Caminos que transforman

Machu Picchu después de cuatro días de trekking

Guillermo Arellano
Prana
17 min readJul 2, 2018

--

Caminar varios días para llegar a un destino, recorriendo muchos kilómetros cada día, es algo que hace siglos la mayoría de la gente hacía. Ahora no estamos acostumbrados porque casi siempre hay otra alternativa, aunque si queremos podemos pretender que no la hay e imaginar por puro gusto que la única forma de llegar es caminando.

En zonas rurales de México y del mundo con poca infraestructura todavía es común que las personas caminen mucho para ir a la escuela, trabajar en el campo o trasladarse a otras comunidades.

En cambio, para los que vivimos en la ciudad invertir la mitad del día en caminar suena como una locura, pues estamos acostumbrados a la velocidad, a llegar al destino lo antes posible. La opción de caminar durante horas suena incómoda, peligrosa y francamente innecesaria.

En el trekking (excursionismo en español) a veces se buscan lugares a los que sólo se llega caminando, por ejemplo cascadas o pozas de agua -reservadas para los que se aventuran y tienen la paciencia de llegar así-. Otras veces se camina entre lugares conectados por carretera, pero buscando alternativas: se abren caminos o se aprovechan senderos y terracerías que ya existen. Y también hay combinaciones: en la excursión hacia una comunidad, se puede aprovechar a pasar por un río que sólo es accesible a pie.

La escencia del trekking es el camino, así que el destino sólo será el pretexto: una playa, un pueblo, una reserva natural o como en esta experiencia que tuve, Machu Picchu, una antigua ciudad inca. Para mí este famoso destino -al que también se puede llegar en tren y autobús- fue la excusa para hacer una caminata de varios días, el verdadero objetivo era disfrutar el camino.

Como casi todos, lo primero que pensamos mi esposa Liz y yo al estar organizando el viaje a Perú fue que queríamos conocer Machu Picchu. La idea de ir a ese destino exótico nos entusiasmó, pero nos emocionamos más cuando decidimos que llegaríamos ahí después de una caminata de cuatro días, recorriendo más o menos setenta kilómetros.

Hay varias rutas que te llevan a Machu Picchu, nosotros caminamos la de Salkantay, primero porque ya no había lugares disponibles para el camino inca oficial, pero sobre todo porque al leer sobre la ruta vimos que era un camino más natural, menos transitado y con paisajes y ecosistemas más variados que el camino inca. También más largo y más difícil, pues el segundo día hay un ascenso de más de 1600 metros sobre el nivel del mar para llegar al punto más alto de la caminata, no muy lejos de la cima de la montaña Salkantay.

Antes de iniciar el viaje leí que esta caminata para otros había sido una gran experiencia de vida, única y transformadora. Hoy que estoy en el avión de regreso escribiendo esto, estoy confirmando que también para mí fue algo especial. Sin duda la disfruté muchísimo, no he dejado de pensar en ella, en todo lo que viví, aprendí y compartí. Pero sé que hay algo más, y eso lo iré descubriendo mientras escribo este blog, y seguramente descubriré más cosas con el paso del tiempo.

Hay muchas razones por las que disfruté hacer este trekking. Amo ese contacto cercano con la naturaleza: caminar entre árboles, ríos, montañas, nubes y uno que otro animal. Escuchar a los pájaros, al viento, oler los árboles y plantas, y no sólo ver, sino también poder tocar lo que te dé curiosidad; el que camina puede activar sus sentidos y percibir todo de manera directa. No estás dentro de un contenedor que te aísle del ambiente, no hay vidrios que distorsionen la vista ni bloqueen el ruido, tampoco motores que alteren los sonidos o que incrementen tu velocidad natural. Tus pies están directamente sobre la tierra, el espacio entre la naturaleza y tú es mínimo. Si llueve te mojas, si hay calor sudas, si hay frio lo sientes en todo el cuerpo. Los paisajes se descubren poco a poco y a veces súbitamente después de una curva o al subir un sendero. Las vistas pueden ser embriagantes, te pueden conmover, inspirar y sobre todo motivar a seguir caminando.

Es un reto no pensar demasiado en las incomodidades que siempre hay. Es una buena oportunidad para practicar el estar presente, sintiendo tus pasos y observando con curiosidad lo que hay a tu alrededor. Sin engancharte a pensamientos ajenos a la experiencia, sin pensar demasiado en lo que sigue, sin estresarte por lo que falta, sobre todo sin resistirte a lo que es. Neblina, lluvia, viento frio o mucha humedad, todo debe ser bienvenido e incorporado a la experiencia.

Yo traté de olvidar mis pendientes, proyectos y responsabilidades del día a día -no es imposible hacerlo durante cuatro días-, fue como desconectarme de mi personalidad y desde mi esencia hacer las cosas: caminar, pensar y platicar con los demás. No me interesaba ver el reloj ni saber cuántas horas habían pasado, sólo fluí y me dejé llevar por el camino. Pau, una amiga que hice durante la caminata, parte de mi pequeño grupo de cinco personas, me dijo “en realidad la montaña es la que te lleva, si tú lo permites”. Y sí, no sé cómo sacas la energía para caminar tanto cada día, a veces hasta más de diez horas.

El primer día la caminata fue relajada y relativamente fácil, del punto de partida hacia el campamento caminamos como doce kilómetros que entre pláticas y paisajes se pasaron rápido.

El segundo día la primera parte de la caminata fueron más de diez kilómetros de subida; el frio y la altura sobre el nivel del mar (llegamos a 4600 metros) fueron un gran reto. Me di cuenta que el paisaje te motiva: caminar en las pampas andinas entre enormes piedras, rodeado a lo lejos de picos nevados y ver los glaciares cada vez más cerca me daba energía para seguir subiendo. Por otro lado, la incertidumbre y el estrés que rodean una experiencia así cuando la haces por primera vez no me permitían relajarme y disfrutarla por completo.

En el fondo sabía que llegaría, pero entre más me acercaba a la cima más trabajo me costaba. Ver que mis compañeros del grupo avanzaban, aparentemente con menos dificultad -incluyendo a Liz que supuestamente tenía menos experiencia que yo- me daba confianza. El grupo, los paisajes y mi voz interior me llevaron al punto más alto de la caminata. Al final sí permití que la montaña me llevara, pues fue mayor mi determinación que mi duda.

Cuando por fin terminó el ascenso, la sensación fue extraordinaria: relajé cada músculo de mi cuerpo y sentí que floté hasta el punto donde me detuve a contemplar la cima del Salkantay, llena de nieve y glaciares que con todo su esplendor estaban cerca de mí. Algo me conmovió muchísimo y empecé a llorar, fue intenso y relajante a la vez. Además sentí una enorme satisfacción de ver que Liz también lo había logrado y que compartía conmigo ese momento. Creo que de un jalón solté todas las dudas y los miedos que inconscientemente acumulé al comienzo de la caminata. Ese momento fue el climax de muchas cosas -aunque la caminata no había terminado ese día y aún quedaban dos días para llegar al destino final- sentí que subí el primer y más difícil escalón de esta experiencia.

Estando allá arriba me gustó que Kenny, nuestro guía peruano, nos pidió que hiciéramos un ritual agradeciendo en quechua a la montaña, teníamos que decir sulpayki Apu Salkantay (gracias Dios-Montaña Salkantay) mientras enterrábamos en la tierra tres hojas de coca en abanico como ofrenda a la Pacha Mama (así le dicen a la Madre Tierra en quechua) dejando una piedra encima. Para mí hacer un ritual tuvo mucho sentido, me permitió desahogarme bien y aterrizar lo que estaba sintiendo. Agradecí estar ahí con mi esposa, sabiendo todo lo que habíamos hecho para lograrlo, agradecí a Dios por manifestarse ante mis ojos de esa manera, así de imponente -precisamente a través de la Madre Tierra-, con tanta belleza y gracia. Hasta las hojas de coca tuvieron sentido, pues unas horas atrás Andrés, un compañero de grupo y ahora un buen amigo, me había regalado unas hojas iguales para masticarlas y tener un poco más de energía. Los quechuas lo hacen para sentirse mejor al trabajar el campo o al caminar durante largas horas por senderos. Este uso tradicional de la hoja de coca es legal y no se parece en nada al narcótico que conocemos como cocaína.

Dicen que después de la tormenta viene la calma, y a pesar de que el ascenso del Salkantay había sido una difícil pero agradable tormenta, en verdad agradecí y aprecié mucho la calma que le siguió. Fue un largo descenso completamente silencioso y con un paisaje prácticamente inmóvil, de esos que dan paz al observarlos, bajarlo con tranquilidad me permitió seguir contemplando la hazaña y saborear lo que acababa de sentir hace unos minutos. En ese momento entendí algo que había escuchado por ahí: que a veces estas caminatas son como meditaciones en movimiento. Durante el descenso anclé mi mirada en las grandes piedras estáticas regadas por todo el valle. Ellas han sido testigos silenciosos de cambios climáticos, y de las plantas, animales y personas que vienen y van. Me invitan de igual forma a ser testigo de ese momento, sin juzgar, sólo observando y estando presente.

El descenso es muy diferente, tan sólo acomodé mis pisadas y permití que la gravedad hiciera su trabajo, el camino y yo siendo uno mismo. En ocasiones elevaba mi mirada y observaba que poco a poco se iba abriendo un valle con riachuelos que producían sonidos de agua cada vez más cercanos. Ya casi entrando al valle, las rocas en donde las vizcachas (un roedor andino que parece conejo con cola de ardilla) corren y se esconden eran cada vez más escasas y en su lugar iba habiendo más vegetación. A veces miraba al cielo y observaba las nubes que chocaban con las montañas y se iban quedando ahí como neblina.

En los Andes los paisajes son dramáticos, las montañas son muy altas y escarpadas, en los valles angostos hay ríos, árboles y tierras sembradas, y atrás de todo eso es común que se asome alguna cordillera nevada. No me extraña que estas tierras hayan inspirado a tantas culturas a construir ciudades magníficas con terrazas de cultivo en las laderas de sus montañas.

Por fin hicimos una parada para comer y descansar un rato y algo impresionante sucedió unas horas después. Como estábamos descendiendo casi 1700 metros sobre el nivel del mar, el clima y la vegetación empezaron a cambiar dramáticamente mientras avanzamos, no me di cuenta exactamente cómo ni en qué momento estábamos caminando entre una espesa vegetación que casi parecía tropical.

Ver esto cuando hace unas horas caminaba entre glaciares, pastos amarillentos y enormes piedras fue algo increíble. Como para recordar que esto era verdad, Kenny nos pidió que volteáramos para ver que detrás de estos valles con montañas cargadas de árboles, plantas y flores se asomaba todavía el pico nevado del Salkantay.

Poco a poco la humedad aumentó y con ella llegó la lluvia, así que con un poco de resignación nos pusimos nuestros impermeables y seguimos caminando. Cuando empezó a llover más fuerte encontramos un paradero techado con lámina, usado por los locales para descansar durante los traslados entre comunidades. Sigo pensando que fue algo extraordinario haber encontrado ese lugar justo en ese momento.

Paró la lluvia y empezamos a caminar otra vez, ya estábamos tan cansados que para distraernos el guía nos contó parte de la historia de Perú. Aprendimos que los incas sólo fueron la culminación de cientos de años de otras civilizaciones que se desarrollaron en los Andes. Preguntando de todo un poco, se fue haciendo de noche, fue interesante caminar el último tramo en la oscuridad con sólo una linterna. Cuando vimos el campamento sentimos alivio, después de veintidos kilómetros recorridos en más o menos doce horas, por fin habíamos llegado.

Hay varias formas de caminar: a veces vas muy concentrado en el reto, con molestias en el cuerpo y un debate mental entre “sí puedo” y “estoy cansado”, otras veces vas fluyendo -casi meditando- sin juzgar ni pensar mucho, y otra forma de disfrutar mucho el camino es platicando con los que te acompañan en la aventura. Además de Liz, iban Pau y Andrés que son mexicanos, nuestro guía Kenny (es común que los peruanos tengan nombres ingleses) y Pedro, un brasileño que lo bautizamos como Pedriño y que nos hizo reír mucho con sus ocurrencias.

Disfrutamos mucho la compañía de todos, pues tenían mucho en común con Liz y conmigo: abiertos y alegres, e igual que nosotros iban fluyendo entre las dificultades y las satisfacciones que iban experimentando. Nos caímos bien, o al menos así lo demostraron las interminables pláticas y risas que tuvimos a lo largo de la caminata. Creo que el tipo de viaje sirve como filtro para encontrar gente con la que te identificarás en varias cosas; los que se lanzan a estas caminatas normalmente valoran la naturaleza, y ven la sencillez de caminar en senderos y dormir en campamentos como una experiencia extraordinaria en la que vale la pena invertir esfuerzo, tiempo y dinero.

Reflexiones profundas provocan estos senderos naturales, pero también humor, risa y pláticas amenas sobre lo cotidiano se mezclan entre los pasos. Pláticas que se quedaban inconclusas cada vez que el guía hacía una parada para explicar algo, una que otra confesión, apertura, anécdotas, preguntas, respuestas conciliadas, intercambio de ideas y listas de recomendaciones que van creciendo: de libros, películas, lugares que visitar y cosas que hacer.

El tercer día el camino era casi plano y el clima templado, por eso mientras caminamos nos la pasamos platicando, algunos hasta aprovecharon a guardar sus bastones que los días anteriores habían sido indispensables. Fueron quince kilómetros que se pasaron rápido, y aunque trataba de ir apreciando los paisajes, con tanta platica no fue tan fácil hacerlo. Sin que ello suponga un gran esfuerzo, mi di cuenta que lo ideal es mantener un equilibrio entre tres cosas: primero, observar el paisaje y estar presente, segundo, la introspección, y tercero, las pláticas con los compañeros.

Después de estar caminando durante varios días empiezas a encontrarle mucho gusto a toda la dinámica. Cada vez lo disfrutas más y fluyes mejor con lo que se va presentando. Basta con tener una condición física normal y estar dispuesto a apreciar la naturaleza, desde los grandes paisajes hasta los pequeños detalles que vas encontrando en el camino. Cada día duermes mejor y levantarte a las cinco de la mañana te va costando menos trabajo. Dormirte y levantarte junto con el sol te da una sensación de bienestar, además es algo que rara vez hacemos en la ciudad.

Sobre todo al final del día el cuerpo sí se cansa, pueden dolerte las piernas, o salirte algunas ampollas, pero las ganas de seguir siempre son mayores. Además, toda buena caminata debería de ofrecerte uno que otro postre en el camino. A nosotros ese día -como recompensa al esfuerzo hecho hasta el momento- nos llevaron a unas aguas termales. Sumergirnos en el agua caliente nos ayudó a relajarnos mucho, además de darnos una sensación de limpieza y ligereza que no habíamos sentido por días. Antes de regresar al campamento nos tomamos una cerveza y cada quien compartió lo que más había disfrutado de la caminata hasta ese momento. Durante esa plática amena y sincera, sentí que las personas que acababa de conocer hace tres días eran amigos de toda la vida.

Kenny consideraba que la caminata del último día era igual de difícil que la del segundo día, pues también eran más de veinte kilómetros, la mitad de subida y la mitad de bajada. Si bien el clima ya no sería frio, el calor, la humedad y el lodo añadirían dificultad. Y sí, la subida que nos llevó al punto más alto fue difícil, pero otra vez las vistas eran una motivación: valles verdes y ríos entre montañas escarpadas, además todo el camino estuvimos rodeados de una espesa vegetación con una gran variedad de plantas y flores.

Pasamos por Llactapata, un pequeño conjunto de ruinas desde donde por primera vez todos pudimos ver la antigua ciudad de Machu Picchu a lo lejos. En este punto recordé que ese era nuestro destino, y -aunque ya había entendido que lo importante era disfrutar el camino-, fue emocionante sentirme como un explorador en búsqueda de una ciudad perdida, mística y de difícil acceso. Verla a lo lejos nos emocionó a todos, sobre todo porque pudimos apreciar la complicada geografía en la que esta ciudad se construyó. Viendo esa imagen, fue fácil imaginar cómo los españoles que llegaron a conquistar estas tierras nunca la descubrieron; con la selva cubriéndola, jamás pensarías que hay una ciudad en ese estrecho pedazo de tierra rodeado de profundos valles y altas montañas.

Felices por haber visto Machu Picchu a lo lejos, iniciamos el descenso hasta una vía de tren, comimos y ya cansados caminamos junto a ésta los últimos diez kilómetros de la caminata. En ese momento sentí varias cosas a la vez: satisfacción por los setenta kilómetros recorridos, tristeza porque esos días de puro contacto con la naturaleza se acababan, feliz por que pronto estaríamos en Machu Picchu, harto de tanto caminar, pero con nostalgia de no seguir haciéndolo. Estaba cansado físicamente y a la vez con mucha energía emocional que se fue acumulando con los días. Me sentí agobiado de saber que al prender mi celular tendría un montón de mensajes y correos acumulados, aunque también emocionado de hablar con mi familia y decirles que lo había logrado.

Al llegar a Aguas Calientes o Machu Picchu Pueblo como ahora se autodenomina la ciudad a favor del turismo, es inevitable sentir un gran alivio. Supongo que así sentían los viajeros del pasado que entre caminatas, caballos y carretas llegaban a su destino después de días de traslado. Ese día era ya tarde para visitar las ruinas, el plan siempre fue pasar la noche en Aguas Calientes y al otro día visitar la ciudad sagrada.

Cuando decidimos hacer la caminata por esta ruta, nos decepcionó que no llegaríamos caminando directamente al santuario de Machu Picchu (como en el camino inca), y aunque no dudo que eso sea algo emocionante, en la práctica es muy cómodo poder descansar un día antes de visitarlo. Después de bañarte y dormir bien tienes más energía para explorar las ruinas que además de impresionantes, son físicamente demandantes, así que llegar un poco más relajado es buena idea. Al llegar el hotel, a Liz y a mí nos emocionó ver la cama con sábanas, colchas y almohadas, pero sobre todo añorábamos una regadera con agua caliente. Como nunca valoramos esas comodidades. Después de cenar con el grupo y brindar con una copa de vino, nos dormimos para finalmente despertarnos al otro día muy temprano y tomar un autobús hacia Machu Picchu.

La descripción de Machu Picchu merece su propio blog, pero en resumen puedo decir que es impresionante por varias cosas: las ruinas al no haber sido destruidas por los españoles y gracias a restauraciones recientes están en buenas condiciones, así que es fácil sentir los espacios e imaginar la vida cotidiana de aquellos tiempos. El lugar dónde se construyó es sumamente complicado, después de que Kenny nos explicó todas las dificultades que los arquitectos de esa época tuvieron que enfrentar, te sorprendes y aprecias mucho más el lugar.

Finalmente, las vistas son espectaculares, sobre todo cuando caminas hacia la parte alta de la zona agrícola, pues desde ahí observas la mayor parte de la ciudad y aprecias los valles de alrededor y la exótica vegetación, todo esto con la gran montaña Huayna Picchu al fondo. Si compras tu boleto con mucha anticipación también puedes subir al Huayna, para que después de casi 300 metros de escalinatas hechas por los incas puedas apreciar un increíble paisaje. Nosotros así lo hicimos, y aunque es cansado, lo vale. Desde la parte más alta del Huayna ves todo Machu Picchu: la zona urbana y las terrazas agrícolas en las laderas de las montañas, también ves el río Urubamba 500 metros abajo y las otras montañas que están alrededor. Estos paisajes rodeados de neblina que va y viene hacen de esos momentos algo místico, no sabes si llorar o gritar de la emoción, no te cabe tanta belleza en los ojos, es un festín de felicidad.

Definitivamente apreciamos mucho más la experiencia de Machu Picchu por haber llegado caminando. Durante esos cuatro días nos sensibilizamos y fuimos apreciando más la naturaleza y la extraordinaria simpleza de estar caminando por los senderos. También fuimos aprendiendo mucho del Perú andino: su geografía, sus costumbres, su gastronomía y sobre todo de su gente que es una mezcla de cultura quechua y española con influencia de las tribus amazónicas. Escuchamos historias del imperio inca y de las culturas pre-incas. Pasamos por pequeñas comunidades, hablamos con gente en el camino, probamos frutas ahí cultivadas y nos explicaron sobre el uso de muchas plantas.

Después de haber escrito y compartido todas estas reflexiones, confirmo que sí, un trekking de varios días es una gran experiencia de vida, única y transformadora.

Gran experiencia por la suma de tantas cosas: paseo, viaje, naturaleza, paisajes, cultura, ejercicio, retos, pláticas, amigos, instrospección… la lista podría continuar. Única porque el contexto de cada caminata es diferente: la cultura y la gente local, el clima y vegetación, el tipo de terreno, los retos y dificultades, los compañeros y las pláticas que entre otras cosas le dan su propio sabor a cada excursión. Transformadora porque al estar rodeado de la naturaleza te saca de tu zona de confort: es como una invitación a inspirarte y reconectarte con tu esencia, te das cuenta si has estado alejado de ella o si has perdido el equilibrio que para ti es sano en el día a día. También porque revaloras tu salud al descubrir que tienes la energía y capacidad para caminar por tantas horas; si te costó demasiado trabajo por falta de condición (física y mental) probablemente estarás motivado a hacer cambios en tu estilo de vida, si por el contrario el reto para ti fue moderado, te darás cuenta de que estás listo para seguir haciéndolo.

Estoy terminando de editar este blog dos meses después de haber regresado de Perú. Regresamos tan fascinados de la experiencia que Liz y yo ya hicimos un trekking de fin de semana no muy lejos de Puebla, y ya estamos organizando el que sigue dentro de unos días. Creo que la primera caminata es muy especial, pues mueve en ti cosas que no habías sentido antes, pero sé que cada vez que nos demos el tiempo para hacerlo seguiremos sintiendo que la experiencia es única y la transformación seguirá ocurriendo en diferentes niveles.

Un par de días haciendo trekking son suficientes como para desconectarte de lo cotidiano y adentrarte no sólo en la naturaleza, sino también en ti. Eso que descubres y además compartes se queda contigo; regresas a tu vida diaria y lo integras. Eso es lo valioso de viajar, regresas con otra perspectiva, con una mente más abierta, con un mundo en donde hay más posibilidades.

--

--