Graciela Vescovo

*Vivo en Remedios de Escalada de San Martín, partido de Tres de Febrero.

*La propuesta del taller fue muy positiva porque aprendí mucho y lo tomé como estudiar en forma online, algo que en este momento me ayuda a desarrollarme con tiempo y dedicación. Puedo así compaginar horarios y cumplir con los requisitos en libertad pero con compromiso.

*Soy docente jubilada y poeta, tengo ya mi primer poemario (“Espacio”), y sigo escribiendo. El escribir poesía principalmente es una invitación al encuentro de las almas. La escritura y lectura me sumergen en un mundo de pasiones pero con la responsabilidad de transmitir valores estéticos, humildes y altruistas.

9 DE JULIO

Mis amigos ya me lo habían comunicado pero yo me resistía a creerlo.

Lucas, nuestro guía, nos dijo que ya estaba todo listo para viajar, que teníamos que prepararnos con nuestras familias para el viaje, y recalcó: “¡Sólo llevar lo necesario!”

También dijo: “No hay mucho tiempo, prepárense para el 9 de julio”.

Como dije anteriormente yo me resisto a creer lo que mi guía me dice y por qué el 9 de julio. ¡Sí!, es una fecha clave para nuestro país. ¡Claro!, se recuerda la firma de la declaración de nuestra independencia.

Mi mente da vueltas y vueltas y no dejo de pensar.

Pienso… ¿por qué el 9 de julio?

Pienso… ¿por qué en nuestra Independencia?

Pienso en… ¿un enemigo opresor?

Pienso en … ¿un enemigo que esclaviza?

Lucas no dio más explicaciones, dijo que estuviéramos preparados, que un día antes nos explicaría dónde encontrarnos, que si no estábamos de acuerdo no teníamos por qué sentirnos mal, que cada uno de nosotros tenía su libre albedrío. Seguir sólo a nuestra intuición y libertad.

Comuniqué todo a mi familia y ellas me acompañarían en este viaje, hasta llevaríamos a Berta la mascota de mi hija.

Estamos todos nerviosos por la cuarentena provocada por un virus que un hombre dejó escapar en China.

Este virus es mortal, la única manera de detenerlo es dejar el planeta Tierra por varios años y luego volver.

Llegó el 8 de julio y un sonido muy especial, como el ruido de muchos truenos de tormenta y luces resplandecientes, se veían brillar en la oscura noche.

Lucas se comunicó y nos dijo: “No se asusten, esto que ven y escuchan va a suceder también mañana en la noche del 9 de julio a las 21 hs.”

Después de su comunicado no nos dejó preguntarle nada. Era aceptar o no la invitación. Yo empecé a dudar pero tenía todo preparado, también mis hijas se habían preparado.

Y… llegó el día y la hora indicada, en mi casa, en la terraza, allí estábamos las tres y Berta la mascota de mi hija menor.

Esperamos ansiosas mirando la noche templada, el cielo tenía unas nubes oscuras y de pronto apareció una NAVE MADRE y de repente nos aspiró del lugar dejando la terraza y mi casa como si nada hubiera ocurrido.

En la NAVE MADRE nos encontramos todos y Lucas nos explicó lo que teníamos que empezar a aprender.

En la nave había también personas de otras provincias, éramos todos argentinos.

Conocimos también a los pilotos de la nave y a su tripulación, eran seres como nosotros pero más inteligentes y con una telepatía maravillosa (no necesitábamos hablar allí).

Sabíamos que nos llevarían a un planeta cercano al planeta Tierra.

Sabíamos que los días de aprendizaje en la nave iban a ser clave para nuestro ingreso (claro, teníamos que rendir examen para ser aceptados).

En el caso de que no se aprobara no había aplazos sino que ya cada uno tendría una tarea asignada y relevante en la NAVE MADRE.

Ya comenzamos a vivir dentro de la nave.

Yo me alejé del grupo, mis hijas estaban contentas y en sus respectivas habitaciones.

Traté de acercarme donde pensé que había una ventana o pantalla gigante donde podría ver el planeta Tierra, nuestra casa.

Ver alejándome con tristeza pero con el deber de volver para sanar un mundo que estaba destruido.

Cuando estoy mirando, siento que me dice algo, uno de los tripulantes de la nave, siento que me habla: “¡Encontraste el portal!, la ventana dónde podrás ver muchas cosas cada vez que sientas tristeza.”

Yo miré hacia atrás y vi al ser que me sonreía, era alto, de ojos muy grandes y negros, no hablaba pero me hablaba (me hablaba con su pensamiento). Yo sentí una paz que no puedo explicar con palabras.

Vi cómo nos alejábamos, el Universo lleno de estrellas, teníamos un deber que cumplir, trataríamos de aprender todo lo posible porque sabíamos que regresaríamos a seguir trabajando mucho, mucho más en nuestro amado planeta y en nuestro país, Argentina.

TAXI

Era su último viaje, los dedos de sus manos estaban acalambrados y a sus piernas ya no las sentía. El trajín de su trabajo de taxista y su edad, sesenta años, sumaban a la hora de rendirle cuentas a la vida.

Trataba de olvidar sus dolores, los físicos y los del alma, escuchando en su reproductor musical algunos tangos.

Sus tangos sonaban y algunos los cantaba. Por supuesto cuando no llevaba pasajeros, porque le gustaba cantar pero sabía que no afinaba bien.

El radiotaxi ya le había indicado la dirección y el GPS lo dirigía al encuentro con su pasajero.

Detuvo su auto, subió una chica de unos veinticinco años, delgada, de cabellos castaños y muy nerviosa.

Le pidió la dirección, preparó su GPS y mientras tocaba su dispositivo le regresaron los recuerdos de ese barrio. El silencio fue el compañero en todo el trayecto, miró por el espejo retrovisor a esa chica varias veces sin que ella se diera cuenta.

Sentía que le era familiar, su corazón latía más fuerte pero trataba de no mostrar su inquietud.

De repente el reproductor musical se disparó en un tango que él creía perdido (“Nada”, de María Graña.)

Las calles pasaban ante sus ojos, las veredas, los negocios y sus marquesinas, todo afuera era alegría mientras en su interior reinaban la culpa y una angustia que no entendía o no quería entender.

El GPS dio su último aviso, ya habían llegado, su cuerpo se estremecía, sus manos temblaban y su corazón latía más fuerte como indicándole que el amor perdido aquí estaba, ante sus ojos.

No dijo nada, no podía hablar, sólo la música y sus recuerdos.

De pronto se encontró con la casa que había abandonado hacía más de veinte años.

Y con los ojos de esa niña — mujer… Mirándolos, encontrándolos en los suyos.

¡Era ella!… su hija, el color negro de sus ojos y la mirada igual a la suya.

Carolina…¡sí!… Carolina, le pagó el viaje y le dejó propina.

Él quedó paralizado, no pudo decirle nada.

No pudo pedirle perdón.

No pudo gritarle que la amaba.

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