Éxodo

Relectura de la redención hebrea

Anyul Rivas
Teoficciones Oz

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Todo estaba preparado para aquella noche. El inicio de la luna nueva marcaba el momento de la huida. Todas las familias estaban al tanto, habían hecho la señal de costumbre en el dintel la puerta de sus casas para anunciar su consentimiento con la estrategia de escape.

Recogieron los cachivaches más esenciales para la travesía: herramientas de trabajo, utensilios de cocina, mucha agua, algunos dioses de barro, unas bocazas de pan y la ropa que llevaban encima. El camino por delante era largo, pero ningún precio era demasiado alto por dar fin a su condición de esclavos.

El plan parecía sencillo: saldrían sigilosamente de la ciudad, después de la segunda guardia, partiendo desde Rameses a Sucot, pasarían por el desierto de Etam, y frente a Pi Ajirot, entre Migdol y el mar hacia Baal Sefón, a las orillas de la playa, las mareas muertas les permitirían cruzar el estrecho del mar, miles personas marchando hacia su libertad.

Rayando el alba, cerca de la tercera guardia, podía verse a lo lejos el tropel avanzando a paso acelerado. Hombres y mujeres, niños y ancianos, se perdían a la vista en el horizonte y tras de sí una inmensa humareda.

Los guardias egipcios corrieron a toda prisa a notificarle al rey, que encolerizado envió sus tropas en carros y caballos para recortar la ventaja, toda la caballería egipcia y todos los carros de faraón con sus respectivos capitanes salieron al paso en busca de los hebreos fugitivos.

Los israelitas no esperaban avistar lo que encontraron sus ojos. Cuando estuvieron lo bastante cerca para percatarse del océano, se dieron cuenta de una situación que no esperaban. No había entre ellos ningún navegante que les informara que en tiempos de luna llena y luna nueva las mareas suelen las más altas de lo normal. Para colmo, sus posibilidades de escape se vieron reducidas, al oír el galope apresurado de los caballos egipcios.

Entre la espada y la pared, el orgullo nacionalista o su vida, decidieron continuar la marcha. El mar tornó su color escarlata con la sangre del pueblo muerto a manos de los egipcios.

Sólo el hedor atravesó el mar aquel día. No obstante, de entre ese fétido olor a muerte, la vida también lograba abrirse lugar. Empeñada en su terca lucha por la supervivencia, logró arrebatarle a la muerte un pequeño botín. A orillas del otro lado del mar arribaron niños y niñas anónimos en decenas de canastas, y con ellos, la oportunidad de reescribir la historia. Fue como si el mar se abriera para darles otro intento. A estos héroes y heroínas sin nombre, la arena tostada en el nuevo horizonte tenía el sabor a nueva vida y nueva identidad, libres de opresión y heteronomías acumuladas por siglos de conformismo. Entre estos, uno de estos niños fue llamado Moisés.

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Anyul Rivas
Teoficciones Oz

Theology & Philosophy student, Enterprise Web apps Developer, Photographer. Google Samurai. Post-theist. Photographer, essayist.