El mito que aún vive

Shuy®
Los Tres Misisipis
Published in
3 min readOct 28, 2020

Después de reorganizar y devolverle al ejército romano la disciplina que culminó en la destrucción de Cartago en el año de 146 A. C., Publio Cornelio Escipión Emiliano Africano Menor Numantino regresó triunfante a Roma, donde décadas más tarde moriría en circunstancias misteriosas, probablemente asesinado a traición con un sutil veneno.

Pero durante los años en los que aún pudo disfrutar de su victoria, Escipión Emiliano jamás olvidó el peligro que África representaba para el bienestar del Imperio. Sabía que más allá de los límites de la civilización, una ira sorda y salvaje se iba acumulando con la esperanza de vengarse de quien había destruido sus milenios de historia sin piedad ni compasión.

Roma merecía sufrir y África merecía su venganza, pensaba Escipión Emiliano en sus largas madrugadas de insomnio. Ideaba, intentaba idear, la manera de evitar aquella tragedia para los suyos. Cada noche lo arrullaban sus propios pensamientos y se quedaba dormido a la mitad de intrincados planes para contener a la bestia negra que, él sabía, atacaría inevitablemente.

Una noche intranquila de invierno, la solución se le reveló en sueños. Una voz desconocida le dijo: «Si confundes al enemigo, jamás tomará una decisión. Debes confundirlo».

Durante meses que le parecieron años, Escipión Emiliano se dedicó a construir un mito. Ideó el relato de un objeto legendario perdido en las entrañas del África profunda. Con imaginación impecable creó de la nada una historia verosímil que mezclaba realidades y mentiras, hechos y conjeturas, recuerdos y fantasías.

Con el mayor de los secretos, envió emisarios a todos los rincones del África para esparcir el rumor de la existencia de dicho objeto. Con malicia, cambió los detalles de las maravillas que deparaba para el afortunado aventurero que lo encontrara. Así, en pocos años, la fama del objeto se esparció por todo el continente y no había tribu, ciudad, ni reino en donde no se hablara de él y no se buscara.

La táctica de Escipión Emiliano funcionó según lo planeado. Durante décadas el enemigo vivió confundido, en la búsqueda de un objeto inexistente. De hecho, funcionó tan bien que tras su asesinato, el mito siguió circulando de boca en boca incontrolablemente hasta regresar a los límites del Imperio Romano.

Como era de esperarse, los soldados del Imperio comenzaron a murmurar. Entre la chusma inculta empezó a comentarse la existencia de un objeto capaz de hacer invencible a quien pudiera encontrarlo. El mito había pasado ya por tantas bocas, se había distorsionado de tal manera en su viaje de ciudad a ciudad, que no se parecía en nada al original ideado por Escipión Emiliano.

Pronto en todo el Imperio se habló del Objeto. Se formaron huestes de mercenarios que salían en su busca sin rumbo específico. Lo buscaban desde Hibernia hasta Cirenaica, desde Lusitania hasta Mesopotamia, y los más valientes se arriesgaban incluso más allá de los límites del mundo. Miles murieron buscando una mentira.

Con la expansión del Imperio y con el paso de los años, el mito del Objeto se esparció por el mundo. Bizantinos, otomanos, mongoles. Españoles, italianos, alemanes. Todos creyeron en el mito y buscaron el Objeto, sin éxito.

Fue tan sólido y eficaz el invento de Escipión Emiliano que el mito vive hasta nuestros días. Por todo el mundo, en diferentes versiones según cada cultura, se sigue hablando de las maravillas del Objeto maravilloso inventado por la culpa de un hombre atormentado que temía la venganza legítima de un pueblo injustamente maltratado.

No te sientas mal, estimado lector, si tú mismo has creído en este Objeto fantástico, con cualidades increíbles y contradictorias, del que todos hablan pero al que nadie, nunca, ha visto, pues no existe: el críctori.

Foto de Yoal Desurmont en Unsplash.

--

--