El alma femenina de Robert Capa
¿Es cierto el tópico de que lo importante es la obra y no el artista? ¿Podría una mujer convertirse en la fotoperiodista — y para más inri la corresponsal de guerra— más famosa de la historia? ¿Es tan importante el nombre que firma una obra de arte?
Gerta Pohorylle le contó una vez a una amiga:
“¿Tú crees que un jefe de redacción sabe distinguir la simple calidad de una imagen? Casi nunca. La fotografía es pura inflación, una mercancía que caduca la mañana siguiente. Se trata de saber venderla. No basta con ser oportuno. Es necesario tener los nombres que tocan. Y si no, crearlos”.
Al fin y al cabo, ¿quién compraría un Picasso que no estuviera firmado por Picasso?
¿No sabes quién es Gerta Pohorylle? Esta fotógrafa, más conocida como Gerda Taro, fue ni más ni menos que la creadora de Robert Capa, el fotoperiodista más famoso de la historia. En realidad: una marca comercial, un personaje inventado y casi podríamos decir que una estafa.
Un nombre con el que firmar algunas de las imágenes más icónicas de las guerras que arrasaron el mundo a mediados del siglo XX. Pero ¿habrían llegado siquiera a una revista de barrio si hubieran sido firmadas por Gerta Pohorylle?
Pohorylle, una joven judía polaca refugiada en el París de los años 30, sobrevivía en la más absoluta miseria gracias a algunos trabajos esporádicos como mecanógrafa, mientras su pareja, Andre Friedman —también judío refugiado de Hungría — intentaba sin éxito vender alguna fotografía.
Entonces Gerta tuvo una idea: si no conseguían vender fotografías no era porque estas no fueran buenas, sino porque no tenían nombre. Así fue como nació Robert Capa. Este nombre le recordaba al actor Robert Taylor, un americano que estaba de viaje por Europa y que estaba en ese momento de moda. En este caso, Taylor era lo suficientemente rico como para no tener que vender sus fotos.
Su agente –Friedman, obviamente- lo hacía por él y el triple de caras que cualquier francés. Pohorylle también cambió su nombre por el de Gerda Taro, que sonaba a Greta Garbo, para hacerse pasar por americana.
El plan funcionó hasta tal punto que pronto eran unos fotógrafos suficientemente reconocidos — ambos tras la cámara de Capa — como para decidir qué fotos querían hacer. Y lo que querían hacer era ir a España, donde un golpe de Estado fascista amenazaba la joven república.
Pohorylle y Friedman eran ambos judíos y de ideas socialistas y obreristas. Vivían este avance del fascismo en Europa como una amenaza personal. Así pues, su viaje a la Guerra Civil — la primera que cubriría Capa — no solo fue un destino profesional. Fue un compromiso revolucionario.
Robert Capa era muy bueno y sus fotografías pronto destacaron en revistas como Regards y Vu. Su imagen Muerte de un miliciano — que no se sabe cual de los dos Capa tomó — , capta el instante mismo en que el combatiente anarquista Federico Borrell, Taino, es alcanzado por una bala en el corazón, es uno de los máximos iconos de aquel conflicto y es tan perfecta que aún hoy existe un debate sobre su autenticidad.
Pero ¿hasta qué punto influyó la mirada de Gerda Taro en este éxito? ¿Robert Capa hubiera sido el mismo Robert Capa sin su alma femenina? Es difícil de saber sin poder indentificar cual de ambos Capa tomó cada imagen.
Ambos firmaron las fotografías como Robert Capa hasta 1937, cuando Taro empezó a firmar sus fotoreportajes con su nombre. Lo que sí se sabe es que Taro no solo viajó hasta la primera línea del frente, entre los tiroteos, aún poniendo en riesgo su vida, sino que también documentó como nadie la retaguardia: las mujeres refugiadas, los niños jugando entre los escombros, las víctimas de los bombardeos, los momentos de descanso de los soldados, las tareas agrícolas…
Quería que el mundo supiera del sufrimiento de los españoles ante el fascismo. También dejó constancia de la participación de las mujeres en los combates y fotografió las milicianas armadas y con uniforme. Unas imágenes que, en el momento, causaron un fuerte impacto precisamente porque aportaban una mirada poco habitual.
El compromiso de Taro con la causa republicana fue total, despertando una inmensa admiración entre los milicianos y brigadistas internacionales, que la apodaron La pequeña rubia.
Sin embargo, su intrepidez no tuvo un final feliz ya que el 26 de julio de 1937 murió arrollada por un tanque mientras cubría la retirada republicana en la batalla de Brunete. Tenía 26 años. Aquel mismo día, Friedman-Capa la esperaba en Madrid con una noticia: La revista Life los había contratado para cubrir la invasión japonesa de China.
Reconocida como heroína antifascista, a su entierro en París acudieron miles de personas y su elogio fúnebre fue leído por Pablo Neruda y Louis Aragón. Rafael Alberti les dedicó este poema:
“Mereceríais ahora, pequeña Gerda Taro y Robert Capa, un recuerdo visible en cualquier campo de batalla de entonces o en el tronco de cualquier pino de la sierra, para que sintiéramos ondear, aunque invisible, aquella pobre bandera tricolor que combatía por la paz mientras era atacada por los de la guerra”.
Pero a pesar de esta despedida, la primera mujer fotoperiodista de guerra pronto cayó en el olvido. Era mujer, su carrera había sido demasiado efímera y, tras la Segunda Guerra Mundial, la memoria de los comunistas que habían combatido al fascismo se hacía demasiado incómoda.
Además de estos factores, Andre Friedman continuó usando el nombre conjunto de Robert Capa — hasta su muerte en la Guerra de Indochina en 1954 — por lo que capitalizó, aun sin quererlo, todo el trabajo de ambos. A pesar de ser una mujer independiente y una excelente fotógrafa, la historia le dejó el papel de “la novia de Capa”. La novia, al fin y al cabo, del personaje que ella creó.
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Elena Olcina, fotógrafa profesional y profesora de los módulos Gramática de la Fotografía, Imagen Digital y Tratamiento de la Imagen Digital del Máster Fotografía y Diseño de SHIFTA.