Jack Robinson

Lázaro Ernesto Arias
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3 min readOct 24, 2020

Antes de que cada jugador de la Major League Baseball luciera el mismo dorsal cada 15 de abril y se retirara el número 42 de cada franquicia, antes de la estatua en Los Ángeles y el Salón de la Fama, Jackie Robinson fue, para muchos, un transgresor.

Su herejía no pudo ser peor recibida. Los Cardenales le montaron una protesta a la Liga Nacional y los receptores escupían sus zapatos. Jackie Robinson se vengó solo en el diamante: dejó un a escalera de recuerdo (H, 2B, 3B, HR) en un mismo juego a los lanzadores de San Luis, estafó 19 homes y 197 bases en 10 temporadas para los Brooklyn Dodgers.

Ser el primer negro en Las Mayores, en un país de tantos blancos en algo primeros, lo condenó al prejuicio legal contra hombres que ayudaron a erigir ciudades industriales –beisboleras– en tierras de indios americanos. Robinson soportó para que otros pudieran, porque, decía, "una vida no es importante excepto en el impacto que tuvo en otras vidas".

Se ponchó poco. Rotó por todo el infield con un promedio defensivo de 983. Según los registros, los receptores lo atraparon solo 30 veces al robo. 8 veces –de 10– fue de los más golpeados de la Liga Nacional. El odio de sus rivales implicaba impotencia: verlo fallar era un privilegio.

Lo de hereje de Jackie puede pasar por una condición congénita. Su hermano mayor fue segundo de Jesse Owens en los 200 metros planos de la Olimpiada Nazi de 1936 ¿Quién sabe si Owens no hubiera desafiado a Hitler aquel agosto sin tan bravíos escoltas?

Jack Roosevelt Robinson, nieto de esclavo, hermano de 5, en tantas cosas primero, solo pagó tributo al destino. Ganó solo una Serie Mundial de seis posibles. Lo hizo mirando desde la banca. Apoyó a Richard Nixon. Terminó frustrado y demócrata. Fue gerente de una dulce red de cafeterías, primer afroamericano del país en comentar béisbol en televisión. La diabetes lo privó de la vida pública, de la vista, de la salud de su gran corazón.

Martin Luther King predicó sobre el legado de Robinson como “leyenda y símbolo de su tiempo", teniente licenciado contra la "intolerancia y la frustración". El pastor era más joven pero más político, y murió –lo mataron– primero.

Robinson nunca dejó de ser el chico pobre de padre fugado que odiaba perder. Solo el terreno accedió a ofrecerle clemencia. Canalizó su temperamento en imparables y bases estafadas, cumplió cuanto pudo con su oficio terrestre: ponerle "mejilla al racismo", redimir al pueblo que le colgaba en la piel en cada lance.

*Publicado en HorizontesBlog

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Lázaro Ernesto Arias
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Periodista cubano, de pueblo y de sangre caliente... Escribo por convicción, reciclo historias que con el tiempo prescriben...