Hojas sueltas. Parte IV

Rutinas

Blanca Parra
#T5eS🌈 emergencia y esclavitud digital
5 min readMay 20, 2020

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Si no fuera por las rutinas seguramente estaría hecha un desastre a estas alturas del confinamiento. Estoy a la mitad de la décima semana, es decir en el día 67 de un encierro casi total, con solamente dos visitas rápidas al supermercado. Lo único que extraño es la posibilidad de salir a caminar sin riesgo, sea al parque de la colonia, al mercado que se ubica en el centro de la ciudad, o a alguna de las ciudades cercanas: Guanajuato, San Miguel de Allende e, incluso, Guadalajara.

No acostumbro a planear siquiera mis comidas. Si salgo de paseo, nunca sé hacia dónde me dirigirán mis pasos, cuál será el destino del autobús que tome o si haré escala en alguna ciudad intermedia y, a partir de ahí, cambie de ruta o de destino. Tampoco sé cuánto tiempo me quedaré en un lugar, porque depende de lo que se me antoje o de que encuentre a amigos queridos. Los mejores encuentros han sido los inesperados.

Pero tengo rutinas, y se han hecho evidentes en estos días. Despierto alrededor de las 5:30 am, salgo al jardín y tomo fotos de la luna y las estrellas y, mientras clarea, es usual que uno de los colibríes que me visitan se acerque a uno de los bebederos o se pose en alguna rama, simplemente para “conversar”. En ese tiempo el primer café está listo y me siento a beberlo mientras escucho cómo se va animando el parque de al lado, con los cantos de los pájaros que habitan en las ramas de los árboles.

Después del primer café riego las plantas, limpio los bebederos de los colibríes, recojo las ramitas secas y barro el patio húmedo. Entonces preparo la primera parte de mi desayuno, que consiste en un licuado de frutas y jugo de naranja recién exprimido; es lo que garantiza que mi nivel de glucosa se mantenga estable. La segunda parte es tan variable como mi antojo dicte y puede ir de unas simples quesadillas a unas crepas dulces o unos bisquets recién hechos. A medida que voy desocupando trastes los voy lavando y eso no es rutina sino manía. Al final debo limpiar el piso de la cocina, otra de mis manías. Mientras almuerzo escucho el noticiero nacional que me parece más confiable, Primera Emisión, de Imagen.

Frente a mi computadora cuelga un calendario; en él están anotadas las fechas límite de los pagos que debo hacer, incluido el de impuestos. Voy tachando lo que voy resolviendo, para no arriesgarme a quedarme sin electricidad o sin conexión a Internet, por ejemplo. Es entonces que entro a las redes para enterarme de los cumpleaños, celebraciones, invitaciones, etc., y voy dando respuestas. Es también el momento de ponerme en contacto con mi hijo, y eso puede ser tan escueto como un “buenos días” o involucrarme en un paseo por el supermercado (Secretts, la última vez) mientras compra antojos y me induce a replicarlos en mi casa; en ocasiones tenemos largos videochats mientras él y su pareja preparan comida mexicana y nos ponemos al día sobre su trabajo, su ya evidente ingreso a la plena adultez (con 40 años cumplidos podría pensarse que era ya tiempo; pero es hijo mío), la salud, la economía y el desastre de país en el que vivo, y sobre los amigos que lo han acompañado a lo largo de la vida, algunos desde la guardería, regados por el mundo.

Dependiendo del día serán los pregones de los comerciantes que circulan por las calles de esta colonia: las mañanas son de los que reparten agua y leche, el de la carreta de frutas y verduras, el de los lácteos, el que vende escobas y todo tipo de artículos de jarciería, y el carrito de helados; por las tardes se escucha el pitido del carro de camotes, el panadero con el pan se anuncia con la canción de Tin Tan, el de los tamales vocea los tipos de tamales que surte. Atiendo algunos de los llamados mañaneros, solamente, algunos días.

Mientras escucho los sonidos ambientales comienzo a planear mis trabajos pendientes -de un rollo como éste a una conferencia o curso- en dosis pequeñas, hilando las ideas, tratando de que no se enreden las diferentes madejas y termine haciendo una suerte de La Bella y Graciosa Moza Marchose a Lavar la Ropa, al estilo de Les Luthiers. Y luego tal vez pueda concretar algo poniéndolo por escrito, o en un mapa mental. Que lo logre o no depende de la gente que está en mi primer círculo, distantes, pero que, a veces, asumen que de verdad soy bruja y puedo resolver cualquier entuerto. Lo malo es que generalmente puedo, aunque me consuma buena parte del día y, en ocasiones, me quiten el sueño, literalmente, con las consecuencias nefastas sobre mi organismo.

Cuando mi trabajo es interrumpido de esa manera, las rutinas vuelven en mi auxilio: preparar mi comida según mis antojos y la disponibilidad de insumos en el refrigerador y la despensa, hacer pan, volver a limpiar y organizar la cocina, limpiar pisos y poner una especie de orden en la casa, barrer el frente, recoger la basura y recordar que debo ponerla en la banqueta después de las 7 pm los lunes, miércoles y viernes. Los sábados, esperar la entrega del mercado, lavar cada una de las frutas y verduras y guardar otras mercancías en sus recipientes.

Mis otras rutinas incluyen poner en operación la lavadora, y luego la secadora, tres veces por semana. Si no tuviera rutinas sino solamente el propósito de escribir algo, de desarrollar una idea, de concretar una propuesta, eso absorbería mi tiempo y mi pensamiento. El resto del mundo desaparece hasta que un olor a quemado, las alarmas de los temporizadores o alguien que toca insistentemente a la puerta, me regresa a la realidad. En ocasiones han pasado tres horas o más sin que lo haya percibido. Es entonces cuando aparece la necesidad urgente de comer, por ejemplo.

Sí, hay días en que el mundo puede derrumbarse sobre mi cabeza y no voy a mover ni un dedo para impedirlo. Pero eso no tiene nada que ver con la pandemia; es, simplemente, mi organismo respondiendo al estrés, que es mi principal problema de salud. Entonces me pongo en pausa, como lo que encuentre ya preparado, tiendo mi cama para poder volver a acostarme, y puedo pasar horas mirando desde ahí, a través de la ventana, a los colibríes que vienen a hacerme guardia desde la yuca que ha crecido sobre el techo del cuarto de lavado. O busco en Netflix algo que vaya en sintonía con mi estado.

Hoy, por ejemplo, terminé de escribir esto. El pregón de la carreta de la fruta se escucha en la calle de atrás de mi casa y acaba de tocar a la puerta el chofer de Uber que lleva los documentos a la oficina del contador. Mi estómago dice que es hora de comer.

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Blanca Parra
#T5eS🌈 emergencia y esclavitud digital

Matemática, docente/investigadora, madre. Vivo en León, Mexico. Me encanta cocinar, leer, caminar y conversar. https://about.me/BMPM1