Montevideo y la pandemia . Parte 18

En este tiempo precioso. ¿Qué cambio social podemos señalar para no temer a esta u otra enfermedad contagiosa?

--

Luego de varios días de cero casos comenzó a pasar lo evidente. Además del foco de la frontera, aparece otro en el departamento llamado Treinta y Tres. El discurso se desconcierta. De “hemos hecho bien las cosas” a “ustedes se relajaron”. Como si la población fuera un niño de cinco años que rompe un jarrón, luego de abrir los centros comerciales y a punto de abrir las escuelas, señalan como culpables a las personas. O sea, el éxito son sus medidas, el fracaso es nuestra desidia. Sin embargo, como vimos desde el comienzo de este relato, nunca la actitud ciudadana fue ejemplar, pero como si de un infante se tratara, a la gente le gustaba escuchar por televisión que la clave del control de la pandemia había sido su comportamiento. La misma gente que fue incapaz de suspender por unos días sus paseos mirando al mar, que salió en Semana de Turismo rumbo a la playa, daba lecciones a Argentina, Brasil y Chile. Nuestras sociedades han demostrado estar infantilizadas al extremo. Basta que las cuentas asociadas se llamen “amigos” como en Facebook o mejor aun “seguidores”, para que haya con esas cuentas asociadas, muchas de ellas robots sin alma, una relación como si se tratara de “fans”. Lo mismo ocurre con las historias de superación, o la dictadura de la felicidad. La información vuela, descontrolada, el tiempo se altera. Van dos días de invierno. Cuando ya estamos por dar vuelta la página de la pandemia, nos acordamos que quizás todavía no haya empezado. En este tiempo precioso. ¿Qué cambio social podemos señalar para no temer a esta u otra enfermedad contagiosa? Uno poco más de paranoia entre nosotros, más importancia a los hospitales, y nada más. No se pudo establecer una relación multicausal con la enfermedad, no hubo un cambio político, ni social, ni económico. Grandes medios ponían de ejemplo el manejo de la pandemia en un país de tres millones como nosotros, o de cinco en una isla como en Nueva Zelanda. Se señalaba como un mérito no haber hecho cuarentena obligatoria (idea transversal a lo político) como si la experiencia fuera trasladable a una población quince veces mayor. Esto parece un detalle menor pero no lo es. Simplificar el razonamiento es una forma de educar. Se dice por ejemplo: “Mi abuelo era muy sabio y no fue a la escuela”. La tentación es pensar que lo era justamente por no haber ido. La verdad es que si hubiera ido sería mejor.

Es cierto que en una población como la uruguaya se pude experimentar con facilidad el poder de los medios, la influencia de los países vecinos, el rol del Estado, y la facilidad con que se ataca una estructura.

Hace décadas que la iglesia está separada del Estado, pero el gobierno de derecha, afín la Iglesia, fue a pedirle su bendición, abrió los templos antes que las escuelas, instaló la caridad y puso a gente del Opus Dei a cargo del Ministerio de desarrollo social. Sus votantes tenían en dicho ministerio, durante su creación y primero años en el anterior gobierno progresista, el blanco de todos sus insultos, señalaban el derroche de “mantener vagos”, de que los “marginales vivían de los impuestos de quienes trabajaban y eran sacrificados empresarios”, que era una “escuela de corrupción inútil y que fomentaba la delincuencia” y que por suerte el nuevo gobierno lo resolvería y “se harían auditorias”.

Una vez instado el nuevo gobierno, lejos de desmantelarlo, ha sido el ministerio de referencia durante la pandemia, junto, lógicamente, con el de sanidad. El sistema en que estamos inmersos es una fábrica de pobres, así como la iglesia es una fábrica de pederastas. Es un problema estructural, un defecto intrínseco que se explica por la forma como se conduce, por su ética y su estética. Se están haciendo auditorías, tal como prometieron, y en efecto, encontraron que hace dos años, el café estaba vencido.

--

--