Montevideo y la pandemia. Parte 20

En el último episodio de esta serie …Como homenaje a Umberto Eco, podríamos ajustarnos al “Relato integrado”

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En el último episodio de esta serie nos queda esa extraña sensación de desconcierto, ante un relato que puede ser contado de diversas formas. Una voz nos susurra la imperiosa necesidad de rescatar el pensamiento crítico y la visión compleja de la realidad. Como homenaje a Umberto Eco, podríamos ajustarnos al “Relato integrado”: Estamos transitando una “nueva normalidad” (que en resumen sería, la gente va con tapabocas y tratando de no aglomerarse), hay y seguirá habiendo rebrotes. En Uruguay se contagiaron 1400, fallecieron 40, al día de hoy hay 200 infectados (2 personas en cuidados intensivos), se recuperaron 1160 (todos números relativos pero que dan una idea de la situación). La gestión sanitaria del gobierno fue exitosa.

También podemos contar un “Relato apocalíptico”: La “nueva normalidad” es una gran mentira, la gente no usa el tapabocas o lo usa mal y todos desconfiamos de la utilidad de una tela en la cara. En el transporte colectivo la gente va amontonada. Nunca sabremos cuantos casos hubo o habrá, pero si sabemos que se muere más gente de otras cosas (en 2019 hubo 700 suicidios y hubo 6.627 víctimas fatales por accidentes de tránsito, y en lo que va del 2020 hubieron 96 femicidios). Todo sigue igual pero con más desempleo y con un impacto económico y social que todavía nadie puedo medir. El gobierno no ayudó económicamente a la población.

Pero si rescatamos una visión compleja, que ayude a entender podemos tener una dimensión nueva que incluye aceptar la incertidumbre. Desde nuestra visión de ciudadanos del mundo no tenemos elementos para aceptar ni descartar cualquier tipo de conspiración. Lo que si aprendimos de la pandemia es que somos manipulables, que podemos ser encerrados, liberados, callados e incluso muertos de un plumazo, siempre lo supimos pero quizás nunca lo vivimos. También vimos el poder de los medios de comunicación, la resistencia de las redes sociales (que terminó teniendo la misma fuerza que tenían los pasquines anti sistema, los folletos que te dan por la calle o el loco con el cartel que anuncia el fin del mundo), el poder del miedo, la fragilidad económica de las clases sociales, la importancia de los estados. Esto pudo servir para limpiar el planeta, desde lo ecológico, hasta para “resetearlo” desde el punto de vista económico. Puede haber sido un ensayo para una epidemia de verdad. Puedo haber sido una inmensa paranoia, un gran experimento. Una nueva forma de exterminio.

Pero también puede que haya sido lo que dicen. Una pandemia, un virus nuevo, muy contagioso, que agarró desprevenidos a las mentes más brillantes del planeta y que con una letalidad baja puso en jaque a países enteros.

La situación de Uruguay nos obliga a mirar todo para poder entender. Brasil y Argentina en una zona roja, y en la vereda de enfrente una región pequeña que llegó hace un par de semanas a estar rozando los 0 casos. Capaz que no es tan difícil de analizar. El gobierno tuvo un comité asesor muy eficiente y con principios claves (“progresividad, regulación, monitoreo y base en evidencia”). Hubo medidas prematuras, preventivas, que fueron muy efectivas en el arranque de la pandemia local, en los primeros casos ya se planteo la idea de “quedarse en casa”. Era un gobierno nuevo, recién asumido, no podía asimilar riesgos, eso también pesó. Un gobierno desgastado, con los medios de comunicación en contra y la oposición disputándole el poder hubiera tenido muy difícil convencer a la población para una cuarentena (obligatoria o voluntaria). Me animaría a decir que para lograr el confinamiento hubiera tenido que recurrir a la cuarentena obligatoria y la tensión social hubiera sido infame. En cambio el gobierno nuevo lo planteo con una estrategia de comunicación perfecta, hasta sobreactuada, pero necesaria. La oposición jugó un buen papel, apoyó al gobierno y el ex presidente dijo incluso que “quizás hubiera que hacer una cuarentena más estricta”. Esto, lejos de perjudicar, favoreció el discurso del gobierno, el otro medio país, la oposición, estaba dispuesta incluso a un sacrificio mayor que el que se pedía. El acatamiento de las medidas fue, como en todo el mundo, mediocre. Pero la baja densidad de población, en los tres millones de personas, en un país que en términos relativos no es tan pequeño (Bélgica, Holanda y Luxemburgo entran en Uruguay que, a su vez, ocuparía media España), hacía que, al no haber colegios y tener mucha gente trabajando para el Estado, o los entes públicos (Universidad, etc.), con los espectáculos públicos y muchos comercios cerrados, el efecto era muy importante, o sea, se veía muy poca gente en la calle (en un día cualquiera de cualquier año se ve poca gente en la calle porque hay poca gente). No fue un factor. No fue gracias a la responsabilidad social (no solamente), hay un contexto que tiene que ver con factores sociales.

Además estamos hablando de un país que había reducido su pobreza, ampliado al máximo su conectividad en Internet, que tiene el llamado “plan ceibal” (cada escolar tiene una laptop con conexión) y que posee un Sistema nacional integrado de salud que asegura una cobertura universal a la población, tiene las fronteras abiertas a la inmigración, un Estado muy presente que incluye un Ministerio de desarrollo social, y una Universidad de la República, el ente de estudios terciarios más importante del país, muy comprometida con la sociedad y que este contexto mostró sus fines como pocas veces (investigación, docencia, extensión, servicio), desarrollando nuevos test, haciendo estudios de campo y afianzando la educación virtual.

Las brechas vinieron por las carencias. El subempleo, la gente en situación de calle, la delincuencia vinculada al narcotráfico, la violencia machista, las desigualdades sociales.

Sin embargo, más que nunca, el modelo capitalista liberal (o neoliberal) sigue su camino incuestionable y demoledor. Aún mostrando su fragilidad, sus carencias y su toxicidad hacia el planeta, nadie se ha planteado ninguna alternativa, ya no de modelos antagónicos (como el socialismo o el comunismo), sino de simples alternativas, a veces imprescindibles para la viabilidad de la especie.

Este virus es una más de las enfermedades con las que parecemos condenados a convivir. Llegará una vacuna que será distribuida de forma desigual y que muchos dudaremos si darnos o no. Es curioso, porque es evidente que más que una vacuna necesitamos un modelo nuevo de relación social. Que para sobrevivir tenemos que tener más espacio entre nosotros, mejorar al máximo la calidad de vida y redistribuir la riqueza. Capaz que hay que dejar de consumir de forma compulsiva, y viajar porque si, quizás que el turismo no es la forma, y las capitales tienen que tener nuevas formas de convivencia, y por fin, la cultura (clave en las cuarentenas del mundo) tiene que tener el lugar privilegiado incluso como industria y deja de ser sólo entretenimiento, ya que no es incompatible con ser relevante.

Se instaló una pereza generalizada para pensar nuevas formas. Parece haber ganado la batalla el miedo absoluto a lo único cierto que es nuestra mortalidad, nuestra fragilidad y nuestra incertidumbre.

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