«Saludos desde Basilea»

Pablo Rodríguez
Tiempos y encuentros
6 min readMar 7, 2019

Este es un ensayo sobre 3 fotografías que conectan la historia de vida de la familia Woog, la familia de mi abuela.

7 de la noche en punto. Las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México comienzan a llenarse de los ecos de las puertas que cierran y dan por terminada una jornada más de trabajo. Poco a poco quedan vacías y la historia de cada transeúnte escribe un día más. Es 1934. De la esquina de las calles Francisco I Madero e Isabela Católica sale un hombre de cincuenta años cuyo rostro y apariencia combinan con el estilo afrancesado del edificio. El hombre se quita el sombrero que recién había puesto sobre su cabeza y levanta la mirada para confirmar la hora con el reloj que completa la fachada de la que fuera la joyería más importante de México a principios de siglo: “La Esmeralda”. Con un último giro a la chapa de la puerta, el gerente de la joyería saca de su gabardina un llavero distinto y abre la puerta lateral del edificio que lo llevará a su hogar en tercer piso en donde lo esperan la madre de su fallecida esposa, su hijo mayor y sus dos hijas para cenar.

Dentro del departamento permea una atmósfera familiar vacilante, un sentido de unión y lazos culturales evidentes, sin embargo con una resonancia histórica y de un pasado del que poco se habla. La dos veces viuda Juana Martell, “Mamá Grande”, carga con una amargura que disfraza con la rigidez con la que educa a sus nietas y nieto que a diario le recuerdan a su única hija quien murió de parto. De eso no se habla tampoco. Bertrand hijo, Ana María y Janine se alistan para recibir a papá.

Bertrand Woog Braunschweig entra por la pequeña puerta y hace un ademán con el sombrero con lo que saluda a todos los presentes. Su mirada denota un cansancio acumulado de vida; tras esos ojos claros hay recuerdos de una infancia en Basilea y de una guerra difíciles de pasar pero imposibles de relatar o traer a la mesa. Fechas, acontecimientos y memorias que hasta la fecha no se saben a bien.

El antisemitismo europeo a principios del siglo pasado salía a la luz en sutilezas y tratos a familias judías respecto a sus nacionalidades y derechos como ciudadanos. Aquel repliegue y falta de reconocimiento hacia judíos por parte de países como Suiza cocinaban poco a poco lo que explotaría unas décadas más adelante. La familia Woog Braunschweig, originaria de Basilea, Suiza no contaba con la nacionalidad de aquel país debido a sus orígenes judíos, aspecto que se traducían en complicados trámites burocráticos y ausencia de registros. Es por ello que los documentos existentes de los miembros de la familia que llegaron a México los identificaron como ciudadanos franceses.

Una familia que de forma tangencial se relacionó con movimientos sociales y acontecimientos históricos que definieron el curso del siglo XX ubica a buena parte de sus miembros posando y enviando saludos desde Basilea a través de una fotografía. Henri Nathanael Woog se encuentra parado junto a sus hijos Hugo y Edgar con las manos enfundadas en su abrigo y ve a la cámara fijamente con la misma rigidez con la que reina en su casa. Los hijos se erigen con obediencia, mientras un ligero aire de arrogancia adolescente mantiene sus poses.

Henri Woog (padre de Bertrand) con sus hijos Hugo y Edgar (circa 1908)

Hugo, a la mitad, emula el parado de su padre y sigue las instrucciones del fotógrafo, relaja la quijada para esbozar una sonrisa. Edgar, el más pequeño de los tres hermanos tiene un rostro reflexivo que parece analizar la escena de la que está siendo partícipe. Tendrá unos once o doce años de edad y evoca determinación y compromiso por la forma en la que está postrado frente a la cámara. ¿Quién se imaginaría que diez años más tarde, ese adolescente llegaría a México para fundar el Partido Comunista y convertirse en miembro fundamental de la Internacional Comunista durante 15 años para fungir como Secretario General del Partido del Trabajo Suizo hasta 1968?

Falta Bertrand para completar el retrato de una familia que aparentemente nunca estuvo completa. Su ausencia en el retrato lo ubica trabajando o ya viviendo en Francia en búsqueda de algún primer trabajo. Cumplía un ciclo común de abandonar el pequeño pueblo en el que creció y buscar el progreso fuera de la vida ganadera y campesina. El siglo XX prometía trabajo, progreso, modernidad y el joven de veinticuatro años estaba esperanzado en ello. Aquel vacío en la postal familiar podría suponer que sería remplazado por la pose de un joven en una fábrica o un saludo desde alguna urbe europea. Seis años después, Betrand cumplía 30 años y vestía como soldado de la Triple Entente luchando por el país que le otorgó identidad y reconocimiento ciudadano.

Bertrand Woog Braunschweig (circa 1914)

Con entradas prominentes para su edad, una gabardina y guantes de lana en sus manos, el militar francés mira cansado. La esperanza parece haberse esfumado a pesar de un dejo de tranquilidad en la manera en como relaja los hombros. y toma sus manos. No parece un retrato militar.

Éste, es el único registro visual de su efímera participación en la Gran Guerra. Solo unas semanas en las trincheras bastaron para dejar un recuerdo impronunciable en la memoria del improvisado soldado y una cojera de por vida por la bala que atravesó su espinilla derecha. Nunca se habló de heroísmo ni de orgullo nacionalista, simplemente, no se habló más.

Primera Comunión de Bertrand hijo. Los hermanos Woog Schneider con su madre fallecida unos meses después.

La única fotografía de los hijos Woog con su madre. La joven, hija de alemán y francesa, abraza de un lado a su primogénito, mientras toma ligeramente la mano de su hija Ana María quien se aferra a los dedos de su madre sabiendo que no tendría muchas más oportunidades junto a ella. La Señora Berta Schneider Martell, con una palidez premonitoria, tiene enfrente a su hija Janine quien entrelaza sus dedos y se abraza a sí misma. La niña se encuentra fuera del triángulo de contacto en la composición y su mirada se dirige al lado izquierdo de la imagen ¿Dónde estará papá? Ese retrato será cómo recuerde siempre a “Mamá chica”. Nunca se le dijo a los niños, cómo murió. No se habló más.

En aquel tercer piso del hoy Museo del Estanquillo la religión jugaba un papel intrascendente. Tantos años vividos escondiendo su identidad judía y haber sufrido la muerte de dos maridos y una hija habían hecho que los pilares de la casa perdieran cualquier vínculo con la fe religiosa. Además, se vivían épocas de guerras cristeras por lo que profesar abiertamente estaba prohibido. Sin embargo, los hijos Woog fueron bautizados a petición de su madre quien había sido educada bajo el catolicismo propio de la sociedad mexicana del porfiriato.

La ausencia de una madre encontró en Mamá Grande y las nodrizas a las figuras maternas suplentes en la infancia de ambas hermanas. La primera, rectora de la moral, las buenas costumbres europeas y el francés como la lengua por excelencia. Los temas importantes se discutían en francés con Bertrand padre y así “el servicio” no se enteraba sobre lo que platicaban. Tan importante era preservar el idioma que las dos estudiaron en el Colegio Francés de México durante toda su vida escolar. Durante el día eran educadas por monjas francesas y por la tarde eran cuidadas por nodrizas de origen indígena que las enseñaron a rezar el Rosario en español y el Padre Nuestro antes de dormir. El poco arraigo hacia el pasado en un hogar ausenté encontró en la religión la plenitud y completó el vacío simbólico que reinaba una dinámica familiar basada en el silencio.

Fragmentos de historias cruzadas que capturan momentos en los que predomina la ausencia. Una familia trastocada por la Historia que siempre trató de alejarse de ella. Tantos huecos y vacíos llenados por la fortaleza, el amor y la complicidad fraternal entre las hermanas Ana María y Janine Woog Schneider, quienes con un fervor hacia la religión que brindaron sentido simbólico a una infancia desoladora. Una la serie de retratos que dan cuenta y reflejan la atmósfera solitaria y vacía que le hizo sombra a una familia por muchos años y de la que no se habla.

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Pablo Rodríguez
Tiempos y encuentros

Empeñado en ver más allá de lo evidente. Investigo, analizo y escribo.