Viviendo con Luka

Pedro Barata
Tres de añadido
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5 min readJun 6, 2021

“Buenos amigos, buenos libros y una consciencia tranquila: esto es la vida ideal”. Mark Twain

La amistad es de esas cosas a las que más valoramos en la ausencia. Sin ella, nos sentimos perdidos, solos. Echamos de menos tener alguien a quien no tener vergüenza de quitar la última patata de la taza o quedarnos con la mejor cama en la habitación. Alguien con compartir palabras y, más difícil, silencio.

Oliver Atom, nuestro ídolo antes de que tuviéramos ídolos, decía que la pelota tenía que ser nuestra mejor amiga. Que teníamos que estar a gusto, cómodos con ella. Nos invitaba a dormir con ella cuando aún no sabíamos que, en realidad, compartir cama se convertiría, más tarde, en privilegio poco común.

En el otro fútbol, en el que los jugadores no tardan 10 minutos en cruzar el campo, hay jugadores que parecen conjugar las lecciones de Twain y Atom. El balón como amigo, relatos dignos de literatura y la consciencia, eso que Jim Carroll definió como “las voces de los muertos hablando con nosotros”, siempre apaciguada. Uno de ellos es Luka Modric.

Luka lleva más de 15 años estando ahí. Del chico con aires de Cruyff que despuntó en el Dinamo de Zabreg hasta jerarca de la Copa de Europa, el centrocampista se convirtió en un amigo que comparte el gran salón del fútbol con nosotros a diario. ¿Le valoraremos más cuando no esté? Puede que echemos de menos eses pases con el exterior o los gritos de incentivo a los compañeros con ese castellano de los Balcanes cuando dejemos de tenerles.

Lo que Modric sabe es que la vida no es sólo color rosa. En la casa donde vivió de pibe, la mayoría del tejado se fue, así como las ventanas y las puertas. Por detrás de ella, se lee una señal que dice “no acercarse”. La razón es la misma que pintó de negro la infancia de Lukita: la guerra. Los alrededores de la casa, que pertenecía a su abuelo Luka — a quien nuestro amigo debe su nombre-,aún son un campo de minas.

Modric se creó en el medio de la guerra, esa realidad en la que las madres entierran a los hijos. La guerra de la independencia de Croacia.

Cierto día, el abuelo Luka fue asesinado por las Chetniks, fuerzas serbias. “Me acuerdo de mi padre pedirme que le besara cuando estaba en el cajón”, dijo en una entrevista a The Guardian. Yugoslavia se estaba desintegrando y, entre muertes y terror, un nuevo país daba sus primeros pasos.

Los croatas, competitivos y orgullosos, siempre se intentaron afirmar a través del deporte. Y Modric no rehúye a esa tradición. Sin embargo, el hijo de la guerra compite como vive. Con honor, sin odio.

“La guerra no trae nada bueno. Pero no tengo odio hacia nadie. Lo que pasó, pasó. Es una pena que mi abuelo no esté con nosotros. Cosas que no son buenas pasan en la guerra, pero yo no tengo odio u otros sentimientos hacia nadie. Es una parte de la vida por la que tuvo que pasar”.

Luka vivió lo peor del hombre, pero no dejó que las sombras tomasen su cabeza. Y este sentir es igual a lo que nos traslada en un campo de fútbol, donde nos sentimos sus amigos. Modric es generoso, con pies de crack pero mente de operario; es leal, con mentalidad competitiva croata pero una manera de competir que dignifica al juego y la profesión; y, sobre todo, es bello. Ver jugar a Modric es bonito, produce satisfacción. Y por eso nos gusta tanto. Por eso vemos a ese pequeño rubio que va trotando por el campo y pensamos tener ahí un amigo. Un compañero en este viaje por los campos el mundo.

Y por los campos del mundo, Modric lleva el brazalete de capitán de un país que no existía cuando él nació. “No se puede describir lo que sentimos cuando jugamos por Croacia, el orgullo que sentimos, la responsabilidad que tenemos. Sobre todo porque somos un país tan joven”, dijo, también, a The Guardian.

En 2018, en Rusia, Lukita condujo su joven país hacia el partido de fútbol más importante del mundo. Con el peso de la afirmación de la joven nación a sus espaldas, Modric se siente importante. Siente que tiene una razón por la que jugar. “Sentimos la responsabilidad en nuestras espaldas, no queremos decepcionar a la gente, y por eso tenemos una unión tan fuerte. Todo lo que pasó nos hizo más fuertes. Es una gran, gran responsabilidad”.

A sus 35 años, Modric, cuatro veces campeón de Europa, Balón de Oro y capitán del país cuya construcción llevó por delante a su querido abuelo, es un amigo que, más pronto que tarde, se irá de nuestro salón. Tenemos tendencia a guardar palabras de cariño, a no tener el valor para decirlas, a dejarlas atrapadas en la boca. Y luego ya es demasiado tarde, como sabrá Luka.

En la Eurocopa, Modric se volverá a poner el brazalete de capitán de Croacia. Y nosotros nos sentaremos, una vez más, para compartir el momento con él. Con nuestro amigo sencillo. Es buen momento para pedir otra cerveza y decirle al oído.

“Gracias por haber vivido estos años con nosotros. Luka estará orgulloso de ti, Luka.”

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