Trilogía del Reino es imprescindible

Anaclara Muro
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Soy de las muchas personas asombradas por el esfuerzo titánico de montar tres obras con tres historias diferentes. Esto por supuesto, es digno de admiración. Pero hay todavía mucho más que decir.

El tema claro, es un tema. Escuché comentarios asombrados de que nadie hiciera un escándalo por hablar abiertamente de historias de opresión que han sufrido las y los homosexuales a lo largo de la historia. Pero después, una persona cercana me contó que no asistió a las funciones porque le advirtieron sobre la vulgaridad de la obra. Eso me hizo pensar en su existencia necesaria.

Como ya lo demostró una controversia muy pobremente argumentada, resulta muy relevante que suceda esta obra en una administración tan conservadora como la que dirige ahora Paulina Aguado. Rumores sobre censura corren de un lado para otro, que si les molestan los nombre con palabras altisonantes, que si les molestan las alusiones explícitas a la homosexualidad, y en realidad a cualquier sexualidad, que si se indignan con desnudos y todo ese tipo de cosas que uno no pensaría que todavía existen en pleno siglo veintiuno.

Es obvio que no podemos esperar mucho de este siglo si todavía hay marchas por la familia en la que miles de personas defienden su derecho a ser egoístas y acaparadores con derechos que son para todos. Por eso sigue siendo muy importante pensar en temas como la represión, el abuso y la violencia, que siguen muy latentes en nuestras sociedades.

Ahora, la obra no es pura ideología (de género le llamarían algunos cristianos radicales). La obra es una construcción narrativa compleja en la que distintas generaciones dialogan en la búsqueda de un acuerdo de convivencia. Los problemas no resueltos se heredan de generación en generación. La herida nunca puede sanar porque todo el mundo se concentra en esconderla.

Por supuesto, es tan ambiciosa que los errores se vuelven inevitables. La investigación histórica hace endeble la gigantesca estructura de la trilogía. No necesitamos profundizar demasiado para saber que la violencia de instituciones como la iglesia católica ha sido recurrente y horrorosa. Sin embargo el argumento para atacarla resulta de imprecisiones históricas y eso vuelve a la crítica un poco endeble.

La interpretación de la Guerra Cristera y de la vida en los conventos en México a principios del siglo XX se representa desde una perspectiva anacrónica que pone matices de crueldad que no podrían haber existido desde los momentos históricos de la ideología representada. Por ejemplo, el país estaba lleno de madres solteras, si hubiera sido el objetivo de la lucha castigar el fruto del pecado, el infanticidio masivo pesaría ahora en nuestra memoria. Tampoco es posible hablar de psicoanálisis en un convento en México a esa altura de la historia, ni resulta verosímil que dentro, se preguntaran sobre la existencia de Dios.

En cambio, me resultó muy interesante, conocer un poco más la participación de la comunidad homosexual y lésbica en los movimientos sociales en la segunda mitad del siglo XX. También me resultó sobrecogedor saber sobre la existencia de campos de trabajo forzado en Yucatán a donde mandaron, por lo menos a un grupo de hombres descubiertos en una fiesta. Es necesario preguntarse por qué a ciertos sectores de la sociedad les molesta la felicidad y libertad de otros.

Aunque no soy fan de la narraturgia, y me parece que las obras hubieran potenciado su efecto con más silencio y menos explicaciones gratuitas, me parece que el ejercicio narrativo resulta en la creación de puentes comunicativos que obligan al espectador a recorrer de ida y vuelta una y otra vez hasta que sea posible identificar las fallas en el discurso hegemónico, hasta que podamos encontrar lo que nos une como sociedad y nos permite sobrevivir a la violencia.

Agradezco mucho que exista Trilogía del reino y que tantas personas hayan juntado esfuerzo y talento en montarla. Quedan solamente dos fines de semana, no desaprovechen.

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