Fátima Bize

*Soy de La Tablada, Partido de La Matanza.

*La realidad es que este taller me resultó muy interesante y creo que las consignas que fuiste dando son muy útiles cuando existe un bloqueo y es difícil encontrar un tema sobre el cual escribir.

*Escribo desde que tengo diez años más o menos. Si bien fue cambiando con el tiempo, cuando era chica era bastante introvertida y siempre encontré en la escritura una manera de comunicar todos mis pensamientos y emociones, que me resultaba mucho más sencilla que expresarme de manera oral. Creo que nunca me gustó quedarme con lo que veo y siempre traté de ir más allá imaginando situaciones, pensando en las intenciones de las personas o simplemente preguntándome qué se le puede estar pasando por la cabeza a un desconocido que me cruzo en la calle. La necesidad de poder plasmar lo que imagino y de tener un registro para mí misma, y a veces compartido con otros, es lo que me impulsa a escribir.

ME ACUERDO

Me acuerdo de pasar la tarde jugando en la casa de Evelyn. Era hija única y tenía todos los juguetes con los que yo siempre soñaba. Las barbies más lindas del mundo y la caja registradora con la que jugábamos a ser adultas.

Me acuerdo de mojar las galletitas de chocolate en la leche caliente cuando llegaba a casa después del colegio.

Me acuerdo cuando le decía a mi mamá que me quedaba a dormir en la casa de una amiga cuando en realidad me iba a bailar.

Me acuerdo del primer día que fui a la facultad. Estaba llegando tan temprano que decidí bajarme del colectivo para caminar. Después de un rato me di cuenta de que me había bajado casi cincuenta cuadras antes de llegar. Me tomé un taxi. Llegué tarde y transpirada.

Me acuerdo de cuando fumar se convirtió en un hábito.

Me acuerdo de las medialunas de la UCA. Del sol de la mañana y la vista perdida en el río mientras charlaba con mis compañeras.

Me acuerdo de la primera vez que me enamoré.

Me acuerdo cuando le confesé mi amor en el banco de una plaza. “Yo te quiero mucho pero como amiga”. No esperaba más que eso pero tampoco imaginaba que me iba a doler tanto.

Me acuerdo cuando me compré mi guitarra en Talcahuano.

Me acuerdo cuando me dijeron que era egocéntrica y aburrida. Por un tiempo me lo creí. Después aprendí a quererme y a no creer en todo lo que me dicen.

Me acuerdo del día que me separé de mi ex. Llovía mucho. Me enojé como nunca antes en mi vida. No dejé que me llevara a casa ni que me abrazara por última vez. Me fui temblando de enojo y tristeza mientras le mandaba un audio a un amigo contándole lo que había pasado.

Me acuerdo de llorar todo el día.

Me acuerdo de no poder comer. Mis viejos me miraban con asombro y preocupación porque nunca nada me había sacado el apetito.

Me acuerdo de mi primer viaje sola. Un fin de semana en Uruguay en el que sané mis heridas y me encontré disfrutando de estar sola. Aunque a veces me aburría un poco.

Me acuerdo de la llamada de quien había sido amigo mío. De la noticia de la muerte de Agustina. De mi incredulidad y mis deseos de que todo fuera una broma. Pero no lo era y por primera vez perdía a alguien que había querido mucho, a alguien que hacía menos de un año atrás consideraba mi amiga.

Me acuerdo de Cuba. Los nervios en el aeropuerto porque nunca había viajado sola tan lejos. Los amigos que hice y que nunca volví a ver excepto a través de Facebook. Cuando les conté que iba a empezar a estudiar música y les terminé cantando un tango en la terraza del hostel. Me acuerdo del festejo adelantado de mi cumpleaños en Cienfuegos, en la casa de familia donde estaba parando. Ron, comida y hasta una torta que hizo la dueña de la casa.

Me acuerdo de la sonrisa de mi tío. De cuando la perdió. De cuando fui a visitarlo a su casa y nos agarramos de la mano mientras hablábamos. De mirarlo mientras pensaba que lo iba a extrañar mucho cuando ya no estuviera. De aguantar el llanto porque sabía que no faltaría mucho para eso.

Me acuerdo de los abrazos de los nenes y nenas con los que trabajé. De sentarme en el piso a jugar, de reírme de sus chistes, de enseñarles, de dejar que me peinaran. Me acuerdo cuando uno de ellos me dijo “Fati ¿qué es eso verde que tenés en la cara?”. Estuve un rato mirándome en la cámara del celular para entender que se refería a mis ojeras.

Me acuerdo de cuando nació mi sobrino. Siete meses y medio y él ya quería formar parte de este mundo. No lo pude conocer hasta que salió de la incubadora. Me inundó de amor desde el primer día.

Me acuerdo el mensaje de mi vieja. “Falleció mi tío, me tengo que ir”, le dije a la maestra con la que trabajaba. Lloré todo el viaje camino al hospital. Le acaricié la mano y me acosté sobre su pecho mientras pensaba que días atrás lo había visto con vida en esa misma cama. Me pidió que me fuera y que volviera otro día. Yo respeté su deseo porque es lo que uno hace con la gente que quiere.

Me acuerdo del viaje al sur. Del agua helada de cada lago al que me metí. Del sacrificio para llegar a lo alto de una montaña. De la nieve en la Laguna de los Tres. De fumar y terminar cantando Gilda en un camping con un grupo de músicos que acababa de conocer hacía un par de horas.

Me acuerdo de la primera vez que Gaby me dijo tía.

Me acuerdo de empezar el año nuevo en un hostel en Cafayate comiendo asado y tomando vino. De estar borracha y proponer un brindis: cuando viajás sola, las personas que conocés pasan a ser tu familia. Creo que fue más emotivo porque todos aplaudieron y alguien me dijo: “Viajá sola y nunca lo estarás”.

Me acuerdo de Tilcara. De las tortillas rellenas. De dormir tres horas en dos días porque siempre había algo para hacer. De cantar zamba de usted a capella en el patio de Tierra Andina. De reírme mucho. De aprender a bailar zamba y chacarera. De compartir con un montón de gente hermosa porque es verdad lo que dicen, viajá sola y nunca lo estarás.

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