INDIA

Guillermo Arellano
Prana
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44 min readSep 25, 2023

UN VIAJE PECULIAR

Mayo 2023 ¡Empieza la aventura india!

El trabajo me trajo a estas tierras que desde hace mucho quería visitar. Sabía que la gente, los mercados, la comida vegetariana, los olores, las artesanías, sobre todo la espiritualidad, y en general la atmósfera me iban a cautivar. Hoy, en mi primer día en la India -después de un largo viaje para llegar a Delhi- lo acabo de comprobar. Caminé con mi guía por el Gran Bazaar, olí especias, probé curries, me subí al metro y a bici-taxis, entré a templos y sobre todo pude sentir la atmósfera, la vibra del lugar.

Probando mi primer curry callejero, delicioso pero pesado

Me sorprendió que dentro del ruido y el caos sentí armonía; aunque todo se ve acelerado la gente parece estar tranquila; a pesar del amontonamiento y de las motos pasando cerca de las bicis que a la vez pasan cerca de la gente, no escuché reclamos con violencia; todo fluye como si tuviera su lugar exacto, aunque eso sí: ruidos de claxon, motores y gente hablando fuerte forman una cortina de ruido permanente a la que te vas acostumbrando.

Las nueces, leguminosos y frutas deshidratadas son todo un espectáculo

Pero basta entrar a uno de los varios templos de alrededor del bazaar para encontrar un pequeño oasis de paz. Detrás de serios semblantes indios siempre hay una sonrisa o un gesto amable. Definitivamente una gran introducción a India. Mañana me toca ver espacios más amplios y “menos caóticos” de la ciudad.

Listo para un adrenalínico paseo en bici taxi

India espiritual

Gracias a situaciones que he vivido últimamente, llegué a India más sensible al rezo y la devoción. Palabras que antes no usaba por pensar que estaban relacionadas al fanatismo religioso. Pero ahora que estoy entendiendo y viviendo la esencia de estos conceptos me doy cuenta de que transcienden cualquier religión y de que más bien están relacionados con la espiritualidad universal de todo ser humano. Son herramientas importantes para cultivarnos: oramos para tener una comunicación directa con Dios y somos devotos para literalmente adorar (amar, valorar, agradecer) toda su creación.

Es verdad que no necesitamos lugares especiales para hacerlo, con estar sin prisa en un lugar tranquilo podemos conectar con Dios. Dicho esto, ir a un lugar creado especialmente para el rezo y la devoción puede ser muy poderoso, pues el corazón se abre y la mente se relaja al ver a tantas personas haciéndolo sinceramente a nuestro alrededor; personas que en verdad están convencidas y lo siguen haciendo porque les trae paz, claridad y de alguna manera resultados.

Con esta perspectiva, en el Templo de Loto en Delhi tuve una experiencia muy especial.

Este templo es una enorme estructura blanca en forma de flor de Loto -que surge de manera surreal del paisaje- hecha para honrar el oneness o la unidad de la humanidad. Gente de todas las razas, nacionalidades y religiones son bienvenidas para rezar y meditar en su interior.

Ver el Templo de Loto de frente, en todo su esplendor, es conmovedor

Edificio creado por los seguidores de la Fé Bahá’í quienes han hecho varias casas de oración dedicadas al único Dios -en sus palabras, el creador de toda la humanidad y el universo-. Me gusta que la Fé Bahá’í reconoce a todos los mensajeros divinos o avatares que han venido a educar y guiar a la humanidad.

Después de una larga fila y de quitarnos los zapatos, entré al templo; inmediatamente me envolvió el silencio y me conmovió ver a tanta gente sentada, algunos rezando y otros simplemente presentes. Sin expectativa me senté… agradecí, pedí, solté, gocé, lloré. Gran experiencia interior ayudada enormemente por la belleza del lugar, por la dinámica tan bien orquestada y por la auténtica atmósfera y vibra de oración colectiva.

Después del rezo y meditación, me voy relajado y agradecido

Que este sea un templo universal sin religión me inspiró mucho. Sin embargo, creo que cualquier templo de otra religión puede tener el mismo efecto, siempre y cuando te sientas cómodo con los modos y reglas de ese lugar (hincarte, cubrirte la cabeza, quitarte los zapatos, persinarte, etc.).

Confieso que la primera y última vez que fui a la Basílica de la Virgen de Guadalupe en CDMX, iba con ojos de turista curioso, de simple observador de los fieles creyentes. Tendré que volver a ir y vivirlo desde esta nueva conciencia, aprovechar la energía del lugar y convertirlo en una experiencia; un orador seguro que ayuda más al bienestar colectivo que un simple visitante más.

Generosidad desbordada

Visitar el Templo Dorado en Amritsar es mucho más que ver un impresionante edificio histórico cubierto de oro y mármol; si te lo permites es toda una experiencia espiritual en dónde vives la humanidad en su mejor versión: generosa, servicial, humilde, incluyente y ordenada.

El Golden Temple rodeado de agua, una imagen surreal

Después de cubrirme la cabeza y quitarme los zapatos -etiqueta obligatoria para entrar-, empecé a caminar descalzo entre la multitud que lentamente se desplazaba hacia el interior del templo. Lo más importante fue tener en mente que no estaba entrando a un lugar de entretenimiento, ni a un museo o monumento. Vine para vivir lo que aquí sucede todos los días, para sinceramente poner toda mi atención y presencia, para sentir la devoción, la paz y los demás sentimientos positivos que este lugar emana.

A punto de meter mis pies al agua del tanque para hacer mi propio ritual.

Haciendo la arquitectura a un lado, lo que más me impresionó fue el enorme comedor comunal en donde diario alimentan a alrededor de 50,000 personas y en días festivos hasta a 100,000. Diario preparan en la cocina toneladas de arroz, curries con leguminosas, papás y verduras, panes planos y hasta postres como arroz con leche. Es conmovedor ver a tantos voluntarios preparando la comida y lavando platos junto con los empleados del templo.

En general, a los indios no les molesta que les tomes fotos, siempre y cuando pidas permiso

Cualquiera puede entrar al templo y recibir alimento: no importa la religión ni la nacionalidad, aquí a nadie discriminan y los vagabundos se pueden sentar a comer junto a importantes empresarios. No me podía perder esta experiencia, así que después de visitar la cocina y saludar a los voluntarios me senté a comer en el piso con las piernas cruzadas; traté de recibir los alimentos con el mayor sentido de agradecimiento posible disfrutando cada bocado al mismo tiempo que admiraba la impresionante logística para servirle a cientos de personas en menos de diez minutos. Todo se ve muy higiénico, al entrar y salir del comedor todos se lavan pies y manos, el piso lo trapean cada vez que los comensales salen, y los voluntarios lavan los platos con abundante agua y jabón.

Díficil de creer que esto suceda 24 horas del día durante los 365 días del año

Al salir del comedor caminé lentamente alrededor del tanque de agua que rodea al Templo Dorado. Sintiendo el sol y escuchando la música en vivo (en punjabi, idioma que hablan la mayoría de los Sikhs) sentí que me movía sin esfuerzo, yo y la gente éramos uno solo y nos movíamos como el agua… niños, ancianos, jóvenes y familias enteras. Observé a las personas sumergiéndose en el agua en señal de devoción y para sanar su cuerpo; otros estaban rezando, meditando o simplemente pasando un rato en paz con sus seres queridos.

Con ojos llorosos y conmovido por estas escenas encontré un rincón sobre una pequeña terraza sombreada donde la gente meditaba y leía sus escrituras en silencio. Me quedé ahí más de dos horas observando el templo y toda la escena que lo rodea.

Una hermosa niña india me observa mientras estoy en contemplación

El rezo, la devoción, el agradecimiento y la humildad fluyeron a través de mí, sentí paz y traté de disfrutar el momento con todo mi ser.

Gracias hermanos Sikhs por sostener este templo, por hacer que funcione, por mantenerlo en óptimas condiciones, por los rituales diarios y sobre todo por alimentar a tanta gente las 24 horas del día: “nadie en Amritsar se va a dormir con hambre” dicen por ahí, y comprobé que es verdad.

A pesar de que fui en tres ocasiones (mañana, tarde y noche) la fila para ver al Guru (libro sagrado de los Sikhs) y hacer un breve rezo dentro del Templo Dorado en todo momento era de más de tres horas porque fui en domingo. Preferí vivir todo lo demás en vez de esperar en la fila, así que ya tengo un pretexto más para volver a este especial lugar.

Las dos Indias

Ahora entiendo porque India no es para todos; y aunque empatizo con quienes no les gustó el país cuando lo visitaron, mi opinión es diferente: a mí me gusta India, estoy disfrutando todos sus detalles, me inspira, me alimenta y definitivamente quiero conocerla más. Después de unos días en Delhi, de caminar por las agitadas calles de la antigua Amritsar, de visitar dos empresas en Punjab, de trabajar unos días con ingenieros indios, de platicar con empresarios y -la cereza del pastel- de asistir a una “entrega de anillos de matrimonio” (¡de 400 personas!) que me invitaron a la última hora, fue que empecé a entender el dilema “a India la amas o la odias”.

Conviviendo con el chofer de la moto taxi al final del caótico paseo

En esta primera parte de mi viaje me topé con gente muy amable: jóvenes alegres y sociales que vendían verduras en puestos callejeros, y que después de tener una conversación muy simpática con ellos me regalaron unas vainas de chícharos (que más tarde me quitaron el hambre en el tren y los valoré mucho); vendedores de artesanías que te ofrecen té mientras observas su mercancía -es verdad que te quieren vender, pero la insistencia no es pesada como en otros países-; conductores de mototaxis que te quieren agregar a su Instagram o tenerte en WhatsApp porque te ven extranjero; en fin, desde gente culta y seria con plática muy agradable, hasta el impulsivo y sonriente indio que quiere tomarse una foto contigo.

Haciendo amigos en el mercado de Amritsar

Las personas que me recibieron en mis días de trabajo me compartieron y platicaron mucho de su cultura y respondieron mis preguntas siempre presentes. Estar con ellos fue echar un verdadero vistazo a la vida cotidiana de indios que tienen realidades similares a las mías en México.

Visitando las instalaciones de una empresa de rodillos para laminación

Probé cosas ricas, exóticas y muy baratas: limonadas saladas y sulfurosas para hidratarte en este clima caluroso (mi amigo indio no comprendió cuando le dije que la limonada olía a huevo, pues es vegetariano y nunca lo ha probado); mangos con aromas y sabores deliciosos y diferentes a los de México (el mango es originario de India); dulces azucaradísimos pero irresistibles hechos con harina de frijoles mungos, trigo y azúcar líquida; curries picosos hechos con cúrcuma, pimienta, semillas de cilantro, mango verde en polvo, jengibre, comino, clavo y chiles, mezclados siempre con leguminosas, papas o verduras y acompañados de arroz tipo basmati en restaurantes o simplemente de pan plano caliente o frito en puestos callejeros… para mí todo un paraíso vegetariano. Los vegetarianos, que son muchos en la india, lo son desde que nacen y continúan siéndolo toda su vida (algunos con cierta flexibilidad), pues saben comer el sinfín de guisados vegetarianos de su cocina tradicional -a los que sabor no les falta con todas esas especies que siempre usan.

Al menos en los círculos en los que estuve, el alcohol en general es consumido con moderación y hay pocas drogas. Los rituales, festivales y cotidianeidades religiosas se practican y siguen vigentes entre los más jóvenes.

En todo momento me sentí seguro. No es fácil descifrar qué sustenta esta “seguridad callejera” a pesar de los índices de pobreza, pero sospecho que está sostenida principalmente en la ética y religión, y en que muchos indios tradicionales no han perdido la identidad que sustenta el núcleo familiar y comunitario, pues conservan su idioma, vestimenta y gastronomía, entre otras tradiciones; desafortunadamente he visto en documentales que esta seguridad también se sustenta en el miedo, pues a veces se aplica mucha violencia sobre la familia de quien decide delinquir, lo cual va forjando también un carácter lleno de sumisión, aceptación de maltrato y falta de ganas de superarse). A pesar de la desigualdad y otros problemas sociales, las armas, la violencia, los asaltos y los secuestros son poco comunes en India, quizá lo más inseguro sea el conflicto religioso provocado por la eterna tensión entre hindúes y musulmanes, por ende, para el turista, inclusive para mujeres que viajan solas, India normalmente es un país seguro si se toman ciertas precauciones.

Por las calles caóticas de Amritsar

Al igual que en México el color es abrumante en todo: en la ropa, la joyería y las artesanías, en las especias y platillos, en sus templos, dioses, fiestas y celebraciones; son colores que alegran, que le dan sabor a la vida cotidiana. La mayoría de la gente de todos los niveles culturales y socioeconómicos (o castas, como aquí lo definen) es muy apegada y respetuosa con las tradiciones. Sin fin de jóvenes aceptan con gracia el matrimonio arreglado, en donde ellos tienen la última palabra, pero los papás casi siempre escogen al candidato ideal. Es común vivir con los padres del esposo, se acepta y se lleva la relación y la vida en el mismo espacio lo mejor posible (esto a pesar de que los novios tengan la posibilidad económica de vivir solos). Las fiestas y celebraciones son intensas, la familia participa en mil detalles y la fecha -por ejemplo, de pedidas y bodas- se concilia en base a cuestiones astrológicas… todos se adaptan aunque el evento sea un martes por la noche.

Por todo esto y tantas cosas más que seguramente me faltan por vivir en este y espero en futuros viajes, me gusta India. Pero eso no quita que hay una larga lista de cosas que no me han gustado, y aunque no me he enganchado, sí me he conflictuado por un rato. Eso sí… este sentimiento de agradecimiento por estar aquí es tan fuerte que ninguna de estas cosas ha opacado el gusto de estar haciendo este viaje.

Dicho esto, de las cosas más inhumanas que he visto son las escenas que se ven desde el tren al salir de Delhi. Basureros eternos donde “pastan” vacas, donde la gente camina y los niños juegan y, sí, en sólo unos cientos de metros vi a varios hombres adultos y a niños defecando sin pena, a plena luz del día y cerca de otras personas. Pordioseros que piden dinero en condiciones muy malas, siempre sentados en las calles y varios con extremidades amputadas. Agua estancada y muy sucia, casas deshaciéndose… vaya, en México desafortunadamente vemos pobreza desde pequeños, pero nada tan paupérrimo como esto. Cómo lo permite el gobierno indio, teniendo dinero en sus arcas, no lo sé, quizá es por la corrupción, la indiferencia y la mala costumbre.

Hay muchas peluquerías en la banqueta o en locales pequeñísimos

El sistema de la basura es un caos que funciona para que al fin y al cabo no se acumule. En ciudades pequeñas y viejas como Amritsar la gente tira la basura porque saben que en la madrugada un ejército de pepenadores, barrenderos y camiones la recogerán… no hay botes y entre que la tiran y la recogen hay basura de todo tipo esparcida en la calle. Algunas casas están sumamente hacinadas, los cables eléctricos son una locura y la higiene en los puestos de comida callejeros de México es de primera si la comparamos con la de muchos puestos en India (hay unos mejores, al fin y al cabo, sí puedes y creo que sí debes de comer en la calle algunas veces para conocer bien la gastronomía del país).

Las tradiciones, por más buenas que sean, seguramente para muchos que piensan diferente son opresivas y excesivas. No es tan fácil ser la oveja negra, cambiar de religión, ser homosexual y hasta independizarse de la familia. Los temas de orientación sexual siguen siendo un tabú incluso en las clases altas más educadas.

En fin, la lista podría seguir. Pero hoy no vengo a cambiar el sistema; vengo a fluir, a vivir y a agradecer; el granito de arena que mi presencia pueda contribuir tanto a sumar alegría como a contrarrestar miseria en este gran e increíble país será dado con amor y con la mejor intención.

¡Dhanyavaad! (gracias)

La vaca sagrada

Una visita a India no está completa hasta que convives con las vacas que abundan en las calles de todo el país. No es algo que puedes forzar o planear, más bien sucede espontáneamente.

En ciudades grandes y modernas como Delhi, ya casi no las ves en la calle, pero en ciudades caminables más pequeñas es común que haya muchas rondando por ahí. Al principio no sabes cómo actuar, pero eventualmente te das cuenta que son parte de la comunidad y te empiezas a sentir más cómodo alrededor de ellas.

Por fin me di el tiempo de estar con una vaca sagrada

Las puedes acariciar y al observarlas te das cuenta de que son animales extraordinarios, inteligentes y sociales. Hay vacas que caminan tranquilamente con sus becerros y hay toros imponentes que, contrario a lo que estamos acostumbrados a pensar, son totalmente mansos. No sólo son consideradas sagradas en el hinduismo, también en muchas familias de cualquier nivel social las vacas son tratadas como miembros de la familia: las cuidan, las alimentan muy bien y tienen un espacio adecuado dentro de la propiedad familiar. A cambio ellas dan leche de la mejor calidad, y lo más importante: libre de violencia, hormonas y antibióticos que hoy en día siempre acompañan a la leche industrial.

Pero en las calles estos animales son una maravilla: transforman en leche cualquier cantidad de desechos orgánicos con los que se van alimentando a lo largo del día. Gracias al mal hábito de tirar la basura en la calle, las vacas gozan de alimento fácil, aunque tristemente también llegan a comer accidentalmente basura inorgánica, a veces digerible como el cartón y a veces basura que las puede matar como el plástico.

Estas vacas que ves en la calle o tienen dueño que las procura (en el día son libres y en la tarde regresan a su casa) o viven en un refugio en donde por caridad las cuidan y ordeñan, usando la leche para hogares comunales donde vive gente que no tiene casa. El problema es cuando se pierde el equilibrio y hay tantas vacas sin dueño que ni los refugios pueden atenderlas. Entonces se vuelven verdaderas vacas callejeras que se enferman, las atropellan o sólo vagan por ahí, tristemente sucias, descuidadas y prácticamente en los huesos.

Mi primera interacción con las vacas fue en Rishikesh (ciudad bautizada como la capital mundial del yoga); me topé con un señor que por caridad las cepilla, las limpia y se sube a los árboles para bajar hojas y alimentarlas; lo hace todos los días, así que seguramente las vacas lo reconocen y le tienen cariño. Mientras el señor las cepillaba me acerqué y las empecé a acariciar con confianza, creo que nunca había convivido de esta manera con una vaca, tratándola más como una mascota que como un próximo pedazo de carne en un plato, además ver al señor tan dedicado a esta labor fue muy conmovedor.

El señor las cepillaba con paciencia y cariño

Si me daba hambre mientras caminaba por Rishikesh, una buena opción era comprar plátanos o un mango en los puestos de fruta que abundan en la calle (en India no hay mercados de frutas y verduras concentrados, sólo carritos por aquí y por allá), después de comerlos, al no haber botes de basura, vi que le podía dar las cáscaras a cualquier vaca directo en la boca… mis desechos convirtiéndose en leche.

No pueden faltar las experiencias incómodas con las vacas, pero hay que tomarlas con gracia. Más de una vez, sentado en un café se acercó alguna vaca y buscó mi plato de comida, siempre evité que se la comieran, pero la última vez la vaca alcanzó a chupar mi botella de agua, tuve que pedir otra. Otro día por querer rebasar a la muchedumbre, pasé cerca de una vaca grande y me pego con su cola en la cara, aunque todavía más incómodo fue el día que caminando de noche pise excremento de vaca y me embarré todo el pie (¡lo bueno es que en India siempre hay mini regaderas en los baños públicos para lavarse lo que sea necesario!).

Así es el asunto con las vacas, te guste o no. Para mí es un tema apasionante y al ser vegetariano tiene mucho sentido recordar que son animales sociales y no sólo máquinas de leche o pedazos de carne; además, lo más importante de todo esto es que India está poniendo el ejemplo de lo que tarde o temprano pasará en todo el mundo: el consumo de carne tendrá que disminuir drásticamente. En India, con más de un billón de habitantes, el comer carne de res sería una catástrofe para el medio ambiente: para producir un kilo de carne se necesitan dieciséis kilos de granos; actualmente la mayoría del grano que se produce en India es consumido directamente por la gente, pero si el grano tuviera que usarse para alimentar a las vacas, la eficiencia de la tierra cultivada para alimentar humanos ¡sería dieciséis veces inferior! La tierra no alcanzaría, y si consideramos que para producir un kilo de carne gastas la misma agua que usas al bañarte durante tres meses, el país colapsaría.

El atardecer con una memela india (parantha) y una vaca en el fondo

Es verdad que muchos indios no están conscientes de todo esto y quizá sólo lo hagan por cuestiones religiosas y porque simplemente no es parte de su cultura ni de sus tradiciones el comer carne de res. No sabemos con qué objetivo exactamente los antiguos sabios hinduistas establecieron este régimen -se dice que principalmente para evitar la violencia que se genera al matar a los animales y porque pensaban que una dieta vegetariana es más pura para el cuerpo y el alma-, pero independientemente de la razón, de si pensaron en el medio ambiente o no, definitivamente fueron muy acertados, pues erradicaron desde hace mucho tiempo un hábito que a la larga no sería sostenible para una sociedad tan grande.

Aun así, no toda la gente en India es vegetariana, pero en general el consumo de carne es moderado. Los “no vegetarianos” con los que he platicado, me dicen que comen pescado, pollo o borrego unas pocas veces ¡al mes! El consumo de carne de res es muy bajo, pues sólo pocos hindús la consumen, además de los musulmanes y personas de otras religiones minoritarias como los cristianos. Al menos en los estados que visité, los menús de los restaurantes indios e internacionales son predominantemente vegetarianos, al punto en que sólo tienen al final un apartado menor de “comida no-vegetariana” (donde además de carne, se incluyen platillos con huevo).

Así que India y sus hábitos alimenticios, no sólo son buenos para ellos mismos, nos hacen un gran favor a todo el mundo y queramos o no, hacía allá vamos. Es un hecho que no todos los países tendrán vacas caminando en las calles, pero sí podrían erradicar poco a poco erradicar su explotación industrial que además de gastar cantidades ridículas de agua, genera violencia y sufrimiento, provoca la deforestación para cultivar granos que no son necesarios para el consumo humano y fomenta la desnutrición de los más pobres en todo el mundo.

Shanti, shanti (paz, paz)

Peregrinaje inesperado

Estoy en los Himalayas viendo desde la cima del Chandrashila la segunda montaña más alta de India: el Nanda Devi de 7,816 metros de altura. En México tenemos grandes montañas que hacen que nuestros paisajes sean majestuosos, pero ninguna es tan alta como este gigante imponente que además está rodeado de otros enormes y rugosos picos nevados. Arriba de una piedra, en un lugar silencioso escribo esto.

Contemplación con libreta en mano

Me siento profundamente agradecido por estar aquí, viendo esta grandeza de la naturaleza. Es verdad que estoy al otro lado del mundo, en un lugar remoto, y aun así me siento tan contenido que no siento esa enorme distancia. Contenido por el amor de mi familia y amigos, por la gente local, por la naturaleza que me rodea y finalmente por Dios. Me siento como en casa… en verdad el planeta entero es nuestra casa, todos estamos bajo el mismo cielo.

Poco a poco las nubes se mueven y me permiten ver más picos nevados, lentamente el Nanda Devi se muestra (casi) en todo su esplendor. No sé si mientras escribo esto logre ver su cima, pero no importa. No vine aquí a ver monumentos naturales, vine aquí a conectar con la creación de Dios, a honrarla, a amarla. A cambio encuentro paz y silencio dentro de este hermoso y ruidoso país. Siento el frio de la montaña, el aire fresco, el sol que reconforta; se oye uno que otro pájaro y me rodean plantas muy resistentes. La nieve a esta altura es poca, las vistas impresionantes y lo inmóvil del paisaje me ayuda a calmar mi mente.

Vistas majestuosas de los gigantes del Himalaya

A cientos de metros, debajo de la cima, me espera el templo Tungnath, dedicado a Shiva, construido -según la historia popular- por Arjuna (el héroe guerrero del Bhagavad Gita, quien obtiene su sabiduría de Krishna) hace más de mil años y actualmente el templo de Shiva con la ubicación más alta sobre el nivel del mar. Shiva es la deidad de la destrucción. Destrucción para después renacer y reinventarse; para cerrar y luego iniciar nuevos ciclos. Me gusta que cada dios en la religión hinduista representa un aspecto de la Divinidad, y si estás abierto, te ayudan a que cualquier experiencia en tu vida tenga más sentido.

Descalzo, como se entra a los templos indios, a pesar del frio

Mientras subía la montaña, me concentré en lo que quiero soltar, lo que quiero destruir en mi vida para darle espacio a lo que en verdad alimenta mi alma y contribuye a mi evolución.

Después de estar un rato en la cima estoy listo para bajar al templo de Shiva, dios hindú que para para mí hoy representa la compasión, y que con amor está dispuesto a recibir todo mi equipaje innecesario… con su poder lo podrá transmutar en energía que fluirá hacia mejores direcciones.

Uno de los muchos indios con los que cruce palabra y comparti fotos

Yo, en realidad, tan sólo espero que esto me ayude a ser un mejor ser humano: menos reactivo, más paciente y amoroso, más consciente del impacto de sus acciones, más conectado a su esencia, sin apego a los resultados de su trabajo, más cercano a Dios, servicial con los más necesitados y feliz a pesar de los altibajos de la vida.

Kya yah ho sakata hai (que así sea)

El Ganges sagrado

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Madre Ganga: que afortunada eres de bañar estas tierras y estar actualmente dentro de un país donde te cuidan, donde gracias a los sabios, videntes, sanadores y líderes espirituales que han sido parte de su antigua cultura, hoy te consideran tan sagrada que hacen grandes esfuerzos por mantenerte limpia, tal como surges desde Gaumukh, el glaciar que te da vida en los Himalayas. Que afortunada de tener un origen divino, de haber descendido a la tierra y que Shiva aceptara canalizar tu flujo, saliendo de su cabello para convertirte en un gran río y así poder moverte con tu inmensa energía a través de tu querida Bharat (nombre original de India en hindi).

Hoy, yo soy afortunado de poder verte y tocarte, de meter mis pies y después hundirme en tus aguas. Como muchas personas a mi alrededor, aprovecho yo también a dejar en tus corrientes todo lo que mi corazón necesita soltar, a lavar mi alma en tus bancos. Primero meto mis pies y conecto… te siento, me concientizo de lo que estoy haciendo. Es la primera vez que entro a un río de esta manera: solemne, concentrado, sensible. Me quedo así un rato, te ofrezco algunas lágrimas, un poco de agua salada se combina con tus aguas dulces.

Vista inspiradora mientras entro lentamente al Ganges

Poco a poco me hundo… la sensación es incómoda, pues tus aguas producto del deshielo son heladas. Aprovecho ese escalofrío que recorre mi cuerpo para dejarlo temblar, en vez de ponerme rígido, me suelto en ti. Sé que el temblor en nuestro cuerpo es un mecanismo natural para liberar y soltar energía, así que no lo reprimo.

Pienso en aquello que te quiero entregar Ganga, y me concentro en el ritual, trato de olvidar por un momento las sensaciones corporales. Poco a poco empiezo a sentir esa comunión ancestral que tus queridos indios tienen contigo y me doy cuenta de que en verdad eres un canal para sentir a Dios… para conectar con él a través de un helado abrazo.

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Cuando valoramos, agradecemos y nos sensibilizamos ante la creación de Dios -en este caso un río majestuoso-, es como si lo estuviéramos alabando, y entonces conectamos con él… La auténtica alabanza es amor, y cuando amamos a la Divinidad, ésta nos da lo que necesitamos por estar conectados a través del amor con ella. Aunque estemos tentados, no es necesario pedir ni negociar, así como un bebé no necesita pedirle a su madre que lo alimente, pues ella bien sabe lo que él necesita. Al haber un auténtico y natural lazo de amor entre ambos, la comunicación no verbal fluye y las necesidades del bebé se satisfacen, al igual que la Divinidad nos lleva hacia lo que necesitamos siempre y cuando estemos en este flujo de amor, apertura y presencia.

Desde esta profunda sensación regreso a lo terrenal y pienso en los ríos contaminados de México. Sé que todos tenemos la culpa de que estén así; no nos interesa saber a dónde van los desechos que echamos todos los días al agua, ni nos preguntamos si los gobiernos locales tratan correctamente el agua sucia antes de regresarla al río. Tampoco sabemos si la ropa que compramos contamina los ríos con el teñido de sus telas, ni el impacto que tiene lo que comemos en la contaminación del agua. Todos podríamos estar más conscientes y tomar iniciativa.

En India hay varios ríos considerados sagrados, y en este país lo sagrado se cuida. En el caso del Ganges el esfuerzo se nota, a pesar de ya haber pasado por varias comunidades, aquí en Rishikesh el río está relativamente limpio y conserva su color turquesa. Los indios valoran esta gran arteria de su país que es producto de varios afluentes que se van juntando y la van ensanchando conforme avanza hacia el golfo de Bengala, donde desemboca. Cuando me adentré en el estado de Uttarakhand rumbo a los Himalayas pude ver varios afluentes del Ganges y me pareció conmovedor ver como en cada una de estas uniones que les llaman “Sangam” en hindi, construyen una especie de templo al aire libre en donde la gente va a rezar, meditar y por su puesto a bañarse en las aguas sagradas. ¡Hasta la unión de dos ríos celebran y honran en India!

Uno de los varios Sangams que vi en el camino hacia el Himalaya

Esto no significa que el río esté limpio a lo largo de todo el país, pues conforme se adentra el río en el territorio indio mucha gente inconsciente lo contamina de diversas formas, además al parecer el gobierno no está auténticamente interesado en limpiarlo ni en prevenir su contaminación. Se han hecho esfuerzos y se ha invertido dinero, pero desafortunadamente la corrupción acaba mermando el resultado. Lo valioso es la consciencia que sí tiene mucha gente, especialmente activistas y líderes religiosos que toman acciones puntuales para cuidar el medio ambiente, cosa que es claramente visible en muchos tramos limpios del Ganges.

Otra forma de honrar al Ganga es a través de las ceremonias o aartis que hacen en los bancos del río en varias ciudades del país (principalmente Varanasi, Haridwar y Rishikesh). Estas ceremonias las organizan los sacerdotes locales (“pandits” en hindi) o a veces los líderes de un ashram (lugar de retiros espirituales). A través de coloridos rituales llenos de música y mensajes de parte de estos líderes, la gente se concientiza de la importancia del río.

Ceremonia del aarti a la orilla de Ganges. Al centro Swami Chidananda

Algunas personas sueltan ofrendas flotantes con flores y fuego para simbólicamente limpiar su alma, cosa que logran a través de soltar lo que ya no quieren en sus vidas, entregándoselo a la diosa Ganga para que transmute la energía, eleve su espíritu y les de claridad mental. Idealmente las ofrendas están hechas con flores naturales y puestas en pequeños recipientes hechos con plantas (la gente irresponsable no se fija y a veces suelta ofrendas que contienen plásticos o químicos). Es cuestión de tiempo que estas ofrendas se prohíban, pues aunque sean echas de materiales orgánicos, en grandes cantidades representan una fuente de contaminación para el río.

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En mi segundo aarti, me animé a soltar una ofrenda:

Madre Ganga: gracias por recibir esta ofrenda, en ella te entrego mis miedos, mis dudas, mi desconfianza y cualquier cosa que mi ego se resista a soltar. Gracias por llevarte estas emociones en tus corrientes, y conducirlas hacia la Divinidad para transmutarlas.

Desde los escalones veo mi pequeña ofrenda iluminada irse lentamente. Trato de sentir esa liberación de energía en las células de mi cuerpo, en las lágrimas de mis ojos, en la fe que sinceramente estoy teniendo en este ritual, en estas aguas sagradas y en la energía generada por el aarti y por la gente devota que está a mi alrededor.

Primera y única ofrenda. En algún punto nadie deberá soltar flores, hojas y cera al río.

Gracias Ganga por la oportunidad de hacer otro poderoso ritual en tus aguas. Me quedo un rato más observándote, ya es de noche y el reflejo de la luna hace que tus aguas estén luminosas. Vuelvo a pensar sobre lo afortunada que eres de estar en este subcontinente lleno de espiritualidad, en donde tu gente te celebra y abraza cada vez que se sumergen en tus aguas, siempre sintiendo una profunda devoción hacia ti… sé que a cambio tú les das esperanza, les haces ver que pueden liberarse del sufrimiento, y les ayudas a darse cuenta de que ya son seres divinos, completos.

Apenas te estoy conociendo Ganga, pero te tengo confianza. Te agradezco, antes de seguir mi camino, por regalarme este fascinante paisaje mientras estoy sentado en tu orilla; además de tus aguas: las montañas, Rishikesh -ciudad mística y espiritual por la que pasa-, tus devotos concentrados, y uno que otro indio que, aunque sólo viene a relajarse, te ofrece toda su alegría, esa chispa característica de la gente de tu país.

Ab hari hon (me siento agradecido)

Con Shiva, siempre presente en el aarti

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India, nos has dado una lección más: todos los ríos deberían de ser sagrados, no sólo en tus tierras, también en México y el mundo… a todos hay que cuidarlos por igual, defenderlos a capa y espada. Qué bonito sería que siempre tuvieran una historia, una leyenda atrás, que se hicieran rituales que eleven el espíritu y la gente los visitara para sanar sus vidas.

India increíble, India intimidante

Platicando con otro viajero en India, me comentó que al principio no estaba seguro de viajar a aquí, pues le parecía un lugar intimidante. Pienso que es el adjetivo adecuado para definir lo que este país es para muchos; no es particularmente peligroso, ni inseguro, es simplemente intimidante. A pocos días de terminar mi viaje entiendo más porque ese adjetivo le queda bien. Por un lado, es literalmente in-creíble, interesante y hermoso. Por otro lado, su aspecto desordenado, caótico e impredecible te cansa y agobia por momentos.

India te da mucho y a la vez te drena energía. Quizá los que hacen viajes muy largos -sobre todo si se quedan en un sólo lugar por un buen tiempo- encuentran cierto equilibrio, pero para un viajero como yo que en quince días (no estoy contando los cinco de traslado) visitó cinco diferentes lugares dentro de tres estados del norte, cuando apenas te estás adaptando a un lugar, ya es hora de irte al próximo. De entrada, quince días para India parece poco, pero si no eres tan ambicioso y escoges unos cuantos lugares dentro de una región no tan amplia, pueden ser suficientes para tener una gran experiencia, sobre todo si te mantienes abierto y flexible. No hay que olvidar que India es prácticamente un subcontinente, así que en un viaje de esta duración sólo estarías conociendo una parte de su gente, costumbres, gastronomía, naturaleza y enorme riqueza cultural.

Durante estos quince días pude conocer Delhi, la metrópolis del norte y capital política; Amritsar, una ciudad antigua muy importante para los Sikhs, pues alberga el Templo Dorado; Mandi Gobindgarh una pequeña ciudad industrial bastante gris, pero sin dejar de tener encanto en su gente y comida; Rishikesh, conocida como la capital mundial del yoga desde que los Beatles la visitaron en los sesentas, también famosa por sus ceremonias a orillas del Ganges, por el rafting y por ser un punto de partida para excursiones en los Himalayas; y finalmente conocí un poco de la India rural cuando me adentré en su naturaleza para hacer trekking en los Himalayas, donde pude hacer una peregrinación al templo Tugnath y subir a la cima del Chandrashila para observar desde ahí a los gigantes nevados, entre otras cosas.

La mezquita en Nueva Delhi Jama Masjid

Tomé trenes, experiencia fantástica e increíblemente barata dónde puedes socializar con muchos indios, pues para viajar dentro del país es su opción preferida. Me trasladé por horas en taxis privados, odiseas llenas de folklor por las paradas a comer o en miradores, y con pláticas breves pero agradables con los choferes que normalmente hablaban un poco de inglés. En Delhi me moví en metro (con una infraestructura de primer mundo que incluye aire acondicionado en los vagones), y aunque no quieras, es inevitable subirte a los famosos rickshaws o tuk tuks (motorizados o de bicicleta) en las grandes ciudades o en motos tipo scooter atrás del conductor en ciudades más pequeñas.

En la parte espiritual pude visitar al menos dos templos sikhs, seis hindús, una mezquita y uno “sin religión”, pude hacer una pequeña peregrinación, ir a varias ceremonias o aartis a orillas del Ganges y quedarme tres días en un ashram (lugar para retiros espirituales), practicando yoga y meditación. Además de muchas reflexiones, escritos y varios momentos solemnes que en India se dan fácilmente: ya sea en la naturaleza o simplemente sentado en un parque, en la calle o en algún vehículo mientras me trasladaba a través de paisajes naturales o entre el caos de alguna ciudad carretera.

Una de las muchas deidades dentro de un templo hindú

Pude visitar dos bazaares tradicionales llenos de especies, alimentos secos, artículos para bodas, textiles y demás parafernalia india. También invertí un buen de tiempo en varios mercados (que en realidad aquí son áreas comerciales con locales establecidos más que puestos temporales): desde sofisticados como el Khan Market en Delhi -que parece como si hubieran mezclado locales de Polanco, la Roma y el centro de CDMX en tan sólo cuatro cuadras amontonadas- pasando por los hippies y yogis en Rishikesh, los de artesanías en varias ciudades, hasta muy sencillos y sumamente baratos en Mandi Gobindgarh para la gente humilde local.

Esta vez no pude visitar ningún museo, y aunque me quedé con ganas sobre todo de visitar uno en Delhi donde están expuestas las artesanías del país, al menos pude comprar una buena variedad e ir entiendo poco a poco cuales son las artesanías de cada región. Al igual que en México, hay una gran variedad de técnicas y materiales que resultan en una enorme oferta en distintas calidades. El regateo y la negociación no son tan intensos como en otros países, pero si te dejas, acabas pagando mucho más del precio normal. Entre regalos y cosas para mí, llené dos maletas, así me llevo un pedacito de India a mi casa.

En cuanto a naturaleza pude caminar por los Himalayas, visitar un lago rodeado de majestuosas vistas, estar un rato en aldeas con encanto -donde las mujeres sacuden el trigo y lo secan en sus patios y la vida pasa lentamente-, y tener tiempo libre en unas cabañas en el bosque que a mi cuerpo, mente y alma les cayó de maravilla. Lamentablemente las estancias en estos lugares naturales es muy básica, por no decir fea, y les falta atención al detalle, comodidad y mejor diseño.

En cuanto al trabajo, visité tres empresas de acero, pude platicar con los dueños que siempre fueron amables y cálidos (¡uno me sirvió un plato de arroz y lentejas en su escritorio minutos después de llegar!) y así entender un poco de la cultura empresarial india. Desafortunadamente también pude ver que, a pesar de ser empresas de talla internacional, los obreros, a simple vista, no tienen las mejores condiciones de trabajo: su equipo de seguridad es nulo o incompleto, no les dan uniforme, ni tienen áreas adecuadas para comer. Eso sí, un pequeño templo hindú y pláticas o rituales religiosos ocasionales no faltan en las empresas más grandes.

Tuve algunas otras experiencias inesperadas que le han dado un buen toque al viaje como la enorme fiesta que me invitaron (casi una boda); haberme quedado en un Airbnb en Delhi y tener buenas pláticas con la dueña de la casa; aprender mucho de un grupo de mujeres médicos, con las que coincidí en una caminata, sobre el sistema de castas en India (un sistema complejo no oficial, pero aún vigente, que complica el progreso de las clases más bajas y fomenta que los discriminen en distintos ámbitos, a veces sutilmente y a veces de manera muy directa); hablar con un sinfín de indios muy sociables e intercambiar teléfonos y cuentas de Instagram con algunos (después de pláticas interesantes o de pura risa entre inglés, hindi y español mal pronunciados).

En cuanto a la comida india cada día probé lo que mi cuerpo me permitía. A pesar de ser mexicano, tantas especies combinadas en un sólo platillo con leguminosas, chile, ajo y cebolla, a veces me caían pesados. Los primeros días, después de comer algo así al medio día, ya no me daba hambre hasta la siguiente mañana. Me daba coraje porque todo es delicioso y hubiera querido probar una mayor variedad de platillos. Afortunadamente poco a poco fui teniendo mejor digestión.

Al final disfrutaba muchísimo esta comida, ya no me caía pesada

Para comer o cenar, el thali fue casi siempre mi acompañante: un plato de metal con compartimentos, en donde te sirven leguminosas en curry, vegetales guisados, vegetales frescos, arroz, chapatis (pan de trigo plano), encurtidos y a veces yogurth. En el desayuno la parantha fue lo que más comí: una especie de memela pero hecha con pan de trigo y rellena de papa o coliflor con cebolla y especies. El té siempre estaba presente y aunque trataba de evitar que le pusieran leche y azúcar no siempre lo lograba; esa forma de tomarlo es tan arraigada como el café soluble con leche y azúcar en México.

Me hubiera gustado que alguien me invitara a su casa a comer, pues los indios tienen fama de ser excelentes anfitriones, además hubiera sido una buena oportunidad de probar comida verdaderamente casera. Quizá en otro viaje, ahora que tengo varios contactos de gente con la que fui platicando.

Después de este resumen, y regresando a la primera parte dónde explico que India cansa e intimida, tengo que decir que por más que te quieras relajar, los periodos tranquilos donde parece que tienes el control son breves. Al menos que no salgas de tu hotel, es muy probable que algo no planeado o algún evento adrenalínico suceda a lo largo del día. No cabe duda de que “Dios está con India y sus visitantes”, porque la probabilidad de salir ileso al parecer es bastante alta… afortunadamente.

Una caminata por sus calles siempre está sujeta a un susto porque una moto o auto pasan muy cerca de ti, previo a tocarte el claxon para que te muevas. Si le sumas que la gente local camina rápido y decididamente, que pasan carretas desbordas y una que otra vaca, la caminata se pone más intensa.

En ciudades rodeadas de naturaleza normalmente hay changos de diferentes tipos que han aprendido a convivir con la gente, siempre buscando comida fácil. Mis encuentros con estos changos durante los primeros días habían sido más bien cómicos: un día mientras dormía una siesta en el ashram en Rishikesh, un chango pequeño se metió por la ventana para llevarse una bolsa con nueces que tenía por ahí, me desperté por el ruido y obviamente me metí un susto al verlo, pero él, igual de asustado salió corriendo con las nueces. Aprendí a no dejar la ventana abierta. Otro día, en la calle un chango grande trató de quitarme un plátano que traía en la mano, forcejeamos unos segundos hasta que se fue y se subió a un árbol. Aprendí a no traer comida en la mano al caminar en la calle.

Un chango, echándole ojo a mis mangos

Pero hoy, al subir por unas escaleras solitarias para entrar a un restaurante (que está rodeado de vegetación) se me aparecieron dos changos, me gruñeron y enseñándome los dientes pensé que se me iban a echar encima. Por instinto yo también les hice ruidos y me quedé inmóvil, por alguna razón el chango que tenía atrás se movió y poco a poco me alejé con el corazón latiendo a tope. Aprendí a que a veces sí pueden ser peligrosos, así que hay que estar atentos. Y esto es parte de India, el que la gente aprenda a coexistir con estos primates en vez de matarlos y poco a poco extinguirlos, habla muy bien de ellos y del respeto que tienen por los animales.

La primera vez que contraté una moto tipo scooter para trasladarme rápidamente entre dos puntos, llegó un niño como de dieciséis años, me dijo que tenía mucha experiencia manejando, así que me subí como la mayoría de los motociclistas en Rishikesh: sin casco, en chanclas y con ropa ligera. El paseo por las callecitas, esquivando vacas, transeúntes y otros vehículos fue una combinación de carcajadas y nervios al tope. Confieso que me gustó vivir estas situaciones, pero a la vez el pensamiento de una caída o choque me agobiaba mucho. Traté de usar los “aventones” de este tipo (que costaban doscientas rupias) las menos veces posibles.

Por eso en India hay que fluir y a veces hacerse de la vista gorda. Ahora que reflexiono hubo muchas otras cosas que por un rato me robaron la paz… a veces tomaba acción (si sentía que la negligencia de alguien ya se pasaba de la raya) y a veces respiraba y soltaba, fluyendo con la situación para volver a encontrar mi centro. Por ejemplo, las veces que tomé agua no embotellada sin saber su procedencia, porque te la ofrecen y es difícil decir que no (en templos, en empresas, al parar con los guías en algún puesto, en el ashram); también la forma en que manejaban los choferes de taxis privados en las carreteras de un sólo carril con precipicios a un lado, todo el tiempo tocando el claxon y distraídos constantemente por el celular; podía ser agobiante cuando tenía ganas de estar solo en algún lugar público y los indios querían socializar y tomarse fotos conmigo (al final casi siempre acababan siendo encuentros agradables); la oferta agobiante de souvenirs, chucherías, ropa y artesanías -no siempre de la mejor calidad- a precios exageradamente bajos (más ahora que el peso mexicano está fuerte) hacían que todo el tiempo estuvieras tentado a comprar una cosita más; los apagones de luz constantes en Rishikesh; el sonido constante de claxons en las calles y la locura de subirte a un rickshaw motorizado en Delhi que siempre se quieren meter por cualquier hueco para avanzar rápido.

Nunca olvidaré los “it’s ok sir, it’s ok sir” en momentos que me quejaba de algo: cuando no servían los cinturones de seguridad, cuando caían escombros en la calle de alguna construcción de arriba, cuando el dueño de la empresa, por querer llegar puntualmente a la fiesta que me invitó, manejó como loco por calles oscuras llenas de baches, cuando encontré unas arañas enormes en mi cabaña, en fin… la lista podría seguir, pero al final todo lo tomas con humor.

Por otro lado, hubo tantas sorpresas y cosas inesperadas que te recuerdan que en efecto India es mágico. Tantos encuentros casuales con indios alegres y respetuosos, de verdad unos seres humanos de primera. No podía creer el día en que un señor me fió más de mil rupias en su puesto de mercado sin siquiera pedirme mi teléfono o identifación (por supuesto regresé a pagarle al siguiente día). Al final de mi estancia en las cabañas de los Himalayas le regalé mi reloj Casio al administrador (un chavo sencillo de veintidós años) porque el primer día me lo chuleó, a cambio él me regalo su sombrero tradicional, que a mí también me había gustado, y hasta su reloj también me quería dar. Cuando pides a la gente que te tome una foto lo hace con entusiasmo, te toman muchas y ¡hasta te piden que cambies de pose! En los restaurantes no tienen tan buen servicio, pero cualquier cosa más personalizada como un masaje, un corte de barba, un Airbnb, un guía o conductor privado, la hacen con el corazón, se entregan y le ponen todas las ganas.

Me pareció muy bonita y profunda la mirada de esta niña india

Notas la magia cada vez que sales de tu hotel con un plan en mente y la realidad acababa siendo diferente. Al estar atento y relajado, en India siempre sucede algo interesante que te desvía del camino. Se te cruza una persona con alguna sugerencia o recomendación; escuchas música en vivo, te asomas y acabas participando en algún ritual; descubres un puestecito o un mini restaurante en una callecita, entre otras cosas pequeñas y sencillas que le agregan sal y pimienta al viaje (¡como si no estuviera ya super condimentado un viaje a India!).

Bharat, Indostán, India, ¡tanto que contar de ti! Dejas huella y no eres fácil de olvidar, para muchos que te conocen eres un imán poderoso, despiertas la curiosidad en los que no te han visitado ni saben mucho de ti, el mundo te percibe intimidante, pero a la vez se siente atraído por tu calidez y espiritualidad. Una vez más ¡gracias!

Hari Om India

Rishikesh

Considerada como la capital mundial del yoga, en Rishikesh los Beatles fueron a meditar a finales de los sesenta. El ashram donde estuvieron hoy está abandonado y es una mezcla de museo, ruinas y espacio natural con una vibra interesante. Quizá gracias a ellos la ciudad se hizo famosa en occidente, pero hoy, ya es por sus propios méritos que Rishikesh la visitan miles de personas en busca de espiritualidad y aventura cada año.

El mural de los Beattles son su maestro Maharishi Majesh Yogi

Suena raro que en una ciudad el consumo de carne y de alcohol estén prohibidos, pero en el caso de Rishikesh es congruente, pues además de ser un lugar que ofrece aventura como rafting y senderismo, la ciudad es considerada como sagrada. Esto porque hay muchos ashrams en los que se practica yoga, meditación y se estudian textos hinduistas; también se organizan ceremonias o aartis en los bancos del Ganges cada atardecer; además hay muchos centros de tratamientos ayurvédicos (medicina tradicional india); entre otras cosas orientadas a la espiritualidad.

Explorando el ashram de los Beattles en ruinas

Estar aquí fue la mejor parte de mi viaje. Es dónde pude hacer una pequeña rutina que disfruté mucho: practicar yoga en la mañana, explorar pequeñas calles peatonales (algunas a la orilla del Ganges), echar ojo a las muchas tiendas interesantes (instrumentos indios, artesanías, ropa relajada, productos ayurvédicos, souvenirs de todo tipo, etc.), ir al aarti en el Ganges al atardecer, y para cerrar el día, algo que alimentó mi alma y me dio muchas respuestas: el satsang con Sadhvi Bhagawati, una sabia mujer que es pilar en Parmarth Niketan, un ashram de los más grandes y famosos de Rishikesh.

Sadhvi Bhagawati es una mujer americana que hace más de veinte años llegó a India, específicamente a Rishikesh. Sin haberlo planeado y después de varias complicaciones, acabó quedándose en el ashram Parmath Niketan por tiempo indefinido, mientras experimentaba un despertar espiritual que poco a poco la llevo a ser el brazo derecho de Swami Chidanand, director actual del ashram, considerado en India como un líder espiritual importante. A través de los años, Sadhvi Bhagawati también se convirtió en renunciante hinduista y eventualmente en líder espiritual internacional, además de ser coordinadora de muchos programas de ayuda humanitaria.

Un swami (o sadvhi para las mujeres), en la religión hinduista, es un renunciante que ha decidido dedicarse por completo al camino espiritual, a través de la devoción, de la renuncia a un estilo de vida de acumulación, del celibato, del estudio y la práctica espiritual y -sobre todo- del servicio a la humanidad.

Un templo hinduista a la orilla del Ganges en Rishikesh

Es muy interesante que, en esta religión, te puedes convertir en swami en una edad avanzada, después de haber hecho tu vida familiar y profesional. Me parece muy lógico que alguien con una vida común, pueda elegir en cierta etapa de su vida este camino de sabiduría y enseñar a otros, sin que esto signifique estar aislado de la sociedad ni de la familia, pero sí la renuncia a su estilo de vida actual para dedicarse a guiar a otros y a estar al servicio de los más necesitados.

Yo supe de Sadhvi Bhagawati a través de un libro. El año pasado, sin saber que vendría pronto a India, leí su biografía y me impactó mucho; gracias a eso tenía en mente venir a Rishikesh el día que visitara India. Además de las enseñanzas espirituales profundas y a la vez aterrizadas, aprendí que la espiritualidad va de la mano con el servicio. Servicio a quien lo necesite, ya sea para alimentar el espíritu o necesidades básicas humanas. Ella recalca que, en el servicio auténtico, tú debes sentir que te sirves a ti mismo en los otros, en vez de verlos como separados, pues todos somos parte de la misma unidad.

El satsang que ella imparte después del aarti del Ganges es una joya. Un satsang es un espacio donde te sientas con algún líder espiritual a meditar, a escuchar sus mensajes y, en el caso del satsang de Sadhvi Bhagawati, a preguntarle lo que quieras para obtener respuestas bastante profundas y claras.

Después de leer su libro estaba entusiasmado de conocerla. Ella viaja mucho por India y el mundo, así que no sabía si estaría en el ashram durante mi corta estancia. Parmarth Niketan organiza todos los días al atardecer el aarti frente al ashram, en la orilla de Ganges, así que el primer día que llegué a Rishikesh fui al aarti y vi a Swami Chidanand en la ceremonia, pero Sadhvi Bhagawati no estaba. Afortunadamente mi actitud en todo el viaje fue de “no tener expectativas y fluir con lo que pasara”, así que auténticamente no me decepcioné. Pero para mi sorpresa al siguiente día, Sadhvi Bhagawati regresó después de varias semanas de ausencia y pude estar presente unos días en su satsang.

Siempre en primera fila y listo para preguntar algo, nunca imaginé lo increíblemente poderosa que sería esta experiencia. Sadhvi Bhagawati, como cualquier otro auténtico ser humano iluminado, destila paz, armonía, amor y sabiduría. Su meditación, sus mensajes y sus respuestas eran profundas, específicas, claras y prácticas; su entonación, las historias con las que ilustra sus respuestas y los ejemplos que da, todo era un auténtico goce. Al despedirse cada noche, Sadhvi Bhagawati cruzaba miradas lentamente con el público, mientras ponían un mantra en el fondo; verla así siempre me provocaba una tremenda sensibilidad y sensación de agradecimiento.

Hay que valorar a estos líderes que dedican su vida al servicio de Dios y de la humanidad. Qué bueno que ellos a cambio obtengan una profunda sabiduría que sistemáticamente comparten a través de sus satsangs y libros (además de la dicha y plenitud que indiscutiblemente ellos sienten al servir). Sadhvi Bhagawati está presente en Youtube, podcasts y redes sociales, te recomiendo mucho que la busques y te familiarices con sus mensajes.

Más de la mitad de mi estancia en Rishikesh fue en el ashram de Parmarth Niketan. Fue una grata experiencia practicar yoga cada mañana, conocer gente en el mismo canal mientras paseaba por el ashram, ser parte del aarti en el Ganges y sobre todo atender al satsang para irme a dormir con esa sabiduría recibida en mi mente y corazón.

Viendo a la gente pasar dentro del Parmarth Niketan

Una vez más India me mostró lo especial que es a través de la experiencia en este lugar tan único. Además, con lo que pagas en el ashram por tu estancia y alimentos (más donaciones adicionales) ayudas a que continúe con sus programas de servicio humanitario: atender a enfermos sin recursos, educar a niños de familias sin recursos, construir baños y promover la higiene en India, y empoderar a mujeres de escasos recursos en todos los ámbitos.

Parmarth Niketan alimenta la salud, las necesidades y el estómago de los más necesitados, a la vez alimenta el espíritu y el corazón de los que, hablando de cosas materiales, ya tienen mucho.

Fill the self, not the shelf (llena al ser y no al anaquel) nos dice Swami Chidanand.

Hari Om Shadviji

La base de la meditación

Después de catorce días en India con ruido y gente, ahora estoy en silencio en el lago Deorital… a pesar de la lluvia, me fui a caminar solo alrededor del lago. Puse en práctica un poco de lo que Sadhvi Bhagawati me enseñó en Rishikesh:

“La meditación es estar cien por ciento en el momento presente, no importa cuantas veces perdamos la atención y nuestros pensamientos nos lleven a otro lado, podemos regresar una y otra vez al momento presente”

Con el tiempo había llegado a pensar “la meditación no es para mí”, pues muchas veces me distraigo con mis pensamientos cuando trato de meditar. Ahora me doy cuenta de que no es verdad, tan sólo tenía que regresar al momento presente cada vez que mi pensamiento me llevaba a otro lado.

¿Por qué estar en el momento presente?

El lago Deorital con los Himalayas al fondo

Primero y más importante: para darte cuenta de que así como estás -en ese preciso momento- estás completo, eres perfecto, estás pleno…

Segundo: para que disfrutes con todos tus sentidos el momento presente y toda la belleza -sutil y obvia- que te ofrece. Y sí, me di cuenta de que al estar en el momento presente, no sólo disfruté la belleza del lugar, también me sentí pleno en todos los sentidos:

“Aquí estoy… sano, lúcido, caminando en un lugar hermoso, lejano y remoto, escuchando sonidos de la naturaleza, observando este lago, los árboles y montañas que lo rodean… todo el mundo, incluyendo mi familia y amigos, está haciendo sus propias cosas mientras yo estoy aquí… el momento es perfecto, no importa si llueve y me mojo o si hay frio, yo estoy disfrutando este caminar… estoy completo, me siento pleno, me siento feliz”

Una lección muy importante en estos momentos de plenitud: además de perder interés en necesidades superficiales, nos damos cuenta de que nuestra vida puede ser una meditación constante si estamos presentes en lo que hacemos. Si estás con tus hijos, dales tu plena atención. Si sales a correr, concéntrate en lo que está a tu alrededor. Si estás comiendo, disfrútalo saborea, agradece, apaga la tele, no lo hagas con prisa.

Dejo de escribir y regreso al momento presente:

Caminando en meditación alrededor del lago

“¡Gracias por esta paz, por este silencio, por esta magnífica vista! Cuando regrese a las cabañas caminaré en meditación, no importa si me distraigo mil veces, pues mil veces regresaré al momento presente”

Mi último día en India

Salí temprano de mi hotel hacia unos escalones a la orilla del Ganges con la intención de despedirme y hacer algún pequeño ritual para simbólicamente cerrar mi viaje. Antes de llegar, escuché música que venía de algún lugar cercano; me dio curiosidad, seguí el sonido y llegué a un viejo templo hindú.

Gran experiencia inesperada dentro del templo

Entré y el sacerdote estaba haciendo una “puja” -ritual para conectar con la Divinidad a través de alguna deidad-, yo era la única persona, así que el sacerdote me llamó y continuó el ritual conmigo: puso sus manos en mi cabeza y después pintó varios símbolos en mi frente con sus dedos, me hizo una pulsera con hilos rojos y amarillos, me ofreció fuego de una lámpara para calentar mis manos y llevarlas a mi cara, me dio agua y unos frutos secos. Mi corazón latía rápido y empecé a llorar, pues este ritual fue un regalo para cerrar mi viaje, una oportunidad para agradecer a India desde uno de sus espacios sagrados.

Me quedé ahí un rato, disfrutando la sensación, escuchando la música, valorando la espontaneidad del momento, sintiendo a Dios a través de mis emociones. Después de esta profunda experiencia multisensorial, fui a los escalones del Ganges sintiéndome agradecido, sin planes, sin expectativas… India ya me había dado suficiente.

Después de la puja, con mis pulseras y marcas en la cara

Viajar solo: vence el miedo, vive la magia

Viajar solo es poderoso, te enfrentas a ti mismo por días enteros, sales de tu entorno cotidiano y tienes tiempo para reflexionar…

Observas tu vida desde una perspectiva más amplia, recuerdas y meditas sobre tus deseos más profundos…

Reconoces lo que va bien, aceptas lo que debe cambiar, te das cuenta qué quieres soltar y transformar…

Piensas en tu familia y amigos, extrañas lo que más te llena y valoras las bendiciones que tienes en casa…

Descubres tu fortaleza y valentía, enfrentas miedos, agudizas tu intuición, aprendes a adaptarte y a conectar rápidamente con extraños…

Y algo que a mí me gustó mucho de viajar solo: el silencio, la contemplación, sobre todo el espacio para conectar con tu Divinidad y -desde este estado de conexión- observar la magia de la vida… esos pequeños detalles que suceden cuando eres flexible y fluyes, cuando estás contento, relajado y abierto a posibilidades.

Hanuman con Rama y Sita dentro de su pecho

Al estar solo, es tu propia intuición la que te dice que sí y que no hacer, pues no se trata de ponerte en situaciones de peligro o de hacer cosas que después lamentarás, se trata de permitir que tu completa apertura al momento presente te lleve a vivir pequeñas experiencias especiales, cargadas de mensajes y aprendizaje o simplemente de risas y belleza sutil.

Me gustaría motivar a las personas que tengan curiosidad de viajar solas y no lo han hecho a que se animen a hacerlo más pronto que tarde. Normalmente, el principal obstáculo para hacerlo es el miedo, así que es importante recalcar que tener ansiedad por viajar solo, ¡es normal! -sobre todo cuando es a un lugar lejano y desconocido, como para mí lo fue India-. Yo intenté hacer varias cosas para “estar cien por ciento tranquilo” antes del viaje, pero me di cuenta de que la única manera de erradicar el miedo de viajar solo es, ¡viajando solo! Lo tienes que hacer, punto. Te tienes que demostrar a ti mismo que además de poder hacerlo, lo puedes en verdad disfrutar, tanto que querrás volver a hacerlo de vez en cuando.

En los Himalayas bajos

Yo amo los viajes con mi esposa e hija, también me gusta viajar con mi familia extendida y amigos, y para cierto tipo de viajes se me hace buena idea unirme a un grupo. Aun así, este viaje me recordó lo saludable que es viajar solo de vez en cuando, sobre todo si es en un destino que te saque de tu zona de confort, que te invite a la introspección y a la transformación. Si el viaje fuera completamente de ocio, creo que yo preferiría viajar acompañado.

Si hacemos un viaje con intención, regresamos a casa siendo mejores personas, listos para regar en nuestra familia y comunidad un poco de lo que aprendimos, si no fuera así ¿qué sentido tendría hacerlo?

En este momento, después de regresar de India -un viaje retador e introspectivo de veinte días el mayor reto para mí es cómo integrar todo lo vivido a mi día a día. Todas las reflexiones, lo que escribí y compartí, lo que aprendí, toda esa carga de motivación y entusiasmo por iniciar, transformar y hacer, pero sobre todo por ser… Todo eso, ¿cómo lo integro ahora en mis relaciones, en mi trabajo, en mis hobbies o pasiones, en mi familia, en mi comunidad?

No tengo la respuesta, pero lo haré poco a poco, con mucha consciencia y congruencia, no será fácil, caeré y me levantaré, pero lo intentaré hasta sentir que en verdad estoy entretejiendo toda esta energía en mi vida.

Pienso que me dará fuerza y rumbo el no olvidar, el seguir conectando con aquellos momentos del viaje donde en verdad sentí mi esencia, a Dios dentro y alrededor de mí… con aquellos momentos donde me cayeron veintes, donde a través de rituales, naturaleza, mensajes y gente, tuve pequeñas pero profundas experiencias que me marcaron, que encendieron chispas que echan a andar procesos de transformación.

Pienso que necesitaré varias semanas o algunos meses para acomodar todo. Será un proceso interesante de integración consciente, en el cual, sin duda tendré un profundo sentido de agradecimiento. Agradecimiento a cada una de las personas con las que conviví durante el viaje, a mi familia y a toda la gente que me apoyó para que pudiera hacerlo. Finalmente, agradecimiento a la Divinidad por cuidarme y hacer el viaje tan fluido, tan especial.

¡Dhanyavaad India, jaldi milte he!

(¡Gracias India, hasta pronto!)

Despidiéndome de Rishikesh y de India

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