Correr en el maratón de la pascua.

Gabriela Silva
TAKE ME BACK
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4 min readMay 6, 2019

Entramos en la tercera semana de pascua y vivir en el gozo consciente de la resurrección nos demanda perseverancia. Si bien la Cuaresma era tiempo de preparación, la Pascua tiene que ser para nosotros una carrera de resistencia. ¿De qué habría servido un muy buen entrenamiento si al final no vamos a correr el maratón?

La Pascua no es el final, es sólo el inicio que nos invita a llevar una nueva vida, una vida que se elige con libertad y que por lo tanto implica que aunque hayamos tenido una preparación excelente podemos decidir no vivirla después de todo. Cuesta más vivir la Pascua de la Resurrección como modo de vida porque como en todas las celebraciones, inicia con mucho gozo y ánimo pero luego los invitados se van, el volumen de la música es más tenue, tenemos que hacer limpieza y ordenar, y hay que reconocerlo, hacerlo es más pesado y menos divertido.

¿Cómo hacer para no detenerme antes de haber comenzado este maratón de Resurrección?

  • Primero hay que reconocer que va a ser una carrera larga; por lo que vale más la resistencia que la velocidad. Hay una distancia de varios kilómetros desde el no haber tenido nada de Dios al estar tan llenos de Él, sin embargo no es la meta final. Después de ese gran avance hay que correr metro por metro aunque a veces parezca que no es nada. Mientras no nos detengamos, al final de la carrera cada metro contará.
  • La preparación antes de la carrera y el inicio de ella nos inyectan de adrenalina, esperanza, motivación y optimismo. Pero como todas las emociones, con el tiempo se empiezan a apagar y van siendo reemplazadas por otras menos satisfactorias, como la duda, el miedo, la inseguridad, la indiferencia, etc.; por ello hay que aprender a utilizar las emociones que nos motivan como un impulso pero no como el combustible principal porque llegará un momento en el que van a agotarse y entonces no podremos continuar. El amor de Dios y su misericordia son el mejor combustible, porque podemos confiar en que no tienen límite y siempre nos van a ayudar a llegar a la meta.
  • Recordar los motivos ayuda siempre a dirigirnos a la meta. Claro que es difícil, y pensar en todo lo que aún falta por recorrer puede desmotivar pero si pensamos en todas las razones que nos llevaron hasta ese punto; la preparación que tuvimos, los esfuerzos y caídas pasadas, las manos de aquellos que nos señalaron el camino y los medios que permitieron que lo encontráramos, incrementa la valentía, porque sabemos que lo que sea que venga, valdrá la pena.
  • Algo que puede detenernos por completo, es la comparación. La Pascua no es un maratón igual a todos porque no se trata de una competencia, en este maratón sólo hay que llegar al final; sin importar si uno llega antes que otro, lo primordial es no rendirse. Si volteamos a ver cómo van los demás, podrá desanimarnos ver que otros han avanzado más rápido o también podrá hacernos sentir superiores al ver que hemos dejado a varios atrás. Cada vida es diferente, los ritmos y los tiempos son distintos; no compararnos con otros es básico para aprender a llegar.
  • Si ya decidimos correr este maratón hay que estar conscientes que en el camino podemos tropezar, y que si eso sucede, esconder las heridas es lo más insensato que podemos hacer. Porque al avanzar, la herida se hace más grande y aunque no parezca evidente pueden surgir problemas graves que tardarán más tiempo en sanar. Mostrar las heridas en el momento es importante; preferible bajar el ritmo hasta que sanemos para volver a la carrera con más fuerza que seguir avanzando con las heridas que podrían volverse más profundas.

La Pascua de Resurrección es tiempo de alegría, pero también es tiempo de perseverar, caminar y no rendirse, es tiempo de ocuparse del otro y de uno mismo, tiempo de mirarse con honestidad pero también con compasión y reconocer cuál es el paso siguiente; para algunos será el sanar primero las heridas y cuidarse, para otros será ayudar al de a lado, para otros mantener el ritmo o aumentar la velocidad. Resucitar es reconocer a Cristo, justo en el tiempo y lugar en el que estamos parados y dejarle a Él dirigir el camino.

Resucitar,
no es una piel envejecida
que se estira en el quirófano,
sino una presencia que ilumina
cada arruga con su historia.

No es un golpe en el alma
que se anestesia con drogas,
sino una caricia que sana
la memoria y la carne.

No es un desencuentro entablillado
para salvar apariencias,
sino un abrazo infinito
que teje las diferencias.

No es un robo a los pobres
legalizado con indultos,
sino un fuego que separa
la justicia de la escoria.

No es el oasis final
para olvidar pesadillas,
sino un vino añejado
en las bodegas del camino.

Porque todo lo que nos golpea
a Ti también te hiere,
y al abrirse en Ti a la vida
también en nosotros resucita.

(Benjamín G. Buelta, SJ)

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Gabriela Silva
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Escribo para aclarar la mente y para que lo aclarado no se olvide. Tengo fe como don y batalla.