Caída

Lucy E.H
Taller Verano Creación Literaria
9 min readJul 30, 2020
Photo by Julian Hanslmaier on Unsplash

Si pudieras pedir un deseo a una estrella, ¿qué pedirías?

Samael pediría un camino, una identidad, ser tan solo un ángel más en el reino de Dios en realidad no tiene nada de especial. ¿De qué servía el hacer todos sus encargos si era en beneficio de criaturas tan insignificantes, temporales y sucias como los humanos? El cielo, un mundo tan benevolente y puro, aburrido e ignorante, se sometía a los caprichos de Dios para supervisar todo lo que sus creaciones hacían o destruían. Samael no lo soportaba. El sabor amargo del coraje subía por su garganta mientras caminaban por los pasillos de la biblioteca y depositaba bruscamente sobre la mesa los pergaminos astronómicos.

Fríamente Samael miró el dorado blanquecino del papiro enrollado. No haría sus deberes, ¿de qué servía? Revisar cada escrito angelical y acomodarlos en orden en cada estante ¿haría feliz a Dios? ¿Le ascenderían de puesto? ¿Era imprescindible? Samael se rió para sus adentros, por supuesto que no. Él era un guerrero, y estaba desperdiciando su eterna vida en un silencioso y vacío edificio. “Ya no más” gritó para sus adentros. Inhalando y exhalando fuertemente, Samael salió de la biblioteca, extendió sus alas y voló hasta el portal que conectaba con el de los humanos, pasando a toda velocidad de los guardias. Nadie iría tras él, a menos que fuese una situación de suma importancia, los ángeles y arcángeles tenía prohibido cruzar el portal, y él lo había hecho.

Sintiendo el viento helado en su cara y cabello, Samael se entregó a la caída con el pecho mirando al cielo que se alejaba cada vez más y más de él. No fue hasta que percibió que estaba acercándose en picada a una ciudad, que giró el cuerpo y desplegó nuevamente sus alas, amortiguando la caída y retomando el vuelo. El lugar era un pueblo relativamente grande, con casas de piedra naranja, pequeños pozos de agua, mercados, e iglesias construidas mediocremente para el gusto de Samael. La gente paseaba y reía, los mozos perseguían ridículamente a las jovencitas, los vendedores interrumpían a gritos a la competencia, y algunos más inteligentes, robaban a los distraídos.

Mientras merodeaba la ciudad como un ave de presa, Samael se percató que había una parte de la ciudad desolada. Atrapado por la curiosidad, Samael descendió con la gracia divina que caracteriza a los ángeles, mientras que un remolino de aire agitaba a los árboles hasta que tocó el piso. No había nadie. El único edificio que había cerca era una peculiar construcción con dos puertas frontales y techo en forma de cúpula en tonos café, gris y negro. Las enredaderas y rosas se habían marchitado, los árboles estaban secos hasta las raíces, y el piso tenía grietas grandes, como si hubieran intentado separarlo en dos. Era un escenario fascinante.

Samael, decepcionado, estaba a punto de darse la vuelta cuando de repente escuchó voces. Era un sonido peculiar, casi primitivo y animal que resonó lo más profundo de su ser. Entornando los ojos caminó como poseído hasta las puertas y las abrió de par en par con un suave movimiento. Frente a él no había más que oscuridad y una pared poco más lejos, pero las voces continuaban escuchándose, más fuertes y… venían de abajo. El encontrarse bajo tierra sería una desventaja terrible para él, ya que si necesitaba salir volando no podría hacerlo fácilmente. No es como que estuviera preocupado de ser herido, pero no quería ser visto por quienes estuviesen ahí adentro. Sin embargo, la curiosidad pudo más con él, e inició el descenso por la escalera de piedra.

Pisando ligeramente los peldaños, Samel caminó entre la negrura hacia las voces mientras escuchaba a las ratas corriendo y chillando entre sus pies, otra bendición de tener los sentidos sensibles. No tardó en vislumbrar una habitación iluminada por una luz naranja y cinco personas arrodilladas en un pentagrama. Samel supo inmediatamente de que se trataba todo esto. Había leído en los pergaminos de la biblioteca y escuchado las historias de sus hermanos cómo Lucifer había caído en la desgracia y había sido expulsado al infierno. Y aquí había cinco humanos, dispuestos a donar su sangre, vida y pureza por el poderoso diablo. En silencio, Samael contempló desde las sombras los canticos que, por el lenguaje y entonación, eran en realidad una invocación.

Cuando las voces se volvieron casi gritos, apareció un sexto personaje encapuchado, el cual se acercó al centro del pentagrama y con un cuchillo que portaba en la mano derecha cortó su suave y blanca piel. Una extraña energía comenzó a emanar del pentagrama que había cambiado de blanco a rojo bermellón, y el piso comenzó a temblar. Nuevas grietas aparecieron en las paredes, del techo cayeron escombros y pedazos más grandes de piedras, y el piso se abrió por la mitad, surgiendo una enorme y deforme silueta: las alas exponían los tejidos y músculos en su plenitud, extraños huesos como los de un rinoceronte se alzaban en sus hombros, los ojos verdes amarillento brillaban con malicia como los de un reptil en la penumbra ¿Con que así se veía un demonio? El corazón de Samael saltó por un momento

-Oh, gran Satanás, somos bendecidos ante tu presencia- Exclamó la voz de una mujer entre los encapuchados.

Samael no parpadeó, no respiró, su cuerpo se había helado; era el mismo Señor de las Tinieblas, y era hermoso, entre lo más brutal y putrefacto de su apariencia…Samael percibió el momento en el que el diablo extendió su mano en dirección hacia él. Sabía que estaba ahí.

Samael salió a toda velocidad de aquel agujero, y emprendió el vuelo en cuanto estuvo afuera. No miró atrás, pero no pudo evitar seguir recordando la mirada que Lucifer había tenido en cuanto lo vio, una mezcla de malicia y satisfacción. La piel se le erizaba de la emoción y miedo, la energía era demasiada para controlar en un lugar tan pequeño y profundo como el de sus adoradores, era muy posible que el pequeño centro había sido derrumbado y los humanos hubieran muerto…

Cuando regresó al cielo, Samael no fue reprendido, es más, ni lo miraron. Aprovechando la ocasión, regresó a la biblioteca y recopiló toda la información posible respecto a Lucifer. Esa misma noche comenzaría su investigación.

Samael quedó sumido por la lectura, entre más leía, más fascinado estaba con Lucifer: la fuerza, el poder, la valentía de enfrentar a Dios, se dio cuenta que sistema de los ángeles esclavos forzados a sembrar el bien por todo el mundo por capricho de un ser superior. Entre más leía, se daba cuenta que Lucifer tenía razón y que en realidad era un ser justo e inocente; Dios no había sabido manejar el cuestionamiento, ni con él ni con nadie. Dios contiene mientras que Satanás libera.

Pasaron los días, y Samael no había dormido ni realizado ninguna de sus tareas; no había salido en lo absoluto de la biblioteca ni realizado alguna de sus travesuras como de costumbre. Se había obsesionado, y el cielo lo sabía.

El arcángel Miguel fue a visitar a su hermano, preocupado por lo que estaba sucediendo, pero lo único que obtuvo fue una respuesta grosera y brusca de Samael, incluso lo mordió cuando intentó quitarle el pergamino de las manos. Todo se estaba saliendo de control, y Gabriel no tuvo más remedio que encerrar un par de días a Samael en una habitación de contención.

Durante la siguiente semana, Miguel y otros ángeles y arcángeles intentaron hablar con Samael, pero lo único que obtenían de respuesta eran cuestionamientos respecto al Reino de Dios, y que, si era cierto que todos éramos hermanos, entonces los demonios y quienes habitaban en el infierno también lo eran. Los ángeles estaban aterrados, algunos habían comenzado a dudar de las reglas o su existencia.

En las noches, después de escuchar cómo Samael luchaba contra la pared, intentaba arrancar el piso, y al final solo aullaba por el dolor causado en su cuerpo, se le escuchaba tararea una melodía:

Get out your guns, battles begun
Are you a saint, or a sinner?
If loves a fight, than I shall die
With my heart on a trigger

They say before you start a war
You better know what you’re fighting for
Well baby, you are all that I adore
If love is what you need, a soldier I will be

I’m an angel with a shotgun
Fighting til’ the wars won
I don’t care if heaven won’t take me back
I’ll throw away my faith, babe, just to keep you safe
Don’t you know you’re everything I have?
And I, wanna live, not just survive, tonight

Sometimes to win, you’ve got to sin
Don’t mean I’m not a believer
And major Tom, will sing along
Yeah, they still say I’m a dreamer

I’m an angel with a shotgun
Fighting til’ the wars won
I don’t care if heaven won’t take me back
I’ll throw away my faith, babe, just to keep you safe
Don’t you know you’re everything I have?

Noches habían pasado, pero la fe es lo último que muere. El arcángel Gabriel se rehusaba a perder esta batalla frente a la locura, por lo que decidió visitar la prisión de Samael, una vez, necesitaban intentarlo hacer entrar en razón por lo menos una vez más.

-Samael, ¿sabes lo importante que eres, verdad? No eres cualquier ángel, eres uno de nosotros, nuestro hermano. Por favor… por favor no te pierdas en el camino del mal, te destruirás a ti mismo.

Samael permaneció en silencio, sabía que Gabriel tenía razón, lo sabía, pero…

-Samael, si no detienes esto, Miguel te mandará a ejecutar ¿lo sabes, verdad?

Entre su mente delirante, lágrimas aparecieron. Su mente y corazón estaban confundidos ¿qué hacer, qué hacer?

-Lo dejaré a tu criterio, tienes dos días… — Dicho esto Gabriel se levantó y salió

Samuel miró por la ventana de la habitación llena de su sangre. ¿Qué había hecho? ¿Todo había salido tan mal solo por salir del cielo…? Negó con la cabeza. No, no, había una razón por la que había hecho lo que había hecho. El diablo, Satanás, sí, él debía haberle hecho algo ese día, lo había intoxicado, seguramente se había metido a su mente, lo había manipulado y obligado a hacer todo eso; sí, eso era. Nada de lo que estaba pasando era real, él no tenía la culpa, claro que no… ¿No? Samael pasó la mano por su cabello que, antes sedoso, castaño, brillante y largo, ahora era plateado y se caía en trozos. Los finos cabellos se enredaban y manchaban con la sangre en sus dedos como finas venas, recordándole que su cuerpo no estaba hecho para semejante actitud ni pensamiento… Un horrible escalofrío lo recorrió del cuello a la espalda ¡sus alas! Después de varios días de estar encerrado, no se había molestado en mirar siquiera en lo que lo hacía un ángel: casi no tenían plumas, había perdido pedazos de piel y se podía ver del hueso ¿qué me está pasando? No sentía dolor físico alguno, y aun así la putrefacción estaba ahí… Acaso… ¿acaso este era el castigo por afiliarse al lado de demonio? Samael debía tomar una decisión, y solo tenía dos días para hacerlo, una vez que la espada de Gabriel cortara su cuerpo, le sería imposible regenerarse y renacer. “Castigo divino” es a lo que llamarían a la sentencia si no se arrepentía de haberse dejado llevar, de sentir, de empatizar… Era un soldado, no debía cuestionar, solo obedecer, solo obedecer, solo obedecer…

¿Por qué?

Dos días pasaron, y el arcángel Rafael visitó la celda. Una criatura extraña se encorvaba en la esquina de la habitación, con la mirada en el vacío. Las plumas y cabello blanco llenaban el piso, y la sangre seca manchaba las paredes blancas con su característico color café rojizo. Lo peor era el olor, a carne putrefacta.

-Es hora — Se oyó decir al arcángel

Caminando lentamente entre la multitud hacía el templo, Samael percibía el frío del piso y las miradas de desaprobación de sus hermanos. Hermanos. La palabra resonó en su cabeza varias veces. Hoy debía encontrar el camino correcto.

Samael llegó al portal principal. Una vez que cruzara, todo se volvería real… fue empujado por uno de sus guardias y casi tropieza por la brusquedad. Solo fue capaz de proferir un gruñido para continuar su camino.

Los pilares del templo se alzaban de manera imponente en todo su esplendor, sobre todo debido a la figura que lo esperaba en el centro de la plaza. Miguel lo esperaba con espada en mano y semblante serio. Era la primera vez que lo veía de esa manera, como el verdadero juez y ejecutor que era en el reino de Dios. Samael se detuvo a un metro de distancia de él.

-Samael, se te acusa de culpable por empatizar con el reino demoniaco y esparcir conocimiento falso entre el reino del Dios, nuestro padre. Si confiesas tu error por haber pecado, se te perdonará la vida y todo este asunto quedará en el olvido hasta el fin de los tiempos.

Samael permaneció en silencio al principio, pero después no pudo controlar la risa. Pecar ¿Pecar era saber? ¿Pecar era pensar diferente? Pecar, qué palabra más peculiar. Samael tomó aire y levanto la cabeza, sonriendo de oreja a oreja con sus nuevos dientes filosos, y resumiendo su decisión en una sola palabra:

-Jamás

Un destello plateado reflejó el sol para después unificarse a la salpicadura de la sangre que salió del cuello de Samael. Mientras el cuerpo ya casi demoniaco caía de rodillas y la cabeza rodaba entre los pies de Miguel, Azkeel salía de aquel anfiteatro desagradable que no hacía más que probar una vez más que el cielo no perdonaba, pero no por mucho más tiempo. La historia cambiaría gracias al sacrificio da Samael, esto apenas comenzaba.

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