El Pollo Frito

Sobre ‘Chicken Fried’ de Zack Brown

Alejandro Marin
Un Format
5 min readMar 11, 2014

--

Hace unos minutos hablaba por Whatsapp con ese joven inquieto que se llama José Baquero, y en quien espero florezca, junto a él, una nueva generación de gente de radio que aprecia esto más allá del dinero.

Me pregunaba José si me gustaba el country, porque andaba oyendo a Kenny Chesney.

Le contesté que ‘algunas cosas’ y que no todo. Y le mencioné mi última gran canción favorita del género, pero en particular le mencioné a un artista.

Le mencioné a Zack Brown.

Y aunque Zack Brown es un redneck como cualquier otro redneck — vivimos de estereotipos y de racismos en la era de la supuesta igualdad de la internet -, le comenté que Brown tiene letras en sus canciones con las que me identifico.

Yo me crié entre rednecks y negros, en una zona al sur de la Florida llamada Homestead. Entonces hay cosas que me gustan de ambas culturas.

De esa crianza accidental, nace mi gusto sobre todo por el hip hop. Pero no solo porque viví integrado en una era de mucha tensión racial, sino porque después de que golpegó el Huracán Andrew, el gobierno norteamericano nos ubicó a mi y a mi familia en una comunidad negra, al norte de Miami, en la salida de Opa Locka con la calle 125.

Era una buena comunidad. Una comunidad de clase media muy decente, de gente muy buena.

Pero para adaptarme y para poderme hacer entender, yo tenía que cuadrar. No podían ser ellos quienes se adaptaran a mi.

Entonces fui absorbiendo todas las cosas que me evitaran la discriminación inmediata, que era siempre latente, y que siempre lo será en cualquier lugar al que vayas si no sabes el idioma.

Así que aprendí a hablar como ellos. A vestirme como ellos. A compartir sus deportes, sus violencias, sus razones. A entenderlos.

Aprendí a apreciarlos. Lo hice a través de los modismos, a través del “slang”. Tanto del slang blanco como del negro.

Porque el slang proviene de tradiciones orales muy fuertes, que quizá ni siquiera ellos conocían.

Pero yo aprendí de mis maestros. De Miss Clifton, mi profesora de literatura.

Aprendí esas tradiciones orales que vinculaban a ambas razas, a partir de las clases de Miss Clifton.

Esas tradiciones orales, tan vigentes en aquella época como estoy seguro que lo están hoy, me acercaron a ambos mundos, a ambas razas. Me integraron.

La literatura de Mark Twain — The Adventures Of Huckleberry Finn es una experiencia que hay que aprender de un anglohablante, porque solo él entiende los acentos en los que nace el slang del que proviene toda la cultura popular que se hizo famosa después del blues y del rock and roll- me abrió la primera puerta.

Hambriento de lenguajes, de códigos, de codificar mi mundo alrededor para poderme adaptar a él, aprendí cada verso, cada capítulo, lo leía una y otra vez. Podía sacar malas notas en cualquier otra clase, siempre y cuando tuviera el vocabulario necesario para entender lo que decía Huckleberry Finn en sus aventuras.

Aprendí también el discurso de Gettysburg de Abraham Lincoln. Y quiero decir que lo aprendí. Me senté a leerlo una y otra, y otra y otra vez, y como mi madre me lo enseñó con las poesías de Barba Jacob, de De Greiff, del Indio Rómulo, de Mario Tierra, me paré horas frente al espejo, hasta recitarlo de memoria, para sorprender a Miss Clifton y sacarme la nota más alta en la clase.

Pero sobre todo, para aprender a comunicarme. Para hablar ese idioma que se hablaba en los pasillos, en las cafeterías, y que no era tan universal como uno pensaría en un instituto de inglés, pues tiene sus inflexiones, sus mañas, sus puertas cerradas para quien no lo entendiera bien.

Todo eso pasó a los 15 años. Todas esas cosas que leí en aquel momento cultivaron mi memoria y me abrieron la cabeza.

Pero hubo cosas que ni con el aprendizaje del lenguaje pude llegar a entender completamente.

Como el country, por ejemplo.

Porque era una manifestación muy fuerte de una serie de cosas que yo no compartía desde muy niño.

Nunca supe ni entendí de nacionalismos. Nunca amé banderas, ni recé por ellas. Y aunque mi padre se hizo pastor y yo seguí sus pasos como militante, no lo hice porque me conmoviera todo ese discurso arreglado de ‘Dios Y Patria’ que nos vendían en las escuelas — tanto seculares como privadas -, sino porque desde muy niño he tenido una conexión espiritual fuerte conmigo mismo y con el poder supremo, llámelo como quiera, sea lo que éste sea.

Entonces el country nunca me representó. Como nunca me ha representado Carlos Vives. Siendo un capo de música popular.

Pero no entendía esa sensibilidad, porque no me gustaban los pitos, los “altos”.

Desde niño me gustaba la música “profunda”. Sonoramente profunda, la que escuchaba en los oídos pero que sentía que nacía en el esternón, en el estómago.

Me gustaban las frecuencias altas. pero solo si armonizaban toda la fuerza de las baterías, de los bajos, de los tambores, de las percusiones, así fuera un triángulo — una frecuencia alta -, a mi me gustaba siempre más que el sonido retumbara en mi cabeza y en mi estómago, no tanto en mis pies.

Y el country además predicaba un montón de mensajes que yo no entendía.

Pero hay una contradicción en toda esta historia. Y esa contradicción aparece en ‘Chicken Fried’ de Zack Brown.

Cuando oigo ‘Chicken Fried’, me identifico con esa canción, aún cuando es una canción de country.

Porque aunque no creo en banderas, ni en tropas o ejércitos, no puedo sino sentir agradecimiento por lo que esas banderas han hecho por mi en cierto momento.

Y porque me encanta el pollo frito.

So…There you go.

Y fíjese usted, que siendo un país tan racista, tan ciego, tan politizado, tan ciego en el cristianismo como los Estados Unidos, no existe una vaina más grande y que tanto blancos o negros tengan en común que el amor por una cerveza fría y por un buen plato de pollo frito.

Al pollo frito los blancos le hacen canciones que ganan Grammys y los negros, como Ludacris, le hacen álbumes enteros titulados ‘Chicken N’ Beer’.

Y la canción de Zack Brown habla de cosas que nos fascinan, sin importar la raza, el credo o el origen:

“You know I like my chicken fried
A cold beer on a friday night
a pair of jeans that fit just right
AND THE RADIO ON…”

Las grandes canciones están hechas de las pequeñas cosas que nos da la vida. De los colegios a los que vamos y los amigos que allí hacemos, de las chicas que nos enamoramos y de los besos que les dimos, de los amaneceres, de los atardeceres, de los amigos a quienes queremos…

y de las cosas que todos comemos con gusto y con placer…como un buen pollo frito.

--

--

Alejandro Marin
Un Format

Radio Personality in Colombia discussing and analyzing the status of life, tech and music in the internet era. Host of ‘Bilingual Podcast’.