Impostor

Eduardo Franco
Todos, menos yo
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5 min readJun 21, 2015

Sinceramente no me habría imaginado que al comprar una linea telefónica nueva, podría implicar una posibilidad de comenzar las cosas de nuevo, la gente subestima esto, un nuevo número te permite seleccionar a las personas con las que quieres mantener contacto, desechar los que quieres olvidar, y reforzar esos lazos con los que te interesan.

Una lista limitada, propia, adiós a quienes me molesta su voz, adiós a quienes me saludan por obligación, hasta nunca de las tentaciones de cada ex con la que mi mente jugaba a reencuentros imaginarios, olvidaré a la gente con la que estudie alguna vez, a los profesores, a los primos lejanos, nadie, nadie que no quiera, tendrá mi numero, nadie me llamará en mi cumpleaños por cumplir con esa cuota de deber, nadie me buscara para pedirme favores que los haría con desprecio, en nadie, me convertiré para ellos.

Ya con esta idea en mente tenia que complementarla, redes sociales nuevas, un lugar de trabajo distinto, y la mejor parte, cambiar de lugar de estudios, ¡no volveré a esa universidad! y así es como comencé a planificar mi vida para pasarla de manera desapercibida.

Durante toda tu vida te encuentras en círculos sociales de manera obligatoria, tu familia, luego el colegio, tu trabajo, la universidad, la sociedad se divide en manadas, no somos más que animales, afortunadamente nos dividimos por similitudes, pero de eso estaba cansado, ¿eran mis características las que me definían, o eran las de mi similares? No es que quisiera ser invisible toda mi vida, sino que lo que sentía, era el deseo de alejarme de la sociedad e individualizarme, la inteligencia colectiva no representa un crecimiento personal, sobretodo, si la manada se estanca.

Semanas después comenzaron a llegarme mensajes de texto de cuentas bancarias a nombre de un tal Juan Lugo, supuse inmediatamente que era el antiguo dueño de esa linea telefónica, pues las operadoras suelen reciclar números, luego fueron mensajes preguntando por su disponibilidad para hacer trabajos, los cuales en seguida le informaba a quien los enviaba la situación de que yo no era su Juan Lugo.

Llegaron a llamarme un par de veces, preguntando por el “Prof, Juan Lugo”, -número equivocado- respondía yo, y por un instante me pregunté que se sentiría ser un profesor tan solicitado, o por qué lo llamaban, definitivamente tenía que ser bueno en algo.

Opté por no contestar números desconocidos, pero una vez estaba esperando una llamada de un amigo y pensando que era él, conteste… al otro lado de la linea era otro de los alumnos de Juan Lugo, esta vez la curiosidad se apoderó de mi, y pregunte que necesitaba, curiosamente asesoría para su tesis sobre el campo donde yo he trabajado los últimos 10 años, nadie podría ayudarlo mejor que yo, y eso fue lo que hice, fui el Juan Lugo que ese alumno quiso que yo fuera.

Comencé a usar los servicios de mensajería por aplicaciones, en su mayoría, al vincularse con tu numero telefónico, las personas que alguna vez lo tuvieron, pueden comunicarse contigo. En ese momento descubrí que Juan Lugo hizo lo que yo hice, quiso alejarse de toda la manada que lo rodeaba y busco un número nuevo, una nueva vida, una vida ajena.

Me llegaban mensajes de promociones de zapatos, comidas, concursos, notificaciones sobre compras con la tarjeta de crédito, y yo, en busca de una identidad comencé a comprar los zapatos que Juan Lugo usaba, comer la comida que Juan Lugo comía, y por supuesto, perder los concursos que Juan Lugo perdía.

La mejor parte fue descubrir sus hábitos, una tarjeta de crédito puede decir mucho de ti, George Orwell siempre tuvo la razón, estamos siendo vigilados, y todo su vida llegaba a mi dispositivo, sabía que todos los lunes después de una quincena Juan Lugo iba a cine solo, que cada fin de mes Juan Lugo alquilaba una habitación en el mejor de la ciudad, sabia que después de que murió su esposa no volvió a vincularse con una sola persona por más de un mes, todo lo sabia, todo en dosis de mensajes de texto.

Comencé a ir a cine solo, y descubrí que es la mejor compañía, comencé a ir al mejor hotel de mi ciudad y aprendí que es una manera de tratarte bien a ti mismo, fui a comer donde él comía, dormir donde él dormía, y siempre me pregunté como lucía.

Una madrugada de esas que el insomnio me estaba ganando, me escribió una mujer desconocida, diciendo que quería volver a verme (a él), que extrañaba a Juan, sus brazos, su voz, yo sinceramente quería decirle que se equivoco de número como todos los que buscan a Juan Lugo, pero al ver su foto de perfil me di cuenta lo hermosa que era, ¡solo Juan Lugo podría tener una mujer tan bella, y aun así, rechazarla! así que le conteste, pero como no sabia que momentos compartieron Juan Lugo y ella, comencé a “investigar”.

- Todavía recuerdo cuando te conocí, ¿tu lo recuerdas? — Le dije
- Claro, fue en ese hotel al que solías ir, yo estaba de vacaciones en tu ciudad.

Las cosas tenían un poco de sentido, se conocieron en el hotel donde robé el hábito de Juan, pero él no podría tener nada con ella por seguir pensando en su esposa, me pregunto que clase de mujer era, para que el gran Juan Lugo todos los días aún piense en ella.

El fin de mes, de ese mes, fui a hotel como mi nuevo hábito, y la vi pasar, yo estaba en el ascensor y ella caminaba en dirección hacia mi, no podía dejar de verla, el tiempo corría más lento y mi corazón latía al ritmo de sus pasos, no sabia que prefería, si el ascensor se cerrara o si le diese tiempo a ella de entrar, o simplemente que se cayera el ascensor y morir en el vacío, tal vez esta tercera opción era lo que mas deseaba por temor a su presencia; pero en el momento en cuanto se estaba cerrando ella grito:

- “Juan, no dejes que se cierre”. — No sabia que hacer, ¿dijo Juan? ¿me habló a mi? sabia que algo raro había pasado ¿descubrió que yo era el impostor que se quería hacer pasar por Juan? no supe que hacer y mientras el tiempo pasaba, las puertas decidieron por mi y se cerraron solas.

Cuando llegué a mi habitación traté de darle explicaciones a ese hecho y en un impulso de adrenalina, agarré el teléfono y le escribí directamente a ella: “Sube, estoy donde siempre” lo peor que pudiese pasar es que se diera cuenta que yo no soy Juan Lugo, diera media vuelta y se devolviera.

Quinientos cincuenta y cuatro segundos después sonó la puerta, era ella, la veía por el visor de la entrada, hermosa, con su pelo suelto y sus labios gruesos, dudé en abrir, pero mi cuerpo ignoro la duda, asi que abrí lentamente y justo cuando nos vimos frente a frente, antes de arrepentirme de haberle escrito se acerco ella y me beso lentamente

- Estás igual que siempre. — Dijo ella.

Y entonces, así fue como descubrí que oficialmente ahora yo, era Juan Lugo.

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Eduardo Franco
Todos, menos yo

Diez mil líneas de código es un buen desayuno. Developer & Co-Founder @Hozt_