Limeña desde su balcón (Parte 1).

Si bien soy limeña, peruana, nací y crecí sabiendo preparar wantanes (won ton) o dim sum como le dicen ahora…

Mariana León
#T5eS🌈 emergencia y esclavitud digital
6 min readApr 21, 2020

--

Hace ya unas semanas desde que me invitaron a este espacio. Y como dice el nombre de la columna, estas crónicas las escribo desde un balcón, nada tradicional, pero sí muy limeño como su autora. Escribo desde la calma de mi seguridad económica propia de mi clase media, del aislamiento completo durante esta cuarentena (vivo sola) y de la incertidumbre global que nos acecha. Parte de este texto con el que inicio se escribió primero en inglés, mientras veía la serie documental Ugly Delicious en Netflix y no sabía en qué espacio darle vida, pero cuando vi esta tarde la imagen que sigue en el Instagram de su conductor, Dave Chang, se me ocurrió una buena manera de empezar.

¿Es posible imaginarme en una casa en la que no disponga de palillos chinos para comer? No, por eso, siempre llevo unos en la cartera. Dave Chang comparte sus aventuras de cuarentena en una casa en la que no cuenta con parafernalia culinaria asiática y se emociona ante la llegada de verdaderos palillos chinos. Esa emoción es algo que puedo totalmente comprender.

Si bien soy limeña, peruana, nací y crecí sabiendo preparar wantanes (won ton) o dim sum como le dicen ahora, reconociendo vegetales como col china, bok choi, kion y ho lan tao. Cuando la fusión gastronómica nikkei (peruano japonesa) explotó en mi ciudad (muchos años después de que Molly Ringwall apareciera en la pantalla grande comiendo sushi en El Club de los Cinco) pude ver cómo los que eran mis compañeros de trabajo se afanaban por comer makis, aprender a usar los palillos (“ohashi”) y hablarme de salsa de soja o wasabi. La comida china, mucho más criollizada en el Perú por su mayor tiempo como parte del ideario gastronómico nacional, había sido ya reducida a dos o tres platos presentes en cualquier casa: arroz chaufa, pollo chijaukai y pollo tipakai. En esos años fui corregida por llamar a los palillos “Fai Chi” como en cantonés e instruida en qué debía probar en el restaurante cuando un primer grupo de colegas me invitó a un lugar que “no debía perderme”.

Siendo mi abuelo paterno migrante cantonés, la cultura asiática ha estado siempre presente en mi vida. He consumido mass media y productos alimenticios, artísticos y medicinales provenientes de japón, china y corea desde que tengo uso de razón. Por ello, cuando llegamos al restaurante en cuestión no fue difícil para mí rechazar amablemente la carta de makis y solicitar un obento con la especificación de que se evitara cualquier producto marino, ya que soy alérgica. Pude ver el desconcierto de mis acompañantes cuando sin mayor problema despegué los ohashis y procedí a comer arroz, sopa y pastas sin el uso de “apoyos” diseñados para niños. La pregunta que surgía en sus rostros era ¿cómo? Los que sabían que veía animes (dibujos animados japoneses) pensaron que era algún tipo de freaky, y algunos pocos se atrevieron a preguntar. Mi nombre, mis apellidos, no llevan marcas claras de mi ascendencia y mucho antes había aprendido a no revelar mi origen en cualquier compañía.

Sin embargo, había empezado una nueva época, una en la que ser asiático estaba de moda y muchos querían saber más… Al saber de mis orígenes me preguntaban por la comida, por el año nuevo lunar, los signos del zodiaco y las lecturas de suertes. Curiosamente, fue precisamente en ese momento en que una parte de mi cultura empezaba a ser validada que inició una lucha más fuerte para mí porque descubrí que aquellos sentimientos de rechazo que había intuido en mi infancia fueron legítimos. Todo aquello que en mi mente era natural dentro de las cuatro paredes de mi casa, pero que tuve que aprender a ocultar en el mundo de afuera ahora una mayoría creía entender y seguir cuando la verdad es que en muchas ocasiones se trataba solo de gente que había descubierto una nueva moda y simplificaba mi herencia.

En este 2020 en el que Asia está en boca de todos por el virus, por la economía, por el crecimiento y conocimiento de ciudades como Wuhan, el discurso de discriminación no se ha hecho esperar. Aunque los padres de la actualidad se esfuercen porque sus hijos aprendan chino con la ferocidad con la que en mi infancia te impulsaban a aprender inglés ¿se enseña realmente a respetar que cada quien tiene una cultura y que esas diferencias no pueden ponerse en una escala de mejor o peor?

Yo no conocí a mi abuelo paterno, ni si quiera mi padre lo conoció bien. Pero su existencia tuvo un peso tan grande en mi familia, tocó tanto las fibras de lo que somos que sin estar “presente” su cultura llegó a mí en las recetas, en las palabras, en la decoración de las casas, en los utensilios en la mesa. Esa profunda conexión que tengo con él me hace en gran medida quien soy y el que no lo conociera se ha vuelto un apetito constante por saber más, por descubrir fragmentos de él en mí mientras me adentro en el mundo de lo que es el Asia histórica y contemporánea. Pero tristemente noté hace no más de 6 meses que por mucho que siempre abrazo con orgullo mi lado asiático no siempre he abogado porque se le respete como tal. Soy responsable de haber querido “fit in”, encajar, al punto de que una de las grandes epifanías sobre mi caracter la he tenido mientras veía al conductor que antes mencionaba y que comparte conmigo la naturaleza propia de tener un ascendente en un mundo ubicado al lado exactamente opuesto de aquel en el que habita (Dave Chang es hijo de migrantes Norcoreanos en EE.UU.). Y si fue así es porque no suelo buscar otros hijos de migrantes, y si los conozco no solemos hablar de aquello que no abrazamos públicamente.

Mientras asisto a una clase en el lugar en el que estudio una segunda carrera en turismo y escucho hablar de “incultura” como una posibilidad, y veo cómo se mezcla todavía el no seguir ciertas convenciones de comportamiento propias de una cultura occidental con no poseer cultura he recordado episodios de mi infancia. He reconocido cómo mis compañeras de clase no fueron educadas en reconocer y abrazar la diferencia por lo que hacían mofa de mí las pocas veces que hice mención a algún alimento o frase que era común en mi casa (“Do zè” para dar las gracias, por ejemplo) y que se vinculaba a mis orígenes étnicos o a mi interés de contar que mi apellido por castellano que sonara era resultado de la interpretación que le quisieron dar a un más intrincado conjunto fonético. Quisiera poder decir que mi carácter o mi autoestima en esos años formativos fue lo suficientemente fuerte para que no me importara, pero la verdad es que incluso ahora mientras en alguna reunión alguien recuerda esos episodios río porque sé que no hay malicia en la mención, pero siento la pena de que parte de mí siga sin ser realmente bienvenida y quede en meras anécdotas.

Estoy contenta de que algo de lo que soy sea más aceptado en la sociedad actual, pero no logro dejar de resentir que solo se reduzca a ciertas costumbres y algunos estereotipos. Incluso hoy con todo lo hablado y dicho sobre la equidad cultural debo responder con un “qué te importa” al que me pregunta por qué uso palillos para comer el almuerzo si no estoy comiendo comida china u asiática. Me pregunto si veré algún día desaparecer el gesto de duda mezclado con locura de los ojos de algún compatriota porque saco de mi cartera un estuche con palillos para comer un arroz con pollo como indicando una falta de mi parte sin siquiera la posibilidad de concebir que para mí sea más cómodo o más natural. Mientras veo ese gesto me pregunto qué pasaría si alguno de los famosos restaurantes de fusión en mi ciudad rechazara ofrecer tenedores y cuchillos o lanzaran miradas desaprobadoras a los que destruyen perfectas preparaciones con el uso de tales implementos.

Limeña, nieta de chino, bisnieta de andaluz, profesora, estudiante y persona ese es el punto de vista desde el que me presento ante quien quiera leer mis observaciones. No estoy muy segura de qué irán, pretendo descubrirlo en el camino. Pero estoy segura que serán un intento más de entenderme en la inmensa variedad de lo que represento mientras me encuentro en un punto específico del planeta con su riqueza, su rareza y sus ganas (espero) de evolucionar.

--

--

Mariana León
#T5eS🌈 emergencia y esclavitud digital

Eterna estudiante tratando de aprender. Profesora de comunicación efectiva en Lima-Perú. Estudiante de turismo y siempre editora independiente.