Nadie quiere estar acá

Julia Kaiser
UNA RIDÍCULA
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3 min readMar 23, 2018

En la estación Bulnes una chica mira a su madre con cara de reproche y exasperación desde el pie de las escaleras mientras ella las baja despacio y ensimismada, sin percatarse del subte que está a punto de partir del andén.

Logran entrar a tiempo y yo también. A mi izquierda un pibe alto desliza el pulgar sobre la pantalla de su celular con la mirada perdida.

Lleva a una chomba achicada y desteñida. Una chomba con líneas rectas y arrugas que cuentan que fue planchada, doblada, guardada y luego aplastada y empujada día tras día por una mano que se estiraba dormida buscando dentro del armario otras cosas que ponerse.

Pero hoy es jueves y, aunque la semana está por terminarse, no está la alegría del viernes ni el espíritu descansado del lunes. Es ese día en que extendés el brazo, tanteás a ciegas el estante, y sacás lo que está hecho un bollo al fondo, que de repente no parece una opción tan mala. Una vez más la idea de arrastrar las manos sobre el estómago como forma de planchado prueba ser inútil. Pero ya se hizo tarde.

Dicen que no hay nada peor que sentir soledad cuando estás rodeada de gente. Pero en el transporte público matinal todos estamos en la misma: todos arrastramos nuestro cansancio y nuestra mochila emocional fuera de la cama, nos arreglamos como pudimos y salimos a la calle, cargando ojeras, angustias, alegrías…Un mundo interno absolutamente personal y absolutamente universal. Estamos juntos en la soledad de ser quienes somos.

La multitud baja en estación Catedral, dirigiéndose monótonamente en la misma dirección como una manada de zombies.

El banco me hace acordar a Gringotts: un pórtico imponente de bronce te hace entrar con un aire involuntariamente solemne, los ojos se pierden en los vitraux que decoran los cielorrasos altísimos, desde donde caen unos artefactos de iluminación fascinantes.

Me piden que baje las escaleras y la realidad rompe el encanto. Las paredes de mármol blanco y verde están cubiertas por cubículos de durlock con imágenes de stock. La sala es enorme y oscura y se escucha el chirrido que hacen los asientos rígidos de metal cuando las personas se acomodan en un vano intento por buscar una posición más soportable. Lo único parecido a Gringotts ahí es que los empleados tienen el mismo humor que los duendes.

Salgo y decido que necesito un café. Me siento en una barra que da a la ventana. Un sorbo, otro sorbo. Mirar a la gente pasar. Acá sí quiero estar.

Otro banco. Otra fila. Otro número de papel en la mano. Saco un libro para hacer la espera más liviana.

De repente, como un balazo por la espalda, una frase me perfora y me invade. Quiere salir en forma de lágrima, pero la contengo.

“No íbamos a retener más las lágrimas ¿te acordás?”, me digo a mí misma.

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Julia Kaiser
UNA RIDÍCULA

Directora de estrategia en @Havas Buenos Aires. Se me puede encontrar escribiendo, tomando gin&tonic o cayéndome en lugares. The future belongs to the curious.