Graciela Bravo

*Vivo en Castelar, partido de Morón. Vengo desde Roldán, Santa Fe,. Hace un año que resido en el barrio Santa Rosa.

*La propuesta del taller la venía esperando hace rato. Vi el anuncio en el FB de Morón y me inscribí.

*Escribir es para mí un acto natural desde los doce años, cuando escribía poemas de amor a mis compañeras en el colegio y se los leía en los recreos. Ahora es como un arte-terapia y me gustaría seguir superándome.

MOMENTOS SUELTOS

Pienso con mirada perdida y voy rememorando momentos sueltos, sin tiempos precisos pero con imágenes nítidas… Calculo que tendría menos de 15 años… Recuerdo estar en la galería de mi casa de Ludueña junto a todos los pares de calzados de cuero de la familia en hilera; cual obedientes soldados, uno al lado del otro ordenados prolijamente y esperando su turno para ser embellecidos con el betún puesto al sol un momento antes. Era la tarea que tenía los sábados a la tarde. En esos tiempos los adolescentes éramos obedientes, aunque con quejas, pero obedientes.

Recuerdo que las que hoy serían mis zapatillas no existían, tal vez alguna alpargata de lona cumplía esa función de calzado sport. Las botas de goma eran para la lluvia, pero ellas no estaban incluidas obviamente en el conjunto, ya que no eran del clan cuero. Este proceso de sábados por la tarde sólo se suspendía por mal tiempo.

Salían a relucir mocasines de paseo, los de entrecasa y los del colegio, de toda la familia, pero los míos tenían su primer lugar, no vaya a ser cosa que el betún se terminara y ¡zas! Tarea frustrada.

Las botas de mi madre, esas de taco alto, y las bajitas también esperaban su lustre y aquellos mocasines color chocolate que mi padre usaba solo para ir a casa de parientes los viernes a la noche o sábados temprano por la mañana.

Primaban los de color negro y aunque eran usados la tarea que me encomendaban justamente era para que parecieran recién comprados.

El par de cuero blanco era tema aparte, aquellos eran “de la comunión” y servían para todas las nenas de la familia, sean hermanas o primas. Cada muerte de obispo cuando alguien se casaba y era obligación usarlos. No existían más que esos dos eventos… ¡Ah sí!, los cumples de 15, pero para ese entonces el número de pie era mucho más grande por suerte.

Cuando la labor parecía concluir asomaba alguna cartera que quedaba última por si el betún era poco y con pasar el cepillo de cerdas de crin de caballo era suficiente para que luciera súper brillosa y más tarde terminaba durmiendo colgada en el perchero de la pieza.

Lo que más placer me daba era vaciar mi portafolio de cuero marrón con bolsillos para las pinturitas y hebillas color plata cuyo sonido al rozar parecía campanitas mágicas. El olor del cuero era como el del primer día de clases mezclado también con el del papel de los cuadernos sin abrir. Aun puedo revivir en mi mente ese aroma como sutil perfume de los años de primaria. Cómo no sentir nostalgias de aquellos tiempos imborrables si para mí fueron los mejores…

Cada sábado de sol el desfile era único en el piso de esa galería de mosaicos viejos; allí descansaban todos los zapatos como se tienden al sol los turistas en las playas paradisíacas junto al mar.

Si no hubiese sido por mis mocasines de colegio y mi querido portafolio compañero de siete inolvidables años, esta labor no hubiese tenido atractivo para mí.

Sin lugar a dudas un paseo por las calles del barrio escuchando en el pasacassettes regalo de mamá a todo volumen a Freddy Mercury cantando de fondo: esa cosita loca llamada amor; hubiese ganado la partida. En mi adolescencia caminar sin causa ni motivo era lo único importante que teníamos para hacer después de ir a clases, por supuesto. Esto los adultos nunca lo podrán entender. Hoy yo tampoco….

Ahora que todo es descartable: las zapas cuando se ensucian o rompen terminan siendo reemplazadas o por ser de la temporada anterior, el eco cuero, la pseudo gamuza, el plástico y quién sabe qué más materiales conforman nuestros calzados. Extraño esos aromas de cuero recién lustrado secándose al sol y pidiéndome a gritos: cepillame y hazme lucir único y especial como la primera vez.

LA BOCA DEL LOBO

Había que tomar una decisión: ir a Buenos Aires. Era como ir a la boca del lobo, me decían todos. ¿Ser masticada viva por ese animal era tan grave? ¿Cómo saberlo?

Tras varios llamados, la valija se armaba en forma incierta; mejor dicho, era más que eso, era una semi-mudanza sin fecha de retorno.

Dejar atrás lo que era conocido, rutinario, por aquello que vaya a saber cómo sería. El tema era el porqué, el para qué… el cómo, nadie lo sabía. Menos mencionar un día o una hora para hacer ese viaje.

Era como atrapar tu gato que todas las noches duerme en tu cama y de día no sabés nunca dónde corno se mete. Así tan incierta era la duda. ¿Y si no iba a Buenos Aires?

Pero si no viajaba cómo iba a vivir esos otros momentos que de antemano se pintaban de tonos claro oscuros en mi mente; quizás yo pudiese cambiarlos por tonos multicolores.

Pero ningún pintor pinta sobre el lienzo admirables amaneceres sin su pincel… Esto sería puro egoísmo visual, tener virtud de pintor y no pintar, no plasmar, no brindar ese don al cosmos.

No cruzar el límite provincial era evitar vivir lo novedoso. Era quedarse con lo conocido. Era cobardía de vida. Era como un cuadro aburrido, deslucido, que nadie se detiene a observar.

Ahora el cuadro es un lienzo preparado para ser utilizado, como es en una casa nueva, la ventana principal; abrirla y observar que hay del otro lado es una gran oportunidad.

El paisaje a encontrar será según el cristal con el que mire a través de ella.

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