Rosana Palozzolo

*Vivo en Haedo y trabajo en un Centro de Salud de Morón.

*Hace tiempo quería participar de un taller como el que diste, lo postergué varias veces hasta que un día apareció tu propuesta por las redes sociales y me capturó. Gracias por tus palabras, me motivaron a darme ese bendito tiempo para soltar mis pensamientos y plasmar lo que fluye. Me gustan mucho las propuestas que nos dejas en cada video.

CONTAR HISTORIAS SABEMOS TODOS…

Mi gusto por la lectura y la escritura comenzó de pequeña, cuando veía a mi padre con sus anteojos de carey sentado a la luz tenue de una lámpara, concentrado en alguna historia, algún cuento, algún relato que captara su atención y lo dejara absorto y abstraído de la realidad que nos acompañaba.

Yo, muy pequeña, buscaba mi sillón de mimbre engalanado con un almohadón que alcanzaba a cubrir el asiento, tejido de colores por mi madre, con sus manos ansiosas por el deseo de terminarlo.

Tantas noches transcurrieron entre mi padre y yo en ese silencio hermosamente cálido, donde cada uno disfrutaba de su libro, de su mundo mental, donde todo era posible.

Aún veo su biblioteca, con aquellos preciados compañeros que tantas veces acaricio con sus manos y con sus ojos. Invaluable tesoro del cual nunca podré desprenderme porque lleva entre sus apretadas encuadernaciones miles de recuerdos y emociones, y lo más importante: las huellas de mi padre.

La vida y el tiempo con sus vaivenes fue haciendo insostenible esos místicos momentos. Tal vez, los años fueron dejando mi inocencia infantil en aquel sillón de mimbre y los espacios compartidos con papá se fueron llenando de voces, música, otros intersticios también memorables guardados en mis recuerdos.

Ya había dado el paso; de las novelas infantiles que me devoraba cada noche hasta quedarme dormida me inmiscuí en la poesía. Mi interés en la lectura no tenía fin, y cuando no tenía un texto a mano, porque estaba en otra casa, leía hasta los prospectos de los medicamentos.

Al ver mi entusiasmo, mamá, que venía de Capital en el tren, cobijaba en su cartera de vez en cuando algún texto que me alentaba aún más a seguir en el descubrimiento de otros géneros literarios.

En casa no había mucho dinero. Pero siempre había libros dando vueltas por las mesitas. Eso era moneda corriente. Mis amigos se asombraban, sin embargo era parte de mí, era natural verlos y convivir con ellos al punto de que formaban parte de nuestra familia, y si alguien intentaba doblar un extremo de las páginas o escribirlo tan siquiera en lápiz, reaccionaba como si cometieran el más cruel de los delitos: “¡no los lastimes!”, les decía, con mi peor rostro de rabia, enojo y dolor, y cambiando el tono de voz continuaba: “¡Ellos son parte de mi vida!”

ME ACUERDO

Me acuerdo de las tardes de verano jugando en el jardín de casa, con alguna amiga que quisiera acompañar mis fantasías, rodeadas de los brincos y los jazmines que tanto cuidaba mama.

Me acuerdo de la hamaca que me regalaron mis padres en mi primer día del niño, convertida muchas veces en el mejor colectivo urbano infantil, y de las risas que eso mismo nos causaba.

Me acuerdo del tiempo vivido en el Club El Trébol, de los patines de rueditas naranjas al principio y cuando ya la experiencia sobre ruedas lo ameritaba se convertían en abotinados y profesionales, otorgando categoría superior a quien los calzaba.

Me acuerdo de los cubrebotas de colores y los disfraces que las madres de los patinadores nos preparaban para el espectáculo artístico que solíamos exhibir año tras año.

Me acuerdo de la escuela primaria, el guardopolvos azul y la canción Aurora, con los sentidos a adormilados, tratando de despertarlos con la brisa fresca de la mañana que tanto desordenaba mis cabellos.

Me acuerdo de la camioneta de papá entrando por el portón de casa los días de lluvia, los días de sol, invierno y verano, religiosamente puntual.

Me acuerdo de las idas y venidas al campo, y también de la mañana que nos caímos del caballo, del tambo de ordeñe, del gallinero y del molino de viento, chillando entre sus filosas aspas y regalando como recompensa un paño de flores de color morado que cortaban el verde incansable de los campos

Me acuerdo del farol a querosene y las sombras chinescas que hacíamos que se vieran en la pared.

Me acuerdo del viaje de egresados, las risas, la música fuerte, las noches sin dormir y la satisfacción de sentirme supuestamente adulta.

Me acuerdo de la primera pitada de tabaco, a escondidas, a la vuelta de casa; cuanta adrenalina…

Me acuerdo de los tres partos que marcaron un antes y un después en mi vida. Esos tres maravillosos y sublimes momentos mirando por primera vez a los ojos de esos seres, compañeros eternos de mi vida.

Me acuerdo de los momentos desagradables, que también son parte de mi historia y que prefiero no recordarlos para no borrar el encanto y la magia que sobrevino después de ellos y que fluyen por mis días.

Me acuerdo de las bicicleteadas con mis hijos, buscando rutas cada vez más largas para que no se terminara el recorrido.

Me acuerdo del día que pude decir… ¡logrado!; cuando me recibí y tuve mi título en mano, rodeada de la expresión de admiración de mis hijos.

Me acuerdo de cada uno de los viajes por mi país, cumpliendo el deseo de descubrir cada rincón de mi patria.

Me acuerdo del día en que me contaron que la vida es una sucesión de momentos, o diría de me acuerdos…

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