Montevideo y la pandemia. Parte 4

El ministro de salud apunta: “morir es parte de la vida”.

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Le hacen el test a un conocido, está aislado con su familia hace veinte días, con rabia, cada vez que ve a la gente pasear. Le da positivo. Son cinco más en casa. Dan por supuesto que todos son positivos, están en cuarentena. A la hora de los anuncios, esas 6 personas cuentan como 1. En dos semanas clave se suceden dos hechos, el pago de las jubilaciones, que generan colas de gente mayor, y la Semana de Turismo, que generan colas de coches. Los anuncios de la cantidad de casos, que no llegan a 400, y el sol del otoño, conspiran a favor. Largas colas de gente mayor, y colas de coches con lanchas y tablas de surf.

Hace 20 días que recibimos un informe diario. Varias veces al día se hacen reportes y se dan noticias. En un mundo hiperconectado, bombardeado por noticas falsas y verdaderas, se altera el paso del tiempo. La noticia de la muerte de Luis Eduardo Aute se mezcla con una medida económica nueva que siempre nos pasa cerca pero nunca nos llena. Quizás por eso se da el extraño fenómeno de que parece que todo ha pasado, que la pandemia no va a terminar de pegar nunca. Las camas de cuidados intensivos siguen vacías y no se sufre el efecto en la salud. La mayoría de casos asintomáticos, el sub-registro, los casos leves, y la insistencia de la prensa en que las personas fallecidas “tenían patologías previas”. Se quiere dar una alarma que suena despacio. Una advertencia con calma. Se señalan errores en Italia, en España, en EEUU. “Nosotros actuamos distinto”, dicen. Pasaron dos semanas y parecen dos meses. Las noticias se hacen repetitivas. Salvo la suspensión de clases y el cierre de centros comerciales y de entretenimiento, no hay medidas preventivas. El resto es la preparación para curar cuando la enfermedad llegue y sobre todo, medidas económicas.

Quizás es lo que da más desasosiego. Nadie sabe qué pasará, ni cuánto va a durar. El único mensaje que queda claro es que van a hacer todo lo posible para que lo que venga sea lo más parecido posible a lo que había. Postergan cuotas, dan préstamos flexibles, regalan paquetes de fideos. “No sabemos lo largo que es el túnel pero vemos una luz al final de túnel”, dice el presidente. Todo el mundo elogia la comunicación del gobierno a pesar de que dicen que las muertes por violencia machista son “daños colaterales”, o que “no estamos haciendo política, estamos gobernando”, aunque también “el estado se va a hacer cargo”, “vamos a cuidar los más débiles”, “el autor favorito de la ministra es Keynes”, “nos preparamos para cinco escenarios distintos” (imagino que uno en que todos salimos ilesos y otro en que todos morimos). El ministro de salud apunta: “morir es parte de la vida”.

Si en algún momento soñamos que gracias a esto habrá un mundo distinto ellos quieren apurar el mensaje de normalidad, y eso genera una contradicción. Declaran la emergencia sanitaria pero suben las tarifas. Exhortan pero no obligan. Controlan pero no intimidan. Dicen que es grave pero dan números leves. Hablan de promesas de campaña electoral en medio de una pandemia. Meten en la misma frase la palabra ahorro, reserva, déficit, inversión y gasto.

No quieren renunciar a un modelo que quizás esté muerto, en este caso si, por coronavirus.

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