Un político desde la periferia

Pablo Rodríguez
Tiempos y encuentros
5 min readMar 21, 2019
Santiago Arau — CDMX (2017)

Mi vínculo con la política podría describirse como una relación prudente y calculada. Activa y actualizada pero siempre ubicada desde una periferia que evita el contacto de frente y el involucramiento con el debate público. Podría describirse también como una relación que mantiene distancia con los vicios, dinámicas y rituales propios de un entorno visceral que no acepta matices.

Que si es una posición cómoda, seguro que si. Desde la seguridad y confort natural de la periferia uno se mantiene «limpio» y sin ensuciarse las manos. Sin embargo, esta posición es una que aporta poco valor y construye hacia ningún lugar. Son opiniones, juicios, análisis o lecturas que se quedan en la cabeza o que, si acaso, llegan a una discusión entre amigos y no viven más allá de una zona de comodidad. Opiniones que evitan la confrontación y la crítica pero al mismo tiempo evaden la naturaleza propia que construye una mejor realidad común: el debate de ideas y el contraste de opiniones.

¿Qué hacer hoy frente a un contexto crispado y para el cual solo hay blancos y negros? ¿Se vale hacer política desde afuera, sin ensuciarse y sin un objetivo bélico de anular y ridiculizar al otro y sus argumentos?

Un contexto político como el que vive México actualmente me obliga a identificarme como parte del grupo de los «huérfanos políticos»: ubicado en una especie de limbo ideológico en búsqueda de matices y puntos en común. Una actitud que pretende separar la bilis de la razón. Es evidente que se trata de una postura difícil de ubicar en un terreno altamente polarizado. Y, siendo sinceros, también es una posición que en el discurso actual se parece más a la nada que a cualquier otra cosa.

¿Qué podemos hacer los «huérfanos»? ¿Cómo sumarnos e insertarnos en el debate? ¿Dónde está el punto de entrada? ¿Quién nos abre la puerta?

El problema es que cuesta mucho trabajo describir la actualidad y circunstancia política que vive México. Si le preguntas a unos, el país está viviendo el cambio que tanto anhelaba y necesitaba. Si le preguntas a otros, estamos al borde del desastre y cualquier adjetivo se queda corto frente a la inminente debacle. No hay punto medio. Entre la luna de miel soñada y el infierno que se avecina, la discusión pública y el discurso de unos y otros no parecen encontrar forma de escapar esta dualidad.

Resulta una obviedad decir que vivimos en una nueva realidad. Tal vez es más fácil decirlo que asumirlo y que vivirlo, y de esta forma realmente entendernos el uno al otro bajo esta nueva lógica. Y tal vez es más fácil decirlo porque hay un nuevo partido en el poder y un nuevo ritual que dicta la narrativa de lo que sucede día a día en México y sin embargo parece que todos siguen pasmados y sin saber qué sigue. Unos, pasmados e hipnotizados desde la gloria de la victoria, desde el júbilo de que ya llegó el cambio soñado y creyendo que ya con eso fue suficiente y no hay necesidad de gobernar con ese capital político de sobra. Y otros, pasmados y callados sin saber cómo fue que esto pasó y creyendo que con lo que saben hacer, con sus prácticas y dinámicas caducas, pueden seguir como si nada y creyendo que el método conocido es la única forma de levantarse.

Hay una figura con todo el poder y astucia para liderar esta nueva realidad; el juego se juega con sus reglas. Hay que reconocer la capacidad de comunicación y destreza para que toda crítica u opinión encajen dentro de su nueva narrativa. Conmigo o contra mí. Con símbolos, con apodos, con malicia o con ingenio, todo gira en torno al presidente, al templete, a lo que él diga y a la hora que lo diga. Esta es la nueva realidad y habremos de construir espacios a partir de ella.

Si no logramos desarticular y construir desde nuevos espacios, seguiremos a la deriva. No se trata de inventar el hilo negro pero sí hacernos las preguntas pertinentes para encontrar un punto de partida que refresque la discusión y el debate que hoy parece no tener escape del nuevo ciclo narrativo instaurado por el nuevo gobierno. De nada sirve encapsularnos para seguir argumentando y levantando consignas que encuentran solo cámaras de eco que reafirman lo que pensamos. Es tiempo de pensar más allá de filias y fobias y tender los puentes necesarios para sentar las bases de un terreno fértil para el debate y para la democracia.

La política desde la periferia sirve para diagnosticar y reafirmar pero no para proponer y construir. Una política visceral y de ruptura pretende instaurar una nueva dinámica hegemónica que poco a poco cierre los espacios de contraste y debate. Una política para la cual todo lo que huela a pasado es malo y debe desaparecer. México necesita de otra política: una que escuche al otro y lo inserte como parte de sus argumentos, sus discusiones y no solo como un adversario al que se debe, sí o sí, eliminar o destruir. Pero lo que más necesita México son matices que muestren una cara menos radical y polarizada del momento que vivimos.

Pretender construir un discurso diferente en la actualidad es nadar contra la corriente pero es posible. Se requiere de nuevas formas y estrategias para relacionarnos entre nosotros y con la nueva narrativa. Es momento de aprovechar sus defectos y virtudes y entendernos a partir de esta nueva forma de vivir la política en nuestro país.

Sirva este texto como un simple esfuerzo para reducir nuestra distancia entre la periferia y el centro de la discusión, entre nuestras burbujas y los problemas impactan nuestra realidad todos los días. Estos problemas que parecen estar fuera de nuestras «zonas de influencia» y por ende, escapan nuestro interés cuando lo que más necesitan son esos pequeños pero sólidos pasos hacia la construcción de una dinámica política matizada por la empatía, la razón y el deseo genuino por escuchar al otro.

Para todos los huérfanos políticos, los que vemos desde la periferia lo que pasa y los que tenemos miedo a hablar y ensuciarnos las manos por entrar en un terreno inhóspito, es momento de ver el contexto desde otro ángulo. No es necesario ser de ningún partido, apoyar a uno u otro candidato o tener una ideología definida, se trata de construir democracia desde una mentalidad y responsabilidad cívica enfocada en voltear a ver al otro y a los problemas comunes de frente. Escuchar y entender desde nuestros microcontextos cómo funciona y cómo se articula la nueva realidad que nos compete a todos.

Estamos a tiempo.

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Pablo Rodríguez
Tiempos y encuentros

Empeñado en ver más allá de lo evidente. Investigo, analizo y escribo.