Facundo Spinelli

*Vivo en Morón.

*La propuesta del taller me pareció muy buena, ayuda a entretenerse y pasar el tiempo en este tiempo de cuarentena. Además sirve para probar, conocer el mundo de la escritura y sumar algunas herramientas desde la comodidad del hogar incentivando a sumarse cuando pueda realizarse de manera presencial.

*Para mí la escritura significa libertad porque a través de ella puedo crear desde situaciones realistas que pueden ocurrir en cualquier lado hasta un mundo lleno de fantasía donde todo es posible.

ME ACUERDO

Me acuerdo de aquel almuerzo de domingo al que llegué tarde por que se había atrasado la sesión con la psicóloga sin saber que sería el último que compartiría con mi abuela.

Me acuerdo de los nervios que tenía al confesarme frente al cura para mi primera comunión, solo dije “le pego a mi hermano y digo malas palabras”.

Me acuerdo de que no recé lo que me dijo porque me perdí en la mitad.

Me acuerdo de sentir mariposas en la panza al dar mi primer beso de amor sin saberlo.

Me acuerdo de mi primer viaje en avión, la emoción de ver a mi novio superar el miedo.

Me acuerdo de haberle preguntado a mis padres “¿qué es porno?” y después avergonzarme de la respuesta recibida.

Me acuerdo del sol entrando por la ventana de la cabaña en Tandil disipando toda oscuridad.

Me acuerdo de cuando me gritaron desde un auto “a vos te voy a matar”.

Me acuerdo de cuando haciendo un berrinche y me puse a saltarle a otra mujer que no era mi mamá.

Me acuerdo de cuando creí que estaba ingresando a un profesorado y me explicaban los conceptos como si fuese jardín de infantes.

Me acuerdo de muchas tentadas por un cartel de “aplausos” y “ovación de pie”.

Me acuerdo de que ir al cine estando con una infección intestinal no es buena combinación.

Me acuerdo de la flor que dibujé haciéndome el misterioso aunque yo ya sabía para quién era.

Me acuerdo de despertar en medio de un sacudón cuando el micro en el que iba chocó.

Me acuerdo de cuando me mandaron a anotar quien había metido el gol y en vez de Gancedo anoté “Gasendo”.

Me acuerdo de “ir a dar la vuelta al perro” con mi hermano que incluía ositos de miel y un rato sentados en la plaza de Morón.

Me acuerdo del lápiz y la goma que me gané cuando eligieron mi cuento en la bienal de arte del colegio.

Me acuerdo de la risa de la mamá de mi amigo, que era parte del jurado, al leerles el cuento.

Me acuerdo de una tarde de verano donde, por un muñeco y un golpe, se rompió una amistad.

Me acuerdo de ir al colegio como si fuese un condenado a muerte el día que me iban a dar una paliza, aunque esta nunca ocurrió.

Me acuerdo de cuando dos amigas me abandonaron para irse con otros chicos, acabé sentado con alguien que no conocía y terminó siendo mi amiga lo que quedaba de secundaria.

Me acuerdo de que “manzanita” y “personalidad rosa chicle” eran la misma persona.

Me acuerdo de una clase de teatro donde nos tuvieron dos horas haciendo espirales con el cuerpo.

Me acuerdo de una noche, llovizna, el techo de una vecina y besos de amor que recién nacía.

Me acuerdo de que “Las ventajas de ser invisible” fue el regalo sorpresa más grande que recibí hasta ahora.

Me acuerdo del día en que la película de los X-Men se convirtió en algo importante.

Me acuerdo del café en la estación de servicio del acceso oeste en frente del mangrullo y del frío que pasé yendo a Campana.

Me acuerdo de lo que dolió el “claramente no servís para vender”.

Me acuerdo de cuando en pleno 2001 era divertido cenar mate cocido con tostadas.

Me acuerdo de cuando me preguntaron dónde vivía, respondí Morón y con cara/tono de asco me respondieron “ay, pero eso es provincia”.

Me acuerdo de que por no dejarme podar una planta le tiré las tijeras por la cabeza a mi hermano.

Me acuerdo de la felicidad de ir al cumpleaños de un amigo, que mi hermano me pusiera la traba y terminar en urgencia odontológica.

Me acuerdo de esa función donde dije “¡Quítate!” y el público estalló en risas.

Me acuerdo de mi primer viaje por trabajo a Ramallo, durmiendo en una cabaña donde cada tanto se escuchaba el ruido de algún animal.

Me acuerdo del disfrute que fue escenificar “Instrucciones para subir una escalera”.

Me acuerdo de que no es la misma distancia de allá a acá que de acá a allá.

Me acuerdo de cuando tomé el tren a Haedo, después de haber ido a la psicóloga, y que mi único pensamiento era “lo necesito”.

Me acuerdo del abrazo y el llanto desconsolado.

UN VERANO DE LOS 90

No recuerdo qué edad tenía, pero seguro era un verano de fines de los 90. Esas vacaciones eran muy parecidas unas a otras. Todas las tardes mirábamos con mi hermano la tele rezando que la temperatura llegase a treinta grados. Esperábamos a las cuatro de la tarde y llamábamos a nuestro abuelo para saber si se habían despertado de la siesta y preguntarle si podíamos ir. Recorríamos rápidamente las cuatro cuadras que separaban nuestras casas. Al llegar, yo me encargaba de llamar a mi primo que vivía a la vuelta y ahí nos juntábamos los tres. Muchas anécdotas ocurrieron en esos días, hoy se me viene a la mente una que fue divertida aunque podría no haberlo sido.

Yo siempre odié el fútbol, creo que el fanatismo de mi hermano y la imposición social por ser varón generaron eso, no lo sé, pero a mi primo y a mi hermano les gustaba jugar en el garaje de mi abuelo antes de meternos a la pileta. Yo iba al galpón, me ponía mi malla y esperaba impaciente que ellos terminaran de jugar para después meternos los tres a la pileta. “Transpiramos un poco, nos agarra calor y nos metemos”, me decían. Algunos días me metía solo o con mi abuelo hasta que ellos terminaban, pero este no fue uno de esos días. No recuerdo muy bien cómo, aunque sí recuerdo que lo hice con ánimo de que dejaran rápido de jugar, terminé acostado boca arriba en el medio del garaje mientras que la pelota volaba por encima mío. Mientras esto ocurría yo levanté las piernas sobre mí y empecé a cruzarlas en el aire, alternándolas, jugando solo en el medio del piso. En esa época había salido como novedad la luz de tubo y como mi papá es electricista le había colocado a mi abuelo uno en el garaje y yo me encontraba justo debajo de esa novedad. La pelota que continuaba pasando por encima de mí golpeó contra el artefacto haciendo que se desprendiera el tubo. Ahora el recuerdo se vuelve en cámara lenta, el tubo desciende hacia mi cuerpo de niño, en malla, pronto a sumergirse en la pileta. Las piernas siguen moviéndose. Al instante siguiente, atrapado entre ellas un tubo de luz. Risas y alegría por la proeza realizada, aunque el tubo se había quemado y no servía más. Hoy, en la distancia, pienso que si mis piernas no hubiesen estado ahí cruzándose, si no hubiesen atrapado esa bomba de vidrio, químicos y gases no hubiese terminado todo en risas y alegría.

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