Y. A. Lues
Un Año en Postales
4 min readDec 20, 2015

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«¿Estás bien?»

Oigo una voz: grave, formal y vagamente conocida. La oigo cerca y con reverbereo, como si estuviésemos en un mismo habitáculo.

Sin embargo, no puedo responder; siento una pesadez que me invade el cabeza, al punto de no poder ni formar una palabra. Mientras recupero los sentidos, trato de inclinar la cabeza hacia la izquierda y, al hacerlo, un resplandor incómodo me obliga a abrir lentamente los párpados.

Allí, en una esquina, un farol ilumina orgulloso los sórdidos callejones. Su luz, sumada con la densa y extraña niebla que lo rodea, crea un halo que dota a la visión de un incómodo misticismo. En estos momentos, en esta hora indescifrable, nadie parece compartir mi confusión puesto que la cuadra parece estar completamente vacía.

Sin embargo, el oasis se hace efímero. Muy lentamente el coche en el cual vamos comienza a avanzar y lo pierdo de vista, aunque descubro metros más adelante que todas las esquinas poseen un farol exactamente idéntico al anterior. La carretera también parece estar completamente abandonada, aunque el chofer decide no aumentar la velocidad.

Inclino la mirada. El cielo permanece completamente cubierto mientras la ocasional gota de llovizna invade el vidrio.

Mientras me reincorporo trato de recordar. Afuera, la ciudad parece sumida en un misterio y, en ese momento, el hombre repite su interrogante. Le devuelvo la mirada por el retrovisor.

Sus ojos parecen relajarse mientras asiento con la cabeza, respondiendo su pregunta anterior. Levanto la cabeza para tratar de ver mejor a mi interlocutor, el divisor que me separa de él me lo impide dejándome solo una pequeña abertura de visión.

«Ah, bien» la voz continúa, «no te culpo tampoco, fue un trayecto largo» dice y devuelve sus ojos a la niebla.

«Una noche tranquila para viajar, al menos, la ciudad tiende a desconocerse con nieblas como estas. Ya no resta casi nadie, todos se han ido hace tiempo… pero, por tu expresión, supongo que eso no es problema.»

«Te hago una pregunta», me mira de vuelta; sus ojos, negros como el camino que nos acecha, adoptan una expresión inquisitiva, «¿crees que es demasiado tarde? ¿o demasiado temprano?».

Dudo. Pierdo su mirada y pienso, había pasado mucho tiempo desde que me hice por última vez esa pregunta. Recapacito internamente, recuerdo las ansías de años anteriores pero no logro identificar porqué estoy tan relajado. ¿Me estaría olvidando de algo?

«No me digas nada, lo leo por tu expresión», me responde sagazmente, «era una pregunta capciosa por supuesto: nunca es tarde.»

«Haceme caso, yo que soy taxista te lo afirmo. En viajes como este, no se trata de otra cosa más que disfrutar trayecto. Gente como vos y yo siempre estamos en movimiento. Yo literalmente, obvio.», veo que entrecierra los ojos, el retrovisor me impide ver la sonrisa.

La analogía me persigue y me doy cuenta tarde que han desaparecido los faroles. El repiqueteo se ha hecho más frecuente mientras transitamos caminos ondulantes en las afueras de vaya a saber uno dónde.

«Ha sido un año largo y todos hicimos lo que pudimos. Leo, por tu expresión, un alivio incomparable.», dice la voz, mientras enciende las luces altas, «Yo seré taxista pero también se una cosa o dos de la ambición. Mis padres, que en paz descansen, siempre me apoyaron y tuvieron muchas expectativas. Siempre me apuraron, no querían que cometiera los mismos errores que ellos.»

«Por ello, me rebelé. No quería ser como ellos… y mirá a donde me llevó, continúo su legado manejando el mismo taxi que mi viejo. ¿Me arrepiento?, totalmente, pero nunca es tarde.», noto en su voz un dejo de nostalgia, «Siento que ya sueno como mi viejo pero él tenía razón. No te imaginás las peroratas de dejar una huella en el mundo, hacer algo que valga la pena, trascender… pero ahora lo entiendo.»

«La ambición es un incentivo poderoso, que no te consuma… vos entendés a lo que me refiero.», sus ojos reflejan una sinceridad inconfundible, «Serás lo que debas ser, o no serás nada… o capaz, lo que quieras ser.»

«Por tu expresión, leo que vos no perdés el tiempo… pero todos aman extrañar el tiempo y ese es el problema, ¿entendés?»

El silencio nos invade de vuelta mientras reflexiono. Ya lo recuerdo todo. Los extremos nunca fueron buenos y, por primera vez en mucho, creo haber encontrado el equilibrio que tanto necesitaba.

Siempre me comparé con otros. Mis aciertos, mis fallas, derrotas… pero aprendí, y aprendí del tiempo. Decidí hacerlo a mi modo, a mi manera, a mi ritmo… iba a triunfar, porque sabía que iba a triunfar.

«Este es mi último viaje», dice, «voy a vender el taxi, voy a ser alguien, a mi me van a recordar. No sé aún cómo, pero lo haré. Es parte del misterio.»

«Me pregunto qué sucederá», dijo él. «…lo mismo digo», le respondo.

Nos perdimos en la negrura de la noche.

No nos volvimos a dirigir la palabra por el resto del trayecto.

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Y. A. Lues
Un Año en Postales

Escritor en fuga, desmiente que se esconde pero prefiere no ser encontrado.