El Último Gladiador
Mientras se respeten los vicios griegos y se luche en nombre de pueblos tristes, ni en el mundo ni en Cuba se dejará de hablar de Mijaín López Núñez
Los antiguos crearon dioses para explicarse el mundo y pusieron a luchar a esclavos para sentirse dioses. Como con Dios ya no basta en Occidente, la superioridad en estos tiempos de paz se expresa en batallas olímpicas y guerreros de alto rendimiento económico. Dicen que en Grecia se descubrió casi todo lo que importa, pero no el método definitivo para escribir sobre inmortales.
Quien se anime a contar la historia del negrón de Herradura, tendrá que recordar que no fue precisamente en Pekín 2008 donde comenzó su gesta. Con 22 años, Mijaín López viajó junto a su hermano Michael a la cuna de la civilización europea. En sus primeros campeonatos mundiales solo le alcanzó para el lugar 13 y el 16. Michael regresó a Herradura con un bronce en boxeo, Mijaín quedó a un paso del podio de Atenas 2004 pero ya lo tomaron en serio. Un gladiador se hace, no se nace campeón, ni pesando 130 kilos.
Quien se atreva a tamaña impronta, tendrá que ir a tomarle el pulso allá en Herradura, a conversar con su esposa Maylín sobre cuánto falta le hizo en estos meses; enterarse de los colchones que le curtieron la piel, sus rituales, sus fantasmas, el patio donde bateaba piedras y soñaba despierto. Solo cuatro atletas han ganado cuatro Olimpiadas al hilo en una misma especialidad y uno nació, se hizo, en Consolación del Sur. Pinar perdió un pelotero, Cuba ganaba un campeón.
También habrá que escribir sobre sus rivales, que solo cometieron el pecado de luchar en la era incorrecta. Mijaín no solo los conoce del colchón: repasa sus peleas, agarres, escruta sus fisuras. Sin su acólita rivalidad con el turco Kayaalp, con Baróyev, con Bárdos, con Yasmani Acosta, Mijaín no sería Mijaín. La gesta misma de Karelin lo motivó a no quererlo a medias.
Entre Londres y Tokio, Mijaín disputó 12 combates olímpicos. Resevarse era parte de la gesta, pero no perdió ni uno, no cedió ni un punto. No esperó a Tokio para hacerlo bien, sino para hacerlo perfecto. Mijaín vino a tragarse a Rumania, a Irán, a Turquía, a Georgia. Sometió a quien se opuso, besó a su único verdugo de dos mundiales en la frente, alzó a un iraní como si 39 años pesaran poco, conquistó el mundo y lo hizo de rojo, de blanco y azul.
Los griegos legaron a la humanidad algunos de sus vicios más sagrados: la filosofía, los silogismo, las orgías, los gimnasios, las Olimpiadas para la paz, el placer rentado de ver a dos hombres luchar a muerte. La lucha libre se parecía más a lo que practicaban los antiguos en sus foros y sus fiestas, pero fue la grecorromana la que debutó desde la primera olimpiada moderna. Mijaín formará ahora parte de estos antiguos testamentos del deporte.
Nadie da por seguro su retiro, es algo con lo que hoy no quiso –no queremos– lidiar. Su esposa Maylín reveló el guiño que no sucedió: si se quitaba y lanzaba las zapatillas, bajaba del colchón para siempre. Retirarse invicto, implacable, formará parte del mito.
Si es cierto que se muere dos veces, Mijaín descartó la definitiva: mientras la humanidad respete los vicios griegos y se luche en nombre de pueblos tristes, ni en el mundo ni en Cuba se dejará de pronunciar el nombre de Mijaín López Núñez, ídolo de estos tiempos de crisis, reencarnación del último gladiador.
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