Oregon 2022

Maneras de echar a correr

Los 400 metros planos son un ejercicio de administración del dolor, del momento angular, de la aceleración calculada, del torrente de ácido lácteo

Lázaro Ernesto Arias
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Comentó alguna vez que los 400 metros planos son un ejercicio de administración del dolor, del momento angular, de la aceleración calculada, de lidiar con el torrente de ácido lácteo. Demostró que siempre existe una razón más grande que uno mismo para lograr una pista en menos de 50 segundos. Algún motivo falaz hizo que la hija de un pastor californiano decidiera posponerlo todo por trabajar en la limpieza con que sus “piernas de pollo” completaban una vuelta en el menor margen posible.

Aquella Allyson corría por llevarse al pecho una medalla, por satisfacción y validación pública. 15 años en la élite para cambiar esa filosofía. 20 años desde que lució por primera vez en un campeonato norteamericano de rigor hasta plantar cara al Congreso de los Estados Unidos. Ningún otro atleta olímpico ha sido tan laureado como la Félix, con 30 medallas entre mundiales y olímpicas, y Nike no titubeó en replantear su contrato durante su embarazo y su maternidad.

“En el camino he aprendido por qué corro realmente y es por un mejor futuro para las mujeres y las niñas. Un futuro mejor para Camryn”. El alto rendimiento descartó a muchas por condiciones tan naturales como el embarazo. Tarde entendieron que en silencio no se libra una batalla con una corporación. Que en ese empeño no se corre individualmente. O entendieron y entender no es suficiente.

La californiana regresó de su maternidad, de un parto prematuro por esconder su embarazo por tantas semanas. Ganó otra medalla en la élite (Doha 2019). Por ella, por su pequeña, por las que callan. Comentó entonces que “la gente pensó que yo tenía una posibilidad remota de estar en el equipo de Estados Unidos. Y luego, que no ganaría medallas. Pero, ya saben, sólo dame una oportunidad…”

Fundó su propia marca deportiva, que jura no es una compañía, sino una comunidad que se encarga (con un margen nada despreciable de las ganancias) de apoyar la maternidad de madres atletas. Y cada cierto tiempo recuerda en la portada de una revista que hay afroamericanas que lo pasan mal en su embarazo y a veces hasta mueren. Compañías ‘dignas’ como Pampers, financian sus dignos propósitos con 250 mil dólares, cuando ingresa más de 10 mil millones en pañales desechables. Así las cosas. Dentro del mercado, todos los derechos.

Allyson hace más que muchas de sus colegas que se limitan a correr y sacarle renta a sus capacidades atléticas. Sonríe con Oprah. Posa para Times y su otrora lista de mujeres del año. Unas reconocen su lucha como suya. Otros se aprovechan de su decisión personal o de cualquier ejemplo que se le parezca para atenuar el derecho al aborto de millones de mujeres en edad reproductiva. Corrió Allyson en el campeonato norteamericano de atletismo al día siguiente de que unos jueces de la Corta Suprema fallaron contra el derecho a traer vida a este mundo bajo sus propios términos.

Cualquier atleta del mundo del espectáculo prefiere ser como Michael Jordan (be like Mike) a tener un sueño (I have a Dream) al margen de la buena onda del mercadeo de la imagen. Allyson trató. Entre las corporaciones que desprotegen el embarazo, entre la relectura de enmiendas constitucionales, al margen de los que celebran la extinsión de la soberanía sobre el cuerpo, echan a andar a diario millones de mujeres mucho más corrientes que la atleta más dorada de las pistas. Descalzas corren: sin privilegios ni emparejos en las curvas. Los conflictos de millonarios siempre han tenido más raiting.

No todas pueden rentar un espacio en la revista Times para alzar su voz. Conocer a Oprah. Hacer una pista de 400 metros en menos de 50 segundos. El aborto le parece tan antinatural a la ley norteamericana y tan llevadero que una obrera embarazada pierda su trabajo o su salario. Tan preocupados porque nazca un humano y tan indiferentes de ahí en adelante.

Pensó Allyson en retirarse después de Tokio, pero su entrenador y su mentora de siempre la animaron a completar su última gira. Probó incluso con sus propios diseños, entre toda zapatilla de laboratorio que Nike coloca en los pies de todo lo que brille en una pista.

Por muy fácil que se diga: desde sus 18 Allyson Félix viaja y se trae alguna medalla a California, aunque sea remolcada por otras tres colegas. Se entregó con todo a su gente, a su familia, a sus deseos de hacer. Su tenacidad la precede. No fue siempre la mejor, pero sí la más competitiva. Se despidió en bronce, con un relevo que pudo ser mejor. Si antes solo necesitó sus piernas para ganarlo todo, ahora todo cuatrocentista quiere escoltar a una leyenda.

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Lázaro Ernesto Arias
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Periodista cubano, de pueblo y de sangre caliente... Escribo por convicción, reciclo historias que con el tiempo prescriben...