Víctor Osimhen, un talento escondido entre la basura

Pipe Olcina
Tres de añadido
Published in
7 min readJul 23, 2020

En Lagos (Nigeria) cada año son 250.000 vecinos más. Así se entiende que para muchos sea la ciudad más sobrepoblada del mundo. Una megalópolis orgánica que no para de crecer vertiginosamente en horizontal. Si hace falta una casa más, se pone. Si es necesario otro camino, se hace. Rodeada de agua, su mayoría contaminada, debido al colapso de los sistemas de desagüe y al mar en aumento, el crecimiento en Lagos es desaforado y anárquico. La ciudad tenía en 1950 alrededor de 200.000 habitantes, hoy en día son 21 millones y más de 250 grupos étnicos diferentes. Incluso la Comisión Europea calculó que la población de Nigeria podría ser más numerosa que toda la Unión Europea en 2060. Y todo bajo una economía precaria. Son muchos los que al día solo pueden comer un puñado de ‘cassava’ -similar al pan rallado-, que cuesta 50 nairas (12 céntimos de euro).

Todo esto ocurre sobre una ciudad que se ahoga entre la basura y lo peor es que no le pertenece. Los países desarrollados no quieren su basura y ésta, de forma ilegal, llega hasta Lagos. Al año entran por el puerto 60.000 toneladas de basura, por eso, Olusosun se ha convertido en el mayor vertedero de África. Tanto crece la ciudad cada vez que sale el sol que el vertedero, con más de 430.000 metros cuadrados, ahora ya no está en las afueras de la ciudad sino rodeado de barrios marginales. Son millones las toneladas de basura que se pudren bajo el sol y la humedad del trópico y la mayoría de sus vecinos trabajan buscando algo de valor entre tanto residuo, para luego intentar venderlo.

Años atrás, los Osimhen, una familia con tres niños y cuatro niñas, vivían cerca del vertedero. Eran nueve y se las apañaban para pagar el alquiler de una sola habitación porque no había para más. La madre falleció cuando Víctor, el pequeño de los varones tenía 6 años y tres meses más tarde su padre perdió su trabajo de polícia. Había meses que no llegaba para el alquiler, el arrendador solo sabía que replicar y Víctor lloraba en silencio en la esquina, pidiéndole a Dios una solución. “Mi hermano vendía periódicos, mi hermana, naranjas en la calle y yo, bolsas de agua a los trabajadores del vertedero. Por la noche, reuníamos todo el dinero en la mesa y mi hermana mayor lo organizaba para poder comer al día siguiente. Fue muy difícil”.

Los viernes, Víctor y sus amigos iban al vertedero en busca de zapatos para poder jugar a la pelota. “A veces encontraba una Adidas vieja para el pie derecho, pero me faltaba la otra para el izquierdo… y de repente encontraba una Reebok. ¡Era divertido! Lo veía como un juego, pero cuando lo piensas… Era pura supervivencia”. Su padre quería que fuera médico, pero Víctor cuando no vendía bolsas de agua solo pensaba en hacer goles, tanto que jugando para el Ultimate Strikers FC, una academia en Lagos, consiguió marcar 39 goles en 70 partidos y eso le valió la llamada de la selección para la disputa de la Copa de África sub-17 a comienzos de 2015.

Nigeria salió campeona del torneo y Víctor fue Balón de Plata, meses antes de ponerse en el escaparate durante la disputa del Mundial Sub-17 en Chile. En Sudamérica, en su primera salida lejos de casa, le cambió la vida a Osimhen. En aquel Mundial, lleno de jóvenes promesas, con el mítico Emmanuel Amunike en el banquillo, “Las Súper Águilas” no solo revalidaron el título que ya consiguieran en 2013 con Iheanacho como estrella sino que además Osimhen derrumbó la puerta siendo el máximo goleador del certamen con 10 tantos anotados -Sinama Pongolle (Francia) y Souleymane Coulibaly (Costa de Marfil) llegaron a hacer 9 años atrás-. El 9 de Nigeria marcó en todos los partidos del Mundial, desde el primer día hasta el último, inclusive un hat-trick contra Australia, lo que le valió para ser Bota de Oro y Balón de Plata, por detrás de su compañero Nwakali.

Con semejante carta de presentación al mundo, Ársene Wenger fue uno de los primeros que se interesó para llevarse al Arsenal a Osimhen, pero el joven de 16 años eligió Wolfsburgo para dar el salto a Europa. “Mi padre no me había visto mucho jugar, sabía de oídas que no lo hacía mal, pero la primera vez que me vio lloró de alegría con mi primer gol”. Ocurre que el experimento en Alemania no salió como se esperaba. Mario Gómez y Origi eran la competencia y Osimhen sabía que no iba a ser fácil tener minutos y eso sumando a un par de lesiones hicieron que en temporada y media solo jugara 15 partidos sin poder marcar ningún gol. El sueño parecía que se había acabado, incluso casi antes de comenzar y de vuelta a casa para el verano de 2018, la peor de las noticias, la malaria.

Más de un millón de personas mueren al año por culpa de esta enfermedad. Cuando el mosquito te pica los principales síntomas son fiebre alta, escalofríos pero sobre todo la jaqueca y la fatiga te van ganando lentamente en el combate de cada día. A un futbolista de élite esto le destroza. Es decir adiós a mucho trabajo de varios meses. La muerte asoma y no se puede hacer nada para remediarlo. Por suerte, Osimhen se recuperó y lo único que quería era seguir jugando al fútbol, no importaba dónde, pero su condición hizo que varios lo rechazaran. Precisamente en Bélgica donde acabó firmando, Zulte Waregem y Brujas lo rechazaron. No lo hizo el Charleroi donde Osimhen hizo 20 goles antes de que se lo llevara Luís Campos al Lille, un año más tarde. En Sky Sports, el director deportivo cuenta el flechazo que tuvo con el nigeriano.

“Fui a ver el Mundial sub-17 y le quise después de un partido. Pero su precio era muy elevado para un chico de 16 años. Hablé con mi presidente (Campos estaba en ese momento en el Mónaco). Le llamaba cada noche diciendo ‘por favor, consígueme a este jugador, es increíble, en dos años será uno de los mejores de Europa. Cuando fichó por el Wolfsburgo solo iba a Alemania para verle jugar. A veces jugaba cinco minutos, otras veces solo dos. ¡Estaba loco por él! Entonces tuvo un virus y se pasó sin jugar cinco o seis meses y se marchó al Charleroi en Bélgica. Pasaron unos meses hasta que lo firmé. Perdí al jugador pero luego lo terminé firmando”.

Osimhen en Francia no necesitó ni aclimatarse. En el Lille llegó como reemplazo de Pépé, ese que nunca aterrizó en Nápoles. Contra el Nantes debutó con doblete y en siete jornadas llevaba seis goles. Terminó la temporada -a falta de diez jornadas para el final del campeonato- con 18 goles antes de que el coronavirus dijera basta. Christophe Galtier, su entrenador en el Lille, dice que “está obsesionado con el gol como Cavani”, aunque a la hora de compararlo hace referencia a Aubameyang por sus evidentes coincidencias. Alto, rápido, flaco y de zancada prominente, sus piernas son lo más parecidas a las de un caballo salvaje. “Ataca cada balón como un gato”, dice Luís Campos. Es generoso con sus compañeros y cuando pisa área tiene la suficiente sangre fría para llamarle killer. Eso sí, cuando tiene un día de descanso lo que más le gusta es dormir y despertarse cuando ya entra la tarde.

Así Osimhen se presenta en Nápoles. Le ha bastado con un año en Bélgica y otro en Francia, cuando el sueño parecía que se esfumaba. Convivir con el caos de la ciudad será sentirse como en casa. Sobre el campo, para bien o para mal, marcar goles será por lo único que se le juzgará. En los últimos años en Nápoles solo han habido buenos delanteros. Higuaín hizo 71 con el plus del récord de los 36 en una sola temporada, Cavani se disparó hasta los 104 en tres años y ‘Ciro’ Mertens sigue poniendo difícil superar el récord de goles con 125. Un hombre dijo: “Mejor tener suerte que talento” porque uno en la vida elige muchas cosas, pero no donde nace. Menos mal que Osimhen tenía talento. Nápoles lo ha elegido para que sea su nuevo rey.

--

--