Lot

Anyul Rivas
Teoficciones Oz
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3 min readMay 27, 2014

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En aquella casa de barro con techo de paja vivían felices los cuatro. Transcurrían los días ordinarios entre la llanura, bajo el sol inclemente y el calor seco entre los labios. Todas las mañanas el viejo repetía la misma rutina: se levantaba temprano antes que el sol se asomase al horizonte, bebía el café fuerte de su mujer y aquel pan de sin levadura que preparaban sus hijas, luego ocupaba la mayor parte del día en el campo, entre el ganado, llevándolo a beber en el arroyo y en la tarde volvía al pueblo a canjear cambalaches y sentarse a la puerta de la ciudad. Con la puesta del sol, acudían sus hijas a su encuentro y luego juntos se daban un banquete en casa.

Sus hijas eran hermosas. Ambas de gran estatura y tez morena, cabellos largos hasta la cintura, con ojos brillantes color ámbar que enceguecían a todos los hombres del pueblo. Eran como ángeles, decían. De camino a casa, los jóvenes le incordiaban: ¡hey! ¡extranjero! ¿dónde están las niñas bonitas de tu casa? ¡sácalas, pues queremos tener relaciones con ellas!

Quizá era esa la razón por la que el viejo celaba tanto a sus hijas. Al menos, eso era lo que pensaba su mujer en secreto. Era su manera de explicar una relación tan estrecha entre su marido e hijas, y se evidenciaba cada día en las miradas y los gestos del viejo a sus hijas y viceversa, en el roce de sus manos, el tono de las palabras y las demostraciones de afecto. Pero aquella excusa no podía ocultar lo que se ponía en evidencia incluso a los ojos del pueblo.

Para el viejo era cada día más molesta la mirada inquisidora de su mujer. Y mucho más después que decidiera dormir fuera del lecho matrimonial, en una colcha improvisada de paja y una vieja cobija de lana, en el depósito, cerca del cuarto de sus hijas. Por ello la relación con su esposa y el trato con ella se volvía gradualmente insidiosa, al tiempo que crecían los gestos de amor entre el padre y sus hijas.

Un día, meditando entre el ganado, le vino a la mente la más alocada idea: si su mujer era el obstáculo entre el amor suyo y de sus hijas, se hacía imperante la necesidad de deshacerse de ella. Durante las tardes, ocupaba su mente en hallar alguna manera de hacerlo. Por aquella razón, en una tarde calurosa no se vio sorprendido al vislumbrar una señal de humo creciendo con ímpetu en el horizonte de camino a casa. Tampoco se sorprendió de saber que su esposa luchaba por salir entre el humo y las llamas de aquellas cuatro paredes.

Pidió a sus hijas aguardar a una distancia prudente mientras él se acercó al recinto. La multitud avanzó desde el otro extremo del pueblo en auxilio, luego de oír los gritos de la esposa, y miraron desde lejos las señales del viejo al pedirles que se alejaran, que estaban a salvo y él se encargaría de socorrer a su mujer. Se acercó a la puerta cuidando que no le vieran desde dentro, y allí Lot, escondido a la vista de todos se aseguró que no existiera salida posible. Al volver con sus hijas fingiendo desconsuelo, una figura espantosa, envuelta en llamas y profiriendo gritos y salió de la casa clamando auxilio. Nadie se atrevió a acercarse, y el viejo Lot impidió a sus hijas ver a su madre convertirse en estatua de cenizas.

Simon Vouet

De esta manera huyeron, sin mirar hacia atrás y se refugiaron en una cueva por temor a los rumores del pueblo. Finalmente allí, la oscuridad de aquellas paredes pudo liberó el desenfreno y toda clase de pasiones de la que eran presa aquel padre y sus hijas sin pudor y temor alguno.

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Anyul Rivas
Teoficciones Oz

Theology & Philosophy student, Enterprise Web apps Developer, Photographer. Google Samurai. Post-theist. Photographer, essayist.