Crónicas de un murciélago insípido. Paso 1

Vértigo: de la euforia al miedo

Capilla de San Rafael de La Florida.Caracas (Venezuela). Foto del autor.

Esta cuarentena sin duda ha tenido de todo. Como un carrusel nos ha hecho subir las emociones y a la vez cuando los caballitos bajan nos han mostrado nuestros lados más oscuros. De todo esto, hemos podido sacar que la solidaridad, o mejor dicho, nuestra humanidad ha estado mejor representada con la música: desde la que se motiva y se hace coral entre los balcones de Italia o de España, pero siempre con la misma alegría, hasta en las orquestas que se armaron por pedazos en muchas partes del mundo para darnos conciertos enteros y placenteros. Hemos podidos vernos en las caricaturas que nos dibujan y en cada pequeño detalle de nuestro ser o padecer de este encierro y también en nuestro buen humor que no hay manera de ponerlo distinto: ese mismo humor que se volvió un caleidoscopio de chistes expuestos en fotos, vídeos, letreros, audios, memes, stickers, emojis que nos han saturado las memorias de los teléfonos y que nos tienen las baterías trabajando en cargas de turnos dobles por día. También esta cuarentena nos ha bajado hasta el miedo…el pavoroso miedo de saber que somos un número potencial en una estadística macabra que está en progreso. Que somos carne de virus y que peleamos contra él con unas armas que seguramente serán muy efectivas, pero que son tan cotidianas que uno las aplica sin saber si el bicho se está cagando de la risa. Me lavo las manos aunque sepa que nos están sucias; me echo alcohol en los bordes de los ojos y en los huecos profundos de mi nariz; me hago gárgaras con agua, sal y vinagre tres veces al día y me hago el loco de que la OMS dice que todo eso es inútil. No salgo para la calle y me asomo muy poco al balcón porque entiendo que ese “animal” no está en mi casa ni quiero que se meta aquí, pero puede caer en tentaciones y pido que se me libre del mal amén. Cuando tengo que salir y es entonces que, junto con el miedo y la precaución soy candidato a terapia para el TOC, al llegar a casa, dejo la bolsa de la compra en el piso y sigo para el baño, disfrazado del doctor “Kildare” pero con guantes de fregar. Me paro frente al lavamanos y meto las llaves de la casa debajo del chorro y me lavo las manos con los guantes puestos y con jabón las llaves. En eso pienso como siempre me ha dicho mi compadre Julio “Sí sobra alcanza”. Lavo las bolsas de la compra con los guantes puestos todavía y de una vez lavo la mascarilla. Le saco el jabón a todo eso y pongo a secar al sol en el balcón con la confianza de creer que eso va a hacer la causa de mi salud. Con la comida que se puede la lavo con jabón y la pongo a escurrir en el lavaplatos. En el interín me vuelvo a lavar las manos y finalmente me dedico a otra cosa hasta que vuelva la siguiente andanada.
Pero, como verán, esta terrible precaución no se me quita con nada y por eso sé que de ésta salgo derechito para el siquiatra. Cuando estoy comiendo y se me cae un grano o un pedacito de algo en el mantel y me lo como, es decir me lo meto con la mano en la boca, ya quiero darme la extrema unción o en la cama durmiendo me restrego los ojos o me jurungo la nariz salgo disparado para el baño a hacer de nuevo toda la penitencia del alcohol puro en mi cuerpo pecador a ver si me salva ese conjuro.
Es así como voy pasando mi cuarentena pero también asomándome en la ventana para no sentirme tan solo y ver lo que sufren mis vecinos.

Saludos.
Juan Bautista González (Juanito)

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