5 HISTORIAS que quizás te perdiste de DOHA 2019

Lázaro Ernesto Arias
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7 min readOct 20, 2019
Foto: NTN24

Špotáková

por Eduardo Grenier Rodríguez

Tres flecos rubios sobre su frente soplados por el viento. La jabalina acariciándole la sien. Su mirada incrustada en aquel número que otras no osaban mirar, ni siquiera de soslayo. Setenta metros.

Potencia y fogosidad. Elegancia. Fuerza. Barbora Spotaková siempre dio la imagen de una mujer con carácter. Y no había movimiento más estético que el de su azagaya volando y estampándose en aquellas marcas masculinas.

Cedieron Abakumoba y la Menéndez, monstruas irrepetibles. Cedió Viljoen y cuanta valiente cometió el error craso de mirarle a los ojos y retarla. Nadie pudo con ella. Alardearon algunas de medallas en su ausencia. Otro desliz.

Barbora, la mujer tajante de campos y pistas, quiso tener un hijo. Envió una vez más la jabalina y estampó su segunda y más codiciada plusmarca. Volvió y con la figura rugosa por las huellas maternales, aplastó otra vez a sus sombras. Y ganó hasta que quiso.

En Qatar la vi otra vez. La esperé porque a los grandes se les aguarda con respeto y admiración. Da igual si ya los 70 son una utopía. Da igual si las rivales la miran sin miedo. En Doha no estaba Spotaková, la campeona. En Doha estaba Barbora, la dulce madre de Janek.

Guerra a fondo

por Fabio Quintero

Nunca hubo dos reinos que combatieran tanto, que se odiaran tanto. Pareciera una rivalidad nacida de la literatura. Escrita en la historia antigua de los hombres; pero esta guerra no ha necesitado de papel ni de pluma para detenerse en el tiempo. Piernas, imperceptibles músculos, fuerza interior. Del interior de la fuerza proviene la belleza de la mayor oda al desgaste, a la austeridad y a la resistencia q conoce el atletismo. La batalla por el dominio del fondo, la batalla por salir del fondo…

Resultaría difícil q personas escuálidas, mestizas, deformes, generen interés por esas carreras extensas y faltas de ritmo. Pero es que no existe pista cuando etíopes y kenianos se encuentran en un convite atlético. La arcilla de los carriles cambia por la tierra dura y hostil d África subsahariana. Miradas como flechas, zancadas como lanzas. Tensión desbordante. La vida se reduce a llegar primero q ellos, a correr más rápido por miles d metros. Esta es quizás la más primitivas y adorada d todas la luchas del hombre.

Derrota es deshonra. Triunfo es la momentánea gloria. El General Bekele jamás pierde, pero hasta Napoleón tuvo su Warterloo. La guerrera Dibaba se lanza desnuda al combate, con sus huesudos pies es suficiente para matar a cualquier Kiplagat o Jepkoech que se interponga en su camino. Defar y sus aires d emperatriz hacen q,a pesar d su estirpe, la victoria caiga del lado más oscuro. Chelimo es toda potencia, con ese tamaño mira desde lo alto a su pequeños e incasables rivales. Kipruto campea por el extenso terreno, aunque de pronto le aparece un obstáculo en forma del espigado Gebrielsha. La disputa no cesa. En ese combate constante por no perder el aliento, los adversarios secundarios fallan porque no poseen el empuje vital-mortal q kenianos y etíopes se transmiten entre sí.

Lágrimas de Rey

por Eduardo Grenier Rodríguez

Lloró como lloran los campeones sus derrotas. Llanto de rabia y denuedo. Hundido en el quebranto de saber su gloria amputada, Kevin Mayer arrastró su impotencia ante miles de miradas compasivas y desistió.

Iba primero. Mandaba con una holgura digna de su prosapia atlética y ni Warner, ni Víctor, ni ninguno de los versátiles contendientes al segundo puesto constituía una sombra amenazante. La cima iba tallando de a poco el nombre del elegido.

Pero cuando caminaba solitario a su trono, comenzó a sentir pinchazos en sus piernas. Disparos del destino, supuso. Ni siquiera los enemigos alcanzaron a hacer diana. Era, en efecto, el macabro destino. Intentó seguir, arrastrarse y llegar a la meta preñado de fango, pero los huesos dejaron de responder las órdenes del cerebro.

Como Aquiles agujereado por el arco del neófito Paris, Mayer debió entregar su legado en manos de oponentes inferiores. No es el campeón del mundo, dicen hoy todos los cintillos de la gran prensa deportiva. ¿No es el campeón del mundo? La medalla tácita que cuelga de su cuello es el resorte a Tokyo y sepan, si aún quedan dudas, que pocos encaramados al pico alto del podio tienen en Doha la madera de los ganadores de aquel francés que apagó el dolor entre lágrimas.

Denia y Yaimé

por Eduardo Grenier Rodríguez

Yaimé lleva en su cabeza una cebolla perfectamente recogida; Denia deja lucir en el moño sus rizos oscuros. Yaimé es de Santiago y habla con ese acento tan musical de aquellas preciosas tierras. Denia dice las cosas con la premura del occidental. La rusa asiente a cada parlamento de Hilda Elisa Ramos y Caballero, tras cada disparo, va y escucha a Calderón con el interés de los buenos discípulos.

Las dos, tan diferentes y a la vez tan iguales, visten de azul y rojo y llevan en sus mochilas cuatro letras zurcidas con la mejor de las telas: Cuba. Dicen -quizás con razón, quizás sin ella- que Yaimé Pérez y Denia Caballero no poseen una buena relación. A fin de cuentas, es tan variado el carácter humano que esto es perfectamente posible, pero en Doha, en la noche del viernes, el nacido en esta isla se debate entre quién quiere ver ganar la medalla de oro.

Y las dos entran al círculo a sacarse el disco de sus manos con la furia de las mujeres más valientes. Son contrincantes, pero entre sus cejas está el propósito inviolable de mandar a Perkovic para Croacia con la javita del bronce. Qué se habrá creído esa blanca, dirían. A coger mangos bajitos para Zagreb.

Las dos construyeron a disparos respetables una competencia para el recuerdo y sí, era tan fuerte la rivalidad que enterraron antes a la europea para envolverse en su batalla particular y regalar uno de los finales más fantásticos que ha tenido nunca el deporte cubano. Yaimé salió airosa. Denia dice que va por el oro olímpico y nunca veremos aquí, en el raído Estadio Panamericano de La Habana, a dos muchachas sudar tanto bajo el sol y el salitre de la costa para robustecer sus esperanzas de triunfo.

El beso de la muerte

por Lázaro Arias

Allyson encudriña su carril: espanta sombras y enemigos. El esfuerzo extra de los últimos 10 meses quedará resumido en segundos. Golpea sus muslos para despertar dos titanes. Truena el disparo, espera su turno y vuela. Le fue bien en la final mixta.

La final es diferente, no depende de ella. Apunta al récord de un gigante: las 10 medallas mundiales de Usain Bolt; y el feminismo se prepara para salir de juerga.

En Doha 2019, Allyson, la reina del medio óvalo, quedó reservada para dos relevos largos, coches a cuatro ruedas que no permiten fallos. Es la final del femenino y Allyson no lleva sus zapatillas Nike, corren piernas ajenas en busca de su 13er título en mundiales.

Cuando Allyson Félix comenzó a faltar a sus prácticas diagnosticaron ausentismo o lesión. Ella ocultó el embarazo hasta que pudo. Nike no relaja ni uno de los 25 millones que ingresa al año, Allyson los sabe. Lo sabe y se atreve a gritar que la maternidad de una atleta es “el beso de la muerte” a un currículum impecable.

- “Tenemos el riesgo que nos recorten dinero de nuestros patrocinadores -denunció al NYTimes- durante nuestro embarazo y despues”…

Volvió a los entrenamientos 10 meses antes de Doha… Hizo creer que dar a luz y volver a volar en la pista es cosa fácil.

El relevo, en la final, destrozó la marca. Ella viste sonrisa de madre y sostiene a su “futura olímpica”, su más grande y tardío trofeo. Correr en la semifinal le vale podio. Allyson no sudó la final y muy a pesar de su cesárea de urgencia, de ser madre a los 33, besó la inmortalidad y subió al Olimpo de los mortales más rápidos de la tierra.

*Historias publicada en Horizontes Blog

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Lázaro Ernesto Arias
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Periodista cubano, de pueblo y de sangre caliente... Escribo por convicción, reciclo historias que con el tiempo prescriben...