La respuesta emocional: El rol del creador audiovisual

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4 min readJul 6, 2021

Los inicios del cine consistían en los llamados tomavistas, planos fijos filmados de ciudades o parajes lejanas, celebraciones y eventos como una coronación o un desfile que tenían como objetivo mostrar una parcela desconocida de la realidad a un pequeño público que abarrotaba la sala de exhibición.

Los operadores de cámara que filmaban estos tomavistas eran enviados a mil y un rincones del globo terráqueo para traer consigo imágenes nunca antes vistas.

El mundo de por sí ya era suficiente como para que la simple muestra de estas imágenes en movimiento asombrara y despertara las emociones del público.

Meme de la llegada del tren a la ciudad de Lumiere

La narrativa llegó más adelante, con el entendimiento del potencial del cine para imaginar mundos y situaciones más allá de la realidad presente.

Con la narrativa creamos, deformamos y también, hay que decirlo claramente, manipulamos. Este último concepto no debe entenderse solo en su vertiente negativa. En realidad, deberíamos hacer justo lo contrario. Manipular las emociones para hacer sentir al espectador es muy positivo, si se hace bien.

Cualquier buena película, cualquier buena campaña publicitaria de un producto de calidad con contenido honesto y veraz nos manipula a mejor. Salimos del cine satisfechos, terminamos adquiriendo un producto o usando un servicio que nos cubre una determinada necesidad y por lo tanto nos hace la vida más fácil y placentera: visitamos un restaurante en el que se come fenomenal, compramos unos zapatos que nos duran toda una vida, descubrimos una marca respetuosa con el medio ambiente… y así con todo.

Manipular no es sinónimo de engañar. Es, principalmente, intervenir en nuestras emociones. Cuando un médico nos pone una inyección, si nos dan miedo las agujas, antes nos tranquiliza, nos está manipulando.

En cuanto al audiovisual se refiere, cualquier encuadre, cualquier sonido, cualquier decisión de montaje tiene como resultado una manipulación, aunque nosotros no queramos. Estamos eligiendo un fragmento de todo aquello que nuestro ojo ve y nuestro oído escucha, el encuadre es demasiado pequeño como para que quepa todo y nos vemos obligados a escoger lo que vamos a mostrar entre sus cuatro límites.

Luego los pegamos uno detrás de otro para transmitir la información en el orden que más nos conviene. Es muy importante entender que la objetividad en el audiovisual es imposible, de modo que a lo que debemos aspirar es a manipular bien, con criterio y honestidad.

La era del asombro

Ciento veinticinco años después de las primeras exhibiciones cinematográficas públicas, entre las que se encuentra aquella célebre durante la cual los espectadores salieron corriendo atemorizados, pensando que el tren que se acercaba saldría de la pantalla y les pasaría por encima mientras se proyectaba L’arrivée d’un train à La Ciotat, el mero hecho de ver en una pantalla imágenes en movimiento ya no nos sorprende en absoluto.

Lo que sorprende es el contenido, y ahí es donde entra en juego la narrativa. La creación de este contenido.

Lumiere, la llegada del tren a la ciudad

Porque el espectador necesita un vínculo emocional con lo que está viendo en la pantalla.

El buen contenido audiovisual es todo aquel que transforma al espectador durante el visionado, es decir que la persona que lo consume no lo termina en el mismo estado que cuando lo empezó. Por el camino habrá aprendido, y ese aprendizaje hará que se le despiertan emociones determinadas. Podrá reír, podrá llorar, podrá indignarse o excitarse…

El abanico es inmenso y esta es la grandeza del audiovisual, al mismo tiempo que su talón de Aquiles. Todo es posible, si algo se puede ver, soñar, pensar, en definitiva imaginar, significa que se puede filmar. Si no existe, se recrea. Si no se puede recrear, se anima. Si no se puede animar ni recrear, se sugiere fuera de campo mediante el sonido.

No hay límites a la creatividad. El reto está entonces en encontrar la máxima precisión, la justeza entre lo que queremos transmitir y el método que ponemos en juego para lograrlo. Ocurre muchas veces que el resultado final de la pieza audiovisual no es el esperado, incluso puede ser que termine expresando una emoción o un mensaje totalmente opuestos a lo que teníamos en mente. Esto es debido a una mala traslación de lo escrito en un guion o imaginado en la cabeza al mundo real.

Es en esta justeza donde reside la clave de la respuesta emocional en el espectador. Cuando fondo y forma están en armonía, cuerpo y mente resultan afectados, manipulados, intervenidos. El espectador percibe la justeza, aunque sea a un nivel subconsciente.

No es tan fácil engañarlo, el espectador acumula muchísima experiencia, ha visto millones de piezas audiovisuales, desde películas hasta gifs. Sabe cuándo el creador le está tomando el pelo y sabe cuándo está jugando limpio con sus emociones. Hay que mostrarle respeto. Y al mismo tiempo hay que querer asombrarlo, como si nuestra pieza audiovisual fuera aquel tren que parecía salirse de la pantalla a finales del siglo XIX.

Ese es el reto del creador del siglo XXI, siglo al que llamaremos, para espolear nuestra creatividad y nuestras ganas de comunicar, el siglo del asombro.

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Yonay Boix y Pol Aregall, cineastas, guionistas, programadores, gestores culturales y profesores del Programa Enfocado en Narrativa Audiovisual y Creación de Contenido de 6 semanas en SHIFTA by Elisava.

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