Hojas sueltas. Parte VI

Lo que yo llamo familia

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Benedetti, poesía y literatura

Lo reconocí en Facebook hace unos días y ayer lo comentaba con una querida amiga:

La cuarentena ha servido para fortalecer algunos lazos. Para reconocer, totalmente, que hay otros que están rotos desde antes. Para identificar a quienes se cuelgan de otros, sin reconocerlo. Y así.

A los que sí son, mil gracias por estar.

Pero es algo que sé desde hace mucho y que se ha ido reafirmando. La larga cuarentena solamente ha servido como criba. No tiene que ver con el tiempo que llevamos de conocernos ni con la frecuencia de nuestras comunicaciones ni con el medio que utilizamos, tampoco tiene que ver con la edad de cada uno ni con su posición económica, académica, laboral o social; ni siquiera con su salud física o mental. Tampoco tiene que ver con la relación familiar.

Es la manera en que enfocamos la vida, el cómo nos percibimos a nosotros mismos, los apoyos -físicos y/o virtuales- que nos ofrecemos, la colaboración y el saber que, sin importar cuándo ni de qué manera, podemos confiar unos en los otros, podemos pedir apoyo y también ofrecerlo. No aparentamos lo que no somos, no utilizamos jergas que excluyan a otros, no imponemos nuestras reglas y, cuando se nos ocurre alguna idiotez, responden como lo hace Azul, dejando caer una broma al respecto y reafirmando el dicho de mi hijo de que “en esta casa la única regla es que no hay reglas”. Todos ellos son siempre bienvenidos y ésta es, literalmente, su casa.

Por fuera están los que se sienten diferentes de cualquier manera, los que buscan ser aceptados sin arriesgar nada, los que carecen de sentido del humor, los que no se permiten equivocarse, los timoratos, los que buscan sacar ventaja de cuanta situación se presente o promoverse en todas partes, los que se sienten “pobrecitos” (muy mexicano el asunto) y solicitan compasión, por cualquier causa y sin hacer algo por mejorar su vida; disminuidos y mediocres ante sí mismos. No soy empática con ellos, y eso creo que no tiene mucho que ver con mi Asperger. Cuando comienzan sus lamentos buscando conmover, pero también manipular, logran en mí el efecto contrario al que se proponen; lo mismo ocurre con los que tienen su palmarés como única conversación y dejan todos los hechos de la vida de lado.

En mi grupo de amigos están algunos a los que nunca he encontrado en persona y que habitan en alguna otra parte del mundo, pero con quienes hemos creado vínculos fuertes; hay un par de nietas de los vecinos de la casa en la que crecí, en Tepic, que hablan de nuestras vivencias compartidas … que nunca ocurrieron porque cuando ellas nacieron yo estaba totalmente arraigada en CDMX, gente que no pudo estudiar, que tienen una economía frágil, pero que saben compartir y lo hacen con gusto. Tengo una amiga que ha tenido innumerables problemas de salud, muy serios, quebrantos económicos y pérdidas familiares, pero que se pone de pie después de cada tormenta o en medio de ella, se sacude y vuelve a sonreír y a retomar su vida, apoyando a otros. Hay otros que ocupan altos puestos académicos o en grandes corporaciones o han creado empresas exitosas o son profesionales altamente responsables y comprometidos, en diferentes áreas; muchos han sido mis alumnos. Hay familiares, por supuesto, siempre dispuestos a atender y a compartir con los demás. La lista es larga. Ninguno de ellos pide compasión ni, mucho menos, mendiga tiempo o privilegios. Dan lo que pueden y van sembrando sonrisas y repartiendo bendiciones.

Esos, los que pueden mirar directamente a los ojos, los que disfrutan de la vida, en primer lugar, son mi familia.

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Blanca Parra
#T5eS🌈 emergencia y esclavitud digital

Matemática, docente/investigadora, madre. Vivo en León, Mexico. Me encanta cocinar, leer, caminar y conversar. https://about.me/BMPM1