Luciérnagas

Y. A. Lues
Un Año en Postales
3 min readJan 10, 2015

--

Recuerdo esos días, lector. Aunque ciertamente desearía no hacerlo.

Tenía cierta predilección por cometer errores estúpidos en ese entonces. Habiéndome reservado bastante tiempo los clásicos libertinajes de una persona de esa edad, decidí hacer una excepción durante la última semana del año. Decidí pretender ser alguien más, alguien con el cual no concordaba, pero lo hice por simple curiosidad.

Como dije, solía cometer errores bastante estúpidos. Quiero creer que aprendí algo de aquella experiencia.

Como, por ejemplo, tener cierta perspectiva y saber con quién se junta uno.

No sabía aún si considerarlos algo más que compañeros de curso, y eso ya era decir mucho. No suelo hacer estas cosas, pero la promesa se había hecho hace ya mucho tiempo y ya era muy tarde para declinarla.

Partimos una semana antes, nos quedamos en la casa de uno de ellos ubicada muy cerca del centro. Los días eran fugaces, mentiría al decir que no lo disfruté; por primera vez dejé de tenerle tanto miedo a las posibles consecuencias. Las anécdotas, uno de ellos me dijo, se crean así.

…y así, llegó el último día del año.

Carlos Paz en verano.

El centro era un vals de fuegos fatuos. Medianoche había pasado, pero para entonces habíamos perdido la capacidad de generar nuevos recuerdos a corto plazo.

Nos movíamos con la masa, doblábamos por esquinas y tratábamos de evitar chocarnos con las mesas que ponían sobre la vereda. Pasábamos por arcades olvidados, fiestas ajenas, pubs donde comprábamos la cerveza más barata posible; todo era un vórtice de luces y experiencias que no recordaríamos la mañana siguiente. Pero ya no nos importaba el mañana.

En un momento nos desviamos y terminamos en unos asientos en una cortada sin salida. Había comenzado a lloviznar para entonces, creo. Nos tapamos con nuestros abrigos y decidimos descansar bajo el aura naranja emitida por el único farol de la calle.

Un oasis en plena negrura. La ciudad perdía su calidez tradicional en callejones como éste. Los minutos se escurrían lentamente, como las gotas sobre nuestras cabezas.

No sé cuanto tiempo pasó hasta que vimos a una silueta bizarramente alta doblar hacia nuestra calle. Avanzaba con un paso lento pero seguro, la falta de iluminación solamente incrementaba el misterio pero no recuerdo haber estado asustado. Capaz estábamos demasiado borrachos para entonces, considerando además que solo la mitad de nosotros estaba consciente para recordar esto.

Cuando la luz lo alcanzó, nos dimos cuenta que era un zancudo. No recuerdo mucho de los detalles, salvo que llevaba colgando un cartel con un extraño símbolo, creo era un insecto. No recuerdo su cara, pues la cubría una capucha.

Sin mediar una palabra se acercó a mi. Se detuvo un momento a verme, yo estaba estupefacto y recuerdo haber pensado si realmente estaba viviendo eso o era producto de algo de todo lo que habíamos consumido.

Los otros testigos me dijeron que no recuerdan el momento en que él me entregó un folleto. La leyenda estaba escrita en letras grandes y ornamentadas: «La ciudad de las luciérnagas». Por detrás, se especificaba una dirección.

El zancudo no dijo más y se perdió en la oscuridad.

Fuimos conducidos por un pasillo estrecho y de techos altos. Había cuadros extraños, espejos rotos, flores falsas; un almacén refaccionado cerca del lago, oculto de todo por una u otra razón.

Con el tiempo fui recordando que yo era quien los guió hasta ese lugar. Una calle repleta de teatros, que podrían ser considerados así si se era generoso con la definición, cubiertos con posters burdos y nombres de actores mal pagos.

La calle carecía de buena iluminación y de reparo para la lluvia, que para entonces se había intensificado. Bajamos la cabeza al avanzar y ocasionalmente cruzábamos mirada con alguno de los bohemios de la zona.

Nos sentaron sobre asientos precarios en una sala pequeña. Tuve la sensación que el acomodador tenía la misma capucha que el zancudo.

Las luces se apagaron y empezó la función.

Continuará.

--

--

Y. A. Lues
Un Año en Postales

Escritor en fuga, desmiente que se esconde pero prefiere no ser encontrado.