foto de Fidel Franco. Caracol Radio

Gracias, Peláez

Alejandro Marin
Un Format

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Hoy que Peláez se fue de la luciérnaga he pensado mucho sobre el oficio de la radio.

Pero no en el oficio de la radio como esa mágica concepción que los oyentes tienen del medio, ni ese apasionante y adictivo placer de estar frente a un micrófono, sino de las cosas que se necesitan para estar al frente de él todos los días, aquellas que se parecen mucho a las de un trabajo normal, pero que la gente ignora y que son parte esencial de todo oficio, de todo trabajo.

Medito sobre el oficio después de un vídeo que me encontré del hombre conversando con Pascual en Medellín de un montón de cosas relacionadas con la radio y que uno pensaría que un tipo como Peláez está por encima del bien y del mal para que lo trasnochen o lo intriguen, pero no.

Pasa, por ejemplo, que a Peláez la gente le envía sus quejas; que hay gente que se ofende con él, que se ofende con su equipo, que se queja de las cuñas, que lo corrige, que no se aguanta los malos chistes, y en general, que hay gente que en muchas veces no lo ha entendido, o no le ha apreciado el comentario.

Le pasa que está bajo el fuerte yugo de las mediciones de sintonía y de su impacto en las ventas. Le pasa que no ve con buenos ojos dichas mediciones, aunque ha aprendido a vivir con ellas, y a jugar el partido que le toque y en las condiciones que sean.

Le pasa que debe soportar las pésimas cuñas que algunos productos llevan — y me imagino que en ocasiones ha tenido que pegar el grito para evitar que alguna de ellas pasen, o pedido que se cambien las referencias, pero esa ya es especulación mía.

Le sucede también que todo el mundo le pide permisos. Para absolutamente todo. Todo el mundo tiene que ir a alguna parte que no es el programa, o todo el mundo tiene algo que hacer más importante…que no es el programa.

Le ha pasado durante estos veinte años de radio haciendo luciérnaga — y dirigiendo también en algún momento el servicio informativo— que ha tenido que chequear a sus locutores y que —como cosa rara—cuando la han cagado no lo reconocen. Igual, pasa que les ha dicho. Gústeles o no les guste.

Uno piensa que está solo en eso de manejar gente en radio. Pero no.

Hasta por eso hay que agradecerle a Hernán Peláez. Porque dentro de todo lo grande que es, han sido esas pequeñas batallas que ha logrado vencer con el tiempo las que hacen de su labor un intocable fortín de anécdotas, programas, conversaciones, canciones, entrevistas y radio.

Obvio cada que estas cosas sucedían, cada que alguno de los suyos no funcionaba, o era atacado, le importaba a él. ¿Qué tal que no?

Si no le hubieran importado todas esas cosas que al final del día hacen del ejercicio de la radio un trabajo como cualquier otro, si no hubiera sufrido por Artunduaga, por Gardeazábal, por Revolcón, por Jediondo, por Risaloca, si no se hubiera “emberracado”, si no hubiera padecido en carne viva el duro deber que implica conducir talento hacia una meta definida, probablemente no habría llegado hasta donde llegó: a dirigir el programa de mayor sintonía en Colombia en los últimos veintidos años.

Hoy lo decía al final del programa, durante su discurso de despedida. Hizo un programa que dio EBITDA. Me hizo dar risa, pero se lo entendí. Porque dentro de todo lo jocosa, innovadora, amena y poderosa que es La Luciérnaga, tuvo que haber sido muy jodido convertirla en un fenómeno nacional que diera ese rendimiento financiero y radial a la par. Y tuvo que haber jodido mucho para no solo llegar, sino para mantenerse allá, en la cima del dial y del EBITDA empresarial.

Y aunque debe ser sin duda emotivo y doloroso ese tema de dejar esos veintidos años atrás —en el momento en que comenzó a leer su discurso de despedida ya toda Colombia estaba llorando, propulsando de forma invisible y misteriosa esa hinchazón del pecho que todos sentimos al aire cuando comenzó a dar gracias a Dios y a su santo de devoción y que finalmente le rompió la voz al inquebrantable Hernán—, debe ser también un alivio para Peláez salir de semejante embrollo por la puerta grande, como todo un héroe y sobre todo, como un hombre ejemplar.

Y tiene que ser gratificante que después de la tarea y el trabajo arduo que implica mantener un producto de radio como ‘La Luciérnaga’ al aire que por fin pueda decir que no va más, confiando en la idoneidad del equipo, en la fuerza de la estructura humana que ha forjado a pulso durante veintidos años dentro de ese ejercicio de radio que nunca dejó de ser polémico e inspirador, pues comenzó buscando adecuarse a las necesidades de un oyente sin luz y pasó a ser magazín musical contra las directrices de Yamid, a ser una piedra en el zapato de un presidente, a construir talentos en la marcha —una vaina cada vez más difícil de hacer en los esquemas corporativos de radio que poco olfato tienen para el talento—, a desafiar gerentes, a soportar comediantes y humores, celos e intrigas, a defender y a servir al público contra los intereses de los poderosos — así al final del día no pudiera hacer mucho más que denunciar a los últimos para que el primero por lo menos oyera—, a tener un ex político gay opinando contra la curia al aire —otro inmenso logro de Peláez que poca gente alcanza a ver ahora que oyen a Gardeazabal — y finalmente, a convertirse en toda una institución de radio.

Bien escribió Héctor Rincón hoy en un tuit al final de La Luciérnaga, mientras todos lagriméabamos con el gigante Peláez:

“Hoy comienza para millones el vacío de Hernán Peláez por las tardes. Hoy comienza para Hernán Peláez la felicidad de no hacer nada.”

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Alejandro Marin
Un Format

Radio Personality in Colombia discussing and analyzing the status of life, tech and music in the internet era. Host of ‘Bilingual Podcast’.