El mundo después del COVID-19. Parte V

Liderazgo (I) : Sociedad sin conductor y vehículos autónomos

San Agustín de Hipona por por Phillipe de Champaigne.

“Entreme donde no supe, y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo" San Juan de la Cruz.

Al maestro Emeterio Gómez

Me comprometí con el co-fundador de elMUELLEdelaSAL, Juan José Calderón Amador * ✘ ★, a plantearle un texto para discutir sobre el liderazgo que vemos gestionando la crisis de la pandemia actual y lo que podemos esperar que nos depara el futuro como consecuencia de esta situación. Es un tema que venía rumiando en mi mente durante un buen rato. Sin embargo, no conseguía encontrar una manera satisfactoria de hilvanar las ideas. Tuve que sentir la ausencia definitiva del maestro y amigo Emeterio Gómez para ya aceptar que es momento de asumir sin delación el debate de las ideas.

De San Agustín a Heidegger…

Observando y sufriendo las consecuencias de los diversos niveles de gestión que se entrecruzan tratando de controlar los devastadores efectos del COVID-19 se perciben opiniones que afirman, por un lado, que todos seremos mejores (motivados por los múltiples ejemplos de profunda solidaridad y desprendimiento, de empatía hacia el prójimo, que se han materializado). Mientras otros, no menos, sostienen que esas lecciones, mezcla generalizada de dolor, miedo y bondad, nos conducirán a ralentizar los procesos de desarrollo social y humano que nos trajeron a estas orillas pero no significarán cambios mayores. La humanidad tenderá a volver a lo ya conocido, no habrá disrupciones.

Aquí es donde entran las discusiones, la mayéutica socrática de los debates con Emeterio. ¿Hasta dónde podemos los humanos cambiar?

Parece evidente que el sistema capitalista tiene la obligación de resolver problemas graves como la creciente desigualdad. En el pasado ha tomado pasos en ese sentido como cuando se impulsa la creación de mecanismos de seguridad social para llevar mejor atención a los servicios que se consideran fundamentales para la población. Hay evolución, no estamos igual que en la Edad Media, pero no estamos satisfechos. En ese proceso evolutivo todos los involucrados deben repartirse de una manera alternativa la carga y los beneficios del rendimiento de los contratos sociales establecidos (¿o es que hay un único “contrato social”?

Refraseando el dilema planteado, se trata de que cada sector de la sociedad, en un acto de renuncia, ceda parte de sus beneficios para que sean “más equitativamente” distribuidos entre los demás miembros del todo del que formamos parte. En el entrecomillado es para destacar lo sustantivo del asunto a resolver. ¿Quién define lo que es “equitativo”? Pues en eso es donde hay que poner el ojo sin temores. Hay que enfrentar la pregunta, agarrar el toro por los cachos.

En frases de San Agustín de Hipona (354–430), quien introdujo en el cristianismo la existencia del libre albedrío para explicar la presencia del bien y el mal en cada persona, encontramos algunas pistas:

Debes vaciarte de aquello con lo que estás lleno, para que puedas ser llenado de aquello de lo que estás vacío.

Si la cosa creída es increíble, también es increíble que lo increíble pueda ser creído.

Los milagros no son contrarios a la naturaleza, sino solo contrarios a lo que sabemos sobre la naturaleza.

Somos demasiado débiles para descubrir la verdad por la sola razón.

Es que la inercia de los tiempos nos ha provisto de ideologías y religiones para que nos movilicemos dentro de compartimientos estancos. El poeta Rafael Cadenas (una presencia y referencia frecuente en las conversaciones con Emeterio) nos lo recordaba hace poco. En mas de dos milenios de esta era la humanidad ha evadido consensuar algunas respuestas. construimos fanatismos e ideologías como refugios para resistirnos a los cambios creyendo que se trata de una verdad revelada mientras lo que son, en realidad, múltiples actos de fé.

Al finalizar esa entrevista puntualiza:

“…mientras los fanatismos religiosos, nacionalistas e ideológicos existan continuará la locura de la historia. Si los seres humanos viéramos realmente nuestro ego, podría comenzar un cambio. Ya hay la revolución de las comunicaciones y la de los físicos cuánticos, falta la humana, sobre la que no sabemos nada.”

“Fajándonos” con San Agustín, Gardel, Heidegger, Hanna Arendt, Serrat, Heisenberg y Gödel, entre otros, llegamos a que para que haya cambios profundos cada actor social habrá de renunciar a algo, desprenderse de alguna posesión y eso resultará costoso. La magnitud de la renuncia será el indicador de la profundidad del cambio a materializarse. Pues ese es el precio de un orden distinto dentro del capitalismo. La fuerza de la renuncia que impulsa los cambios radica en la libertad individual, en esa infinita posibilidad de ser que reside en cada uno de nosotros y que no tiene que ceder ante quienes se creen poseedores de una verdad superior, una verdad revelada. Esos que se consideran elegidos o ungidos para someternos. Un capitalismo construido sobre una ética de la solidaridad es posible y necesario. Su existencia se sustenta en escapar de los límites de las racionalidades, tarea que requiere desprendimientos de lo dado por inevitable, no hay tal cosa como un determinismo que limite la “naturaleza humana”. Su poder reside en el espíritu o en la religiosidad de cada quién, en lo inasible e inagotable de nuestras mentes.

Se necesitan líderes para esos cambios, mientras no aparezcan parece que vamos en un vehículo autónomo conducido por un algoritmo que sólo conoce ciertas rutas y de allí no se saldrá. En esta crisis del año 2020 aún no descolla claramente algún liderazgo demasiado esperanzador. Ojalá que se destape lo más pronto posible.

El Roto (tomado de El País, España)

Para recordar la risa bondadosa de Emeterio recurrimos de nuevo a su querido San Agustín, quien dejó escrito:

Oh Señor, ayúdame a ser puro, pero todavía no.

Aprende a bailar, así que cuando llegues al cielo los ángeles sabrán qué hacer contigo.

--

--