Cuba después de Tokio o para no dormirse camino a París

El punto de vista lo es todo: la Isla caimán se ve grande en una olimpiada y mediana en un panamericano. El camino a París no es precisamente de rosas amarillas

Lázaro Ernesto Arias
lazaroarias
6 min readAug 10, 2021

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Para sus chances reales, Cuba cumplió en Tokio con creces. Se erigió como segunda delegación de Latinoamérica en metales dorados, entre las 15 primeras de la competición. Superó su cuota dorada de Río, de Londres, mientras en casa repercute una de las etapas más críticas de la pandemia, una escasez general y mordaz. La economía va en picada y el cerco financiero resulta la constante del cálculo que nadie puede despejar.

Aún así empujamos junto a Orta y Mijaín, remamos junto a Serguei y Dayán (y Renier González), bailamos con los Cruz en el cuadrilátero, apuntamos con Leuris, nos lesionamos con Echeverría, Yorgelis, Roxana. Sudamos con Idalis, Arlen e Iglesias. Aplaudimos a Pichardo, a Leal, a Yasmani. Porque nadie tiene el derecho, decía Galeano, a decidir cuál alegría es legítima para la gente.

De Roma ’60 hasta la fecha, apunta Aliet Arzola, solo dos naciones ganaron siete metales dorados con una delegación olímpica de menos de 70 atletas. Cuba emula la gesta de Turquía y Rumania. Pero prefería ver a tantos que no estuvieron. Aunque no pudiéramos jactarnos de semejante marca. Cuba clasificó solo 69 atletas a Tokio, cuando a Londres fueron 110, 124 a Río; fueron 187 hasta Barcelona ’92, en lo que sería el regreso de Cuba luego de ediciones –decisiones– tan políticas. ¿Nos quedamos con la eficiencia de pocos o intentamos igual eficiencia con más atletas? ¿Cuántos podios se lograron con atletas que debutaron en este ciclo? ¿Cuántos estarán como para repetir en París?

Hablando de deporte moderno

El punto de vista lo es todo: la Isla caimán se ve grande en una olimpiada y mediana en un panamericano. El camino a París no es precisamente de rosas amarillas y las interrogantes brotan como hongos.

La dopamina es traicionera. No vamos a barrer bajo la alfombra que, en el trayecto a Tokio, Cuba fue quinto en Lima 2019. Por debajo, incluso, de Argentina, perdimos ante México la hegemonía de los centroamericanos después de ayudarlos a reformar su sistema deportivo. Las morenas del Caribe no se visten de oro desde Sydney 2000, llevan ausentes tres olimpiadas. Después de cinco podios olímpico el béisbol ni cerca estuvo de asistir a Japón. Una de las mejores generaciones cubanas de gimnasia solo asistió con Marcia Videaux.

El deporte organizado está en horas bajas en todo el orbe, lo sienten los grandes, los chicos, los salarios van en picada, las televisoras mandan más que nunca. España inyecta capital en La Liga Santander como si del crack bancario se tratase. Porque el deporte moderno requiere patrocinios, flujo de dólares, industrias para el consumo cultural y para la cultura del consumo. En algunas, Cuba no tiene la experiencia y en otras ni siquiera acceso. Tal vez demore el momento de reactivar las ligas del patio y la pirámide del alto rendimiento. Pero tendremos que estar listos para diagnosticar, hacer y evaluar diferente.

Soñar primero, crear después

Si la estrategia del momento es combustionar con lo que se tiene, con lo formado, con la plana esencial, la estrategia a futuro puede, al menos, comenzar a repensarse. Si para algo se presta el confinamiento es para ello. Si presupuestar cada campeonato nacional o academia nacional resulta insostenible, enarbolar el pragmatismo en el sistema deportivo cubano sería nefasto. No me imagino a Fidel Castro resignándose a lo que se pudo. Deporte del pueblo, decía, deporte para el pueblo, soñar primero y crear después. La realidad está compuesta de puntos medios, soluciones económicas y estructurales heterogéneas. Ser pragmáticos en este contexto equivaldría a detener el desarrollo de muchos deportes, a retroceder sobre lo soñado.

Dos meses antes de que la pandemia detuviera el país, el turismo, parte de la industria, la vida misma, tres estudiantes comenzamos un experimento sin final feliz. Con recursos elementales y conocimientos insuficiente en el área de la producción audiovisual, pero con ganas de hacer. Cuba cerraba una década pírrica para su pasatiempo nacional (2010-2020) e intentamos abordar el desastre de una manera distinta, desde el siempre periférico interior del país. No descubrimos el agua tibia, ni quisimos pasar por pretenciosos. Marcamos en el tiempo los puntos de giro de una década de béisbol (éxodo, sequía, reforma, factor Obama, acuerdo MLB, liderazgo en la Comisión Nacional). Pero no entrevistamos peloteros, ni comisionados, ni atletas retirados. No.

Como cualquier deporte colectivo que se practique en Cuba, el béisbol no estuvo solo en esta década ni lo estará en la próxima. Nos dijimos: conversemos sobre estos sucesos y fenómenos con un grupo poco ortodoxo para los medios cubanos. Acudimos a un economista, un sociólogo, un cronista, un comunicador social (que se dedique a la publicidad) y un ex-miembro de la Comisión Nacional. Los enamoramos de la idea, los visitamos más de una vez, recogimos un valioso material que pudiera ver la luz en otro formato, en otro momento.

Maratón con obstáculos

Mi punto: Cuba conserva algo que nadie puede bloquear: talento explotado a medias, espíritu crítico, asesores dispuestos, ganas de replantear lo que sea necesario. Trabajar por un sistema deportivo sostenible en tiempo y forma.

Con estos expertos aprendimos, entre otras cosas, que vienen menos al caso, que una sociedad como Cuba necesita del deporte como impulsor y proyector de valores sociales. Que la crisis deportiva es una de las arista visibles de la crisis socioeconómica. Que el sistema empresarial y privado cubano pueden participar junto al desarrollo del deporte. Que el igualitarismo achanta y la migración es un fenómeno natural, pero el éxodo deportivo tiene causas bien definidas.

Que debemos renovar la identidad visual, las variantes del disfrute, del consumo, la forma de contárselo al público. Se necesita de líderes referentes, expertos, que transformen y dirijan en función de personas y no de manuales. No hay que privatizar nuestro deporte sino hacerlo aún más social y racional. Como también, un año antes, aprendí con directivos del INDER y de AZCUBA que invertir una mano de pintura en una instalación deportiva, ajena o sin dueño, sería equivalente a desviar recursos.

La burocracia es un maratón con obstáculos, la vida, apenas una vuelta al óvalo. Correr descalzos en estas lides nunca fue tan mal visto.

La inercia del progreso

Hay que continuar la reconciliación con el profesionalismo, proteger, atender y estimular el talento nacional a lo largo y ancho de la pirámide de alto rendimiento. Debemos volver a los barrios y los potreros sin nombre a encontrarse con el futuro. El problema será, muchas veces, de recursos, de capital. Pero un alemán que nació hace unos 200 años –mitad persistente, mitad sabio– descubrió las leyes que rompían la inercia del progreso y la fuente de la riqueza social y personal: el trabajo.

Cuba demostró que es muy capaz de mantener sus academias de mayor tradición y cierta cantidad de atletas al máximo nivel. De dar sorpresas en deporte, más de primer mundo, pero que le cuesta demasiado reincorporar a los que se rezagan. No fue casual que la delegación de Barcelona ’92 se formara durante el auge del mercado socialista y la de Tokio, durante el respiro parcial de los años noventa. Pero no solo de Olimpiadas vive el deporte. Salvar las ligas nacionales, cuando llegue el momento, parece crucial. Cada atleta que se marcha a sudar por otra bandera o que se sienta excluido requiere antes que nada de un análisis interior. Tal vez tengamos algunos atrasados.

Queda mucho por hacer y decir. No sería la primera vez que se actúa y luego se legisla. Que se perdonan errores por hacerlo distinto y aceptamos con humildad asesoría interna o externa. La crisis del país no lo pondrá fácil. París 2024 fue ayer y es ahora. No hay tiempo en el camino ni para secarse el sudor.

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*Publicado originalmente en Qvaendirecto

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Lázaro Ernesto Arias
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Periodista cubano, de pueblo y de sangre caliente... Escribo por convicción, reciclo historias que con el tiempo prescriben...