La noche más larga de Valentín
Panamá es el segundo país del mundo con mayor número de contagios de COVID-19 por cada 100 mil habitantes. Este territorio pequeño, uno de los primeros en la región en decretar la restricción de movilidad y cierre de aeropuertos, es hoy uno de los grandes epicentros de una pandemia de doble cara: sanitaria y económica.
Entre los panameños, este tándem genera más preguntas que respuestas. Para fines de 2020, el país habrá retrocedido en 8 años la expansión del empleo: tendría la misma cantidad de “trabajadores formales” que en 2012.
Pero ¿qué hay detrás de los números? ¿Cuánto significan seis o más meses de cierre total para quienes están detrás de esas empresas, y para las personas que de ello dependen? ¿Cómo se mide una ilusión en porcientos?
“Hasta mañana, Valentín”
Edu y Valdo son un equipo desde noviembre de 2003, cuando se hicieron novios, y hasta el día de hoy. Diecisiete años. Su país en crisis. Otros dos países y otras crisis. Varios jefes. Días de un blower por cuatro dólares. Residencia. Una boda. Y el salón: Valente o Valentín, como le llama Valdo, existe desde 2017 en esta esquina de El Cangrejo que antes fue una cueva de gatos.
Lo construyeron con sus propias manos. Excepto unos hoyos en la pared pues se necesitaba un buen taladro. Valente es su hijo y aquí lo dejaron todo -literalmente, todo.
Yo había trabajado como estilista en cine y televisión en Venezuela, hasta que aquello no dio más. Me esforcé mucho por adaptarme a cómo se trabaja en esos salones grandes, donde entra un cliente detrás de otro, como si fuese una producción en serie… no podía más. Incluso entré en depresiones serias.
Por su experiencia, encontró trabajo rápido y bastante estable, pero estaba frustrado. Para Valdo fue aún más difícil.
“Queríamos ser nuestros propios jefes. Abrir el salón cuando hubiese una cita. Conocer el cabello de cada persona, verlo cambiar. Esto nunca fue para hacernos ricos: está pensado para que nos alcance para vivir tranquilos y tener vacaciones una vez al año”, dice Edu, mientras peina un moño que encontró para relajarse. Ellos han nacido para las cámaras, pero no lo saben todavía.
En sus buenos días, llegaban a Valente Salón unas 10 o 12 personas. Me incluyo. Han sido dos años en Panamá y mi empeño por vivir en esta zona de la ciudad les involucra también: en El Cangrejo, donde se ubican la peluquería y mi casa, aún queda algo de vibra de barrio, el feeling de saber el nombre de quien te vende el pan o que “el chino” te cuide el perro mientras le compras un paquete de café -uno cualquiera, para las emergencias.
Valente Salón es una apuesta por esa noción de comunidad en una ciudad que apenas es reconocible para la gente que ha crecido en ella toda la vida.
¡Hasta mañana, Valentín! ¿Descansaste, Valentín? Ten paciencia, Valentín -cada noche, antes de cerrar, Valdo le habla al salón como quien le habla al panadero o al chino.
Pero el COVID no tiene oídos.
“Vamos a estar bien”
Las peluquerías y las iglesias fueron las primeras en retomar sus funciones en Panamá tras casi seis meses de aislamiento total. En este país, un buen blower es casi una religión. La reapertura, no obstante, ha sido un via crucis. Para agosto de 2019, los salones de belleza empleaban a 100,511 personas, 93% de ellos informales. Valdo y Edu solo se emplean a sí mismos, pero eso significa que muchas cosas han tenido que cambiar: hoy reciben apenas uno o dos clientes por día.
“Antes vivíamos en este mismo edificio, ahora tuvimos que salir del barrio y rentarnos en un espacio bien pequeño, con servicios mucho más básicos. Tenemos que desplazarnos más durante la noche. Y las cuentas, bueno… ni así nos dan. Antes intentábamos pagar de a una a todos los proveedores, pero ahora ya estamos aceptando plazos”, dice Edu.
Valdo interrumpe para contarme que ha hecho unas salsas de ají dulce. Que si me atrevo a probarlas y ayudarles a moverlas en las redes. Están en cero. Como cuando llegaron a este país hace siete años, o peor.
“Pero ya nosotros hemos vivido toda esta película antes... Sabemos cómo se siente uno cuando no tiene de dónde agarrarse, cuando tiene cero en una tarjeta o números negativos. Y también sabemos que de ese pozo se sale de alguna manera.”, dice Edu, y entra al encuadre para que Valdo no esté solo.
Son un equipo, los tres. Y con eso el COVID todavía no puede.
Esta silla es la primera que Edu y Valdo tuvieron para atender clientes en Panamá hace ya siete años. Era apenas un cuarto en su antiguo apartamento. La forraron ellos mismos con un material que se quedaba pegado en la espalda de la gente, pero “estaba bien bonita”, eso sí. En este espacio, lo bello tiene un significado muy peculiar.
“La noche más larga de Valentín” se produjo como ejercicio de cierre del taller Storytelling impartido durante cuatro semanas por el fotógrafo y editor mexicano Rikky Azarcoya. Muchas gracias a Rikky y a los demás participantes. Hoy “miro” diferente gracias a ustedes. Gracias a Valdo y Edu por su complicidad. Síganles en Instagram.