. Estuve casado. Se llamaba Ana, era contable, fuimos muy felices unos años y luego, como era de esperar, ella se cansó de mí, consiguió un fantástico trabajo en Londres y me abandonó. Perdona pero no estoy de humor para dar muchas más explicaciones esta noche.

— Siento haberte molestado— se disculpó ella. Se arrepintió de haberle preguntando. Sólo había querido conocerle un poco más y, en vez de ello, había conseguido levantar muros aún más gruesos entre los dos-. Sólo pensé que sería bueno que nos conociésemos un poco más.

— Perdona pero no me apetece hablar de ello ahora— dijo él-. Sin embargo, creo que lo de conocernos mejor es buena idea. ¿Por qué no hablas tú? Ya sabes… Sobre tu familia, tus aficiones, por qué te hiciste forense…

— No me parece justo. Yo pregunté primero.

— Por eso mismo, deberías dar ejemplo— contestó él.

— Está bien— Natalia bajó la mirada y miró la punta de sus zapatillas durante un rato, como si allí estuviese la respuesta a si debía confiar en él o no. No le había parecido razonable que Carlos se cerrase de aquella manera pero ahora se planteaba si ella estaba preparada para abrirse a él. Sin embargo, ella misma se había metido en aquella situación y ya no le veía salida posible-. Pregunta lo que quieras.

— Bueno, no sé…— Carlos se rascó la cabeza, pensativo— Dime algo sobre tu familia. Ya sabes: dónde están, por qué vives sola…

— Eso no es tan fácil de contestar como parece, pero lo intentaré. Mi padre vive en Plencia.

— ¿En Plencia? Yo pensé que vivían lejos, como nunca has hablado de ellos…

— Ya, es que nunca voy a verle. No tenemos una relación muy estrecha— Natalia levantó la vista al cielo y pensó durante unos segundos. Aquellos recuerdos llevaban persiguiéndola toda su vida y le daba miedo dejarlos salir. Carlos la miró interesado, invitándola a seguir hablando-. Bueno, no me hablo con mi padre desde poco antes de ingresar en la Ertzaintza. El no quería por nada del mundo que yo entrase a trabajar ahí.

— ¿Pues? ¿Ya tenía otros planes para ti?

— Siempre ha tenido otros planes para mí— Natalia suspiró y apartó de nuevo los ojos, fijándolos en el cielo amarillento-. Cuando yo era pequeña ni siquiera me lo planteaba pero, muchas veces, cuando pienso en todas las cosas que he hecho, no sé hasta qué punto he vivido mi vida o la de él.

— No entiendo a qué te refieres.

— A pequeños detalles de los que no te das cuenta hasta que lo piensas en conjunto, como la imagen de un puzle en el que no sabes lo que estás construyendo hasta que tienes colocadas la mayoría de las piezas. Su manera de educar era tan fría, tan autoritaria… Sólo recibía cariño cuando daba los pasos adecuados para seguir la dirección que él había establecido para mí, creo que desde el día en que nací.

— ¿Y qué dirección era esa?

— Llegar a ser un reflejo suyo: una gran forense, una afamada catedrática, una eminente científica…

— Yo pensé que te gustaba tu trabajo…

— Y me gusta, pero a veces creo que toda mi vida ha estado condicionada: mis estudios, mi forma de ser, mis aficiones, incluso mis deseos. Igual que una rata de laboratorio— la voz de Natalia se quebró y quedó en silencio.

— Si no quieres hablar de esto, no pasa nada— la tranquilizó Carlos.

— No, no me importa. Ahora que ya he empezado es más fácil y, si me callo, quizá no pueda volver a empezar esta conversación nunca más. A no ser que te esté aburriendo…— contestó ella, dudando.

— No, claro que no. Sigue, por favor.

— Bueno, yo ya llevaba tiempo planteándome estas cosas, desde que era adolescente. Recuerdo el día que llegue a casa diciendo que había encontrado mi vocación, que quería estudiar Psicología— Natalia esbozó una sonrisa triste-. Mi padre estuvo dos meses sin hablarme, hasta que le dije que había sido una chiquillada y que, por supuesto, quería ser forense.

— No puedo entenderlo… Sé que hay padres así pero se supone que deberían quererte seas como seas…

— Yo también pensaba eso, pero él siempre fue así. Era mi padre, pero con condiciones.

— ¿Y tu madre? ¿No decía nada?

— Murió cuando yo tenía seis años.

— Vaya, lo siento— se disculpó Carlos-. ¿Qué más paso?

— Cuando por fin entré en la Universidad, todo fue a peor. Mi padre tiene un cargo muy importante en la Facultad de Medicina y mis compañeros empezaron a decir que yo era una enchufada y que lo tenía todo hecho. Siempre había tenido dificultades para relacionarme con la gente, pero la Universidad fue un autentico infierno. Me convertí en una amargada. Sólo vivía para estudiar y ser la número uno, para demostrar que no tenían razón, aunque ninguno se molesto en comprobarlo nunca.

— Joder, pues vaya vida… Ahora empiezo a comprender muchas cosas.

— ¿Como qué? ¿Que a veces soy insoportablemente perfeccionista y que me comporto como una trepa?— Natalia le sonrió.

— Sí, por ejemplo eso.

La respuesta le dolió como una puñalada gélida en el pecho. Sabía que el comentario de Carlos era una broma pero, de todos modos, la duda de que él pudiese pensar eso de ella a pesar de estar trabajando juntos, de verla cada día y conocerla bien, la había acosado continuamente. Se preguntó hasta qué punto merecía la pena enseñar a la verdadera Natalia en vez de a la perfecta mascara que había fabricado. Quizá los demás no pudiesen verla, quizá la había matado hacía mucho tiempo y ya sólo existía en sus recuerdos… Sintió el escozor de unas lágrimas en los ojos pero apartó la mirada y no las dejó caer. Al cabo de unos segundos, volvió a mirar a Carlos y esbozó una tímida sonrisa, intentando demostrar que no había pasado nada.

— Era una broma, lo siento de verdad si he dicho algo que no debía…— se excusó Carlos, avergonzado.

— No, tranquilo… No has hecho nada malo, es culpa mía. Le doy demasiada importancia.

— Le das la que tiene. Me estás contando cosas que te duelen de verdad. Lo que pasa es que soy un bocazas que no sabe callarse.

— Bueno, eres el único bocazas en el que me he atrevido a confiar.

Carlos sacó dos cigarrillos y fumaron en silencio, observando el parque. El aire de la noche era frío. Natalia se agarró con ambos brazos para protegerse del viento helado. Él se levantó y le tendió la mano.

— Vamos, podemos seguir hablando por el camino.

— ¿Por el camino a dónde?— Natalia le agarró para que la ayudase a levantarse. Por un momento se quedaron con las manos juntas, como si no supieran si debían separarlas. Carlos la soltó para señalarle el camino.

— Conozco un bar cerca del Ayuntamiento que abre a las cinco.

Empezaron a andar hacia allí. Natalia seguía abrazándose para protegerse del frío. Carlos se quitó el abrigo y se lo tendió.

— ¿Qué haces? Te vas a quedar helado…

— No, yo tengo calor. Póntelo tú.

— ¿Pero cómo vas a tener calor con la noche que hace?

— Yo siempre tengo calor, en serio. Si no te lo pones, lo voy a llevar en la mano…

Natalia cogió el abrigo y se lo puso. Le quedaba enorme pero, nada más ponérselo, se sintió mejor. Miró a Carlos, que paseaba ahora en mangas de camisa, con las manos en los bolsillos, intentando aparentar que no notaba el viento.

— Muchas gracias— Natalia le miró, sonriente. Carlos sonrió también.

— Venga, cuéntame. ¿Qué pasó al final con tu padre?

— Cuando acabé la carrera de Medicina, mi padre se empeñó en que optase a una plaza para estudiar un par de años en una prestigiosa universidad de Estados Unidos. Yo no quería ir pero, como no tenía valor para enfrentarme a él, me apunté. Había que hacer un trabajo para que evaluasen tus capacidades, así que lo hice fatal. Todo el trabajo era incorrecto. Cuando lo entregue estaba segura de que iban a rechazarme.

— ¿Y qué pasó?

— Me eligieron de todas formas. Entonces empecé a plantearme si todos mis logros a lo largo de mi carrera habían sido míos, si mis compañeros tenían razón en odiarme, si mi vida era mi vida o el papel que mi padre me había hecho desempeñar…

Natalia se mantuvo callada por unos instantes. Siguieron caminado y, de repente, ella se paró y elevó la vista hacia uno de los edificios. Encaramada en el techo se elevaba la estatua de un enorme león de piedra. Incluso desde la distancia se percibía su gran tamaño y las luces de la noche le daban un aspecto sombrío, inquietante, como si pudiese cobrar vida en cualquier instante. Natalia emitió una risa desprovista por completo de humor:

— Me recuerda a mi padre: grandioso, encumbrado, vigilándolo todo como si estuviese preocupándose por ti, aunque tú vivas con el miedo de que, en cualquier momento, puede saltar y devorarte. Siempre pienso lo mismo al pasar por aquí— Natalia desvió la mirada de la estatua y siguió andando.

— Sí que da miedo. No me había fijado en ella— Carlos se situó a su lado y volvió a preguntarle-. ¿Y entonces qué pasó? ¿Te fuiste a Estados Unidos?

— No, ni hablar… Ya no lo aguanté más. Renuncié a la plaza y solicité matricularme en Anatomía Forense en la Universidad de Madrid. Mi padre se enfadó muchísimo pero, de todos modos, aunque me hubiese desviado un poco del camino, seguía sirviendo a sus propósitos. Él quería que me doctorase en esa especialidad y que le ayudase en sus clases y sus investigaciones para, algún día, ocupar su plaza.

— Vamos, que necesitaba a alguien que viviese su vida cuando él ya no pudiese.

— Exacto. Pero cuando terminé de especializarme en Madrid, no volví. Me quedé allí haciendo un Master en Psicología Forense. Él se enfadó, me amenazó con no darme más dinero, pero yo, en vez de agachar las orejas como siempre, empecé a vivir sin su ayuda gracias al fondo que mi madre me había dejado como herencia. Entonces mi padre simuló calmarse, pensando que yo volvería a entrar en razón.

— Pero no lo hiciste, ¿verdad?

— No, claro que no. Los años que pasé en Madrid, lejos de sus tentáculos, fueron los más felices de mi vida. Por fin podía ser yo misma y estar segura de mis propios logros. Incluso, cuando algún profesor me preguntaba si era familiar del famosísimo doctor Egaña, yo contestaba que el apellido era sólo una coincidencia.

En ese momento pasaban por debajo del Puente de Deusto. Natalia paró de hablar y le miró. No le apetecía andar hasta el ayuntamiento y sabía que Carlos se estaba quedando helado. Se planteó invitarle a desayunar en su casa pero dudó. Todo aquello empezaba a parecerse demasiado a una cita. Por alguna estúpida razón, la idea de estar en su casa sin que Gus se encontrase presente le resultaba perturbadora… Una fuerte ráfaga de viento frío hizo que dejase de planteárselo:

— Oye, si vamos hasta el Ayuntamiento y luego tenemos que volver hasta donde hemos dejado el coche, vamos a tardar muchísimo. ¿Qué te parece si vamos a buscar el coche ahora que estamos cerca y te invito a café en mi casa?

Carlos se quedó callado. Por un momento, a Natalia le pareció ver en sus ojos las mismas dudas que ella había tenido segundos antes.

— Me parece una buena idea, se está haciendo muy tarde— contestó él-. ¿Vamos por aquí?

Natalia asintió. Los dos empezaron a subir por unas escaleras muy viejas y sin iluminación hacia la parte superior del puente. Tuvo que contener un escalofrió ante el recuerdo de las escaleras del faro que había bajado apenas tres horas antes. Se sorprendió al pensar cuanto tiempo llevaba sin recordarlo, sin torturarse. Era extraño como Carlos le había hecho abstraerse de todo aquel dolor. Decidió dejarse llevar por esa sensación de paz, de estar viviendo el momento sin que importasen para nada el ayer o el mañana. Ya tendría tiempo de atormentarse cuando se quedase sola. La simple idea de estar en su cama vacía, a merced de los sádicos pensamientos de su cerebro le producía terror. Ojalá ese paseo no acabase nunca. Cuando volvió a salir a la calle iluminada se sintió aliviada.

— Bueno, que nos hemos ido del tema. ¿Qué pasó cuando volviste de Madrid?

— Que me di cuenta de que mi padre no había comprendido nada. Incluso tenía ya una plaza reservada para mí como su ayudante adjunto. Intenté hacerle entender que eso no era lo que quería, pero no me hizo caso. Mis pensamientos y mis deseos no importaban. Creo que ni siquiera puede concebir que yo tenga unos pensamientos diferentes de los suyos. Así que me marché de casa, esta vez para siempre.

— ¿Y cómo lo hiciste? ¿De dónde sacaste el dinero?

— Bueno, seguía quedándome dinero de la herencia de mi madre. Y mi abuela materna, al morir, me dejó el piso en el que vivo ahora y algo de dinero. Yo era su única nieta. Entonces decidí intentar entrar en la Ertzaintza. Estaba segura de que él no podría influir en ello, ni para bien ni para mal.

— Así que por fin eres libre.

— Bueno, se podría decir que sí…— respondió Natalia, dubitativa.

— ¿Cómo que se podría decir? Ya no dependes de él económicamente. Tienes un buen trabajo, tu propia casa, tu coche… Y no le debes nada de eso a él.

— Sí, pero muchas veces me sorprendo obsesionándome con seguir siendo la número uno, con ser perfecta… Intento engañarme diciendo que lo hago por mi misma pero sé que no es cierto. A mí no me gusta ser así, no me hace feliz comportarme como una trepa, y mucho menos que los demás me veáis así. Pero no puedo cambiar.

— Es normal, después de tantos años de tener que comportarte de una manera, no puedes pretender cambiar de un día para otro. Date tiempo.

Natalia esbozó una sonrisa triste:

— Yo puedo darme ese tiempo, pero ¿me lo darán los demás?

— Por mí tienes todo el tiempo que necesites.

Natalia le miró durante unos segundos y después sonrió tímidamente antes de seguir andando, un par de pasos por delante de él, intentando ocultarle las lágrimas que volvían a brillar en sus ojos. Carlos empezó a andar tras ella hasta situarse a su lado. Siguieron paseando, como si no hubiera nada de lo que preocuparse, como si aquella noche fuese a durar para siempre. Los dos andando eternamente con toda la ciudad para ellos solos. Habían llegado al final del Puente de Deusto. Carlos enfiló por una de las calles que llevaban hacia la Gran Vía. Natalia se paró y señaló hacia el parque:

— ¿Podríamos ir por ahí? Creo que se llega antes si atravesamos el parque.

— Eres una chica valiente. ¿No sabes que ese sitio por la noche es muy peligroso?

— Ya lo sé, pero yo voy acompañada de un duro policía. No tengo nada que temer, ¿no?— sentía que aquella noche nadie iba a molestarles, que ese lugar sería también para ellos dos y que nada ajeno vendría a estropearlo.

— Está bien, vamos— Carlos se encogió de hombros.

Entraron en el parque, pasando cerca del Museo de Bellas Artes. Se internaron por uno de los caminos de asfalto, bordeado de altos árboles. Carlos se entretuvo en darles patadas a las hojas secas mientras caminaban en silencio, disfrutando de la tranquilidad del lugar, del rumor del viento entre las ramas de los árboles, de los cantos de los primeros pájaros… Natalia se separó unos pasos y se sentó en un banco. Sacó el paquete de tabaco del bolsillo de su chaqueta, después de pelear unos segundos con el enorme abrigo, y le ofreció un cigarrillo. Carlos se sentó a su lado y lo encendió. Natalia observó como el cielo empezaba a tomar un tono rojizo, anunciando la inminencia de otro amanecer. No pudo evitar una punzada de pena al darse cuenta de que sus plegarias no habían sido escuchadas. Pronto la noche acabaría y la ciudad volvería a ser ocupada, disipando toda la magia.

— ¿Sabes una cosa? Los únicos recuerdos que guardo de mi madre son en este parque. Muchas veces, cuando estoy preocupada por algo, vengo aquí y me siento a pensar, en este mismo banco en el que estamos sentados, delante de la fuente. Puedo pasarme horas mirando el agua correr, o los niños jugando o la gente paseando… Y me pregunto qué pasará por su cabeza, qué problemas tendrán, qué clase de vida llevarán… Cuando me marcho, mis problemas me parecen más pequeños— Natalia hablaba distraída, casi conversando en voz alta consigo misma. Le miró y sonrió avergonzada-. Pensarás que sólo digo tonterías. Vaya rollo te he soltado esta noche.

— No. Me gusta oírte hablar, en serio. Además, he sido yo el que ha dicho que quería saber cosas de ti. En serio, me apetecía escucharte.

— Gracias. Creo que me has ahorrado un montón de sesiones de psicoanalista. No sé cómo te lo voy a pagar.

— Pues, en este momento, con el café que me habías prometido. Esta amaneciendo y empieza a hacer frío.

— Si quieres el abrigo, te lo devuelvo.

— Como vuelvas a ofrecérmelo, lo tiro a la ría sin quitártelo antes. Anda, vamos.

Se dirigieron rápido al coche. Carlos condujo hacia casa de Natalia, dándose prisa porque no quería cruzarse con mucho tráfico. Natalia se apoyó en el asiento y cerró los ojos, intentando no ver los coches que empezaban a aparecer en la carretera, las primeras personas que salían de sus casas para comenzar a inundar la ciudad. Deseaba seguir manteniendo la ilusión de que estaban solos en el mundo unos momentos más.

Natalia se dio cuenta de que Carlos estaba revolviendo con la cucharilla una taza de café vacía. El tiempo había pasado tan rápido… Pensó en ofrecerle otra taza para prolongar algo más el momento pero no se atrevió. Sabía que él tenía que marcharse, que aquella noche había sido un regalo, que seguramente nunca volvería a repetirse, pero se resistía a volver a la vida real, a la soledad, a las pesadillas… Intentó convencerse de que no tenía por que sentirse tan triste. Después de todo no era una despedida. Iban a verse al día siguiente, sólo faltaban unas horas. Como si hubiese adivinado sus pensamientos, Carlos se levantó de la silla:

— Bueno, ya que he visto que no te gusta, ahora sí que me lo llevo— dijo, cogiendo su abrigo-. Supongo que no es tu estilo. Te veo mañana, ¿no?

— Sí, claro…— Natalia se sentía perdida. Permaneció unos segundos sentada, mirándole extrañada, sin resignarse a que él tuviese que marcharse.

Él se dirigió a la salida mientras se ponía el abrigo. Natalia se adelantó y le abrió la puerta. Carlos salió y se giró para despedirse. Ella pensó en qué podría decirle pero no se le ocurrió nada. Se quedó mirando el suelo, intentando encontrar algo que pudiese sellar aquella noche, algo que no fuese inadecuado… Levantó la vista, dispuesta a decirle un simple adiós y se encontró con la triste mirada de él. En sólo un segundo descubrió en sus ojos ese mismo miedo a quedarse solo, a tener que enfrentarse consigo mismo y con los recuerdos. Sin pensar en lo que hacía, se lanzó a sus brazos y le besó.

En un primer momento, él se quedó quieto, como si no supiese reaccionar, pero después la abrazó fuerte por la cintura y correspondió a su beso. Natalia notó que las lágrimas escapaban sin control de sus ojos, como si el cariño de él hubiese terminado por derribar todas sus barreras. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas hasta llegar a sus labios, dando a aquel beso un sabor triste. Él se separó con suavidad, sin soltar del todo su cintura y le dio un beso suave, apenas un roce en los labios antes de susurrarle:

— No hace falta que hagas esto para que me quede, Natalia. Sólo tienes que pedírmelo.

Ella abrió los ojos y se quedó mirándole, llorando cada vez más fuerte, sin poder decir nada. Carlos le acarició una mejilla y siguió hablando en susurros:

— No quiero que hagamos nada de lo que mañana podamos arrepentirnos, pero comprendo que no quieres estar sola esta noche. A mí también me da miedo. Me quedaré y te cuidaré mientras duermes. ¿Quieres?

Natalia asintió entre sollozos. Carlos la cogió en brazos y la apretó contra su cuerpo. Ella ocultó la cabeza en su hombro y dejó que la llevase a la habitación. Él la depositó en la cama y se acostó a su lado, agarrándola desde atrás por la cintura.

— Ahora duerme, mi niña. Yo estaré aquí toda la noche.

Los sollozos de Natalia fueron remitiendo hasta que, por fin, quedó en silencio. Sentía el calor del cuerpo de Carlos muy cerca del suyo, su brazo rodeándola, creando un espacio en el que podía imaginar que nada podría hacerles daño. Su respiración fue calmándose, haciéndose más lenta y regular. Dejó que el cansancio fuese apoderándose de ella, que la tranquilidad del sueño viniese a llevarse muy lejos aquel mundo de pesadillas.

CAPÍTULO OCHO

Natalia despertó poco a poco, sin salir aún del todo de las brumas del sueño. Se sentó en la cama y miró el reloj de la mesilla. La una y cuarto de la tarde. ¿Qué hacía ella durmiendo hasta esas horas? En ese momento recordó lo que había sucedido la noche anterior y sonrió, a pesar de sentirse un poco avergonzada por su comportamiento. Se sentó en la cama y miró hacia el otro lado. Carlos no estaba. Se preguntó si estaría desayunando en la cocina o trabajando en el salón. Retiró la manta con la que él debía haberla tapado mientras dormía y fue a buscarle, aunque no sabía qué podía decirle.

Salió de la habitación. Al llegar a la cocina se quedó parada en la puerta. No estaba en la casa. Ni siquiera le había dejado una nota. Se sintió decepcionada y estúpida, muy estúpida. No debía haber esperado más. Después de todo, él se había portado de maravilla la noche anterior, le había ofrecido su amistad, le había permitido expresar sus sentimientos sin hacer que se sintiese incomoda en ningún momento y la había comprendido y respetado en un momento de debilidad del que muchos otros se habrían aprovechado. Pero ahí acababa todo. No eran novios, ni amantes. Sólo compañeros de trabajo y amigos.

Pensó que debería sentirse feliz. Carlos era la primera persona a la que consideraba un verdadero amigo en mucho tiempo, quizá en toda su vida. Entonces, ¿por qué se sentía tan decepcionada? ¿Qué era lo que quería en realidad? ¿Acaso se había enamorado de él? Pensó que aquello era imposible. Carlos era el prototipo de antinovio para ella y además no necesitaba a ningún hombre en su vida. No encajaban, se matarían en una semana. Pero, si era así, ¿por qué le dolía tanto que no se hubiese despedido? Se convenció a sí misma de que esos sentimientos sólo se debían a los largos días de trabajo, al fracaso de la noche anterior, a lo vulnerable que se sentía. Se sentiría mejor en cuanto pasasen unos días y volviera a concentrarse en el trabajo.

Convencida con estas razones, regresó al salón. En el teléfono parpadeaba una luz roja, indicándole que tenía un mensaje. Había dormido tan profundamente que ni siquiera había oído el teléfono. Levantó el auricular y oyó el mensaje:

— Natalia, soy Carlos. He tenido que marcharme porque tenía trabajo que hacer en la central. Estaré ahí hacia las dos con Gus— la línea quedó en silencio y, al cabo de unos segundos, volvió a oírse su voz, dubitativa-. Espero que estés bien, siento haberme marchado así… Pensé que sería mejor dejarte dormir… Bueno, estaré ahí lo antes que pueda. Adiós.

Natalia colgó y sonrió. Había sentido un nudo formándose en su estomago con sólo escuchar su voz. Quizá él le importaba más de lo que ella quería admitirse.

Carlos y Gus llegaron media hora después y todos se sentaron en el salón, con sus papeles ordenados frente a ellos y los cigarrillos humeando en los dedos. Natalia y Gus estaban muy serios, como esperando a que Carlos hablase primero.

— Bueno, no sabemos cuánto vamos a tardar en atrapar a Caronte— empezó Carlos, serio-, espero que sea poco pero la escena de anoche puede repetirse muchas veces. Por eso, si no queréis o no podéis volver a pasar por ello, lo entenderé.

— Yo quiero continuar, creo que al final vamos a atraparle— se defendió Natalia, preocupada por haberse mostrado tan vulnerable la noche anterior.

— No te pongas a la defensiva. Yo también quiero que sigamos. Lo único que quiero dejar claro es que si alguien quiere retirarse, estará en su derecho.

— No puedo retirarme. Es un asunto personal. Voy a sentirme mal por la muerte de cada una de sus víctimas, tanto si estoy en la investigación como si no. Pero al menos sé que ahora estoy haciendo todo lo que puedo— respondió Natalia con voz firme.

— Bien, ¿y tú qué piensas, Gus?— preguntó Carlos.

— Que no he leído todas esas payasadas para retirarme ahora. Para mí también es un asunto personal.

— Bien, gracias a los dos— Carlos sonrió, satisfecho-. Sé que lo que pasó anoche nos ha afectado pero deberíamos haber estado preparados. No estamos jugando, estamos persiguiendo a un asesino y los asesinos matan. Y éste intentará volver a hacerlo. Por eso, aunque en algún momento nos sintamos furiosos o frustrados, tenemos que estar seguros de que estamos haciendo todo lo posible para atraparle y que, además, lo estamos haciendo bien— hizo un silencio para observarles. Ambos asintieron y siguieron esperando-. Mañana tengo que interrogar a los padres de Patricia y a una amiga que estuvo con ella poco antes de que la mataran. Intentaré sacar toda la información posible y traeré el ordenador. Natalia, ¿cuándo tendrás los resultados de la autopsia?

— Supongo que para el martes tendré los resultados preliminares.

— Bien, hablé ayer con Aguirre sobre los informes psiquiátricos que pediste. Puso el grito en el cielo, pero los tendrás a mediados de semana. Espero que esto nos sirva para algo. Por cierto, ya han soltado a Eneko, creo que ha quedado probado que es inocente, a no ser que sea capaz de matar a alguien desde una celda.

— ¿Y yo qué voy a hacer? ¿Seguir leyendo chats?— Gus no parecía dispuesto a volver a protestar por tener que realizar ese trabajo, pero en su expresión podía leerse la convicción de que no sacarían nada de todo aquello.

— Lo siento pero tendrás que hacerlo. No podemos arriesgarnos a que se le haya escapado algún dato y no lo veamos por no leerlo todo— contestó Carlos-. De todas maneras, si tienes cualquier otra idea, sólo tienes que decirla. Estamos abiertos a cualquier sugerencia.

— Pues he estado pensando en algo pero puede ser arriesgado-contestó Gus, indeciso.

— Dilo. No te preocupes.

— Bueno, podría crear una cuenta en ICQ con un nombre de chica y mandarle un mensaje. Si consigo que él me conteste, podré rastrear su mensaje como hice con el tuyo desde San Sebastián y saber su IP. Luego sólo necesitarías una orden para saber a qué teléfono le había sido asignada esa IP en ese día y a esa hora.

— ¿Y dónde está el riesgo?— preguntó Natalia.

— Bueno, puede no funcionar. Si es un poco listo, estará protegido. Y puede que se mosquee si alguien quiere hablar con él de repente. Si yo fuese un asesino buscado por la policía, no hablaría con nadie que no hubiese elegido personalmente. El peligro está en que, si se asusta, podría cambiar de cuenta y perderíamos su rastro.

— Habrá que arriesgarse— dijo Carlos después de pensarlo unos segundos-. Si lo hacemos con cuidado, no tiene por que asustarse. ¿Cuándo podrías hacerlo?

— Ahora mismo, en cuanto él se conecte.

Gus se levantó del sofá, encendió uno de los ordenadores y sacó unos disquetes que llevaba en su mochila. Carlos se acercó y se sentó en una silla a su lado:

— ¿Qué haces?

— ¿De verdad quieres que te lo explique?— preguntó Gus con voz implorante. Carlos lo ignoró y se limitó a asentir con la cabeza— Está bien, pero, si no lo entiendes a la primera, lo dejamos. No quiero acabar con dolor de cabeza.

— Hombre, que tampoco es que sea idiota. Tú explícamelo despacito y en castellano y ya verás como lo cojo enseguida.

Gus suspiró, resignado, y empezó a explicarle según iba dando los pasos en el ordenador:

— A ver por donde empiezo… Este es el ordenador de Bianca. Lo primero que he hecho es borrar a Caronte de su visible list— Carlos abrió la boca para preguntar pero Gus le interrumpió-. Espera que ahora te lo explico. En ICQ puedes estar invisible, es decir, tú ves que personas están conectadas pero ellos no te ven a ti, a menos que les mandes un mensaje. La visible list es la lista donde apuntas a la gente que quieres que te vea siempre, aunque estés invisible. Digamos que es donde apuntas a la gente con la que te llevas mejor y con la que quieres hablar siempre que estés en Internet. ¿Me sigues?

— Sí, claro. Creo que habría que inventar algo así para la vida real. No sabes la cantidad de desgraciados con los que me tengo que hablar todos los días. Sigue.

— Bianca tenía a Caronte apuntado en esa lista. Si nos hubiésemos conectado sin quitarlo, él nos habría visto y creo que habría sospechado si hubiese visto conectarse a alguien que está muerto. Ahora, si él está en Internet, nosotros le veremos pero él a nosotros no.

— A no ser que él también esté invisible, ¿no?— intervino Carlos.

— Exacto, ya veo que lo vas pillando. Esperemos que se asome un ratillo para poder mandarle un mensaje.

— ¿No le iras a mandar el mensaje desde la cuenta de Bianca?— preguntó Natalia sentándose también a su lado.

— Claro que no, para eso acabo de instalar este programilla. Normalmente en un ordenador sólo puedes estar conectado con una cuenta de ICQ en cada momento pero este programa permite tener hasta siete cuentas abiertas al mismo tiempo. Ahora crearemos una cuenta con los datos falsos de una chica de la edad de sus víctimas y, cuando veamos que está online, le mandaremos un mensaje desde ahí. ¿Lo entendéis?

— Sí. Por ahora, sí— contestó Carlos-. ¿Qué vas a hacer luego?

— Bueno, confío en que él conteste al mensaje. Si lo hace, le rastrearé como hice el otro día contigo y conseguiremos su IP, ya sabes, el número que asignan a tu teléfono en el momento en que entras a Internet. Si conseguimos eso, averiguar el número de teléfono desde el que llama será coser y cantar para ti.

— Parece muy fácil— comentó Natalia-. Deberíamos haberlo hecho mucho antes.

— No os emocionéis. Pueden fallar mil cosas. De hecho me sorprendería que fuese tan sencillo, pero hay que probarlo— Gus puso una expresión melodramática-. Todo sea por no leer más chats. Venga, vamos a crear la cuenta falsa.

— ¿Qué hay que hacer?— preguntó Carlos.

— A ver…, tiene que ser alguien a quien Caronte contestaría— indicó Gus.

— O sea, alguien que se corresponda con el perfil de las víctimas con las que suele contactar— Natalia se concentró mientras echaba un vistazo a sus notas.

— Bueno, sí… Eso es lo que quería decir. Empecemos por el nombre. ¿Qué os parece Lorena? Es un nombre bonito, ¿no?

— Todavía pensando en la pijita rubia de tu clase, ¿eh?— Carlos no pudo reprimir una sonrisa cínica.

— Joder, tío, que memoria… Vale, vale… Di tú otro nombre.

— No, si ese está bien. Pon lo que quieras.

— Vale, ahora hay que ponerle un nick. Le pondremos Lore. Hay mucha gente que usa diminutivos, ¿no? Y además significa flor en euskera. Veamos, ahora hay que poner la edad. Bianca tenía catorce, Vanessa trece y Patricia catorce. Parece que no le gustan más mayores, ¿verdad?— miró a Natalia y ella asintió— Bien, le pongo catorce entonces. ¿Dónde debería vivir?

— En algún sitio de Vizcaya en el que no haya actuado todavía— sugirió Carlos tras encender un cigarrillo-. Ya sé que dicen que los asesinos siempre vuelven al lugar del crimen pero, en estos momentos, las ciudades en las que ha asesinado están siendo patrulladas intensivamente para tranquilizar a la población, así que no creo que le haga mucha gracia volver a ellas por el momento.

— Bien, entonces pondré Sestao. ¿De acuerdo?

— ¿Qué más queda?— preguntó Natalia, observando el formulario que estaba completando.

— Nada, lo demás son bobadas… El signo del zodiaco, las aficiones… Un momento y lo relleno todo… Vale, ya está. Ahora sólo hay que esperar a que aparezca.

— ¿Y si no lo hace?— dijo Carlos, intranquilo.

— Doy fe de que se conecta todos los días a partir de las cinco. Me he leído todos sus chats y conozco sus costumbres. Así que, si no aparece le mandaremos un mensaje de todas maneras, porque, aunque no le veamos, estoy casi seguro de que estará ahí.

Gus abrió las dos cuentas de ICQ. Al cabo de unos segundos, en la cuenta de Bianca aparecieron marcados en azul los nombres de varias personas que se encontraban conectadas. Gus sintió una punzada de decepción. Caronte no estaba entre ellos. El hecho de saber que él podría estar ahí sin que pudiese verlo le ponía nervioso. Intentó tranquilizarse, esperaría unos minutos más. A su lado Carlos se revolvía inquieto, esperando que hiciese algo.

— Vamos a darle algo de tiempo. Después de todo, sólo son las cinco menos diez. ¿Por qué no os vais a preparar unos cafés?— Natalia se levantó para traérselos— No, llévate a Carlos que me está sacando de quicio con tanto movimiento. Y a él ponle una tila.

— Oye, ¿sabes que te pones muy chulo cuando tienes un teclado delante?— se ofendió Carlos.

— Perdona, pero en serio que me estás poniendo nervioso.

Natalia le hizo una señal a Carlos para que la siguiese. El se levantó de mala gana y caminó detrás de ella hasta la cocina. Mientras ella se dedicaba a preparar café, él se sentó a la mesa y empezó a ojear uno de los libros de psicopatología que Natalia había estado utilizando los últimos días. Ella aprovechó que él estaba distraído para observarle. El pelo moreno le caía sobre la frente, en la que se dibujaba una arruga provocada por la concentración. Su mirada se movía inquieta sobre el papel. Natalia contempló sus ojos, su gesto serio, su mandíbula cuadrada que reclamaba a gritos un afeitado… Se extrañó de no haber pensado antes en lo atractivo que resultaba. O quizá sí lo había pensado y se lo había negado a sí misma. Se sintió inquieta por la situación que habían dejado inacabada la noche anterior. Se preguntó si debería sacar el tema, aprovechando que Gus estaba ocupado o si, al hablar de ello, el ambiente entre los dos se volvería incomodo. Carlos levantó la vista del libro y la miró extrañado:

— ¿Pasa algo?

— No, nada…— Natalia apartó la mirada y fingió estar muy concentrada en buscar cucharillas en un cajón.

— ¿Cómo que nada? Me estabas mirando con una cara rarísima. ¿Tengo algo manchado?

— Nada, en serio… Es sólo que…, me estaba preguntando sobre lo de anoche…, ya sabes…, sobre que pensarás de mí después de lo que paso…

— No pienso nada malo. ¿Por qué iba a hacerlo? Ya te dije que me había gustado mucho que compartieras todo aquello conmigo…

— No me refiero al paseo… Hablo de lo que pasó aquí— Natalia bajó la mirada, sintiendo el calor subir por sus mejillas-. Ya sabes…, que yo te besara…

— Bueno, comprendo que estuvieras nerviosa y que necesitaras a alguien cerca. No hay nada de que avergonzarse, somos dos adultos— la voz de Carlos le pareció nerviosa, dubitativa.

— Entonces, eso no cambia para nada la situación entre los dos, ¿verdad?— preguntó Natalia— Es que no hemos podido hablar de ello y no me gustaría que hubiese algún malentendido entre nosotros.

— Claro que no. Tranquila, no tendrás que casarte conmigo sólo por un beso que no significo nada para ninguno de los dos. Tampoco pasó nada grave— bromeó Carlos.

— Por supuesto. Únicamente quería aclarar la situación. Sólo somos compañeros de trabajo y ya está.

— Bueno, y amigos ¿no?— Carlos le sonrió y esperó a que ella asintiese para continuar— Además, estamos en medio de una investigación y no podemos permitirnos que una situación equivoca nos distraiga. ¿Todo arreglado?

— Sí, me alegro de que hayamos podido solucionar esto como dos personas maduras. Estaba preocupada por si podía perjudicar a nuestro trabajo— Natalia levantó la mirada y clavó sus ojos en los de él, tratando de aparentar la mayor tranquilidad y frialdad posible.

— ¿Entonces lo olvidamos?— Carlos le sonreía pero a Natalia no le pareció que hubiese humor en sus ojos.

— Olvidado, nunca ha sucedido. Perdóname un momento. Tengo que ir al baño.

Se levantó con tranquilidad y salió de la cocina. Tras cerrar la puerta del baño, se colocó delante del espejo.

— Eres una estúpida y una mentirosa— se dijo mientras la primera lágrima acudía a sus ojos.

Se sentó en el borde de la bañera y dejó que sus lágrimas fluyeran, preguntándose qué era lo que sentía en realidad. Había intentado convencerse de que no quería nada de él aparte de amistad y se había dado a sí misma todas y cada una de las razones que él acababa de decirle. Muy bien, acababa de comportarse de nuevo como una adulta, debería sentirse orgullosa de ser capaz de ahogar cualquier asomo de verdadero sentimiento… Tuvo que ponerse la mano delante de la boca para contener un sollozo. Estaba harta de comportarse de la manera correcta. En cuanto él había empezado a hablar se había dado cuenta de cuánto le apetecía besarle de nuevo, de lo bien que se había sentido mientras él la abrazaba, de lo mucho que le dolía que él dijese que entre ellos no había pasado nada… Pero así debía ser. Ella no volvería a sacar aquella conversación. Carlos había dejado muy claro lo que ella significaba para él: una compañera de trabajo y una amiga. Nada más. Y así debía ser. Abrió el grifo del agua para lavarse la cara, ahogando las lágrimas que aún luchaban por salir. Más tarde podría volver a llorar. Lloraría cuando estuviese sola, precisamente por estar sola y por no tener el valor suficiente para luchar por dejar de estarlo. Hizo un esfuerzo para que su mente volviese a tomar el control: imperturbable, profesional, sin sentimientos. Se miró de nuevo al espejo y se prometió no volver a bajar nunca la barrera.

Carlos parecía triste y meditativo cuando ella volvió del baño pero, al oír sus pasos acercándose, levantó la mirada del suelo y le dirigió una nueva sonrisa que a ella le pareció forzada. Natalia se acercó a la mesa, abrió el paquete de tabaco y sacó un cigarrillo. Sin decir una palabra, lo encendió y se dirigió a la ventana, dándole la espalda.

— ¿Te pasa algo?— le preguntó él.

— No, no me pasa nada. ¿Por qué lo preguntas?— intentó que su voz sonase fría, sin ninguna inflexión.

— Te notaba rara.

— Pues no me pasa nada— Natalia se giró y le clavo una mirada glacial, mientras volvía a sentarse a la mesa-. Ahora sigamos trabajando. ¿Cómo vamos a organizar la investigación de los expedientes?

— Bueno, yo no sé nada de psicología, así que me gustaría que me acompañases a pedir los informes. Creo que tú te entenderás mejor con los psiquiatras. Después deberías ir revisándolos para descartar los que no nos sirvan. Cuando creas que alguno de los expedientes puede corresponder a Caronte, me lo dices y yo le investigaré.

— Con la lectura de esos expedientes eliminaré a bastantes pero es posible que muchos de ellos coincidan con nuestros datos— objetó ella.

— Da igual, no te preocupes por eso. No voy a detenerles a todos. Sólo iré a hablar con ellos para investigar sus coartadas, su modo de vida, si se conectan o no a Internet… ¿Te parece bien?

— Sí, claro, como tú quieras… Tú eres el investigador.

Los dos se quedaron en silencio, no sabiendo que más decirse. Natalia sintió la tensión que había entre ellos como una fuerza que les alejase aún más y que ya no pudiera traspasarse. Parecía que a partir de ese momento su relación iba a ser sólo profesional y que cualquier conversación acabaría en el preciso instante en que hubiesen terminado de hablar de trabajo.

— Volved rápido— Gus les llamaba desde la sala— Ya se ha conectado.

Natalia agradeció aquella disculpa que le permitía escapar de una situación que la estaba asfixiando. Se sentó al lado de Gus y miró a la pantalla:

— ¿Le has mandado ya algún mensaje?— le preguntó.

— No, voy a esperar unos minutos antes de mandárselo. Si le mandamos el mensaje según entra, podría sospechar. Daría toda la impresión de que estábamos esperándole— aclaró él.

Se mantuvieron en silencio unos minutos más, mirando el nombre de Caronte en la pantalla. Natalia se sentía inquieta, cada centímetro de su cuerpo parecía vibrar con una sutil corriente eléctrica que amenazaba con aumentar de intensidad y hacerla estallar. Tener ahí su nombre y no poder decirle nada… Intentó distraerse cambiándose los anillos de dedo, jugueteando con sus pulseras… Al fin, Gus agarró de nuevo el ratón del ordenador y envió el mensaje.

Hola, soy Lorena, de Sestao. Es la primera vez que entro a ICQ y no tengo a nadie en mi lista. ¿Te importaría hablar un rato?

Gus tecleó en el ordenador lo necesario para poder seguir el rastro de Caronte en cuanto contestase. Los tres se mantuvieron quietos, conteniendo incluso la respiración. El tiempo fue pasando. Al cabo de unos minutos, Carlos estalló:

— ¿Qué pasa ahora? Nos has tenido mirando su nombre en la pantalla más de quince minutos para que el tío no se mosqueara y ahora no dice nada. ¿Tanto cuesta contestar?

— Tranquilízate, lo más seguro es que esté chateando con alguien. Contestará en cuanto pueda.

— Joder, es que no lo entiendo. Le estamos poniendo a una nueva víctima en bandeja y no la quiere— se quejó Carlos.

— Quizá desconfíe— explicó Natalia, intentando tranquilizar a Carlos-. Después de todo no estamos intentando hablar con una persona cualquiera de Internet. Es un asesino y sospechará que podemos estar buscándole.

— Pues de alguna manera tendrá que contactar con chicas nuevas.

— Puede que prefiera cazarlas él— dijo Gus-. Yo no hablaría con nadie que me entrase así si fuese un asesino. Tendremos que insistir. Puede que así sospeche aún más pero, si yo fuese una chica sin nadie en la lista de contactos, insistiría.

— Vale, prueba, no tenemos nada que perder— concedió Carlos-. Si esto no funciona, estaremos igual que esta mañana.

Oye, si estás muy ocupado ahora, dímelo y hablamos en otro momento. Estoy buscando a alguien que hable castellano y no consigo que me conteste nadie. ¿Podrías autorizarme para que hablemos otro día?

Volvieron a esperar en silencio. El ordenador seguía sin recibir ninguna respuesta. La situación empezaba a resultar frustrante, casi ridícula. Tenerle ahí, estar hablando con él y no conseguir nada…

— ¿Qué es eso de que te autorice?— preguntó Natalia, intentando romper el incomodo silencio.

— La autorización sirve para que podamos verle otro día desde esta cuenta cuando se conecte. No creo que nos la quiera dar si ni siquiera ha querido saludarnos. Esperemos unos minutos. Aun guardo otro as en la manga pero no quiero usarlo si no es totalmente necesario. Voy a intentar enfadarle para que nos conteste, aunque sólo sea para mandarnos a la mierda.

— ¿Y cómo vas a hacer eso?— preguntó Carlos, interesado.

— Normalmente la autorización hay que pedirla y la otra persona la acepta o la rechaza, con lo cual Caronte podría rechazarla y nos quedaríamos igual— explicó Gus-. Pero yo tengo instalado un programita que sirve para que la petición de autorización sea aceptada sin que él pueda hacer nada. Si está tan paranoico como pensamos, se enfadará y quizá diga algo.

— Pero podría asustarse y saber que está hablando con un hacker y no con una chica de catorce años que entra a ICQ por primera vez, ¿no?— intervino Natalia, preocupada— No sé si deberíamos arriesgarnos a que se escape ahora que estamos algo más cerca.

— No tiene por qué pensar que soy un hacker. Hay muchísima gente en ICQ que usa este programa. Y si se mosquea que nos pregunte de donde lo hemos sacado, es lo único que queremos: un mensaje suyo.

— Nos arriesgaremos. Si no nos va a hablar, tampoco nos sirve de nada verle ahí— Carlos volvió a levantarse, incapaz de mantenerse quieto por más tiempo.

— Bueno, pues allá vamos. Esperemos que tenga una versión antigua de ICQ porque con las nuevas no sirve— Gus movió el ratón y mandó la petición-. Bien, hemos tenido suerte, ya está añadido a nuestra lista. Ahora le mandaré un mensaje.

Te he añadido a mis contactos, espero que no te importe. Ahora te dejo tranquilo que debes estar muy ocupado. Hasta otro día.

Natalia encendió otro cigarrillo, intentando controlar la tensión. Cada vez que recordaba que la persona con la que estaban hablando era la responsable de aquellos crímenes se le encogía el estomago. En ese momento el sonido de un mensaje entrante sonó por los altavoces mientras un sobrecito parpadeante al lado del nombre de Caronte les avisaba que por fin había contestado. Gus pulsó el enter para que su ordenador empezara a buscar la procedencia del mensaje.

— Le tenemos, le tenemos… Ha caído el muy imbécil.

El ordenador fue mostrando los diferentes puntos por los que el mensaje había ido pasando para llegar desde el ordenador de Caronte al suyo. Natalia acercó aún más la cabeza al monitor, intentando descifrar aquellas líneas que para ella no tenían ningún sentido. El corazón le latía con tal fuerza que parecía que le iba a estallar el pecho. La tensión era insoportable. Unos segundos más y le tendrían… Entonces las líneas que aparecían en la pantalla se detuvieron.

— Mierda, no…— se quejó Gus— El puto servidor.

— ¿Y qué demonios es eso?— le interrogó Carlos.

— Bueno, en ICQ puedes hablar directamente de un ordenador a otro, con lo cual habríamos podido sacar su IP, o puedes hacerlo a través del servidor. Para que me entendáis, el servidor es como un gran ordenador que organiza toda la información de ICQ. Caronte le manda sus mensajes y éste se los manda a la persona con la que él quiere hablar, así que sólo podemos llegar hasta ese ordenador. Ahí se pierde el rastro.

— ¿Y no hay nada que podamos hacer?— Carlos parecía desesperado. Gus negó con la cabeza— Mierda, con lo fácil que habría sido. Mandar los mensajes así debería ser ilegal.

— No puede ser ilegal. La gente suele usarlo para protegerse de los hackers, para evitar que se puedan meter en su ordenador. No se puede acusar a nadie por intentar defenderse— Gus suspiró-. Bueno, pues se acabo. Ya os dije que podía no funcionar.

— ¿Qué ha dicho en el mensaje?— Natalia no quería darse por vencida todavía— Quizá haya aceptado que hablemos otro día.

— Bueno, no perdemos nada por mirarlo.

Gus abrió el mensaje y la última esperanza se desvaneció. Caronte no parecía dispuesto a ser una presa fácil.

Búscate otra persona, Internet está lleno. No me gusta lo que has hecho así que no te molestes en mandar más mensajes. En un segundo estarás en mi Ignore List.

— ¿Qué es eso del Ignore List?— preguntó Carlos.

— Una lista en la que pones a las personas con las que no quieres hablar para que no te lleguen sus mensajes.

— Así que esta cuenta ya no nos vale para nada, ¿no?

— No, pero no te preocupes— contestó Gus. Se quedó callado unos segundos, como si estuviese evaluando una idea, les miró y continuó hablando, muy serio-. Aún tengo otro plan. Puede que aún consigamos sacar su IP, pero necesito tranquilidad durante unos minutos.

Les señaló el sofá y esperó a que ambos se sentasen para volver a teclear en el ordenador. Natalia cogió una revista de la mesa y fingió leerla durante unos minutos. Intentó distinguir desde su asiento lo que Gus estaba escribiendo en la pantalla pero, a esa distancia, resultaba imposible. Sin embargo, los pitidos continuos sugerían que estaba recibiendo mensajes, seguramente de varias personas a la vez, dada la velocidad a la que llegaban. ¿Con quién estaría hablando? Se sentía tan nerviosa que estuvo a punto de levantarse para exigirle a Gus que se lo explicase. Después de todo, estaban en su casa y, además, se suponía que él trabajaba para ellos. Con un gran esfuerzo, consiguió controlarse. Sabía que la investigación era también muy importante para Gus y que no haría nada que pudiese estropearla. Debía confiar en él. Unos minutos después, Gus dejó de teclear y se giró hacia ellos, invitándoles a que se acercasen.

— Bien, voy a explicaros lo que he hecho. Creo que no os va a gustar en un primer momento, pero os pido que me dejéis explicarme. Unos amigos de ICQ me han pasado unos programas que sirven para encontrar las IPs, aunque mande los mensajes a través del servidor. Sólo necesito que esté conectado y ahora le tenemos ahí. Únicamente tengo que poner el número de usuario de Caronte y me dirá la IP. Luego Carlos sólo tendrá que pedir una orden judicial para que le den el número de teléfono que correspondía a esa IP este día a esta hora y le tendremos.

— ¿Cómo que has pedido ayuda a unos amigos?— preguntó Carlos— Creí que te habíamos dejado claro desde un primer momento que todos los datos de esta investigación eran confidenciales.

— Lo sé pero quería hacer algo más para atrapar a Caronte— ante la cara de enfado de Carlos, empezó a explicarse apresuradamente-. No te mosquees. Estos chavales son de confianza, y necesitaba ayuda y tampoco es que les haya dicho nada que vaya a joder la investigación. Sólo he tenido que explicarles un poco por encima lo que estábamos haciendo y lo que necesitaba y se han ofrecido enseguida, sin poner ningún problema, así que no tenéis que preocuparos de nada.

— ¿Cómo que no tenemos de que preocuparnos? ¿Y si le dicen algo a la prensa? ¿Cómo te parece que quedaría en el telediario que la Ertzaintza va reclutando voluntarios por Internet porque no es capaz de resolver por sí sola una investigación?— Carlos se levantó y empezó a pasear furioso por el salón.

— No te preocupes, no dirán nada. Si ni siquiera son de este país…

Carlos se paró en seco y se acercó, hasta colocar su cara a pocos centímetros de la de Gus. Bajó el tono de voz y le preguntó, casi en un susurro:

— ¿Y se puede saber de dónde has sacado tú unos amigos que ni siquiera son de este país?

— Pues de Internet. No los conozco en persona, pero sé que son de fiar y…

— Por favor, Gus…— la voz de Carlos volvió a subir de volumen, hasta convertirse en un grito— Y si no les conoces, ¿cómo coño sabes que son de fiar? ¿Cómo sabes que no van a decir nada? ¿No te das cuenta de que podrías haberlo jodido todo? ¿Es que no entiendes que esto no es un juego?

— Claro que lo entiendo. Cuando anoche me llamaste y me contaste que había matado a otra chica… No podía quedarme parado, tenía que hacer algo… Intenté conseguirlo por mis propios medios, pero cuando hemos encontrado lo del Proxy… No sé lo que me ha pasado, no podía dejarle que se saliese con la suya, que pudiese seguir matando sabiendo que conozco gente que podía ayudarme… Por eso decidí esto, porque quiero atraparle tanto como vosotros. Y sé que no he metido la pata. Puedo confiar en ellos y sé que esto funcionara— la voz de Gus se convirtió en un susurro, mientras clavaba la vista en el suelo-. Lo único que quiero es evitar otra muerte.

Parecía que Carlos iba a contestar, aún de mal humor pero, en vez de eso, se quedó contemplando a Gus con una mirada triste:

— Está bien, perdona. Ya sé que esto es duro para todos. Pero para la próxima vez, consúltanoslo antes. Si esto sale mal, no vas a ser el único en perder el trabajo.

Gus sonrió, agradeciéndoles que lo comprendieran, y volvió a mirar a la pantalla.

— Bien, enséñanos como funciona esa maravilla— dijo Natalia, intentando que la tensión se disipara.

— Es muy sencillo. Abro este programa, introduzco el número de ICQ de Caronte y el programa se pone a rastrear su pista…— Gus iba tecleando al mismo tiempo que lo explicaba— Esperamos unos segundos y… Ahí está: su IP.

— ¿Tan fácil?— Carlos miraba la pantalla, desconfiado.

— Sí, así de fácil. — Gus se levantó de la silla de un salto, eufórico— Ya está. Os dije que podíais confiar en mí. ¡Lo tenemos!

— No me lo puedo creer. Ya está, le hemos cogido— Natalia se sentía tan contenta que le plantó un fuerte beso a Gus en la mejilla.

— ¿Y ahora qué hacemos con eso?— preguntó Carlos, indeciso, como si no pudiese creérselo del todo.

— Ya te lo he dicho. Coges este número— Gus lo apuntó y le tendió el papel-, lo llevas a comisaría y pides una orden para que se investigue qué número de teléfono correspondía a esta IP, hoy a esta hora. Y ya está. Luego sólo tendrás que ir a detenerle.

— Salgo ahora mismo. Os llamaré en cuanto tenga resultados.

CAPÍTULO NUEVE

Carlos respiró un par de veces para coger fuerzas y llamó a la puerta del despacho. La voz de Aguirre contestó desde el interior, invitándole a pasar. Abrió con determinación, no debía demostrar lo nervioso que estaba. Se repitió un par de veces que no tenía nada de lo que preocuparse y entró:

— Buenos días, querías verme, ¿verdad?

— Si, siéntate— dijo Aguirre mientras le señalaba una silla.

Carlos tomó asiento en silencio, esperando a que el otro diese el primer paso.

— Bien, Carlos…— Aguirre carraspeó, incomodo, antes de empezar— Supongo que imaginas por qué quería verte. Hemos tardado tres días pero, por fin, hemos conseguido la orden judicial para investigar la IP que nos pasaste.

— ¿Tenemos su teléfono?— preguntó Carlos, impaciente-. ¿Sabemos ya dónde vive?

— Parece ser que es imposible encontrar el número de teléfono de Caronte porque la IP pertenece a un servidor Proxy de Telefónica.

Carlos permaneció en silencio, esperando a que Aguirre continuase hablando, para intentar que no se notara que no había entendido la mitad de la frase que acababa de decirle. Aguirre se limitó a mirarle a los ojos, así que intentó justificarse:

— Bueno, al final no ha servido de nada pero era una buena pista. Podríamos haberle atrapado— se defendió Carlos.

— ¿Podríamos? ¿Quiénes?— Aguirre levantó una ceja, suspicaz.

— Bueno…, nosotros…, la Ertzaintza.

— Sí, claro— Aguirre le lanzó una mirada desconfiada-. Pensaba que no tenías ni idea de informática. La verdad es que estoy muy contento con tus nuevas habilidades… Te interesas por la informática, la psicología criminal… Lo que me sorprende es que, incluso con tus nuevos conocimientos, tu investigación no haya arrojado ningún dato positivo por el momento.

— Estas cosas llevan tiempo. Un asesino en serie es difícil de atrapar. Para coger a algunos se ha tardado años…

— Pero no tenemos años— el tono de voz de Aguirre se elevó y se hizo más duro-. No tenemos tiempo. Estoy recibiendo llamadas muy incomodas desde arriba y están empezando a cansarse de que les diga que estamos avanzando. Quieren ver los avances y quieren verlos ya.

— Los habrá pronto— se defendió Carlos-. Estoy siguiendo varias líneas de investigación y alguna dará resultado.

Intentó que su voz se mantuviese firme y calmada, a pesar de que cada vez le resultaba más difícil controlarse. Para él también era duro no haber atrapado a Caronte. Seguro que mucho más duro que para la gente que se dedicaba a exigirle avances a Aguirre porque otro asesinato significaría una pérdida de un par de puntos en los próximos resultados electorales.

— Lo siento, Carlos, pero eso no basta. Por el momento lo único que has hecho es dar un montón de problemas sin que haya servido para nada. Por ejemplo, aquí tienes las cuarenta y cuatro órdenes que me has pedido para tener acceso a informes psiquiátricos confidenciales. ¿Se puede saber para qué demonios quieres esto?

— Es una de mis líneas de investigación. Joder, Aguirre… Conoces el procedimiento policial. No voy a dejar algo sin investigar por no molestar.

— Ya, pero cada orden que me pides hace que los de arriba se mosqueen un poquito más. Así que quiero que la próxima orden que me pidas sea la de la detención de ese tipo, ¿entendido? Ni un fallo más, Carlos— Aguirre clavó en él sus ojos para comprobar si le entendía.

— Sí, claro, sin problema— Carlos asintió con tranquilidad. En ese momento sólo quería que aquello acabase— ¿Puedo irme ya?

— No, una cosa más. Como te habrás dado cuenta, no le he pedido a Roberto que viniera. Supongo, que siendo tu compañero en una investigación que “lleváis a medias”, te preguntarás por qué no está él aquí para dar explicaciones— esperó unos segundos por si Carlos quería añadir algo-. Sé perfectamente que todas estas líneas de investigación no son comunes, que seguís sin colaborar.

— Bueno, tenemos ideas muy diferentes acerca de cómo investigar este caso— se excusó Carlos-. Decidí que, ya que no podíamos ponernos de acuerdo en nada, lo mejor sería trabajar por mi cuenta. No quiero tener nada que ver si vuelve a detener a alguien inocente sin comentarme nada.

— ¿Un inocente como al que tú detuviste en San Sebastián la semana pasada? ¿Le comentaste algo de eso a Roberto?— Carlos bajó aún más la mirada— Joder, esto parece una guardería. Puedes irte ya.

Carlos se levantó y se dirigió a la puerta. En ese momento Aguirre volvió a llamarle:

— Carlos, recuerda lo que te he dicho. Necesito resultados o tendré que tomar medidas. No me gustaría tener que echarte pero esto no es un farol. Estoy muy presionado por los de arriba.

Carlos asintió con una sonrisa y salió. Se dirigió a su despacho, entró y encendió un cigarrillo para calmarse. Sentía la ira invadiendo su cuerpo como un veneno. Había sentido la necesidad de gritarle a Aguirre que no tenía razón, que estaba haciendo lo correcto y que si no le gustaba podía quedarse con el caso. Pero no podía hacer eso. Tenía que atrapar a Caronte, y tenía que hacerlo él, con Gus y Natalia. Al pensar en ellos dos se sintió aún más nervioso. ¿Cómo iban a tomarse aquello? Quizá les hundiese aún más saber que, además de no obtener resultados, las puertas se les cerraban, el tiempo se acababa…

Se levantó y se fumó el resto del cigarrillo mirando por la ventana. El cielo estaba nublado de nuevo, con un color gris enfermizo y agobiante. La lluvia seguía cayendo lenta, imparable, como si ya no tuviese prisa por caer porque se había adueñado de las calles de la ciudad para siempre. El peso de esas nubes se le clavó en el alma, haciéndole sentirse pequeño y sin fuerzas. Quizá estuviese esperando demasiado de sí mismo, de alguien que no era capaz de organizar siquiera su propia vida. La lluvia evocó de nuevo en su pensamiento la marcha de Ana en el aeropuerto, como la vio andar entre la gente sin atreverse a decirle nada, como se quedó mirando salir su avión bajo la tormenta. Sin embargo, por primera vez, esas imágenes perdieron fuerza y las gotas tristes que caían sobre la calle gris le recordaron el sabor agridulce de las lágrimas de Natalia en sus labios.

Natalia paseaba nerviosa por el salón. Caminó hasta la cocina, comprobó que no había nada por recoger para matar el tiempo y se dirigió de nuevo al salón. Dedicó unos minutos a pasear por detrás de Gus, hasta que él se giró enfadado:

— ¿Te importaría mucho pasear por otro sitio? Ya sé que es tu casa pero me estás poniendo nervioso.

— Lo siento, es que no sé que ha podido pasar. Carlos podría haber llamado para decirnos qué ha decidido el juez— Natalia se sentó a su lado y volvió a levantarse, frenética.

— Bueno, interprétalo como algo positivo. Lo más seguro es que el juez haya decidido aprobar la orden y ya estén buscando la información, así que tranquilízate.

— ¿Cómo quieres que me tranquilice si llevamos tres días intentando que nos aprueben una orden judicial? Podríamos tenerle detenido ya si no fuese por esas ridículas excusas acerca de un vacío legal sobre la protección de datos en Internet— Natalia se iba exaltando con cada palabra que pronunciaba-. Y mientras tanto Caronte estará tan tranquilo, planeando otro asesinato.

En ese momento, sonó el timbre. Natalia corrió hacia la puerta. Cuando la abrió se encontró con Carlos, que entró sin decir una sola palabra y cerró de un portazo. Natalia le siguió en silencio. Carlos llegó al salón y se sentó abatido en el sofá.

— ¿Qué ha pasado?— preguntó Gus.

— No lo sé exactamente pero no ha funcionado— Carlos buscó en su bolsillo y sacó una hoja arrugada que les leyó-. Parece ser que es imposible encontrar el número de teléfono de Caronte porque la IP pertenece a un servidor Proxy de Telefónica. ¿Me puedes explicar qué es eso?

— Bueno, para que me entiendas… Nos la ha vuelto a jugar de la misma manera que con lo de mandar los mensajes a través del servidor— explico Gus-. Un Proxy es un ordenador a través del cual acceden a la red otros ordenadores.

— Sigo sin entenderlo.

— A ver… Caronte se conecta a Internet “llamando” a ese servidor Proxy. Ese servidor tiene una sola IP pero muchos usuarios así que su pista se pierde. Después manda y recibe todos sus mensajes a través del servidor de ICQ para que tampoco se le pueda seguir por ahí. La verdad es que el tío se lo monta bien. Menudo paranoico.

— No se puede decir que sea paranoico— intervino Natalia-. Tiene razones para no querer que lo encontremos.

— ¿Pero no dijiste tú que este tipo de gente suele querer que se le encuentre?— preguntó Carlos.

— Bueno, eso era una hipótesis… Tampoco estamos muy seguros de cuál es su desequilibrio y, de todas maneras, una cosa es que se sienta cada vez más angustiado y cometa errores y otra que nos lo ponga todo en bandeja desde el principio.

— ¿Y qué vamos a hacer ahora?— Carlos les miró, mientras arrugaba el papel y lo arrojaba furioso encima de la mesa. Ante su falta de respuesta continuó hablando, cada vez más enfadado— Me he pasado los últimos tres días insistiéndole a Aguirre sobre esa puñetera orden judicial, teniendo que ocultarle de donde había sacado ese dato, así que os podéis imaginar el mosqueo que tiene. Y todo para nada.

— ¿Se ha enfadado mucho?— preguntó Natalia, preocupada.

— Bueno, se podría decir que sí… Me ha dicho que necesitamos resultados o esto se va al carajo— Carlos se frotó los ojos con gesto cansado. De repente parecía muchísimo mayor-. Y todas las órdenes judiciales sobre informes psiquiátricos que le he hecho pedir, no han mejorado mucho su humor. Por cierto, tengo las órdenes en el coche. ¿Podrías acompañarme a entregarlas? Tú te entenderás mejor con esos loqueros.

— Sí, iré contigo. Estoy lista en un minuto— le dijo Natalia, mientras se levantaba para coger un abrigo.

— Bueno, antes de que os vayáis me gustaría comentaros algo— dijo Gus con un tímido hilo de voz-. Había tenido otra idea para atraparle, pero no estoy seguro de que vaya a funcionar.

Carlos y Natalia volvieron a sentarse y le escucharon con interés, expresando que cualquier esperanza, por pequeña que fuese, sería bien recibida.

— Bueno, existen unos programas que se llaman “Pasword Sniffers” que sirven para encontrar la contraseña de ICQ de un usuario una vez que sabes su IP. Yo había estado pensando en utilizarlos para robarle a Caronte su cuenta de ICQ.

— ¿Y de qué nos va servir robarle la cuenta?— preguntó Natalia.— Podría hacerse otra y nos encontraríamos en el mismo punto.

— Me refiero a robarle la cuenta de manera que podamos entrar en ella y recibir alguno de los mensajes que le manden las chicas, esperando que él no se dé cuenta y piense que ha sido algún fallo de ICQ. Pasa mucho. Luego podríamos intentar contactar con esas chicas. Si las convencemos, podríamos usar sus cuentas y tenderle una trampa.

— O al menos evitar alguna víctima. Me gusta. ¿Cuál es el problema?— Carlos sonrió, esperanzado.

— Otra vez el Proxy. Esos programas no funcionan si el usuario está conectado a través de un servidor.

— ¿Entonces para qué nos cuentas todo esto?— Carlos volvió a hundirse en el sofá mientras rebuscaba su paquete de tabaco en el bolsillo.

— Porque podemos probar otra cosa. Puedo volver a pedir ayuda a mis amigos de Internet. Son muy buenos hackers. Será complicado pero creo que se puede hacer. Les diré que intenten programar algo que genere todas las contraseñas posibles y las vaya probando una detrás de otra sin que él se entere, pero supongo que llevará unos cuatro o cinco días.

— ¿Podrías pedirles que se den un poco de prisa? Se acerca el fin de semana y tengo un mal presentimiento.

— ¿Crees que podría volver a atacar este sábado?— Gus desvió por fin la mirada de la pantalla, preocupado.

— Bueno, ya te he dicho que es un presentimiento. Puede ser sólo que estoy nervioso— se disculpó Carlos.

— Está bien, lo intentaremos. Tranquilo, si vuelve a atacar estaremos preparados.

— Pues, venga, a Internet— Carlos se levantó del sofá, le dio una palmada en la espalda y se dirigió a la puerta de la calle-. ¿Nos vamos, Natalia?

Ella asintió, se puso el abrigo y le siguió hacia el coche. Mientras bajaban en el ascensor, sintió que los nervios se adueñaban de su estomago. Era la primera vez que estaba a solas con él desde su conversación. Había estado evitándole desde esa tarde y ahora no sabía si podría comportarse con él de una manera natural. Levantó la vista y le observó. Él esquivaba su mirada, observando el techo del ascensor con tanto interés como si tuviese pintados los frescos de la Capilla Sixtina. Parecía que él también se sentía incómodo. Sin saber por qué, darse cuenta de ello hizo que se sintiese menos insegura.

Carlos paró el coche en el aparcamiento del psiquiátrico. Natalia salió y miró alrededor, sintiéndose cansada. Se consoló pensando que ese era el último centro que debían visitar. Con paso decidido, se dirigieron a la recepción. Allí una enfermera sonriente les pidió que aguardasen unos segundos en la sala de espera. Carlos se sentó obediente. Natalia se planteó si debería sentarse a su lado pero prefirió entretenerse mirando por la ventana. La noche había caído ya y unas tenues farolas iluminaban un enorme jardín, creando sombras tras cada árbol. Una leve sensación de incomodidad le hizo girarse para encontrarse con la figura de un hombre con bata blanca que la observaba desde la puerta.

— ¿El doctor Martínez?— preguntó Carlos, levantándose. El hombre asintió, sonriéndole y le tendió la mano— Soy el inspector Carlos Vega. Hablé con usted anunciándole mi visita. Y ella es la señorita Egaña, experta en Psicología forense.

— Encantado— el doctor caminó un par de pasos, le dio la mano y se situó frente a la ventana, señalando hacia el exterior— ¿Qué le ha parecido nuestro jardín? Estamos muy orgullosos de él. ¿Sabía que son los propios pacientes los que lo cuidan? Forma parte de su proceso de recuperación.

— Es muy bonito, sí…— contestó ella— Aunque no se puede decir que yo sea una experta en jardinería.

— Acompáñenme a mi despacho, por favor– el doctor sonrió. Natalia se sintió más cómoda. Tenía una sonrisa franca, producía confianza-. Allí podremos estar más cómodos. Además, ya tengo preparados los informes que me solicitaron.

Le siguieron por los blancos pasillos. Carlos caminaba rápido, sobresaltándose ante el sonido de cada puerta que se abría, por el eco de algunos gritos lejanos.

— ¿Se siente mal?— le preguntó el doctor.

— No, es sólo que me ponen nervioso estos sitios— se disculpó Carlos.

— No se preocupe por su reacción, es normal. La mayoría de la gente se siente incómoda ante las enfermedades mentales. Creo que les hace sentirse demasiado conscientes de su propia carga de locura. Eso siempre da miedo, ¿verdad?— Carlos asintió-. A mí me fascinan, sin embargo. Me parece que no hay premio mejor que conseguir que uno de ellos sonría, o que alguien que había decidido desconectar del todo de este mundo, vuelva a hablar.

— Después de todo, creo que no es tanta locura querer desconectar de este mundo— intervino Natalia-. A lo mejor los locos somos los demás.

— Sí, claro. ¿Quién podría decirlo?— el doctor volvió a sonreír— Bueno, ya hemos llegado. Es por aquí, pasen. Y no se preocupen por los gritos. No va a pasarles nada.

— Ya, bueno… Es que no estoy acostumbrado— intentó justificarse Carlos-. ¿Por qué gritan así?

— No se preocupe, no les estamos haciendo nada malo. La imagen del oscuro manicomio y el psiquiatra sádico que electrocuta a sus pacientes pasó a la historia. Gritan por los monstruos de su mundo interior. Nosotros intentamos sacarles de ese mundo, a veces con éxito. Tratamos de que los pacientes pasen aquí el menor tiempo posible y los reintegramos a su medio. Por eso están ustedes aquí, ¿verdad? Por un antiguo paciente.

— Exactamente. Supongo que comprenderá que todo lo que hablemos aquí es confidencial, ¿verdad?

— Por supuesto, dígame— asintió el doctor.

— Bien, ¿ha oído algo acerca de los asesinatos en serie cometidos en Vizcaya en el último mes y medio?— comenzó Carlos.

— Claro, ¿quién no ha oído hablar de eso? Todo el mundo lo comenta.

— Somos los encargados de esa investigación y tenemos razones para sospechar que esa persona ha podido ser ingresada en un centro psiquiátrico por un intento frustrado de suicidio. Por eso necesitamos las fichas de esos pacientes.

El doctor Martínez les tendió una carpeta. Natalia comprobó que los expedientes que allí se encontraban coincidían con los nombres de su lista. El doctor les observó en silencio hasta que ella levantó la vista de los papeles:

— Sí, esto es lo que necesitamos— dijo ella, sonriente-. Muchas gracias.

— Si puedo hacer cualquier cosa por ustedes, sólo tienen que decírmelo.

— Pues la verdad es que sí puede— contestó Natalia, dejando la carpeta a un lado-. Voy a comentarle ciertos detalles del caso por si recuerda algo de algún paciente que pueda coincidir con el perfil del asesino, aunque no esté en la lista. Creemos que el asesino es un varón blanco, de baja estatura, alrededor del metro sesenta, de constitución débil. Podría tener algún defecto físico evidente o incluso una deformidad de tipo sexual, aunque esto es sólo una hipótesis.

El doctor Martínez iba asintiendo en silencio mientras tomaba apuntes en una agenda. Natalia continuó:

— El asesino les amputa las manos y les extirpa los ojos después de haberlas apuñalado en el corazón. ¿Le suena algo por ahora?

— Pues gracias a Dios, no. Imaginará que si algún paciente mío me hubiese manifestado esas tendencias, no le habría dado el alta con facilidad.

— Sí, claro. Le digo todo esto por si pudiese recordarle algo.

— No se disculpe, por favor. Continué.

— También pensamos que el asesino podría sufrir egodistonia y que esa vivencia culpabilizadora de su homosexualidad podría ser la fuente de sus tendencias agresivas y suicidas.

— Saben ustedes más de ese hombre sin conocerle que yo de muchos pacientes a los que llevo tratando meses— le cortó el doctor, con una sonrisa irónica.

— Sí, bueno… Sólo son hipótesis pero por algún sitio tenemos que empezar— dijo Natalia, insegura. El otro le animó a seguir hablando con un gesto de la cabeza-. Bien, por último puedo decirle, aunque supongo que ya lo habrá oído por la televisión, que busca a sus víctimas a través de Internet. ¿Siguen sin decirle nada estos datos?

— Siento decirles que no— movió la cabeza negativamente mientras seguía concentrándose-. Lamento no poder ayudarles más.

— No se preocupe. Ya nos ha ayudado bastante facilitándonos los expedientes. Muchas gracias de nuevo por su tiempo— dijo Carlos levantándose.

— No hay de qué. Espero que lo encuentren pronto.

— Estamos haciendo todo lo que podemos— Carlos sacó una tarjeta de su chaqueta y se la tendió-. Aquí tiene el número de mi móvil. Si recuerda cualquier cosa, por insignificante que le parezca, llámeme sin importar la hora.

— Descuide, lo haré— el doctor se dirigió a la puerta-. Les acompaño a la salida.

— No es necesario. Encontraremos el camino— se despidió Natalia.

Se dirigieron juntos hacia la salida, sin cruzarse con nadie aparte de varios enfermeros que se dirigían a hacer sus tareas. Cuando llegaron al coche, Natalia se sintió aliviada. Les había llevado horas pero, por fin, habían acabado con aquello. En el asiento trasero descansaban todos los expedientes que había pedido. Sonrió satisfecha. Si aquello podía ayudarles, aunque fuese un poco, a atrapar a Caronte, todo ese cansancio habría merecido la pena.

El doctor Martínez observó como el coche se alejaba por el camino de gravilla. Una vez que hubo desaparecido tras la primera curva, volvió a sentarse y empezó a leer el informe de uno de sus pacientes más recientes. Unos minutos después, se dio cuenta de que no había entendido una sola palabra de lo que estaba leyendo. No era capaz de concentrarse. La reunión de unos minutos antes seguía dando vueltas en su cabeza. ¿A qué venía preocuparse tanto por aquello? Ya les había dicho que no podía ayudarles con el caso de los asesinatos en serie, pero algo en su interior le insistía en que sí podía, que debía intentar recordar.

Por más que pensaba, no lograba acordarse de ningún caso de un hombre obsesionado de manera especial con los ojos o las manos, pero esos datos tenían un aire de familiaridad que le impedía olvidarlo. Intentó hacer memoria de los historiales de los últimos meses pero fue inútil. Eran demasiados. Cada día entraban nuevos pacientes y él había realizado el informe preliminar de la mayoría de ellos. Para encontrar esos datos tendría que revisar uno por uno todos los casos del último año, que ni siquiera estaban pasados a ordenador. Era muchísimo trabajo revisar los expedientes a mano, uno por uno. No podía permitírselo con lo ocupado que estaba.

Decidió olvidarlo. Seguro que sólo se trataba de su imaginación. La sensación de familiaridad se debería a los datos que habían retransmitido por televisión en las últimas semanas. Sus deseos de poder ayudar en la investigación y convertirse en una especie de héroe nacional estaban haciendo el resto. Pero ya estaba muy mayor para jugar a vivir una película. Lo dejaría correr y en unos días la sensación habría desaparecido.

CAPÍTULO DIEZ.

Susana abrió los ojos y sonrió. Por fin había llegado el sábado. Esa misma noche iba a conocer a Alex. Se levantó y miró por la ventana. A pesar de que los días anteriores había llovido sin parar, el cielo estaba azul y radiante. Parecía un buen presagio, como si todo fuese a salir perfecto. Intentó concentrarse en el pensamiento de que nada podía fallar para desterrar el nerviosismo. Encendió el ordenador por si Alex le había escrito algo, a pesar de que le había dicho que ese día iba a estar muy liado y que no sabría nada de él hasta que se encontrasen en la playa. Cuando vio que había un mensaje suyo pensó que sus peores miedos se habían cumplido. Seguro que le había escrito para disculparse por no poder acudir. Con una lágrima a punto de salir de sus ojos abrió el mensaje para leerlo y una sonrisa iluminó su rostro.

Casi no puedo esperar al momento de tenerte por fin en mis brazos, mi vida. No sé cómo voy a aguantar las doce horas que quedan hasta que estemos juntos. Pero no te preocupes, aguantaré. Por la recompensa de tu sonrisa sería capaz de esperar doce siglos. Te quiero.

Natalia abrió la puerta y encontró a Carlos de pie, con dos cajas de pizza en las manos. Él le sonrió y se las tendió:

— Pensé que estaría bien invitaros a comer algo ya que estáis los dos trabajando un sábado a marchas forzadas sólo porque yo he tenido un estúpido presentimiento— se excusó Carlos mientras entraba al salón-. ¿Qué tal va el programa, Gus?

— Estamos en ello. Creo que casi lo tienen, estará acabado en unas horas.

— ¿Puedes permitirte una parada para comer?— le preguntó Natalia.

— Claro, después de todo yo no estoy programando, sólo soy el coordinador. Creo que puedo dejarles trabajando sin vigilancia un rato– volvió la mirada a la pantalla y tecleó apresuradamente-. Esperad un segundo que les aviso que me voy.

— Vamos a tener que invitar también a comer a tus amigos— dijo Carlos mientras abría las cajas.

— Pues te va a salir bastante caro invitar a dos finlandeses y un ruso— señaló Gus mientras se sentaba.

— Joder, que lejos… Es que me da pena tenerles trabajando por nada.

— No te preocupes— le tranquilizó Gus mientras atacaba el primer pedazo de pizza-. Sólo necesitan la misma recompensa que nosotros: que funcione.

El eco de sus pisadas resonó por el camino del cementerio. Paseó despacio, encaminándose sin prisa al único lugar del mundo que consideraba sagrado para ofrecer el sacrificio de esa noche y recibir su fuerza para realizarlo.

Por fin llegó a la tumba. Permaneció de pie unos minutos mirándola, sin una palabra, sin un sollozo. Ya no tenía que contenerse para no llorar, hacía mucho tiempo que sus ojos se habían secado. Acercó su cara al ramo de rosas rojas que había traído, aspirando el suave y dulce aroma. Depositó un beso en ellas y las dejó en la tumba. Se mantuvo unos minutos más allí, respirando el aroma de las flores mezclado con el dulzón olor de las hojas secas y las plantas muertas. Se relajó con la paz y el silencio que invadían el lugar, sólo turbado por el sonido de algún coche, tan lejano que parecía venir de otro mundo. Cuando por fin se sintió más fuerte, giró hacia la salida. Tenía una cita esa noche y no podía llegar tarde.

— Lo tenemos. Creo que lo tenemos.

— ¿El qué? ¿Le has robado la cuenta?— preguntó Carlos, sentándose a su lado.

— No, que va… Han acabado de programarlo y creen que va a funcionar. Ahora sólo tenemos que probarlo.

Natalia se levantó del sofá y corrió hacia el ordenador, hasta situarse al otro lado de Gus. No quería hacerse demasiadas esperanzas con aquello. Ya se las había hecho las veces anteriores y Caronte había demostrado ser demasiado listo. Rogó para que esa vez fuese diferente.

— Bien, pues vamos allá— dijo mientras le ponía una mano en el hombro a Gus para demostrarle su apoyo-. Esta vez nos tiene que salir bien.

Susana se miró en el espejo que ocupaba una de las puertas del armario preguntándose si aquello iba a funcionar. ¿Qué iba a pasar si descubrían que la magia que habían compartido frente al ordenador no existía en el mundo real? ¿Qué pasaría si descubrían que no tenían nada de que hablar sin el escudo que suponía Internet?

Se sentó en la cama, pensando. No quería dejarse llevar por los nervios pero las dudas llenaban toda su mente. Quizá debería escribirle un mensaje disculpándose y diciéndole que dejaban la cita para otro día. Quizá era mejor conformarse con vivir en un sueño que encontrarse con una realidad diferente a la que esperaba. Se dirigió al ordenador para escribir el mensaje y entonces recordó que Alex no iba a estar en casa en todo el día, así que no podría hablar con él. Tenía que ir, no podía dejarle tirado. Se levantó de nuevo y empezó a vestirse.

Gus terminó de escribir unos mensajes a sus amigos, dando las ultimas instrucciones y después miró a Carlos y Natalia. Se habían mantenido en un silencio absoluto, quebrado tan sólo por el teclear de Gus.

— Bueno, allá vamos. Todo está listo. Han preparado cada uno un programa, con diferentes variaciones y los van a probar ahora. Esperemos que alguno funcione— dijo Gus, nervioso.

— No te preocupes. Si no funciona, estaremos igual que hace unas horas— le animó Natalia-. Intentémoslo.

Gus asintió y volvió a escribir en el teclado. Al cabo de unos segundos, les llegó el sonido de un mensaje.

— Uno de ellos ya ha empezado— explicó Gus. Unos segundos después, recibieron dos avisos más-. Bien, esto está en marcha.

Volvieron a quedarse callados, expectantes, mirando al monitor con insistencia, como si pudieran conseguir así que diese resultado más rápido. Un nuevo pitido rompió el silencio. Carlos y Natalia clavaron en Gus sus miradas, sin atreverse a decir nada.

— Es Skuld, uno de mis amigos finlandeses— anunció Gus, desalentado-. Su programa no funciona. Lo está modificando para arreglarlo pero no sabe cuánto tardará.

— Bueno, no te preocupes. Aún quedan los otros dos— le consoló Natalia.

Volvieron a esperar, sin atreverse a moverse del asiento, como si el más mínimo descuido pudiese influir en el resultado de lo que aquellos chicos estaban intentando a miles de kilómetros de distancia. Otro pitido les hizo contener la respiración.

— Más malas noticias desde Finlandia. Tampoco funciona el programa de Fenris— Gus se lanzó a encender otro cigarrillo, temiendo que sus nervios estallasen.

— Bueno, a mí los rusos siempre me han parecido muy simpáticos: inventaron el vodka. Seguro que su programa funciona— bromeó Carlos intentando, sin éxito, reducir la tensión del ambiente-. Por cierto, vaya nombres más raros tienen tus amigos.

— Son sus nicks. Estos tíos son hackers, Carlos. Se divierten asaltando ordenadores ajenos. ¿Cómo quieres que le digan sus nombres a cualquiera?

— A cualquiera no, pero a ti, sí. Después de todo, sois muy amigos y tenéis la confianza suficiente como para compartir los datos de nuestra investigación, ¿no?

Gus resopló y volvió a fijar su vista en la pantalla, fingiendo no haberle escuchado. Estaba demasiado nervioso como para ponerse a discutir aquello de nuevo con Carlos. Los minutos pasaron sin que sucediese nada. Se atrevió a concebir esperanzas. ¿No decían que la falta de noticias era buena noticia? Decidió que, si no recibía algo pronto, le mandaría un mensaje preguntándole qué pasaba. En el reloj de la pantalla parecía no pasar el tiempo. Al coger el ratón para escribirle, le llego el pitido que avisaba de un nuevo mensaje entrante. Era de Yeniséi, su última esperanza. Intentó contener el temblor de su mano para abrir el mensaje, sin estar seguro en realidad de querer saber lo que ponía. El contenido hizo que todas sus ilusiones se desvanecieran.

— También ha fallado. Lo siento— Gus agachó la cabeza, incapaz de enfrentarse a las miradas de desilusión de sus compañeros.

El sonido del cuchillo sobre la piedra de afilar se clavaba en su cerebro, recordándole las anteriores muertes, la sangre, los gritos, las lágrimas… No podía permitirse sentir compasión o pena. Tenía que hacerlo, no había marcha atrás. Hacía mucho tiempo que había elegido ese camino, el único posible para alcanzar el perdón y la redención. Era su vida o la de ellas y no tenía el valor necesario para terminar. Al menos mientras no hubiese acabado de pagar. No hasta sentirse en paz.

Guardó el cuchillo en la mochila junto con el hacha que había estado afilando momentos antes. La vista de las armas le revolvía el estomago, anticipando las imágenes que había de vivir esa noche. Ya no había marcha atrás, todas las cartas estaban echadas, desde hacía mucho tiempo. Sus deseos de controlar su propia vida, de borrar el pasado y ser una persona normal eran pensamientos inútiles que únicamente servían para hacerle daño. Los errores que cometió no podían borrarse, ni ignorarse… Cerró la mochila y la dejó cerca de la puerta.

— ¿Cómo que tampoco funciona? Algo se podrá hacer, ¿no?— exclamó Natalia, deseando abalanzarse sobre el teclado para hacer algo.

— Bueno, no hay por qué desesperarse. Están intentando arreglarlo— se disculpó Gus.

— ¿Y cuánto tardaran?— interrogó Carlos.

— No lo sé. Puede estar en cinco minutos o en cinco días. O puede que no funcione nunca. Ya os lo avisé cuando os conté mi idea.

— Tiene que estar hoy— Carlos se levantó de la silla incapaz de seguir quieto un segundo más.

— Tranquilízate, tampoco hay tanta prisa. Sólo han pasado quince días desde el asesinato de Patricia— señaló Natalia, con voz suave-. Seguro que nos queda más de un mes hasta que vuelva a intentarlo…

— No, va a ser hoy. Lo sé.

— ¿Y cómo lo sabes? ¿Eres vidente?— se burló ella.

— No, joder… Es sólo que lo siento así… Es una corazonada. Y no me ridiculices.

— No estoy ridiculizándote, intento que te des cuenta de que no va a pasar nada hoy. Únicamente estás nervioso.

— Pues no puedo evitarlo. Tenemos que hacer algo— Carlos volvió a sentarse y encendió otro cigarrillo.

— Danos unos minutos. Quizá mis amigos consigan algo— dijo Gus.

Volvieron a esperar hasta que llegó el sonido de otro mensaje. Gus leyó y les tradujo.

— Es Fenris. No encuentra el fallo. Cree que puede deberse a alguna protección del servidor. Pero va a seguir intentándolo.

— Joder, yo no aguanto más esto— protestó Carlos, levantándose de nuevo.

— ¿Y dónde vas a ir?— preguntó Natalia.

— No sé…, adonde sea, a la cocina. A cualquier sitio donde no vea esa puñetera pantalla. Os traeré un café.

Carlos salió de la sala sin darles tiempo a plantearse si el café les apetecía o no. Al cabo de unos segundos, oyeron ruido de cacharros.

— Quizá deberías ir a ver que hace— comentó Gus-. Tal y como está, te va a destrozar toda la vajilla.

— Déjale que se desahogue. Si sigue aquí, lo que nos va a destrozar son los nervios.

Por los altavoces les llegó el sonido de otro mensaje entrante. Carlos abrió la puerta de la cocina y se quedó parado en el dintel, esperando que Gus lo leyese.

— Mensaje de Yeniséi. Dice que el programa sigue sin funcionar— Gus paró unos segundos antes de seguir leyendo, sin saber si continuar-. No quiero daros muchas esperanzas pero me pide la dirección e-mail de Caronte. Ha tenido otra idea y cree que esta vez funcionará.

Susana se sentó delante de la ventana a pensar. Oscurecía pero seguía sin verse una sola nube en el cielo. Suspiró. Un enorme chaparrón habría sido una buena excusa. Se sintió culpable por el pensamiento, cada vez más apremiante, de que tampoco pasaría nada si no iba. No entendía qué le pasaba. Ella le quería y sabía que él a ella también. No tenía miedo de que él no acudiese. Entonces, ¿qué era?

Volvió a pensar que su problema era el miedo a que el sueño se acabase, a que la magia desapareciese cuando ya no fueran dos extraños que hablan de amor y que sueñan con verse, sino dos personas corrientes. ¿Qué iba a ser de ella si se daba cuenta de que el chico al que amaba sólo existía en su mente? ¿No sería mejor seguir así, soñando con que un día se encontrarían y todo sería perfecto?

Aún más nerviosa, encendió el ordenador. Alex ya debía haber salido de casa pero si por casualidad pudiese encontrarle… Quizá él tenía las mismas dudas y se había conectado en el último momento. Esperó ansiosa mientras se conectaba a ICQ. Nada, ningún mensaje. Seguro que ya estaba de camino hacia allí. Tenía que haberle contado esas dudas hacía días, haberse dado cuenta antes de que no estaba preparada… Dejó el ordenador encendido, con la esperanza de que todavía le llegase un mensaje suyo.

— ¿Me puedes explicar qué es lo que vais a hacer ahora?— preguntó Carlos.

— Pero si no lo vas a entender…— se quejó Gus.

— Joder, da igual. Así pasamos el rato.

— No sé si te crees que eres el único que está nervioso. Yo estoy histérico y explicarte esto ahora, con tu nivel de informática, no va a contribuir a que me tranquilice. Sabes que no sueles entenderme una sola palabra sobre ordenadores pero, en vez de pedirme que te vaya explicando conceptos en los momentos en los que no tenemos nada que hacer, me dices que te lo explique ahora, como si fuese tan fácil…

— Gus, para— dijo Carlos con voz firme-. ¿Estás ocupado ahora? No, ¿verdad? Pues explica, que para eso te pago.

Gus fue a replicar de nuevo pero la mirada de Carlos le advirtió de que no era el momento adecuado. Suspiró resignado, encendió un cigarrillo y se recostó en el respaldo de la silla antes de empezar:

— Veamos, ¿cómo te lo explico? ICQ exige una contraseña, que sólo conoce el usuario, para que no todo el mundo pueda instalarse tu cuenta en su ordenador y robarte los mensajes.

— Eso ya lo sé. Esa es la razón de que todavía no tengamos su cuenta.

— Bien, imagínate ahora que tú tienes una cuenta y olvidas la contraseña. Entonces, aunque fueras el legítimo propietario, no podrías entrar. ¿Me sigues?

Natalia dejo de hacer zapping y se acercó a ellos, interesada:

— Pero nosotros no somos los propietarios— repuso ella.

— Natalia, no me líes más. Sigo explicando y veréis como al final lo entendéis— contestó Gus, enfadado-. Bien, cuando olvidas la contraseña puedes pedirle a ICQ que te la recuerde para no perder la cuenta. Entonces ICQ te manda la contraseña a tu dirección e-mail.

— Perdona, pero tampoco tenemos acceso a su e-mail— volvió a discutirle Natalia.

— Ya, por eso mis amigos están intentando entrar. Es más fácil de hackear que una cuenta de ICQ. Cuando lo hayan conseguido, pedirán a ICQ que les mande allí la contraseña y ya lo tendremos.

Volvieron a esperar. Gus miraba ansioso la pantalla, observando cómo los minutos pasaban con extrema lentitud en el reloj del ordenador. Si pudiese encontrar algo para distraerse… Los segundos parecían eternos entre mensaje y mensaje.

Ya hacía un buen rato que le había mandado a Yeniséi la dirección e-mail que utilizaba Caronte y aún no había recibido nada de él. Sabía que, si no escribía, era porque se encontraba ocupado intentando hackear la cuenta de Caronte y que eso era mucho más importante que mandarle un mensaje para tranquilizarle, pero no podía contener la angustia. Se decidió a escribirle para saber que tal le iba. Un minuto después, llegó la respuesta. Gus se giró hacia Carlos y Natalia, que estaban sentados delante del televisor, aunque no lo miraban. El cenicero rebosante de colillas situado entre los dos delataba cual había sido su principal actividad esa tarde:

— Mi amigo dice que está trabajando en ello y que, por el momento, no ha encontrado muchas dificultades pero hay que darle un poco más de tiempo.

— Espero que se dé prisa porque tiempo es lo que no tenemos— Carlos se levantó y apartó la cortina para señalar el cielo, cada vez más oscuro-. Ya está anocheciendo.

Los tres volvieron a quedar en silencio. Carlos había conseguido contagiarles su inquietud y ahora todos sentían esa urgencia, la seguridad infundada pero apremiante de que esa noche Caronte atacaría de nuevo. Carlos volvió a sentarse junto a Natalia, sin sentir siquiera su presencia, con la mirada perdida en la pantalla del televisor. El sonido de otro mensaje entrante les hizo girarse de nuevo, ansiosos.

— Es Yeniséi otra vez— la cara de Gus resplandecía-. Lo ha conseguido. Ha entrado en su cuenta de correo. Ahora sólo faltan unos minutos para que tengamos su contraseña y será nuestro.

Seguía sin llover. Ya no había excusa. Había quedado en la playa en una hora y tenía que decidirse ya. Si seguía en casa dándole vueltas a la cabeza, no se atrevería a ir. Debía decidir entre arriesgarse a que su historia con Alex no funcionase o quedarse en casa, con lo que también le perdería. Miró la pantalla. Él seguía sin estar conectado. Estaría de camino hacia allí, y quizá tan nervioso como ella. Tendría que arriesgarse. Lo mejor sería salir ya y dar un paseo por la playa para calmarse antes de que él llegara.

Al ir a desconectarse de Internet su ansiedad se desbocó, haciéndole sentir ganas de llorar. Lo más seguro era que todo se estropease en cuanto se viesen, que no fuese capaz de decirle ni una sola palabra. Su sueño terminaría para siempre. Quizá debería aprovechar ese momento para decirle lo que de verdad sentía por él, aunque no lo recibiese hasta que hubiera vuelto a casa. Pulsó el nombre de Alex en la pantalla y escribió un mensaje. Algo más tranquila, apagó el ordenador y cogió su chaqueta. Se repitió varias veces que todo iba a salir bien para darse ánimos y salió hacia la playa.

— ¡Mensaje de Yeniséi!— antes de que Gus terminase de gritar, Carlos y Natalia ya se encontraban a su lado, mirando la pantalla con avidez— ¡Lo ha conseguido! Aquí está la contraseña: “Mónica”. La verdad es que es una contraseña muy fácil.

— ¿Cómo que fácil?— dijo Carlos— Podríamos habernos pasado años hasta que se nos ocurriese ese nombre.

— Ya, porque para nosotros no significa nada pero Mónica debe ser un nombre importante para Caronte y alguien que le conociese en persona podría adivinarlo. Es mejor poner una contraseña formada por una combinación de letras y números, algo como A23F57Y— Gus hablaba sin mirarles, concentrado ya en utilizar la contraseña que acababan de recibir para entrar en la cuenta de Caronte.

— ¿Qué puede significar “Mónica” para él, Natalia?— preguntó Carlos.

— No lo sé… Puede ser el nombre de algún familiar, el de su primera víctima, el de su primera novia…

— ¿Pero no era homosexual? ¿Cómo va a tener una primera novia?— objetó él.

— Te dije que era una hipótesis. Y de todas formas quedamos en que podía tratarse de un homosexual que no quiere reconocer que lo es, así que puede haber tenido alguna novia en el pasado. No lo sé, Carlos.

— Lo tenemos. Estamos entrando— los gritos de Gus hicieron que Carlos y Natalia volviesen a fijarse en la pantalla-. Ya estamos conectados con su cuenta.

— ¿Y no tiene ningún mensaje?— preguntó Carlos, desesperanzado. Tantos nervios, tanto trabajo y de nuevo parecía que no fuese a dar fruto…

— Hay que esperar un poco— el pitido de mensaje entrante hizo que todos quedasen en silencio unos segundos, tan sobresaltados como si les hubieran cogido profanando una tumba. Gus extendió la mano hacia el ratón y abrió el mensaje:

Ya sé que te veré en una hora pero estoy tan nerviosa que he pensado escribirte por si algo no sale bien. Pase lo que pase esta noche, tienes que saber que te he querido más de lo que nunca he querido a nadie y que estos meses hablando contigo han sido los más felices de mi vida. Ojalá todo salga bien y pueda devolverte algo de la felicidad que me has dado. Hasta ahora mismo. Te quiero

Susana

— ¡Mándale un mensaje, rápido! ¡No debe salir de casa!— gritó Natalia.

Gus tecleó con rapidez, sintiendo que el corazón iba a salírsele de la boca. El mensaje tardó unos segundos en pasar. La expresión de desaliento de Gus delató que no había funcionado:

— ICQ dice que ya no está conectada. El mensaje es de hace diez minutos, así que ya no debe estar en casa.

Natalia sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Habían estado tan cerca… Ahora tendrían que ir a recoger el cadáver de otra niña. Toda una vida perdida por unos minutos… Tenía que haber algo que pudiesen hacer, cualquier cosa. No podía quedarse ahí parada mientras él la mataba.

— ¡Bien!— gritó Gus desde el ordenador. Natalia se giró hacia él, extrañada por aquella exclamación de alegría fuera de tono, sin permitir que su cerebro lo interpretase como una señal de esperanza.

— ¿Se puede saber de qué cojones te alegras ahora?— preguntó Carlos, lleno de ira.

— Parece ser que Caronte ha ligado con una chica muy sociable— la sonrisa de Gus resplandecía-. Mirad lo que hay en su información de ICQ: su número de móvil.

CAPÍTULO ONCE

El cielo nocturno, de un intenso azul oscuro, estaba iluminado por multitud de estrellas. Carlos desvió su vista hacia el horizonte. El mar se agitaba, llevando hasta la orilla grandes olas cubiertas de espuma. La playa aparecía tranquila, sin gente. Caminó unos pasos por la tarima de madera desde la que observaba hasta situarse en la esquina de una cafetería, ahora cerrada, en la que pudo guarecerse del fuerte viento para intentar encenderse un cigarrillo. Una vez lo hubo conseguido, volvió a su puesto junto a la barandilla para vigilar de nuevo la playa. Por la orilla paseaba una agente de la Ertzaintza, vestida con pantalones vaqueros y una camisa clara. Desde la distancia a la que Carlos se encontraba, habría pasado por una adolescente de quince años.

Llevaban allí algo menos de media hora, rogando por que sus esperanzas se cumplieran, por que Caronte acudiese a la cita y acabasen para siempre los viajes al infierno. Recordó con tristeza su conversación con Susana a través del móvil, la manera en que ella se había negado con desesperación a creer que lo que le estaba contando era cierto, su llanto al saber que todo había sido un engaño. Parecía haberle dolido más el hecho de que todo fuese mentira que la horrible posibilidad de haber sido asesinada esa noche. Volvió a preguntarse como era posible que él las impactase tanto, que las enamorase hasta un punto en el que dejaban de tener dudas o miedo y lo único que les importaba era un romance a través de una pantalla. Parecía que, después de todo, las advertencias que habían lanzado a través de la televisión no habían servido de nada. Ellas no lo iban a ver, no querían verlo. Pero, por suerte, esa noche todo acabaría.

Paseó de nuevo, escuchando el eco de sus pasos sobre la madera. A pesar de que debajo de la tarima estaba escondido un equipo de policías y de que sabía que no debía tener miedo de Caronte, su anterior cualidad de fantasma inaccesible le hacía sentirse intranquilo. Al girarse para seguir paseando, vio a dos personas que caminaban por la playa. Si seguían así, él nunca se atrevería a entrar. Hacía menos de un cuarto de hora habían tenido que expulsar a un grupo de adolescentes que se entretenían intentando hacer caballitos sobre sus motos. Y ahora más gente. Tendría que echarlos, aunque no sabía si ponerle las cosas tan fáciles a Caronte podría hacerle sospechar.

Se encaminó hacia la pareja que paseaba por la orilla precedidos de un enorme perro que ladraba a las olas. Mientras llegaba, se planteó cómo pensaba Caronte llevar a cabo un asesinato en esa playa sin que nadie lo descubriese. Hacía un fuerte viento y eso había alejado a mucha gente pero él no podía saber eso al planear la fecha de la cita y tenía que haberse imaginado que una playa podría estar bastante concurrida un sábado por la noche: jóvenes bebiendo cerveza, gente que paseaba a sus perros, parejas que iban a mirar el mar… ¿Dónde pensaba encontrar un lugar en el que no ser molestado hasta acabar su macabra tarea? Con un escalofrío, imaginó el cadáver de Susana, mutilado y ensangrentado debajo de la tarima. Sí, ese era el lugar más seguro. Consiguió vencer la sensación de malestar gracias a la seguridad de que Susana se encontraba ahora en la central, a salvo.

Se acercó a la pareja que paseaba por la orilla. Eran dos personas de alrededor de sesenta años, vestidos con ropa deportiva. Caminaban de la mano y sonriendo, deteniéndose de vez en cuando para hacerle alguna caricia al perro. Carlos pensó con ironía que parecían perfectos para un anuncio de planes de pensiones. Se dirigió a ellos, elevando la voz para que pudiesen oírle a pesar del viento, que era cada vez más fuerte:

— Perdonen pero tengo que pedirles que me acompañen. Estamos en una investigación policial— les mostró con rapidez la placa que le identificaba.

— Por Dios, ¿es que estamos detenidos?— preguntó la mujer asustada.

— No, no, tranquilícese. Sólo quiero que me sigan hasta la salida de la playa. Están entorpeciendo la investigación.

— Está bien, no hay ningún problema— dijo el hombre mientras pasaba su brazo alrededor de los hombros de la mujer para tranquilizarla-. ¡Ferrer, vamos!

El perro fue detrás de ellos, saltando y corriendo de un lado a otro. Carlos empezó a andar hacia las escaleras de salida, seguido de cerca por la pareja. Miró varias veces en todas direcciones, preocupado por la posibilidad de que Caronte les hubiese visto y decidiese marcharse, pero no vio a nadie más por la playa.

— ¿Podría decirnos de qué se trata la investigación?— preguntó la mujer, que parecía ya más tranquila.

— Lo siento, no puedo darle esa información. Quizá se enteren por las noticias en los próximos días, si todo sale bien.

Por fin llegaron a la tarima y Carlos se despidió de ellos, agradeciéndoles su colaboración. Los dos se alejaron, mirando hacia atrás varias veces, intentando enterarse de algo. Carlos maldijo su mala suerte. Seguro que en media hora todo Muskiz estaría enterado de que había una investigación policial en la playa.

Volvió a colocarse en su posición, observando la orilla. Miró su reloj, preocupado. Pasaban casi cinco minutos de la hora de la cita. Empezó a pensar que habían fracasado de nuevo, que él lo había sabido de alguna manera y no iba a presentarse. Algo había fallado pero no sabía qué. No podía ser que llegase tarde, después de todo él era el más interesado en acudir a esa cita. Aunque quizá se hubiese retrasado por algo e iba a presentarse de todos modos, convencido de que Susana estaba tan enamorada que le esperaría lo que hiciese falta. Paseó de nuevo, sin saber qué hacer. No podía suspender la investigación, marcharse de allí y que Caronte apareciese cinco minutos después. Esperarían mientras hubiese alguna posibilidad.

Se fijó de nuevo en la agente que paseaba por la orilla. También parecía estar impacientándose, caminaba de un lado a otro de la orilla, mirando a todas partes. Carlos se preguntó, sintiendo un pinchazo de ansiedad en su pecho, si el asesino estaría oculto, vigilándola como él, esperando el momento oportuno para atacarla como una bestia salvaje. No había manera de saber si también estaba observando desde algún lugar, agazapado, sediento de sangre… Y tampoco podía saber si había visto como desalojaba a la gente de la playa y había sospechado, o si en aquel momento le estaba vigilando a él. Al pensar eso un frío punzante recorrió su columna, haciéndole girarse con velocidad para ver si estaba a su espalda. No había nadie, pero a pesar de sentirse ridículo por ello, no pudo evitar dar una vuelta a la cafetería para comprobar también los rincones oscuros de la pequeña plaza que tenía detrás. Una vez que se hubo convencido de que estaba solo, volvió a su puesto de observación.

Otra persona había entrado en la playa. Carlos soltó una maldición entre dientes. Así no iban a acabar nunca. Bajó las escaleras para pedirle que se marchase. Al acercarse vio que esta vez se trataba de una mujer joven, que paseaba por la orilla. El viento era cada vez más frío así que, mientras Carlos se acercaba, ella se paró para atarse el largo abrigo negro que llevaba y subirse los cuellos. Carlos se colocó a dos pasos, aburrido de repetir lo mismo tantas veces en la misma noche:

— Perdone, señorita. Tengo que pedirle que abandone la playa.

— ¿Y eso por qué? ¿Acaso es suya?— ella sonrió burlona y empezó a caminar de nuevo, sin escucharle.

— Perdone pero estamos en una investigación policial y usted la está entorpeciendo— Carlos sacó de nuevo su placa y se la mostró con rapidez.

— ¿Podría ver eso más de cerca? Comprenda que a la velocidad a la que me la ha enseñado, podría ser su carné de la biblioteca— su tono era irónico y cortante.

Carlos resopló y le tendió la placa. Ella la examinó unos segundos, como si no creyese en lo que le estaba diciendo. Carlos esperó en silencio, empezaba a sentirse cansado. Primero unos chicos que se lo habían tomado todo a cachondeo, luego una vieja cotilla y ahora una chica con problemas para aceptar la autoridad. Si Caronte estaba por allí, no iba a entrar a la playa ni atado. Habría sido más discreto colocar un cordón de seguridad reflectante y una enorme pancarta en la que pusiese “Bienvenido al día de tu detención, Caronte”. La chica acabó de examinar la placa y se la devolvió.

— Bien, ya veo que es usted ertzaina pero, ¿de qué trata la investigación?

— Eso es confidencial. Usted lo único que tiene que hacer es abandonar la playa o la detengo por obstruir una investigación policial— respondió Carlos, tajante.

— Está bien. Sólo preguntaba, no hay por que ponerse así— aunque su tono era de nuevo burlón y desafiante, empezó a andar hacia la salida, seguida por Carlos.

Cuando llegaron arriba, ella volvió a pararse y sacó un paquete de tabaco del bolsillo exterior de su mochila. Extrajo un cigarrillo e intentó encenderlo pero el fuerte viento le llevaba el pelo hacia la cara y hacía difícil que el mechero funcionase.

— ¿Me puede ayudar? No puedo encenderlo— la chica sonrió, intentando congraciarse con él.

— Oiga, que no estoy aquí para hacer vida social. Lo único que quiero es que abandone la zona.

— Ya he salido de la playa, como usted me pidió. Si me ayuda con esto, prometo que no volverá a verme— la sonrisa de la chica seguía siendo sarcástica, lo que hacía que Carlos se sintiese incomodo en su presencia.

Suspiró y agarró el mechero decidido a acabar con aquello lo antes posible, mientras ella se sujetaba el pelo. La llama iluminó las facciones de la chica. Sus ojos, verdes y brillantes, le produjeron la sensación de un pasado y molesto recuerdo que no consiguió situar del todo, como si los hubiese visto en un sueño. Carlos le devolvió el mechero y se giró hacia la playa, dando por terminada la conversación. La chica se alejó caminando, sin decir nada más. Él se situó de nuevo en su puesto y encendió otro cigarrillo. Siguió esperando, mientras vigilaba toda la línea de la playa y a la agente que ahora se había sentado un rato en la orilla. El cielo se había puesto gris, cubierto por las nubes que el fuerte viento había ido trayendo. Sólo faltaba que lloviese.

Las colillas apagadas fueron acumulándose a los pies de Carlos. Sus esperanzas empezaron a hacerse más y más lejanas. Había vuelto a ganarles. No podía imaginarse cómo lo había hecho pero había vuelto a burlarse de ellos. Lo más seguro es que le hubiese visto desalojando a alguien de la playa, quizá cuando echó a los motoristas, que no habían sido discretos precisamente. Golpeó con el puño cerrado la barandilla en la que se apoyaba, sintiéndose furioso. En ese momento oyó el ruido de unos neumáticos chirriando por la carretera que llevaba a la tarima. Un coche se acercó a toda velocidad. De las ventanillas abiertas salía una música atronadora. Aparcaron cerca de él. Dos parejas jóvenes salieron del coche con botellas de cerveza en las manos y se dirigieron hacia las escaleras de la playa. Por sus movimientos, Carlos dedujo que aquellas botellas distaban mucho de ser las primeras de la noche. Estupendo, ahora iba a tener que pelearse con un grupo de borrachos. Y lo peor de todo era que estaba seguro de que ya no serviría para nada. Aún así debía seguir, era su trabajo y se mantendría allí hasta estar seguro de que no quedaba ninguna posibilidad. Cuando los chicos fueron a bajar las escaleras, se plantó delante y volvió a enseñar su placa:

— No podéis bajar a la playa. Hay una investigación policial en curso.

— ¿Una investigación? ¡Qué emocionante!— una de las chicas se acercó y miró su placa desde dos centímetros de distancia mientras se reía como loca. Los demás rieron con ella— ¿Y qué están investigando?

Carlos sintió que iba a estallar. ¿Qué había sido de aquello del respeto a la autoridad? ¿Es que todo el mundo tenía que preguntar lo mismo? ¿Tan difícil era que aceptasen lo que se les decía y dejasen de cotillear?

— Mirad, si no hacéis preguntas, yo no me plantearé quién de vosotros estaba conduciendo bajo los efectos del alcohol, así que dad la vuelta y entrad en el coche.

Los chicos se fueron, todavía riéndose. Carlos oyó a una de las chicas murmurar “vaya tío mas borde” pero decidió dejarlo pasar y volvió a la barandilla, esperando poder seguir en su puesto al menos cinco minutos seguidos. Al cabo de un rato, sintió una gota caer en su mano. Estupendo, ahora se ponía a llover. El goteo fue haciéndose más intenso poco a poco hasta que de repente empezó a llover con verdadera fuerza. Carlos retrocedió unos pasos para refugiarse bajo el alero de la cafetería. El viento volvió a soplar haciendo que la lluvia cayese en horizontal y que su refugio dejara de ser efectivo. Unos minutos después, tenía la ropa empapada. Carlos miró hacia la orilla. La agente se paseaba rápido arriba y abajo, abrazándose fuerte para evitar el frío. Carlos sintió que ahí acababan las esperanzas. Estaba claro que Caronte no iba a venir ya. Desilusionado y frustrado, cogió el comunicador:

— Chicos, no ha funcionado. Nos vamos a casa.

Se dirigió hacia el aparcamiento de la playa, sintiéndose muy cansado. Un coche policial estaba situado al lado del suyo. Cuando se aproximó, la puerta del acompañante se abrió y Roberto salió y se le acercó. Carlos pensó que no le gustaba la sonrisa de triunfo que iluminaba su cara:

— Buenas noches.

— Buenas noches, Carlos— le contestó Roberto-. Parece ser que tu última idea brillante tampoco ha dado resultado.

— Yo al menos tengo ideas— le contestó Carlos, cortante. No estaba de humor para sus payasadas-. ¿Has venido sólo a tocarme los cojones o tienes algo más que decirme?

— Por mi parte, no. Pero Aguirre ha dicho que tú y tu amiguita os presentéis de inmediato en su oficina— la sonrisa de Roberto iba ensanchándose por segundos.

Carlos se giró hasta quedar enfrente de él, mirándole a los ojos. Su expresión le intranquilizaba, había algo que Roberto sabía y que no iba a resultar bueno para él. Sintió ganas de destrozarle la cara a puñetazos para que no pudiese volver a sonreír en mucho tiempo, pero se contuvo.

— En primer lugar, no es “mi amiguita” sino una compañera de trabajo. En segundo lugar si quiere hablar con ella que la llame, que yo no soy el chico de los recados— le dirigió una sonrisa cínica-. Ya veo que no todos podemos decir lo mismo. Y en tercer lugar, estoy en medio de una investigación, así que esa reunión tendrá que celebrarse en otro momento.

Roberto sonrió de nuevo antes de contestarle, dejando unos segundos para que la rabia de Carlos se disparase aún más.

— Pues Aguirre debe tener tantas ganas de veros que lo tiene todo pensado. Ya la ha llamado por teléfono para que vaya a la central, así que supongo que estará esperándote allí. Y sobre lo de la investigación, no te preocupes. Para eso estoy yo aquí.

— ¿Cómo que para eso estás tú aquí? Este también es mi caso, recuerda.

— Eso coméntaselo a Aguirre. Y ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.

Roberto se despidió con un saludo de la cabeza y se dirigió hacia el grupo de agentes que regresaban de la playa. Carlos miró como se alejaba, planteándose qué demonios significaría todo aquello. Después echó a andar hacia el coche. La mejor manera de salir de dudas sería preguntárselo a Aguirre directamente.

La central se encontraba casi vacía a esa hora de la noche. Natalia se paseaba intranquila, acompañada por el eco de sus tacones sobre las baldosas del suelo. De vez en cuando, echaba una mirada de reojo a través de la amplia ventana acristalada del despacho de Aguirre. El teléfono de su mesa sonaba sin parar y él mantenía breves pero intensas conversaciones con sus interlocutores. Natalia había intentado que sus paseos la llevasen cerca del despacho en un par de ocasiones, intentando enterarse de lo que sucedía, pero la mirada enfadada de Aguirre le había advertido de que la situación ya era bastante grave como para que la estropease aún más curioseando. Volvió a sentarse, consumida por la impaciencia. Lo único que la consolaba era que sabía que a Carlos no podía haberle pasado nada malo porque Aguirre le había dicho que esperase a que él llegara porque quería hablar con los dos a la vez. ¿Qué podía haber salido mal?

El sonido de unos pasos rápidos por el pasillo hizo que levantase la mirada. Carlos avanzaba hacia ella. Parecía serio y preocupado. Natalia se levantó y se acercó a él.

— ¿Le habéis atrapado?— le preguntó ella, nerviosa.

— No, ni siquiera se ha presentado en la playa— contestó él, sin parar de andar hacia la puerta de Aguirre-. ¿Sabes de qué va todo esto?

— No, Aguirre me llamó y me dijo que te esperase aquí porque quería hablar con nosotros. Si no le habéis cogido, me temo que esto no va a ser una reunión para felicitarnos.

— Me da la impresión de que no va a ser algo tan agradable. Vamos.

Carlos llamó a la puerta y esperaron en silencio unos segundos, mientras Aguirre terminaba otra de sus conversaciones telefónicas.

— Adelante— contestó al fin desde dentro.

— Buenas noches— saludó Carlos tras abrir la puerta-. Roberto me ha dicho que querías vernos.

— Sí, así es. Pasad, por favor. Sentaos— respondió señalándoles unas sillas-. Ya imaginaréis para qué os he hecho venir.

— Supongo que me has llamado para que te informe sobre lo que ha ocurrido esta noche pero no me has dado tiempo a que acabase la investigación— contestó Carlos.

— No, no es por eso— Aguirre suspiró, como si le costase soltar lo que tenía que decir-. Os avisé muchas veces de que siguieseis las reglas. ¿Por qué demonios no me habéis hecho caso?

— No sé a qué te refieres— dijo Carlos.

— A vuestra relación— Aguirre señaló con la cabeza hacia Natalia-. Mira, Carlos, me da igual lo que tengáis fuera de la oficina pero ya os advertí que ella no debía interferir en la investigación.

— Tan sólo intentaba ayudar, a eso no se le pueda llamar interferir— protestó Natalia-. Reconozco que no seguí las órdenes al pie de la letra pero está funcionando.

— Pues por ahora yo no he visto ningún progreso. Lo único que tengo es una lista interminable de faltas que servirían para poneros inmediatamente en la calle sin defensa posible. Habéis seguido trabajando juntos, elaborando a medias las hipótesis…

— No creo que haya ningún artículo del reglamento que prohíba comentar las cosas con alguien y escuchar sus consejos— se excusó Natalia.

— Cuando se trata de una investigación oficial, sí que los hay. Y también hay artículos que prohíben que una persona no autorizada acompañe al agente a interrogar a los testigos. Y hay muchísimos que hablan sobre cómo utilizar las pruebas obtenidas en una investigación y, siguiendo lo que dicen esos artículos, os va a ser muy difícil explicar dónde están los tres ordenadores de las víctimas que faltan de esta central.

— Bueno, los tengo yo en casa— respondió Carlos-. Es que no quería que Roberto se entrometiese en la investigación y lo estropease todo.

— Él no estaba entrometiéndose en la investigación, Carlos. Es su trabajo— Aguirre le miró apenado antes de continuar-. Lo siento pero tengo que retirarte del caso.

— ¿Cómo?— preguntó Carlos, sorprendido— No puedes hacerme esto. Estoy muy cerca de conseguir atraparle.

— Llevas semanas diciéndome eso y no hemos conseguido nada. Si al menos hubiese habido algún resultado, podría haber pasado todo esto por alto pero así… Compréndelo, Carlos. He confiado mucho en ti pero no tengo otra salida.

Natalia clavó en Aguirre una mirada dolida. No podía dejar que se cometiese esa injusticia, no podían traicionar a Carlos así después de tantos años trabajando allí.

— Tiene que haber otra solución— intervino ella-. Usted sabe que Carlos es un gran profesional. Asumo toda la responsabilidad. Si es necesario, me marcharé de la central pero dele una oportunidad más.

— Lo siento. Esta orden no es mía, tengo las manos atadas. Sé que Carlos es un buen investigador, uno de los mejores, y en usted tenemos puestas grandes expectativas. Por eso no quiero perderos— la mirada de Aguirre parecía sincera-. He luchado mucho para que no os abriesen un expediente a los dos. No puedo hacer nada más.

Carlos se levantó para salir de la oficina. Natalia hizo lo mismo, mirándole preocupada. Tenía los puños cerrados y la mandíbula apretada. Debía sacarle de ahí antes de que dijese algo que empeorase aún más la situación. Le siguió hacia la puerta pero él se giró una vez más:

— Esto no es justo y lo sabes. Y te voy a decir una cosa más. He trabajado bien, lo he dado todo por este caso. Y ella también, aunque ni siquiera era su trabajo. Y si nosotros no hemos podido cogerle, nadie lo hará.

— Sé lo importante que es esto para vosotros, Carlos. Esa es una de las razones por las que debéis dejar el caso.

— ¿Qué quieres decir con eso?

— Es solo un caso más, Carlos. Os lo habéis tomado como algo personal. ¿No te das cuenta de lo que os está haciendo? Mírala a ella y échate un vistazo a ti también.

— Piensa lo que quieras— contestó Carlos-. Pero estoy seguro de que dentro de unas semanas vendréis a pedirnos que volvamos al caso. Y lo peor de todo es que os diremos que sí porque nadie más en el mundo conoce a ese hijo de puta como nosotros y porque nadie más tiene tantas ganas de cogerle. Para vosotros “es sólo un caso más”.

Aguirre se mantuvo en silencio, como si ya no supiese que más decirle. Carlos se volvió hacia la puerta y abrió. Natalia le siguió por los largos pasillos, casi corriendo para poder seguir su paso.

Cuando llegaron fuera, echaron a andar hacia los coches. Natalia le siguió, dejándole pensar. Elevó su mirada hacia el cielo, intentando ver las estrellas pero sólo encontró nubes espesas y grises. Se sintió insignificante, perdida en un mundo que le quedaba grande. Llegaron frente al coche de Carlos y se miraron unos segundos en silencio.

— Podemos seguir adelante— dijo ella, incapaz de seguir callada un segundo más-. No podemos rendirnos ahora.

Carlos se giró hacia el coche y golpeó el techo con ambos puños. Se quedó quieto, con los ojos cerrados, intentando controlar la respiración y la rabia. Natalia le miró asustada, sin saber qué decirle. Él volvió a abrir los ojos y la miró, negando con la cabeza.

— Ahora no, Natalia— abrió la puerta del coche y entró-. No quiero hablar de esto ahora.

Cerró la puerta con fuerza y arrancó. Natalia se quedó parada, sintiéndose más sola y perdida que nunca antes en su vida, mientras el coche iba desapareciendo en la distancia, fundiéndose con el negro de la noche.

III. LOS RESULTADOS

CAPÍTULO UNO

Natalia se quedó parada, indecisa, con el dedo a un centímetro del timbre de la puerta de Carlos. No sabía si lo que estaba haciendo era correcto, ni cómo se tomaría él que apareciese allí pidiéndole explicaciones, pero tampoco sabía qué otra cosa podía hacer. Llevaba dos semanas esperando a que Carlos superase su depresión. Comprendía que estuviese dolido y furioso por no haber podido atrapar a Caronte. Todos lo estaban. Había parecido que esta vez era seguro, que nada iba a fallar, que caería en sus manos y la pesadilla acabaría para siempre. Pero no había sido así.

Era doloroso y desesperante, pero no podían dejar que aquello les hundiera. Ella tampoco quería pensar que tendría que encaminarse hacia algún paraje abandonado a levantar otra sabana bajo las brillantes luces de un cordón policial. Esa misma imagen llevaba repitiéndose en sus sueños desde que había sabido que todo seguía igual y que Caronte volvía a resultar tan inaccesible como siempre había sido: una sombra, un fantasma… Desde aquella noche no habían vuelto a verle en Internet y eso les hacía esperanzarse con la idea de que quizá todo había terminado, pero sabía que no debía dejarse llevar por esa ilusión. Mientras no estuviesen seguros de que habían acabado con él, tenían que seguir trabajando con todas sus fuerzas. Y ahí era donde estaba el problema: daba la impresión de que a Carlos no le quedaban.

Natalia había comprendido su comportamiento en un primer momento. Aquella investigación estaba poniendo a prueba su resistencia, su capacidad de seguir luchando a pesar de no conseguir nada, a pesar del dolor que suponía cada derrota… Pero los días habían pasado y Carlos seguía igual. No había vuelto a pasarse por su casa, la evitaba en el trabajo, le daba largas cuando le llamaba por teléfono para pedirle que se reuniese con ellos… Sólo recibía confusas excusas acerca de lo ocupado que estaba y en su voz Natalia podía percibir como se iba dejando caer en un pozo sin fondo hecho de alcohol y desesperación.

No quería pensar en la posibilidad de que todo hubiese acabado, de que todos se separasen y dejasen de luchar. No podía permitir que Caronte les venciese. Y sobre todo no podía permitirse perder a Carlos, no volver a verle o que llegase un día en que sólo se saludasen al cruzarse por los pasillos, como dos conocidos que nunca hubiesen compartido nada importante. Aunque él no lo supiera, había adquirido un compromiso al prometerle su amistad. Para ella aquello había sido importante y no iba a dejar que cayese en el olvido. Esa idea le dio fuerzas, así que pulsó el timbre con insistencia. Unos segundos después escuchó el ruido de unos pasos al otro lado. La puerta se abrió y Carlos apareció, apoyándose en el dintel, con un vaso a medias en la mano y una mirada entre sorprendida y enfadada en los ojos.

Ella no supo qué decirle. Se limitó a mirarle, esperando una invitación. Carlos se giró y se dirigió al sofá, dejando la puerta abierta para que ella entrara. Natalia observó su andar tambaleante e inseguro, el desorden de la habitación, las botellas vacías encima de la mesa… Suspiró, cerró la puerta despacio y se acercó hasta colocarse a su espalda. Carlos se sentó en el sofá y agachó la cabeza para hundirla en las manos, como si no se atreviese a enfrentarse con su mirada. Natalia se sentó a su lado en silencio, preocupada. Había pasado días ensayando discursos acerca de la responsabilidad que les obligaba a continuar en el caso, de sus posibilidades de triunfo, de la satisfacción que les produciría saber que seguían haciendo lo correcto, pero ahora le parecía que todo aquello no tendría valor para una persona a la que ya no le importaba nada. O a la que quizá le importase todo demasiado como para poder seguir viviendo con ello.

— ¿A qué has venido?— le preguntó él, levantando la vista. Su tono no reflejó agresividad, sólo una curiosidad genuina.

Natalia no contestó. Nada la había preparado para un Carlos tan derrotado, para que la persona que siempre la había animado y le había hecho sentir esperanzas en los momentos más oscuros se hubiese convertido en aquel espectro gris. Quería ayudarle, hacerle volver, disfrutar de nuevo de su sonrisa y del brillo travieso de sus ojos, pero no sabía cómo hacerlo. Se quedó mirándole, sintiendo como una solitaria lágrima se le deslizaba por la mejilla.

— Tienes que volver— le imploró en un susurro.

— ¿Para qué? No ha servido de nada, no le cogeremos nunca…— contestó él con voz cansada.

Ella había esperado que demostrase rabia contra Caronte, contra Aguirre o Roberto, contra el mundo en general… Había pensado en usar esa rebeldía, esa fuerza que él siempre había tenido, para hacerle volver. Pero no sabía qué hacer contra esa muerte en vida que él mismo se había impuesto. Aún así, decidió intentarlo aunque la tristeza de Carlos resultase contagiosa y la arrastrase como un agujero negro a la amargura, haciendo que sus argumentos le resultasen ridículos y faltos de sentido.

— Claro que ha servido de algo— insistió ella-. Estamos mucho más cerca que al principio. Esta vez le cogeremos.

— Llevamos casi dos meses diciendo eso y no es cierto. Sólo estamos haciendo el gilipollas— se encaró a ella mientras su voz subía poco a poco de volumen-. Se está riendo de nosotros. ¿Es que no te das cuenta?

Aquella explosión de ira hizo que Natalia tuviese ganas de sonreír. Seguía vivo, aún podía enfadarse. Contra su furia sí podía luchar.

— Ya te avisé desde el principio de que no era fácil atrapar a un asesino en serie. Hace falta una personalidad fuerte y persistente…

—…que yo no tengo. No soy la persona que necesitáis y tampoco soy el adecuado para llevar este caso. Me rindo. Voy a dejarle el camino libre a Roberto.

— No puedes hacer eso. Roberto no lo sentirá como nosotros… Sabes que nadie más podría resolverlo— Natalia bajó el tono de su voz-. Y, además, ¿qué pasa con Gus y conmigo? No puedes dejarnos así.

— Tampoco puedo permitirme cargar con otra víctima— la miró implorante-. ¿Es que no ves el daño que me está haciendo esto?

Carlos volvió a enterrar la cabeza entre sus brazos mientras intentaba recuperarse. Ella se sintió culpable por seguir insistiendo. Sentía el mismo dolor, podía comprenderle mejor que nadie en el mundo. Pero sabía que Carlos tampoco podría seguir adelante si se rendía, si seguía destrozándose como llevaba haciendo las dos últimas semanas. Le rodeó los hombros con un brazo, para que él pudiese sentirla cerca, para transmitirle su apoyo…

— Yo creo en ti… — Natalia esperó unos segundos por si él quería contestar pero no recibió respuesta— Y creo que no puedes dejar el caso.

— Claro que puedo dejarlo. Va a ser lo mejor para todos…

— No, no puedes. Por mucho que te empeñes en considerar que hemos fracasado, ahora mismo hay una niña tumbada en su cama en lugar de en la sala de autopsias y eso es gracias a nuestro trabajo. Y no creo que otro lo hubiese conseguido.

— Yo creo que sí— insistió él, apartándose.

— Pues yo pienso que, si dejas el caso y vuelve a aparecer otra víctima, vas a pasarte el resto de tu vida culpándote por no haberlo intentado, planteándote que quizá tú sí hubieses podido salvarla. Y empezarás a torturarte al darte cuenta de lo cerca que estuvimos, de la cantidad de pistas que teníamos…

— Yo sólo veo indicios falsos y caminos cerrados.

— Eso no es cierto. Tenemos los informes psiquiátricos, tenemos a Gus y sus amigos de Internet para hacerle la vida más difícil, sabemos por donde empezaron los asesinatos… Podemos seguir investigando— su entusiasmo era más auténtico ahora.

— ¿Y si esos caminos también se cierran?

— Encontraremos otros. Pero tenemos que estar los tres juntos— le sonrió con dulzura-. ¿No nos querrás dejar sin el tercer mosquetero?

— ¿Y d’Artagnan?— replicó Carlos, esbozando una media sonrisa.

— Ah, pues no sé…— aquello la descolocó. Una broma, una sonrisa. Estaba a punto de conseguirlo— Ya buscaremos algo, por eso no te preocupes.

— Está bien pero, si se trata de otro colaborador de pago, te encargas tú.

— ¿Significa eso que vuelves?

— Lo intentaré— contestó Carlos tras dudar un par de segundos-. Si esa va a ser la única forma de que salgas de mi casa…

— No creerás que voy a marcharme y dejarte así porque me hayas dado la razón.

— Pues la verdad es que sí lo creía.

— No. Te necesitamos en buena forma. Ahora mismo vas a darte una ducha mientras yo arreglo todo esto. Y después vas a ir a la cama. Y no pienso irme a mi casa hasta que estés acostado.

Carlos se levantó sin protestar y se dirigió al cuarto de baño. Cuando Natalia oyó el agua correr, comenzó a recoger la sala, empezando por deshacerse de todas las botellas de vodka. Unos minutos después, le oyó salir y dirigirse a la habitación. Ella continuó intentando poner un poco de orden. Cuando acabó, caminó hacia la habitación para decirle que se marchaba. Llamó suavemente a la puerta pero no recibió respuesta. Abrió despacio y entró. Él estaba profundamente dormido, respirando con tranquilidad. Se sentó en una butaca cercana y le observó. Parecía tranquilo, como si al menos en su sueño la tristeza no pudiese alcanzarle. Sonrió mientras le contemplaba, sintiendo como la angustia de los últimos días desaparecía. Ya no estaba sola, su vida tenía algo por la que vivirla. Le observó, iluminado con la suave luz de la mesilla, fijándose en todos los detalles que pensó que no podría volver a apreciar tan de cerca: su pelo moreno y alborotado, la curva de sus cejas, sus rasgos en sombras… Deseó estirar la mano y acariciarle la cara pero no se atrevió. No quería despertarle. Quería disfrutar unos segundos más de contemplarle, sin explicaciones ni miedos, sintiendo la satisfacción de haberle recuperado, de quererle en silencio. Se sorprendió por ese pensamiento, aterrada al tomar conciencia de algo que debía llevar ocultándose a sí misma mucho tiempo. ¿De verdad le quería? ¿O era miedo a volver a quedarse sola?

Se acomodó aún más en la butaca, sintiéndose muy cansada ahora que los nervios habían pasado. Lo mejor sería cuidarle esa noche para que él no pudiese arrepentirse de la idea de volver a la investigación al día siguiente. Cerró los ojos y, en unos segundos, se quedó dormida.

Natalia parpadeó varias veces, abrió los ojos y vio a Carlos, que la observaba desde la cama. Le miró, desorientada durante un momento, y le sonrió.

— Buenos días— le saludó aún somnolienta-. ¿Llevas mucho tiempo despierto?

— No, casi nada. Todavía estaba intentando descubrir qué hacías aquí.

— Se hizo muy tarde y, como quería estar segura de que no ibas a volver a levantarte para rescatar tus botellas, decidí quedarme. ¿Te molesta?

— No, para nada— Carlos sonrió, agradecido-. Pero estarás molida, no deberías haber dormido en esa butaca.

— Es que no tienes más camas.

— Ya, pero ésta es muy grande— Carlos le lanzó una sonrisa picara.

— Gracias pero, tal como estabas anoche, no habrías podido garantizarme que te ibas a comportar como un caballero.

— Ni falta que hacía. Ya es la segunda vez que dormimos juntos, mujer. Habrá que empezar a soltarse, ¿no?

Natalia se levantó de la butaca riendo y le lanzó un cojín.

— Voy a prepararte un café cargado. Creo que el alcohol sigue afectándote el cerebro— miró su reloj mientras se dirigía a la puerta-. Y vete vistiéndote que no vamos a llegar a tiempo.

Salió de la habitación y entró en la cocina. Se sentía llena de esperanza, de fuerzas renovadas. Una duda la asaltó. ¿Estaría Carlos lo suficientemente sobrio la noche anterior para acordarse de la promesa que le había hecho? Conectó la cafetera y volvió a la habitación. Carlos seguía tumbado, con las manos entrelazadas bajo el cuello y mirando al techo con aire soñador.

— El desayuno estará enseguida. Oye, ¿no te he dicho que te levantaras que no llegamos?

— Ya voy. Tardo un minuto en vestirme.

— Te acuerdas de lo que dijiste ayer, ¿verdad? ¿Vas a volver a la investigación?

— Claro. En cuanto salga del trabajo, me paso por tu casa.

Ella sonrió y volvió a la cocina. Siguió preparando el desayuno mientras escuchaba los ruidos que él hacía al prepararse. Apartó de su mente el miedo a nuevos fracasos. Le daba igual lo que pasase en el futuro. Esa mañana se sentía feliz.

Carlos entró en casa de Natalia y echó una mirada sorprendida a los dos ordenadores nuevos en los que Gus estaba trabajando.

— ¿De dónde ha salido eso?— preguntó asombrado.

— Es mi contribución a la causa. Recuerda que tuvimos que devolver los de las chicas— contestó Natalia con una sonrisa.

— ¿Estás loca?— preguntó Carlos, incrédulo— ¿Sabes lo que vale eso?

— Mejor que tú. Recuerda quien los ha pagado.

— Yo también le dije que no hacía falta comprar nada. Podía haber traído el mío y nos habríamos arreglado— dijo Gus-. Bueno, tenemos una copia de los discos duros de todas las chicas así que, para mi desgracia, he podido pasarme estas dos semanas revisando más chats.

— ¿Y has encontrado algo?— preguntó Carlos, sentándose a su lado.

— Sólo una hipótesis nueva— contestó Gus-. A pesar de que todas las chicas se lo pidieron, Caronte siempre se negó a hablar con ellas por teléfono.

— Bueno, eso tampoco es tan raro— dijo Carlos-. Si sospechaba que podíamos llegar a buscarle, no estaría muy dispuesto a darles su número de teléfono o a realizar una llamada que pudiésemos rastrear.

— Pero podría haberlas llamado desde una cabina y ellas se habrían quedado más tranquilas. Algunas de ellas se mostraron muy insistentes. Se estaba arriesgando a perderlas al decirles que no sin ninguna razón. Yo creo que él no quiere que le escuchen, que tiene algo raro en la voz que quiere ocultar.

— ¿Tú qué opinas, Natalia?— preguntó Carlos.

— No sé… Tiene lógica pero yo sigo pensando que el defecto está en su físico y que por eso les extirpa los ojos. Además, ese problema en la voz podría estar sólo en su imaginación. Es más fácil buscar a alguien con un defecto físico evidente.

— No lo descartaremos de todos modos— dijo Carlos, sacando su libreta para empezar a apuntar-. ¿Habéis vuelto a entrar en su cuenta?

— Sí, algunas veces— contestó Gus-. Lleva desde esa noche sin estar visible en ICQ, así que he entrado para ver si seguía manteniendo contacto con sus chicas. Parece que ha abandonado la cuenta definitivamente. Ellas se pasan el día mandándole mensajes pidiéndole que les diga algo, preguntando por qué las ha dejado.

— ¿Es posible que haya parado para siempre?— preguntó Carlos, esperanzado.

— No lo creo— contestó Natalia-. Puede que sepa que hemos estado muy cerca y que vaya a detenerse por algún tiempo, pero, cuando pierda el control, volverá a atacar con más rabia que nunca. Ahora mismo, es como un animal acorralado. Será mucho más agresivo y peligroso, pero también será más fácil que esa furia le lleve a cometer errores.

— Así que al final le asustamos— dijo Carlos, enfadado-. ¿Cómo vamos a encontrarle si se hace otra cuenta?

— Yo creo que no puede hacerse otra. Parece que el nick y los datos son importantes para él— repuso Natalia.

— Pero puede hacerse otra cuenta con los mismos datos— discrepó Gus. Carlos y Natalia le miraron preocupados-. No os asustéis, puedo saber si alguien se hace otra cuenta con esos datos en cualquier momento. ICQ te permite hacer búsquedas y saber cuántos usuarios usan el nick de Caronte o cuantos que se llamen Alex dicen vivir en el norte de España. Le vigilo todos los días. No se nos escapará.

— Bien, parece que lo tenéis todo bajo control— dijo Carlos, satisfecho-. ¿Alguna novedad más?

— Sí, yo tuve una idea para poder encontrarle— contestó Gus-. No soportaba quedarme de brazos cruzados, así que pensé en hacer que él nos encontrase a nosotros.

— ¿A qué te refieres?— preguntó Carlos.

— A ponerle un cebo. Mientras leía los chats, no pude parar de pensar en la facilidad con que esas chicas se dejaban atrapar, lo sencillo que le resultaba a Caronte manejarlas. Pensé que yo podría hacerlo mejor, que podría hablar con él y que pensase que me había enamorado y conseguir una cita para ponerle una trampa.

— ¿Y cómo vas a ponerle ese cebo?— preguntó Carlos, inclinado hacia delante y observándole nervioso, con los ojos brillantes por la excitación.

— Bueno, tenemos dos ordenadores y puedo tener siete cuentas de ICQ abiertas al mismo tiempo en cada uno. Con ayuda de Natalia, he ido introduciendo las cuentas con los datos de posibles víctimas de Caronte poco a poco, para que no sospechara— explicó Gus-. Si conseguimos que hable con una de ellas, le seguiremos la corriente hasta que crea que la chica está enamorada y le proponga una cita.

— Y entonces lo atrapamos— Carlos se levantó y le dio una palmada en la espalda-. Creo que trabajáis mejor sin mí, no hacía falta que volviera.

— No digas bobadas— contestó Natalia-. Te echábamos de menos. Pero aún no hemos acabado. Falta mi parte. He terminado de revisar los expedientes psiquiátricos y he reducido la lista de sospechosos a siete. El problema es que no sé cómo vamos a interrogarles ahora que no estás en el caso.

— Sigo conservando mi placa así que nos presentaremos en sus casas diciendo que estamos en una investigación oficial. La gente no suele llamar a la Ertzaintza para comprobar si es cierto que han mandado a un agente para interrogarles. ¿Algo más que deba saber?

— Sí, esto…, ¿podrías acompañarme un momento?— preguntó Natalia.

Carlos asintió y se levantó del sillón para seguirla. Ella se encaminó hacia el pasillo y le guió hasta una de las habitaciones del fondo. Al llegar a la puerta se giró y le miró durante un segundo, para bajar después los ojos, sin saber cómo explicarse.

— ¿Qué pasa, Natalia? ¿Algo malo?

— No, es que yo… Bueno… Quería agradecerte que hubieses vuelto a la investigación, para mí es algo muy importante que estés aquí de nuevo…

— No tienes que agradecerme nada. Después de todo, sois vosotros los que me estáis ayudando, habéis trabajado mucho. Yo debería daros las gracias…— repuso Carlos, incomodo.

— Bueno, es sólo que me gusta que estés con nosotros— ella levantó la mirada y le sonrió, temiendo ruborizarse-. Te he echado de menos, así que te he comprado un regalo.

— ¿Un regalo? ¿Y qué es?

Natalia abrió la puerta de la habitación. Carlos entró y una pequeña bola de pelo salió disparada hacia él hasta chocar con sus piernas. Carlos miró hacia abajo, extrañado.

— Es d’Artagnan. Pediste un nuevo colaborador y aquí lo tienes. Ahora ya estamos todos— Natalia se agachó a su lado. Levantó la vista y se encontró con la mirada extrañada de Carlos-. ¿No te gusta? Es un cachorro de pastor alemán.

— Claro,… sí que me gusta. Pero, ¿cómo voy a cuidar yo un perro? Me paso el día fuera de casa y no sé nada de estos bichos.

— Si no lo quieres, puedo devolverlo— dijo Natalia, apenada.

— No es eso, me encanta. Pero, entre el trabajo en la central y el caso, no voy a tener tiempo— se disculpó él.

— Eso no es problema. Puede quedarse aquí mientras dure la investigación. Será el perro del equipo y lo cuidaremos entre todos. ¿Mejor así? Yo te enseñaré como criar a un cachorro.

— Está bien— Carlos se agachó también y trató de acariciar el lomo del perro, a pesar de que a éste le pareció mejor idea intentar morderle la mano. Natalia le sonrió, ilusionada, como si fuese ella la que acababa de recibir un regalo. Carlos le devolvió la sonrisa, conmovido-. Gracias de verdad… Por todo.

Ella notó la emoción en su voz y bajó la cabeza, incapaz de seguir mirándole a los ojos sin decirle cuanto le importaba volver a tenerle cerca. Se levantó del suelo y agarró al cachorro para dirigirse con él al salón. Una vez en la puerta se giró para que él la siguiera:

— Vamos, tenemos que presentarle a Gus. Después de todo, él se pasa todo el día aquí, así que tendrá que sacarlo a la calle.

— Espero que no pida un aumento por esto. Ya sabes lo pesetero que es.

Natalia rió y salió de la habitación, mientras comparaba en su mente sus negros pensamientos de las pasadas semanas con lo que sentía en aquel momento. Todo se había arreglado, volvían a estar juntos. Se sintió tan feliz como si, después de muchos años, hubiese vuelto a encontrar una familia.

CAPÍTULO DOS

La inactividad de los últimos días hacía que la locura se acercase demasiado. Sólo llevaba dos semanas esperando, pero ya empezaba a resultar insoportable. La culpa iba instalándose en su pecho, amenazando con quedarse para siempre, con ir creciendo hasta que no quedase más espacio, hasta hacer que todo su ser estallase por la angustia.

Se quedó unos minutos mirando el ordenador. Hacía días que había desinstalado su cuenta de ICQ, que se había resignado a renunciar a aquellos contactos contaminados. Al pensar en las chicas que había dejado escapar, sintió la frustración golpeando su pecho como un latigazo. Con algunas lo había tenido tan cerca… Cada uno de esos nombres había sido un paso a la redención que ahora estaba vedado.

Intentó tranquilizarse. No debía dejarse llevar por la rabia y la pena. Debía controlarse mucho en esos momentos. Sus nervios parecían tensados al límite, sus sentimientos estaban a flor de piel haciendo que la crueldad del mundo y de sus recuerdos resaltase como una luz potente y cegadora. Y sabía que iría a peor. Los remordimientos se harían cada día más fuertes y después llegaría la locura. No podría contenerse y tendría que arriesgarse a celebrar un sacrificio o acabar con su vida sin haber completado el pago. Acabar con su vida… Si fuese tan fácil, si después no hubiese nada más que paz y vacío… Descansar, al fin.

Alejó ese pensamiento, que volvía de manera recurrente, cada vez con mayor intensidad. No podía seguir mirando la pantalla del ordenador sin hacer nada. A cada segundo la culpa iba aumentando, la necesidad de venganza se hacía más fuerte e imperiosa, pero no se atrevía a moverse. Habían estado tan cerca la última vez…

Sin embargo, si seguía escondiéndose, ellos habrían ganado, habrían paralizado su misión. Llevaba ya semanas sin hacer nada. No podría aguantar esa situación mucho más tiempo. Si pudiese esconderse de ellos…

Se levantó de la silla y salió de la habitación, alejándose del ordenador. Tenía que volver pero, ¿cómo? Ellos le estarían esperando, al acecho de cualquier pequeño fallo que pudiese cometer. Tendría que hacerse una nueva cuenta pero no podía permitirse cambiar los datos. Los sacrificios no servirían si los realizaba bajo otro nombre. Entonces, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo esconderse?

Paseó por la habitación sintiendo crecer la urgencia. La inactividad había dejado de ser una opción. Debía empezar a actuar. Tardaría mucho tiempo en encontrar y preparar a una nueva presa. Si seguía esperando más, al final la desesperación haría que cometiese un error y allí estarían ellos. Tenía que empezar, ya había esperado demasiado tiempo. Siguió pensando, intentando encontrar la solución a su problema.

Un bosque es el mejor lugar para esconder un árbol. La frase apareció en su cabeza, como si alguien se la hubiese susurrado al oído. Eso era. Crearía todo un bosque a su alrededor. Eso les confundiría, les desanimaría… Incluso era posible que abandonasen. Además, no había por qué esconder un solo árbol. Podría cambiar de uno a otro si le parecía que se acercaban demasiado, podría hacer crecer el bosque a su antojo, hasta que se perdiesen en él. Se dirigió al ordenador, sintiendo como se desvanecían el terror y la angustia de los últimos días. Por fin podía volver a actuar.

Carlos paró el motor del coche y permaneció sentado dentro, mientras Natalia releía el informe del hombre al que iban a interrogar.

— Bueno, éste es el cuarto expediente que seleccioné pero es en el que más esperanzas tengo puestas— le comentó-. Creo que con éste podemos tener más suerte. Fíjate en sus datos: es joven, de corta estatura y tiene carné de conducir. No ha estado internado en las fechas de los crímenes y, sin embargo, el día en el que evitamos el asesinato de Susana, sufrió una crisis que obligó a su internamiento en la unidad de agudos de psiquiatría de Basurto. Eso pudo deberse a la frustración que le produjo no poder satisfacer su compulsión.

— Pues espero que tengas razón porque los tres anteriores no habrían sido capaces ni de coger un autobús solos— comentó Carlos, saliendo del coche.

Llamaron al portero y les abrieron sin preguntar. Un hombre joven, vestido con una camiseta blanca y vaqueros, esperaba en la puerta. Les tendió la mano mientras sonreía.

— Buenas tardes, soy Asier Azkarraga, el asistente social encargado de este piso— dijo el chico mientras les invitaba a pasar-. Vengan por aquí. Manu les está esperando.

Pasaron por el salón. Natalia observó a tres hombres que, sentados a la mesa, jugaban animadamente a las cartas. Ninguno de ellos parecía peligroso ni extraño, a no ser por la absoluta falta de curiosidad que demostraron ante la presencia en su salón de dos agentes que venían a interrogar a uno de sus compañeros.

Cuando entraron en el cuarto y Natalia se encontró delante de Manu, pensó que era imposible imaginar a alguien menos culpable. El chico se encogía en su silla como si pretendiese desaparecer, como si viviese en un mundo demasiado grande y aterrador. Mantenía la cabeza baja y sus ojos se movían rápido, como si le diese miedo mirar a alguien durante demasiado tiempo. Estaban buscando a una persona atormentada pero le suponían una inteligencia y una frialdad que aquella criatura asustada no poseía. Estaba segura de que no se encontraban delante de Caronte pero, aún así, decidió no fiarse del todo de sus primeras impresiones y empezar con el interrogatorio. Miró a Asier invitándole a que les presentara y les facilitara las cosas:

— Manu, estos son el inspector Vega y la inspectora Egaña— Natalia sonrió al oírlo, sorprendida por el ascenso que Carlos se había inventado-. Han venido a hacerte unas preguntas. Recuerdas que te lo dije antes, ¿verdad?

El chico asintió con timidez y continuó mirando alternativamente al suelo y a las caras de sus interlocutores. Asier les hizo un gesto para que empezasen.

— Manu, escucha…— esperó unos segundos para que estableciese contacto visual con ella, sin conseguirlo— Bien, quería preguntarte si tenéis acceso a Internet en casa.

Manu negó con la cabeza y Asier se lo confirmó:

— No, ni siquiera tienen ordenador. Pagan los gastos de este piso con sus pensiones y el trabajo en una lavandería de la organización. No pueden permitirse los gastos de un ordenador y una conexión a Internet. Bastante justos van ya.

— Ya, ya veo— Natalia decidió insistir un poco más-. Manu, ¿has utilizado Internet en algún sitio? ¿En casa de un amigo, en un cyber-centro…?

Manu y Asier negaron al unísono con la cabeza. Asier se volvió hacia Natalia, mucho más serio de lo que había estado al principio de la conversación.

— ¿Podría decirme para qué quiere saber esas cosas? ¿Se le acusa de algo?

— Es sólo una comprobación rutinaria. Creo que Manu no es la persona que estamos buscando pero tengo que asegurarme de ello. Claro que, si van a estar más tranquilos, podemos irnos todos a comisaría y avisar a un abogado… Pensé que lo preferirían así, que sería menos incomodo…— Natalia dibujó su más dulce sonrisa y, ante el silencio de Asier, continuó-. Quería preguntarles sobre las costumbres de este piso. ¿Tienen alguna hora de entrada por las noches?

— Bueno, esto no es una cárcel pero yo suelo venir aquí a las nueve para supervisar la medicación. Ellos tienen que estar a esa hora, a no ser que hayan avisado.

— ¿Puede recordar si Manu faltó alguno de estos días?— Carlos sacó de un bolsillo de su chaqueta una tarjeta en la que había apuntado las fechas de los asesinatos. Asier la cogió y se pasó unos minutos mirándola pensativo.

— A ver si me acuerdo… Va a ser difícil porque tengo una memoria malísima. Esperen un momento, por favor. Llevo un diario de observaciones de todos ellos para el psiquiatra, ¿saben? Ahora se lo traigo— se levantó y salió de la habitación para volver unos segundos después, llevando un par de cuadernos en las manos-. Veamos, el domingo cuatro de septiembre sí estuvo aquí. No hay ninguna observación apuntada. El treinta de septiembre no estuvo porque se fue a pasar el fin de semana con su familia, en Burgos.

— ¿Podría darme el número de teléfono de alguien de su familia que pueda confirmar que estuvo con ellos?— preguntó Carlos.

— Sí, claro— Asier le miró, dolido, como si Carlos hubiese dicho que no se fiaba de su palabra. Rebuscó entre sus papeles, apuntó un número en una hoja y se la pasó.

— ¿Y los otros dos días?

— Ese sábado fuimos juntos al cine y a cenar y llegamos a las doce. Y este último día lo recuerdo bien. Manu tuvo una crisis y tuvimos que llevarle al hospital.

— ¿Podría decirme que fue lo que paso? O que me lo cuente él, si quiere.

— Bueno, si puedo contestar yo las preguntas, lo mejor será dejar que Manu se vaya a la sala— el chico les dirigió una sonrisa cómplice-. Es muy tímido y le están esperando para una partida de mus.

Carlos asintió y el chico se levantó, mucho más tranquilo por poder marcharse, y salió de la habitación con una sonrisa en los labios. Asier se volvió hacia ellos.

— Espero que puedan disculparle pero no estaba nada cómodo con esta situación. Me preguntaba por la última crisis que sufrió Manu, ¿verdad? Ese día tuvimos una fiesta en la organización para las familias de los pacientes. Preparan unos chistes y unas canciones, exponemos las manualidades que hacen en los talleres y se les invita a algo de comer. Manu estaba muy ilusionado con la fiesta porque se había ofrecido voluntario para ayudar a organizarla y quería que su familia viese lo que había hecho.

— Y salió todo mal, ¿no?— intervino Natalia.

— Para nada, la fiesta fue un éxito. Pero sus padres no vinieron, ni siquiera avisaron. Supongo que tendrían cosas más importantes que hacer que visitar a su hijo loco y a sus amigos tarados— la voz de Asier sonó resentida-. Manu estuvo todo el día esperándolos, intentando encontrar una explicación para que llegasen tarde, llamándoles una y otra vez por teléfono… Cuando la fiesta terminó y comprendió que no iban a venir, no pudo aguantar más y tuvo una crisis. Se pasó toda la semana en el hospital.

— No sabe cuánto lo siento— dijo ella.

— No se preocupe. No pasa nada, es cosa de todos los días— su tono volvió a sonar cortante. Parecía convencido de que muy poca gente en el mundo sentía de verdad lo que le pudiera pasar a la gente como Manu-. ¿Quieren saber algo más?

— Nada más, gracias. Le llamaremos si necesitamos algo— contestó Carlos.

Asier les acompañó a la salida. Al pasar de nuevo por el salón, Natalia miró como los cuatro hombres se divertían jugando al mus, sin reparar en su presencia. Se planteó que algo no marchaba bien en el mundo en que vivía: asesinos invisibles que mataban a niñas inocentes usando como cebo un amor fingido, crías que corrían hacia la muerte por un romance que sólo existía en una pantalla de ordenador, “locos peligrosos” a los que se podía herir en lo más profundo del alma por no acudir a una fiesta… Salió de la casa, sumida en sus pensamientos. El sonido del móvil de Carlos la devolvió al mundo real. Él sacó su teléfono y lo miró, intrigado.

— Es Gus. Seguro que llama para decir que se aburre— descolgó sonriendo-. Dime, ¿qué te pasa ahora?— escuchó unos segundos en silencio mientras la sonrisa iba desapareciendo de su cara-. Tranquilo, vamos ahora mismo.

— ¿Qué es lo que pasa?— preguntó Natalia, mientras le seguía.

— Vamos a tu casa— contestó él. — Gus dice que Caronte ha vuelto.

Natalia y Carlos entraron en el salón a paso rápido. Gus les saludó con un gesto mecánico y se giró para teclear en el ordenador. Al cabo de unos segundos, lo vieron. Donde otros días sólo aparecían cinco nombres, hoy el programa arrojaba un mensaje que avisaba que existían demasiados usuarios con esos datos y que deberían concretar más.

— ¿Qué demonios significa eso?— preguntó Carlos.

— Que se está escondiendo. He hecho varias búsquedas a lo largo del día y cada vez hay más. Ya debe haber unas doscientas cuentas con su nombre. Lleva todo el día creando nuevos usuarios con sus datos, y no sé cuando parará— contestó Gus.

— ¿Y cómo vamos a encontrarle ahora?— dijo Natalia, preocupada.

— Ese es el problema, que no lo sé. Aunque consiguiésemos saber con que cuenta está conectado en un momento dado, puede cambiar cada cierto tiempo para despistarnos. Es imposible tenerlas vigiladas todas— Gus se giró, apartando la mirada de la pantalla, como si le hiciese daño mirarla. Una chispa de rabia brillaba en sus ojos.

— Pero no puede permitirse estar cambiando de cuenta. Tiene que hablar con las chicas que elija y ellas sospecharían— argumentó Natalia.

— Una mierda van a sospechar… Tú también has leído sus chats, Natalia. Comen en su mano, sólo ven lo que él quiere que vean. Les dirá cualquier cosa, que hay alguien intentando hackearle, por ejemplo, y ellas le creerán, sin más preguntas. Lo sabes tan bien como yo— Gus se levantó furioso y se alejó unos pasos del ordenador. Miró un momento a su alrededor, como si buscase una salida y terminó por sentarse en el sofá-. ¿Alguien tiene un cigarrillo? Me los he fumado todos.

— No te pongas así, Gus. Esto no significa que no vayamos a cogerle— dijo Carlos, metiendo la mano en el bolsillo de su abrigo y tendiéndole el paquete.

— Pues no sé cómo porque, si no hemos podido pillarle cuando estaba confiado, a ver qué vamos a hacer ahora que se ha vuelto paranoico.

— Bueno, si sigue utilizando sus datos en todas las cuentas, ¿podría usar también la misma contraseña? Después de todo, creemos que también tiene un significado importante para él— argumentó Carlos.

— ¿Y qué quieres que haga sabiendo la contraseña? ¿Entrar todos los días en todas las cuentas para ver cuál está utilizando?

— Eso es. ¿Sería posible?

— Posible, sí. Pero, además de ser un montón de trabajo, porque no sabemos si se va a parar en los doscientos Carontes o piensa seguir hasta el infinito, cada vez que encontremos su cuenta nos llevaremos sin querer los mensajes que le hayan mandado mientras no esté conectado. Y, si alguien le comenta que le mandó un mensaje que a él no le ha llegado, saltará a otra cuenta y tendremos que volver a empezar— contestó Gus.

— Debemos tener cuidado— intervino Natalia-. Que haya utilizado este método indica que está asustado. Si seguimos presionándole, puede que se escape para siempre.

— ¿Cómo se nos va a escapar? Necesita seguir usando estos datos y, mientras siga haciéndolo, podremos encontrarle— protestó Carlos.

— No necesita usar esos datos, necesita asesinar. Es ahí donde encuentra el alivio a su obsesión. Los datos, el tipo de letra, la contraseña… son sólo aspectos del ritual. Lo hace así porque para él tiene un sentido, pero lo realmente importante es que los crímenes no paren. Si seguimos asustándole, es posible que se resigne a cambiar alguno de esos detalles, y le habremos perdido— le contradijo Natalia.

— Eso sin contar con que ICQ es sólo uno de los cientos de programas de chat que hay por la red. Si decide cambiarse de programa, podrían pasar meses antes de que volviésemos a encontrarle, aunque conservase todos los demás datos— añadió Gus-. No sé qué podemos hacer ahora.

Los tres quedaron en silencio, intentando encontrar la solución. Natalia encendió un cigarrillo, concentrándose, pero lo único que acudió a su mente fue la ya conocida sensación de fracaso. Tenía que haber algún modo, no era posible que Caronte hubiese pensado en todo. En ese momento, el sonido de un mensaje entrante rompió el silencio.

— Gus, alguien le ha escrito algo a una de “tus chicas”— avisó Natalia.

Gus se levantó del sofá y volvió a sentarse frente al ordenador.

— Carlos, Natalia…— dijo con un hilo de voz— Tenéis que ver esto.

Los dos miraron el mensaje y no necesitaron que Gus les diese más explicaciones de su nerviosismo para que ellos también lo sintiesen.

Hola, soy Alex, un chico de San Sebastián. Estaba muy aburrido así que me he puesto a buscar a alguien con quien hablar. ¿Tienes un rato libre?

Los tres se quedaron mirando al monitor, sin atreverse a decir nada. Por fin le tenían, estaba hablando con ellos… Después de tanto buscar a su fantasma, este aparecía, dispuesto a meterse de cabeza en la trampa que le habían tendido. Habían esperado tanto tiempo ese momento que la tensión les dejo paralizados.

— Vamos, Gus. Dile algo que se va a ir— dijo Carlos, venciendo su nerviosismo.

Gus le miró como si no supiese de qué le estaba hablando y por fin contestó:

— ¿Hablarle yo? Pero si no sé qué decirle… ¿Y si lo hago mal y no me contesta?

— Sólo faltaría que te fueses a quedar sin palabras justo ahora. Vamos, salúdale— el tono de Carlos fue más firme esta vez.

— Joder, Carlos, que es él… Es un jodido asesino de niñas y tú pretendes que le salude… Hay muchas cosas que me gustaría decirle, pero “hola” no es una de ellas. Lo va a notar y se va a fastidiar todo.

— A ver, ¿qué cojones te pasa ahora?— Carlos parecía cada vez más enfadado— Éste era tu plan y ahora que funciona, ¿te rajas? No te entiendo.

— Es que no puedo. Creí que podría hacerlo, pero ahora no sé que me pasa…

— Me da igual que puedas o no. Lo tienes que hacer y punto.

— Pues no lo voy a hacer. ¿Quién te crees que eres tú para darme ordenes?— el tono de Gus fue subiendo. Se levantó de la silla, enfrentándose a Carlos.

— Joder, sólo me faltaba eso por oír— Carlos también se levantó-. ¿Cómo que quien soy para darte ordenes? Pues el que te paga, ni más ni menos.

Natalia se sentó frente al teclado y empezó a escribir. Carlos y Gus dejaron de gritarse y la miraron intrigados.

— ¿Se puede saber que haces?— preguntó Carlos.

— Darnos un poco de tiempo para que terminéis vuestra pelea de gallos y podamos seguir trabajando— contestó Natalia, mientras tecleaba-. Él no va a esperar indefinidamente y no voy a permitir que le perdamos porque hayáis decidido comprobar ahora quien es más machito de los dos. ¿No podíais partiros la cara más tarde?

Se quedaron en silencio mirando lo que escribía Natalia. Ella terminó el mensaje y lo leyó en voz alta para que le diesen su opinión:

Estoy buscando información en Internet para un trabajo de clase. Si puedes esperar cinco minutos para que tome nota de unos datos, estaré contigo enseguida.

— ¿Qué os parece? ¿Lo envió para que espere mientras seguís peleando?

— ¿Pero cómo vas a mandar eso? Se supone que es una chavala de catorce años, no una académica de la lengua— contestó Gus mientras se sentaba de nuevo en su sitio y empezaba a retocar el mensaje de Natalia-. Hay que hablar más normal. Si llega a leer eso, no nos vuelve a hablar en la vida, o porque se huele que es una trampa o porque pasa de una tía tan pedante. ¿Qué te parece ahora?

— Que debería haber dejado que Carlos te pegara— expresó Natalia, dolida.

— Joder, Natalia, que era broma— se disculpó Gus-. Anda, léelo.

Estoy buscando unas cosas para un trabajo de clase. ¿Puedes esperar cinco minutos?

— ¿Has visto que sencillo? No hay que adornarlo tanto. ¿Lo mando?— Carlos y Natalia asintieron— Bueno, ¿y ahora qué hacemos?

— No sé, para mí ha quedado muy claro que puedes hablar con él. De hecho, acabas de hacerlo— señaló Natalia.

— Ya, pero no es lo mismo que mantener conversaciones con ese tío todos los días e intentar convencerle de que me está enamorando y todo eso— objetó Gus.

— Ya sé que no es lo mismo pero alguien tiene que hacerlo— intervino Carlos-. Y tú eres el que más tiempo tiene y el que mejor maneja Internet. Yo no sabría ni pedir un chat. Tienes que hacerlo, Gus. No podemos desperdiciar esta oportunidad.

— ¿Y si lo hago mal y se da cuenta?

— Estaríamos igual que ahora. No perdemos nada por probar— le animó Natalia.

— Es que me pone los pelos de punta pensar en hablar con el tío este mientras él está planeando cómo va a sacarme los ojos.

— Por eso no tienes que preocuparte. Sólo estás interpretando un papel. Tú no tendrás que acudir a ninguna cita. Él nunca va a estar más cerca de ti de lo que lo está ahora— intentó tranquilizarle Carlos. El sonido de la respuesta de Caronte les hizo volver a mirar el monitor, expectantes-. Espero que no se haya enfadado por hacerle esperar.

Vale, te espero lo que haga falta. Ahora mismo no tengo nada más que hacer. ¿Me autorizas?

Gus aceptó que le añadiese a su lista de contactos y le envió a su vez una petición de autorización. Unos segundos después, le llegó la confirmación.

— Parece que le tenemos. Podremos verle cuando se conecte y, además, sabemos cuál es la cuenta que está utilizando, por si nos hace falta— Gus suspiró, resignado-. Bueno, si me dais un cigarrillo para que me tranquilice, empezaré a dejarme cazar.

Cinco minutos después, Gus empezó a teclear el primer mensaje, sintiendo los nervios retorciéndole el estomago. Tenía que conseguir meterse en el papel o se quedaría bloqueado de nuevo en cualquier momento.

Ya he acabado. Podemos hablar ahora, si todavía tienes tiempo.

Esperaron unos segundos en silencio hasta que llegó la respuesta.

Claro, ¿quieres chatear? Es que no me gusta hablar por mensajes, es mucho más lento.

Gus aceptó la petición de chat sintiéndose aún más nervioso. Ahora no tendría ni siquiera los segundos que transcurrían de un mensaje a otro para consultarles a Carlos o Natalia. No sabía si estaba preparado. Tendría que estarlo, no le quedaba otro remedio.

— Hola de nuevo. Ya pensaba que te habías olvidado de mí. :-(

— Perdona. Es que tengo que entregar ese trabajo en una semana y no tengo nada.

— ¿De qué es el trabajo? A lo mejor te puedo ayudar.

Gus se giró hacia los demás pidiéndoles una respuesta. En esos momentos no se le ocurría qué contestar. Ellos se quedaron mirándole, temerosos de hablar, como si Caronte pudiese escucharles. Viendo que no iban a ayudarle, decidió improvisar:

— De historia. Sobre la revolución francesa.

— Vaya rollo. Ahora mismo no me acuerdo de nada, pero en caso de que consiga acordarme, te mandaré un mensaje, ¿vale?

— Gracias, tampoco hace falta que te molestes. Supongo que en Internet habrá algo, el problema es que no consigo encontrarlo.

— ¿Qué curso estás estudiando?

Gus se quedó paralizado ante esa pregunta. Ni siquiera se había acordado de mirar la información de la cuenta que había recibido el mensaje. Si Caronte le preguntaba en ese momento, no podría decirle ni como se suponía que se llamaba. Mientras se maldecía por un error tan tonto, buscó la información de la cuenta. El nickname era Arwen, el nombre Silvia López, vivía en La Reineta, tenía catorce años y era Géminis. Bien, con eso podría contestar a cualquier cosa que le preguntase.

— ¿Qué estudia la gente de catorce años?— preguntó Gus.

— No sé, como lo han cambiado todo…— dijo Natalia— Creo que tercero de E.S.O.

Gus volvió al teclado, rezando para que Caronte no hubiese sospechado demasiado por su tardanza.

— Tercero de ESO.

— Como has tardado. ¿Te lo has tenido que pensar?

— No, es que mi madre ha venido a preguntarme si iba a merendar algo. Perdona.

— Tranquila. Tu nick es muy bonito. ¿Has leído El señor de los anillos?

Gus pensó antes de contestar. El sí se lo había leído, pero no era muy creíble que una cría de catorce años lo hubiese hecho.

— No, sólo con ver las hojas que tiene, me pongo mala. El nombre me lo dijo mi hermano y me gustó, así que lo elegí como nick pero ni siquiera sé quién es ella en el libro.

— Bueno, habrás visto las películas, ¿no?.

— Pues no. No tenía con quien ir al cine y pasaba de ir con mi hermano y sus amigos.

Gus desvió la mirada del monitor para saber, por las expresiones de Natalia y Carlos, si lo estaba haciendo bien. Natalia asintió, animándole a que continuara.

— ¿Y no tenías ninguna amiga con la que ir?

— No, no suelo salir por ahí. No me llevo bien con las chavalas de mi clase.

— Cuando quieras te invito a verlas. Las tengo todas. :-)

— Gracias, pero me va a salir un poco caro si tengo que ir a San Sebastián.

— Bueno, la invitación está en pie. Además, siempre puedo ir yo.

— ¡Qué amable! Si me acabas de conocer… Ni siquiera sabes si soy una borde…

— Por el momento no lo creo. Pareces bastante simpática.

— Gracias, tu también. Oye, ¿y tu nick qué significa?

— Ja, ja… Bueno, no sé si decírtelo. Igual te asustas. Es el nombre del barquero que cruzaba a los muertos la laguna Estigia, camino al infierno, en la mitología griega. Encantador, ¿verdad?

— Vaya, pues no mucho. ¿Y por qué te pusiste ese nombre?

— Me gustó. Espero que no creas que soy un bicho raro y me dejes de hablar.

— No, para nada.

— Pues me alegro. Oye, te voy a tener que dejar porque he quedado. ¿Podríamos hablar en otro momento?

— Claro, yo me conecto un rato todas las tardes cuando vuelvo de clase.

— Bien, hasta mañana entonces.

Caronte cerró el chat y, al cabo de unos segundos, desapareció de ICQ. Gus miró de nuevo a Carlos y Natalia, esperando su opinión.

— ¿Ya está? ¿Se ha marchado?— preguntó Carlos.

— A lo mejor es cierto que tiene algo que hacer. Esto no tiene que significar que nos ha descartado— contestó Gus.

— Puede que esté haciendo una preselección y que por el momento no tenga mucho tiempo. Recordad que su lista de contactos está vacía— señaló Natalia-. Si nos vuelve a hablar en los próximos días, será que le hemos gustado.

— Joder, esto parece una entrevista de trabajo. ¿Y qué vamos a hacer ahora?— preguntó Carlos.

— Esperar y seguir con lo nuestro. Si le insistimos demasiado, podemos asustarle— sugirió Natalia-. Por el momento el cebo está echado y parece que está picando. Gus ha hecho un gran trabajo. Ha retratado a la víctima ideal para Caronte: joven, inocente, sin relaciones sociales… Una presa fácil para sus encantos. Yo creo que funcionará.

Gus se conectó en modo invisible y los tres se separaron del ordenador y se sentaron en los sillones para seguir comentando lo que había sucedido. Cada poco tiempo, uno de los tres giraba la cabeza hacia el monitor esperando un mensaje de Caronte, a pesar de que éste había dicho que no volvería hasta el día siguiente. Media hora después el sonido de otro mensaje hizo que todos levantasen la cabeza, expectantes. Gus lo abrió y después se giró, con una gran sonrisa de triunfo en la cara, para leerles lo que acababa de recibir.

He vuelto rápido de la calle para poder seguir hablando contigo, pero ya no estabas. Me he sentido mal por tener que dejarte cuando empezábamos a conocernos. Habrás pensado que soy un antipático. Para compensarte, te mando la dirección de unas páginas de Internet con información sobre la revolución francesa. Espero que te sirvan de algo. Un beso.

CAPÍTULO TRES

Carlos y Natalia volvieron al coche, abatidos. Ya habían terminado con los interrogatorios a los sospechosos de la lista y el resultado era desalentador.

— Esto no ha servido de nada. Ninguna de las personas que hemos interrogado posee las capacidades necesarias para haber cometido los crímenes— comentó Natalia-. Todo esto es una pérdida de tiempo.

— Bueno, no te desesperes. Quizá podrías volver a mirar la lista de suicidas y encontrar más sospechosos— intentó consolarla Carlos.

— No creo que vaya a funcionar. Tenía buenas razones para descartarlos cuando lo hice. Nos estamos arriesgando mucho con cada interrogatorio que realizamos y no creo que vaya a dar ningún resultado. Creo que deberíamos abandonar esta línea de investigación.

Carlos se encogió de hombros y arrancó el coche.

— ¿Y qué sugieres que hagamos ahora?— le preguntó— ¿Sentarnos a mirar como Gus habla con él, rezando para que caiga en la trampa?

— No lo sé… Siento que esta idea no haya funcionado… Quizá hice mal la criba desde el principio, quizá sea alavés o tenga más de veinticinco años…— sugirió ella.

— Pues ahí ya no podemos hacer nada. Aguirre no va a facilitarme un solo expediente más ahora que no estoy en el caso. Necesitamos pensar otra cosa.

Natalia quedó en silencio, mirando por la ventanilla mientras se concentraba. Atardecía y los rayos débiles del sol arrancaban destellos plateados a las paredes del Guggenheim, trayendo a su memoria recuerdos que trataba de borrar cada día.

— ¿Qué hay de esa chica con la que salía Alex?— preguntó ella, al cabo de unos segundos— Esa por la que se peleó con Eneko.

— No, ella no pudo matarle. Ya la interrogaron tras el asesinato y su coartada es espectacular. Estaba en un campeonato de natación delante de más de doscientas personas. Quedó tercera.

— No me refiero a si pudo haberle matado. Salió con él hasta dos semanas antes del asesinato— explicó ella-. Puede tener información sobre los enemigos de Alex, sobre sus contactos de Internet…

Carlos desvió la mirada de la carretera durante un momento y le lanzó una sonrisa cansada.

— ¿No podías haber pensado eso hace un mes? ¿Cómo le explico ahora a Aguirre que voy a volver a San Sebastián a interrogar a una persona relacionada con un caso del que me han apartado? Una cosa es pasearnos por Bilbao haciendo preguntas a gente que no tiene nada que ver y otra muy distinta interrogar a la novia de la primera víctima.

Natalia volvió a callar. Carlos tenía razón. Si Aguirre volvía a sorprenderles haciendo algo incorrecto, no dudaría en despedirles. Sin embargo, ahora que se le había ocurrido, no conseguía sacarse la idea de la cabeza. Seguramente aquella chica era la persona con más información sobre las últimas semanas de la vida de Alex. Quizá mereciese la pena arriesgarlo todo por la investigación, por el equipo, por él… Miró a Carlos y ya no tuvo más dudas.

Gus apartó la vista de la pantalla. Hacía rato que no oía al perro hacer ningún ruido y eso sólo podía significar malas noticias. Se levantó y empezó a buscarlo por la casa. Unos segundos después, oyó el sonido de sus pasos al correr por el pasillo. El cachorro se acercó a él, con la cabeza baja:

— ¿Dónde estabas, Art?— le preguntó Gus, agachándose a acariciarle— ¿No habrás vuelto a hacerte pis en una de las alfombras?

El perro ni siquiera le miró, como si no supiese de qué le estaba hablando.

— Lo has hecho— Gus suspiró-. Nos estás buscando la ruina, chaval. Tú no sabes lo especial que es Natalia para sus cosas. Para ti no es tanto problema, aunque la culpa sea tuya, porque eres pequeño y simpático pero a mí me va a arrancar la piel a tiras… Oye, que te estoy hablando…

Art se dirigió al salón meneando la cola, como si no hubiera pasado nada. Gus resopló con fuerza y fue a buscar el lugar del “accidente” mientras se decía a sí mismo que se notaba que el perro era de Carlos porque ambos eran igual de bordes. Por suerte, sólo tuvo que fregar el suelo de la cocina. Después regresó al salón. El cachorro estaba tumbado sobre la alfombra y levantó la vista al oírle entrar.

— Bueno, ya está arreglado. Ahora te quedas ahí quieto y, si quieres algo, lo pides, ¿entendido? A ver si te portas bien que tengo más cosas que hacer que andar todo el día detrás de ti para que no hagas ninguna tontería.

El perro bostezó y apoyó la cabeza sobre las patas delanteras, dejando bien claro que no le importaba lo que Gus tuviese que hacer.

— Desagradecido. Ya me vendrás llorando cuando llegue la hora de comer.

Volvió a mirar el ordenador. Caronte ya estaba conectado y le había mandado una petición de chat. Se sentó y la aceptó.

— Hola, Silvia. Ya empezaba a echarte de menos.

— Lo siento. Sólo me he retrasado cinco minutos, ¿no?.

— Sí, pero siempre eres puntual. Y no me gustaría quedarme sin hablar contigo.

— Perdona, el perro se había hecho pis en la cocina y he tenido que limpiarlo.

— ¿Tienes perro? No me habías dicho nada.

Gus se maldijo por haber dejado escapar un dato real. Bueno, tampoco tenía importancia. Además su personaje sería más creíble si podía contar historias verdaderas.

— Bueno, no es mío. Es de mi hermano pero, cuando él no está, soy la encargada de cuidarlo.

— Pobre, todo el día ocupada.

— No me importa. Es muy majo. Se llama Art y es un cachorro de pastor alemán.

— Es un nombre muy bonito. ¿Qué significa?

— Es el diminutivo de d’Artagnan. Una parida de mi hermano, no sé por qué se lo puso.

— A mí también me gustan mucho los perros.

— ¿Tienes uno?

— No, por el momento. Cuando tenga mi propia casa.

— ¿Tus padres no te dejan?

— No creo que les gustase la idea. Paso de preguntárselo.

— ¿No te llevas bien con ellos?

— No mucho. Oye, ¿sabes que hoy es un día de fiesta?

No había manera de sacarle algo acerca de su familia, nada de su vida privada. Cada vez que la conversación se dirigía a esos temas contestaba con monosílabos o cambiaba de tema. No se atrevió a insistir más. Aunque Caronte no sospechase que era una trampa, podía decidir que Silvia hacía demasiadas preguntas para su gusto, que iba a ser una presa difícil… No podía arriesgarse a que cambiase su objetivo. Decidió seguirle la corriente, ya volvería al tema cuando tuviesen más confianza.

— Pues será en San Sebastián porque aquí es un día normal.

— Es una fiesta muy importante, al menos para mí. Hoy hace una semana que nos conocimos. :-)

— ¿Celebras cada vez que conoces a alguien en ICQ?

— No, sólo cuando conozco a alguien muy especial.

— ¿Y son muchos?

— Por el momento sólo una persona y no creo que vaya a conocer nunca a nadie más tan simpático.

Gus sonrió. Iba rápido el chico, ya le estaba entrando. Natalia le había advertido que Caronte estaría desesperado por el tiempo que había pasado inactivo y que sería menos cauto que en otras ocasiones. Él debía ponérselo fácil, pero no tanto como para que sospechase. ¿Y cómo demonios se hacía eso? Quizá las mujeres nacían con un master en ese tema, pero él no tenía ni idea de cómo comportarse. Lo mejor sería hacerse un poco el tonto.

— Vaya, pues gracias. No sé qué decir.

— No tienes que decir nada. Sólo seguir siendo como eres.

— Vas a conseguir que me ponga roja.

— Ja, ja… No te avergüences, mujer. He dicho esto para que sepas que, aunque sólo ha pasado una semana, para mí es muy importante hablar contigo. Me haces sentir muy bien. Y espero que tú sientas lo mismo.

— Claro, me encanta que seas mi amigo.

— Bueno, y como no quiero que te sientas más incómoda, cambiaré de tema. Cuéntame, ¿qué tal te ha ido hoy el día?

El agudo timbre del instituto rompió el silencio. Un instante después, una marea de adolescentes empezó a invadir el patio. Natalia se acercó a un grupo de chicas que aparentaban la edad de la que estaba buscando y preguntó por ella. Le señalaron una esquina del campo de baloncesto. Caminó hacia allí, observada por cientos de ojos que la veían como una intrusa. Se planteó lo diferentes que le resultaban aquellos chicos, la sensación de rechazo que dejaban traslucir hacia alguien “tan mayor”. Le hacían sentirse extraña, vieja.

— Perdonad. ¿Alguna de vosotras es Esther Urrutia?

— Soy yo— contestó una de ellas, girándose desafiante-. ¿Pasa algo?

Natalia le hizo un gesto para que la siguiese y se separaron de sus compañeras. Observó a la chica. Era una autentica belleza: rubia, alta, atlética… Sin embargo, Alex la había engañado decenas de veces. Nunca entendería a los hombres.

— Soy la inspectora Egaña— se presentó, rezando para que a nadie se le ocurriese nunca comprobar los datos-. Quería hablar contigo sobre Alex.

— ¿Otra vez?— preguntó ella con voz cansada— ¿Es que esto no va a acabar nunca?

Natalia captó una chispa de tristeza en sus ojos. Podía no haber estado saliendo con él en el momento en que lo mataron, pero parecía que seguía importándole, incluso después de todo ese tiempo.

— Lo siento, sólo serán unos minutos. Me gustaría saber algunas cosas de la época en la que salíais juntos.

— ¿Por qué? Nuestra relación no tuvo nada que ver con su muerte.

— Lo sé, pero supongo que pasaríais mucho tiempo juntos, que él confiaría en ti…

— Eso mismo creía yo, pero al final no era cierto— la chica se encogió de hombros y la miró con tristeza-. Está bien, intentaré ayudarla. Pregunte lo que quiera.

— Bien, sabemos que Alex se conectaba a un programa de chat. ¿Te comentó alguna vez con quién hablaba?

— Claro, se pasaba el día hablándome de eso… Era su diversión favorita en Internet. Le gustaba tomarle el pelo a la gente— contestó ella.

— ¿A qué te refieres con “tomarle el pelo”?

— A fingir que estaba enamorado de otras chicas. Les decía lo maravillosas que eran, lo mucho que las quería, lo felices que serían cuando estuviesen juntos… Así hasta que se cansaba de ellas y buscaba otras. Yo le dije muchas veces que me molestaba pero él se reía y decía que no tenía ninguna importancia, que sólo era una broma.

— ¿Sabes si alguna vez jugó a lo mismo con algún chico? Ya sabes, a fingir que era gay y que estaba enamorado de él.

— No, no creo que lo hiciera. O al menos, a mí no me lo contó— dijo la chica extrañada-. Y si lo hubiese hecho, le habría dado vergüenza contárselo a los amigos, por si pensaban algo raro, ya sabe…

— Sí, lo entiendo… ¿Sabes de dónde eran las chicas con las que hablaba?

Esther pensó unos segundos y volvió a encogerse de hombros. Sacó un cigarrillo de su bolsillo y le ofreció otro a Natalia. Ella negó con la cabeza y esperó.

— No lo sé, eran muchas… De todas partes del mundo…

— Trata de recordar— insistió Natalia-. ¿Hablaba con alguien de aquí cerca?

— No, con nadie de San Sebastián. No quería tener problemas… Aunque al final los tuvo…— la tristeza volvió a empañar sus ojos.

Natalia se quedó pensativa unos segundos. No estaba avanzando y no estaba dispuesta a haber corrido ese riesgo inútilmente. Por alguna razón, sabía que aquella chica tenía las respuestas, sólo tenía que encontrar las preguntas adecuadas. Si Carlos estuviese allí, todo sería más fácil.

— ¿Te contó si alguna vez se peleó con alguien por Internet, si alguien le amenazó?

— Sí, eso me suena…— Esther calló durante unos segundos, concentrándose— Me contó que había estado hablando con una chica que tenía novio y que había tenido un par de broncas con el tío por Internet.

— ¿Y no dejó de hablar con ella? ¿No se sentía culpable por meterse en una relación?

— A Alex no le importaba nada cuando se trataba de divertirse. Creo que, como él se lo tomaba a broma, no podía plantearse que para los demás podía ser importante.

— ¿Puedes recordar algo más de esa chica? ¿O del novio?

— Creo que eran de Bilbao. Me comentó en broma que estaba preocupado por si el tío se volvía loco y venía a partirle la cara, y que no volvía a echarse una novia que estuviese a menos de mil kilómetros de distancia— volvió a quedarse callada unos segundos, concentrándose-. Y recuerdo el nombre de la chica. Se llamaba Mónica.

Natalia sintió un golpe en la boca del estómago. Por fin estaba en el camino correcto. No sabía cómo cuadrar aquello con las hipótesis de la personalidad de Caronte que tenían hasta el momento, pero ya se preocuparía de ello más adelante, cuando estuviese con Carlos.

— ¿Cree que pudieron matarle por eso?— preguntó Esther.

— No lo sé, tendremos que investigarlo. ¿Qué opinas tú?

La chica dio una última calada a su cigarrillo y lo aplastó contra el suelo, mientras pensaba. Cuando levantó la cabeza, una lágrima resbaló por su mejilla.

— No sé quién lo mató ni por qué pero Alex se lo estaba buscando— contestó con la voz quebrada-. No me entienda mal… No digo que se lo mereciera, nadie se merece que le pase algo así pero le gustaba demasiado jugar con los sentimientos de la gente… Parece que al final encontró a alguien al que no le gustaba jugar.

CAPÍTULO CUATRO

El humo del cigarrillo ascendía lentamente, cargando aun más el asfixiante ambiente de la habitación. Lo apagó en el cenicero rebosante. Parecía que Silvia no iba a conectarse nunca. Llevaba esperando desde la mañana a que ella apareciese, que demostrase que necesitaba que estuviesen juntos, aunque no hubiesen quedado hasta las cinco. Todas las otras chicas habían estado esperando alguna vez, aunque no estuviesen seguras de que fuese a aparecer, habían mandado mensajes o e-mails porque no soportaban las horas de separación. Pero con Silvia no sucedía eso. Era como si tuviese una vida aparte de la que no sabía nada. Siempre había sospechado que existía algo en ella que no conocía, algo oculto.

No sabía por qué tenía esa sensación de incomodidad al hablar con ella, por qué estaba tomándose más tiempo del necesario para pasar de la amistad. Ella era simpática, dulce, inocente… Seguro que estaba abierta a tener algo más que una relación de amigos. Entonces, ¿cuál era el problema? ¿Por qué intentaba retrasar ese momento?

Debía dejar de preocuparse. Esos pensamientos sólo eran producto de la ansiedad, sus nervios alterados hacían que viese fantasmas en cada rincón. No podía permitir que el miedo invadiera su vida y le impidiera realizar su deber. Tenía que darse prisa en realizar un nuevo sacrificio y esta vez no podía permitirse ningún fallo. No podría aguantar más tiempo esa tensión. Era su vida o la de una de las chicas. Y la única con la que llevaba hablando suficiente tiempo como para conseguir pronto una cita era Silvia.

Un sonido procedente del ordenador llamó su atención. Sonrió al ver su nombre en la pantalla. Era hora de aparcar los miedos y pasar a la acción.

— Hola, Silvia, ¡cuánto tiempo sin verte! Se me ha hecho eterno. No podía aguantar más sin hablar contigo.

— ¿Y eso por qué? ¿Te pasó algo importante ayer?

— Bueno, si y no… No sé cómo explicarlo ni cómo te lo vas a tomar.

— Dime, no puede ser tan malo. ¿Conociste a la chica de tus sueños?

— Otra vez sí y no…

— Pues como no te expliques más… Las adivinanzas nunca han sido lo mío.

— Está bien… Allá voy… No conocí a la chica de mis sueños, pero me di cuenta de mis sentimientos por una persona que ya conocía.

Gus se giró en el asiento y miró a Carlos y Natalia con expresión interrogadora.

— Éste se lanza. ¿Sigo haciéndome la tonta?— preguntó.

— Sí, déjale que lleve la voz cantante. Parece que lo tiene bien pensado. Tú sólo déjate llevar— le aconsejó Natalia, levantándose del sofá para acercarse al monitor.

— ¿Estáis seguros de que se va a lanzar?— dijo Carlos, incrédulo, sentándose al otro lado de Gus— A lo mejor ha decidido que esta relación no le convence y nos cuenta que va a salir con una antigua amiga suya.

— Como se nota quien no ha leído una sola línea de los chats. Es su estilo de declararse— contestó Gus mientras Natalia asentía-. Te digo que va a caer, ya lo veras.

Gus volvió a mirar hacia la pantalla y siguió escribiendo:

— Venga, cuéntamelo ya. No tengo ni idea de lo que quieres decirme.

— Está bien pero, te diga lo que te diga, espero que no dejes de hablarme. Esto es muy importante para mí… Ayer por la noche salí con unos amigos con los que siempre me había llevado muy bien y, sin embargo, pasé una de las peores noches de mi vida.

— ¿Te peleaste con ellos?

— No, que va… pero no me divertí ni un solo segundo, tenía la cabeza en otro sitio. Me pasé la noche pensando en lo mucho que te echaba de menos. No sé qué me pasa contigo. Sabía que me caías muy bien y que me encantaba hablar contigo pero no pensaba que te necesitara tanto. Y ayer, al pasar tanto rato sin ti, estuve toda la noche pensando en contarte cada cosa que me pasaba, imaginando qué dirías, manteniendo conversaciones contigo en mi cabeza. Acabé dándome cuenta de que me había enamorado de ti.

— Si me estás tomando el pelo, no tiene gracia.

— ¿Por qué dices eso? ¿Por qué iba a querer burlarme de ti?

— No sé… Tú tienes 19 años y yo sólo 14. Supongo que es muy divertido reírse de mis ilusiones.

— Yo nunca haría eso, juro que lo que te estoy diciendo es verdad. ¿De qué ilusiones hablas? ¿Acaso sientes lo mismo?

— Bueno, tú me gustas, desde hace tiempo…

— No sabes lo feliz que me hace escuchar eso. Tenía tanto miedo de que te enfadases y dejases de hablarme… Pensé en no decirte nada para no asustarte y poder tenerte al menos como amiga.

— Yo pensaba lo mismo. No podía imaginarme que alguien como tú fuese a fijarse en mí, pero al menos podía hablar contigo…

— ¿Cómo podías pensar eso? ¿Crees que iba a dejar escapar a alguien tan maravilloso como tú?

Gus dejó de teclear y miró a Carlos y Natalia con expresión triunfal.

— Ha picado. Ya sólo me queda pasarme horas y horas hablando de cuanto nos queremos, así que hacedme un favor y traedme algo de beber, que esto va para largo.

Cuando entraron en la cocina, Natalia se sentó en una de las banquetas y le señaló otra a Carlos para que hiciese lo mismo.

— ¿Pasa algo?— le preguntó, extrañado.

— Bueno, sí— respondió ella-. Esta mañana he pedido unas horas por asuntos personales en el trabajo y he ido a San Sebastián a interrogar a la antigua novia de Alex.

— ¿Es que te has vuelto loca? ¿Sabes lo que nos pasaría si Aguirre lo descubre?— Carlos se levantó de la silla y empezó a pasear por la cocina.

— Lo que me pasaría. En caso de que lo descubran, la responsabilidad será exclusivamente mía— le corrigió Natalia-. Ya sé que me dijiste que no debíamos ir pero algo me decía que ella tenía datos importantes y no me equivocaba.

Carlos paró, la miró un momento y volvió a sentarse, mirándola atento para que continuase hablando.

— Bien, Esther me contó que Alex se divertía engañando a otras chicas a través de Internet, haciéndoles creer que estaba enamorado de ellas. Él le comentó que una de las chicas con la que chateaba tenía novio y que alguna vez los dos discutieron por ella.

— ¿Eso es todo?— preguntó Carlos, incrédulo-. ¿Y qué te hace pensar que eso tenga algo que ver con Caronte?

— El nombre de la chica. Se llamaba Mónica, como su contraseña de ICQ. El problema es que no se me ocurre cómo encajar todo esto con las hipótesis que tenemos sobre la personalidad de Caronte. Si el engañado hubiese sido el novio, si Alex le hubiese hecho creer que podrían tener una relación homosexual, ese chico podría ser nuestro primer sospechoso.

— Sobre eso quería hablarte— interrumpió Carlos-. ¿Qué pruebas tenemos de que Caronte sea homosexual y de que pudiese haber tenido una relación con Alex?

— Pruebas, ninguna… Por eso es una hipótesis. Sólo lo pensamos por el análisis grafológico de su letra de Internet.

— Ya, bueno… El problema está en que, por un lado, tenemos el hecho de que Caronte eligió esa letra, lo cual puede no querer decir nada aparte de que ese tipo de letra le gustaba y, por otro, tenemos las declaraciones de todos sus amigos, familiares y conocidos que afirman que Alex se pasaba el día persiguiendo chicas.

— Pero el análisis puede estar en lo cierto. Mi amiga es una gran grafóloga. Y esa obsesión por las chicas podría ser un disfraz para ocultar su homosexualidad— repuso Natalia, enfadada.

— O puede ser simplemente que le gustaban las chicas— contestó Carlos, sonriendo conciliador ante el tono de Natalia-. No estoy diciendo que rechacemos esa hipótesis, sólo digo que tengamos también en cuenta la hipótesis de que Alex podía no ser homosexual.

— ¿Entonces qué era lo que le unía a Caronte?— preguntó Natalia.

— Bueno, tú misma has dicho algunas veces que la hipótesis no cuadraba del todo, que, si Caronte es un homosexual que reniega de ello, debería asesinar a otros homosexuales o intentar violar a las chicas para demostrarse que es capaz de hacerlo. Creo que deberíamos plantearnos nuevas hipótesis acerca de que era lo que unía a Caronte con Alex e intentar probarlas. Como, por ejemplo, que ninguno de los dos fuese homosexual, que se peleasen por la misma chica y que el novio de ella acabase tan harto que decidiese matarlo.

— Es posible, pero eso sigue sin responder a la pregunta de por qué elige chicas como víctimas. Sería más lógico que se vengase del daño que le hizo Alex en la persona de otros chicos— le discutió Natalia.

— Estamos negativos hoy, ¿eh?— bromeó Carlos.

— No, no es eso. Podemos tomar como válida cualquiera de esas hipótesis. En realidad, cualquiera de ellas podría ser la verdadera. O todas podrían ser falsas— dijo ella, sintiéndose perdida y confusa.

— Tampoco hace falta que nos hundamos ahora— intentó animarla Carlos-. Lo único que quiero es que no nos cerremos a ninguna idea. Y tienes que reconocer que esta última es bastante coherente. Los celos son un móvil muy poderoso. Intenta encontrarle una lógica.

— Está bien— dijo Natalia, intentando concentrarse-. Imaginemos una relación en la que el chico está muy enamorado pero la chica prefiere a Alex. Él no puede soportarlo más y le asesina pero quien le traicionó realmente fue ella. Por eso sus víctimas son mujeres a las que conoce por Internet. Va vengándose de esa chica en la persona de todas ellas— reflexionó Natalia, mientras asentía-. Y por eso no asesina a más hombres. Alex sólo era un rival que debía eliminar pero, lo que de verdad le hirió, fue el rechazo de la chica, por eso tiene que repetirlo una y otra vez.

— ¿Lo ves? Todo tiene sentido.

— Sí, no lo puedo negar. Pero, no sé por qué, no me convence— insistió ella.

— No te convence porque contradice todas tus maravillosas hipótesis anteriores. Pero no te preocupes, todos podemos equivocarnos. A mí me alegra comprobar que tú también eres humana— bromeó Carlos.

— No soy tan orgullosa como para no reconocer mis errores… Y te recuerdo que los datos que nos llevan a esta última hipótesis también los he conseguido yo.

— Está bien, no te enfades— dijo él-. Ya sabes que siempre tengo en cuenta tus ideas. A ver, dime, ¿qué crees que pasó con Mónica?

— Lo más probable es que también la asesinase. Así que lo único que tienes que hacer es convencer a alguien de archivos de que busque asesinatos similares sin resolver y, una vez que la encontremos, sabremos quién era su novio y podremos detenerle.

— ¿No crees que es posible que ella esté viva?— le preguntó Carlos.

— ¿Viva? No, no lo creo— contestó ella-. Si suponemos que los crímenes que está cometiendo son una recreación de lo mucho que la odia, lo lógico sería pensar que a la primera que mató fue a ella pero que sus deseos de venganza eran tan fuertes que no le bastó con matarla una vez. Por eso tiene que reproducir su asesinato.

— ¿Y si la amaba tanto que no pudo matarla? Quizá con los asesinatos no esté reproduciendo su muerte sino sustituyendo una muerte por otra.

— No sé… Sabemos que es una persona muy obsesiva, aferrada al deber. Si esa chica le hizo tanto daño, no debería permitir que siguiese viviendo.

— ¿No has querido nunca tanto a alguien como para perdonarle todos sus fallos, como para que el deber deje de tener valor y sólo te importe estar junto a esa persona?— le dijo Carlos con voz suave mientras la miraba fijamente-. Te puede pasar aunque sepas que no es el momento, aunque en un primer momento esa persona te pareciese inadecuada. ¿No te has sentido nunca así?

Natalia no supo qué contestar en un primer momento. ¿Estaba hablándole de los sentimientos de Caronte o de los suyos? ¿A qué estaba jugando? ¿O era sólo su imaginación la que le hacía ver significados ocultos donde no los había?

— Hay gente para la que el deber es lo más importante, que sabe controlar sus sentimientos y hacer lo que tiene que hacer— contestó por fin, forzándose a mantenerle la mirada-. Y creo que Caronte es ese tipo de persona. Pero no descartaremos la idea de que pueda seguir viva. Si esa chica estuvo una vez en ICQ, es posible que aún utilice esa cuenta. Voy a pedirle a Gus que busque sus datos.

Le pareció que en los ojos de Carlos brillaba una chispa de desilusión. Quizá sí estaba tratando de decirle algo y ella acababa de estropearlo. Salió de la cocina intentando ignorar esas dudas. Si de verdad él sentía algo por ella, si podía haber algo entre los dos, podrían hablarlo cuando el caso estuviese resuelto. El miedo a estar dejando escapar su última oportunidad volvió a atormentarla pero sabía que estaba haciendo lo correcto. Caronte estaba a punto de caer, podían esperar unos días más.

Los faros de su coche alumbraron la siguiente curva, tan cerrada como las anteriores. ¿Es que nunca iba a llegar arriba? Le parecía imposible que alguien pudiese habitar en un sitio tan alejado de la civilización, pero Silvia le había dicho que vivía allí y no tenía ninguna razón para desconfiar de ella. Tenía que encontrar un lugar perfecto para el sacrificio, comprobar que el sitio era seguro y que todo saldría perfecto.

La empinada cuesta acabó y llegó a un grupo de casas de pueblo. Allí debía vivir Silvia. Siguió por un pequeño camino blanco y enseguida divisó un campo de rugby abandonado. Condujo hasta allí, observando el lugar. Era solitario y no estaba tan lejos como para que ella se sintiese insegura y no acudiese, pero estaba a menos de tres minutos del pueblo, las casas se divisaban perfectamente desde allí. Si ella gritaba, era posible que la oyesen, así que debía atacar con precisión y dejarla inconsciente al primer golpe. Al otro lado del camino empezaba un bosque que iba elevándose en ligera pendiente hasta cubrir toda la montaña. Paró el coche a un lado del camino y salió. El aire era muy frío y traía un fuerte olor a pino y a humedad. Encendió un cigarrillo y caminó hacia la espesura. El suelo estaba cubierto de agujas mojadas y resultaba muy resbaladizo. Caminó en paralelo al campo de rugby, ocultándose entre los árboles. Sonrió. Ya había encontrado el lugar perfecto en el que esperarla y, además, el bosque le serviría para esconderse si algo salía mal. Trató de apartar ese pensamiento de su mente. No podía salir nada mal, esta vez no.

Se sentó en una roca y continuó fumando mientras pensaba en todos los detalles. Era posible que, al ver que no llegaba, Silvia decidiese ir hasta la cuesta para ver si venia, incluso que decidiese bajar hasta la parada del funicular. Debía evitar eso a toda costa. Ella tenía que quedarse en ese sitio pasase lo que pasase. Le insistiría en ese punto cuando concertasen la cita. Si ella se quedaba allí, mirando hacia el pueblo para ver si llegaba, le sería muy fácil acercarse por el bosque y sorprenderla por detrás. Ella nunca esperaría que apareciese por allí.

Se levantó de la roca y volvió hacia el coche. Arrancó de nuevo, siguiendo el camino blanco hacia delante. Éste seguía rodeando la montaña, subiendo poco a poco hasta llegar arriba. Debía ser un camino muy transitado en verano pero en una noche de invierno no habría nadie. Dejaría el coche tras la primera curva, lo más cerca posible de la sombra de los árboles, y después volvería, andando a través del bosque para colocarse a esperarla. Después utilizaría el mismo camino para volver. Parecía que iba a ser fácil.

Giró con cuidado aprovechando una campa y volvió hacia el pueblo. La sensación de inquietud en su estomago seguía presente, cada vez más fuerte. Debía olvidar los nervios, todo iba a salir bien. Pasó de nuevo junto al pequeño grupo de casas, pensando que en una de ellas Silvia estaría durmiendo tranquilamente, que estaba tan cerca… Si pudiese llamarla por teléfono y decirle que había ido a verla por sorpresa y que saliese, podrían terminar en ese mismo momento. Pero no podía ser así. Debía hacer las cosas bien. Si tenía un poco más de calma, todo saldría perfecto esta vez.

CAPÍTULO CINCO

— Siempre he sido muy mala en matemáticas. La verdad es que no soy buena en ninguna asignatura.

— No digas tonterías. Si tú eres una chica muy lista… Lo único que tienes que hacer es confiar más en ti, como yo lo hago.

— Ya, y meter más horas pero es que estudiar no me gusta.

— Paso de ponerme en plan padre y decirte lo que deberías hacer pero quizá sí deberías estudiar más.

Gus sonrió. Vaya cara tenía el tío. ¿Cómo podía estar planeando asesinar a una chica, saber que no tenía ningún futuro y encima intentar convencerla de que se pasase sus últimos días de vida estudiando?

— Sí, claro… Por ejemplo, podía dedicarle las horas que hablo contigo.

— No, por favor… :-(

— Que era broma. Tú eres muchísimo más divertido que las matemáticas.

— Eso espero porque a mí me encanta estar contigo.

— Hombre, pues lo que se dice estar, no estamos juntos.

Gus aguardó con ansia la contestación, esperando una promesa o al menos una sugerencia de una futura cita. Por el momento, Caronte no había intentado nada y le ponía nervioso pensar que esa falta de prisa podía deberse a que tuviese elegida otra posible víctima con la que citarse. Escuchó el ruido de las llaves en la cerradura y unos tacones en el pasillo. Gus no se movió de la silla para saludar a Natalia. Lo que estaba haciendo en ese momento era mucho más importante.

— Bueno, eso será porque tú no quieres.

— ¿Quién ha dicho que yo no quiero? Pero si lo estoy deseando…

— Ah, pues yo no te había dicho nada porque pensé que igual era demasiado pronto y me ibas a decir que no. No quería asustarte.

Natalia entró en el salón seguida del perro, que correteaba entre sus pies. Gus la saludó con una sonrisa.

— Ven, corre… Dice que quiere que quedemos.

Ella se acercó con rapidez, acercó una silla y se sentó al lado de Gus, que estaba escribiendo la contestación:

— ¿Por qué me iba a asustar? Pensé que sabias que me encanta hablar contigo y que me muero de ganas de conocerte.

— Ya pero no sabía si querrías una cita tan pronto. Ya sabes, como hay mucho colgado en Internet, sobre todo desde que empezaron los asesinatos de esas chicas… A lo mejor no te atrevías a quedar conmigo a solas.

— No te preocupes por eso, te conozco. Sé que no tengo nada de lo que preocuparme.

Gus se rió, mientras sacaba dos cigarrillos de su paquete.

— Joder, con el tío… Hablando con él nadie diría que se dedica a asesinar niñas. Se tira piedras a su propio tejado.

— No, para nada… Lo hace muy bien— comentó Natalia mientras aceptaba el cigarrillo-. Plantea él las objeciones antes de que las chicas puedan hacerlo, de manera que son ellas las que se las rebaten y se convencen a sí mismas.

— No entiendo a qué te refieres— dijo Gus.

— Es mucho más convincente que él diga en broma que puede ser un asesino a que se te pueda ocurrir a ti, te pases toda la noche dándole vueltas y luego él intente convencerte de que es un buen chico. A ver, ya contesta.

— Pues ya me alegro. No sabes las ganas que tenía de que pudiésemos encontrarnos. Lo que pasa es que no sé cuando nos podríamos ver.

— En cuanto puedas. Yo no tengo nada mejor que hacer y, además, ya me estoy poniendo nerviosa.

— Tengo que pensarlo. Ya sabes que no es lo mismo que si vivieras en el pueblo de al lado.

— Pero desde San Sebastián sólo se tarda una hora en autobús hasta Bilbao.

— Ya, pero luego tendría que ir hasta dónde vives tú, y me has dicho que está bastante lejos de Bilbao.

— Podríamos quedar en Bilbao.

— No, ni hablar. Un caballero no permitiría que su dama fuese a buscarle.

— ¡Qué tonto eres! Si con eso voy a conseguir que nos veamos antes, no me importa ir a buscarte. Ni siquiera me importaría ir hasta San Sebastián.

Natalia miró a Gus extrañada. Gus se giró hacia ella, sonriendo.

— ¿No le estás haciendo dar muchas explicaciones?— preguntó Natalia— Tanta insistencia puede resultar sospechosa.

— No, que va… Éste no se huele nada. Además, es una pequeña venganza por todos los chats que me he tenido que leer. Me gusta ver como intenta lucirse cuando se lo pongo difícil.

— Espero que sepas lo que estás haciendo. No me gustaría que se nos escapase ahora que estamos tan cerca.

— Tranquila, no se escapará. Además, es parte del papel. Se supone que estoy muy enamorada de él y que quiero verle cuanto antes. Si no le meto prisa, puede pensar que no tengo interés y ahí es donde podría sospechar.

La contestación de Caronte empezó a aparecer en la pantalla así que Gus volvió a girarse hacia el monitor.

— Ya te he dicho que no. Mira, tú me importas mucho, sé que te sonará a cursilada y que te reirás de mí pero me he enamorado de ti. Creo que eres la persona más maravillosa que he conocido en mi vida y quiero que, cuando por fin nos encontremos, todo sea perfecto. Por eso no quiero ir allí sin preparar nada, de cualquier manera, y que todo salga mal. No quiero perderte.

— Pero si no me vas a perder. Tengo tantas ganas de conocerte…

— Lo sé… Yo pienso que todo será fantástico pero no quiero arriesgarme, aunque me esté muriendo por verte. Prefiero esperar unos días más y planear un encuentro maravilloso.

— Está bien, como tú quieras.

— Te prometo que será muy especial. Será como si tu vida anterior acabase para empezar con algo totalmente nuevo.

Natalia se removió incomoda, admirando el autocontrol que Gus demostraba ante esos comentarios.

— Sí, claro, tan nuevo como una mesa de autopsias. ¡Qué desgraciado! Hasta se permite dar pistas.

— Sí, lo hace mucho— dijo Gus-. Parece que le gusta demostrarse a sí mismo lo listo que es.

— Pues esta vez se ha pasado. Ya verás lo listo que se siente cuando nos tenga delante.

— Oye, he estado buscando tu pueblo en mapas de Internet y me parece recordar que estuve allí hace unos años de excursión con unos tíos míos que viven en Bilbao. ¿Es un pueblecito pequeño que hay después de La Reineta, subiendo una cuesta muy empinada?

— Sí, es ahí. No puedo creerme que hayas estado aquí…

— Fue hace muchos años pero me acuerdo porque estuvimos merendando en una campa enfrente de un campo de rugby abandonado. Me pareció tan curioso que se me quedo grabado. ¿Se puede saber que hace un campo de rugby en un pueblo como Barrionuevo?

Natalia miró a Gus. Las manos le temblaban cuando las apoyó en el teclado para contestar.

— Ha estado ahí. Ha ido a visitar el pueblo para planear mi asesinato— dijo él en un susurro.

— Tranquilo, eso es que está a punto de caer— intentó tranquilizarle Natalia-. Sólo tienes que aguantar unos cuantos chats más y le tendremos.

Gus respiró un par de veces para tranquilizarse y empezó a teclear.

— Yo tampoco sé para qué lo pusieron aquí. Creo que no he visto que se utilice en toda mi vida. Supongo que los del Ayuntamiento lo decidieron en plena borrachera.

— Que raros sois en ese pueblo, por Dios. He pensado que podríamos quedar allí. Parecía un sitio tranquilo y así nadie nos vería y le iría con el cuento a tus padres. ¿Qué te parece?

— ¿Y cuándo quedaremos?

— No lo sé todavía. Tengo que mirar los horarios de autobuses a Bilbao y calcular cuánto tiempo me va a llevar llegar. Y también tengo que mirar cuánto dinero puedo reunir porque me voy a gastar una fortuna en transportes.

— Siento que sea tan complicado. :-(

— No te preocupes. Yo haría cualquier cosa por mi princesa.

— Gracias, eres un encanto.

Art volvió a salir disparado hacia la puerta de la casa. Al cabo de unos segundos oyeron el timbre. Natalia se levantó a abrir. Carlos entró, la saludó con una sonrisa y acarició al perro.

— Hola, ¿alguna novedad?— le preguntó mientras se dirigía al salón.

— Bueno, están hablando sobre la posibilidad de quedar. Creemos que caerá en la trampa muy pronto.

— Perfecto, porque le he pedido a Aguirre quince días de vacaciones para poder tener más tiempo para esto.

— ¿Y eso? Si lo único que tenemos que hacer es mirar como Gus chatea con él. No se puede decir que nosotros tengamos mucho trabajo— comentó ella.

— Ya, pero es que no podía más. Desde que me apartó del caso, no hago otra cosa que rellenar informes mientras veo como Roberto se regodea de lo bien que le va la investigación. Si hubiese tenido que aguantar su sonrisa de superioridad un solo día más, habría tenido que matarle así que, en realidad, lo he hecho por el bien del cuerpo. Además, no podía dejar de pensar qué estaríais haciendo.

Llegaron al salón y se sentaron al lado de Gus, que seguía chateando.

— La verdad es que había pensado darte una sorpresa y pedirte que nos viésemos este fin de semana pero no va a poder ser. Un amigo me debía pelas pero no me lo va a poder devolver por ahora. Y además tengo un gripazo de escándalo, así que he pensado que mejor lo dejamos para otro día. No quiero que me conozcas con la nariz roja y los ojos llorosos.

— ¡Qué tonto! Si seguro que aún así estás guapo. Pero bueno, otro día será. A lo mejor la semana que viene, ¿no?

— Haré todo lo que pueda, mi vida.

— No me habías dicho que tenías gripe. ¿Estás muy mal?

— No, en unos días estaré bien. Pero quiero estar perfecto para la chica de mis sueños.

El móvil de Carlos empezó a sonar. Se levantó y caminó hasta el rincón más alejado de la sala para no molestar a Gus con la conversación. Habló durante unos segundos y después volvió, con el ceño fruncido.

— ¿Pasa algo?— se interesó Natalia.

— Sí, que Aguirre me quiere volver loco. Se supone que estoy de vacaciones pero desde esta mañana ya me ha llamado tres veces para preguntarme por archivos que no encuentra o expedientes que, según él, he rellenado mal y que es imprescindible que revise. Tengo que ir a la central otra vez.

— A lo mejor sospecha algo— la voz de Natalia sonó preocupada.

— Sí, yo pienso lo mismo. Aguirre no es tonto. Quiere hacerme sentir que estoy controlado para evitar que me entren malos pensamientos. Voy a ver si puedo hablar de nuevo con él y hacerle entender lo que son unas vacaciones. Volveré en una hora.

Carlos recogió su abrigo y salió de la sala con rapidez. Natalia volvió a girarse para seguir leyendo.

— No sabes la pena que me da no poder verte ya, de verdad.

— No te preocupes. Sólo serán unos días más. Y lo que sentimos no va a cambiar porque esperemos un poco.

— Es que esto del ordenador es tan frío que a veces dudo de lo que sientes. No me entiendas mal, no quiero decir que piense que me engañas, es sólo que todo parece tan irreal sin poder ver tus ojos o escuchar tu voz… No sé, a veces me da la impresión de que estoy en un sueño, de que tú eres demasiado maravillosa para existir de verdad y me da miedo despertarme y que tú no existas.

— No te preocupes, lo que siento por ti es real.

— ¿Y que sientes? ¿Te caigo bien? ¿Te gusto? Necesito oírtelo decir.

Gus apartó un momento las manos del teclado y se giró para mirar a Natalia, pidiéndole consejo.

— Ya sabes que necesita estar seguro de que la chica está enamorada antes de atacar. Díselo, dile que le quieres— dijo Natalia.

— No sé… Es que me parece muy fuerte— repuso Gus.

— ¿Qué es lo que te parece muy fuerte? Gus, ¿no te estarás metiendo demasiado en el papel?— preguntó Natalia, preocupada.

— No sé… No me parece bien decir eso siendo mentira.

— Pero si él también te está mintiendo y lo sabes.

— Ya, es que eso también me parece muy fuerte, que use los sentimientos de esa manera, que se comporte así… No puedo entenderlo…— la voz de Gus se quebró en un sollozo contenido— ¿No lo ves? Ha habido chicas a las que ha enamorado exactamente igual, ha jugado con sus sentimientos, les ha obligado a decirle que le querían y con esos sentimientos ellas estaban firmando su sentencia de muerte. Y él lo sabía, lo planeaba todo así desde el principio, sin sentir ninguna pena por ellas.

— Gus, tranquilízate, es un asesino. No siente como nosotros. Creí que comprendías como pensaba…

— Pues no lo entiendo— Gus se levantó de un salto, tirando la silla al suelo— Y no puedo seguir con esto.

Gus salió a toda velocidad de la sala y cerró la puerta de la cocina. Natalia se quedó sentada delante del monitor, en el que una nueva frase de Caronte empezaba a formarse.

— ¿Pasa algo, Silvia? Perdona, quizá te estoy presionando demasiado con algo que tú no sientes. No debí haberte preguntado.

Natalia suspiró con fuerza, se levantó de su silla y colocó de nuevo la de Gus en su sitio para sentarse en ella. Puso las manos en el teclado y empezó a escribir, intentando imitar la manera de expresarse que había visto utilizar a Gus durante todos los chats.

— No, no es eso. Es que me has pillado desprevenida. No sabía que decirte. Pero claro que me caes bien y que me gustas, mucho…

— ¿Sólo eso? Ya sé que no me conoces en persona, que sólo soy unas letras en tu pantalla pero no sé… Pensé que sentirías algo más fuerte por mí.

— Y lo siento… Yo te quiero. Pero pensaba que te podías reír si te lo decía…

— ¿Pero cómo piensas eso de mí? Llevo mucho tiempo esperando oírlo, mi amor.

— Bueno, yo nunca antes he salido con nadie, ni he tenido novio… No sé cómo debo comportarme, ni que debo decir.

— Sólo lo que sientes. Dímelo de nuevo.

— Te quiero.

— Yo también te quiero.

Natalia se permitió respirar de nuevo. Parecía que iba bien, que Caronte no había notado la diferencia entre Gus y ella. Pero no debía relajarse, ahora sí que estaban cerca de conseguir atraparle. Él ya tenía lo que iba buscando, el requisito que convertía a una de las chicas en su siguiente víctima. Si conseguía tenerle engañado un rato más, hasta que pudiese cerrar el chat, él pronto les propondría una cita.

— Creo que esto es lo que necesitaba para la gripe. Estaré curado en nada.

— Me alegro, así podremos estar juntos pronto.

— Sí, por eso no te preocupes. Ahora que estoy seguro de que me quieres, haré lo imposible por verte. Me muero de ganas de abrazarte.

— Y yo. No sé lo que voy a hacer toda la semana. Me voy a volver loca de tanto esperar.

— Bueno, nos hablaremos todos los días. Así se nos hará más corto. Oye, ¿te enfadarías si hoy me fuese antes? He quedado con unos amigos. Así aprovecharé para mirar los horarios de los autobuses.

Natalia estuvo a punto de levantarse para besar la pantalla. Se sentía tan nerviosa por poder equivocarse que sabía que, si el chat duraba mucho más, al final cometería un error. Pero justo antes de contestarle que no le importaba, una señal de alarma resonó en su mente. ¿Por qué quería marcharse tan pronto? ¿No habría quedado con otra chica para esa noche? Era viernes y ya había asesinado a alguna de sus víctimas en ese día. ¿Qué podía hacer? Si insistía demasiado para que no se marchase, podría sospechar, pero tampoco podía dejar que se fuese pensando que quizá iba a matar a otra chica.

— ¡Gus!— gritó, rogando para que hubiese recuperado el autocontrol y pudiese ayudarla— ¿Podrías venir?

La puerta de la cocina se abrió y Gus entró de nuevo en la sala, dirigiéndose con pasos rápidos hacia el monitor.

— ¿Qué es lo que pasa?— preguntó, sentándose al lado de Natalia.

— Que dice que ha quedado con unos amigos y que se va. ¿Qué hago?

— Pues dejarle que se vaya. ¿Qué es lo que quieres hacer? No hay ninguna manera de retenerle— contestó Gus.

— Pero puede que haya quedado con alguna chica y vaya a matarla— protestó Natalia— Tiene que haber algo que podamos hacer.

— No podemos hacer nada pero no creo que haya quedado con nadie más. Despídete que está esperando y ahora te explico.

Natalia le miró preocupada y después volvió a escribir, sin estar segura de que lo que estaba haciendo fuese lo correcto.

— Está bien. Cuídate mucho y ponte bueno. ¿Nos vemos mañana?

— Claro, ¿a las seis?

— ¿No podrías conectarte antes?

— Ya sabes que no, mi vida. Van a venir mis abuelos a comer y esas cosas se alargan un montón. Bastante mala cara me ponen si todavía están de sobremesa y yo me levanto para irme al ordenador.

— Está bien. Te echaré de menos.

— Y yo a ti. Dímelo otra vez.

— Te quiero.

— Te quiero. Hasta mañana.

Natalia se desconectó de Internet y miró a Gus, esperando que la explicación de este fuese buena. Gus empezó a rebuscar entre sus papeles y al fin sacó unas hojas, bastante arrugadas. Las desplegó encima de la mesa y se las mostró a Natalia. Las observó durante unos segundos, sin entender nada. Parecían unos horarios en los que aparecían los nombres de las víctimas. Levantó la vista de las hojas y miró a Gus con expresión interrogadora.

— Bueno, esto lo fui apuntando durante todas las semanas que me pasé leyendo chats. Cuando ya me aburrí de tanto leer, me puse a hacer unos horarios de las fechas y horas en las que había chateado con cada una de las chicas— empezó a explicar Gus— Ya sabes que en cada chat queda grabada también la fecha y hora en la que se ha producido así que sólo tuve que ir mirándolos para hacerlo.

— ¿Y para qué sirve?— le preguntó Natalia.

— Bueno, Caronte, como todo ser humano, tiene un tiempo limitado. Dedica mucho tiempo a cada una de las chicas y por eso, pensé que no podía tener una lista de víctimas muy amplia y que debía organizarse el tiempo de alguna manera. Como puedes ver en los horarios, solían hablar de dos a tres horas diarias durante el “proceso de enamoramiento”, por llamarlo de alguna manera. Una vez que la chica estaba enamorada podían hablar incluso cinco o seis horas al día durante una o dos semanas, que es el tiempo que suele tardar desde que se declara hasta la cita.

— Claro— contestó Natalia-. Tiene que parecer que está obsesionado y que la dedicación es exclusiva. ¿Y cuanto habla contigo últimamente?

— Unas cinco o seis horas. Ese es el tiempo que Caronte y yo llevamos hablando de media desde la semana pasada— acabó de explicar Gus con una sonrisa-. Créeme, no hay otra.

Natalia se quedó mirando de nuevo las hojas, asombrada del trabajo que había realizado Gus. Cuando por fin levanto la vista de los papeles, le sonrió.

— Esto es un trabajo fantástico. Tienes aquí toda la vida de Caronte en Internet durante los últimos seis meses. ¿No has pensado en dejar la informática y dedicarte a la psicología criminal?— preguntó Natalia.

— ¿Y pasarme la vida persiguiendo colgados? No, gracias. Creo que con éste voy a tener suficiente para el resto de mi vida. ¿Más tranquila?

— Sí, gracias. ¿Y tú? ¿Ya te encuentras mejor?— se interesó Natalia, preocupada.

— Sí, ya siento haberte dejado tirada. No sé que me pasó.

— Estamos sufriendo mucha tensión. Es normal que estallemos en algún momento.

— No volverá a suceder, de verdad. A partir de ahora lo haré bien— Gus sonrió arrepentido y se rascó la cabeza-. ¿Podrías no contárselo a Carlos?

— Claro, no te preocupes. Quedará entre los dos— Natalia se levantó de la silla y se dirigió a la cocina-. Bueno, pues ya que por esta noche no tendremos que preocuparnos de Caronte, ¿qué te parece si sacas a pasear a Art mientras yo empiezo a preparar la cena para cuando vuelva Carlos?

CAPÍTULO SEIS

Natalia levantó la vista del periódico que había estado ojeando y les observó. Carlos miraba por la ventana, distraído. Gus simulaba estar ocupadísimo con el ordenador pero ya era la tercera vez que le pillaba jugando al solitario. Incluso el perro se había quedado dormido.

— No aguanto más— dijo, levantándose-. ¿Se puede saber por qué no se conecta?

— No sé, le habrá surgido algo. Ya aparecerá— contestó Gus.

— Que llegue tarde no tiene porque significar algo malo-añadió Carlos-. Puede que haya tenido que hacer algún recado o quizá ha tenido que ir al baño por una urgencia. Los asesinos también son personas.

— Ya sé que un retraso de diez minutos no quiere decir nada pero me quedaría más tranquila si volvieses a comprobar si tenemos correo, Gus— insistió ella.

Gus se encogió de hombros y se giró hacia la pantalla. Tras esperar unos segundos, se volvió hacia Natalia.

— Pues tenías razón. Mirad lo que ha mandado— leyó en voz alta-. “Hola, Silvia. No voy a poder conectarme a la hora que te prometí ayer. Llegare algo más tarde pero no te preocupes. Cuando sepas la razón, no te lo vas a poder creer. Volveré pronto. Espérame. Un beso. Alex”

— Pues qué bien. ¿Y qué hacemos ahora? ¿Seguir esperando?— dijo Carlos, enfadado-. Deberíamos irnos un rato a tomar algo. No te ofendas, Natalia, pero tu casa empieza a producirme claustrofobia.

— A mí más. Vosotros os marcháis luego pero yo vivo aquí— contestó ella.

— Creo que Carlos tiene razón y que tampoco iba a pasar nada malo porque nos distrajésemos un rato— intervino Gus-. Vamos a pasear para que me dé el aire. Llevo tanto tiempo sin ver la luz del sol que me estoy poniendo amarillo.

Gus se desconectó de Internet y apagó el ordenador. Los tres recogieron sus abrigos y se dirigieron hacia la puerta. En ese momento, el teléfono móvil de Carlos volvió a sonar.

— Mierda, otra vez Aguirre— protestó él, mientras lo sacaba del bolsillo.

— Vaya, se acabó el paseo— dijo Gus resignado, volviendo a quitarse la chaqueta.

— Esperad un segundo a ver si puedo librarme.

Carlos se alejó de ellos para hablar más tranquilo. Al mirar la pantalla del móvil vio que el número no correspondía a la central. Descolgó, mientras se preguntaba quién podría ser:

— ¿Diga?

— ¿Es el inspector Carlos Vega?

— Sí, ¿quién es?

— Soy el doctor Martínez, no sé si me recuerda. Estuvimos hablando hace unas semanas con relación a unos expedientes que me pidieron.

— Sí, me acuerdo. ¿Qué desea?

— He estado pensando mucho en los datos que me dieron sobre el caso que estaban investigando y creo que tengo una información que les puede interesar.

— ¿De qué se trata?— preguntó Carlos, ansioso.

— Preferiría hablar con ustedes en persona, si no les importa pasarse por aquí. Se trata de un expediente que podría coincidir con la persona que están buscando y, como sin duda saben, son confidenciales. La verdad es que no debería decirle nada de esto sin una orden judicial pero tratándose de algo tan importante… Bueno, creo que puedo confiar en ustedes.

— No se preocupe por eso. En caso de que la información resulte relevante para el caso, no la utilizaremos hasta haber conseguido la orden correspondiente. ¿Cuándo podríamos ir a verle?

— Yo voy a estar aquí toda la tarde. Pueden pasarse cuando quieran.

— Bien, estaremos ahí en media hora.

— Les estaré esperando. Adiós.

Carlos colgó el móvil y se acercó a Gus y Natalia, que le miraban intrigados. Agarró a Natalia del brazo y la empujó hacia la puerta.

— Lo siento, Gus. Tendremos que dejar el paseo para otra ocasión.

— ¿Pero qué es lo que pasa?— preguntó Natalia, parándose en medio del pasillo— ¿Quién era?

— Uno de los psiquiatras a los que consultamos sobre los expedientes que pediste— contestó Carlos, nervioso-. Dice que tiene información importante sobre Caronte y quiere que vayamos a hablar con él lo antes posible. Nos va a explicar algo sobre el caso de un paciente suyo que podría ser él.

— Bien, vamos entonces— la emoción de Carlos se le había contagiado así que se dirigió con rapidez hacia la puerta.

— Bueno, Gus, tú te quedas aquí. Volveremos lo antes posible— se despidió Carlos.

— Estarás bien, ¿verdad?— dijo Natalia, volviendo a la sala y mirando a Gus preocupada.

— Claro que estaré bien. Ya he hablado a solas con Caronte muchas veces— contestó Gus, guiñándole un ojo-. Puedes irte tranquila, sabré controlar la situación.

Salieron a toda velocidad de la casa y, después de usar el ascensor durante lo que pareció una eternidad, se dirigieron al coche.

— ¿Tú crees que lo que nos diga puede ser importante?— le preguntó Natalia mientras se sentaba a su lado— Después de todo, Gus cree que estamos a punto de pillarle… Ya nos podía haber dado la información hace unas semanas, antes de que estuviésemos tan cerca.

— Estaba pensando lo mismo pero la verdad es que, si el doctor nos diese la identidad del asesino, me ahorraría muchos problemas— contestó Carlos, mientras arrancaba el coche.

— ¿Por qué dices eso?

— Porque Aguirre se tomaría mucho mejor que yo resolviese esto porque he recibido una información que pedí cuando aun llevaba el caso. No creo que le hiciera mucha gracia saber que hemos seguido con ello aunque él nos lo prohibiera— dijo Carlos mientras se llevaba la mano al bolsillo-. Y hablando de Aguirre, voy a desconectar el móvil por si se le ocurre hacerme otra llamadita.

— Pero se supone que debes estar localizable— objetó Natalia.

— Ya, pero puedo decirle que me quedé sin batería. Se lo creerá, puedes estar tranquila— Carlos le sonrió-. Ventajas de ser un desastre. Y apaga también el tuyo. Podría imaginarse que estamos juntos y llamarte a ti.

Natalia sacó su móvil del bolso y obedeció. Intentó no ilusionarse demasiado. Ya habían sido demasiadas las veces que les había parecido que la solución estaba cerca para encontrarse después en el mismo punto. Sin embargo, esta vez parecía distinto. Era la primera vez que alguien parecía saber algo de su fantasma, que creía poder ofrecer algún dato de su pasado o de su personalidad. Era posible que esta vez tuviesen suerte.

Gus permaneció unos minutos mirando por la ventana, hasta que vio como el coche desaparecía tras la primera curva. Después se giró y se encaminó de nuevo hacia el ordenador.

— Bueno, Art, parece que volvemos a quedarnos solos tú y yo. Pues esperaremos juntos— le dijo al perro, que se había tumbado entre las patas de su silla.

Encendió el ordenador y se conectó a ICQ, por si Caronte volvía. Al cabo de un rato, se levantó de la silla y se dirigió a la cocina para mirar qué había en la nevera. Art le siguió, meneando el rabo.

— Ya que vamos a estar aquí los dos aburridos, voy a empezar a convertirte en un perro educado— Gus cogió una coca-cola y volvió a la sala-. Vamos a empezar con el truquito de sentarse cuando yo lo mande y, si lo haces bien, quizá me dé tiempo a enseñarte a dar la pata. No te imaginas la de galletas que vas a conseguir con eso.

Empezó a enseñarle sin conseguir que el perro hiciese otra cosa que mirarle sin entender nada y lanzarse a robarle las galletas que él le mostraba como premio. Ya empezaba a darse por vencido cuando el sonido de un mensaje entrante le hizo volver la vista hacia el monitor. Era de Caronte. Miró su reloj. Se le había pasado el tiempo muy rápido. Se sentó delante del teclado y aceptó la petición de chat.

— Hola, mi amor. ¿Me has echado de menos?

— Pues la verdad es que sí. Llevo aquí sentada un montón de tiempo esperando a que te conectases. Se me ha hecho eterno. Ya puedes ir pidiéndome perdón.

— No va a hacer falta. Cuando te cuente la sorpresa que te tengo preparada, te olvidarás de todo lo demás.

— ¿Y qué sorpresa es esa?

— Bueno, ya te dije ayer que hoy venían mis abuelos a comer y que por eso no podría conectarme hasta las seis.

— Sí, pero es que son más de las siete.

— Ya, ya lo sé… No me interrumpas que no tengo mucho tiempo. Mis abuelos no me habían visto desde antes de Navidad, así que no habían podido darme el regalo de Reyes y hoy, cuando han venido, me han dado un montón de dinero. ¿A qué no adivinas lo que he ido a comprar?

— No lo sé. ¿Una Web-cam para que te pueda ver?

— No, mejor. Un billete de autobús a Bilbao.

— ¿En serio? ¿Para cuándo?

— Para hace una hora. Estoy en Bilbao, hablándote desde un cyber. Llegaré al campo de rugby en unas dos horas. Me estarás esperando allí, ¿verdad?

Se sintió desesperado. Joder, ¿por qué en ese momento? Estaba solo, no sabía a qué hora volverían Carlos y Natalia ni si podrían tener desplegado todo el dispositivo policial para cazarle en tan poco tiempo. Pero tampoco podía negarse y perder a Caronte para siempre ahora que estaba tan cerca.

— No sé… ¿No decías que estabas resfriado?

— Sí, pero ya estoy bien. No sé si ha sido por la emoción de ir a conocerte, pero la verdad es que me encuentro de maravilla. Silvia, contéstame. Tengo que salir ya o perderé el tren. ¿Estarás?

Gus maldijo su suerte. ¿Qué podía hacer? Respiró un par de veces para tranquilizarse. Así que esa era la nueva estrategia de Caronte: no dejar a las chicas ninguna posibilidad de reacción, no darles tiempo para que pudiesen arrepentirse o para que pidiesen consejo. Muy bien, él sólo tenía que hacer su trabajo. No había nada de lo que preocuparse. Aceptaría la cita y, una vez hubiese terminado de hablar con Caronte, llamaría a Carlos para que lo organizase todo.

— Claro, allí estaré.

— Bien, pero espérame en el campo de rugby, no te vayas a ningún sitio. Ten en cuenta que no nos conocemos más que por unas fotos y que podríamos cruzarnos por el camino sin darnos cuenta. ¿Me lo prometes?

— Sí, no te preocupes.

— Me voy ya. Nos vemos sobre las diez. Adiós, mi amor.

— Adiós.

En cuanto Caronte se desconectó, Gus se lanzó al teléfono y marcó el número del móvil de Carlos. Un mensaje grabado le comunicó que el móvil estaba apagado o fuera de cobertura. No podía ser, tenía que estar encendido. Seguramente, con los nervios, se había equivocado al marcar el número. Volvió a llamar, para escuchar de nuevo el mismo mensaje. Colgó, sintiéndose más nervioso a cada segundo que pasaba.

Descolgó de nuevo y marcó el número de Natalia. Después de todo, estarían juntos, así que podría pasarle con él. Un mensaje idéntico a los anteriores le hizo estampar el auricular contra la horquilla, furioso. No podían hacerle esto. Había conseguido la cita y de repente ellos dos desaparecían. ¿Qué iba a hacer ahora?

A grandes zancadas cruzó de nuevo la sala para coger un cigarrillo. Lo encendió, agarró un cenicero y volvió al lado del teléfono. Se sentó en el suelo y empezó a marcar de nuevo los números, primero el de Carlos, luego el de Natalia, una y otra vez. Quizá estuviesen atravesando un túnel, o se encontraban en un lugar sin cobertura pero, en algún momento, tendrían que volver a funcionar.

Un cuarto de hora después, colgó el teléfono, desesperado. Debían tener los móviles apagados, no había otra explicación posible. Ya que se suponía que no iban a tener una cita con Caronte para esa noche, debían haber decidido tomarse el resto del día libre y largarse por ahí a divertirse solos, como tenían un rollo tan raro… Pero, ¿por qué tenían que haber elegido precisamente ese día para dejarle colgado? ¿Qué iba a hacer ahora? Si nadie acudía a la cita con Caronte, habrían perdido la oportunidad de cogerle para siempre, él no volvería a fiarse de Silvia. Tendrían que volver a empezar de nuevo, colocar nuevos cebos y esperar a que eligiese uno de ellos como víctima. Y, mientras tanto, él seguiría hablando con otras chicas, cometiendo nuevos asesinatos. No podían desperdiciar una oportunidad así pero, ¿qué podía hacer?

Quizá debiera ir él mismo. No, no debía ni pensar en eso. Era una tontería. ¿Qué iba a poder hacer él? Además, Carlos pondría el grito en el cielo. Con la de veces que le había dicho que no tenía nada de lo que preocuparse porque él no tendría ni que acercarse al lugar de la cita… No iba a servir de nada que acudiese. Se quedaría sentado allí, llamando una y otra vez por teléfono hasta que contestasen… Y la hora de la cita pasaría y pronto habría otras caras más que se sumarían a las de Bianca, Vanessa y Patricia para atormentarle en sus pesadillas. No podía permitir eso.

Miró el reloj, preocupado. Quedaban menos de dos horas para la cita y el lugar quedaba muy lejos. Si iba a ir, tenía que decidirlo ya. Después de todo, ni siquiera sería peligroso. Caronte estaría esperando a una chica de catorce años, así que a él no le haría nada. Si al menos pudiese verle la cara, para poder describirle después a Carlos como era… Además, podía seguir llamando a Carlos y Natalia desde cada cabina por la que pasase. Seguro que contestarían antes de que él llegase allí. Se levantó corriendo y volvió al ordenador. Envió un mensaje desde Internet a los móviles de Carlos y Natalia, avisándoles de donde iba a estar y de la hora de la cita por si no podía contactar con ellos. Después apagó el ordenador y recogió su chaqueta. Cuando estaba llegando a la puerta, Art apareció ladrando y empezó a girar a su alrededor.

— No, Art. No es la hora de pasear. Tengo que ir a hacer algo importante— se agachó para acariciar al perro-. No te gusta estar solo, ¿verdad? A mí tampoco me gusta, y menos me va a gustar en el sitio al que voy. ¿Sabes lo que he pensado? Que te vienes conmigo. Vas a ser mi coartada. Quedará menos sospechoso si parece que estoy paseando a mi perro que si me quedo plantado en medio del monte sin hacer nada.

Le puso la correa y salieron rápido de la casa hacia la parada de taxis más cercana. Cogería uno hasta el funicular y, desde allí, subirían andando en un momento. Le hubiera gustado poder coger el taxi hasta el lugar de la cita pero no llevaba suficiente dinero encima y, si Caronte estaba allí esperando y le veía, le resultaría muy sospechoso que alguien fuese en taxi al monte a pasear a su perro. Art tiraba de la correa, intentando pararse a olisquear cada farola y arbusto que veía.

— Ahora no. Tenemos prisa— le dijo Gus, tirando-. Tenemos una cita muy importante y no podemos llegar tarde.

Carlos atravesó la verja del psiquiátrico y aparcó cerca de la entrada. Había bastantes coches allí, debía ser día de visitas. Sin embargo, no se veía a nadie paseando por los cuidados jardines. Ya había anochecido, el aire era muy frío y el cielo estaba muy cubierto. No tardaría mucho en empezar a llover de nuevo. Salieron del coche y se dirigieron hacia la puerta.

— Mierda de atasco— se quejó Carlos-. Llegamos con más de tres cuartos de hora de retraso.

— No te preocupes, nos estará esperando. Además, no ha sido culpa nuestra que un camión haya volcado en la autopista— intentó tranquilizarle Natalia.

Carlos asintió, pero aún así aceleró el paso. Empujó la puerta de entrada y se encaminó decidido hacia la recepción. Una enfermera le sonrió desde el otro lado del mostrador.

— Buenas tardes. ¿Qué desea?

— Soy el inspector Vega. Teníamos una cita con el doctor Martínez.

— Sí, me ha dicho que les llevase a su despacho en cuanto llegarán— contestó ella-. ¿Les acompaño?

— No, gracias— dijo Natalia-. Sabemos el camino.

Cruzaron los blancos pasillos a toda velocidad hasta llegar al despacho. Natalia llamó a la puerta y la voz del doctor les indicó que pasasen.

— Buenas tardes. Sentimos haber llegado tarde— se disculpó Carlos-. Había un atasco en la autopista.

— No se preocupen. He estado revisando algo de trabajo que tenía atrasado. Si son tan amables de sentarse…— dijo, señalándoles las sillas.

El doctor Martínez sacó de un armario la carpeta con el expediente que quería enseñarles. Después se sentó al otro lado del escritorio y les observó unos segundos antes de empezar a hablar:

— Bueno, como ya le dije por teléfono, he estado dándole muchas vueltas al perfil del asesino que están buscando. Los datos que usted me facilitó me resultaban familiares, así que acabé por revisar los expedientes de todos mis pacientes de los últimos años, intentando encontrar a alguien que pudiese coincidir. Por fin, encontré el expediente de una persona que tiene muchos puntos en común con la que están buscando, aunque también hay otros que no concuerdan en absoluto, por lo que podría suceder que esta información no les sea de ninguna utilidad. Por ello, voy a pedirles la máxima confidencialidad respecto a este historial— explicó el doctor Martínez.

— Por supuesto. No debe preocuparse por eso— se apresuró a contestar Carlos-. Y le damos las gracias de antemano por las molestias que se ha tomado.

— Bien, empecemos entonces— dijo el doctor, abriendo el expediente-. El caso del que voy a hablarles corresponde al de una paciente que fue ingresada en dos ocasiones por sendos intentos de suicidio durante el año pasado.

— Perdone, doctor— intervino Natalia-. ¿Ha dicho una paciente? Nosotros estamos buscando a un hombre.

— Lo sé. Por eso no relacioné en un primer momento los datos que me facilitaron con este caso. Pero hay muchos detalles que coinciden, demasiados para que sea una casualidad— el doctor esperó a que ambos asintieran para continuar hablando-. Por ejemplo, usted me comentó que el asesino contactaba a sus víctimas por Internet y esta chica sufrió una grave depresión causada por un triangulo amoroso y por su imposibilidad de elección entre su novio de toda la vida y un chico al que conoció a través del ordenador.

— Sí, eso es— exclamó Carlos, impaciente-. ¿Podría decirnos el nombre de esa chica? ¿Se llama Mónica?

— Sí, Mónica Iraza— contestó el doctor, sorprendido-. ¿La conocen?

— No, pero habíamos oído hablar de ella a un testigo. Estamos casi convencidos de que su novio es la persona que buscamos— explicó Natalia-. ¿Sabe su nombre?

— Sí, se llamaba Rubén. Pero está muerto, se suicidó en julio del dos mil cuatro. Creo que es de la propia Mónica de la que deberíamos hablar.

CAPÍTULO SIETE

Los dos permanecieron en silencio, invitando al psiquiatra a que continuase hablando. Este hojeó de nuevo los papeles que tenía delante, como si intentase ordenar los datos en su mente antes de comenzar a hablar.

— Como les he dicho antes, Mónica ingresó aquí en dos ocasiones. La primera fue en julio. Su novio se suicidó el día trece de ese mes. Después del funeral, ella desapareció de su casa. Al día siguiente, el encargado del cementerio la encontró casi desangrada al lado de la tumba de Rubén. Fue ingresada en el hospital de Cruces hasta que se recuperó de la pérdida de sangre y después nos remitieron su caso.

— ¿Podría decirme qué día estuvo desaparecida?— interrumpió Carlos.

— Sí, por supuesto— el doctor buscó el dato en sus papeles-. El dieciséis de julio.

— La fecha del asesinato de Alex— confirmó Carlos-. Todo concuerda.

— ¿Está usted diciendo que Mónica mató a una persona antes de intentar suicidarse?— preguntó el doctor.

— Eso sospechamos. Sabíamos que Alex fue la primera víctima y que había formado parte de un triángulo amoroso a través de Internet, que terminó con su asesinato— contestó Natalia-. Pero pensábamos que el asesino había sido el novio de Mónica y no ella misma. Por favor, continúe.

— Como les decía, Mónica permaneció aquí ingresada durante veinte días. Se le diagnosticó un trastorno de estrés post-traumático y una depresión reactiva, causados ambos por la repentina muerte de su novio. Ella se negó a hablar o a recibir cualquier tipo de tratamiento pero, como parecía que razonaba de manera correcta y que no había peligro de que volviese a atentar contra su vida, se le dio de alta.

— Pero, ¿no habló de Alex ni de la causa del suicidio de su novio con algún terapeuta?— preguntó Natalia.

— No, se negaba a hablar del tema, casi no hablaba con nadie de nada. Hasta cierto punto, consideramos que era lógico debido a la rabia que acompaña a todo proceso de duelo. Le aconsejamos que siguiese tratamiento una vez saliese de la clínica y le dimos de alta. No volvimos a saber nada de ella hasta su siguiente intento de suicidio, en diciembre de ese mismo año. Yo había llevado su caso en el primer ingreso, así que volví a ocuparme de ella. La encontré mucho más deteriorada a nivel psíquico. Teníamos que mantenerla sedada la mayor parte del día y, aún así, presentaba episodios de gran agitación en los que intentaba volver a atentar contra su vida, gritando que la dejásemos morir o pidiendo a otros pacientes que la ayudasen a mutilarse.

— ¿A mutilarse?— exclamó Carlos, horrorizado— ¿Qué quería hacerse exactamente?

— Gritaba que necesitaba librarse de sus ojos y de sus manos y que debía destrozar su corazón, que eran los culpables de su desgracia, que eran los que le habían hecho traicionar a su novio — contestó el doctor Martínez.

— Claro, las manos para escribir, los ojos para leer, el corazón para enamorarse— reflexionó Natalia-. Tenías razón, Carlos. Los crímenes son una sustitución, pero no de otro asesinato sino de su propio suicidio. ¿Y cómo no recordó esos datos cuando le comentamos la clase de mutilaciones que estábamos investigando?

— Aquí se escuchan todos los días cosas muy extrañas, no podemos recordarlas todas. Y, además, su discurso era mucho menos coherente de lo que les he explicado. Pero de todos modos creo que fueron esos datos los que me resultaron familiares. Una vez que la medicación empezó a hacer efecto, pude comenzar la psicoterapia con ella. En esas sesiones ella me fue contando toda la historia. Mónica empezó a salir con su novio, Rubén, cuando ambos tenían dieciséis años. No parecía haber ningún problema en la relación pero, en diciembre, cuando tenía diecinueve años, ella conoció a otro chico por Internet. Nunca conseguí que me diese ningún dato sobre ese chico. Se negaba a hablar de él hasta tal punto que llegué a pensar que se trataba de una invención de su mente para culpabilizarse por el suicidio de su novio. Claro que con lo que me han comentado ahora ustedes, todo cobra un nuevo sentido— continuó explicando el doctor Martínez-. Según me contó ella, el chico sólo tenía diecisiete años cuando le conoció. Empezaron hablando como amigos pero, sin darse cuenta, se fue enamorando de él.

— ¿Y cómo se lo tomó su novio?— preguntó Carlos.

— No muy bien, desde luego. Él estaba muy enamorado de ella y le pidió que dejase esa relación. Ella se lo prometió muchas veces pero volvía a caer una y otra vez. Esta situación duró unos siete meses, en los cuales ella fue incapaz de elegir entre su novio y la relación por Internet.

— No entiendo cómo pudo comportarse así. ¿Por qué seguía hablando con Alex si ya tenía una relación en la que era feliz?— se interesó Natalia.

— Eso debería haberlo contestado Mónica y nunca lo hizo. Creo que ni ella misma podía explicárselo. Quizá no era del todo feliz, quizá le faltaba la parte de sueño o de aventura que tenía en la otra relación. O quizá algo en su vida no iba bien y soñaba con un amor ideal que lo solucionase todo. O era una persona tan inestable que no podía decidir de cuál de las relaciones debería prescindir. El amor y la seguridad son muy atrayentes, pero encierran el peligro de la rutina. Todos hemos soñado alguna vez con una historia de amor imposible pero da miedo intentar vivirlas porque sabemos que la magia desaparecerá en cuanto confrontemos el sueño con la realidad. Sin embargo, a pesar de saber eso, es difícil renunciar a soñar. El caso es que ella fue incapaz de elegir. Parecía esperar a que la situación estallase por si sola, a que uno de los dos chicos tomase la decisión por ella, con la consiguiente carga de ansiedad y culpabilidad que ello conllevaba. La solución podría parecer muy fácil: que hubiese dejado a uno de los dos. Pero no era tan sencillo, sobre todo cuando las peleas con su novio empezaron a ser diarias y la relación empezó a fallar. No podía dejar al chico de Internet porque suponía la única vía de escape para una vida que hacía aguas y tampoco podía dejar a su novio por la culpabilidad que sentía ante lo que le estaba haciendo.

— ¿Y qué pasó al final?— preguntó Natalia.

— Como ya les he dicho, Rubén, su novio, no pudo resistir la situación y se suicidó. No conozco las circunstancias por las que tomó esa decisión. Habría sido más lógico que la hubiese dejado y se hubiese olvidado de todo, pero no lo hizo. Y, como ya les he contado, unos días después Mónica intentó suicidarse por primera vez.

— Después de haber ido hasta San Sebastián a vengarse de Alex— apuntó Carlos-. O quizá acudió a él como última solución y el chico se rió de ella. Ya nos han dicho que para Alex esa relación era un juego, que se lo tomaba todo a broma.

— Yo no creo que ella hubiese podido acudir a ese chico como solución. La carga de culpabilidad tras la muerte de Rubén era demasiado fuerte— explicó el doctor-. Ahora que me han dicho que ese chico apareció asesinado justo antes de su intento de suicidio, creo que ella pretendía ponerle un punto final a todo, acabar con todos los culpables.

— ¿Cuánto tiempo permaneció ingresada tras el segundo intento?— preguntó Natalia.

— Unos tres meses. Su delirio de culpa fue variando desde el deseo de muerte y automutilación hacia una obligación casi religiosa de pagar por sus pecados pasados. Le pregunté si el precio de esos pecados podía ser su propia vida y me contestó que no sería suficiente, que debía dedicar su vida a intentar encontrar el perdón por lo que había hecho. Cuando nos convencimos de que no iba a volver a intentar suicidarse, le dimos de alta de nuevo.

— ¿Y en qué fecha sucedió eso?— se interesó Carlos, consultando de nuevo sus notas.

— En marzo del dos mil cinco.

— Dos meses antes de que contactara con Bianca, su primera víctima. Utilizaría ese tiempo para decidir el tipo de sacrificios que deseaba realizar y como llevarlos a cabo— aventuró Natalia-. Creo que todo concuerda. Supongo que no podremos llevarnos el expediente hasta que no traigamos la orden judicial, ¿verdad?

— Preferiría que lo hiciésemos todo de la manera reglamentaria, si no les importa— contestó el doctor, tendiéndoles el informe-. Sin embargo, puedo dejarles que le echen ahora un vistazo por si necesitan algún dato para la detención.

Carlos cogió el informe y lo abrió por la primera página, en la que constaban los datos personales que se habían recogido cuando ella ingresó en el hospital Al ver la foto permaneció pensativo unos segundos.

— Creo que la conozco de algo— dijo, intentando ubicar la sonrisa sarcástica, el largo pelo oscuro y, sobre todo, aquellos inquietantes ojos verdes-. Sí, ya la he visto antes… Es la chica a la que tuve que echar de la playa.

Gus se abrazó con fuerza, intentando ahuyentar el frío, mientras maldecía en voz baja a Carlos y Natalia. Les había llamado desde cada teléfono público por el que había pasado pero sus móviles seguían apagados, así que había tenido que acudir a la cita él solo, pero ya habían pasado diez minutos de la hora y no había aparecido nadie. Había sido una estupidez ir hasta allí. Caronte no iba a aparecer mientras Silvia no estuviese a su alcance. ¿Es qué había esperado que, al ver que su cita no se presentaba, fuese a salir de entre los árboles para ir a entretenerse hablando con él? Estaría oculto, vigilando el campo desde algún lugar, viéndole y preguntándose quién era y por qué estaba ahí. Al imaginarse los ojos de Caronte clavados en su espalda, no pudo evitar girar rápido la cabeza, mientras un escalofrío le recorría la columna. No había nadie, sólo los árboles que se dibujaban oscuros contra el cielo azul profundo, como paralizados gigantes de innumerables ojos vacíos. No podía adivinar lo que escondían, a pesar de que le parecía ver sombras moviéndose entre ellos, oír ruidos de pasos o de ramas que se quebraban a su espalda. Se obligó a volver a mirar hacia el campo de rugby. Resultaría sospechoso que mirase el bosque con tanto interés. Además, con ello sólo conseguía que su imaginación volase y le hiciese ver monstruos en cada sombra. Debía evitar que su mente se desbocase o tendría que marcharse. El terror acabaría por dominarle y no le dejaría pensar. Y todavía quería darle a Caronte algunos minutos más.

Art corría por el campo de rugby, feliz de estar fuera de casa. Parecía que el intenso frío no le afectaba. En aquel momento, paró de correr, levantó la cabeza y miró a Gus durante unos segundos. Después trotó hacia él, ladrando contento. Cuando llegó a la roca en la que Gus estaba sentado, empezó a saltar y a subir sus patas delanteras en las rodillas de Gus.

— ¿Quieres jugar? Ahora no podemos— le dijo Gus, mientras acariciaba su cabeza-. Estamos en medio de una misión pero te prometo que volveremos otro día.

El perro no se dio por vencido y siguió saltando y ladrando en un volumen cada vez más alto. Gus le acarició una vez más, después se agachó, recogió una piedra del suelo y la lanzó. Art salió corriendo hacia el campo de rugby, buscándola. Al seguirle con la mirada, Gus divisó una figura que se acercaba por el camino. Su corazón dio un vuelco. ¿Caronte? ¿Se había cansado de esperar a Silvia e iba a volverse a casa, pasando justo por delante de él? Durante unos segundos contuvo la respiración planteándose si debía decir o hacer algo, deseando desaparecer pero, cuando la figura estuvo más cerca, se dio cuenta de que estaba en un error. Era una chica. Caminaba despacio, paseando con las manos en los bolsillos del abrigo. Debía ser alguien del pueblo que había salido a dar un paseo. Intentando tranquilizarse, sacó su paquete de tabaco, no sabiendo si sentirse defraudado o agradecido. La chica siguió caminando hasta colocarse a unos pasos de él. Gus la saludó con la cabeza, mientras encendía el cigarrillo.

— Hola— dijo ella, parándose a su lado-. ¿Tienes uno?

— Sí, claro— él sacó otro cigarro para ella.

— ¿Y fuego? Ya lo siento pero se me ha olvidado todo.

Gus se levantó y encendió el mechero. Ella se acercó y se sujetó el pelo para evitar que se acercara a la llama. La luz del mechero iluminó sus facciones. Gus pensó que era guapa pero, al mismo tiempo, no pudo evitar un cierto rechazo, una leve sensación de peligro. No sabía por qué. Quizá se debía a la intensidad con la que sus ojos verdes habían brillado a la luz del mechero, quizá solo a su imaginación exaltada. Cuando el cigarrillo estuvo encendido, se separó de ella y volvió a sentarse en la piedra. Ella permaneció quieta a unos pasos, mirando el bosque. Gus se sintió incómodo ante su silencio, a pesar de pensar que debería estar agradecido por no estar solo.

— Vaya frío hace, ¿no?— le dijo, intentando entablar conversación.

— Sí, mucho— respondió ella girándose y dirigiéndole una sonrisa ausente.

— Parece que va a empezar a llover, ¿verdad?— volvió a intentarlo él-. A ver si el perro termina de hacer sus cosas y nos marchamos ya.

Ella asintió y volvió a quedar en silencio, paseando su mirada entre el camino, el bosque y el campo de rugby. Art volvió andando hacia Gus, con la piedra en la boca. Gus le acarició la cabeza, contento de tener al perro a su lado. Aquella chica le inquietaba. Seguro que había ido a dar con la loca del pueblo. Lo mejor sería no insistir. Si no quería hablar, no hablarían. Art dejó la piedra en el suelo y empezó a recorrer el camino, olisqueando nervioso en los matorrales. Unos pasos más adelante, se paró y empezó a gruñir, alterado. Gus se levantó y caminó hacia él, mientras la chica le observaba.

— ¿Qué pasa, bonito? ¿Has encontrado algo?— le preguntó mientras se acercaba despacio, intentando no asustarle.

En ese momento una sombra salió disparada del matorral al que Art estaba ladrando, lanzándose a toda velocidad bosque adentro, seguida del perro. Gus se quedó paralizado por la sorpresa y después empezó a llamarle.

— ¡Art! ¡Art!. Ven aquí.

— ¿Qué ha sido eso?— pregunto la chica detrás de él, sobresaltándole.

— No sé, parecía un gato o quizá una rata grande. Joder, como se pierda…— Gus siguió mirando la espesura, intentando descubrir a Art, pero incluso sus ladridos empezaban a sonar más lejanos.

— No te preocupes. Este bosque no es muy grande, no puede ir muy lejos. Si quieres te ayudo a buscarle. Tengo una linterna— ofreció ella mientras abría un bolsillo de la mochila que llevaba al hombro y empezaba a caminar.

Gus lo pensó unos segundos, sin saber qué hacer. No podía volver sin el perro, así que, a pesar de que aquella chica tan extraña le ponía nervioso, decidió que siempre sería mejor ir acompañado. Empezó a seguirla, internándose entre los primeros árboles.

— ¿Cómo le estabas llamando?— preguntó ella, mientras seguía andando.

— Art— contestó Gus-. Es un diminutivo de d’Artagnan.

Ella paró y se giró hacía él. A la débil luz de la linterna, los rasgos de su cara le parecieron aún más intrigantes, sus ojos más peligrosos, teñidos de odio. Ella le sonrió de nuevo, como si intentase disipar esa sensación.

— Ya verás cómo no va muy lejos. Vamos, creo que le he oído ladrar por ahí.

Volvió a andar y Gus la siguió, intentando permanecer atento al resbaladizo suelo que el haz de la linterna revelaba fugazmente, mientras se iban internando cada vez más en el bosque.

CAPÍTULO OCHO

En cuanto se despidieron del doctor Martínez, salieron del hospital sin perder un momento. Al cruzar la puerta, Natalia se dio cuenta de que debían haber estado hablando mucho más tiempo del que le había parecido. El parking aparecía ahora casi vacío. Caminó rápido hacia el coche y entró. Cuando los dos estuvieron sentados, se giró hacia él.

— Bueno, ya la tenemos. Sabemos su nombre y su dirección— le dijo.

— No me puedo creer todavía que la haya tenido delante, que haya estado hablando con ella… Joder, cómo se habrá reído.

— No te preocupes por eso, ya no tiene importancia— intentó tranquilizarle Natalia-. ¿Qué vamos a hacer ahora?

— Llamar a la central para que vayan preparando la orden de detención. Supongo que me dejarán ir aunque no sea mi caso, así que, de camino a la central, te dejaré en tu casa para que no haya problemas— arrancó y después la miró, apenado-. Siento que no vayas a poder estar presente después de todo lo que has hecho.

— No te preocupes por mí. Me basta con que la cojáis— contestó Natalia, desviando la mirada hacia la ventanilla.

Carlos salió del aparcamiento y después cogió su móvil. Al encenderlo, le llegó el sonido de un mensaje.

— Vaya, ¿quién me habrá escrito? Espero que no sea de la central diciéndome que estoy despedido por no haber estado localizable en toda la tarde— se mantuvo en silencio unos segundos mientras lo abría-. No, es de Gus. A ver qué quiere ahora al pesado este…

Se quedó callado de repente, acercó el coche al arcén y lo paró. Natalia dejó de mirar por la ventanilla y se giró hacia él:

— Carlos, ¿qué pasa? Te has puesto pálido.

— Caronte le ha propuesto una cita y, como no nos encontraba, ha decidido ir él solo para intentar verle la cara— contestó Carlos con un hilo de voz, con la mirada clavada en el móvil-. ¡Este crío es imbécil! ¿Qué vamos a hacer ahora?

— ¿Cuándo es la cita?— preguntó Natalia, quitándole el móvil de la mano a Carlos.

— A las diez en La Reineta. Joder, eso es el culo del mundo. Devuélveme el móvil, tengo que avisar a la central. Como le pase algo no me lo voy a perdonar en la vida— dijo en un susurro mientras marcaba el número a toda velocidad.

Esperaron en silencio mientras una voz electrónica le solicitaba que marcase la extensión con la que quería hablar. Carlos lo hizo y siguió esperando mientras escuchaba los eternos tonos de llamada del teléfono. Por fin descolgaron y le llegó la voz de Roberto desde el otro lado de la línea:

— Brigada de homicidios.

— Roberto, soy Carlos. Pásame con Aguirre.

— Carlos, ¿qué tal las vacaciones, hombre? A nosotros aquí nos va de maravilla. Ni siquiera te echamos de menos.

— Déjate de gilipolleces y pásame con Aguirre. Es urgente.

— Eso no va a ser posible porque no está. Creo que tenía una cena con algún pez gordo— le explicó Roberto-. Dime lo que quieras y yo le pasaré el mensaje.

— Como me entere de que me estás mintiendo, te juro que te mato.

— No te estoy mintiendo pero puedes hacer lo que te dé la gana. Puedes decirme lo que quieres o esperar al lunes.

Carlos lo pensó un segundo. Sabía que no podía confiar en Roberto pero no le quedaba otra opción. Tenía que conseguir que le ayudase, aunque tuviese que suplicar. La vida de Gus estaba en peligro, no era momento de acordarse de su orgullo.

— Está bien. Escucha con atención. Sabemos dónde se encuentra el asesino de Internet. Un colaborador mío ha quedado con él en el antiguo campo de rugby de Barrionuevo, en la Reineta, dentro de unos cinco minutos. Tienes que mandar allí unidades inmediatamente.

— ¿Qué es eso de un colaborador? ¿Y qué haces organizando la detención de un caso que llevo yo? Creo que vas a tener que dar un montón de explicaciones.

— Da igual. Si es necesario, presentaré mi dimisión el lunes mismo. Ahora haz lo que te digo. La vida de mi colaborador está en peligro. ¿Has apuntado la dirección?

— Sí, claro.

— Bien, apunta esto también. El asesino no es un hombre. Se llama Mónica Iraza y es una mujer de veintiún años, de alrededor de un metro sesenta de estatura, con el pelo oscuro y los ojos verdes. Es probable que lleve un abrigo negro y una mochila. Va armada y es muy inestable. ¿Has tomado nota de todo?

— Sí, ¿estás seguro de que es una mujer?

— Sí, acabamos de hablar con su psiquiatra. Yo voy para allá, pero tardaré una media hora. Manda las patrullas ahora mismo.

— Tranquilo, eso haré.

Carlos colgó y arrancó el motor. En cuanto lo devolvió a la carretera, pisó a fondo el acelerador. Apretó el volante con las manos hasta que los nudillos se le quedaron blancos, como si intentara empujar el coche para que fuese aún más rápido. Natalia permanecía en silencio, mientras en su mente sólo giraba una frase. “Tenemos que llegar a tiempo, tenemos que llegar a tiempo, tenemos que llegar a tiempo…”.

Tras colgar el teléfono, Roberto se recostó en la silla, dándose unos minutos para reflexionar. Sabía que su obligación era dar la alarma. En unos minutos algunas patrullas podrían estar en La Reineta para ayudar a Carlos a atrapar a Caronte. Le cogerían y Carlos volvería a la central y, por mucho que estuviese apartado del caso, nadie se acordaría de ello. Todo serían felicitaciones. No podía permitir que eso sucediese. Era su caso, Aguirre se lo había asignado y Carlos había desobedecido. Merecía ser expedientado pero él sabía que no sería así, no si todo salía como Carlos había planeado. Claro que ahora él tenía la situación en sus manos y podía modificar los acontecimientos. Si se retrasaba un poco en dar el aviso, Caronte escaparía.

Se levantó para tomar un café. Buscaría a alguien por los pasillos que luego pudiese corroborar que había estado fuera del despacho. Así podría decir que no recibió la llamada hasta que volvió. Al salir recordó la advertencia de Carlos acerca de que la vida de su colaborador estaba en peligro. Se encogió de hombros y salió pensando que, si realmente aquello era cierto, eso sólo sería responsabilidad de Carlos.

Por fin, el coche acabó de ascender la empinada cuesta y el pequeño pueblo apareció ante sus ojos, iluminado por unas pocas farolas. No se veía a nadie por las calles, ni siquiera había muchas luces en las ventanas, como si todo el mundo estuviese dormido. Carlos siguió conduciendo a toda velocidad hacia el lugar de la cita.

— No hay nadie— murmuró Natalia, preocupada-. ¿Dónde están las patrullas?

— No lo sé— contestó Carlos-. Ya deberían estar aquí, ¿no?

— Sí, son las diez y veinte.

Carlos no dijo nada más. Se limitó a dejar atrás el pueblo hasta llegar al campo de rugby. Tampoco había rastro de Gus. Carlos paró y ambos bajaron sin decir palabra. Miraron en derredor, buscando a Gus entre las sombras de las primeras filas de árboles.

— ¿Dónde estará?— preguntó Carlos, nervioso— ¿Estás segura de que éste es el lugar de la cita?

— Sí, claro. Estaba presente el día que Gus habló de ello con Caronte. Y en el mensaje decía que habían quedado aquí. Tiene que ser este sitio.

— Pues no está. Ni él ni las patrullas que pedí— Carlos empezó a andar despacio por el camino, buscando algún indicio de que Gus hubiese estado allí.

— ¿Es posible que Roberto no te entendiese bien y las mandara a otro lado?

— No lo sé. Espero que no esté intentando joderme porque ésta no se la paso.

Paró delante de una gran roca situada a uno de los lados del camino y le hizo un gesto a Natalia para que se acercase. Ella se aproximó mientras Carlos se agachaba y recogía una colilla del suelo.

— Mira, hay más esparcidas alrededor, como si alguien hubiese estado esperando aquí un rato. Es la marca que fuma Gus, ¿verdad?— dijo Carlos, tendiéndole la colilla.

— Sí, sí es. Pero, si ha estado aquí, ¿dónde se ha metido?— el tono de Natalia había pasado de la preocupación a la angustia— Es imposible que nos hayamos cruzado con él.

Carlos no respondió. Continuó mirando el suelo, buscando alguna respuesta. Natalia se quedó parada al lado de la carretera, abrazándose para no sentir el frío. Unas leves gotas de agua helada estaban empezando a caer, haciendo la noche aún más desagradable. Después de unos minutos, Carlos volvió al lado de Natalia, enfadado.

— No puede haber sido tan estúpido como para haberse metido en el bosque, no tenía ninguna razón para hacerlo— dijo, esperando que Natalia le diese la razón-. No es posible que le haya podido convencer para que le siguiese.

— Bueno, tampoco tenía ninguna razón para venir hasta aquí y ha venido.

— Sí, pero meterse en un bosque en el que puede estar esperando un asesino es una estupidez. Y no creo que Gus tuviese valor para entrar ahí solo.

— A no ser que no estuviese solo— susurró Natalia, sintiendo que le temblaba la voz.

— ¿Qué quieres decir?

— Que nosotros sabemos que Mónica es una asesina pero para él sólo sería una chica que pasaba por aquí. Es probable que le engañara.

— No, eso no puede ser— dijo Carlos, negando con la cabeza.

— Bueno, podemos quedarnos aquí diciendo que no puede ser o podemos ir a buscarle.

— Sí, es cierto. No podemos perder más tiempo— contesto Carlos-. Pero tú te quedas aquí a esperar a las patrullas.

— No, ni hablar— dijo Natalia, empezando a andar hacia el bosque-. También es responsabilidad mía y voy a ir.

Carlos la siguió y la agarró por el brazo, obligándola a girarse.

— Natalia, por favor, esto puede ser peligroso. Quédate fuera.

— No, voy a ir. Tú decides si voy contigo o vamos cada uno por nuestro lado, pero no voy a quedarme aquí preguntándome qué os habrá pasado.

— Bien, vamos. Pero no te separes de mí ni un segundo.

Llegaron a la primera fila de árboles y empezaron a ascender. La débil luz de las farolas de la carretera desapareció en cuanto se hubieron adentrado unos metros. Sólo podían discernir las oscuras siluetas de los árboles más cercanos. La lluvia se hizo más fuerte y continua, chocando contra las ramas y ocultando cualquier otro sonido. Carlos volvió a agarrar a Natalia del brazo para impedirle que resbalase y, paso a paso, siguieron adentrándose en el bosque.

Pararon en un claro y miraron en derredor. Mónica siguió con la mirada al chico que llamaba a su perro con insistencia. Ella caminó unos pasos hasta llegar al centro exacto del claro. Miró hacia el cielo, totalmente cubierto de nubes, pidiendo perdón por su nuevo fallo. La lluvia caía más fuerte ahora, mojando su rostro y confundiéndose con las lágrimas que empezaban a abrirse paso. Lo único que deseaba en aquel momento era morir, olvidarse de todo, acabar con aquella pesadilla… Esta vez dejaría que su sangre la abandonase sin miedo, deseando con impaciencia que la muerte viniese para llevarla a un lugar en el que no hubiese recuerdos ni dolor, sólo el olvido eterno, el sueño sin fin. Pero, ¿y si no era así? ¿Y si Rubén estaba esperándola al otro lado para pedirle el pago por su dolor, por el amor que no había sabido darle a tiempo? Ahogó un sollozo, sintiendo como las dudas volvían a embargar su mente. No, no debía pensar eso. Había hecho todo lo que estaba en su mano para demostrar que estaba arrepentida. Quizá él pudiese comprenderlo y aceptarla de nuevo a su lado, quizá pudiesen encontrar en el otro mundo la felicidad que no pudieron hallar aquí. Tenía que acabar con todo aquello antes de que el valor la abandonase, lo haría esa misma noche.

Miró de nuevo al chico que caminaba alrededor del claro. Él había tenido la culpa de haberla llevado hasta el límite de sus fuerzas. Estaba claro que era con él con quien había estado hablando las últimas semanas. El nombre del perro coincidía y era la única persona que se había presentado a la cita. Pero, ¿por qué le había hecho eso? Seguramente se trataba de una broma. Ella misma había sufrido ese estúpido juego en el pasado, aquello había sido el desencadenante de toda aquella pesadilla. Sintió crecer la rabia y, por un momento, el rostro en sombras de aquel chico le recordó aquel otro rostro, a aquel otro chico que tanto daño le había hecho.

El terreno era cada vez más empinado y la lluvia, que caía sin parar, lo hacía muy resbaladizo. Natalia se apoyaba en el brazo de Carlos intentando mantener el equilibrio y conseguir algo de calor. Toda su ropa estaba empapada y el aire frío pasaba a través y se clavaba en su piel con tanta facilidad como si estuviese desnuda. Carlos notó que temblaba y paró:

— Deberías volver al coche. Estás congelada. Y, además, me estás retrasando. Iría mucho más rápido si no tuviera que tirar de ti— le dijo Carlos.

— Ya sé que sólo tratas de protegerme, así que déjalo ya. No me vas a echar. ¿No crees que deberíamos llamarle?— preguntó preocupada.

— No. Si está con Caronte, le alertaríamos.

— ¿Y qué? Ya sabemos donde vive. Podemos ir a buscarla cuando queramos. Ahora lo que necesitamos es que se asuste y se aleje de Gus.

— Ya, pero quizá consigamos que, si va a matarlo, se dé más prisa y después se vaya. No se tarda mucho en matar a una persona. Prefiero sorprenderla. Venga, sigamos— contestó Carlos echando a andar de nuevo.

Natalia le siguió, sin apoyarse en él, intentando mantener su paso. No quería que volviese a decir que le retrasaba, y mucho menos pensar que tenía razón. Si llegaban demasiado tarde, se pasaría el resto de su vida pensando que había sido culpa suya, que debía haberse quedado en el coche, que quizá Carlos solo habría llegado a tiempo. No debía pensar eso, no iba a ocurrir. Era posible que Gus ni siquiera estuviese en el bosque, que se hubiese cansado de esperar y ahora mismo se encontrara camino de casa. Y, cuando llegasen, le encontrarían sentado delante del ordenador, como siempre, a salvo y seco… Iba a tener que escucharla por su idea de hacerse el héroe y darles aquel susto. Iba a pagar por cada minuto de angustia, por el frío, la lluvia… La imagen del asiento vacío frente al ordenador apareció en su mente, haciéndole volver a la realidad. ¿Y si nunca volvían a verle con vida? ¿Y si nunca más podían estar los tres allí, sentados con un café delante, escuchando su charla sin fin? Sintió el alfilerazo del llanto contenido en sus ojos e intentó no pensar en nada, sólo seguir andando a través de la lluvia, luchando contra el viento que era cada vez más fuerte, intentando dar un paso más, llegar al siguiente árbol. Entonces resbaló y cayó al suelo. Un lanzazo de dolor subió por su pierna. Se mordió con fuerza el labio inferior, intentando ahogar un grito. Las lágrimas surgieron sin ningún freno. Carlos se giró y corrió a ayudarla:

— ¿Estás bien?— le preguntó preocupado— ¿Qué ha pasado?

— No sé, creo que he resbalado. Ayúdame a levantarme.

— Es que a nadie se le ocurre venir al monte con tacones, joder— protestó Carlos.

— Oye, te recuerdo que yo no sabía nada de esta excursión cuando me los puse. Ayúdame— dijo enfadada, tendiéndole los brazos.

Carlos la agarró y tiró de ella. Natalia se levantó pero, en el momento en que apoyó el pie, un agudo pinchazo volvió a subir por su pierna. Gimió, incapaz de soportar el dolor. Carlos volvió a dejarla en el suelo y se inclinó para examinarla. Palpó su tobillo, que empezaba a hincharse, haciendo que Natalia volviese a quejarse.

— No parece roto pero creo que tienes un esguince— dijo Carlos, mirándola preocupado-. Mierda, ¿qué vamos a hacer ahora?

— Sigue tú. Yo me quedaré aquí esperando a que volváis o a que lleguen los demás— contestó ella, intentando no parecer asustada.

— ¿Cómo te voy a dejar aquí sola y sin poder moverte? ¿Es que estás loca?

— No hay otra opción. El que está en peligro es Gus, debes ir a buscarle— respondió Natalia con voz firme.

— Joder, te dije que te quedaras en el coche. ¿Por qué tienes que ser tan cabezota?— Carlos se levantó, enfadado, y empezó a quitarse el abrigo— Ponte esto, te morirás de frío si te quedas ahí quieta y empapada. Volveré enseguida.

Ayudó a Natalia a ponerse el abrigo sobre los hombros y empezó a andar alejándose de ella. Cuando había caminado unos pasos, se giró y volvió hacia donde estaba sentada, sacando la pistola. Se la tendió a Natalia, que le miró sin comprender.

— Toma, quédatela tú. Sabes manejarla, ¿verdad?

— Claro, nos dieron unos cursos de tiro antes de entrar en la Ertzaintza. Pero no puedo quedármela, tú la necesitas.

— No, no me hace falta— contestó Carlos-. Creemos que ella no lleva armas de fuego, sólo armas blancas. Podré defenderme contra ella cuerpo a cuerpo si llega el caso pero tú no, y menos con el tobillo roto.

— No pienso quedármela. A mí no va a pasarme nada— volvió a protestar ella.

— Mira, no voy a quedarme aquí toda la puta noche discutiendo— se alejó un par de pasos y dejó la pistola en el suelo-. Aquí la dejo. Si la necesitas, cógela.

Natalia quiso discutirle de nuevo pero él se alejó a paso rápido y se internó entre los árboles. Miró de nuevo la pistola, se arrastró intentando no mover la pierna y, cuando estuvo más cerca, se estiró y la cogió. Su tacto duro y frío le hizo sentirse mucho más segura. La agarró con fuerza y apuntó hacia la espesura, atenta a los ruidos y las sombras de la noche.

Se quedó quieto un momento entre los árboles, esperando a que Natalia cogiese la pistola sin que ella pudiese verle. Cuando lo hubo hecho se sintió más tranquilo, y algo menos culpable por dejarla sola. Sabía que tenía que hacerlo, pero dejarla en medio de aquel bosque sin poder defenderse le ponía enfermo. No era su idea de lo que un héroe haría en esa situación. Claro que él no era un héroe, ni Natalia una princesita desvalida. Sabría cuidarse. Volvió a mirarla y después se giró, empezando a andar de nuevo, subiendo por aquel monte alfombrado de árboles que parecía no acabar nunca.

Cuanto más subía, la humedad del suelo era mayor, haciendo más peligroso cada paso que daba. Debía haber algún manantial más arriba que empapaba el subsuelo y volvía el terreno cada vez más pantanoso. La oscuridad era casi total y no podía guiarse por nada para ver por donde pisaba. Sólo veía la silueta de los árboles más cercanos, como gigantescos guardianes que cada vez le cerraban más el paso y cuyas oscuras ramas bailaban con el ritmo frenético del viento, dándole la impresión de estar rodeado por mil sombras, por mil sonidos, por mil enemigos…

El suelo cedió unos centímetros bajo sus pies, dejándole atrapado. Debía haber pisado el curso de un riachuelo. Toda la zona en la que estaba era un enorme barrizal que partía el bosque en dos trozos. Tendría que cruzarlo si quería seguir explorando. Con un esfuerzo consiguió sacar uno de sus pies del barro, produciendo un sonido de succión que le pareció que podría ser escuchado a metros de distancia. Permaneció quieto, esperando por si oía a Gus llamándole. No escuchó nada, sólo el viento entre los árboles y las ramas golpeando. Siguió avanzando con esfuerzo, buscando alguna piedra en la que pudiese apoyar los pies. No había nada. Cuando llegó al otro lado, el barro había manchado toda la parte inferior de sus pantalones, hasta las rodillas. La sensación era desagradable, fría y viscosa, como si un reptil estuviese intentando trepar por sus piernas. Siguió andando, acelerando el paso. Le parecía que llevaba mucho tiempo subiendo, que hacía ya mucho rato que había dejado atrás a Natalia. Se preguntó de nuevo si estaría bien. Era tan desesperante no saber, tener la cabeza tan repleta de dudas… Cada paso que daba en una dirección le hacía plantearse si estaría haciendo lo correcto, si estaba acercándose a Gus o si cada vez estaba más lejos de encontrarle, si con cada elección le dejaba un poco más en manos de Caronte…

El terreno seguía elevándose. Tuvo que concentrar todos sus sentidos en fijarse en el suelo para no resbalar. Los árboles parecían estar más cerca unos de otros y el suelo estaba plagado de arbustos espinosos y zarzas que se enganchaban a sus ropas, retrasando su marcha, dándole la impresión de que miles de manos invisibles le agarraban. A pesar de ello se esforzó en andar más rápido, como si estuviese seguro de que seguía el camino correcto y de que pronto llegaría al final. Su respiración se hizo más trabajosa. El aire frío hacía que le doliese el costado y los pulmones parecían trabajar a su máxima potencia. Se obligó a no pensar en nada y seguir, sólo seguir…

Fue agarrándose a los troncos, cada vez más cercanos, para darse impulso. Sentía que estaba muy cerca y que debía darse prisa, mucha prisa. Antes de darse cuenta, estaba corriendo, esquivando los árboles que aparecían a su paso entre las sombras, como oscuros y silenciosos fantasmas. Ignoró las ramas y arbustos que le arañaban la cara y las manos. Lo único importante era correr, a pesar del cansancio, del sudor que empapaba su piel, de la sensación de no querer llegar que empezaba a embargar su mente y que le llenaba de un miedo irracional, de la impresión lejana pero punzante de estar en un sueño conocido.

A lo lejos, divisó un claro entre los árboles. Siguió corriendo, usando sus últimas fuerzas, sin saber por qué estaba tan seguro de que era allí, de que ya llegaba. Se planteó que estaba haciendo mucho ruido, que quizá alertaría a Caronte pero le dio igual. No le importaba si escapaba aquella noche. Acabaría atrapándole. Lo único importante era sacar a Gus de todo aquello, salir de ese bosque en el que el tiempo y el espacio parecían no seguir las leyes naturales, dándole la impresión de llevar siglos corriendo por un bosque infinito, como si estuviese intentando moverse con todas sus fuerzas, a toda velocidad, pero no consiguiese avanzar. Como en las peores pesadillas.

Sin embargo, dándole esperanzas, el claro fue acercándose. Los árboles se distanciaron un poco y le permitieron aproximarse con más rapidez. Llegó aún corriendo y se apoyó en el último árbol, intentando vislumbrar en aquella oscuridad completa si había alguien allí. Una sensación de irrealidad le golpeó, devolviéndole a aquella pesadilla fabricada por su propia mente meses atrás. En el centro del claro divisó la sombra inerte de un cuerpo humano.

CAPÍTULO NUEVE

La imagen de ese cuerpo llenó todo su campo de visión, como si se hubiese vuelto inmenso, como si todo el universo se redujese en ese momento a aquel ser tendido en el centro del claro. Se acercó despacio, sabiendo de antemano a quién pertenecía, qué era lo que había sucedido pero deseando no estar allí, no saber, no ver su rostro. Se detuvo a unos pasos, sintiendo como la desesperación le embargaba. El cuerpo estaba boca abajo, impidiendo que le viese la cara, pero supo que era Gus, que no podía ser otro. Trató de negárselo pero era imposible. Esos eran los vaqueros negros que llevaba día tras día, esa era su chaqueta. La sangre que manaba de entre su cabello, brillando imposiblemente roja en aquella oscuridad, era suya.

Se agachó despacio, intentando no sentir, no pensar que le conocía, que se sentía culpable por su muerte, que le consideraba su amigo a pesar de que nunca se lo hubiese demostrado y que ya era tarde. Al agacharse sintió algo extraño. Un aviso de peligro que no sabía de dónde provenía le hizo levantar la mirada. Allí estaba ella, de pie al borde del claro, inmóvil. Carlos se levantó de un salto, emitiendo un rugido de rabia. Se acabó. Por fin la tenía delante, por fin iba a terminar con esa pesadilla. Ella le miró un segundo más, el tiempo suficiente para darse cuenta de la furia que invadía los ojos de Carlos, de su expresión salvaje. Se giró y empezó a correr, internándose en el bosque.

Él la siguió. No iba a permitir que escapase. Se sintió lleno de fuerza, de energía. Todo su cansancio se había esfumado al ver la mirada de miedo de Mónica. Ahora él era el cazador y ella la presa. Veía a la chica corriendo con torpeza entre los árboles, resbalando y agarrándose a las ramas para levantarse y seguir corriendo. En ningún momento la perdió de vista, ella era lo único que importaba: perseguirla, atraparla, acabar con todo aquello. Pero, a pesar de correr con todas sus fuerzas, no conseguía acercarse. Ella iba sacándole cada vez más ventaja, quizá porque no estaba tan cansada como él o quizá espoleada por el miedo, por lo que había visto en sus ojos. Intentó correr aún más rápido, no perderla. Su mente estaba nublada, incapaz de pensar en otra cosa que no fuese descargar todo su dolor en ella, en la culpable.

Los árboles fueron espaciándose, permitiéndole ver con más claridad a su presa. La lluvia y el viento le golpearon con toda su fuerza. Carlos lo ignoró y siguió a Mónica, que corría cuesta abajo, concentrando toda su atención en no resbalar. El cansancio había desaparecido y ni siquiera notaba el frío. Todo ello había sido sustituido por su ardiente deseo de venganza. Se sentía invadido por la emoción de la caza, lleno de fuerza, como si pudiese seguir corriendo para siempre. Le pareció que ella estaba más cerca. Podía distinguir su silueta con más claridad. Echó mano a su costado, buscando la pistola. En algún momento, el bosque acabaría y, sin árboles de por medio, ella sería un blanco fácil. Pero la pistola no estaba. Recordó que se la había dejado a Natalia y entonces su mente volvió a funcionar. Natalia, su trabajo, sus responsabilidades, su ética… No podía disparar a una mujer que corría asustada a través de la lluvia, no podía matarla por mucho daño que hubiese hecho, por mucho que lo deseara.

Siguió corriendo de todas maneras, a pesar de que el bosque había vuelto a espesarse, haciendo que la oscuridad reinase de nuevo a su alrededor. Los árboles la ocultaron a su vista, haciendo que temiese perderla, obligándole a esforzarse más en la carrera. Fue inútil. Ya no estaba. Se obligó a parar y escuchó con atención. A lo lejos le pareció escuchar el sonido de un chapoteo. Corrió hacia allí. El suelo era cada vez más húmedo y sus piernas empezaron a hundirse en el barro. Recordó el lugar, había pasado por allí poco antes. Era el barrizal que dividía en dos el bosque. Con un gran esfuerzo, logró sacar las piernas y empezar a avanzar, mientras un escalofrío le subía por la espalda. En su loca carrera, Mónica estaba avanzando directamente hacia Natalia.

Le parecía que hacía ya mucho tiempo que Carlos se había marchado. Natalia había permanecido atenta al ruido de sus pasos, deseando que ese sonido no se apagase, que no la dejase sola en el silencio. Pero los árboles se habían tragado aquel eco y ya sólo podía oír el sonido de las ramas entrechocando y el viento, cada vez más fuerte, que soplaba entre ellas provocando un suave quejido de alma en pena.

Dejó la pistola en su regazo y se abrazó con fuerza, cerrando el abrigo de Carlos para intentar entrar en calor. Era imposible. Tenía la ropa mojada y el frío penetraba hasta su piel. Todo su cuerpo temblaba y las manos y los pies empezaban a quedársele entumecidos. Intentó mover los dedos para despertarlos y fuertes pinchazos respondieron a sus esfuerzos. Siguió moviéndolos, ignorando el dolor. Necesitaba que sus manos pudiesen reaccionar por si tenía que usar la pistola. Esperaba no tener que utilizarla. De hecho seguía pensando que había sido una tontería que ella se la hubiese quedado. Era la única que podía considerarse a salvo en aquel bosque, con Gus en manos de una asesina y Carlos intentando detenerla. ¿Qué le iba a pasar a ella? Absolutamente nada. Sólo tendría que esperar un rato hasta que todo se hubiese solucionado o llegasen las patrullas.

Volvió a preguntarse por qué no habían llegado todavía. No era posible que Roberto no hubiese avisado. Ante todo era un ertzaina y sabría lo que debía hacer. La vida de unas personas y la detención de un peligroso asesino debían estar antes que cualquier rencilla personal. Pero, ¿y si no era así para Roberto? No le conocía apenas, no sabía que pensar de él. Sólo podía rogar para que hubiese avisado, esperar que fuese así. Pero, ¿y si las patrullas no venían? ¿Hasta qué punto estaban preparados para enfrentarse a Mónica sin ayuda de nadie más? En aquel momento no le parecía que fuesen un grupo muy preparado: Gus sin sospechar nada, ella herida y sin posibilidad de defenderse y Carlos desarmado. Él creía que tenía posibilidades contra ella en una lucha cuerpo a cuerpo, pero el hecho de que nunca hubiese usado armas de fuego no significaba que no tuviese una. Y, aunque no la tuviese, sabían que usaba cuchillos, e incluso un hacha. ¿Qué posibilidades tendría Carlos contra eso? Por un segundo su mente quedó invadida por imágenes de miembros cercenados, tantas veces vistos en las escenas del crimen pero hasta ahora siempre pertenecientes a caras anónimas. La sola idea de que pudiesen pertenecer a Gus o Carlos hizo que un frío aún más intenso recorriese su cuerpo, parando su respiración. Imaginó una sombra con un hacha ensangrentada recorriendo el bosque hacia ella. Volvió a coger la pistola, con las manos temblorosas y las lágrimas surcando sus mejillas. Le parecía que cada vez había más ruidos, que el viento soplaba con más fuerza, como el aullido desesperado de algún animal salvaje. Los sonidos la rodeaban dándole la impresión de miles de seres que se acercaban, corrían, se arrastraban, lloraban y reían. Continuó atenta a la oscuridad apuntando de un lado a otro, siguiendo con el cañón de la pistola cada movimiento de las ramas, cada susurro de los arbustos contra los árboles cercanos. Las lágrimas hacían aún más difícil que enfocase la vista. Sólo veía sombras nubladas por el velo de la lluvia y de su propio llanto. Su corazón se aceleró tanto que le provocó pinchazos en el pecho, su respiración se hizo más trabajosa. Empezó a inspirar con más fuerza intentando conseguir aire pero éste se negaba a llegar a sus pulmones. Tenía que huir, la muerte se acercaba buscándola y sabía exactamente dónde encontrarla. Se levantó, ignorando el dolor del tobillo y empezó a andar hacia abajo, intentando salir del bosque y llegar al pueblo. El abrigo de Carlos resbaló de sus hombros pero no se paró a recogerlo. Intentó andar más rápido mientras seguía vigilando la espesura, temerosa de que cualquier sombra saltase de entre los árboles para agarrarla. El suelo estaba cada vez más resbaladizo por la lluvia. Agarró la pistola sólo con la mano derecha mientras usaba la izquierda para apoyarse en los troncos. Caminó unos pasos más, intentando darse prisa, sintiendo que el tiempo se acababa y que la falta de aire empezaba a marearla. Cayó de nuevo al suelo, resbalando varios metros por el barro, arañándose las piernas, las manos y la cara con piedras y arbustos. La pistola se le escapó en su intento de agarrarse a un árbol y parar la caída y resbaló cuesta abajo.

Natalia se sentó en el suelo, sollozando como una niña. El golpe consiguió que su angustia estallara. Estuvo llorando durante unos minutos mientras su respiración se tranquilizaba y conseguía recuperar el control de la situación. Tenía que encontrar la pistola. Intentó pensar con coherencia, tratar de adivinar hacia dónde podría haber resbalado. Miró alrededor, buscándola. Le pareció que brillaba unos metros más abajo, apoyada contra una zarza. Y entonces lo oyó. Una respiración jadeante, unos pasos que se acercaban a la carrera. Esta vez no era un producto de su imaginación ni de su miedo. Algo venía hacia ella. Llorando de nuevo se arrastró hacia la pistola, rezando por que le diese tiempo de cogerla, moviéndose a ciegas en la dirección en la que la había visto, con la vista nublada por las lágrimas y el miedo. Sus manos rozaron la fría superficie mientras oía como aquello que se acercaba cruzaba los últimos árboles. Se giró intentando apuntar y vio como una figura negra saltaba desde el bosque y caía encima suyo. Forcejeó con aquella sombra oscura que la aplastaba con el peso de su cuerpo. Tenía que luchar, no podía dejar que la venciera. Se retorció, intentando liberarse pero una mano le atenazó la garganta, impidiéndole respirar. Mónica se sentó sobre ella, sin aflojar la presión, mientras con la otra mano intentaba arrebatarle la pistola. Natalia sintió que se mareaba, que su vista empezaba a nublarse. Debía hacer un último esfuerzo, estaba luchando por su propia vida. Levantó una mano y le clavó las uñas en la cara, hasta sentir como la sangre empezaba a fluir. Con un alarido de rabia, ella la soltó y la golpeó en la cara. Natalia sintió que su conciencia se nublaba pero al instante un agudo dolor en su mano derecha la reavivó. Mónica la estaba mordiendo con fuerza. Sin poder evitarlo, Natalia soltó la pistola. Ella la recogió con rapidez, se levantó y retrocedió un par de pasos, sin dejar de apuntarla. La mano de la chica temblaba y su cuerpo se convulsionaba por el llanto. Natalia intentó controlarse, recordar la historia que les había contado el doctor Martínez. No estaba delante de un monstruo. A pesar de las aberraciones que había cometido, sólo era una chica atormentada por la culpa, confusa…

— Mónica, espera…— le dijo con voz suave-. Esta no es la solución.

La chica pareció sorprenderse al oír su nombre y la miró a los ojos, pero no dejó de apuntarla con el arma.

— ¿No comprendes que no es así como encontrarás la paz que estás buscando? Lo que estás haciendo sólo provoca más dolor y no arreglará nada— se puso de rodillas y extendió un poco su brazo hacia la pistola, muy despacio, manteniéndole la mirada para que pudiese ver que no intentaba hacerle daño-. Hay gente que podría ayudarte a acabar con esta pesadilla.

— No, nadie puede… Esto nunca acabará, todo ha salido mal— contestó ella, sollozando-. Estoy tan cansada…

— Sí que podemos. Confía en mí, déjame ayudarte— dijo Natalia, incorporándose lentamente para acercarse-. Todo esto tiene que acabar.

La chica bajó un poco la pistola, mientras lloraba angustiada. Natalia se acercó un paso, despacio. Sentía que aquello no era real, que estaba en medio de un sueño sin sentido. Esa criatura asustada que lloraba bajo la lluvia no podía ser el cruel asesino que llevaban meses persiguiendo. Y, sin embargo, sabía que era así, las imágenes de los crímenes, de los cuerpos mutilados se sucedían a toda velocidad en su cabeza, atormentándola. Sintió que debería sentir rabia, ganas de vengarse, no la compasión que le hacía verla como una niña asustada.

— Vamos, dame la pistola— le suplicó, tendiendo la mano-. ¿No crees que ya ha habido suficientes muertes?

Mónica levantó de nuevo la pistola y en sus ojos Natalia vio que ya no estaba asustada, ni desesperada.

— No— contestó con voz firme-. Todavía falta una.

Natalia cerró los ojos con fuerza. Oyó una detonación y sintió como un líquido caliente salpicaba su cara. Abrió los ojos despacio mientras todo su cuerpo se sacudía por los temblores. Mónica yacía a sus pies, con la cabeza atravesada por un balazo. Se desplomó a su lado llorando, sintiendo que perdía el control. Sin saber lo que hacía, acarició su pelo empapado de lluvia y sangre, sintiéndose culpable por no haber podido salvarla.

Unos pasos rápidos se acercaron por el bosque pero ella los ignoró. Sintió que la agarraban por los hombros, que la zarandeaban y la obligaban a separarse.

— Natalia, ¿estás bien? Contéstame, ¿estás herida?

Ella continuó con la mirada clavada en el cuerpo sin vida, temblando por el llanto incontrolado, sin entender del todo aquellas palabras ni reconocer aquella voz. Un fuerte golpe en la mejilla la devolvió a la realidad.

— Natalia, contéstame— Carlos volvió a agarrarla por los hombros y la miró, preocupado-. ¿Estás bien?

Ella asintió y se abrazó a él, mientras dejaba que el llanto siguiese fluyendo. Unos segundos después, él la separó y volvió a mirarla fijamente, como si intentase convencerse de que no le había pasado nada malo.

— Ella se mató… Se disparó delante de mí y no pude hacer nada para detenerla…— intentó explicar ella.

— No te preocupes ahora de eso— Carlos acarició un segundo su mejilla y volvió a levantarse-. Tengo que marcharme ahora, creo que Gus podría estar herido. Volveré lo antes posible.

Él salió corriendo y volvió a internarse entre los árboles. Natalia se quedó quieta, viéndole marchar. Echó otro vistazo al cadáver, enterró la cara entre las manos y volvió a llorar, por Mónica, por las niñas, por sus familias, por ellos mismos… Porque resolver un crimen o acabar con un asesino no servía para que la historia diese marcha atrás.

Carlos volvió sobre sus pasos, obligándose a avanzar despacio para no resbalar. La angustia seguía consumiéndole, exigiéndole que acelerase, que volviese al claro. La pesadilla podía no haber acabado, quizá le reservaba un capítulo más. Se sentía culpable por haber salido corriendo detrás de Mónica sin haber comprobado si aún podía hacer algo por Gus. Temió que no pudiese encontrar con rapidez el lugar exacto, que su estado de furia anterior le hubiese impedido fijarse en el camino recorrido. Casi no recordaba haber pasado por aquellos sitios. Todos los acontecimientos de los minutos anteriores aparecían borrosos en su mente, como si no los hubiese vivido él mismo, como si hubiese sido poseído por una fiera que no conocía pero que habitaba en su interior. El claro apareció ante sus ojos, a pocos metros. Al llegar al borde volvió a pararse en seco, sintiéndose de nuevo envuelto en aquella pesadilla. Una vez que lo viese se convertiría en algo real, inevitable. Toda esperanza se desvanecería. No quería pasarse los próximos años de su vida con el recuerdo de unas cuencas vacías que le recriminarían no haber llegado a tiempo, haberle dejado morir en aquel bosque. Sin embargo, continúo adelante y se aproximó al cuerpo.

Una forma oscura estaba al lado del cuerpo. En un primer momento, Carlos pensó que era algún animal salvaje y corrió hacia allí para apartarle pero, al acercarse más, se dio cuenta de que era Art, que golpeaba con el hocico el costado de Gus mientras gemía. Carlos se arrodilló al lado del cuerpo, conteniendo las lágrimas que le quemaban en los ojos. Gus seguía en la misma posición y aún había más sangre, rodeando su cabeza como una aureola roja. Se agachó y colocó la mano en su hombro para girarle, sintiendo como la angustia le atenazaba la garganta. La sangre manaba de un corte en la sien pero su cara no presentaba ninguna herida más. Parecía que estuviese durmiendo. Carlos le tomó el pulso, rogando por que aún estuviese vivo. Le pareció notar un movimiento muy leve en su muñeca durante un momento, como si aún quedase algo de vida en su cuerpo pero estaba tan nervioso que lo perdió y no pudo volver a encontrarlo. ¿Lo habría imaginado? Le separó el cabello mojado de la cara y se acercó, intentando descubrir si respiraba. Gus abrió levemente los ojos y le dirigió una mirada asustada y ausente, como si no le reconociese, como si no supiese dónde se encontraba. Carlos sintió que volvía la esperanza y le agarró con firmeza la mano, tratando de comunicarle que estaba a su lado.

— Tranquilo, todo ha acabado— le susurró-. Enseguida vendrán a ayudarte.

Miró alrededor, sin saber qué hacer. No podía bajar por el bosque con Gus a cuestas. El camino estaba muy resbaladizo y podrían caerse. Además, no sabía si Gus tendría alguna lesión que impidiese que le movieran. Quizá debería ir a buscar a Natalia. Ella tenía conocimientos de medicina y sabría qué tenían que hacer, pero no quería abandonar a Gus bajo la lluvia, asustado. Él le había agarrado ahora, como si le hubiese reconocido y no quisiera dejarle marchar. Su mano estaba muy fría y su piel empezaba a tomar una tonalidad pálida, casi azulada. Si seguían así mucho tiempo, moriría desangrado. Le abrazó, apretándole contra su pecho para darle calor mientras decidía qué debía hacer. Entonces sonrió y sujetó aún con más fuerza la mano de Gus, intentando que le escuchara.

— Aguanta un poco más. Ya vienen a ayudarnos.

El bosque se había iluminado, tiñéndose con el brillo azulado de los focos de las patrullas.

CAPÍTULO DIEZ

Aguirre escuchó en silencio y después permaneció unos segundos pensativo, mientras golpeteaba su mesa con un bolígrafo. Natalia había decidido contarle toda la historia pero ahora se preguntaba qué estaría pasando por su cabeza, en qué iba a terminar todo aquello.

— En cuanto el inspector Vega terminé con el levantamiento del cuerpo, vendrá aquí a hablar con usted y estoy segura de que confirmará lo que le contado punto por punto— terminó ella-. Asumo toda la responsabilidad de lo que ha pasado. Yo le convencí de que me dejase colaborar con él y de que necesitábamos al otro chico para que nos ayudase con la parte informática del caso. Aquí tiene mi carta de dimisión.

Le tendió el papel que había escrito unos minutos antes de entrar en el despacho. Aguirre lo cogió, lo leyó un momento por encima y la miró.

— Es muy loable por su parte intentar cargar con todas las culpas, señorita. Pero conozco a Carlos desde hace años y no es imbécil. No sé habría dejado convencer de algo que él no quisiera hacer— se quedó callado unos segundos, reflexionando-. Está bien, esto es lo que voy a contarle a la prensa. En ningún momento vamos a hablar sobre el hecho de que Carlos estuviese retirado del caso. No daría muy buena imagen que nuestros agentes actúen por ahí sin ningún control y tendríamos que expedientarle, cosa que, por esta vez, no voy a hacer. En todo momento hablaremos de la resolución de este caso como una operación de la brigada de homicidios y negaremos todo rumor acerca de que “vuestro equipo” lo haya resuelto solo.

Natalia asintió. Ya no le importaba el reconocimiento. Y, además, de poco le serviría ahora que iba a marcharse de la central para siempre.

— En cuanto a qué hacía ese amigo vuestro en el bosque jugando a policías— continuó Aguirre-, diremos que iba a ser la próxima víctima de la lista. Después de todo, Mónica ya había asesinado a otro chico tiempo atrás, así que resultará creíble.

— Por mí no hay ningún problema— accedió ella, deseando irse-. ¿Algo más?

— Sí, puede llevarse esto— le dijo, tendiéndole su carta de dimisión-. Espero verla aquí el lunes. No voy a tomar medidas contra usted. Creo que nos vendría bien alguien con su talento aquí, aunque, a partir de ahora, esperó que sepa controlar su iniciativa y adaptarse a las reglas.

— Se lo agradezco, señor. Pero, aún así, mi dimisión continua en pie. Me han ofrecido un puesto en Barcelona y voy a aceptarlo— se levantó y le tendió la mano para despedirse-. Ha sido un placer trabajar aquí.

Salió del despacho, abatida. Ya estaba hecho, no había vuelta atrás. No sabía qué iba a ser de su vida a partir de aquel momento, adonde iría… Lo único que sabía era que no podía continuar allí. Había fracasado, en todo. Había hecho que Carlos llevase la investigación por caminos equivocados, les había confundido haciendo que no pudiesen ver las pistas… Y todo había estado allí. Ahora resultaba tan claro… Por su culpa, habían estado a punto de echar a Carlos de su trabajo y Gus podría haber muerto. Ni siquiera había sabido salvar a Mónica. Y sus pérdidas totales de control en los momentos de tensión le hacían plantearse si estaba preparada para enfrentarse a ese tipo de situaciones.

El viento helado seguía soplando con fuerza y su tobillo le enviaba continuos pinchazos de dolor agudo pero lo ignoró y comenzó a andar. No sabía a dónde dirigirse, no tenía ganas de ir a casa. Sólo quería darse tiempo para pensar tranquila, para pasear sin rumbo intentando encontrar uno para su vida.

El ascensor llegó por fin al último piso del hospital. Carlos salió y se paró un momento, sin saber qué hacer. Lo más probable era que la familia de Gus estuviese en la sala de espera y que pudiesen decirle algo, pero quizá estuviesen demasiado exaltados como para hablar con ellos en ese momento. Se dirigió a la zona de reanimación e, ignorando el cartel de prohibido el paso, entró y empezó a andar por el largo y solitario pasillo. Unos segundos después, una enfermera salió de una de las salas y se le acercó con gesto enfadado.

— Perdone, pero no puede estar aquí. Tiene que esperar hasta que sea la hora de visita.

— Soy el inspector Vega— Carlos se detuvo y, tras llevarse la mano al bolsillo, le enseñó la placa-. Estoy en una investigación oficial. Necesito saber el estado de Agustín Guevara.

— Espere un segundo.

Volvió a entrar en la sala de la que había salido. Poco después apareció un medico dispuesto a atenderle. Carlos volvió a presentarse. El médico empezó a andar, indicándole que le siguiese hacia la zona de boxes.

— El señor Guevara se encuentra estabilizado— explicó el doctor-. Parece que no ha habido fractura de cráneo ni se ha producido ningún daño cerebral. Había perdido una gran cantidad de sangre pero ya le hemos realizado una transfusión. Le mantendremos aquí unos días para observar su evolución.

— ¿Podría verle un momento?— preguntó Carlos.

— Ahora mismo está muy débil y necesita descansar. No creo que le convenga que le haga preguntas— contestó el doctor, frunciendo el ceño.

— Sólo serán unos minutos. Prometo no molestarle.

— Está bien, dos minutos— se paró y señaló uno de los boxes-. Es aquí.

Carlos se acercó y se quedó mirando a través de las puertas de cristal. Parecía que Gus dormía. Estaba muy pálido y su cuerpo aparentaba ser aún más delgado y pequeño en aquella camilla. Un aparatoso vendaje le cubría la cabeza. Pulsó el botón de apertura del box y entró. El sonido de las puertas hizo que Gus entreabriese los ojos. Le miró unos segundos, desorientado y, por fin, sonrió.

— Vaya pinta que llevas— le susurró con un hilo de voz.

Carlos echó un vistazo a sus ropas cubiertas de barro y a los cortes y arañazos de sus manos. Era muy probable que su cara no ofreciese mejor aspecto. Le devolvió la sonrisa.

— Bueno, tú tampoco estás en tu mejor momento. ¿Qué tal te encuentras?

— Cansado… Y parece que me hubiese pasado un tren por encima de la cabeza. ¿Qué me ha pasado?

— La chica del bosque era Caronte, pero ya puedes estar tranquilo. Todo ha terminado.

— ¿Una tía? Joder, no entiendo nada. ¿Y qué ha pasado con ella? ¿La has detenido?— preguntó nervioso.

— No, se suicidó… No pudimos hacer nada para evitarlo.

— Bien, al menos todo ha terminado.

Cerró los ojos durante unos segundos. Parecía tranquilo de nuevo, tanto que Carlos temió que se hubiese quedado dormido. Entonces volvió a abrirlos y le miró fijamente.

— ¿Estabas con ella cuando se suicidó?— le preguntó.

— No, estaba Natalia. ¿Por qué?

— ¿Te ha dicho qué vio en sus ojos? ¿Sabéis por qué hizo todo esto, cómo pudo hacerlo?

— Bueno, su psiquiatra nos lo explicó. Estaba enferma. Ya te lo contaré cuando estés mejor.

Gus negó moviendo despacio la cabeza. Volvió a cerrar los ojos y, de entre sus párpados, escapó una lágrima.

— No, no me refiero a eso. Necesitó una explicación para tanta muerte, para tanto dolor… Me gustaría haberla mirado a los ojos y comprender cómo una persona puede hacer todo eso…

— Bueno, tú la tuviste delante, pudiste mirarla a los ojos. ¿Viste algo? ¿Encontraste tu explicación?

Gus volvió a negar, mientras lágrimas de rabia seguían surcando sus mejillas. Carlos se acercó un poco más y apretó su mano.

— Quizá no la haya, pero al menos se acabó. Ya no habrá más niñas en su lista— le consoló Carlos.

Las puertas del box se abrieron y una enfermera le indicó que debía marcharse. Carlos asintió con la cabeza.

— Bueno, me tengo que ir. Todavía tengo que visitar a Natalia. Se cayó en el bosque y se ha roto un tobillo.

— Ya lo siento. Salúdala de mi parte— Gus calló unos segundos y bajó la mirada antes de seguir hablando-. Os echaré de menos a los dos.

— No lo creo, no te vamos a dar tiempo. Estaré aquí mañana.

— ¿Seguro?— sus ojos parecían enormes, brillantes por las lágrimas, como los de un niño.

— Seguro. No tengo tantos amigos como para permitirme perder a uno de los mejores— le sonrió, burlón-, aunque la mayoría de los días piense que eres un pelmazo.

Gus sonrió más tranquilo y volvió a cerrar los ojos. Carlos salió del box y se dirigió de nuevo al ascensor. Su móvil empezó a sonar, haciendo que la enfermera le clavase una mirada de odio. Salió corriendo de la zona de reanimación y empezó a bajar a toda prisa las escaleras. Cuando considero que estaba lo bastante alejado, contestó.

— ¿Diga?

— ¿Carlos? Soy Aguirre. Necesito que te pases por la central ahora mismo.

— Es que estoy en el hospital y todavía tengo que visitar a Natalia…

— Natalia no está en el hospital. Sólo tenía una torcedura sin importancia. Ya ha pasado por aquí. También tengo que hablarte sobre ella.

— ¿Sobre ella? ¿Por qué? ¿Qué pasa?

— Ha presentado su dimisión. Ven y hablaremos— le pidió Aguirre-. Tengo que reunirme con la prensa y quiero que me cuentes qué pasó. ¿Podrías venir?

— Está bien. Voy para allí.

Carlos colgó y se dirigió rápido hacia la salida del hospital. Estaba preocupado por lo que pudiese decirle Aguirre, por cómo se tomaría que hubiese desobedecido sus órdenes. Y, sobre todo, no podía entender la conducta de Natalia. Ahora que todo había terminado… El tono de Aguirre no le había parecido tan duro como para que ella se hubiese visto forzada a dimitir. Salió del hospital y corrió hacia su coche.

Natalia cruzó el puente, dirigiéndose hacia el parque. El intenso frío estaba despejándola, haciéndole sentir viva. Había dejado de llover y las nubes habían desaparecido. Un sol aún tímido empezaba a abrirse paso entre las montañas, inundándolas de una bruma dorada. La ciudad estaba dormida y silenciosa mientras las últimas farolas que bordeaban la ría iban apagándose. Incluso el aire parecía más limpio, como si la lluvia de la noche anterior hubiese vuelto todo más puro, renovado.

Empezó a caminar por el solitario parque, con la única compañía de las estatuas que adornaban la fachada del museo. Sus pasos resonaban en el camino asfaltado. Se sintió igual de tranquila que en aquel otro amanecer, en ese mismo parque. Parecía haber pasado muchísimo tiempo desde entonces, pero en su memoria los recuerdos de aquella noche se habían repetido muchas veces, como si hubiesen sido grabados a fuego. Se sentó en el mismo banco, con la vista clavada en algún punto del infinito, dejando que la tranquilidad del lugar calmase sus pensamientos. Las lágrimas seguían cayendo, más tranquilas ahora, como una suave lluvia que se llevase su dolor y la limpiase por dentro. El sonido de unos pasos por el camino de gravilla la devolvió a la realidad. Reconoció su manera de andar y sonrió. Él había recordado el lugar, quizá para él también aquella noche fue importante. Carlos se acercó despacio, se sentó a su lado y sacó dos cigarrillos, ofreciéndole uno.

— ¿Sabes cómo está Gus?— preguntó ella mientras lo aceptaba— No me han dejado pasar a verle.

— Se recuperará. Estaba consciente y te manda recuerdos— ella le miró extrañada-. A mí sí me han dejado. Ventajas de ser inspector de homicidios.

Natalia respondió a su broma con una sonrisa forzada y volvió a apartar la mirada, dedicándose a fumar en silencio.

— ¿Qué tal te encuentras?— le preguntó Carlos— ¿Cómo tienes el tobillo?

— Bueno, es sólo una torcedura. Me lo han vendado y me han recomendado que repose unos días— contestó girándose.

— ¿Cómo te has hecho eso?— le preguntó él, señalándole la cara.

— No estoy muy segura. Todo está tan confuso… Pude hacérmelo cuando me caí en el bosque o en la pelea con Mónica. No lo sé. Parece que a ti tampoco te fue muy bien.

Carlos volvió a mirar su ropa y sus manos y sonrió, encogiéndose de hombros. Siguieron fumando sin hablar, contemplando el parque, disfrutando de la tranquilidad de la mañana.

— Por cierto, perdí tu abrigo en el bosque. Recuérdame que te compre otro— dijo ella.

— No pasa nada. Llevaba años pidiendo a gritos que lo jubilasen. La verdad es que me has hecho un favor.

Volvieron a callar. Natalia se alegró de que él siguiese bromeando, de que no llevase la conversación a algún tema en el que volviese a perder el control. Quizá Aguirre no le había dicho nada de su dimisión. No se veía con fuerzas para dar explicaciones. No quería llorar delante de él.

— ¿Por qué quieres marcharte de la Ertzaintza?— le preguntó él, como si hubiese leído sus pensamientos para encontrar precisamente lo que ella más temía.

— Bueno, era parte de nuestro trato, ¿no?— contestó con una sonrisa de amargura— Tú me dejabas participar en la investigación y, si yo fracasaba o te causaba cualquier problema, me marchaba y no volvía a molestarte.

— ¿Pero qué tontería es esa?— se enfadó Carlos— ¿De veras crees que quiero librarme de ti?

— No, era una broma— dijo ella apartando la mirada-. Me han ofrecido un trabajo y…

— Si vas a seguir mintiéndome, me largo y se acabó. Sé que no te han ofrecido un trabajo en ningún sitio, me lo habrías dicho. ¿A qué viene todo esto? ¿Y de dónde sacas esa bobada de que has fracasado?

— Es la verdad, Carlos. No he hecho nada bien desde que empezó la investigación— respondió Natalia, estallando en sollozos-. Me he equivocado una y otra vez.

— Pero si todo ha acabado. Lo hemos conseguido.

— No, lo habéis conseguido entre Gus y tú y eso que cada vez que yo abría la boca os mandaba en una dirección equivocada: que si era un hombre, que tenía una deformidad física, que era homosexual… Todas las pistas estaban ahí, para quien quisiera verlas, y yo no hice otra cosa que confundiros. Incluso tuve su nombre entre mis manos, estaba en la lista de suicidas. Mis ojos pasaron por encima una y otra vez y yo la descarté…

— Joder, Natalia… Y yo estuve hablando con ella en la playa pero tú misma dijiste que todo eso ya no importaba. Se ha acabado.

— Pero todas esas niñas… Si hubiese podido hacer algo más… Estaba tan segura de mi misma, de mis teorías, que no pude verlo. Siempre estuvo delante de mis ojos…

— Eso no es cierto, Natalia— dijo Carlos agarrando su mano-. Ahora todo encaja y puede parecer muy fácil, pero no lo era. Tú estuviste allí y sabes lo perdido que me encontraba. Y, después de todo, la encontramos gracias a que tú te empeñaste en pedir un montón de expedientes de casos de suicidio…

—… que no servían para nada— le interrumpió ella.

— Sí que sirvieron. Al final lo conseguimos y también fue gracias a ti, a tu apoyo, a tus hipótesis, a tus ganas de no rendirte. Sin ti habría estado dando palos de ciego.

Ella no contestó. Se limitó a seguir fumando, con la mirada clavada en el suelo, buscando las razones para hundirse que habían estado torturándola durante toda la noche y que ahora, con él a su lado, parecían debilitarse.

— Si te vas ahora, volveré a encontrarme a oscuras— continuó Carlos-. Te quedarás, ¿verdad?

Ella levantó la cabeza y le miró. ¿De verdad la necesitaba tanto como parecía? Había pasado toda su vida buscando a alguien que la necesitase así, que la quisiera con sus defectos, que pudiese ver a la verdadera Natalia, a la que se asustaba y lloraba, sin rechazarla. Y parecía que lo había encontrado. Asintió con la cabeza.

— ¿Y qué vamos a hacer ahora?— preguntó por fin Natalia— Me encuentro tan perdida ahora que todo ha acabado… Me siento como si en los últimos meses hubiese vivido en una novela y se fuese a cerrar la última página.

Carlos sonrió y se acercó más a ella. Natalia le miró extrañada, mientras sentía que todo su campo de visión y su pensamiento quedaban inundados por el brillo de sus ojos verdes.

— Tienes razón, va siendo hora de buscar objetivos nuevos— contestó él, sonriendo-. La verdad es que no sé lo que voy a hacer en los próximos meses, pero sé lo que voy a hacer en el próximo minuto.

La abrazó, atrayéndola hacia él. Ella se puso tensa entre sus brazos, sorprendida, pero, unos segundos después, se relajó y se apretó más contra su cuerpo, mientras respondía al beso con dulzura, deseando que aquel momento no acabase nunca. Por fin se separaron y se miraron a los ojos en silencio durante unos segundos.

— Bueno, bien pensado, creo que podré pasarme los próximos meses haciendo esto mismo. Si tú quieres, claro.

— Claro que sí— contestó Natalia riendo mientras se levantaba del banco al ver que Carlos se lanzaba de nuevo encima de ella-, pero no ahora mismo.

— Ya empezamos con problemas. ¿Y por qué no ahora?

— Porque estamos en un parque y somos dos agentes del orden. No estaría bien que nos detuviesen por escándalo público— le tendió la mano para que se levantase-. Además, tenemos cosas que hacer.

Él se levantó fingiendo un gesto de enfado y la siguió, cogiéndole la mano. Ella sintió otra punzada de dolor en el tobillo y sonrió pensando en la extraña pareja que debían hacer, él cubierto de barro y ella coja y llena de arañazos y golpes. Carlos la agarró por la cintura para acercar su cuerpo.

— ¿Y qué es eso tan importante que tenemos que hacer?— le preguntó él al oído.

— Bueno, tenemos que ir a la central para que Aguirre me devuelva mi carta de dimisión— dijo ella, pasando también su brazo por la cintura de Carlos-. Y hay que comprarle un móvil a Gus.

NOTA DE LA AUTORA

Hay una escena en la novela de Peter Pan en la que Campanilla le explica que, cada vez que un niño dice no creer en las hadas, una de ellas cae muerta y que, por esa razón, cada vez quedan menos. Ante esa revelación, Peter Pan se dirige a todos los niños lectores y les pide que, si creen, lo demuestren mediante sus aplausos, para así poder salvar la magia del mundo.

Me leyeron esa escena con ocho o nueve años y, si no aplaudí como una loca, es porque estábamos en medio de clase y me habría ganado una fama de friki que no me habría quitado hasta terminar el instituto. Pero juro que tuve ganas de aplaudir, de demostrarle al mundo que yo sí creía en la fantasía.

Os estaréis preguntando por qué os cuento esto. Bueno, yo no soy un hada ni nada que se le parezca (de hecho, soy un poco bruja) pero, como todos los escritores, necesito saber que mis lectores creen en mí, que hay alguien al otro lado que se está dejando llevar por mis historias, que durante un momento una persona, en cualquier parte del mundo, ha dejado de lado su vida cotidiana para sumergirse en los mundos que yo he creado.

No os voy a pedir que aplaudáis, tranquilos. Lo único que pido es un comentario, un eco de respuesta. Para ello, he creado una página de facebook en la que espero recibir vuestras opiniones, tanto buenas como malas. La página es ésta:

https://www.facebook.com/gemmaherrerovirto2

Por el momento, no hay mucho en ella pero espero que vayamos llenándola entre todos. En ella podréis encontrar los enlaces de descarga de mis obras terminadas y noticias sobre lo que voy escribiendo. Espero que lo encontréis interesante.

Os dejo también la sinopsis de mi otra novela terminada, por si todavía no os habéis aburrido de leerme y queréis acompañarme un rato más. Espero que disfrutéis de la lectura de mis obras al menos una pequeña parte de lo que yo he disfrutado escribiéndolas.

Un abrazo,

Gemma Herrero Virto

OJO DE GATO

Laura Ugalde, una joven catedrática de antropología, ve como toda su organizada vida queda destrozada cuando su marido le confiesa una infidelidad que lleva meses sucediendo. Sumida en una profunda depresión, reencuentra a una antigua amiga de sus tiempos de estudiante que en esos momentos está trabajando como forense para la Ertzaintza. Ésta le pide ayuda en su último caso: el intento de identificación del cadáver de una chica asesinada unos quince años atrás, encontrado en las obras de una urbanización que se está construyendo en un pequeño pueblo llamado Erkiaga.

Ante el peligro de que la policía cierre el caso sin que se conozcan nunca la identidad de la víctima y las circunstancias de su muerte, Laura decide mudarse a Erkiaga y realizar allí un proceso de reconstrucción facial, intentando además con ello conseguir la tranquilidad que necesita para decidir sobre su futuro. Sin embargo, una serie de sucesos extraños empiezan a sucederle nada más llegar: episodios de sonambulismo en los que ella misma destroza su trabajo del día, fenómenos paranormales… A esto se unen las amenazas del constructor de la urbanización para que abandone el caso, ya que teme que el nombre del pueblo quede manchado a los ojos de la opinión pública con la noticia del descubrimiento del cadáver.

Laura decide continuar con su trabajo a pesar de todas las presiones pero varios hombres del pueblo empiezan a aparecer asesinados según ella avanza en el proceso de reconstrucción. ¿Estará ella cometiendo los crímenes durante sus episodios de sonambulismo? ¿O el espíritu de la chica está consiguiendo el poder suficiente para vengarse gracias a su trabajo? ¿O hay alguien tan interesado en que el crimen no se resuelva que va eliminando sistemáticamente a todos los testigos?

VIAJES A EILEAN I:

INICIACIÓN

Luna, una estudiante de instituto madrileña, consigue que sus padres le permitan pasar el verano con su tía Emma, una mujer enigmática a la que no ve desde su niñez. Una vez allí, Luna descubre que su tía es una bruja con auténticos poderes, descendiente de una estirpe de hechiceras que se remonta siglos atrás.

Mientras Luna empieza a ser instruida, sin mucho éxito, en los secretos de la magia, su tía le confiesa que lleva semanas sintiendo que alguien intenta introducirse en su mente para espiar sus pensamientos. A pesar de que ha utilizado contra ese ser sus conjuros más potentes, no consigue expulsarlo.

Una noche durante un sueño una mujer pide ayuda a Emma para salvar un mundo llamado Eilean, en el que la magia se está agotando. Para ayudarles Emma sólo debe realizar un ritual de cambio de plano que no entraña ningún peligro. Sin embargo, durante la realización del ritual algo no funciona correctamente y Emma cae muerta, fulminada por un rayo, ante los ojos de su sobrina.

Luna decide llevarse con ella el libro de las sombras de su tía, el lugar en el que apuntaba todos sus hechizos. Antes de cerrarlo, escribe en la última página la promesa de encontrar al ser que la acosaba y vengar su muerte.

Semanas después, de vuelta en Madrid, Luna descubre, debajo de lo que ella escribió, tres nuevas palabras, escritas con la letra de Emma, que harán tambalearse todo su mundo: “No estoy muerta”.

Una historia de magia y brujería, mundos paralelos, aventuras, romance… Sumérgete con Luna en un mundo de dragones e hipogrifos, elfos y dríadas, poderosos magos y peligrosos hechiceros. ¿Te atreves a acompañarla en su viaje a Eilean?

FECHA DE LANZAMIENTO: Junio de 2014

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Gemma Herrero Virto
Suspense en español

Escritora de novelas tratando de llegar a más lectores y engancharlos a sus historias.