Rectángulo de la locura

Fernando Goitia
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3 min readAug 1, 2014

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La locura puede analizarse desde diferentes ángulos que nada tienen que ver con el fútbol. Hemingway se suicidó pensando que el FBI lo perseguía, a tal modo que le había contado a sus conocidos que tenía las líneas del teléfono intervenidas y pronto vendrían por él. Su participación en la guerra le había hecho mella en la psicología. Ni la literatura, el lugar donde muchos encuentran remedio a las voces que en la cabeza les dictan qué hacer, pudo salvarlo de su fatal destino. En otros, las secuelas de otra guerra también los llevaron a la locura.

Luego de cientos de entrenamientos infructuosos como delanteros, algunos jugadores, cuando pequeños, son alineados cada vez más lejos de la portería rival y más cerca de la propia. La guerra por establecerse en una posición importante dentro del terreno de juego les deja semejantes secuelas que por fin llegan al rectángulo de los locos, alejados de los compañeros. Así como el novelista, que en soledad inventa historias para hacer más llevadera la existencia.

La soledad en la cancha sólo es posible asociarla con la locura. El área chica es donde se esconden los personajes dignos de vivir en un psiquiátrico, pero han encontrado una forma de establecerse funcionales en un rectángulo donde se mueven 22 personas. La locura es el estado de la mente que produce al defensor de la eterna e inamovible amiga del área chica, la portería.

Ese lugar es donde ocurren los hechos más inauditos del fútbol; donde puede encaminarse un partido o condenar las carreras de quienes no pudieron hacer buena una diagonal. Fallar un tiro en el área chica es una locura; la atajada al ángulo inferior derecho es el acto del loco.

En un deporte donde los millones de flashes y dólares se los lleva quien mete los goles sólo un loco se atrevería a trabajar a la contra: evitándolos.

Esa fuerza insurrecta que lleva al portero a quitarle de la garganta el grito de gol a los aficionados se practica también en la vida social, en manifestaciones contra los regímenes totalitarios. Pero hay una diferencia muy importante. El portero actúa solo, motivado por las voces que lo acompañan desde el fondo de la cancha, que también es el fondo de su mente.

La pirotecnia psicológica de los porteros es tan escandalosa que han elegido un oficio donde no tocar la pelota en todo el partido puede resultar en dos escenarios adversos: estar imbatido o terminar goleado.

Camus dice que todo lo que sabe del hombre lo aprendió jugando futbol. Quien estudia la naturaleza del género humano dentro de la cancha no puede ser un delantero o un medio contención, sus mentes están muy ocupadas en conseguir un pase perfecto, desmarcarse para recibir la pelota o tocar de primera para quedar frente a la portería. Sí, Camus también fue portero.

El guardameta no entiende de fútbol, es decir que no le interesa hacer cincuenta pases sin que el contrario alcance a ver la pelota, ni lograr el pase de sesenta metros que deja solo al delantero. Para el loco de la cancha lo mejor es que el balón esté a media altura y lo más cerca posible del poste, sólo ahí existe la gloria para quien jugar fútbol depende de las manos. Aun después de conseguida esa pequeña victoria, no quiere saber nada más del balón y lo despeja de volea, un acto ajeno a la táctica.

Para García Márquez la vida en la portería fue un momento que no pudo contener más allá de la infancia. De niño atajó pelotas de trapo en las calles de Aracataca. Cuando el balón llegó a los partidos callejeros, un balonazo en el estómago lo mandó a otra realidad donde no importaba el vuelo del guardameta García Márquez; se ganó el Nobel por contar historias donde el aire salva a la Cándida Eréndira de la abuela desalmada. No sorprende que el escritor sea un portero retirado, si siempre ha sido un lector de jugadas.

Relegado por la falta de tino hacia el arco contrario, me probé en la portería. Había encontrado mi lugar. Uno de los entrenadores más significativos en mis primeras etapas como guardameta me dio la lección de vida más importante sobre los solitarios de la cancha.

Para ser portero sólo hace falta una cosa, dijo. Estar loco o estar pendejo.

Yo estoy loco, profe.

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