La cama

Adriana Elizondo Monsiváis
Tres Girasoles
Published in
6 min readAug 11, 2016

De todo lo que se puede compartir en la tierra, la cama es una de las cosas más particulares. Se puede compartir la comida, tomar de la misma cerveza, fumar del mismo cigarro, incluso se puede compartir un hermano. Pero no hay como dos o más cuerpos en posición horizontal sobre una misma base. No lo hay. Dormir entre tus papás, despertar a lado de una amiga después de haber salido a bailar, trabajar en la cama mientras el otro duerme, ver la tele acostados, tener una plática mirando al techo, convivir en la oscuridad, tocar la pierna de alguien por debajo de las cobijas. Compartir la cama definitivamente es algo que quien pase por este mundo debe disfrutar, aunque siempre bajo su propio riesgo ya que la cama se vuelve cómplice de encuentros tangibles pero también de sensaciones intangibles. Hay cosas que se sienten bien en el momento preciso de estar compartiendo la cama; cuando se recarga la cabeza sobre el hombro del otro en la mañana, aunque sea un extraño, y se miran desde ahí los recuerdos de la noche anterior. Pero también, hay otras sensaciones que llegan solo hasta después de haber dejado la cama, cuando los pies vuelven a tocar tierra. Y cómo no va a ser así, si cuando uno está en la cama se encuentra suspendido entre la tierra y el cielo; entre lo mundano y lo cósmico. Cuando se está en la cama, los pies no tocan el piso, por eso las conexiones que suceden no sólo le corresponden al cuerpo, sino también al alma; no sólo a lo medible ni a lo finito; a lo terrenal ni a lo mundano: en la cama también surgen conexiones que le corresponden a la energía. Si bien es cierto que el cuerpo disfruta de estar en la cama, como placer terrenal, el gusto de compartirla suele ir acompañado de cierta energía [provenga de donde provenga] que hace que la experiencia compartida sea más profunda.

Digamos que el cuerpo humano es un universo entero, los pies serían un polo, el otro sería la cabeza, y el centro del universo, el vientre. Durante el día, los pies se mantienen en constante contacto con la tierra, que es otro universo entero lleno de energía. Si bien no es contacto directo, hay un intercambio de energía desde el momento en que ponemos los pies en la tierra por la mañana hasta el momento en que los separamos para acostarnos. Es por eso que los pies cuando están sobre la tierra, pueden dialogar con este polo, intercambian energía, se alimentan uno del otro. Cuando se camina en la arena, o se pisa la tierra de un parque con los pies descalzos, le damos oportunidad al cuerpo de convivir con el mundo, y la tierra, como es madre, siempre está dispuesta a dar. Siempre. Entonces, cuando se está en la cama, al final del día, durante una siesta, leyendo un libro o pasando con alguien el rato, los pies dialogan con el universo, porque quedan expuestos a soltar la energía que recogieron durante el día. No están más sobre la tierra, de cierta manera quedan volando, como si se estuviera levitando con la ayuda de la cama.

Si logramos convencernos de que el ser humano es la unión entre el mundo divino y el mundo creado, podríamos entender por qué el cuerpo siente dolor cuando se corta con un cuchillo pero también siente dolor cuando ve un niño que pide limosna en la calle. Lo mismo pasa en la cama, se puede disfrutar pasar la noche abrazado de alguien, pero también se puede disfrutar de tener una conversación sobre cuestiones y traumas de la infancia mientras compartes la cama con alguien que puede que nunca vuelvas a ver. Somos del mundo creado porque tenemos experiencias a través del cuerpo, de lo que vemos, olemos, tocamos y escuchamos. Pero somos también del mundo divino porque tenemos un alma que se alimenta de estas experiencias sensoriales y las convierte en sensaciones que solo en nuestros pensamientos podemos experimentar.

Volvamos al tema de los polos. Se puede decir que a través del polo de la cabeza se concentran las energías más elevadas de la naturaleza, del universo, es donde se guardan todos los pensamientos que nos llegan a través de los sentidos. Lo que recogemos con los pies y a través de nuestros sentidos se fusionan en ideas y experiencias y se almacenan en ese polo. En los pies, se quedan las experiencias terrenales, los recuerdos que tienen que ver con el tacto, con la piel. Entonces, cuando el cuerpo se torna en forma horizontal, cuando se acuesta en la cama, estas energías conviven, como un contenedor de agua acostado en donde el líquido se mueve de un lado a otro. Así nuestro cuerpo, nuestras ideas y nuestra energía, al estar en la cama, se mezclan de arriba a abajo y de abajo a arriba. Cuando el cuerpo se recuesta, las ideas toman formas distintas. Uno puede pasar horas viendo al techo teniendo miles de ideas a la vez, redescubriendo todo lo que vio durante el día, recordando texturas y olores, escuchando sonidos e incluso viendo caras. Y si uno llega a tener este momento mientras comparte la cama, es cuando entra el factor del riesgo, o no. Es en la cama en donde los pensamientos intangibles a veces encuentran el espacio para salir ¿quién no ha revelado un secreto íntimo en la cama? Y es por eso que se vuelve una cuestión de riesgo. Compartir la cama… ¿Por qué nos parece tan atractivo compartir la cama? ¿Qué pasa que cuando despertamos acompañados el día parece empezar más alegre? ¿Con qué tiene que ver la química? ¿Con lo tangible, con el cuerpo? ¿O con lo intangible, las sensaciones? ¿Son las sensaciones tangibles si estas son provocadas por el contacto físico? Es como si cada parte del cuerpo estuviera cubierta por un tipo de piel diferente y cada piel tuviera una manera de sentir, y de hacerse sentir. No es lo mismo tocar el cuello con los dedos que con los labios. ¿Con quién siente uno química? O más bien, en qué momento se siente química con alguien. La pregunta es más bien cuándo y no con quién, porque con quién se vuelve secundario cuando el contexto se interpone. Entonces, la experiencia de dos o más cuerpos en la cama está bien, se puede despertar completamente satisfecho después de un encuentro meramente terrenal. Pero, cuando el intercambio va más allá del contacto, sobretodo cuando es alguien con quien existe la posibilidad de no volver a ver, y por alguna razón se da este intercambio de energía; alguien comparte una idea, recuerdan una escena o algo resulta chistoso para los dos, surge algo diferente, y por eso compartir la cama es una de las cosas más particulares: el cuerpo está sensible a compartir y recibir energía de todas partes. Con los pies al aire y las cabezas lado a lado, rodeados de energía de arriba a abajo.

Ilustraciones por Mariell Gutiérrez Herrera

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